La Revolución Cubana

La Revolución Cubana

por Shane Mage

21 de diciembre de 1961

[Resolución de la minoría presentada a la Convención de 1961 de la YSA, extraído de Spartacist (Inglés) No. 2 Traducido en Cuadernos Marxistas No. 2]

“El documento siguiente, presentado en 1961 a la Young Socialist Alliance [la organización de juventud del SWP] por nuestra tendencia, ha sido confirmado desde entonces de una manera notable. El pronóstico que planteaba – por ejemplo los fines contrarrevolucionarios de la burocracia estalinista rusa en Cuba – ha sido confirmado por sucesos posteriores: la crisis de los misiles; el tratado del azúcar con Moscú (ver Spartacist No. 1); y más recientemente la oferta de Castro de llegar a un entendimiento con el imperialismo norteamericano.

“La resolución también declara que ‘en su conjunto el proceso que se está desarrollando hoy en Cuba es el de formación de un estado obrero deformado – esto es, la creación de una sociedad como la que existe en la Unión Soviética, Europa Oriental y China.’ Ha sido nuestra opinión durante más de un año que este proceso ha llegado a un punto de consolidación tal que Cuba se ha transformado ya en un estado obrero deformado.”

1. La Revolución Cubana, constituye el punto más alto del desarrollo revolucionario alcanzado hasta ahora en el hemisferio occidental; es, en potencia, el comienzo de la revolución socialista en América. La conversión de este potencial en una realidad es sólo posible si la Revolución Cubana avanza de nuevo hacia delante, externa e internamente, hacia el establecimiento de la democracia obrera en Cuba y la expansión de la revolución por lo menos a los países decisivos de América Latina.

2. A pesar de un enorme progreso Cuba sigue siendo económicamente atrasada y permanece aislada en el hemisferio occidental bajo la dominación del imperialismo estadounidense. Esta situación es la causa directa no sólo de los obstáculos al continuado progreso de la Revolución Cubana sino también de sus fuertes tendencias hacia la degeneración.

Rebelión Social

3. Para las masas cubanas la conquista económica más significativa de la revolución ha sido un aumento substancial del nivel de vida. Esto ha sido conseguido a través de una redistribución radicalmente igualitaria de los ingresos y de las riquezas, y de una reorientación del patrón de inversión que da prioridad a la construcción de escuelas, casas, y facilidades culturales y recreativas. Al mismo tiempo, se ha empezado a diversificar la agricultura cubana. La acción directa de la clase obrera al apoderarse de la industria y en muchos casos, al ejercer control democrático sobre esta industria; la organización del campesinado en cooperativas organizadas democráticamente; el armamento de las masas con la formación de milicias – todo esto, aunque no se consumó en el dominio real sobre el estado por parte de la clase obrera, sí que dio a las masas un peso considerable en la vida política del país. Esto fue una importante ganancia de las masas cubanas y caracterizó a la revolución como un profundo trastorno social que llevó a las masas cubanas por primera vez en la historia a tener un control parcial sobre su propio destino.

4. La revolución ha trastornado básicamente las previas formas de propiedad cubanas. Los latifundios propiedad de estadounidenses y cubanos se han convertido en propiedad o bien del campesinado trabajador o bien del estado. Todas las posesiones industriales de los Estados Unidos han sido confiscadas y las posesiones de una porción considerable de la burguesía cubana han sido así mismo expropiadas. Ya que Cuba sigue libre de la carga de hacer pagos de compensación y de indemnización importantes, estas medidas pueden proveer la base estructural para una economía planificada de tipo no capitalista.

5. La rapidez y profundidad de la revolución en las formas de propiedad ha sido esencialmente una respuesta a las acciones del imperialismo de los EE.UU. Aunque la Revolución Cubana empezó teniendo una finalidad puramente democrático-burguesa (reforma agraria, derrocamiento de la dictadura de Batista, independencia nacional) esto no podía conseguirse sin una lucha feroz contra el imperialismo estadounidense y sus cómplices burgueses cubanos. El hecho de que el régimen de Castro rehusó echarse atrás ante el chantaje y la agresión económica de los EE.UU. le llevó a movilizar las masas cubanas y a asestar un golpe definitivo a las bases económicas, del dominio imperialista y burgués. Su propia supervivencia le forzó a destruir el ejército y la policía previos que habían sido el sostén de la “democracia” de Grau y Prío así como de la dictadura de Batista, y a remplazarlas con un nuevo ejército revolucionario y con una extensa milicia popular.

Imperialismo estadounidense 

6. La principal preocupación del imperialismo estadounidense en su encarnizada hostilidad hacia la Revolución Cubana ha sido el salvaguardar las posesiones económicas de los EE.UU. en toda Latinoamérica. Los Estados Unidos se han contenido ante la invasión militar de Cuba sólo por la probabilidad de que dicha acción pudiera extender la revolución en vez de suprimirla y por la certidumbre de que el intento de los Estados Unidos de ocupar Cuba se vería enfrentado con una resistencia feroz por parte del pueblo cubano. La línea de conducta de los Estados Unidos hacia Cuba ha sido por lo tanto el intentar estrangular y deformar la economía cubana a través de la combinación de presión militar y política con una agresión económica abierta.

7. La economía cubana ha sido capaz de continuar funcionando bajo estos golpes sólo porque la Unión  Soviética vino en su ayuda al cambiar azúcar cubana por gasolina, municiones y productos industriales esenciales. Lejos de ser altruista, esta acción redunda enteramente en beneficios económicos y políticos para la burocracia estalinista-contrarrevolucionaria que gobierna en la Unión Soviética y en los otros países del “campo socialista”. Su meta es controlar la Revolución Cubana y usarla en un último pacto de “coexistencia pacífica” para presionar a los Estados Unidos a dar más concesiones.

8. El desarrollo político de la Revolución Cubana se ha caracterizado a todo lo largo por la ausencia de un partido político marxista revolucionario de importancia y la falta total de estructuras democráticas por las cuales el gobierno sería responsable ante, y controlado por, los obreros y los campesinos. Durante un período de tiempo considerable estos factores fueron obscurecidos por las acciones revolucionarias del régimen de Castro y por su amoldamiento a la presión de las masas. De todas maneras, el hecho era que el estado cubano y la economía estaban en manos de un aparato administrativo separado e independiente de los obreros y de los campesinos ya que no estaba sujeto a elecciones ni podía ser disuelto por ellos. Hasta la más democrática de las instituciones, la milicia popular, estaba privada del derecho democrático esencial de elegir a sus propios oficiales.

Burocratismo

9. Hasta en el período de la agitación revolucionaria hubo fuertes tendencias hacia la imposición de estructuras burocráticas sobre la revolución. Esto fue claramente evidente en el caso de los sindicatos cubanos cuyos líderes elegidos democráticamente, cualesquiera que fueran sus vicios, eran fidelistas que habían expulsado a los antiguos burócratas pro-Batista en 1959. Durante 1960 estos líderes fueron expulsados arbitraria y antidemocráticamente y remplazados por unos nuevos líderes, de origen principalmente estalinista, serviles al gobierno. Seguidamente la estructura del movimiento sindical fue transformada para eliminar la autonomía de los sindicatos únicos, llevando el control centralizado a las manos de un pequeño grupo burocrático.

10. Desde la invasión del 17 de abril ha existido una verdadera intensificación y aceleración de la tendencia hacia la burocratización y autoritarismo. La mayoría de las cooperativas agrícolas, teóricamente controladas por sus miembros campesinos han sido transformadas en “granjas del pueblo” bajo la administración centralizada del estado. Los intentos de control obrero sobre la industria, los “comités de ayuda técnica”, han sido abandonados a la inactividad. La línea de conducta del gobierno, representada por Che Guevara, se opone específicamente al control obrero y asigna a los sindicatos cubanos el exclusivo papel de aumentar la producción sin defender los intereses de clase específicos de los obreros.

11. A medida que el régimen cubano desarrolla sus estructuras políticas éstas tienden así mismo a ser burocráticas y autoritarias. Después del 17 de abril, camuflados con frases sobre “la revolución socialista”, se ha desarrollado el sistema de partido único a través del amalgamiento del resto de los grupos políticos para formar las “Organizaciones Revolucionarias Integradas”. El aparato estalinista del previo “Partido Socialista Popular” juega un papel importante en la ORI, que fue representado en el reciente “Congreso Nacional de Producción” por el veterano dirigente estalinista Carlos Rafael Rodríguez.

12. Lejos de garantizar la libertad de palabra a todas las tendencias que apoyaban la revolución, el gobierno cubano desde el 17 de abril ha empezado a llevar a cabo enormes represiones. La más importante ha sido la supresión del periódico trotskista “Voz Proletaria” y el libro “La Revolución Permanente” de León Trotsky. Se ha impuesto la censura política a películas, y la publicación cultural independiente “Lunes” ha sido eliminada. Los arrestos arbitrarios, las largas detenciones sin cargos de socialistas revolucionarios norteamericanos indican llamativamente la existencia de un aparato secreto policíaco extremadamente bien establecido, libre de frenos legales o democráticos.

Estado obrero deformado

13. Tomado en su conjunto el proceso que se está desarrollando hoy en Cuba es el de formación de un estado obrero deformado – esto es, la creación de una sociedad como aquellas que existen en la Unión Soviética, Europa Oriental y China. Al disminuir la influencia de la clase obrera en la revolución, al limitar el atractivo de la revolución para obreros de otras tierras, al tener la tendencia de dar el poder a una burocracia incontrolable, y al someter el futuro de Cuba a la diplomacia contrarrevolucionaria del Kremlin, este proceso hace surgir el peligro de la restauración del capitalismo en Cuba. Sin embargo, esto no significa que en la Cuba de hoy el aparato burocrático esté tan consolidado o sea tan dominante como en los países del bloque soviético. La movilización democrática de las masas y la participación en la revolución de los obreros y campesinos han sido tan importantes y han llegado tan lejos, que se encuentra una fuerte resistencia a todos los niveles en contra del proceso de burocratización.

Democracia obrera

14. Los obreros y campesinos cubanos se enfrentan hoy en día a una doble tarea: defender su revolución contra los ataques de los EE.UU. y de los contrarrevolucionarios nativos, y derrotar e invertir las tendencias hacia la degeneración burocrática de la revolución. Para llevar a cabo está tarea necesitan crucialmente del establecimiento de la democracia obrera.

15. La democracia obrera, para nosotros, significa que todos los oficiales administrativos y estatales son elegidos por, y son responsables ante las masas trabajadoras, de la ciudad y el campo a través de instituciones representativas de gobierno democrático. Los mejores modelos históricos de tales instituciones fueron los sovietsde la Revolución Rusa de 1917 y los Consejos Obreros de la Revolución Húngara de 1956. Los obreros y campesinos cubanos pueden, sin duda alguna, desarrollar sus propias variantes originales de estas formas. Hay solamente un atributo sin el cual ninguna forma democrática no es sino una pretensión y una burla: debe existir una completa libertad de expresión y organización para todos los grupos políticos y tendencias que dan apoyo a la revolución, sin que haya ninguna concesión al monolitismo estalinista del sistema de partido único.

Partido revolucionario

16. La victoria completa de toda revolución moderna, la Revolución Cubana inclusive, requiere el surgimiento de un partido revolucionario de masas en el puesto dirigente. Los pequeños grupos trotskistas, en Cuba y en otras partes, tienen un papel vital como núcleos de tales partidos. Ellos pueden ejercer este papel si continúan preservando su independencia política y su capacidad de acción, y si evitan el peligro de ceder sus responsabilidades ideológicas y la misión histórica de la clase obrera a líderes no marxistas y no proletarios.

Defendamos la revolución

17. En su relación con la revolución cubana la YSA, como todo grupo revolucionario, tiene dos tareas principales:

(a) realizar el máximo esfuerzo para defender la revolución cubana no sólo contra los ataques militares y de toda otra índole del imperialismo de los EE.UU., sino también contra los ataques políticos de los agentes social-demócratas del imperialismo.

(b) luchar por el desarrollo y la extensión de la Revolución Cubana y en contra de los intentos del estalinismo contrarrevolucionario para corromper la revolución desde dentro. Nosotros buscamos el impulsar hacia delante este desarrollo y esta extensión tanto dando apoyo a las acciones revolucionarias de la dirección existente como criticando constructivamente, de una manera abierta y franca, los errores y las insuficiencias de la dirección. Para desarrollar la Revolución Cubana y extenderla a todo el hemisferio nos basamos sobre la imperiosa necesidad de establecer la democracia obrera y de formar un partido de masas del marxismo revolucionario.

James P. Cannon sobre “pablismo”

James P. Cannon sobre “pablismo”

[Una sección del discurso de James P. Cannon al pleno del Comité Central del Socialist Workers Party (Partido de los Trabajadores Socialistas) de los EE.UU. en 3 de noviembre de 1953.]

La dirección es el problema por resolver de la clase obrera de todo el mundo. El único obstáculo entre la clase obrera del mundo y el socialismo es el problema por resolver de la dirección. Eso es lo que significa “la cuestión del partido”. Eso es lo que el Programa de transición quiere decir cuando declara que la crisis del movimiento obrero es la crisis de la dirección. Eso significa que hasta que la clase obrera resuelva el problema de crear el partido revolucionario, la expresión consciente del proceso histórico que pueda dirigir a las masas en lucha, la cuestión seguirá sin resolverse. Es la cuestión más importante de todas: la cuestión del partido.

Y si nuestra ruptura con el pablismo -como lo vemos ahora claramente- se reduce a un solo punto y se concentra en un solo punto, es ese: la cuestión del partido. Eso nos parece claro ahora que hemos visto el desarrollo del pablismo en acción. La esencia del revisionismo pablista es el echar abajo aquella parte del trotskismo que es hoy su parte más vital: el concepto de la crisis de la humanidad como la crisis de la dirección del movimiento obrero resumida en la cuestión del partido.

El pablismo no sólo aspira a echar abajo al trotskismo, sino que aspira a echar abajo aquella parte del trotskismo que Trotsky aprendió de Lenin. La mayor contribución de Lenin a su época entera fue su idea y su lucha resuelta por construir un partido de vanguardia capaz de dirigir a los obreros en la revolución. Y no limitó su teoría a los confines del tiempo de su propia actividad. Fue hacia atrás hasta 1871, y dijo que el factor decisivo en la derrota de la primera revolución proletaria, la Comuna de París, fue la ausencia de un partido de la vanguardia marxista revolucionaria, capaz de dar al movimiento de masas un programa consciente y una dirección resuelta. Y lo que convirtió a Trotsky en leninista fue su aceptación de esta parte de Lenin en 1917.

Esto está inscrito en el Programa de transición, ese concepto leninista del papel decisivo del partido revolucionario. Y eso es lo que los pablistas están tirando por la borda, en favor del concepto de que las ideas de algún modo se van a filtrar dentro de la burocracia traidora, los estalinistas o los reformistas, y de alguna u otra manera, “en el día del cometa”, la revolución socialista se realizará y se llevará a su conclusión sin un partido marxista revolucionario, es decir leninista-trotskista. Esa es la esencia del pablismo. El pablismo es la sustitución de un partido y un programa por un culto y una revelación.

¿Pedimos de la burguesía que proscriba al fascismo?

¿Pedimos de la burguesía que proscriba al fascismo?

[Originalmente publicado en Workers Vanguard no. 27, 17 de agosto de 1973. Traducido en Cuadernos Marxistas No. 3.]

En el artículo “Falla un golpe de las derechas en Chile” se pide “la proscripción y el desarme de todas las organizaciones fascistas”. La línea política general del artículo es claramente una de lucha de clases sin compromisos, reclamando la distribución de armas a los obreros; la formación de milicias obreras basadas en los sindicatos; la abolición del ejército oficial y el cuerpo de oficiales y la organización de las tropas en comités de soldados aliados a los sindicatos; la formación de un comité central de las milicias obreras, los consejos de soldados y las organizaciones obreras (sindicatos y partidos). Sin embargo, aún en este contexto pedir al estado burgués(aún con un gobierno de frente popular como el de Allende) qué proscriba y desarme a los fascistas es sembrar ilusiones en las masas. Solamente la clase obrera puede aplastar el fascismo, a través de la revolución proletaria. El fascismo es otra forma de gobierno del capitalismo del que echa mano la burguesía si otras formas más democráticas se demuestran incapaces de reprimir al movimiento obrero. Por lo tanto los sectores decisivos de la clase capitalista no pueden permitir a su gobierno que elimine esta arma crucial en potencia.

Aunque el ex-trotskista Socialist Workers Party se concentró durante las recientes demostraciones en defensa de la Ligue Communiste en el eslogan “a la cárcel los fascistas, no la Ligue”, Trotsky mismo rechazó tales consignas que fueron elevadas por los estalinistas en Francia. Cuando Cachin, un líder del PC, exhortó a un bloque con los radicales socialistas de Daladier en 1934, uno de sus argumentos era que los radicales habían pedido el desarme de los fascistas. Trotsky replicó:

“Ciertamente, los radicales se declararan en favor de desarmar a todo el mundo-incluyendo las organizaciones obreras. Ciertamente, en las manos de un estado bonapartista; una medida semejante sería dirigida especialmente contra los obreros. Ciertamente, los ‘desarmados’ fascistas recibirían en el futuro sus armas, no sin la ayuda de la policía”

— “¿Adónde va Francia?”, noviembre de 1934

Trotsky contrapuso el desarme de los fascistas por las milicias obreras. En un sentido programático trató de la cuestión en la tesis “La guerra y la Cuarta Internacional” (1934) que declaraba:

“Volverse hacia el estado, esto es, al capital, con la demanda de que desarme a los fascistas significa sembrar las peores ilusiones democráticas, adormecer la vigilancia del proletariado, desmoralizar su voluntad.”

En un sentido más inmediato, el pedir al estado burgués que desarme y proscriba a los fascistas es una invitación a la burguesía a que apruebe leyes que proscriban a “grupos armados extra-legales tanto de la izquierda como de la derecha”. Una ley semejante fue promulgada en Francia durante el período del frente popular de 1936-38 y fue utilizada exclusivamente en contra de los trotskistas. Allende apoya un decreto similar hoy, y aunque el lenguaje suene imparcial, si se implementa con efectividad colocaría armas sólo en las manos del ejército burgués, dejando la clase obrera totalmente desarmada; y en la práctica se está utilizando exclusivamente contra los sindicatos y las organizaciones obreras, mientras que las organizaciones fascistas como Patria y Libertad continúan asando armas en cantidades ingentes.

Cuba exporta la traición estalinista

Lugarteniente del Kremlin en África

Cuba exporta la traición estalinista

Traducido de Workers Vanguard No. 219, 17 de noviembre de 1978. Esta versión fue impresa en Spartacist en español No. 07, junio de 1979.

“La derrota del imperialismo en Angola es el golpe más fuerte por él sufrido en Occidente en toda la historia”, dijo el conocido novelista colombiano Gabriel García Márquez, dándoles el mérito a los dirigentes cubanos, a quienes elogió por “la velocidad y tranquilidad con que actuaron, dándose perfecta cuenta de las consecuencias”. Aun permitiendo la exageración literaria, la evaluación histórica es desproporcionada. Pero el entusiasmo de García Márquez por la “misión revolucionaria” de Castro en África es característico de toda una gama de izquierdistas, en búsqueda de una causa popular desde la terminación de la guerra de Vietnam.

Aunque esta reacción era más bien típica de los nacionalistas “tercermundistas” y los filoestalinistas, también se manifestó entre aquellos que reclaman la herencia revolucionaria del trotskismo. Entre los dirigentes del mal llamado “Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional” (SU) de Ernest Mandel, el más atrevido fue el locuaz guerrillero de salón Livio Maitan quien proclamó que “el compromiso decisivo de Cuba con una crucial batalla antiimperialista tiene pocos precedentes en la historia de décadas pasadas…” (Inprecor, 18 de marzo de 1976).

Pero aún el ala, socialdemócrata y reformista del SU, encabezada por el Socialist Workers Party (SWP) de los Estados Unidos, corrió al lado de Castro. En las páginas centrales del Militant del 28 de julio de 1978, la introducción a un importante artículo por el veterano dirigente del SWP Joe Hansen —“Cuba y África”— declaraba que algo que no había cambiado durante los 20 años transcurridos desde la Revolución Cubana era “el apoyo de la dirección castrista a las luchas antiimperialistas alrededor del mundo.”

El artículo de Hansen sirve hoy día de introducción a un libro recopilando sus escritos sobre Cuba. Dynamics of the Cuban Revolution (New York, Pathfinder Press, 1978). Aquí Hansen caracteriza el último giro en la política exterior de Castro como una confirmación impresionante de su caracterización ya consagrada (tanto por él como el SU) de Cuba como un estado obrero sano y no estalinista, y de Castro como un marxista revolucionario. Hansen hace la pregunta:

“¿Qué demuestra la creciente influencia de La Habana en los asuntos africanos acerca del estado actual de la Revolución Cubana? ¿Se ha enquistado una casta parásita en Cuba? ¿Se ha degenerado la revolución hasta el punto de que hoy deba decirse que un régimen estalinista ha usurpado el poder? ¿Juzgando a posteriori debe reconocerse ahora que la Revolución Cubana tuvo una dirección estalinista desde el comienzo? ¿O es que los nuevos sucesos indican otra cosa, la continuación de una política de extender la revolución internacionalmente, de esta manera yendo en contra de la política estalinista de ‘coexistencia pacífica’ con las potencias imperialistas y el sistema capitalista?”

Su respuesta:

“Pero en África, las actividades cubanas han aumentado considerablemente la instabilidad a costa de las potencias imperialistas. Castro ha seguido un camino que cerraba, en vez de invitar, la posibilidad de un arreglo con el imperialismo norteamericano. Este solo hecho es prueba decisiva contra la aseveración de que los eventos en África significan que una casta burocrática endurecida se ha apoderado de Cuba.”

Algunos de los argumentos de Hansen son francamente ridículos, como su intento de atribuirle a Castro una independencia de iniciativa en África alegando que el Kremlin podría haber utilizado mejor letones, polacos o checos, siendo que “Cuba queda más distante del escenario”. Otros son descaradamente antimarxistas, como su “crítica fraternal” instando a Castro y Cía. a “ir hasta el final” en vez de limitar la política externa cubana al “antiimperialismo”:

“Los cubanos parecen estar principalmente interesados en reforzar los aspectos antiimperialistas de los trastornos en estas zonas [Angola y Etiopía]. Pero hacer caso omiso de la lucha por las metas socialistas sólo puede ser contraproducente.”

Esta distinción absoluta entre las metas antiimperialistas y socialistas es una expresión directa del desacreditado dogma estalinista de “revolución por etapas”. La teoría trotskista de la revolución permanente sostiene que en la época actual la lucha contra el imperialismo es imposible sin desafiar directamente el dominio capitalista.

Para poder proclamar que sus análisis a comienzos de los 60 habían resistido la prueba del tiempo, Hansen se ve obligado a falsificar abiertamente las posiciones anteriores del SU. De acuerdo con el “abandono del guerrillerismo” por el SWP a partir de 1969 (recientemente compartido por la mayoría mandelista del SU), en su introducción Hansen critica la línea guevarista de guerra de guerrillas a escala continental por “basarse en una apreciación equivocada de la experiencia cubana y las posibilidades de su repetición”:

“La conclusión general a sacar de este viraje es que para conducir la lucha por el socialismo se necesitan medios más efectivos que una simple banda guerrillera.”

Pero allá en 1963, cuando la primera ola de entusiasmo radical pequeñoburgués por el castrismo, el SU se fundó sobre la base del apoyo al guerrillerismo. Una de las principales lecciones a sacar de las experiencias china y cubana, escribió el SWP en el documento de fundación del SU, es que “la guerra de guerrillas conducida por campesinos sin tierra y fuerzas semiproletarias… puede jugar un papel decisivo en socavar y precipitar la caída de un poder colonial o semicolonial” (“Por la pronta reunificación del movimiento trotskista mundial”). Otro documento del congreso de reunificación del SU hablaba de la posibilidad de “tomar el poder aún con un instrumento desafilado” en los países atrasados.

Esta revisión de la historia no es casual, ya que para presentar la política exterior de Castro como “antiimperialista” el SU ha deformado y disimulado sistemáticamente la verdadera política de La Habana. Así, para responder a la apología “trotskista” del castrismo por Joseph Hansen, es necesario examinar los hechos. El primer período de 1961 a 1965 se analiza en nuestro artículo, “Castro en busca de la distensión hemisférica” (en este número). Aquí, al repasar el zigzagueo de la política exterior cubana desde el “periodo heroico” del guevarismo a mediados de los 60, mostraremos que a pesar de un matiz a menudo más militante, consecuencia de su condición de isla asediada, la política castrista siempre ha sido fundamentalmente nacionalista, circunscrita (cuando no dictada directamente) por la política de distensión de sus hermanos mayores de la burocracia del Kremlin.

De la Tricontinental a la OLAS

Hansen alega que en los primeros años el gobierno cubano apoyó “tanto política como materialmente” los intentos de extender la lucha guerrillera revolucionaria a lo largo y ancho de América Latina, culminando en la conferencia de la OLAS de 1967. Otros dirigentes del SU han alabado en forma similar las tesis de Guevara sobre una revolución continental:

“… este concepto, que es esencialmente trotskista y contrapuesto a la falsa teoría del ‘socialismo en un solo país’, ha sido adoptado por la dirección fidelista de la Revolución Cubana. El llamamiento en la Segunda Declaración de La Habana y la resolución del Congreso Tricontinental [1966] instando a las masas latinoamericanas a tomar el poder político son ejemplos de esto.”

— Hugo González Moscoso, “The Cuban Revolution and its Lessons”, en Ernest Mandel, Fifty Years of Revolutions, 1917-1967

Para comenzar,  las tesis de la Tricontinental no respaldan la revolución permanente como tampoco lo hizo la “Segunda Declaración de La Habana” con su llamado a la unidad con “las capas más progresistas de la burguesía”.

Las consignas más “avanzadas” en la declaración general de la Conferencia Tricontinental eran:

“… el derecho al control nacional de los recursos básicos a la nacionalización de los bancos y las empresas vitales, al control estatal del comercio exterior y del cambio, al crecimiento del sector público, a la reconsideración y repudio de las deudas espurias y antinacionales… a la realización de una verdadera reforma agraria que elimine la propiedad feudal y semifeudal…”

Tricontinental No. 3, noviembre-diciembre de 1967

No hay absolutamente nada en esta declaración que “socialistas africanos”, generales nacionalistas latinoamericanos u otros populistas y demagogos “tercermundistas” no pudieran aprobar —y buen número de ellos firmaron, entre ellos Sékou Toure de Guinea y Cheddi Jagan de Guayana. Entre los participantes de la conferencia también se incluyó varios de los partidos comunistas más derechistas de América Latina, y por un voto de 31 a 9 se respaldó la línea soviética de “coexistencia pacífica” (Adolfo Gilly, “A Conference Without Glory and Without Program”, Monthly Review, abril de 1966).

La afirmación más dramática del carácter estalinista de la dirección cubana en la Conferencia Tricontinental fue el ataque virulento de Castro al trotskismo. Su invectiva se dirigió contra la tendencia posadista —una escisión histérica del SU que después de década y media de una existencia marginal se ha fracturado y disuelto en los límites oscuros de la izquierda latinoamericana— denunciando la aseveración posadista de que Castro había aplastado una fracción guevarista y “eliminado” al “Che”. El “jefe máximo” sacó las viejas calumnias de que los trotskistas “están al servicio del imperialismo yanqui, igual que la Cuarta Internacional”. Y atacó virulentamente al MR-13 guatemalteco, que tenía vínculos con los posadistas y llamaron a la revolución socialista, mientras elogió a su rival, las FAR, orientadas por los estalinistas guatemaltecos, quienes sólo se pronunciaron por la revolución “democrática”.

La respuesta de Hansen (“Adolfo Gilly, Fidel Castro and the Fourth International”, reproducido en Dynamics of the Cuban Revolution) fue regañar amablemente a Castro por “repetir” calumnias estalinistas, expresando la esperanza de que su ataque al trotskismo fuera tan sólo “un episódico paso atrás”, y gastando la mayor parte del artículo ajustando cuentas con los posadistas, entre otras cosas por la insistencia de estos de que Cuba apoyaba la coexistencia pacífica estilo Kremlin. (A comienzos de los años 60, cuando Castro encarceló a los trotskistas cubanos y se destrozaron en la imprenta las planchas para el libro de Trotsky, La revolución traicionada, Hansen y Cía. mantuvieron un silencio criminal.) Solamente cuando el estalinista de vieja guardia Blas Roca (el “Earl Browder cubano”) se sumó a la campaña difamatoria antitrotskista es que Hansen por fin abrió fuego, pero aún entonces lo hizo con mucha cautela para evitar que sus comentarios pudieran interpretarse como un ataque al “equipo de Castro”, que por supuesto incluía a los Blas Roca.

De la Tricontinental emergieron dos organizaciones internacionales dirigidas por Cuba: la Organización de Solidaridad de los Pueblos de África, Asia y América Latina (OSPAAL) y la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS). Pronto se vio que la OSPAAL había nacido muerta y no hizo nada más que publicar su revista. Pero los cubanos al principio hicieron un esfuerzo de construir la OLAS, incluso formando comités nacionales. (El presidente del comité chileno de la OLAS fue Salvador Allende.) También se llevó a cabo una conferencia en 1967 aclamado por Hansen como “una realización alentadora y un paso hacia la revolución mundial.” Dos años más tarde, un congreso del seudotrotskista SU votó que su trabajo latinoamericano se basaría sobre todo en: “integrarse en la corriente revolucionaria histórica representada por la revolución cubana y la OLAS” (“Resolution on Latin America”, Intercontinental Press, 14 de julio de 1969).

Por esa época Hansen ya se había distanciado del guerrillerismo guevarista y se opuso a la resolución de la mayoría mandelista. Pero no fue esa la posición que él defendió en 1967. En un informe entusiasta (“The OLAS Conference: Tactics and Strategy of a Continental Revolution”, que también se incluye en el libro de Hansen), trató de congraciarse con Castro al “explicar” la andanada antitrotskista de éste en la Tricontinental. De acuerdo con la repugnante apología por el dirigente del SWP, ésta “fue interpretada por todos los elementos de vanguardia con algún conocimiento real del movimiento trotskista como una posible identificación equivocada del trotskismo con la extraña secta de Posadas o, en el peor de los casos, un simple eco tardío de las viejas calumnias estalinistas, cuyo propósito quedaba completamente oscuro.” Procedió a embellecer a la conferencia misma:

“… el significado político de la conferencia de la OLAS está totalmente claro. Marcó la diferenciación fundamental entre la Revolución Cubana y los viejos partidos comunistas y su política colaboracionista de clases.”

Para justificar esta interpretación, exageró el ataque de Castro al Partido Comunista venezolano. Convirtiéndolo en una ruptura con “todos los PC derechistas”. En primer lugar. Castro no rompió con todos los PC derechistas: con la excepción de los PC de Argentina y Brasil, todos los demás partidos pro-Moscú de América Latina asistieron a la conferencia de la OLAS. Y en cuanto al delito de los venezolanos, el líder cubano solamente les exigió que volvieran a sus posiciones de 1962-65, de apoyo a la guerrilla del MIR.

Luego Hansen postula que “Así la cuestión de la lucha armada fue considerada en la conferencia de la OLAS como la línea divisoria decisiva separando a los revolucionarios de los reformistas a escala continental. En este sentido recordaba la tradición bolchevique.” ¡Tonterías! Los bolcheviques consideraban a los narodniki y anarquistas rusos (quienes ciertamente creían en “la lucha armada”) como “liberales disfrazados”. Y un sinnúmero de movimientos populistas, nacionalistas y reformistas han estado dispuestos en determinadas circunstancias a embarcarse en la guerra de guerrillas. ¡El mismo J.V. Stalin no se distinguía precisamente por su reticencia a “empuñar el fusil”! La argumentación de Hansen es simple y llanamente contrabando Mao-castrista, una disculpa para el estalinismo “tercermundista”.

Bolivia-Praga: Castro gira a la derecha

Más aun, poco después de la conferencia de la OLAS el mismo régimen cubano bajó las armas, aunque fuera temporalmente. La catastrófica aventura del “Che” Guevara en Bolivia, aunque testimonia la dedicación del valeroso destacamento vilmente asesinado por la CIA y sus lacayos bolivianos, constituyó un fiasco político-militar desde todo punto de vista. En un emotivo discurso ante una multitud reunida en la Plaza de la Revolución, Castro responsabilizó al PC boliviano por no haber suministrado el respaldo prometido. Pero fue la dirección cubana la que decidió apoyarse en los agentes bolivianos del Kremlin —quienes sólo cumplieron con su papel de siempre— del mismo modo que constituyó las conferencias de la Tricontinental y de la OLAS sobre la base de la participación de los PC latinoamericanos, y rompió rotundamente con el grupo guerrillero guatemalteco MR-13 por su negativa a aceptar la dominación estalinista.

Tomada en conjunto con la aniquilación de los grupos guerrilleros castristas y maoístas en el Perú, así como la situación difícil de las FALN venezolanas y las FAR guatemaltecas, era evidente, aún para torpes empiristas que toda la estrategia guevarista de la guerrilla campesina era un fracaso. (Esta comprensión, sin embargo, no se extendió al SU cuyos apetitos seguidistas son tan fuertes como para cegarlos, no sólo a los principios marxistas sino también a los meros hechos. En 1969 proclamaron a la guerra de guerrillas rural como eje de las luchas, en América Latina por todo un período; cuando no ocurrió ni una sola de tales luchas, concluyeron en 1974 que “la lucha armada” debería incluir también a las guerrillas urbanas; y cuando éstas a su vez desaparecieron, en 1977 concluyen que habían malinterpretado el ritmo de los eventos. ¡Qué perspicacia! Aparentemente el régimen cubano concluyó que los masivos programas de contrainsurgencia del Pentágono y de la CIA habían dado resultado, y consecuentemente suprimió el exiguo suministro de armas a las aisladas bandas de sus partidarios perdidos en las faldas de los Andes.

Aún bajo una presión considerable por parte del coloso imperialista yanqui del norte (Castro una vez remarcó que los políticos norteamericanos se ponen histéricos porque Cuba está a solo 90 millas de Florida; deberían apreciar, dijo, como se sentía él con el estado imperialista más poderoso del mundo a escasas 90 millas de La Habana), los cubanos aparentemente decidieron mejorar sus relaciones con Moscú a cambio de un incremento en la ayuda militar y económica. Así, cuando el 23 de agosto de 1968 los tanques soviéticos entraron a Praga, Castro hizo un importante discurso radiodifundido para apoyar la invasión del Kremlin a Checoslovaquia. Su discurso fue una ducha fría para muchos castristas latinoamericanos y debió haber remecido aún al SU. Pero tanto se habían acostumbrado estos ex-trotskistas a excusar lo inexcusable que Joe Hansen escribió un largo artículo (“Fidel Castro and the Events in Czechoslovakia”, reproducido en su libro) en el cual “lamenta” de paso que Castro no haya visto la invasión checa como uno de los peores crímenes del Kremlin… ¡y a continuación dedica páginas enteras a elogiar las críticas de Castro a la coexistencia pacífica!

Salvo la introducción, el artículo más reciente en Dynamics of the Cuban Revolution data de 1970. De esa manera, más de media década de la política exterior cubana ni siquiera se menciona en el libro de Hansen. No es casual que éste sea el período en que fueron cometidos algunos de los más notorios actos oportunistas de Castro, traiciones que al SU le gustaría escamotear. Durante este tiempo Castro se acercó a cuanto populista aun medianamente nacionalista hubo en América Latina, con preferencia especial por los regímenes militares, alabando sus credenciales “revolucionarias” y “antiimperialistas”. Entretanto, los guerrilleros restantes fueron abandonados a su suerte. Douglas Bravo, dirigente de las FALN venezolanas, al romper con La Habana en 1970 denunció a los cubanos por “concentrarse exclusivamente en fortalecer su economía, suspendiendo toda ayuda a los movimientos revolucionarios latinoamericanos” (Le Monde, 15 de enero de 1970).

El gobierno peruano del General Juan Velasco Alvarado fue el favorito de Castro durante los primeros años de esta década. En 1969 saludó a la junta militar izquierdista en Lima como un “fenómeno nuevo”, es decir, “un grupo de oficiales progresistas jugando un papel revolucionario” (citado por Carmelo Mesa-Lago, Cuba in the 1970’s: Pragmatism and Institutionalization, 1974]). Otro de estos “progresistas pistoleros” fue el General Omar Torrijos del Panamá, que el año pasado hizo sensación al negociar con Jimmy Carter un nuevo tratado sobre el Canal de Panamá, permitiendo a los Estados Unidos mantener el control de la Zona del Canal hasta el año 2000, y otorgándole a partir de entonces un derecho ilimitado de invasión siempre y cuando afirme la existencia de una amenaza contra las operaciones del canal. Además de hacer pasar por revolucionario a este bonaparte entrenado en el ejército estadounidense, Castro le aconsejó a Torrijos tener paciencia, recordándole que los EE.UU. aún controlaba la base naval de Guantánamo y añadiendo, “no tenemos prisa” en recuperarla (New York Times, 13 de enero de 1976).

En otras partes del Caribe, los cubanos han estado cortejando al primer ministro jamaicano Michael Manley. Manley acompañó a Castro a la conferencia de países “no alineados” en Argelia en 1973, apoyó la intervención cubana contra el ataque imperialista de Sudáfrica y la CIA en Angola, y según informes tiene unidades policiales pretorianas entrenadas por La Habana (véase “Political Gang Warfare Escalates in Jamaica,” WV No. 118, 16 de julio de 1976). Y para demostrar que “lo pasado, pasado está”, en los últimos dos años Cuba ha mantenido relaciones de las más amistosas con el primer ministro de Guayana, Forbes Burnham. Este es el mismo individuo que en 1964 desalojó del poder al amigo de Castro, Cheddi Jagan ¡con la ayuda de la CIA!

Pero la mayor traición de todas fue el apoyo político dado por el dirigente cubano al gobierno de la Unidad Popular (UP) de Salvador Allende en Chile. Los dirigentes del SU bañaron en alabanzas a Castro por su denuncia en 1967, del PC venezolano que propiciaba una “vía pacífica” de la revolución; pero cuando tres años más tarde e frente popular chileno llegó al gobierno a través de las urnas, el protagonista histórico de la guerra de guerrillas no pronunció sino elogios a la UP de Allende. En electo cuando Castro visitó a Chile en noviembre de 1971 dijo en un discurso ante la federación sindical CUT: “… nunca hubo contradicción alguna entre los conceptos de la revolución cubana y el camino seguido por el movimiento de izquierda y los partidos obreros en Chile” (Fidel in Chile [1972]). Castro habría expresado críticas “confidenciales” a Allende sobre la falta de movilización de las masas, pero mientras tanto el gobierno frentepopulista, públicamente aclamado por el líder cubano, iba desarmando políticamente a los trabajadores al solicitarles depositar su confianza en el ejército “constitucionalista” y la burguesía “democrática”. El saldo de esta traición: más de 30.000 muertos, 500.000 exilados, una oportunidad revolucionaria aplastada.

Cuba en África

En forma similar a China durante el período anterior al giro en la política exterior de Nixon en 1971, los gobernantes del estado obrero deformado cubano han seguido una política exterior relativamente más agresiva que la de sus mentores del Kremlin, sin dejar de basarse en las estrechas consideraciones nacionalistas de toda burocracia estalinista. “Reformismo bajo el fusil”, lo calificábamos en el caso de los maoístas. Y cuando se presentó una oportunidad de recuperar la aureola de la combatividad revolucionaria y al mismo tiempo hacerle un favor a Brezhnev, Castro y Cía. la aprovecharon en seguida. La coyuntura fue la batalla por Angola a partir de la terminación del dominio colonial portugués a fines de 1975.

Es el nuevo papel de Cuba en África lo que ha motivado los panegíricos de todos los cansados izquierdistas de ayer, ahora personas respetables pero aún dispuestas a apoyar una causa buena. Mientras Washington discute si Castro es un simple peón de los rusos, los seudo marxistas hacen lo mismo. El novelista Gabriel García Márquez, quien cuando se aventura en política se muestra un servil adulador de “Fidel”, ha publicado una extensa entrevista con su “comandante supremo” en la que describe cómo Cuba decidió, independientemente, ayudar al MPLA angoleño contra el asalto de Sudáfrica y la CIA. Hansen también concluye que “el régimen de Castro ejerció cierta iniciativa al introducir la influencia cubana…” Quizás sí, pero obviamente no pudo haber actuado sin el visto bueno soviético (todo el armamento y gran parte del transporte de las tropas cubanas a Angola y Etiopía fueron suministrados por los rusos).

Para apoyar su premisa de que Cuba es un estado obrero no burocratizado con una dirección revolucionaria (aunque tal vez un poco torpe; se olvidan de que Castro ha sido un “trotskista inconsciente” durante casi 20 años, de acuerdo con el SU), Hansen trata de argumentar que la política de Castro consiste en “extender la revolución internacionalmente, oponiéndose de esa forma a la política estalinista de ‘coexistencia pacífica’ con las potencias imperialistas…”.Aquí sí que ha metido la pata pues los cubanos sostienen con insistencia que su política en África cabe dentro del marco de la distensión. Por cierto, en el primer (¡!) congreso del Partido Comunista de Cuba, celebrado en diciembre de 1975 mientras los combates en Angola se libraban con toda fuerza y miles de soldados cubanos se encontraban a bordo de transportes en medio del Atlántico, la dirección castrista se pronunció formalmente por la distensión como política oficial del partido.

¿Por qué se muestra el SWP tan interesado en apoyar las aventuras cubanas en África? Sin duda hay varios motivos. Uno se desprende de la curiosa observación de Hansen: “Un nuevo aspecto de esta intervención es su legalidad… En respuesta al llamamiento [del MPLA], los cubanos actuaron de acuerdo con la ley internacional.” Contrariamente a la afirmación de Hansen antes citada, un importante sector de la burguesía norteamericana vio la influencia cubana como una fuerza estabilizadora en África. No deseando atar los intereses estadounidenses al destino del condenado régimen rodesiano ni a la odiada Sudáfrica, vieron en las tropas cubanas un factor que impedía una guerra civil sangrienta e inconclusa en Angola y refrenaba al voluble demagogo Mengistu en Etiopía. Así, el embajador norteamericano ante las Naciones Unidas, Andrew Young, declaró, en una entrevista televisada que “en un sentido los cubanos introducen cierta estabilidad y orden en Angola” (New York Times, 3 de febrero de 1977). Hansen tiene presente los tiempos cuando el SWP formó un bloque político sobre Vietnam con el ala derrotista del Partido Demócrata.

Ciertamente otro motivo es ocultar su infame neutralidad en el momento de la invasión sudafricana contra Angola en 1975-76. En ese entonces el SWP rehusó tomar partido por el MPLA, respaldado por la URSS-Cuba, contra el FNLA financiado por la CIA y el UNITA ayudado por Sudáfrica. En un informe al Comité Nacional del SWP publicado en el Militant del 23 de enero de 1976 (Sudáfrica lanzó la invasión a finales de octubre de 1975), Tony Thomas conjeturaba:

“Si la intervención imperialista aumenta, como parece altamente probable podríamos, por razones tácticas, decidirnos a favorecer la victoria de uno u otro de los grupos, pero por supuesto sin darle ningún respaldo político.”

En realidad, el SWP nunca llegó a ajustar su línea durante los combates, provocando cierto escándalo dentro del SU.

Los ex-socios latinoamericanos de Hansen (en la lucha fraccional de casi diez años dentro del SU), dirigidos por el camaleón Nahuel Moreno, condenaron al SWP por no haber apoyado al MPLA en este momento crucial y luego haber tratado de tergiversar los hechos para encubrir su posición. El SWP llegó a publicar una “versión final corregida” del informe de Thomas al Comité Nacional (en el libro Angola: The Hidden History of Washington’s War [1976]) en la cual omitieron sus apologías al FNLA y UNITA y añadieron, ex post, su línea revisada de que la invasión imperialista cambió el carácter de la guerra. Después de este escamoteo se atrevieron a publicar un documento interno deshonesto (Doug Jenness y Tony Thomas, “The SWP’s Policy in Relation to Angola: ‘Historic Error’ or a Record to Be Proud Of?”, SWP Discussion Bulletin, 1971) pretendiendo indignarse por la acusación morenista.

Últimamente el SWP fue criticado por la ex-mayoría mandelista (ahora formalmente disuelta, pero aun contando con su propia publicación internacional), que después de ocho años como castristas ligeramente disfrazados de repente descubre unas críticas “trotskistas” de la política exterior cubana en África. El mismo número de Inprecor (21 de septiembre de 1978) que publica una traducción de la introducción de Hansen presenta un contra-artículo del “experto” mandelista en asuntos Africanos Claude Gabriel sobre “El papel de Cuba en África”. Después de fustigar a Cuba por la brutal represión contra la izquierda por parte de sus aliados en Angola y Etiopía (un hecho que Hansen solo menciona de pasada), Gabriel anota:

“Seria, por consiguiente, erróneo concluir mecánicamente que debido a la existencia de conflictos entre Cuba y el imperialismo en África la dirección castrista está fuera del marco de la coexistencia pacífica.”

Los dos ataques a Hansen son, en lo fundamental, racionalizaciones a posteriori. Por su parte, los morenistas son verdaderos expertos en ocultamiento y falsificaciones (conferir sus repetidas autojustificaciones cínicas de su escandaloso apoyo político al gobierno peronista de Argentina en 1974-75) y simplemente quieren un garrote fraccional contra el SWP. Por otro lado, los mandelistas más extremos pasan su gota amarga luego de haberse quemado en su bravuconada guerrillerista.

A diferencia del SWP, cuya capitulación reformista ante los liberales imperialistas los condujo a adoptar una “neutralidad” en favor del FNLA y UNITA durante el asalto imperialista contra Angola en 1975-76, y a diferencia del ala mandelista del SU, que apoyó al MPLA en la riña nacionalista antes de que la invasión sudafricana cambiara el carácter de la guerra civil, la tendencia espartaquista ha mantenido una política principista de independencia política del proletariado con respecto a todos los rivales nacionalistas, a la vez que propugnábamos la victoria militar del MPLA (respaldado por Cuba y la URSS) contra la agresión imperialista (véase “Smash Imperialist Power Play in Angola”. Workers Vanguard No. 84, 14 de noviembre de 1975).

Hansen y Cía. se ven forzados a distorsionar sistemáticamente la política cubana y a reinterpretar solapadamente la propia porque ya hace rato que abandonaron el programa trotskista para ponerse a la cola del estalinismo “tercermundista” y posteriormente de su “propia” burguesía. La tendencia espartaquista ha sido única en sostener que el estado obrero cubano fue, desde sus comienzos, cualitativamente burocráticamente deformado. Aunque una casta burocrática endurecida no se había consolidado al principio, la prepotencia de una dirección bonapartista en la ausencia de formas soviéticas de democracia obrera fue decisiva, como escribimos hace más de 15 años (véase “Hacia el renacimiento de la Cuarta Internacional”, Cuadernos Marxistas No. 1), para determinar el carácter estalinista del régimen de Castro.

Llamando por la defensa combativa de la revolución cubana contra el ataque imperialista, señalábamos al mismo tiempo que la burocracia en vías de consolidación era programáticamente incapaz de dirigir la lucha antiimperialista que a lo largo constituye su única esperanza de victoria: tendrá que ser depuesta a través de una revolución política proletaria. En la medida en que Castro se ha visto cada vez, más enredado en las maniobras globales del Kremlin, abandonando a sus seguidores guerrilleristas, alabando a generales “antiimperialistas” y demás, nuestro análisis marxista se ha visto confirmado una y otra vez. La tentativa de Hansen de inventarle un imaginario papel revolucionario a Castro —cuyas intervenciones en África son simplemente parte del esfuerzo soviético a escala global por ganarse un poco más de espacio para maniobrar dentro del marco de la distensión— es factualmente inexacto, teóricamente fatal y políticamente liquidacionista.

Y no explica la política cubana, ni en África ni en ninguna parte.

“La Pasionaria”: ¿Voz de resistencia o eco de traición?

“La Pasionaria”:
¿Voz de resistencia o eco de traición?

Traducido de Workers Vanguard No. 161, 10 de junio de 1977. Esta versión fue impresa en Spartacist en español No. 5, Octubre de 1977. * Todas las citas seguidas de un asterisco han sido traducidas de una transcripción en inglés o francés, y pueden no coincidir con el original.

El 13 de mayo Dolores Ibárruri, la oradora estalinista conocida como “La Pasionaria”, regresó a España después de 38 años de exilio en la Unión Soviética. Esposa de un minero asturiano, ella durante la guerra civil llegó a ser una dirigente del Partido Comunista Español (PCE); y fue nombrada presidente del partido durante los años de exilio. Su regreso a España ocurre un mes después de la legalización del PCE por el primer ministro Suárez. Ibárruri encabezará las listas del partido en Asturias en las elecciones parlamentarias de junio.

Ibárruri entró al país discretamente. Los militantes del partido recibieron instrucciones de no asistir al aeropuerto de Madrid para celebrar su llegada, y tan pronto como el avión aterrizó, fue trasladada sin ceremonias a un lugar desconocido. De acuerdo con el New York Times del 14 de mayo, el PCE había realizado lo que un representante llamó “un acuerdo de caballeros” con Suárez de no darle una bienvenida tumultuosa que podría “ofender” a los “franquistas atrincherados en la burocracia y el ejército”. Así, igual como durante la Guerra Civil Española los estalinistas lucharon para mantener la “legalidad republicana” (es decir, el orden capitalista), hoy el PCE mantiene la “tranquilidad” de la monarquía franquista “reformada”.

Pero si el PCE ha restado importancia al retornó de Ibárruri la prensa burguesa extranjera le ha puesto en primera plana. El New York Times, por ejemplo, anunció en tono sensacionalista el regreso de “una leyenda comunista viviente”. Estos mismos “demócratas imperialistas” que encabezaron la oposición al envío de armas a la República y luego apoyaron al régimen asesino de Franco por décadas, desean ahora limpiar sus nombres con un gesto vacío de “amnistía” periodística. Así, ahora se muestran hipócritamente nostálgicos por los buenos días del pasado cuando la ardiente voz de “La Pasionaria” era transmitida por altavoces a través de Madrid instando a la resistencia contra los fascistas. Con el retorno de Ibárruri y la legalización del PCE los liberales buscan pulir la imagen de “reforma” de Suárez, gravemente empañada cuando la policía reprimió brutalmente las manifestaciones del Primero de Mayo hiriendo a centenares en todo el país.

Para aquellos que vivieron las angustiosas semanas y meses del sitio de Madrid, y para el proletariado del mundo entero que compartió desde lejos la angustia de los mártires caídos, la memoria de aquella batalla heroica fue y continuará siendo una inspiración a la lucha. Lejos de los trotskistas estaría el denigrar el ardiente grito de desafío de “La Pasionaria”, “¡No pasarán!” Captada para la historia en el documental “Morir en Madrid”, la voz de Ibárruri resonando a través de la capital urgiendo a las mujeres de España a verter aceite hirviendo sobre el ejército invasor franquista no se olvidará. Pero detrás de la imagen de la elocuente “Pasionaria”, ahora tan cuidadosamente cultivada, se encuentra la otra faz de su papel que también debe ser recordada: aquella de verdugo perverso estalinista y rabioso lacayo anticomunista que no desperdició ocasión para calumniar y denunciar a todos aquellos que proclamaban la necesidad de una revolución para ganar la Guerra Civil.

Calumnia y asesinato de obreros barceloneses

Citando al revolucionario campesino mexicano, Emiliano Zapata, Ibárruri gritó en su famoso discurso, “¡Es mejor morir de pie que vivir de rodillas!” No obstante los fascistas pasaron para ahogar a los obreros españoles en ríos de sangre, y fueron los estalinistas quienes les abrieron la puerta. Con su negativa a formar milicias obreras unidas, sus llamadas de confianza en el ejército burgués, bajo los oficiales “leales”, muchos de los cuales pronto pasaron al lado de Franco, entregando ciudades enteras a los fascistas, el PCE preparó al proletariado para la derrota.

Desde el momento inicial de la sublevación del ejército, el Frente Popular, con la participación del Partido Comunista inició su labor de sabotaje de la resistencia obrera. Sólo el día anterior al discurso durante el cual “La Pasionaria” lanzó la consigna “¡No pasarán!” el 17 de julio de 1936 cuando Franco estaba a punto de sublevarse en el Marruecos español, ¡el gobierno del Frente Popular suprimía las noticias de la invasión como excusa para rehusar las demandas de miles de obreros que habían marchado al palacio presidencial a pedir armas! Cuando, aproximadamente un año después, durante las Jornadas de Mayo de 1937, el proletariado de Barcelona intentaba romper las cadenas del gobierno burgués ―que había guardado los fusiles bajo llave y había privado de materiales a las fábricas de municiones― fue únicamente el pequeño grupo trotskista, la sección Bolchevique-Leninista de España, y los “Amigos de Durruti”, anarquistas de izquierda, quienes pelearon hasta el final al lado de los obreros.

En ese tiempo una política revolucionaria habría movilizado las masas de obreros y campesinos en una enorme lucha social contra la explotación capitalista; tal política revolucionaria habría dividido el ejército de Franco en sus componentes de clase y dejado a los generales fascistas sin soldados. Pero el PCE y su componente catalán, el PSUC, leales a la garantía dada por Stalin a sus aliados burgueses del que no habría revolución social en España, se echaron al lado del gobierno para aplastar la sublevación. En su autobiografía escrita 30 años más tarde, Ibárruri trata de minimizar la acción nefasta del PCE en aplastar el levantamiento de Barcelona:

“Durante mis largos años de exilio, muchos camaradas me han preguntado con frecuencia: ¿Pudo el Partido Comunista haber tomado el poder en España? Y si pudo hacerlo, ¿por qué no lo hizo?…

“Si en un momento dado de la guerra, por ejemplo en 1937 cuando el gobierno de Largo Caballero estaba en crisis, ciertas condiciones existieron que habrían permitido la toma del poder, los comunistas no lo hicimos (aunque muchos de nuestros combatientes así lo deseaban) por una razón básica: ni la situación nacional ni la internacional eran favorables para el cambio.” *

― Dolores Ibárruri, They Shall Not Pass!, 1966

En retrospectiva Ibárruri adopta un tono blando. Este es un sonido muy distinto a la infamia y la calumnia que desató en su época contra los obreros revolucionarios y los trotskistas, y que ha sido conservado para la historia en su informe al Comité Central, presentado en Madrid el 23 de mayo de 1938:

“Fueron ellos, los criminales trotskistas quienes constantemente han soplado el fuego del desacuerdo entre las fuerzas antifascistas. Fueron ellos quienes organizaron el golpe contrarrevolucionario en mayo de 1937, con el fin de apuñalar a los defensores heroicos de Euskadi (la región vasca) por la espalda, cuando el enemigo había lanzado su brutal ataque contra ellos….

“Fueron ellos quienes han, figurado en el liderazgo del mayor número de organizaciones del espionaje fascista descubiertas hasta el presente por las autoridades de la República….

“Fueron ellos quienes, en aquellos pocos lugares donde pudieron engañar a unos pocos obreros, por Gerona, por ejemplo, los incitaron a conducir huelgas y así impedirle a la población la obtención de refugios para protegerse contra las agresiones desde el aire….

“No debe permitirse vacilación de ninguna clase, ni sentimentalismos en presencia de esta banda de criminales. Uno de los objetivos de la unidad total del pueblo debe ser aplastarlos de una vez por todas.” *

Pero los estalinistas hicieron más que calumniar a los obreros barceloneses. Un funcionario del PCE dirigió la unidad de Guardias de Asalto republicana que precipitó el levantamiento de las Jornadas de Mayo al intentar tomar posesión de la Telefónica de Barcelona de las manos del comité obrero dirigido por los anarquistas. Mientras la CNT (central obrera anarquista) se rehusó a apoyar la resistencia obrera, el centrista POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) peleó por varios días en las barricadas junto a los obreros barceloneses, hasta qué sus líderes asustados ordenaron a los militantes del POUM entregar sus armas. La traición de la dirección del POUM no protegió a sus militantes de ser el objeto de una persecución asesina, lanzada por los estalinistas, que eventualmente resultó en el asesinato del dirigente del POUM Andrés Nin, un ex-trotskista.

Hoy, el líder del PCE Santiago Carrillo quiere lavarse las manos del asesinato de Nin, llamando a éste en su libroEurocomunismo y Estado “un acto abominable e injustificable”, pero Carrillo estaba a la cabeza de la organización de la juventud estalinista en ese entonces, y Dolores Ibárruri era miembro del Buró Político del PCE. Su postura de Poncio Pilatos contradice la historia. En su libro, Yo fui ministro de Stalin, el ministro de educación del PCE en el gobierno republicano de Caballero y Negrín, Jesús Hernández, nos informa de la siguiente respuesta de “La Pasionaria” a una pregunta sobre quién ordenó el arresto de Nin: “Nosotros, como no era cuestión de molestarse por cosa tan intranscendente… ¿Qué importancia puede tener la detención por la policía de un puñado de provocadores y espías?”

El gobierno de la victoria

Además de su llamada “¡No pasarán!” Ibárruri se recuerda ante todo por haber inventado la frase “el Gobierno de la Victoria”, con referencia al gobierno de Negrín, y por su discurso a la salida de la Brigadas Internacionales de España. En ambas ocasiones sus ardientes palabras enmascaraban crímenes horrorosos perpetrados por los estalinistas contra los obreros de España.

El gobierno de Negrín (basado en sus famosos “13 puntos” garantizando protección de la propiedad capitalista, fin a la toma de tierras y retirada de todos los ejércitos extranjeros) se formó como resultado de la decisión del PCE de sustraer su apoyo del previo régimen, encabezado por el socialista Largo Caballero. Después del levantamiento de Barcelona los estalinistas habían decidido que no se podía confiar en Caballero para llevar a cabo la represión de la izquierda que ahora estaba a la orden del día. “El 9 de mayo de 1937” escribe Ibárruri en su autobiografía, “luego de que Largo Caballero se rehusara a castigar a aquellos que le estaban haciendo el juego al enemigo” (es decir, a lanzar una redada contra los dirigentes anarquistas y los del POUM) el PCE se rehusó a participar en el gobierno a menos que él dimisionara. Caballero aceptó y fue reemplazado por Juan Negrín López. Fue con ocasión de la formación del nuevo gabinete que Ibárruri bautizó al régimen de Negrín “el Gobierno de la Victoria” Este luego procedió a aplastar todo residuo de la rebelión obrera y a preparar la rendición final a Franco.

A finales de 1938 las Brigadas Internacionales fueron retiradas de España, una decisión resultante del deseo de Stalin de acordar el pacto Stalin-Hitler. Después de la capitulación de las potencias occidentales ante Hitler en Múnich, Stalin, viendo la futilidad de un acuerdo con las democracias imperialistas, cambió su orientación internacional y decidió entregar España a Franco. Fue en la última marcha de las Brigadas Internacionales, al salir de España, cuando Ibárruri pronunció el discurso ahora tan cariñosamente recordado por los liberales: “Os podéis ir con orgullo”, dijo a las Brigadas que estaban abandonando al proletariado español a su suerte. “Sois historia”, dijo “Sois leyenda, sois un ejemplo heroico de la solidaridad y universalidad democrática.” *

Así como casi 35 años más tarde, el Frente Popular chileno preparó el camino para el golpe pinochetista del 11 de septiembre de 1973, predicando la confianza en los cuerpos de oficiales “constitucionalistas” ― en España a principios de 1939, el coronel republicano Segismundo Casado, quien contaba con la confianza del PCE, realizó un golpe de estado en Madrid a fin de deponer al gobierno de Negrín quien todavía apoyaba, aunque débilmente, la resistencia armada contra Franco. El Partido Comunista que había colaborado con Casado en toda la línea fue desorientado profundamente por su “traición”. En sus memorias Ibárruri escribe que, “La formación de la junta de Casado con el propósito de entregar la república nos sorprendió debido a nuestra confianza mal merecida”. Ella describe un encuentro con Casado pocos días antes del golpe en el cual ella le pide su colaboración para el almacenaje de algunos embarques de alimentos que el PCE había recibido de una organización femenina antifascista en el exterior:

“Casado no solamente estaba deseoso de ayudarnos, se mostró incluso entusiasta con nuestros planes. Siguió hablando sobre la dificultad en conseguir alimentos para la población…

“Nuestra conversación fue tan cordial que antes de irme insistió en que yo viera a su hijito, y llamó a uno de los sirvientes de la casa para que trajera al niño, quien realmente era, como todo niño sano de dos años, un hermoso bebé…

“Que lejos estaba yo de imaginar que este hombre había hecho ya planes para traicionar a la República y entregar el pueblo al fascismo.” *

Sin embargo, incluso en este momento tardío la lucha todavía no estaba necesariamente perdida. En su libro LaGuerra Civil Española, Hugh Thomas escribe que en los días finales, mientras Casado estaba negociando los términos de la rendición con Franco, fuerzas dirigidas por los comunistas permanecían en control de Madrid y su fuerza durante este período era tal que, si el partido lo hubiera ordenado, el PCE podría haber derrotado fácilmente a las fuerzas de Casado e impedido la consolidación de la junta. Pero el Comité Central, profundamente desorientado por el golpe, se rehusó a ofrecer cualquier directivo a los generales.

Al conocer las órdenes de Casado de arrestar a los comunistas, el Comité Central ―incluida Ibárruri― se las arregló para escapar a una pequeña base aérea. Esperando frente a un avión la dirección partidaria recibió la noticia que Casado se negaba a una reconciliación con Negrín. Los miembros del Comité Central simplemente abordaron el avión y volaron a Francia dejando el ejército sin instrucciones. Así, los comandantes comunistas que tenían el control militar de la ciudad, ¡simplemente esperaron la derrota!

Hoy día, mientras asume una posición “ceremonial” como presidente del PCE “eurocomunista” de Carrillo, Dolores Ibárruri ha continuado alabando la “madre patria socialista” de Brezhnev y Stalin. Los trotskistas defienden incondicionalmente al estado obrero degenerado soviético contra el ataque imperialista, algo que es cada vez más dudoso que lo harían Carrillo y Cía. Pero continuamos denunciando los crímenes de la burocracia estalinista, que ordenó el asesinato de Nin y de Trotsky y que continúa suprimiendo la democracia proletaria en la Unión Soviética.

El New York Times informa que en la primera reunión pública de “La Pasionaria”, una manifestación en el País Vasco, un pequeño grupo (supuestamente trotskista) entre los asistentes gritó que Dolores Ibárruri debía ser enviada a un instituto siquiátrico ― una alusión a la práctica de la burocracia del Kremlin de encerrar disidentes, especialmente socialistas declarados, en los hospitales mentales. No creemos que los crímenes de Dolores Ibárruri contra el proletariado internacional sean una aberración mental, ni estamos dispuestos, como ella pide, a “olvidar esas pequeñas historias” de la Guerra Civil Española. Nosotros exigimos la formación de una comisión de investigación obrera para revelar los verdaderos hechos sobre los asesinatos viles llevados a cabo por los estalinistas, de trotskistas españoles y militantes anarquistas y del POUM, empezando con Nin. Sobretodo exigimos que se nos entregue ese hombre, Ramón Mercader, el asesino de León Trotsky, quien hasta estos días sigue siendo miembro del Partido Comunista Español. ¡Nosotros sabremos qué hacer con él!

Militant Longshoreman No 14

Militant Longshoreman

No #14  January 3, 1986

Re-Elect Keylor to Executive Board

A few days ago a brother approached the editor and asked, “Are you still going to run for office on that pie in the sky program? Stan [Gow] doesn’t print up a program any more. You know the union is going down hill fast and these guys won’t fight PMA – and sure not the government.” This leaflet will try to respond to these questions.

First a few obvious examples why this brother is so pessimistic. The 1984 contract settlement allowed PMA to code hundreds of men out of PGP. The local was unable to stop many of these brothers from losing health and welfare benefits.

The increasingly desperate job squeeze for older men led to a dangerous confrontation between Locals 34 and 10 over the extra clerk jobs. At one point the Local 10 Executive Board seriously debated taking our sister local to court — a clear invitation to the capitalist courts to “administer” our contract. One of the few positive events this past year is that this issue was finally resolved, leaving our two locals free to fight PMA instead of each other.

The decline in traditional winch and lift skilled jobs due to containerization and the monopoly of better paid skilled jobs by 9.43 men means that a longshoreman in San Francisco has to spend 20 years working on the hold board. During the last couple of years we’ve seen continued attempts to wipe out seniority in promotions and skilled dispatch categories. Fortunately the membership recognized that seniority is the only remaining protection we have for older and partially disabled longshoremen, and voted these motions down.

DRUG & ALCOHOL SCREENING
COAST COMMITTEE ACTS AS PMA COPS

Those members who were at the November meeting got a real shock when it was reported that the class collaboration policies of the International has reached a new low. The union side of the Coast Committee has agreed with PMA to a “screening program” for alcohol and drug use. Applicants for registration and longshoremen being promoted will be subject to a screening or check for drug and alcohol use — supposedly to make the waterfront a safer place to work. This cynical and hypocritical demand from PMA should have been summarily rejected by the union side with the counter demand that the employers stop their speed-up, unsafe work practices, and short manning that create unsafe working conditions on the waterfront. For instance: In 1984 PMA adamantly refused to even consider updating the safety code to provide for safety conditions working aboard container ships that have been in effect in Asian and European ports for years. This is just another move by the stevedoring companies to try to make the individual longshoreman legally responsible for the high accident rate in the industry.

Think about it: How will this “screening” for drug and alcohol addiction take place? This program makes all arrest and legal actions and all medical records outside the job evidence that can be used against a longshoreman. There are two outstanding dangers here. “Evidence” accumulated in this way could be used by employers to get out of paying claims to longshoremen injured on the job. Even more sinister is the danger opened up by the Coast Committee grant of approval to PMA for the acquisition of this kind of information, thereby giving the bosses another weapon to use against union activists and militants!

Almost all unions have resisted employer drug testing programs, pointing out among other reasons the notorious unreliability of these “tests”. For example: A person who never uses marijuana but happens to be in a room or enclosed space where someone else is smoking a joint will test out as a user for up to 30 days afterwards. Our local Caucus delegates must go into the February Coast Caucus and demand that the Coast Committee reverse their decision to act as cops for PMA.

There is a traditional union solution to the problem of brothers who use substances that affect their functioning. In the earlier history of the union, before Harry Bridges and his buddies surrendered so much union power and control back to PMA, the union handled such problems internally. But when our local tries to exercise union discipline as part of the effort to help our brothers overcome their problem, PMA has rushed in to stop us. Our union must reassert this right and exercise internal union discipline and control.

WHY A CLASS-STRUGGLE PROGRAM?

Most brothers and sisters see no way out of the weakness, decline and isolation of our union. We say that the history of the working class and of our union has valuable lessons that show the way for workers to protect themselves and finally seize control of society. The MILITANT LONGSHOREMAN program, printed at the end of this issue, tries to apply these lessons to our own union as a guide to those things we should fight for, and the tactics we have to use to get them. That’s why we call for concrete acts of workers’ solidarity, from joining other unions on their picket lines to political strikes against U.S. imperialist intervention against Central American revolutionary movements. Unless we break out of our isolation and help to build ties with other workers, our isolation will lead to even more defeats.

We should be ashamed that, except for a tiny handful of longshoremen, the Restaurant workers on strike for months just a couple of blocks from our hall got no help from our local. While Chilean longshoremen are in a desparate strike to defend their union, ILWU locals continue to unload cargo from that country, while the International issues mealy-mouthed statements of support. No group of workers can even defend and preserve their hard-won gains without working class solidarity. Those who forget this lesson lead the working class into one defeat after another.

INTERNATIONAL CONVENTION:
LOCAL 10 DELEGATES SURRENDER TO HERMAN

Local 10 sometimes takes very good positions on paper, but doesn’t follow through. Last April our local went into the International Convention having .unanimously passed two historically important resolutions for working class solidarity. One resolution called for union wide boycott of South African cargo demanding the International organize the action, and urging other locals to make the same demand of the International. The second resolution  called for a 48-hour coastwise longshore strike if Reagan intervened militarily in Central America. [Stan Gow opposed both of these resolutions in the Executive Board — probably because Keylor proposed them.] But what happened then? Our convention delegates sat on their hands and failed to put up a fight for these resolutions allowing Jimmy Herman to line up his cronies and handraisers and defeat the proposals in the Resolutions Committee — thus preventing these issues, from even coming up on the floor for debate. Keylor was not a delegate, having failed to be elected in the February 1985 election Local 10 and our union appear even further away than in previous years from developing a class-struggle leadership — but the need is even greater. No other candidate for office besides Keylor has a program that answers the needs of our union. No other candidate is committed to such a program.

DON’T MISS THE NEXT MILITANT LONGSHOREMAN 

In February we will deal with the coastwise erosion of our jurisdiction and the sub-standard longshore contracts being negotiated by the International. We’ll try to describe an alternative to this no-win strategy to stop nonunion longshore operators.

We’ll also deal with the danger to workers posed by protectionism, union busting and the growing racist and fascist movements.

MILITANT LONGSHOREMAN PROGRAM

1. DEFEND OUR JOBS AND LIVELIHOOD – Six hour shift, no extensions,at eight hours pay. Manning scales on all ship operations; one man, one job. Weekly PGP, eliminate all “coding out” rules. Full-no-cap C.O.L.A on-wages.  Joint-Maritime union action against non-union barge operations.

2. DEFEND THE HIRING HALL – Use regular gangs on container ships; no dispatch of “unit gangs”. Call all 9.43 men back to the hall. Stopwork action to defend the hiring hall, the stop line, and older and disabled men.

3. DEFEND UNION CONDITIONS AND SAFTEY THROUGH JOB ACTION – Stop PMA chiseling on the contract. Eliminate “work as directed”, “no illegal work stoppage”, and arbitration sections from the contract. Mobilize to smash anti-labor injunctions. No employer drug or alcohol screening.

4. DEFEND OUR UNION – Eliminate class B registration category from the contract – promote all class B to class A coastwise. Keep racist anti-labor government and courts out of the union. Support union resistance against court suits and government “investigations”. Union action to break down racial and sexual discrimination and employer favoritism on the waterfront. Organize now for a coastwise contract fight to get what we need.

5. BUILD LABOR SOLIDARITY – against government/employer strikebreaking. No more PATCOs. Honor all picket lines – remove reactionary ones. Don’t handle struck or diverted cargo. No raiding of other unions. Organize the unorganized and the unemployed. Labor strikes to stop cuts in Social security, Medical, Medicare and Workmen’s Compensation.

6. STOP NAZI/KLAN TERROR through union organized labor/black/Latino defense actions. No dependance on capitalist police or courts to smash fascists.

7. WORKING CLASS ACTION TO STOP REAGAN’S WAR DRIVE AGAINST THE SOVIET UNION – Oppose reactionary boycotts against Soviet and Polish shipping. Labor strikes to oppose U.S. military actions against Cuba, Nicaragua, or Salvadoran leftist insurgents. Boycott military cargo to Chile, El Salvador, Israel and Turkey. Defy the apartheid injunction. Boycott all South African cargo.

8. INTERNATIONAL LABOR SOLIDARITY – Oppose protectionist trade restrictions. Defend undocumented workers with strike action. ILWU support to military victory of leftist insurgents in El Salvador.

9. BREAK WITH THE DEMOCRATIC AND REPUBLICAN PARTIES – Start now to build a workers party based on the unions to fight for a workers government which will seize all major industry without payment to the capitalists and establish a planned economy to end exploitation, racism, poverty, and war.

La Revolución Cubana y la teoría marxista

La Revolución Cubana y la teoría marxista

[Originalmente publicado en Marxist Bulletin 8. Esta versión fue impresa en Cuadernos Marxistas No.2. Documento sometido al Pleno del Comité Central del Socialist Workers Party [SWP – Partido Socialista de los Trabajadores] de enero de 1961).

La Revolución Cubana, tal y como se ha desarrollado en los últimos 19 meses, plantea algunos problemas teóricos difíciles para los marxistas. Por supuesto estos son problemas que nos deben llenar de alegría, porque nacen del hecho de que la Revolución Cubana ha llegado más lejos, más de prisa y a más profundidad que cualquiera de nosotros había anticipado, de hecho se ha convertido en una profunda revolución social. Sin embargo las paradojas y los problemas continúan y hasta pueden plantear ciertos peligros para nosotros.

Lo que es sorprendente de Cuba es ésto: el hecho de que es un movimiento revolucionario naciente de la clase media urbana y había conseguido el apoyo del campesinado, que subió al poder cuando los Estados Unidos dejaron caer finalmente a su antiguo títere, Batista, y que procedió, una vez en el poder, a seguir un curso auténticamente revolucionario. Desarmó al antiguo ejército y a las fuerzas de la policía y armó a los obreros y campesinos pobres, expropió las mayores posesiones económicas del capital estadounidense, rompió con los lideres políticos representativos de la burguesía liberal cubana. ¡Y todo ésto sin la existencia (por no hablar de la intervención) de un partido socialista revolucionario y sin ninguna acción autónoma de la clase obrera!

Es evidente la contradicción de todo ésto con lo que debíamos esperar de la Teoría de la Revolución Permanente. Si estamos en lo cierto de que toda revolución en nuestro tiempo debe ir más allá de los limites “democrático-burgueses” para llegar a un éxito real, y si podemos hallar plena comprobación de esta faceta de la teoría en la Revolución Cubana, también hemos creído que este proceso ¡solamente puede tener lugar bajo el liderato de la clase obrera y bajó la dirección del partido marxista!

Algunos camaradas han intentado hacer desaparecer esta dificultad aplicando a la Revolución Cubana un concepto prefabricado. Cuba, nos dicen, se ha convertido en un “estado obrero” o, si se quiere, es regido por “un gobierno obrero y campesino”. Desgraciadamente el sustituir un sistema de categorías prefabricadas por el análisis marxista en vez de resolver cualquier problema teórico, simplemente los generaliza, les da una urgencia y una importancia que abarca mucho más allá de su estado presente. ¿Debe llamarse a Cuba “un estado obrero”? ¿No es pues necesario resolver el problema general de cuales son las condiciones bajo las que podemos esperar el éxito derevoluciones proletarias bajo la dirección de la clase media y sin siquiera la participación de la clase obrera o de un partido de la clase obrera? ¿Es el régimen de Castro “un gobierno obrero y campesino”? ¿Y cual es entonces la naturaleza del estado cubano? En todo caso, la composición social del aparato del estado, de las fuerzas armadas y de la milicia, es más proletaria que la del gobierno – y así volvemos a nuestro previo problema. ¡Aunque pudiéramos evitar este problema inevitable, todavía estaríamos enfrentados con un bicho raro – un gobierno obrero y campesino en el cual no hay obreros ni campesinos, ni representantes de partidos independientes de obreros y campesinos! Desde luego ni el Cuarto Congreso de la Internacional Comunista (IC), ni el Programa de Transición previeron dicho fenómeno.

No contribuiremos en nada a la teoría marxista o a comprender la Revolución Cubana si partirnos de la base de que antes de que podamos apoyar una revolución debemos bautizarla como “proletaria” o si buscamos atajos no proletarios hacia la revolución socialista. Por encima de todo debemos rechazar la tendencia a pensar con conceptos abstractos, a buscar antes que nada un nicho ideológico en el cual embutir una realidad indomable. Toda teoría científica está perpetuamente en juicio ante los hechos y todo error en predecir y explicar correctamente los hechos sugiere la posibilidad de algo inadecuado en la teoría. Específicamente, si en ciertos determinados países en la presente coyuntura concreta, nuestras perspectivas teóricas sobre la necesidad  de una dirección proletaria para conseguir los fines de la revolución democrático-burguesa son rebatidas por la realidad, debemos reconocer que, aunque ésto no requiere una revisión general de la teoría, desde luego requiere examinar de nuevo y modernizar estos aspectos concretos de la teoría.

En este breve articulo no intentaremos llevar a cabo un tal reexamen, ni tenemos la intención de presentar aquí un análisis teórico desarrollado de la Revolución Cubana; lo que en realidad intentaremos es exponer un esquema teórico con el cual ese tipo de análisis podrá ser finalmente desarrollado.

Nuestro punto de partida debe ser la tarea histórica inmediata que tiene ante sí la Revolución Cubana: vencer el atraso y pobreza de las masas impuestos por siglos de colonialismo y más particularmente por los pasados cincuenta años de monocultura azucarera inspirados por, y que benefician sólo a los capitalistas estadounidenses. El hacer ésto requería una condición previa absoluta – una reforma agraria radical. Pero como las grandes plantaciones de azúcar y los ingenios estaban principalmente en manos de los capitalistas estadounidenses, no se podía emprender ninguna acción sin chocar inmediatamente con el imperialismo norteamericano y no se podía levar a cabo ninguna reforma profunda sin acabar con la dominación económica de los Estados Unidos en la isla.

Ahora bien, estos fines – modernización, reforma agraria, independencia nacional – desde luego no son reformassocialistas. Simplemente sientan las bases sobre las cuales será construida la Cuba del futuro. ¿Pero esa Cuba será capitalista o socialista? El plantear esta cuestión indica un aspecto esencial del problema cubano – el que la respuesta no será encontrada en Cuba. Una Cuba socialista independiente, aislada, sola frente al enorme poder de los Estados Unidos es un absurdo evidente. Pero no menos absurda es la idea de un desarrollo independiente del capitalismo cubano. Es por lo tanto falso argumentar que Cuba debe ser o bien un “estado capitalista” o “un estado obrero”; o bien “un gobierno capitalista” o “un gobierno obrero y campesino”. Estamos aquí ante un proceso extremadamente dinámico y contradictorio cuyo destino está unido con él de la revolución latinoamericana en su totalidad.

El Departamento de Estado de los Estados Unidos, brutalmente ciego durante tanto tiempo en su política hacia Latinoamérica, se ha dado cuenta de repente de este hecho. El cambio brusco en 1959 de una línea pro-Castro a una línea violentamente anti-Castro no se debió precisamente a consideraciones limitadas a Cuba: lo esencial era que al expropiar bienes norte-americanos y, sobre todo, al reorientar su comercio de los Estados Unidos hacia el bloque soviético, Cuba había adquirido un papel decisivo a la cabeza de la revolución latinoamericana y estaba conduciéndola en una dirección extremadamente peligrosa.

Los fines de la política estadounidense han quedado finalmemte perfectamente claros: apuntalar, a cualquier coste, los regímenes burgueses más o menos “democráticos” mientras gradualmente liquida las dictaduras estilo antiguo; y al mismo tiempo intensificar hasta el punto máximo las presiones económicas sobre Cuba. Después de un cierto tiempo el régimen de Castro, por pura necesidad económica, sería forzado a venir a términos con el Departamento de Estado. La alternativa de una completa dependencia económica del bloque soviético no da de “hecho” una alternativa; como dice el New York Times en un reciente editorial, “Castro está en peligro de volverse un peón de Rusia y debería recordar que el destino de los peones es normalmente el de ser sacrificados”. ¿Quién puede dudar que Cuba estará sobre la mesa de negociaciones en una futura Conferencia Cumbre?

Esto no es una estrategia inverosímil; lejos de ello. Solamente una cosa la podría trastornar – una extensión dramática de la agitación revolucionaria que quebrantase la solidaridad de la burguesía latinoamericana con el imperialismo de los Estados Unidos y abriese una perspectiva para Cuba. Aunque revoluciones de tipo castrista siguen siendo una posibilidad en los países más retrasados, como Guatemala y Paraguay, países decisivos de Latinoamerica son aquellos que ya han experimentado el crecimiento inicial del capitalismo y en los que ya existe un contingente de la clase obrera industrial considerable: Argentina, Brasil, Chile, Uruguay, Venezuela, y México. En estos países una revolución “popular” (que pretende superar las contradicciones de clase) es imposible – el peso de la dirección está ya sobre los hombros del proletariado. Así vemos las dos posibilidades abiertas a la revolución cubana – volver a un estado subordinado del hemisferio occidental dominado por el capitalismo di los EE.UU., o ser asimilada y llevada hacia adelante por una revolución socialista latinoamericana.

En este contexto ¿podemos decir algo concreto sobre la naturaleza del gobierno y estado cubanos? Desde luego, es demasiado pronto para contestar en términos de categorías determinadas, porque la naturaleza misma de la revolución no ha sido decidida aún por la historia. Dado el enorme prestigio de Fidel Castro y la influencia de los estalinistas cubanos dentro del gobierno, un trato entre Castro y Kennedy / Nixon con la bendición tácita de Krushchev, no requeriría que hubiera una contrarrevolución política en Cuba. Igualmente, si estallaran revoluciones proletarias triunfantes en los principales países de Latinoamérica no se necesitaría contrarrevolución para llevar a Cuba a una federación socialista cíe las Américas.

Debemos pues insistir en el carácter transicional y abierto de la Revolución Cubana. El estado cubano es un estado en desarrollo, escasamente de más de un año de duración: su carácter de clase será determinado por el desarrollo de la revolución. El gobierno cubano es un régimen democrático de la clase media basado sobre, y presionado constantemente por, los obreros y campesinos. ¿Es esta descripción, evidente en si misma, menos útil que el rótulo abstracto, arbitrario y falso de “gobierno obrero y campesino”?

Es precisamente porque el gobierno de Castro no es claramente un gobierno obrero por lo que es importante no calificarlo apresuradamente como un “estado obrero”. Si un partido obrero estuviera en el poder importaría poco la rapidez con que se procediera a la nacionalización de la industria. En la presente fluida situación la dirección pequeño-burguesa, de la revolución presenta el mayor peligro interno para el avance de la revolución. Esto hace perentorio que nosotros preconicemos hoy la creación de un genuino partido obrero revolucionario en Cuba.

Si decimos que la decisión final sobre la Revolución Cubana se hará a escala latinoamericana, ésto no quiere decir que aconsejemos pasividad a los marxistas cubanos. La Revolución Cubana tiene todavía mucho campo para progresar hacia el establecimiento de una auténtica democracia, con sus propias formas institucionales de poder obrero y campesino y con un sistema eficiente de control de producción por los obreros a todos los niveles.

Es evidente que existen en el presente fuertes tendencias hacia el autoritarismo, paternalismo, burocratización y por lo tanto burguesificación final; la posición de los estalinistas en el gobierno y los sindicatos, la sugestión de la necesidad de restringir el derecho a huelga, son signos amenazantes.

Como marxistas norteamericanos, nuestra obligación, como los defensores más abiertos y militantes de la Revolución Cubana contra nuestra propia clase dirigente, es en todo momento el discutirla clara y críticamente, sin fetichismos.

17 de agosto de 1960

Shane Mage

Tim Wohlforth

James Robertson

Informe de Spartacist a la Conferencia de Londres

Informe de Spartacist a la Conferencia de Londres (1966) del Comité Internacional

[Observaciones hechas durante la discusión del informe político de Cliff Slaughter a la Conferencia del Comité Internacional por el camarada Robertsan, el 6 de abril de 1966, en nombre de la delegación de Spartacist (con correcciones de menor importancia) Primera impresión en marxistas Cuadernos n º 1]

En nombre del grupo Spartacist, saludo a esta conferencia convocada por el Comité Internacional. Es ésta la primera participación internacional de nuestra tendencia; estamos profundamente agradecidos de la oportunidad de oír e intercambiar puntos de vista con camaradas del movimiento mundial.

Por consiguiente, consideramos que tenemos la responsabilidad de presentarles nuestros puntos de vista específicos en lo que tienen de relevante y distintivo, sin adaptarlos o m:x:lificarlos en razón de una falsa unanimidad que nos perjudicaria a todos, ya que tenemos, en nuestra opinión, valiosos puntos de vista que ofrecer.

Estamos presentes en esta conferencia sobre la base de nuestra concordancia fundamental con la resolución internacional del Comité Internacional; más aún, el informe del camarada Slaughter ha sido por nosotros sólidamente comunista, unificado íntegramente por una determinación revolucionaria.

1. ¿QUE ES EL PABLlSMO?

El punto central de la conferencia es “la reconstrucción de la Cuarta Internacional, destruida por el pablismo.” Por lo tanto, es lógico que la cuestión, “¿Qué es el pablismo?” ha sido discutida a fondo. No estamos de acuerdo con que el pablismo no sea sino la expresión de corrientes orgánicas de reformismo y estalinismo, sin ralees dentro de nuestro movimiento. También estamos en desacuerdo con la opinión de Voix Ouvriere de que el pablismo puede ser explicado Simplemente en referencia a la composición social pequeñoburguesa de la Cuarta Internacional, como tampoco podriá explicarse la naturaleza especifica de una enfermedad en referencia únicamente al debilitamiento del cuerpo en el que se han establecido particulares microbios.

El pablismo es una respuesta revisionista a nuevos problemas planteados por la expansión estalinista posterior a 1943. Y el pablismo ha sido atacado dentro del movimiento por una mala “ortodoxia” representada, hasta en los últimos años, por el ejemplo de Cannon. Debemos responder a los nuevos desafíos de una maneraverdaderamente ortodoxa: como lo expresa Gramsci, debemos desarrollar la doctrina marxista por medio de su extensión, no buscando absorciones eclécticas de nuevos elementos ajenos, como lo ha hecho el pablismo.

La presión que produjo el pablismo comenzó en 1943, después del fracaso de la perspectiva de León Trotsky de la desintegración de la burocracia soviética y de nuevas revoluciones en la postguerra: esta falla resultó de la incapacidad de forjar partidos revolucionarios. Después de 1950 el pablismo dominó la Cuarta Internacional. Solamente cuando los frutos del pablismo se revelaron claramente es que se llegó a separar una sección de la Cuarta Internacional. En nuestra opinión, el movimiento ortodoxo todavía tiene que enfrentarse a los nuevos problemas teóricos que lo hicieron susceptible al pablismo en 1943-50, y que dió origen a una escisión desigual y parcial en 1952-54.

Lucha inevitable

La lucha contra el pablismo es la forma histórica específica de una lucha necesariamente continua contra el revisionismo, que no puede ser “finalmente” resuelta dentro del marco del capitalismo. Bernstein, Bujarin y Pablo, por ejemplo, han sido nuestros antagonistas en fases particulares de esta lucha, que es, a la vez, necesaria e inevitable y que no puede ser “resuelta”.

Estas son algunas de nuestras opiniones sobre el pablismo; no son exhaustivos, porque están conformadas por los aspectos particulares del pablismo que han tenido una importancia especial en nuestra propia lucha contra él.

Discrepamos con la noción de que la presente crisis del capitalismo es tan aguda y profunda que el revisionismo trotskista es necesario para domar a los trabajadores en forma comparable a la degeneración de las Segundas y Terceras Internacionales. Una tan errónea apreciación tendría como punto de partida una sobrestimación enorme de nuestro significado actual, y por consiguiente sería desorientadora.

Es necesario concentrarnos en lo que dijo Lenín con relación a las varias crisis omnipresentes que asedian al imperialismo (un sistema esencialmente en crisis desde antes de 1914). Lenin indicó que no hay situaciones imposibles para la burguesía; es necesario echarla. De lo contrario, las crisis son acontecimientos cotidianos para los mecanismos y agencias del imperialismo aturdiendo de año en año. Justamente ahora, de hecho, su tarea es más fácil después del terrible destrozo del movimiento obrero indonés; añádase a esto los otros reveces que exponen la dependencia de los revisionistas de estratos pequeñoburgueses burocráticos, tal como la putrefacción creciente de la URSS, el aislamiento de China, el sojuzgamiento de India, la estabilización nítida de África, y Castro hecho cautivo de Rusia y los EE. UU. La lección central de estos episodios es la necesidad de construir partidos revolucionarios obreros, o sea, nuestra capacidad de intervenir en la lucha.

2. TACTICAS ANTIPABLISTAS

Un camarada francés lo expresó bien: “no hay familia del trotskismo”. Solamente existe el pro grama correcto del marxismo revolucionario, que no es una sombrilla. Sin embargo, existen hoy cuatro corrientes internacionales organizadas que se reclaman todas ser “trotskistas” y a las cuales se refieren, en un sentido convencional, cornil trotskistas. Esta .situación debe resolverse por medio de escisiones y fusiones. La razón de la .presente apariencia de una “familia” es que cada una de las cuatro tendencias – el “Secretariado Unificado”, la “Tendencia Revolucionaria Marxista” del propio Pablo, la “Cuarta Internacional” de Posadas y el Comité Internacional – cuenta, en algunos países, con el único grupo reclamándose de la bandera del trotskismo. De ahí que en sus áreas atraen a todos los trotskistas ostensibles y suprimen la polarización; no hay lucha y diferenciación, ganando a unos y obligando los otros a abandonar sus pretenciones de revolucionarios y trotskistas. Así, cuando varios camaradas de Spartacist visitaron a Cuba, encontramos que el grupo trotskista allá, parte de la “internacional” de Posadas, consistió en su mayoría por excelentes camaradas que luchaban con valor en condiciones difíciles. Los discursos aquí de los camaradas daneses y ceilaneses, representando secciones de izquierda del Secretariado Unificado, reflejan tales problemas.

La desintegración parcial y el resultante desnudo vergonzoso de las fuerzas del Secretariado Unificando la expulsión de Pablo, la traición ceilanesa, la línea de colaboración de clases del SWP en cuanto a la guerra vietnamita, el arrastramiento de Mandel ante la herencia social demócrata de Bélgica – prueban que ha pasado el tiempo cuando la lucha contra el pablismo podría librarse en un plano internacional dentro de un marco organizativo común. Y la experiencia particular de nuestros grupos en los EE.UU., que fueron expulsados simplemente por las opiniones que sostenían, sin derecho de apelación, demuestra que el Secretariado Unificado miente cuando reclama de integrar todos los trotskistas.

Debemos hacerlo mejor 

Hasta ahora no hemos tenido mucho éxito en aplastar a los pablistas, creemos; el impacto de los solos acontecimientos, no importa lo favorables que sean objetivamente o devastadores para las doctrinas revisionistas, no logrará derrótalos. En los EE.UU., la división del ala izquierda del SWP durante su historia de cinco años ha sido un gran regalo a la dirección revisionista del SWP.

Actualmente nuestra lucha con los pablistas debe ser preponderantemente desde afuera de sus organizaciones; sin embargo, en muchos países sigue siendo necesario un periodo de frentes unidos y de penetración organizativa en los grupos revisionistas, con el fin de consumar la lucha por la verdadera reconstrucción de la Cuarta Internacional, culminado en un congreso mundial para fundarla nuevamente.

3. CLARIFICACION TEORICA

Las experiencias de las luchas argelinas y cubanas, cada una desde su propio lado, san muy importantes por la luz que arrojan sobre la distinción decisiva entre obtener la independencia nacional sobre una base burguesa y las revoluciones del tipo chino que conducen a un real rompimiento. con el capitalismo, aunque confinados dentro de los limites de un estrato gobernante burocrático.

Dos elementos decisivos han sido comunes a la serie de levantamientos bajo lideratos de tipo estalinista, como en Yugoeslavia, China y Vietnam: 1) una guerra civil de guerrillas campesinas que, primero,’ Saca al movimiento campesino del control inmediato del imperialismo y sustituye una dirección pequeñoburguesa; y, después, si resulta victoriosa, toma los centros urbanos y de por su propia trayectoria aplasta las relaciones de propiedad capitalista, nacionalizando la industria bajo una dirección bonapartista recientemente consolidada; 2) la ausencia de la clase trabajadora como competidor por el poder social, y en particular la ausencia de BU vanguardia revolucionaria. Esto permite un papel excepcionalmente independiente para secciones pequeñohurgueses de la sociedad, impidiendo así la “polarización que ocurrió en la Revolución de Octubre en la que la mayoría de las secciones militantes de la pequeña burguesía fueron arrastrad.as en pos de la clase obrera revolucionaria.

Revolución politica

Sin embargo, está claro que se necesita una revolución política suplementaria para abrir el camino al desarrollosocialista o en las primeras etapas (como en Vietnam de hoy), la activa intervención de la clase trabajadora para tomar la hegemonía de la lucha nacional-social. Solamente aquellos que como los pablistas, creen que las burocracias estalinistas (o al menos algunos, por ejemplo Yugoeslavia, China o Cuba) pueden ser una dirección revolucionaria socialista, deben ver en este entendimiento una negación de la base proletaria de la revolución social.

Por el contrario, precisamente, es que el campesinado pequeñoburgués bajo las más favorables circunstancias históricas concebibles no pudo lograr una tercera vía, ni capitalista, ni obrera. En cambio, lo que ha resultado en China y Cuba fue un estado de la misma orden del que salió de la contrarrevolución política de Stalin en la Unión Soviética, la degeneración de Octubre. Por eso es que definimos tales estados como estados obreros deformados. Y la experiencia después de la Segunda Guerra Mundial, si se le entiende correctamente, no ofrece razones para el abandono revisionista de la perspectiva y la necesidad de un poder obrero revolucionario. Al• contrario, es una gran vindicación de la teoría y las conclusiones marxistas bajo circunstancias nuevas, no previamente esperadas.

Debilidad y confusión

Muchas declaraciones y posiciones del Comité Internacional muestran debilidades teóricas o confusión sobre esta cuestión. Así, la declaración del Comité Internacional sobre la caída de Ben Bella declara:

“Donde el estado toma’ una forma bonapartista en beneficio de una burguesía debilitada, como en Argelia o Cuba, entonces el tipo de ‘levantamiento! que ocurrió el 19-20 de junio en Argel está al orden del día.”

Newsletter, 26 de junio de 1965

Mientras las nacionalizaciones en Argelia encubren actualmente un 15 por ciento de la economía, la economía cubana está esencialmente completamente nacionalizada; China probablemente tiene más vestigios de su burguesía. Si de veras la burguesía cubana está “debilitada”, como lo afirma el Comité Internacional: sólo se puede observar que debe estar cansada de haber nadado el largo trayecto a Miami, Flórida.

En cambio, la corriente resolución del Comité Internacional, “Reconstruyendo la Cuarta Internacional”, 10 expresa muy bien:

“De la misma manera, la Internacional y sus partidos son la clave al problema de la lucha de clases en los países coloniales. Los lideres pequeñoburgueses nacionalistas y sus colaboradores estalinistas restringen la lucha al nivel de liberación nacional o, al extremo, a una versión de ‘socialismo en un solo país’, mantenida por la subordinación a las políticas de coexistencia de la burocracia soviética. De esta manera, todos los logros de la lucha obrera y campesina, no solamente en el mundo árabe, India, sureste de Asia, etc., sino también en China y Cuba [nuestro énfasis, Spartacist], se confinan dentro de los límites de la dominación imperialista, o son expuestas a la contra revolución (la coalición contra China, la crisis de los misiles en Cuba, la guerra de Vietnam, etc.).”

Aquí Cuba se iguala plenamente con China, no con Argelia.

El documento sobre la Revolución Cubana producido hace varios años por la sección francesa del Comité Internacional sufre, en nuestra opinión, de un desenfoque central. Considera la Revolución Cubana como análoga a la experiencia española de los años treinta. Esta analogía no es solamente defectuosa; pone la énfasis precisamente en lo que no es común entre las luchas en España y Cuba, es decir, una verdadera revolución obrera en España que fue aplastada por los estalinistas.

Superando un método malo

En nuestra, opinión, los pablistas han sido reforzados en contra de nosotros por este reflejo simplista del Comité Internacional, que en su afán de defender la validez y necesidad del movimiento revolucionario marxista tiene que negar la posibilidad de una transformación social dirigida por la pequeña burguesía. Este es un método malo: al fondo, dice que el estado obrero deformado equivale al camino hacia el socialismo; es el error pablista al revés y una profunda negación de la concepción trotskista de que la casta dirigente burocrática es un obstáculo que debe ser derribado por los obreros si van avanzar hacia adelante.

El análisis teórico de Spartacist acerca de las porciones atrasadas del mundo fortalece, en nuestra estimación, las posiciones programáticas que tenemos en común con los camaradas del Comité Internacional mundialmente.

4. CONSTRUYENDO UNA SECCION EN LOS EE.UU.

El principal aspecto de nuestra tarea que a los camaradas extranjeros puede parecer enigmático es la cuestiónnegra, una cuestión sin paralelo que tiene una importancia crítica e inmediata. Sin una conducta correcta hacia los jóvenes militantes y trabajadores negros, no estaremos en condiciones de traducir para las condiciones norteamericanas en enraizamiento de nuestra sección entre las masas.

Hemos luchado tenazmente para adquirir un entendimiento teórico en el curso de nuestra lucha dentro del SWP contra el nacionalismo negro, expresado por esquemas que desintegran una perspectiva revolucionaria. Hemos defendido la posición de que los negros en los EE.UU. constituyen una casta oprimida, definida por su raza y color y concentrada en su mayoría en la clase obrera como una capa superexplotada Teniendo en cuenta nuestro tamaño numérico restringido, y a pesar de una composición social que todavía no supera del 10 por ciento de negros, hemos adquirido una experiencia considerable. Tenemos un núcleo en Harlem, Nueva York. Intervenimos en varias maneras en las erupciones del ghetto negro durante los veranos de 1964 y 1965, adquiriendo experiencias valiosas.

[El resto del informe no fue escrito antes de la presentación; está redactado basándose en el borrador. Las cuestiones de propaganda y agitación no fueron tratadas detalladamente en el informe, pero aparecen en el proyecto del documento de Spartacist sobre tareas Concretas, copilado en la noche previa a la presentación del informe oral. Por tanto la sección mencionada de ese proyecto se cita a finales de este informe.]

 Nuestra resolución preliminar tratando de nuestro trabajo en el Sur destaca: “Tal vez nuestra realización más notable hasta la fecha ha sido la construcción de varios núcleos de la Spartacist League en el corazón de los estados sureños, sobre todo en Nueva Orleans. Este es un paso modesto en términos absolutos y nos provee no más que un trampolín para un trabajo sistemático. Lo que sí es notable es que ninguna otra organización reclamándose de revolucionaria tiene hoy una base en el corazón del Sur.”

Negro y blanco 

La cuestión racial en los EE.UU. se difiere de la de Inglaterra. En realidad se le puede ubicar entre la situación en Inglaterra y la de Sud África. Así que un 2 por ciento de la población británica es de color, en Sud África más de 2/3 de la población es negra. En los EE.UU. mientras un 20 por ciento de la población es negra o de habla español, en cambio en la clase obrera (dada la composición preponderantemente blanca de las clases altas) los no blancos cuentan un 25 o 30 por ciento. Esto significa que en Inglaterra la intensidad de explotación está distribuida desigualmente pero sin tropiezos agudos dentro de una clase obrera esencialmente homogénea. Al otro extremo, en Sud África, los obreros blancos tienen ingresos diez veces más grandes que los negros y viven en gran parte del trabajo de los negros. Esto levanta una barrera casi insuperable contra acciones de clase en común (el caso de las relaciones entre los trabajadores europeos y musulmanes en Argelia). En la clase obrera de los EE. UU. los negros llevan una carga cualitativamente más pesada. En tiempos tranquilos, de niveles de lucha de clases más bajos como ahora, tienden a ser separados de los obreros blancos. Por eso la juventud negra en Norteamérica hoy es la única contraparte a la juventud militante blanca de la clase obrera inglesa que se encuentra en la Young Socialists.

Uniendo la clase

Sin embargo, estamos conscientes de que a un cierto punto de la lucha de clases entrarán en la escena los principales destacamentos de los obreros, i.e., negros y blancos en organizaciones comunes de clase como los sindicatos. Toda huelga muestra esto. En preparación para las masivas luchas de clase en el futuro, hemos empezado a construir fracciones en ciertas secciones claves y accesibles de la clase obrera. Pero hoy el reclutamiento de militantes jóvenes negros es un atajo para adquirir cuadros proletarios; virtualmente todos aquellos militantes forman parte de la clase obrera.

Finalmente, sabemos que bajo ciertas condiciones en los EE.UU. para construir un verdadero partido revolucionario se requerirá la participación en sus filas y en su dirección de una grande proporción, tal vez una mayoría, de los más explotados y oprimidos, los obreros negros.

Un grupo de propaganda luchador

El proyecto de las tesis de Spartacist declara: “La meta táctica de la SL en el próximo período es de construir un grupo de propaganda suficientemente grande y capaz de intervención agitacional en cada lucha social de los EE.UU., como un paso necesario en la construcción del partido revolucionario. Para esta intervención buscamos un crecimiento de nuestras fuerzas de por lo menos diez veces. Partiendo de nuestras presentes fuerzas limitadas, alrededor de 100, avanzamos hacia nuestra meta sobre tres líneas paralelas de actividad: escisiones y fusiones con otros grupos, participación directa en las luchas de las masas, y fortalecimiento y educación de nuestra organización.

When Anti-Negro Prejudice Began

When Anti-Negro Prejudice Began

by George Breitman

[From Fourth International, Vol.15 No.2, Spring 1954. Copied from http://www.marxists.org/history/etol/writers/breitman/1954/xx/prejudice.htm ]

IT IS now common knowledge even among conservative circles in the labor movement that race prejudice benefits the interests of the capitalist class and injures the interests of the working class. What is not well known – it still comes as a surprise to many Marxists – and should be made better known is the fact that race prejudice is a uniquely capitalist phenomenon, which either did not exist or had no perceptible influence in pre-capitalist society (that is, before the sixteenth century).

Hundreds of modern scholars have traced anti-Negro prejudice (to take the most important and prevalent type of race prejudice in the United States) back to the African slave trade and the slave system that was introduced into the Americas. Those who profited from the enslavement of the Negroes – the slave traders and merchant capitalists first of Europe and then of America, and the slaveholders – required a rationalization and a moral justification for an archaic social institution that obviously flouted the relatively enlightened principles proclaimed by capitalist society in its struggle against feudalism. Rationalizations always become available when powerful economic interests need them (that is how most politicians and preachers, editors and teachers earn their living) and in this case the theory that Negroes are “inferior” followed close on the discovery that Negro slavery was exceptionally profitable.

This theory was embraced, fitted out with pseudo-scientific trappings and Biblical quotations, and trumpeted forth as a truth so self-evident that only madmen or subversives could doubt or deny it. Its influence on the minds of men was great at all levels of society, and undoubtedly aided the slaveholders in retarding the abolition of slavery. But with the growth of the productive forces, economic interests hostile to the slaveholders brought forth new theories and ideas, and challenged the supremacy of the slaveholders on all fronts, including ideology. The ensuing class struggles – between the capitalists, slaves, workers and farmers on one side and the slaveholders on the other – resulted in the destruction of the slave system.

But if anti-Negro prejudices and ideas arose out of the need to justify and maintain slavery, why didn’t they wither away after slavery was abolished? In the first place, ideas, although they must reflect broad material interests before they can achieve wide circulation, can live lives of their own once they are set into motion, and can survive for a time after the disappearance of the conditions that produced them. (It is instructive to note, for example, that Lincoln did not free himself wholly of race prejudice and continued to believe in the “inferiority” of the Negro even while he was engaged in prosecuting the civil war that abolished the slave system – a striking illustration both of the tendency of ideas to lag behind events and of the primacy of material interest over ideology.)

This is a generalization, however, and does not provide the main explanation for the survival of anti-Negro prejudice after the Civil War. For the striking thing about the Reconstruction period which followed the abolition of slavery was the speed with which old ideas and customs began to change and break up. In the course of a few short years millions of whites began to recover from the racist poisons to which they had been subjected from their birth, to regard Negroes as equals and to work together with them amicably, under the protection of the federal government, in the solution of joint problems. The obliteration of anti-Negro prejudice was started in the social revolution that we know by the name of Reconstruction, and it would have been completed if Reconstruction had been permitted to develop further.

But Reconstruction was halted and then strangled – by the capitalists, acting now in alliance with the former slaveholders. No exploiting class lightly discards weapons that can help maintain its rule, and anti-Negro prejudice had already demonstrated its potency as a force to divide, disrupt and disorient oppressed classes in an exploitative society .After some vacillation and internal struggle that lasted through most of Reconstruction, the capitalist class decided it could make use of anti-Negro prejudice for its own purposes. The capitalists adopted it, nursed it, fed it, gave it new clothing, and infused it with a vigor and an influence it had never commanded before. Anti-Negro prejudice today operates in a different social setting and therefore in a somewhat different form than a century ago, but it was retained after slavery for essentially the same reason that it was introduced under the slave system that developed from the sixteenth century on – for its convenience as an instrument of exploitation; and for that same reason it will not be abandoned by the ruling class of any exploitative society in this country.

But why do we speak of the introduction of anti-Negro prejudice in the slave system, whose spread coincided with the birth of capitalism? Wasn’t there slavery long centuries before capitalism? Didn’t race prejudice exist in the earlier slave societies? Why designate race prejudice as a uniquely capitalist phenomenon? A brief look at slavery of both the capitalist and pre-capitalist periods can lead us to the answers.

Capitalism, the social system that followed and replaced feudalism, owed its rise to world dominance in part to its revival or expansion of forms of exploitation originally developed in the pre-feudal slave societies, and to its adaptation and integration of those forms into the framework of capitalist productive relations. As “the chief momenta of primitive accumulation” through which the early capitalists gathered together the capital necessary to establish and spread the new system, Marx listed “the discovery of gold and silver in America, the extirpation, enslavement and entombment in mines of the aboriginal population, the beginning of the conquest and looting of the East Indies, the turning of Africa into a warren for the commercial hunting of black skins.” The African slave trade and slavery produced fortunes that laid the foundations for the most important of the early industries of capitalism, which in turn served to revolutionize the economy of the whole world.

Thus we see, side by side, in clear operation of the laws of uneven and combined development, archaic pre-feudal forms and the most advanced social relations then possible in the post-feudal world. The former were of course in the service of the latter, at least during the first stages of their co-existence. This was not a mere repetition of the slavery of ancient times: one basic economic difference was that the slave system of the Americas produced commodities for the world capitalist market, and was therefore subordinate to and dependent on that market. There were other differences, but here we confine ourselves to the one most relevant to the subject of this article – race relations in the early slave societies.

For the information that follows we are indebted to the writings of an anthropologist and of a sociologist: Ina Corinne Brown, Socio-Economic Approach to Educational Problems, 1942, chapter 2 (this government publication, the first volume in the National Survey of the Higher Education of Negroes sponsored, by the US Office of Education, is now out of print, but the same material is covered in her book. Race Relations in a Democracy, 1949, chapter 4); and Oliver C. Cox, Caste, Class, and Race, 1948, chapter 16. [1] Dr. Cox’s treatment is fuller; he also has been more influenced by Marx.

This is what they write about the ancient Egyptians:

So many persons assume that racial antipathy is a natural or instinctive reaction that it is important to emphasize the fact that race prejudice such as we know did not exist before the modern age. To be sure there was group antipathy which those who read history backwards take to be race prejudice, but actually this antipathy had little or nothing to do with color or the other physical differences by which races are distinguished. For example, the ancient Egyptians looked down upon the Negroes to the south of them. They enslaved these Negroes and spoke scornfully of them. Many writers, reading later racial attitudes into the situation, have seen in this scorn a color prejudice. But the Egyptians were just as scornful of the Asiatic sand dwellers, or Troglodytes as Herodotus called them, and of their other neighbors who were as light or lighter than the Egyptians. The Egyptian artists caricature the wretched captives taken in the frequent wars, but they emphasize the hooked noses of the Hittites, the woolen garments of the Hebrews, and the peculiar dress of the Libyans quite as much as the color or the thick lips of the Negroes. That the Egyptians mixed freely with their southern neighbors, either in slavery or out of it, is evidenced by the fact that some of the Pharaohs were obviously Negroid and eventually Egypt was ruled by an Ethiopian dynasty. (Brown, 1942)

There seems to be no basis for imputing racial antagonism to the Egyptians, Babylonians, or Persians. (Cox)

On the Greeks:

One frequently finds mention of the scornful way in which Negro slaves were referred to in Greece and Rome, but the fact is that equally scornful remarks were made of the white slaves from the North and the East. There seems to be no evidence that color antipathy was involved, and of the total slave population the Negroes constituted only a minor element. (Brown, 1942)

The slave population was enormous, but the slave and the master in Greece were commonly of the same race and there was no occasion to associate any given physical type with the slave status. An opponent of Athenian democracy complained that it was impossible in Athens to distinguish slaves and aliens from citizens because all classes dressed alike and lived in the same way. (Brown, 1949.)

… we do not find race prejudice even in the great Hellenistic empire which extended deeper into the territories of colored people than any other European empire up to the end of the fifteenth century.

The Hellenic Greeks had a cultural, not a racial, standard of belonging, so that their basic division of the peoples of the world were Greeks and barbarians – the barbarians having been all those persons who did not possess the Greek culture, especially its language … the people of the Greek city-states, who founded colonies among the barbarians on the shores of the Black Sea and of the Mediterranean, welcomed those barbarians to the extent that they were able to participate in Greek culture, and intermarried freely with them. The Greeks knew that they had a superior culture to those of the barbarians, but they included Europeans, Africans, and Asiatics in the concept Hellas as these peoples acquired a working knowledge of the Greek culture.

The experience of the later Hellenistic empire of Alexander tended to be the direct contrary of modern racial antagonism. The narrow patriotism of the city-states was given up for a new cosmopolitanism. Every effort was made to assimilate the barbarians to Greek culture, and in the process a new Greco-Oriental culture with a Greco-Oriental ruling class came into being. Alexander himself took a Persian princess for his wife and encouraged his men to intermarry with the native population. In this empire there was an estate, not a racial, distinction between the rulers and the un-Hellenized natives. (Cox)

On the Romans:

In Rome, as in Greece, the slaves did not differ in outward appearance from free men. R.H. Barrow in his study of the Roman slave says that “neither color nor clothing revealed his condition.” Slaves of different nationalities intermarried. There was no color barrier. A woman might be despised as a wife because she came from a despised group or because she practiced barbaric rites but not because her skin was darker. Furthermore, as W.W. Buckland points out, “any citizen might conceivably become a slave; almost any slave might become a citizen.” (Brown, 1949)

In this civilization also we do not find racial antagonism, for the norm of superiority in the Roman system remained a cultural-class attribute. The basic distinction was Roman citizenship, and gradually this was extended to all free-born persons in the municipalities of the empire. Slaves came from every province, and there was no racial distinction among them. (Cox)

There is really no need to go on quoting. The same general picture is true of all the societies, slave and non-slave, from the Roman empire down to the discovery of America – in the barbarian invasions into Europe, which led to enslavement of whites, in the reign of the Moslems, in the era of political domination by the Catholic Church. There were divisions, discriminations and antagonisms of class, cultural, political and religious character, but none along race or color lines, at least none that have left any serious trace in the historical materials now available. As late as the middle of the fifteenth century, when the West African slave trade to Portugal first began, the rationalization for the enslavement of Negroes was not that they were Negro but that they were not Christian. Those who became Christians were freed, intermarried with the Portuguese and were accepted as equals in Portugal. Afterward, of course, when the slave trade became a big business, the readiness of a slave to convert to Christianity no longer sufficed to gain his emancipation.

Why did race prejudice develop in the capitalist era when it did not under the earlier slave systems? Without thinking we have in any way exhausted the subject, we make the following suggestion: In previous times the slaves were usually of the same color as their masters; both whites and Negroes were masters and slaves; in the European countries the Negroes formed a minority of the slave population. The invidious connotations of slavery were attached to all slaves, white and Negro. If under these conditions the notion of Negro “inferiority” occurred to anyone, it would have seemed ridiculous on the face of it; at any rate, it could never have received any social acceptance.

But slavery in the Americas became confined exclusively to Negroes. [2] The Negro was distinguished by his color, and the invidious connotations of slavery could easily be transferred to that; it was inevitable that the theory of Negro “inferiority” and that anti-Negro prejudice should be created, that they should be extended to other non-white people who offered the possibility of exploitation, and that they should be spread around the globe.

Thus anti-Negro prejudice was not born until after capitalism had come into the world. There are differences of opinion as to the approximate birthdate. M.F. Ashley Montagu, discussing the “modern conception of ‘race’,” says:

“Neither in the ancient world nor in the world up to the latter part of the eighteenth century did there exist any notion corresponding to it … A study of the cultures and literatures of mankind, both ancient and recent, shows us that the conception of natural or biological races of mankind differing from one another mentally as well as physically, is an idea which was not born until the latter part of the eighteenth century,” or around the French Revolution. (Man’s Most Dangerous Myth: The Fallacy of Race)

Cox says that if he had to put his finger on the year which marked the beginning of race relations, he would select 1493-94 – when the Pope granted to Catholic Spain and Portugal jurisdictional control over, and the right to exploit, all of the (pre-dominantly non-white) heathen people of the world and their resources. He sees “nascent race prejudice” with the beginning of the slave trade: “Although this peculiar kind of exploitation was then in its incipiency, it had already achieved its significant characteristics.” However, he finds that “racial antagonism attained full maturity” only in the second half of the nineteenth century.

Whichever century one chooses, the point is this: Anti-Negro prejudice was originated to justify and preserve a slave-labor system that operated in the interests of capitalism in its pre-industrialist stages, and it was retained in slightly modified form by industrial capitalism after slavery became an obstacle to the further development of capitalism and had to be abolished. Few things in the world are more distinctly stamped with the mark of capitalism.

The implications of this fact are so plain that it is no wonder it has received so little attention in the schools and press of a country dominated by capitalists and their apologists. Anti-Negro prejudice arose out of the needs of capitalism, it is a product of capitalism, it belongs to capitalism, and it will die when capitalism dies.

We who are going to participate in the replacement of capitalism by socialism, and who have good reason to be curious about the first stages of socialism, because we will be living in them, need have no fear about the possibility of any extended lag with respect to race prejudice. Unlike the capitalist system that dominated this country after the Civil War, the socialist society will be free of all exploitative features; it will have no conceivable use for race prejudice, and it will consciously seek to eradicate it along with all the other props of the old system. That is why race prejudice will wither away when capitalism dies – just as surely as the leaf withers when the tree dies, and not much later.

Footnote

1. Neither of these would claim they were the first to discover this historical information, and it may well be that other scholars unknown to us preceded them in writing about this field in recent years; all we know is that it first came to our attention through their books. Historical material often lies neglected for long periods until current social and political needs reawaken interest in it. These writers were undoubtedly stimulated into a new and more purposeful interest in the subject by the growth of American Negro militancy and colonial independence struggles during the last 15-20 years.

2. Slavery was not confined to Negroes at the beginning. Before the Negro slave on the plantations, there was the Indian slave and the white indentured servant. But Negro slave labor proved cheaper and was more plentiful than either of these, and eventually they were abandoned. The most satisfactory study of this question is in the excellent book by Eric Williams, Capitalism and Slavery, 1944. Williams writes:

“Here, then, is the origin of Negro slavery. The reason was economic, not racial; it had to do not with the color of the laborer, but the cheapness of the labor. As compared with Indian and white labor, Negro slavery was eminently superior … The features of the man, his hair, color and dentifrice, his ‘sub-human’ characteristics so widely pleaded, were only the later rationalizations to justify a simple economic fact: that the colonies needed labor and resorted to Negro labor because it was cheapest and best. This was not a theory, it was a practical conclusion deduced from the personal experience of the planter. He would have gone to the moon, if necessary, for labor. Africa was nearer than the moon, nearer too than the more populous countries of India and China. But their turn was to come.”

Militant Longshoreman No 13

Militant Longshoreman

No #13   January 7, 1984

Re-Elect Keylor (40-D) to Executive Board

From Defending Our Jobs at Levin to Opposing the Contract to Boycotting South African Cargo He’s Had A Strategy to Win!

Local 10 Shows the Way

Our eleven day boycott of South African cargo has done this Local proud. We pointed the way to effective international labor solidarity by reviving the “hot cargo” tactic. The unions used this tactic throughout the organizing drives of the 1930s and the bitter battles in 1946-48 to isolate struck employers. By refusing to transport or handle cargo from an anti-union employer workers even thousands of miles away and at widely dispersed locations could exert pressure to help other unions or oppressed workers. That’s why the infamous Taft-Hartley law passed in 1947 made “secondary boycotts” illegal. Our dramatic and effective action brought hundreds down to the docks in our support. We won the admiration of tens of thousands, showing that when the labor movement acts against apartheid the black community and trade unionists will rally to its support. We sparked a wave of anti-apartheid protests in the Bay Area which are still continuing, and we proved that concrete labor solidarity can have vastly greater impact than picketing embassies. Our union’s action was the longest political strike in memory on the West Coast. When the next ship carrying South African cargo comes in; if Reagan invades Nicaragua; or the next time the bosses try to break a union like PATCO or the Hotel and Restaurant workers, we should wage a solidarity strike again, appealing to other unions to join us in mass strike action. Actions which defend other workers give us strength and make real the ILWU motto “An Injury to One Is An Injury to All”.

At the same time, we should face squarely the shortcomings in the boycott, particularly since the Local is about to elect its officers for the next year. The South African cargo was finally unloaded, the Local lost PGP, ILWU-IBU member Jack Heyman was suspended by Crowley Maritime for approximately two weeks as a result of his participation in the embargo, and Local 10 is under a preliminary injunction which will be used against us when we act again.

WE COULD HAVE DEFEATED THE INJUNCTION

None of this had to happen. If Local 10 had officers and an Executive Board worthy of our fighting  membership, officers willing to risk jail if necessary, we could have won outright. From the moment the membership voted to act, our officers should have been inviting union and community support and publicly demanding that International President Herman sanction the action and extend it coastwise. Instead, our officers were telling the media that our action was unauthorized and individual. Our officers should have sent delegations to the other ports to meet with other local officials and-to appeal directly to all longshoremen to refuse to work the blood stained cargo. When PMA proposed to unload the Nedlloyd Kimberley in Stockton, Local 54 told them to go to hell. With support like that, and backed by the thousands of Bay Area residents who wished us success, we could have defeated the injunction, like we did at Levin. Instead, the officers and the Executive Board caved in and ordered us to work the Nedlloyd Kimberley.

Make no mistake about it: the PMA and the capitalist government were scared. They recognize how deeply blacl Americans feel about the oppression in South Africa and how popular our union action was. That’s the main reason why they were so slow in arbitrating and imposing an injunction, and that’s why so far the fines/damages have been suspended. When the continuing rebellion of the black trade unions and the South African masses stirs us to act collectively again, it is precisely that community support, properly organized in our defense, and spread to other unions which can help us smash the injunction.

Some union members, particularly Brothers Leo Robinson and his closest supporter, Dave Steward, who played an important role in the boycott, honestly believe that Local 10 has no choice but to give in to the injunction. The difference hereis that they don’t understand that the working class’ ability to stop the economic machinery of the capitalist system and their government makes us uniquely powerful, whether in the U.S. or in South Africa. Leo and Dave have a commitment to individual acts of consciousness and a belief that community action can force the multinational corporations to forgoe their enormous profits extracted from the super exploited black South African workers. This belief is combined with a lack of confidence that the organized labor movement can lead political struggles to victory, and can be won to successfully defy and defeat government/court repression.

For the same reason, during contract fights over the past ten years brother Leo Robinson in particular has failed to go beyond calling for a no vote, and has refused to advocate organizing coastwide strike action to defeat bad contracts and get what we need.

PEOPLE’S WORLD NO-WIN STRATEGY

If Leo and Dave want to engage in something more effective than symbolic acts of protest, they should reexamine their strategy and especially that of their allies around Archie Brown and the People’s World. Their strategy of pressuring the liberal Democratic wing of the capitalist class rather than trying to overturn the capitalist system has led the working class to disastrous defeats for the past 50 years. The People’s World played a large role in sabotaging an attempt to continue the boycott by other means after the Local Executive Board had agreed Monday night, December 3, to capitulate to the injunction. When I and others encouraged the several hundred supporters present at Pier 80 Tuesday morning to set up an effective picket line and shut down the pier, Franklin Alexander panicked the crowd by telling them that they faced 6 months in jail. People’s World supporters acted in conjunction with the SFPD to open up the picket line when we had the trucks stopped and the pier effectively closed. They managed to turn the picket line into an impotent demonstration, and thereby destroyed it.

JIMMY HERMAN STABS LOCAL 10 IN THE BACK – AGAIN!

International President Jim Herman should be thrown out of office for his back-stabbing. During the Levin strike, he sided with the employers. During the ILWU-IBU tankerman’s strike, he ordered longshoremen to cross the picket line. During the South African boycott he agreed with the PMA that our action was an “illegal work stoppage” in violation of the contract, and thereby Herman laid the legal basis for PMA being able to get  their apartheid injunction. Recently, in describing Herman’s disapproval of cargo boycott actions, the Pacific Shipper (December 24, 1984), an employers magazine, said: “Despite the fact that it was a local of his union that ignited the controversy in the Bay Area, Mr. Herman believes that the ‘proper place’ for demonstrations against South African apartheid are at that nation’s consulates, or by way of organized public demonstrations of limited duration.” We haven’t noticed him getting arrested along with the other labor “leaders”. While all actions against the apartheid regime are welcome, particularly those in support of the labor movement, it’s clear that many of the congressmen, clergymen and labor bureaucrats picketing the embassy are motivated by a desire to clean up the image of the Democratic Party after the Mondale fiasco.

DIVESTMENT AND PROTECTIONISM

As I said in Militant Longshoreman No. 12: “Some brothers favor a policy of divestment of shares of corporations which invest in South Africa, Personally I regard this as ineffective and potentially even counterproductive. It also creates the illusion that the big banks and investments houses, which make billions of dollars of blood-money from the racist exploitation of black labor in South Africa, can be pressured into becoming friends of the black masses in that racist hell-hole. The only kind of ‘divestment’ which I’m interested in pushing is the divestment of the white supremacist rulers and their international investors by the black workers of South Africa and the establishment of a black-centered government.

“Protectionism” is another issue where there are differences. Some brothers think that we shouldn’t unload South African steel because so many American steel workers are laid off. This action is aimed solely at providing a blow against the apartheid regime. That is why we shouldn’t unload that steel. The answer to the unemployment of U.S. steel workers is not to side with the shareholders of U.S. Steel etc. to export unemploy merit, and thus divide American workers from workers of other countries. It is by fighting with steel workers and other sections of the labor movement against the banks and the corporations for a shorter work week at no loss in pay. Nonetheless, despite my differences with other members of the committee on these and other questions, we can all agree to work together to build this fight and spread it coastwise.”

STAN GOW CALLS LONGSHOREMEN “SCABS”

Finally, Stan Gow merits special mention. As ILWU members are aware, Stan and I worked together for years. Until now, I have urged longshoremen to vote for him despite my criticisms, because on paper his program was largely correct. However, his actions during the boycott have drawn the line. Together with Peter Woolston and other Militant Caucus supporters in Local 6, and fully backed by the Spartacist League, Stan did everything he could to divide, confuse and disrupt our action.

We noted in Militant Longshoreman No. 4 that Stan and the Militant Caucus had begun to abandon their orientation to the organized working class. During his El Salvador stunt Stan substituted himself for the union with his one-longshoreman picket line, a sign of growing disorientation and disbelief that union members could be won to action. But at least he was on the right side on the El Salvador question, and I defended him. Now his actions served to split and confuse the most important political Strike in years.

On Saturday night, November 24, he and a handful of others piceted the Nedlloyed Kimberly despite the mebership’s decision to work the Australian cargo. When Keylor originally opened the discussion on the South African boycott he urged that longshoremen refuse to work the ship, but when it became clear that the overwhelming majority consensus of the membership was to not work the South African cargo he found that quite supportable, and actively worked to make the boycott a success. Stan says that’s “treachery”! Success is treachery! — Sabotage is militance! Stan and the Militant Caucus attempted to counterpose their fake-militant picket line to the real activity of the union. Stan and his friends were aiming to split the union action that should have been automatically supported by all genuine labor militants. In fact, the Militant Caucus and Spartacist supporters became so deranged that they called the unionists who came out to carry out the South African boycott “scabs”, and those in the crowd who were supporting them “racists”. Stan’s attitude was: adopt my program or I spit on you — even though you’ve stopped the South African cargo cold. Then when the injunction came down, after a lot of bluster about defying the injunction, Stan and his cohorts refused to join the picket line which I and many others had established in order to try to force the Nedlloyd Kimberley to leave port.

Stan makes much of the difference between working the cargo and working the ship. Why? He knows it’s just a matter of tactics. The membership decided on what they thought would be most effective. After two days the ship sat perfectly idle anyway. In 1974 the union refused to handle Chilean cargo but worked the ship. Stan and I helped to initiate the action and considered it a real victory. In 1977 we argued for more extensive action but still supported and helped build the South African cargo boycott. What’s new this time?

SLANDERS AND LIES

Similarly Stan accused the union, and me in particular, of treachery around the Nedlloyd Kyoto off-loading pig iron at Richmond Yard 1. First of all, the ship was, diverted, and we didn’t know it was arriving until two hours prior to starting work. Secondly, when you are planning a battle, you pull it where you are strongest. The ILWU has full and uncontested jurisdiction at Pier 80, San Francisco. At Richmond/Levin we had to wage an all out battle just to reestablish our toe hold, and the right to ghost riders when the dockside cranes are used. If we had had sufficient time we could have appealed to the Operating Engineers to stop the cargo at Levin’s, but in San Francisco we were able to rely on our own forces. Without adequate preparation the Local’s action could very easily have ended as unsuccessfully as Stan’s isolated attempts.

What lies behind this sorry story is that Stan’s Militant Caucus has given up on the working class. In 1974 and 1977, during the Chile cargo boycott and the first South African cargo boycott Stan, the Militant Caucus, and the Spartacist League played a principled role in trying to support the ILWU action and extend it coastwise. This time shamefully, they tried to wreck it. No vote for Stan Gow.

STOPWORK ACTION TO DEFEND THE HIRING HALL AND OLDER/DISABLED MEN!

CANCEL THE CONTRACT!

By now, six months after the disastrous 1984 contract was imposed on us, everyone should be able to see that business as usual won’t preserve our union or our jobs. We’re going to have to carefully pick the issues and take arbitrary stopwork action outsidethe contract grievance procedures. Whether it’s PMA coding older and disabled men out of PGP, arbitrarily mis-ordering men, working in violation of the contract, or tampering with the dispatch system and hiring hall, we must be prepared to go to the mat, any not simply knuckle under to Sutliff or Edwards.

If we do it right we can lay the basis for a coastwise movement to cancel the contract, and go for what we all need. In spite of repeated indications that the mebership is ready to fight, neither the officers nor the Executive Board have been willing to even systematically discuss a program of action to resist PMA. None of the many brothers running for office have developed and come forward with a program that can even be seriously discussed as to whether the brother merits electoral support. For that reason the Militant Longshoreman makes no endorsement of any candidate for local office.

We appeal to brothers and sisters to carefully read the program printed below, and vote for Howard Keylor.

MILITANT LONGSHOREMAN PROGRAM

1. DEFEND OUR JOBS AND LIVELYHOOD – Six hour shift, no extensions, at eight hours pay. Manning scales on all ship operations; one man, one job. Full- no-cap C.O.L.A. on wages. Weekly PGP, eliminate all “coding out” rules. No restrictions on PGP eligibility. No “take back” on travel time.

2. DEFEND THE HIRING HALL – Use regular gangs on container ships; no dispatch of “unit gangs”. Call all 9.43 men back to the hall. Stopwork action to defend the hiring hall, the stop line and older and disabled men.

3. DEFEND UNION CONDITIONS AND SAFETY THROUGH JOB ACTION – Stop PMA chiseling on the contract. Eliminate “work as directed”, “no illegal work stoppage”, and arbitration sections from the contract. Mobilize to smash anti-labor injunctions.

4, DEFEND OUR UNION – Eliminate class B registration category from the contract – promote all class B to class A coastwise. Keep racist anti-labor government and courts out of the union. Support union resistance against court suits and government “investigations”. Union action to break down racial and sexual discrimination and employer favoritism on the waterfront. Lay the basis for cancelling the contract and waging a coastwise fight for what we need.

5. BUILD LABOR SOLIDARITY – against government/employer strikebreaking. No more PATCOs. Honor all picket lines – remove reactionary ones. Don’t handle struck or diverted. cargo. No raiding of other unions. Organize the unorganized and the unemployed. Labor strikes to stop cuts in Social Security, Medical, Medicare and Workmen’s Compensation.

6. STOP NAZI/KLAN TERROR through union organized labor/black/Latino defense actions. No dependance on capitalist police or courts to smash fascists.

7. WORKING CLASS ACTION TO STOP REAGAN’S WAR DRIVE AGAINST THE SOVIET UNION – Oppose reactionary boycotts against Soviet and Polish shipping. Labor strikes to oppose U.S. military actions against Cuba, Nicaragua, or Salvadoran leftist insurgents. Boycott military cargo to Chile, El Salvador, Israel and Turkey. Defy the apartheid injunction. Boycott all South African cargo during periods of intense struggle and repression.

8. INTERNATIONAL LABOR SOLIDARITY – Oppose protectionist trade restrictions. Defend undocumented workers with strike action. ILWU support to military victory of leftist insurgents in El Salvador.

9. BREAK ‘WITH DEMOCRATIC AND REPUBLICAN PARTIES – Start now to build a workers party based on the unions to fight for a workers government which will sieze all major industry without payment to the capitalists and establish a planned economy to end exploitation, racism, poverty, and war.

Reagrupamento Revolucionário n. 01

Nessa página é possível baixar em formato PDF a revista Reagrupamento Revolucionário n. 01 (primeiro trimestre de 2011) ou ler os artigos dela online.

Reagrupamento Revolucionário n. 01
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Introdução à Série Polêmica Marxista

O Coletivo Lenin é destruído pelo revisionismo! (Carta de ruptura de Rodolfo Kaleb e Leandro Torres com o CL, 2011)

O Coletivo Lenin rompe relações com a Tendência Bolchevique Internacional (TBI) (2010)

Aos trotskistas (Carta de ruptura de Rodolfo Kaleb e Leandro Torres com o PSTU, 2009)

Rumo ao renascimento da Quarta Internacional (Tendência Revolucionária do SWP dos EUA, 1963)

A estrada para fora de Rileyville (Carta de ruptura de Sam Trachtenberg com a TBI, 2008)

Uma carta sobre a revolução boliviana (Tendência Vern-Ryan do SWP dos EUA, 1952)

Coletivo Lenin/Brazil breaks relations with the International Bolshevik Tendency

Coletivo Lenin/Brazil breaks relations with the International Bolshevik Tendency

December 2010

With the following statement, the Coletivo Lenin/Brazil publically breaks off relations with the International Bolshevik Tendency (IBT) and establishes fraternal relations with Revolutionary Regroupment, an IBT split from 2008.

I – The origins of our contact with the IBT 

The Coletivo Comunista Internacionalista – CCI (forerunner of the Coletivo Lenin) was set up in October 2006 in Rio de Janeiro, Brazil. We were a Trotskyist group of a few militants who were sure of one thing: we could never remain a national organization. For Trotskyists, it is necessary that a revolutionary organization to belong to a world party or strive to build one. We therefore, from the very beginning, we made a serious attempt to study the different political currents which claimed the legacy of Trotskyism. We conducted research into 27 organizations that had their origins in the Fourth International, studying their documents on the internet having meetings with those organizations that had sections in Brazil. We looked to join an organization whose political understanding was closest to our own. At that time our three main criteria were:

1)     That the current considered the destruction of USSR and the deformed workers’ states in East Europe as counterrevolutionary defeats. That consequently, it would have been necessary to have temporarily entered into military blocs with those sections of the Stalinist bureaucracy opposed to capitalist restoration whenever they showed any resistance.

2)     That the current should recognize the politically strategic importance of fighting against all forms of special oppression (such as sexism, racism and homophobia) for a successful socialist revolution. That the current therefore prioritize recruiting workers who suffer those forms of oppression, who are also usually the most exploited workers under capitalism.

3)     That the current should reject the notion that the productive forces had ceased developing in the imperialist epoch, since only through such a rejection was it possible to make a coherent analysis of contemporary capitalism.

We discovered that those currents which traced their political origins to the early Spartacist League/USA (SL/USA) most closely fit that criterion. They were the Spartacist League (and its international co-thinkers in the International Communist League) itself and two splits – the International Bolshevik Tendency (IBT) and the Internationalist Group (IG). In the course of studying their documents, the issues they were arguing over appeared small, but they were also over many questions and issues that were completely new to us.

We learned that the SL had taken up a variety of strange positions by the end of the 1970’s. In 1979, while correctly siding with the Soviet Army against CIA backed Islamic fundamentalists, their response to the Soviet occupation of Afghanistan was to also raise the uncritical slogan “Hail Red Army!” Similar pro-Stalinist adaptations followed, such as organizing a contingent at a protest named the “Yuri Andropov Brigade” after the leader of the USSR at the time, and responding to criticisms by then printing a poem in his honor on the front page of their newspaper following his death. Adaptations to US national chauvinist pressures were also expressed such as the 1983 failure to militarily side with forces in Lebanon struggling to drive out the US Marines occupying their country. When a bomb then exploded at the Marine barracks the SL raised the call “Marines Out of Lebanon, Now, Alive.” These criticisms were raised by the IBT. A criticism raised by both of the split groups was the bureaucratic organizational degeneration the SL had gone through by that point. The SL was transformed into an organization with little internal life; the leadership was in the hands of a bureaucratic clique which suppressed its internal critics and stifled debates through threats, intimidation and repression. Through such methods all critics were effectively driven out or, when that failed, expelled.

That was why we were repulsed by the SL and felt closer to the IG and IBT from the very start. At this point we established discussions with both groups with the objective of studying the degeneration of the Spartacist League, whose earlier politics we were in close agreement with and believed (and still believe) provided an important programmatic foundation for rebuilding a revolutionary Fourth International.

We engaged in personal meetings and online chats with Bill Logan and a few other IBT members and had personal meetings with the Liga Quarta-Internacionalista do Brasil (LQB), the IG’s Brazilian comrades in the League for the Fourth International. We also had some personal meetings with IG’s main international leader, Jan Norden. After a period, we realized that the IBT’s analysis of the SL’s degeneration was more coherent than the IG’s. For example, the IBT argued that the SL’s deliberate destructions of their trade union caucuses in early 80’s was a clear demonstration that the organization’s leaders main priority was keeping the ranks under tight control rather than building a base in the working class. The IG on the other hand argued the SL’s degeneration only began from the point they were pushed out in 1996. The very similar organizational measures through which several future members of IBT were driven out or expelled in the late 1970’s and early 1980’s were ignored, denied or defended in their analysis. The IG also defended all the SL’s positions (including the mentioned positions on Afghanistan, Yuri Andropov and Lebanon) before the period of their expulsion as well.

One question that the IG sought to use against the IBT was the scandal surrounding Bill Logan. Bill Logan (who had been a prominent leader of the Spartacists in New Zealand and Australia during the 1970’s) was expelled from the International Spartacist Tendency on grounds of being a “sexual psychopath” who suppressed his internal critics and psychologically manipulated his ranks. We were aware that Logan, like most other SL leader, was guilty of bureaucratic abuses and organizational crimes. But we also knew that the IG was looking to exploit the scandal surrounding Logan to deflect from responding to the IBT’s criticisms of their politics. Unfortunately, at that time we also took the IBT at their word that they had not inherited any of the SL’s bureaucratic organizational methods and that Logan personally had profoundly changed his ways.

In the aftermath of Bill Logan’s visit to Brazil in October 2007, we decided amongst ourselves on a perspective of fusing with the IBT. We believed our few outstanding differences and questions were insufficient for continuing to remain a separate group for too long. We hoped in time many of these differences would be resolved through discussions and were willing to co-exist in a common group as disciplined comrades. What actually occurred during the entire subsequent period though was the consistent frustration of attempts at discussions by the IBT’s leadership, whose ultimatums and stalling tactics towards discussing our differences were very apparently geared towards wearing us out and demoralizing us into complete submission as the price for fusion. It gradually became obvious that the IBT’s leadership was not looking for political fusions with militants who, while sharing their political analysis, also had secondary political and tactical differences to debate internally, but rather looking to transform us into docile pliant hacks who could then be organizationally absorbed into a group where their absolute control was fully safeguarded from future challenges.

Our relations with the IBT in many ways paralleled early Spartacist relations with Gerry Healy’s International Committee during the 1960’s. Healy similarly feigned interest in a loyal fusion while in reality engaging in a variety of unscrupulous tactics designed to psychologically break a young group of revolutionaries. Like us, along with substantial political agreement, the Spartacists also had their own analytical appreciations of different questions and expressed an apparent capacity to stand up to and challenge Healy’s authority. Following the final breaking of relations in 1966, the Spartacists commented:

“The reason for the behavior of the SLL leadership toward the Spartacist delegation is not hard to find. You obviously wish to create a Trotskyist movement in the U.S. which would be completely subservient to the SLL leadership…  You were not interested in creating a movement united on the basis of democratic centralism with strong sections capable of making theoretical contributions to the movement as a whole and of applying Marxist theory creatively to their own national arenas. You wanted an international after the manner of Stalin’s Comintern, permeated with servility at one pole and authoritarianism at the other.” 

II – Three years of stalling and stagnation 

We ended our engagements with the IG in January 2008. In our last discussions with them, we were appalled to hear from Jan Norden himself that the IG/LFI not only defended the SL’s adaptations to the Stalinists and failure to advance a revolutionary program during fall of the Soviet bloc, but was also intent on repeating their political behavior if the opportunity arose in the future. We also recognized the bureaucratic nature of IG’s League for the Fourth International. The IG in the US was the leadership responsible for formulating all the political decisions and the Brazilian and other sections would simply execute them. This did not correlate with our understanding of Leninist democratic centralism. Our contact with the LQB and the IG’s Jan Norden reinforced our decision to seek a fusion with the IBT.

In the course of further relations with the IBT, we were able to identify and correct many of our previous political and organizational misconceptions. From reading their literature we were able to establish a more precise understanding of the nature of the united front tactic (see our document “Leninism, United Fronts and Propaganda Blocs”, available on our web site in Portuguese), develop a more coherent analysis of political developments in Brazil, and learn how to apply the Transitional Program in our daily political work. Studying the history of the Trotskyist movement we expanded our appreciation of the historic significance of the early SL, which sought to uphold the Trotskyist program after the political destruction of the Fourth International and the US Socialist Workers Party by Pabloite revisionism. We started to understand the nature of a propaganda perspective for a small revolutionary organization of our size which, along with engaging in exemplary mass work, would initially need to grow by focusing on winning the politically conscious vanguard to our programmatic conceptions through polemically engaging with other ostensibly revolutionary currents. Most of our political and theoretical direction since early 2008 had been informed by the IBT’s historic writings and perspectives, making us believe we were very methodologically and programmatically close.

At the same time, we also had our own unique theoretical understanding of certain questions that we potentially differed with the IBT on. We sought to discuss these with them as (we thought) we were making progress towards becoming their Brazilian section. Our differences were the following: [*]

1)     We shared with Rosa Luxemburg her theory of capital accumulation, with its conclusion that capitalism is leading society to barbarism. This position didn’t lead to any practical differences, but simply called attention to our intent to discuss the Leninist understanding of imperialism.

2)     We were influenced by the theories of Brazilian Marxist Rui Mauro Marini. We regarded countries such as Brazil, India, Israel, Russia and South Africa as sub-imperialist countries rather than dominated neo-colonies. In these countries, the fusion of national and foreign capital establishes a base for them to control and exploit other countries within their region of influence. That would be the case with Brazil and its relationship to other South American countries for example. Therefore, in a hypothetical war between Brazil and Bolivia, we would militarily side with Bolivia against its regional oppressor. We also recognize that sub-imperialist countries are at the same time also dependent countries and would therefore, in turn, defend them against imperialist military attacks. We know that ultimately any real freedom from imperialist oppression, for either the neo-colonies or sub-imperialist countries such as Brazil, can only be achieved through world socialist revolution.

3)     Like most Latin American organizations, but unlike the IBT and possibly other smaller propaganda groups based in the more economically developed capitalist countries, we have traditionally accepted comrades with religious beliefs into our membership. Since a requirement of membership is agreement with the organizations political positions (including the defense of science, separation of church and state, defending the rights of women, gays and lesbians and other similar questions), we believe this represents the religious comrades’ personal contradiction as long as they maintain the organizations collective discipline. As Marxists we remain materialists and defenders of science, recognize the historic role that organized religion has played in serving the interests of the ruling class and struggle to educate all our militants in that spirit.

4)     While we argue that the Chinese state is still a deformed workers’ state, we also recognize that large sections of China’s economy have been allowed by its Stalinist rulers to become privatized. These measures have in turn strongly undermined and placed in question the dominance of its traditional (bureaucratic) planned character. We believe these measures initiated by the bureaucrats currently ruling China create large openings and dangers for the victory of capitalist counterrevolution. We also see strong historic parallels with the NEP period of the Soviet Union during the 1920s. There the lack of a developed planned economy combined with a temporary reintroduction of capitalist measures placed in strong question the nature of the dominant economy, but, similarly, was also not decisive in determining the class character of the state.

5)     We believed that the IBT was overly focused on continuing to organizationally pursue its historic differences with the SL to the detriment of what should be the main responsibility of a Trotskyist propaganda group, looking to engage with the more dynamic groups that were either in leftward motion or had an active animated rank and file. While we recognized the historic significance of the early Spartacist League and the importance of educating militants about its history and were not arguing for completely ignoring them, the truth is the contemporary Spartacist League (and its co-thinkers in the International Communist League) has for many years now been a shrinking stagnating organization that along with being in rightward political motion had a largely depoliticized rank and file. For what appeared to be similar reasons of continuing to pursue historic differences from their personal pasts, the IBT’s leadership planned for us to mainly focus on organizationally pursuing Jan Norden’s followers, who, at least in Brazil, have also visibly shrunk and aged over the years. At the same time it seemed to us the IBT had shown far less interest in pursuing groups whose membership can actually play a role in rebuilding the revolutionary movement. We saw this as a tactical difference perhaps arising from the IBT leadership being stuck in a political time warp, without yet fully understanding the reasons for such passivity and routinism.

The IBT’s leadership continued to postpone clarifying these issues with us through written discussions over the next two years. They would only, at our insistence, agree to briefly touch on these questions in the course of our online chats dealing with other issues.  At the same time they argued for resolving these differences as a precondition for merger. We believed these minor theoretical and tactical differences should not be a bar to unity, since they paled in significance next to our areas of important agreement.

On Luxemburg’s accumulation theory and Marini’s sub-imperialism, the IBT leadership expressed a total lack of interest in understanding our concerns. We tried summarizing our views on these complex theories and referred them to documents for a deeper study, but they never followed up. On the tactical question involving their focus on the SL/IG and our view on China, the IBT acknowledged that in principle they should not necessarily prevent a fusion, while at the same time they made “resolving” these issues a precondition for organizationally moving forward. On the question of our religious members, the IBT seemed uncertain as they never argued for excluding religious members as a principle, while continuing to use this issue as a barrier to further progress. They seemed uninterested in investigating the experience of the different political culture in Latin America, where members of ostensibly revolutionary organizations have historically been permitted to hold private religious views.

It is important to reiterate that during this entire period we were willing to accept the position of being a disciplined minority on these questions inside the IBT’s ranks, since we seemed to have reached agreement on the major issues. By demanding these issues previously be resolved, while barring their resolution for either side by stalling for years on engaging in written discussions, the IBT made moving forward, in practice, impossible. At the same time we were kept in limbo through constant assurances they took the prospect of fusion with us seriously.

For almost three years, we used an adaptation of the IBT document “For Trotskyism!” as our main programmatic statement. We regarded and publically argued (until two months ago) that the IBT represented the programmatic continuity of Trotskyism on our website and in our activities in the workers’ and students’ movement. We translated all of the documents they used for the Portuguese language section of their web site. Despite this, the IBT refused to publically acknowledge having any relations with us or even our existence. We considered their behavior strange since public recognition of fraternal relations is usually a first step for a future fusion perspective with another organization.

In December 2008 we wrote a letter to IBT demanding a discussion of our outstanding differences and asking them to take practical measures to facilitate the possibility for a future fusion. At that point we began suspecting that perhaps the IBT, despite its claims, had no interest in fusing with us. That they would only fuse with groups who would previously renounce all differences and independent opinions. Such a monolithic “fusion” would require that we first be psychologically broken, thereby ceasing to be revolutionaries.

In early 2009, the CCI became the Coletivo Lenin (CL) following a fusion with a group of comrades who had resigned from the Brazilian PSTU, associated with the late Nahuel Moreno. This represented a qualitative leap in our group’s capacities. With some organizational advice from the IBT, we established more intelligent organizational priorities, improved our finances, and established a regular press. We elected a National Leadership, since we were now present in two cities. We also saw the need for the comrades in the newly fused group to start engaging in common work. One way of doing this was to choose to center our work in Rio de Janeiro with a homeless organization, the Internationalist Homeless Front (FIST). It was an opportunity to work with radicalized militants from one of the most exploited and oppressed sectors of Brazilian society

The IBT responded in a harshly sectarian manner towards our tactical choice. They appeared to believe a propaganda group should completely focus their entire work on other left groups, particularly the Brazilian Nordenites in our case, to the total exclusion of all other possible arenas. We were falsely accused of being movementists who were looking to recruit politically raw people.

In response, some of our comrades began considering the possibility that our differences with the IBT could be more significant than appeared on the surface. The IBT seemed to be extremely passive and conservative, not only in moving forward towards fusing with us but also to trying to do any broader mass work. Because of this we wrote a formal letter to the IBT in October 2009 discussing the recent reorganization of our work and demanding they state more forthrightly their views on the prospects of a fusion and how to proceed towards it. Another letter from February 2010 explained our work in FIST and responded to their criticisms and misconceptions about it.

That letter for the first time elicited a written formal response from the IBT since it stated our refusal to continue engaging in online chats until we receive a document responding to our concerns. Though their answer only strengthened our suspicions that they had a passive/organizationally conservative attitude towards party building, we agreed to have their representative visit us and attend our first conference to be held on August 2010. Up to this time we still believed they were open towards fusing with us.

III – The IBT’s conduct at our conference: bureaucratic maneuvers

As part of the process of further consolidating our organization, we organized our first conference with the goal of mapping out the Coletivo Lenin’s perspective for the following two years. As is common in any healthy democratic organization in a pre-conference period, three different internal factions arose inside CL. On our relations with IBT, the decisive majority supported continuing to work for a fusion, while a minority, concluding that the IBT was sectarian and passive/ conservative, was opposed. As was already our established custom, we shared all our internal documents and opened our internal life to the IBT, (a practice which the IBT never reciprocated on during the entire time). As a result, the IBT became very close to one of the three internal factions.

During the conference (which the IBT’s representative participated in) two of the internal factions and the majority of CLers supported fusing with the IBT. The Coletivo Lenin decided to continue pursuing a fusion and requested that the IBT finally start responding to our differences (whose resolution they had always insisted was a precondition for further progress in relations) within the next month since we were also all frustrated and anxious to move forward after three years of stagnating relations. The newly elected leadership was an expression of this decision: it was composed of those comrades who were supporters of fusing with the IBT. At the same time, the CL also decided to take a firmer attitude on ending the 3 years of IBT inaction in further developing relations with us. We asked for concrete proof of the IBT’s sincerity in wanting relations to move forward – a statement publically acknowledging our relationship (which the IBT subsequently decided to not do).

The IBT’s immediate response stunned us all greatly. After phoning in a report to his leadership, the IBT representative informed us their evaluation was that the CL was organizationally unstable and that the CL was politically moving away from the IBT (after we had just voted for a direct fusion proposal!). It was true that a minority consisting of one comrade was moving away from the IBT, but the majority’s commitment was firm. As for the CL being unstable, our organization had (and still has) an internal life where differences arise and are therefore debated, as we believe every Bolshevik organization should have. That doesn’t mean we are organizationally unstable or undisciplined. We now know that for the IBT (which had its last organized faction in late 1997), any serious internal differences with the leadership is a sign of dangerous “instability”. Fusing with us represented a danger for a bureaucratic leadership whose primary objective is absolute control over their organization, rather than building a group that can grow, develop and be capable of acting as a vehicle for advancing working class revolution.

The worst, however, was still to come. The day after the conference, while still claiming to desire moving towards a fusion, the IBT secretly “invited” a couple of comrades from the faction closer to it to resign from CL and become the IBT’s representatives in Brazil. It is important to look at their decision more closely. First, this indicated to us that all of the differences that the IBT pretended to feel so strongly about (our willingness to accept religious members, sub-imperialism, their SL centered focus) during this entire time was actually meaningless to them, since the comrades they tried to split had the same positions as the rest of the group on these issues. Secondly, it indicated the organizationally unscrupulous character of the IBT’s leadership. While claiming to have close comradely fraternal relations with us, they were secretly maneuvering to split us, treating us in reality as a hostile enemy. Thirdly, it displayed a great lack of confidence in their politics and organization which also no doubt reflected a deeper demoralization. While a majority of the CL was not only willing but actively supporting a fusion they preferred to attempt to split our group instead of moving further with us. Fortunately, the comrades turned down their offer and reported it to the rest of Coletivo Lenin.

The impact of the IBT leadership’s bureaucratic and disloyal cowardice increased with the passage of time, as our comrades sought to process the recent turn of events and make sense of it in light of all their previous dealing with them. That action on their part made clear to us that the IBT was not willing to fuse with our organization, despite their disingenuous claims to the contrary, but only maneuvering us to try to win a minority of our youngest and least inexperienced militants. They assumed it would then be easy to absorb and assimilate these comrades into their bureaucratized internal culture and convince them to abandon their differences. We were still puzzled though as to why the IBT would behave in a manner so at odds with their professed politics and their past criticisms of their parent organizations bureaucratism.

IV – Revolutionary Regroupment

A few weeks before our conference, we had our first contact with Revolutionary Regroupment’s Sam Trachtenberg who split from the IBT in the fall of 2008. The IBT had chosen to never inform us of his resignation and decision to set up a competing organization. Trachtenberg gave a Marxist explanation for the IBT’s behavior in his resignation letter entitled “The Road Out of Rileyville”. He also developed some of that explanation in the course of a brief correspondence we had before our conference. At that point we unfortunately did not give his analysis the sufficient attention it deserved, since we were very eager to carry out a fusion with a group whose positions, on paper, seemed so close to ours and in whom we had already invested three years of work. One of the topics discussed in the conference was a proposal to establish relations with Revolutionary Regroupment. The proposal was rejected, but no doubt also impacted the panicked attempt to wreck our organization by the IBT’s leadership. But the analysis (and future predictions) we received from Revolutionary Regroupment fit our experience with the IBT like a glove.

As explained by RR, the IBT over the years had become transformed into a bureaucratized organization controlled and manipulated by a clique of “permanent leaders”. Those leaders place their ability to control their organization above their professed claims to want to see the group grow and develop into an instrument for socialist revolution. The IBT was at this stage narrowly dominated by a leadership clique consisting of those who previously also had corrupt histories as SL leaders before being purged by their fellow bureaucrats. With the passage of time, the other senior members (without such corrupt previous histories) who helped found the group either left or were driven out, while the remaining leadership was never replenished by younger comrades, becoming smaller in composition and acting as a tight self-protective unit in all their dealings with the rank and file.

Meanwhile, after almost 30 years of existence, much of the ranks also aged and grew increasingly tired and passive in reaction to the lack of any significant organizational breakthroughs. This allowed the remaining leadership to feel fewer and fewer constraints in their ability to use the corrupt unscrupulous methods they had previously wielded in their careers as SL leaders. These methods, along with some newly developed ones, were used on the IBT’s membership, sympathizing groups and peripheries for the purpose of maintaining their absolute control. Abandoning any hopes for growth and breakthroughs in the class struggle, the IBT (like its parents inside the SL) has instead opted to preserve internal order and allow itself to “die with dignity.

The IBT’s main role is to protect and preserve the personal legacies of its aging leadership (now all well into their 60’s) rather than seek to use their group as a vehicle for building a revolutionary party. Under such circumstances, any serious expression of differences inside the organization is seen as a threat to the stability of the organization and its new unstated purpose, rather than as an opportunity to correct errors and theoretically develop its membership. Fusion with our organization therefore, which roughly equals a third of the IBT’s current membership and which would eventually be included within the leadership of the fused organization, posed a threat to the IBT’s leaders’ current unchallengeable status. Our ability to differ with them may have also have re-politicized and set an example for others inside the IBT’s ranks to begin to speak up their minds. That is why the IBT chose to attempt to wreck our group rather than fuse with it.

In his resignation letter Sam Trachtenberg argued: “However formally correct its paper program may be for the moment, history has shown that the sort of organization which the IBT has developed into, a static, stagnating group dominated by a Machiavellian deeply entrenched permanent leadership, can never have younger comrades grow, develop, and therefore play little role in that process [of rebuilding the Fourth International].” Defense (or rather “preservation”) of the IBT’s history and program has thus become divorced from being an organic expression of the groups revolutionary aspirations and is instead used as a mechanism to transform the group into an authoritarian sect. The sects leaders become “guardians” of the “program” (or rather their own personal historic legacies). Along with the IBT, this has previously happened to the Spartacists and others. In the previously cited 1966 document on their split with Gerry Healy’s International Committee, the Spartacists explained;

“Under conditions of pronounced isolation of the world movement from the working class, the revisionists abandoned a working-class revolutionary perspective for an orientation toward petit-bourgeois formations such as Stalinist bureaucrats, social-democratic labor bureaucrats, and the nationalist leaderships of the colonial countries…  The British leaders seem to have responded to the “theoretical, political, and organizational crisis” of Trotskyism by retreating into “orthodoxy,” Their reaction to revisionism seems to have been that of high priests entrusted with the protection of holy writ; thus the emergence of an iron-fisted, authoritarian leadership.”

V – Final Attempt

In September, the CL’s newly elected leadership, that is those comrades inside our group who had previously been the most ardent in their desire to fuse with the IBT, reacted to the turn of events by convincing others of the need to re-establish contact and engage in discussions with RR. We had not, however, fully decided to close the door to the IBT yet. We wanted to be absolutely sure of any decision we were going to make. So we continued discussing with the IBT and communicated our reactions to their underhanded dealings with us in the hope they may be pressured to acknowledge wrongdoing and change their methods. The IBT’s response was to rationalize their behavior, disingenuously deny any wrongdoing, and attempt to convince us we were reacting in a paranoid manner. That was received by our members as an insult to our intelligence.

In a desperate attempt to deflect our course towards RR, the IBT sent us a limited selection of internal documents involving the departure of Trachtenberg from its ranks. Remarkably, the IBT leadership seemed deluded enough about their practices to think the documents put them in a good light. However, even the selection of documents they chose to send us showed a generalized pattern of the criminal bureaucratism that we experienced in our own relationship with them. In these documents, the leadership simultaneously denied and explicitly defended the use their use of bureaucratic procedures against past internal critics. They defended (secretly) withholding internal organizational information from their internal critics (including those who formally held positions of leadership before exiting), and attempts to prevent internal debates by putting the rest of the organization under informal discipline not to discuss their differences. This in effect transformed those comrades membership into a fiction. The IBT leadership argued that it was correct to use the same kinds of dishonest methods on members of their organization who they decide are in “rapid political motion” and sympathizing groups (not to mention others on the left) that they would use with opponent or enemy organizations.

The internal documents showed the leadership defending their right to use both “formal and informal sanctions” against members who present “opportunist politics”. Outside the fact that “opportunist politics” implies simple disagreement with the leadership rather than any actual organizational wrongdoing, the use of “informal sanctions” is an implicit defense of the bureaucratic leaderships right to pursue such “sanctions” informally, that is without ever formally pressing any charges or even informing the comrade as part of their effort to either break them or drive them out without, at the same time, leaving any record of bureaucratic wrongdoing on their part.

The document also showed similar methods used to drive out Trachtenberg, one of the few remaining IBT comrades with a record of opposing the leadership on many questions (which included their initial attempt to have the IBT support voting for Hugo Chavez to stay in in office during the 2004 recall referendum in Venezuela). Even the partial record they sent us showed a pattern of attempts to demoralize him and, as with others, transform his membership into a fiction. The leadership also attempted to exploit his history of depression by frequently alluding to the possibility that his criticisms of their organizational methods were due to a “mental disorder.”

The IBT’s leadership tells their members that groups, such as ours, who decide to end contact due to such bureaucratic methods in reality do so due to hidden opportunist disagreement. The IBT has attempted to publically rewrite history by making similar claims about a fraternal Argentine group which translated most of the documents currently on the Spanish section of their sites.

“A less public, but more significant, setback was our failure to successfully regroup with a small circle of Argentine comrades who appeared to be rather close to us programmatically. This is partly attributable to language difficulties, but a more important factor was a gap in political culture manifested in differences over the tasks and priorities of a micro-propaganda group.”

http://www.bolshevik.org/1917/no28/no28IBTConference.html

But the documents they sent us indicate the Argentine group broke contact due to the sort of dishonest behind the scenes manipulations we ourselves have experienced and their own selection of documents verify they’ve used with so many others. We have little reason to not assume that similar false explanations will be given about our decision. While we have been informed by recent ex-IBT members that most of the IBT’s ranks have been given very little information by their leaders about us for the past 3 years, it is their responsibility to face the painful reality and recognize that our experience with their organization follows a long pattern that will continue to be repeated.

VI – Conclusion

We have not abandoned our revolutionary program! We continue to defend the political legacy of the Spartacist League and the political legacy of the International Bolshevik Tendency until their respective bureaucratic degenerations. We will not be demoralized by this experience! We will not draw false conclusions on the impossibility of re-building a revolutionary Fourth International, or rationalize the situation publically by changing our politics as the IBT’s bureaucratic leadership hopes. We have only concluded that the contemporary IBT can no longer contribute to rebuilding a revolutionary workers movement.

We will continue to critically analyze the IBT’s history to better understand the reasons for its degeneration, as well as the degeneration of its predecessors. We will continue seek out comrades and groups interested in rescuing the important contributions of organizations which once represented Trotskyist continuity, rather than looking to defend the histories of leaders who themselves played a role in their degeneration. Our objective is to build a party capable of leading a revolution – which means being unafraid of taking organizational risks when necessary and maintaining a healthy internal life where critics are treated in an honest loyal manner, and are able to challenge long held orthodoxies without persecution. A party that can swim against the stream in defending temporarily unpopular ideological conquests as well as be capable of reviewing previously held positions if they have been shown to be wrong.

Therefore, we declare our fraternal relations with Revolutionary Regroupment. We invite those IBT militants and ex-militants who remain uncorrupted by their experience, as well as others who may agree with our political objectives, to discuss with Revolutionary Regroupment and with the Coletivo Lenin on how to go forward.

Saudações Comunistas!

Coletivo Lenin/Brazil

December 2010

[*] Note from Revolutionary Regroupment: Although we maintain what we see as the central elements of the Lenin Collective program, from the first moment after our separation we abandoned most of the positions described in the first four points (except for the characterization of China as a deformed workers state, but without the undue comparison with the Soviet NEP). Even within CL, these were unconsolidated positions among most members, reflecting a certain programmatic looseness.

A tentativa do “Bando dos 8” e o fim da URSS

A tentativa do “Bando dos 8” e o fim da URSS

O texto aqui presente é uma versão revisada e atualizada do texto de agosto de 2007 “A Tentativa do Bando dos 8”, publicado pela primeira vez no livreto “A Queda do Muro de Berlim e o Fim da União Soviética” e mais recentemente na Revista Revolução Permanente nº 2 (2010), pelo Coletivo Lenin.

O dia 20 de agosto ficou manchado de sangue na História da União soviética. Em 20 de agosto de 1940 era assassinado no México, a mando de Stálin, o revolucionário Leon Trotsky. Também a 20 de agosto de 1956, tanques soviéticos esmagavam a Revolução Húngara. No mesmo dia, em 1991, o ex ministro das relações exteriores, Edward Shevarnadze, anunciava: “Começou a guerra civil na União Soviética”. Tratava-se do confronto aberto entre duas alas da burocracia: uma restauracionista e outra anti-restauracionista que queria o fim da Perestroika. Hoje, 16 anos depois, ainda vivemos os efeitos desses acontecimentos que surpreenderam e também mudaram o mundo. A classe trabalhadora passou para a defensiva, muitas organizações de esquerda se dispersaram e ainda amargamos o refluxo aberto com o fim dos Estados Operários.

A Perestroika e a Glasnost

Mikhail Gorbatchev havia sido eleito a 12 de março de 1985 para o cargo de Secretário Geral do Partido Comunista da União Soviética (PCUS). Desde então, lançou as idéias que seriam conhecidas como Perestroika (reorganização) e Glasnost (transparência).

A Perestroika tinha o objetivo de mudar as bases econômicas da União Soviética… Já a Glasnost tratava-se de mudanças também profundas, mas no campo da política. Separar o Partido comunista da estrutura de poder e acabar com o regime de partido único. É óbvio que o imperialismo não hesitou em apoiar tais reformas. No momento em que os EUA estavam colocando em prática sua política de reação democrática liberal, que combinava abertura política dos regimes ditatoriais com abertura das economias para implementação do receituário neoliberal, a Perestroika e a Glasnost, fizeram Gorbatchev tornar-se imediatamente a figura mais querida pelo ocidente.

O que dizia Trotsky?

Trotsky definia a União Soviética como um “estado operário burocratizado”. Segundo ele, o isolamento e as condições de país atrasado, deram as bases para que surgisse uma burocracia que usurpasse o poder político (não sem violência) e o exercesse em nome da manutenção dos próprios interesses. Ainda segundo Trotsky, em um primeiro momento a burocracia, para manter os seus privilégios necessitaria da existência do Estado Operário. Entretanto, em um segundo momento, ela tornar-se-ia restauracionista. Seus interesses a levariam a querer passar de gestora a proprietária dos meios de produção. Isso significava que a burocracia passaria a ser, ela própria, um agente de restauração capitalista. Os fatos deram razão a Trotsky. O revolucionário russo dizia também que a burocracia não é homogênea. Há interesses conflitantes no seu interior. Por isso, o projeto restauracionista de Gorbatchev o fez chocar-se diretamente com um setor que ainda não queria a restauração capitalista . Ao tentar equilibrar-se na corda bamba, Gorbatchev não conseguiu agradar a gregos e troianos. A ala restauracionista teve o apoio dos Estados Unidos, governado por George Bush (pai). Internamente, conseguiu mobilizar as massas a seu favor e acabou desmantelando o Estado Soviético em um estalar de dedos.

20 de agosto: a esquina da U.R.S.S

A 20 de agosto de 1991, Gorbatchev assinaria um decreto que significaria, na prática o fim da União Soviética: concederia ampla autonomia às Repúblicas e mudaria o nome do país para União das Repúblicas Soberanas Soviéticas (suprimindo o termo “Socialistas”). Antes de assinar o decreto, Gorbatchev foi afastado do poder pela ala anti-restauracionista do PCUS que estava representada pelo “Bando dos Oito”, liderado por Yanaiev.

“Gorbatchev Napadal!”

Essa expressão correu o mundo. Significa, em russo, “Gorbatchev caiu de vez”! Ninguém sabia seu paradeiro. Tanques rolaram sobre Moscou, Leningrado e muitas outras cidades estratégicas. Na sede do parlamento da Rússia estava Boris Yeltsin, um restauracionista radical que desfrutava de grande popularidade. Yeltsin conclamou uma greve geral e chamou o povo para se reunir em frente ao parlamento. Enquanto os tanques de guerra rolavam para lá, cerca de 20.000 pessoas atenderam ao chamado. Quando começaram os combates, esse número chegou a aproximadamente 50.000 pessoas. Trabalhadores de 26 minas de carvão entraram em greve a pedido de Yeltsin. Já o líder sindical dos poços de petróleo, Kolai Tripnov, declarou que os petroleiros não entrariam em greve por entender que os trabalhadores não deveriam apoiar a Perestroika. Também no exterior houve reações a favor de Gorbatchev e Yeltsin. A Comunidade Econômica Européia e o presidente norte americano George Bush (pai) declararam que era necessário o retorno de Gorbatchev ao poder, pois temiam “a volta da guerra fria”.

Após o confronto, desmembramento do Estado.

Isolado, o “Bando dos Oito” foi obrigado a recuar. No dia 21 três de seus integrantes foram presos no aeroporto tentando fugir. Naquele mesmo dia, a Letônia declarou sua independência. Em 22 de agosto, Gorbatchev foi libertado e reapareceu em Moscou prometendo “caça às bruxas” – punição severa para os envolvidos. Todos foram presos, exceto o ministro do Interior, Boris Pugo que se matou com um tiro na boca. Naquela altura, a massa enfurecida, que continuava nas ruas, passou a atacar as sedes do PC, da KGB e as estátuas de Lênin.

Em 24 de agosto Gorbatchev se demite do cargo de secretário geral do PC da união soviética, confisca os bens do partido, dissolve o comitê central e proíbe a atividade do partido no Exército, no KGB e no ministério do Interior. A Ucrânia se declara independente. A partir daí, um efeito cascata faria desmoronar o Estado Soviético.

25 de agosto – a Bielorrússia se declara independente.
27 de agosto – A Moldávia se declara independente.
30 de agosto – Azerbaijão, única república que apoiou o golpe de Estado, se declara independente.
31 de agosto – Uzbequistão e Quirguízia se declaram independentes.
Em 6 de setembro o Congresso de Deputados do Povo da URSS reconhece oficialmente a independência dos países bálticos, anula o Tratado da União de 1922.
Em 1º de dezembro ucranianos votam maciçamente pela independência num plebiscito.
8 de dezembro – Rússia, Bielorrússia e Ucrânia criam a Comunidade de Estados Independentes e declaram o fim da URSS como entidade política.
18 de dezembro – Yeltsin e Gorbatchev decidem que as estruturas da URSS deixarão de existir “antes do fim do ano”.
19 de dezembro – O Kremlin, maior símbolo do poder soviético, passa a pertencer à Rússia, por decreto de Yeltsin. Em Roma, Yeltsin declara que Gorbatchev “deverá renunciar antes do fim do mês”. Naquele momento, a União Soviética já não mais existia.

No próximo dia 20, estarão completando 16 anos desses acontecimentos que surpreenderam e também mudaram o mundo.

A derrubada dos Estados Operários na U.R.S.S e no Leste Europeu contou com o apoio das massas que foram dirigidas, não por um partido revolucionário, mas por setores restauracionistas da burocracia ou por organizações de direita financiadas pela Igreja ou pela C.I.A. Foi uma contra-revolução de massas!

Após essa derrota histórica da classe trabalhadora, o que vimos foi uma ofensiva ideológica de direita, o “passeio militar” dos Estados Unidos no Golfo Pérsico, em 1991; a invasão do Panamá, o neoliberalismo sendo implementado em quase todo o mundo e a passagem da classe trabalhadora para a defensiva.

A partir dos anos 90, duas grandes tentações passaram a rondar a esquerda: Uma delas é a de cair no ultra-esquerdismo de dizer que tudo se tornou muito mais fácil, já que não existe mais o stalinismo (e nem os Estados Operários). A outra, é a tentação de cair no oportunismo de, ao perceber que a classe trabalhadora está na defensiva, procurar substitutos para ela capitulando a fenômenos como Chávez, Morales e o fundamentalismo iraquiano.

Muitas organizações, decorrência de suas políticas equivocadas, sofreram graves impactos. Dois exemplos importantes são o S.U, que abandonou o trotskismo e a L.I.T que, após as ultra otimistas “teses de 90”, chegou a se dispersar.

Essa crise instaurada entre as organizações de esquerda tem boa parte de sua origem na incompreensão sobre o que Trotsky dizia ao orientar a relação dos revolucionários com o stalinismo:

Stalin derrubado pelos trabalhadores: um grande passo para o Socialismo. Stalin derrubado pelos imperialistas: é a contra-revolução que triunfa”.

Entre 1989-1991, aconteceu a segunda alternativa.

Prefacio (a Cuba y la Teoría Marxista)

Prefacio (a Cuba y la Teoría Marxista)

[Este Prefacio fueron extraídos del Marxist Bulletin No. 8 (en inglés) y traducidos en Cuadernos Marxistas No. 2]

Prefacio

Este  Cuaderno Marxista comienza con una reimpresión del documento que marca la primera expresión de lo que más tarde constituiría el ala izquierda revolucionaria del SWP [Socialist Workers Party de EE.UU.]. Shane Mage escribió el documento “Cuba y la teoría marxista” en el verano de 1960. Después fue mínimamente modificado y aumentado por Wohlforth y Robertson quienes también lo firmaron antes de entregarlo al SWP con la intención de que fuera esencialmente una mera protesta en contra de la línea capitulante hacia Castro que se estaba desarrollando en el SWP. Seis meses más tarde el liderato central del SWP forzó la situación en el curso de un pleno del Comité Nacional, desafiando a los críticos de izquierda a abandonar o defender sus posiciones. La lucha en el pleno endureció las líneas de división. Así, medio involuntariamente, se cristalizó una oposición de izquierda.

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Esta colección de documentos se concentra alrededor de esa corriente de pensamiento en el seno del ala izquierda original que pasó a caracterizar a la Revolución Cubana como una revolución que condujo a un estado obrero deformado. Las principales expresiones de otras opiniones anti-revisionistas son presentadas, más o menos explícitamente, en los siguientes documentos:

“Resolución sobre la cuestión cubana”, por Shane Mage, 29 de enero de 1961. Discussion Bulletin del SWP, Vol. 22, No 14. (El documento más importante del conjunto del ala izquierda para la Convención Nacional del SWP de junio de 1961, presentado, sin embargo, por la minoría, sin discutirlo substancialmente entre sus propios miembros, está basado sobre la visión de un “estado transicional”).

“Posición sobre la cuestión cubana”, por la sección francesa del Comité Internacional, diciembre de 1961.International Discussion Bulletin del SWP, abril de 1963. (Propone que Cuba es un estado “capitalista fantasma”).

“Trotskismo traicionado – El SWP acepta el método político del revisionismo pablista”, por el Comité Nacional de la Socialist Labour League, 21 de julio de 1962. Discussion Bulletin del SWP, Vol. 24, No. 1, enero de 1963. Y “Oportunismo y Empirismo – Respuesta del Comité Nacional del SLL a Joseph Hansen”, 23 de marzo de 1963. International Information Bulletin del SWP, julio de 1963. (Escritos desde el punto de vista de que Cuba es todavía capitalista.)

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Este cuaderno público es una extensión del boletín “Materias a discutir en la preconferencia de Spartacist”, noviembre de 1964, que consistía sólo del tercero y quinto de los documentos impresos aquí. La ininterrumpida importancia de la cuestión cubana y el general interés suscitado por nuestras opiniones fuera de la organización nos han llevado a extender significativamente lo que inicialmente iba a ser sólo una reimpresión del previo boletín de discusión.

11 de junio de 1966

Bolshevism and Trotskyism

Bolshevism and Trotskyism

Defending our history

[First Printed in Marxist Bulletin #8, February 1999. Copied from http://www.bolshevik.org/mb/8trotskyism.htm ]

In the middle of last year, Marxist Bulletin supporters received a document from the Communist Party of Great Britain (CPGB) which stated their desire to ‘clarify the attitude of a number of Trotskyist organisations and individuals towards the project of revolutionary unity at this stage’.

The CPGB are advocating a process of ‘rapprochement’, which consists of attempting to convince other groups on the left to join with them in the ‘Communist Party’ and argue out political differences within that framework.

The International Bolshevik Tendency has a different project. We believe that shared organisational frameworks and communist discipline grow out of fundamental programmatic agreement and cannot precede it. Building such programmatic convergence in a party with the strength to implement its programme is the historic task of communists today – but we cannot take shortcuts by simply bringing larger numbers together.

The CPGB say that they had been asked to ‘provide a “collective position” on Trotskyism by some comrades’ to help in that process. While stating that they were incapable of coming to a collective position (and could not even understand why they should even try) they did provide a set of ‘brief notes’ to act as a ‘gateway to exchange’. Apparently this document has also been sent to a number of other ‘Trotskyist’ organisations.

These eight points were indeed brief on one important thing – the closest they came to addressing the political and programmatic differences between Trotskyism and Stalinism was in point 5 which mentioned internationalist opposition to socialism in one country along with other unspecified positions.

For a group breaking from Stalinism this is hardly a serious approach to an analysis of Trotskyism and shows a weakness in understanding the centrality of programmatic clarity to Bolshevism. The CPGB need to explain where they stand on the central programmatic distortions of Bolshevism by the Stalinists and the defence of that Bolshevik programme by Trotsky (programmatic distortions which lead, where they had any significant influence, to real material disasters for the working class). One would have thought that this was particularly important in a letter specifically aimed at persuading groups who call themselves Trotskyist to enter serious discussions. It is incumbent on the CPGB to show that they have truly broken from the political revisionism of Stalinism.

In the interests of political clarity and debate we reproduce the letter from the CPGB and our reply, as first printed in the Weekly Worker of 16 July 1998.

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Frozen in dogma

Notes by Mark Fischer in consultation with PCC members

1. Leon Trotsky was a great intellect of the 20th century, one of the two towering figures of the Russian Revolution. The calumny heaped onto the head of this revolutionary should be rejected with contempt by all partisans of the working class.

2. Despite this, Trotsky’s contribution to the revolutionary workers’ movement did not constitute a qualitative development of the theoretical categories of Marxism, an extension according to its own logical laws of development. In this sense therefore, there is no ‘Trotskyism’ in the same way there is a ‘Leninism’.

3. In the struggle against the rising bureaucracy in the Soviet Union, Trotsky and the left (and later, the united) opposition defended many positions of orthodox revolutionary Marxism, centrally the need for world revolution. However, Trotsky made numerous tactical errors in the inner-party struggle, blunders that contributed to eventual defeat. Crucially, Trotsky failed to correctly estimate the potential strength of the Stalin centre, based on the Party apparatus. In this error, he evidenced a tendency to mechanically collapse political forces into social base. This combined with a certain technocratism contributed to the eventual political fragmentation of the opposition, with many capitulating to Stalin after 1928.

4. Trotsky’s analysis of the degeneration of the Bolshevik Party and the social consequences of the USSR’s isolation contained many brilliant insights. Yet it must be taken as the product of the provisional working categories of a brilliant Marxist attempting to understand the laws of motion of a totally unprecedented social formation in the very process of its emergence and consolidation.

5. Thus, to the very end of his life, Trotsky’s thought revealed development and dynamic tensions within itself. This is true despite a certain degeneration of his thought conditioned by the intense pressure of Stalinism and his personal isolation. It is entirely possible that – given the developmental logic of his ideas before his assassination – Trotsky would have been able to resolve the contradictions in his analysis positively, to critique and outgrow his conditional category of ‘degenerated workers’ state’.

6. Trotsky’s followers subsequently froze his method and these provisional categories into dogma. This was evident in the immediate aftermath of World War II and was a characteristic of both sides in the 1953 split in Trotskyism. Trotskyism thus emerged – in contrast to the method of Trotsky at his best – as sterile sectarianism.

7. We observe that today Trotskyism in Britain is embodied in general in two degenerate forms. First, there are the tiny, biblical sects engaged in squabbles over the letter of Trotsky’s work, not his method and its results in the real world. Second, where Trotskyist groups have attempted to relate to the mass, they have adapted to social democracy and become practically indistinguishable from left social democrats.

8. The place for all revolutionaries and communists is in a single revolutionary party. Trotskyists committed to the creation of a mass revolutionary workers’ party should begin immediate discussions with the Provisional Central Committee with a view to the reunification of Trotskyism with the Communist Party of Great Britain.

……….

Lenin’s Heir

Reply by supporters of the Marxist Bulletin/IBT

We have recently received a document from the CPGB presenting some views on Trotskyism and asking for a response. While we do not think this is a subject that can be adequately covered in a short exchange, we would like to make a few essential points in defence of Trotskyism.

You suggest that, unlike Lenin, ‘Trotsky’s contribution to the revolutionary workers’ movement did not constitute a qualitative development of the theoretical categories of Marxism’. However, it is not clear what ‘theoretical categories’ of Marxism you mean, and what contributions to their development you ascribe to Lenin. In our view, Lenin’s most important political contribution to the Marxist tradition was on the Party question – rejecting the social democratic notion of a party of the whole class in favour of a disciplined, democratic-centralised combat party composed of only the most advanced workers. Some of Lenin’s other important contributions are his analysis of the nature of the imperialist epoch, his programme for addressing the national question, his development of the tactics of the united front, and his recognition of the importance of the proletarian vanguard championing the interests of the specially oppressed.

Trotsky was Lenin’s continuator on all these questions – not merely in the abstract but in politically combating the revisionism of the bureaucratised CPSU led by JV Stalin. In addressing the central political questions that arose in the 1920s and 30s, Trotsky certainly extended and deepened Lenin’s programme ‘according to its own logical laws of development’. The Trotskyists upheld the internationalist traditions of Marx and Lenin against the narrow Russian nationalism of ‘socialism in one country’. Against the criminal sectarianism of the Stalinised Comintern’s denunciations of social democrats and other members of the workers’ movement as ‘social fascists’, the Left Opposition advocated the creation of a united front to smash the Nazis, modelled on the Bolshevik Party’s united front with Kerensky to defeat Kornilov in 1917.

In China, Trotsky counterposed a policy of working class political independence to the Comintern leadership’s disastrous policy of capitulation to the ‘anti-imperialist’ bourgeoisie. The Trotskyists opposed the Comintern’s turn to the popular front (i.e. overt class collaboration) in the mid-1930s. The Comintern’s popular front policy in Spain succeeded only in beheading the Spanish revolution and directly resulted in Franco’s victory. During World War II in the ‘democratic’ imperialist countries, the cadres of the Fourth International upheld the Leninist position that ‘the main enemy is at home’, while the Stalinists poisoned the workers with social-patriotism.

Trotsky brilliantly analysed the social roots of the degeneration of the Russian Revolution. He located the profound contradiction embedded in the degenerated Soviet workers’ state between the proletarian property forms and the political monopoly of the parasitic caste headed by Stalin. Trotsky’s prediction – that if the Soviet workers did not rise in a proletarian political revolution to overthrow the Kremlin oligarchy, the Soviet Union would ultimately succumb to capitalist restoration – has (unfortunately) been fully vindicated by history.

The designation ‘Trotskyism’ is important precisely to distinguish Bolshevism from Stalinism – the ideology of the gravediggers of revolution. But one cannot counterpose Leninism to Trotskyism, any more than one can counterpose Marxism to Leninism. Of course Marx, Lenin, Trotsky (and countless others) addressed different questions and made distinctive contributions, but they are all contributors to the development of humanity’s ‘positive self-consciousness’.

Trotsky is no more responsible for the multiplicity of ‘Trotskyists’ who prostrate themselves before Lech Walesa, Ayatollah Khomeini or Tony Blair than Marx or Lenin are for the crimes of ‘Marxist-Leninists’ like Stalin or Pol Pot. (The history of the Trotskyist movement after Trotsky can only be understood in the context of the struggle against the Pabloist revisionism that destroyed the Fourth International.)

A revolutionary party can only be created by embracing the living tradition of Leninism – and that must mean a decisive rejection of Stalinism. Instead of ‘socialism in one country’ – world revolution; in place of the minimum/maximum programme – a revolutionary transitional programme of the sort advocated by Lenin and the Bolsheviks. A ‘reunification’ of the Trotskyist and Stalinist traditions would be just as retrograde as a reconciliation between Leninism and Kautskyism.

On Sunday July 19 we will be speaking on the subject of the transitional programme at a CPGB seminar in London. We will also be presenting the Trotskyist view on the Soviet Union at your ‘Communist University’ in August. We hope that these discussions can help further clarify the differences between our two organisations. Perhaps a process of discussion and debate can narrow the political distance between us. In any case we think it would be a mistake to paper over these differences in the interest of promoting the appearance of ‘revolutionary unity’ where there is none. For the question of Trotskyism versus Stalinism is not merely a historical question – it poses issues of methodology and programme that are crucial to building a viable international revolutionary movement today.

Carta a la Liga Comunista de España

Carta a la Liga Comunista de España

Esta versión fue impresa en Spartacist en español No. 4, mayo de 1977. Carta enviada el 6 de junio de 1975.

En junio de 1975, la tendencia espartaquista internacional (TEI) envió la carta que reproducimos a continuación a la Liga Comunista de España (LCE), Una sección simpatizante del “Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional” (SU). La carta fue enviada a raíz de  la invitación cursada (en una reunión en febrero) por un miembro del buró político de la LCE, para iniciar una discusión por escrito de organización a organización. Nunca se recibió una respuesta, y entretanto la política de la LCE ha cambiado considerablemente. De cualquier manera, el documento retiene su valor como una polémica dirigida a sectores de izquierda dentro del SU.

La Liga Comunista se había alineado con la mal nombrada Fracción Leninista-Trotskista (FLT) del SU sobre la base de la fraseología seudoortodoxa que los líderes de esta última -el Socialist Workers Party norteamericano y el Partido Socialista de los Trabajadores (PST) argentino- habían encontrado útil en sus polémicas con la Tendencia Mayoritaria Internacional (TMI). Los reformistas del SWP y el PST se encontraban profundamente envueltos en el colaboracionismo de clases en sus respectivos países, mientras criticaban abstractamente la capitulación de la TMI al frente popular en el extranjero. Sin embargo, en ese entonces, la LCE no sólo criticaba rigurosamente a los mandelistas franceses por rehusarse a caracterizar a la Unión de la Izquierda como un frente popular, sino también lanzaba un fuerte ataque dirigido a la otra sección simpatizante española del SU -la Liga Comunista Revolucionaria (LCR)-por practicar la política frentepopulista “en casa” donde las presiones para dicha capitulación eran más fuertes.

La LCE no fue el único grupo en la órbita del SU que fue encandilado por la supuesta ortodoxia de la FLT. En la LCR francesa la heterogénea Tendencia 4 incluía partidarios de la FLT -cuya política los colocaba a la  derecha de la TMI centrista- y supuestos oponentes de izquierda del liderato encabezado por Krivine. En Portugal, el Partido Revolucionario dos Trabalhadores (PRT)- todavía no afiliado formalmente al SU en ese entonces, pero políticamente cercano a la LCE, se rehusó a dar apoyo político al Movimiento de la Fuerzas Armadas (MFA) bonapartista en tanto que la Liga Comunista Internacionalista (LCI), relacionada con la TMI, apelaba a los “oficiales progresistas” de la MFA.

Así que encontrábamos en ese momento grupos de militantes de varios países europeos activamente en búsqueda del camino al trotskismo auténtico. Oponiéndose al mal disfrazado “nuevo izquierdismo” de la TMI, pero confundidos por la seudoortodoxia de la FLT. (En contraste, en los EE.UU., Canadá y Australia donde la política real de la FLT podía ser observada de cerca, la gran mayoría de los camaradas del SU reclutados por la TEI fueron en algún momento partidarios de la TMI.) Una tarea fundamental en la lucha por ganar dichos elementos para la TEI, por lo tanto, fue el revelar el abismo que separa la política actual del SWP y el PST del auténtico marxismo revolucionario.

Desde la época cuando esta carta fue escrita, la FLT se ha escindido en dos, pasando el PST a formar una tercera tendencia dentro del SU, la Tendencia Bolchevique. Esto origina una ruptura en la LCE española con la pérdida de algunos elementos a la LCR, la separación de un grupo de adictos al PST para formar la Liga Socialista Revolucionaria (LSR) y el resto quedando bajo el control firme del SWP. Aquellos líderes de la LCE que en 1975 se sentían incómodos con la llamada del SWP por tropas federales a Boston (¿llamada por la Guardia Civil a “proteger” los vascos en Bilbao?), o que sentían que el PST estaba yendo demasiado lejos al declarar su lealtad al criminal régimen peronista, se encuentran ahora publicando obras por Linda Jennes sobre el feminismo y arrastrándose a la cola de Mario Soares en Portugal.

Los sucesos en Portugal durante julio y agosto de 1975, y el debate que originaron al interior del SU, representaron un punto clave en el desarrollo dé la LCE. Sus artículos sobre Portugal en 1974 y a comienzos de 1975 enfatizan fuertemente la oposición al frente popular. En Combate no. 23 (julio de 1974), la LCE escribe:

“… esta confrontación entre la política frentepopulista de las direcciones estalinistas y la línea de frente único obrero por la que se han definido siempre los trotskistas trasciende el marco de las elecciones presidenciales francesas y de la formación del Gobierno Provisional en Portugal. Esta es la cuestión estratégica central que hoy tiene planteada en términos bien concretos el movimiento obrero europeo.”

Ya no. Hoy la LCE dice que el problema central en Portugal es “la lucha por la democracia”.

A mediados de 1975, el Partido Socialista (PS) portugués de Mario Soares encabezó una movilización anticomunista en el nombre de la “democracia” (burguesa), llevando a la cola a los pretendidos trotskistas del SWP norteamericano y la OCI francesa. Primero en el asunto República (véase “Fight MFA Suppression of Left Media in Portugal” Workers Vanguard No. 83, 31 de octubre de 1975) el SWP va más allá de la defensa de la libertad de prensa y procede a apoyar políticamente a Soares contra los trabajadores de la imprenta que habían tomado la planta del periódico pro-PS. Posteriormente, cuando Soares lanza el ataque contra el gobierno Gonçalves atacándolo por tolerar el “anarco populismo”, exigiendo el desarme de las milicias obreras y la destrucción de los órganos embrionarios del poder dual, justificando las acciones de las turbas reaccionarias envueltas en el incendio de los locales del Partido Comunista, el SWP declara que “El Partido Socialista se ha convertido cada vez más claramente en el núcleo directriz para las fuerzas en el movimiento obrero que se rehúsan a someterse a los estalinistas.”

En agosto de ese año, mientras las llamas envolvían las oficinas del PC en todo el norte portugués, la comisión coordinadora de la FLT se reunió a discutir el borrador de un documento preparado por la dirección del SWP sobre “Los problemas claves de la revolución portuguesa”. El gurú teórico del PST, Nahuel Moreno, había escrito al dirigente del SWP, Joseph Hansen, manifestándole una serie de puntos en el análisis de Portugal hecho por éste último con los cuales estaba en desacuerdo. Hansen responde (carta del 9 de agosto de 1975): “Me parece que el eje principal del curso político trotskista [en Portugal] debe ser la defensa de las conquistas democráticas” ([SWP]International Internal Discussion Bulletin. enero de 1976).

En las discusiones de la comisión coordinadora de la FLT no fueron los delegados del PST los críticos más fuertes del borrador del documento, sino la LCE. Una declaración del buró político de la LCE (“Concerning the Draft Resolution on Portugal”) criticaba el borrador por no caracterizar el gobierno como un frente popular y anotaba la caracterización parcial del Partido Socialista: “… no hay un análisis claro y confirmación de la naturaleza contrarrevolucionaria de su línea política.”

La crítica de la LCE concluía:

“No podemos limitarnos a centrar el programa en la defensa de los derechos democráticos, aun cuando en una situación concreta ella pudiera ser el eje

“Por otro lado, debemos enfatizar la necesidad de un programa concreto para desarrollar, transformar y consolidar los comités y comisiones [obreras], el cual es una de las tareas centrales para el avance de la independencia de clase del movimiento de masas.

“Finalmente, es necesario indicar claramente el papel central que tiene una consigna gubernamental como expresión de la independencia de clase y la necesidad de romper con la burguesía….” *

En lugar de luchar por el esclarecimiento de estas diferencias, sin embargo, los delegados del PST y de la LCE votaron a favor del borrador del SWP con  entendimiento de que la versión final sería corregida a la luz de sus críticas. No sucedió nada por el estilo. La versión corregida por el SWP fue publicada con el eje de “derechos democráticos” intacto y la apologética por Soares sin modificación. La FLT convirtió en el foco de su programa la defensa de la democracia (burguesa) en el mismo momento en que Soares (con el apoyo financiero de la CIA) encabezaba una ofensiva contra las comisiones obreras y los comités de soldados, ¡acusándoles de perturbar “el orden democrático”!

El PST de Moreno rompió con el SWP a raíz de ese documento, aun cuando tuvo enormes problemas para explicar su apoyo a posiciones similares anteriores de la FLT (no trató ni siquiera de acomodar su recién encontrada verborrea izquierdizante con sus propias declaraciones vergonzosas de apoyo al “proceso institucional” en Argentina contra las guerrillas de izquierda). Pero la LCE capituló miserablemente. La declaración de la Tendencia Bolchevique lo documenta:

“Las posiciones del SWP en Portugal fueron resistidas desde el principio por un 90 por ciento de la fracción. La cual al criticar el borrador de Problemas claves exigió que el problema de los órganos del poder fuera planteado. La oposición más clara y nítida vino de la dirección de la LCE española… Por razones que ignoramos, la dirección española de la LCE capituló completamente y aceptó la segunda versión de Problemas claves… que dice prácticamente lo mismo que la primera. Esto provocó una crisis en la fracción en España”. *

— [SWP] International Internal Discussion Bulletin, enero de 1977

Este lamentable giro derechista de la dirección de la LCE sobre Portugal se manifestó muy pronto en sus posiciones políticas en asuntos domésticos, en los cuales recurrió al arsenal reformista del SWP. Previamente, había sido la LCR la qué más descaradamente se entregó al nacionalismo pequeño burgués en España, a fin de unirse con el grupo nacionalista vasco ETA-VI. Ahora la LCE pide asambleas constituyentes separadas para Cataluña, las provincias vascas, Galicia, etc. Mas su desviación a la derecha ha sido expresada con mayor claridad en el movimiento sindical español. A la cola de Soares en Portugal, era muy lógico que la LCE se arrastrara tras el líder socialdemócrata Felipe González en España.

Anteriormente la LCE había insistido en el sometimiento incondicional a la disciplina de las comisiones obreras (CC.OO.) dominadas por los estalinistas, criticando fuertemente a la LCR por tratar de salir del marco de las CC.OO. en el punto álgido del movimiento huelguista en Pamplona en 1973. (Se critica el concepto de “frente único estratégico” de la LCE en la carta a continuación.) Pero a finales de 1976 la LCE cambia su posición, abandonando súbitamente las CC.OO., acusándolas de supresión de los derechos democráticos por el Partido Comunista (que fue siempre el caso en las CC.OO.) y uniéndose a la federación sindical social-democrática, la UGT. Pero al hacerlo permanecieron consecuentes con sus concepciones seguidistas de “unidad estratégica” con los líderes reformistas, como lo indica la siguiente declaración elaborada por los sindicalistas alineados con la LCE, al unirse a la UGT:

“Aceptamos los estatutos y las decisiones del Congreso de la UGT y no vamos a luchar por destruirla, sino a fortalecerla y a ser un sector de su izquierda que luche por la unidad y la sociedad socialista.”

Cambio 16, 18 de octubre de 1976

Debido al poco material con el que contamos, no podemos presentar aquí una crítica global de la política actual de la LCE en España. Pero con su lamentable capitulación ante Soares y la adopción de la política social democrática del SWP in toto, cualquier impulso subjetivamente revolucionario que haya quedado entre sus militantes sólo puede terminar en la frustración. Una política revolucionaria en España hoy requiere el abierto repudio al y la lucha contra el declarado revisionismo antitrotskista de la LCE.

*Todas las citas seguidas de un asterisco han sido traducidas de una transcripción en inglés y pueden no coincidir con el original.

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Estimados compañeros,

Aceptamos con mucho agrado la invitación del compañero M. para iniciar una correspondencia entre la tendencia espartaquista internacional y la Liga Comunista de España. Tenemos que destacar, sin embargo, que ignoramos vuestras posiciones políticas sobre temas importantes. Así que un propósito principal de la presente carta es determinar si existe una base para discusiones entre nuestras dos organizaciones.

Queremos dejar sentado desde el comienzo las razones por las que tomamos en serio esta oportunidad. La LCE nos parece uno de los grupos subjetivamente más serios y más a la izquierda dentro del pantano que se autodenomina “Secretariado Unificado” (SU). Al contrario de los radicales pequeñoburgueses de la Tendencia Mayoritaria Internacional (TMI), vuestra organización parece ser atraída por la pretendida (en realidad fraudulenta) ortodoxia marxista de la mal llamada “Fracción Leninista Trotskista” (FLT).

Pero un comunista no puede sentir sino un desprecio total por vuestros socios en bloque, los reformistas consumados del Socialist Workers Party (SWP) norteamericano y el Partido Socialista de los Trabajadores (PST) argentino. El SWP y el PST son enemigos jurados de la revolución proletaria: detrás de las citas de Lenin y Trotsky que utilizan para refutar al guerrillerismo de la TMI se esconde un temor cobarde de molestar a sus propias burguesías.

Percibimos, sin embargo, una diferencia importante entre la LCE y el SWP/PST. Estos últimos son simplemente unos cínicos mentirosos que condenan la política frentepopulista de la TMI, mientras que practican una colaboración de clases aún más desvergonzada en su terreno nacional. En contraste, la Liga Comunista ha denunciado la política de frente popular no solamente cuando ha sido perpetrada por enemigos fraccionales en otros países, sino también en su propio país.

Aunque no menospreciamos esta distinción importante, también tomamos en serio el hecho de que la LCE es una organización simpatizante del “Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional”, que no es unificado ni tampoco es la Cuarta Internacional; y de que pertenece a la “Fracción Leninista-Trotskista”, que por supuesto no es leninista ni trotskista, ni siquiera una fracción. De este modo, la Liga Comunista se presenta frente al proletariado español como adherente de una falsa “Internacional” con otro afiliado local, la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), que es incapaz de trazar una línea de clase contra el frentepopulismo e incluso podría entrar en cualquier momento en el frente popular de la Asamblea de Cataluña. También debéis asumir la responsabilidad de las traiciones repugnantes de los principios socialistas por parte del SWP y del PST.

Tomando solamente dos ejemplos escandalosos de los últimos años, vosotros ciertamente conocéis las declaraciones del PST que efectivamente dan un “apoyo crítico” al régimen asesino de Perón en Argentina, y la llamada del SWP al envío de tropas federales a Boston. Ignoramos cualquier declaración de la LCE contra estas traicioneras expresiones de confianza en el estado capitalista emitidas por los dirigentes de la FLT. Sería absurdo esperar un desarrollo serio de discusiones entre nuestras dos organizaciones en ausencia de una condena por parte de la Liga Comunista de la llamada del SWP por tropas federales y del apoyo dado por el PST a la “continuidad” del gobierno argentino. Es obvio que para cualquier revolucionario serio, tal condena supondría romper con la política de la FLT.

No se puede realizar una tal ruptura al cambiar solamente unas pocas palabras. Se precisa una investigación seria de la verdadera política del SWP y del PST, y una evaluación franca de las causas de los errores de la LCE. Sabemos que en el pasado los dirigentes de la LCE han tratado de revisar seriamente algunas de sus posiciones previas. Cuando un representante de la TMI trató de cambiar la antigua política ultraizquierdista de la LCR frente a las comisiones obreras, la tendencia Encrucijada insistió en la necesidad de una discusión acerca de las fuentes de esta política. ¿Mostraríais la misma determinación ahora? Frente a los cientos de militantes de izquierda detenidos y asesinados por el gobierno cuya “continuidad” es apoyada por Coral y Cía., ¡“criticar” algunas “formulaciones” del PST no es suficiente!

¿Cómo se explica la misma adherencia de la Liga Comunista a la FLT? Actualmente no disponemos de la información necesaria para contestar esta pregunta. Pero, en caso de que vosotros hayáis aceptado como fidedignas las ocasionales palabras seudoortodoxas que aparecen en los documentos fraccionales de Joe Hansen, y que posiblemente no estéis familiarizados con la práctica del SWP y del PST, uno de los fines de la presente es demostrar la fraudulencia total de las pretensiones al trotskismo de estos charlatanes y exponer el origen de esta política oportunista: el pablismo. (También se discutirá el concepto que tiene la LCE del frente único “estratégico”.)

Un social demócrata y un camaleón

Las declaraciones del PST durante los últimos 15 meses han sido tan descaradamente colaboracionistas de clases que sólo un ciego podría ignorar el abismo que separa a estos socialdemócratas reformistas del trotskismo revolucionario. En una declaración común con el PC y seis partidos burgueses presentada al Gral. Perón el 21 de marzo de 1974, el PST prometió apoyar al “proceso institucional” y condenó a todos (es decir, a los comunistas) los que desean cambiarlo. Esta declaración apoya de una manera sumamente clara “la ley y el orden” capitalistas, aliándose, por lo menos implícitamente, con el gobierno y los partidos burgueses liberales contra los guerrilleros de izquierda, como el Ejército Revolucionario del Pueblo / Partido Revolucionario de los Trabajadores (ERP/PRT).

Esta consecuencia se manifiesta claramente en la declaración del dirigente del PST Juan Carlos Coral en una reunión “multisectorial” con la presidente Isabel Perón el 8 de octubre de 1974, en donde aquel falso socialista declaró que los guerrilleros eran la “réplica” de los escuadrones de muerte derechistas (la AAA). La exposición de Coral incluyó una frase que sólo puede interpretarse como una declaración de apoyo político al régimen peronista: “El socialismo de los trabajadores… luchará por la continuidad de este gobierno…” dijo el representante del PST “trotskista” (Avanzada Socialista, 10 y 15 de octubre de 1974).

Estas declaraciones de claudicación ante el gobierno peronista no tienen nada de nuevo. El “teórico” del PST, Nahuel Moreno, ha desarrollado la misma política desde hace décadas, y con la tolerancia del Secretariado Unificado durante una docena de años. Estos hechos no son secretos, y los hemos discutido en un artículo (“Argentina: La lucha contra el peronismo”, Workers Vanguard no. 24, 6 de julio de 1973) que enviamos junto a la presente. Es suficiente anotar que en los últimos años de la década del 50 y al principio del 60, Moreno publicaba una revista, Palabra Obrera, que se titulaba “órgano del peronismo obrero revolucionario” y reclamó ser emitida “bajo la disciplina del Gral. Perón y del Consejo Supremo Peronista”. Más recientemente, Coral/Moreno ofrecieron votar por los peronistas si el 80 por ciento de los candidatos justicialistas eran obreros (Avanzada Socialista, 22 de noviembre de 1972), y aseguraron al presidente Héctor Cámpora que él podría “contar con nuestra solidaridad proletaria” (Avanzada Socialista, 30 de mayo-6 de junio de 1973).

Si hoy día el PST claudica frente al gobierno peronista, no se puede echar la culpa a formulaciones equivocadas o a un supuesto cambio reciente. Ni son estas traiciones la responsabilidad solamente de Coral (que no es más que el socialdemócrata que siempre ha sido) y de Moreno (un camaleón político que simplemente juega su rol acostumbrado). La lucha por el principio marxista de la independencia de la clase obrera requiere romper con Hansen y Mandel, que desde años a tras han proveído un disfraz de izquierda para las maquinaciones de Moreno.

Por ejemplo: actualmente Moreno y Hansen atacan ferozmente al guevarismo de la TMI, pero durante los primeros años de la década del 60 ellos apoyaron plenamente la guerrilla campesina, por lo menos en sus documentos. En esa época Moreno era el más guerrillerista de todos. “La historia… ha dado un mentis a la teoría de que el proletariado, en los países atrasados, es la dirección revolucionaria”, escribió en 1961, de esta manera tirando a la basura el Programa de Transición y la teoría de la revolución permanente. Agregó que es necesario “sintetizar la teoría y el programa general correcto (trotskista) con la teoría y el programa particular correcto (maotsetunista o castrista)” (N. Moreno, La revolución latinoamericana).

Si un ala del Partido Revolucionario de los Trabajadores -sección argentina del Secretariado Unificado, fundado y “formado” por Moreno- subsiguientemente emprendió la guerrilla urbana y rural, saludando a “nuestro comandante principal, el Che Guevara” y recibiendo con alegría “las contribuciones que Trotsky, Kim Il Sung, Mao Tse-tun, Ho Chi Minh y el General Giap han hecho para la revolución” (Roberto Santucho, citado en el Intercontinental Press del 27 de noviembre de 1972), no se debe buscar la causa en la resolución sobre América Latina del “noveno congreso mundial”. Hansen y Moreno comparten la responsabilidad igualmente con Mandel, salvo que se muestran un poco más “cuidadosos” en la aplicación de sus palabras.

¿Queréis investigar los orígenes del guerrillerismo pequeñoburgués en el Secretariado Unificado? Entonces tenéis que rechazar el documento de fundación del Secretariado Unificado, “Hacia la pronta reunificación del movimiento trotskista mundial” (escrito por la mayoría del SWP en marzo de 1963), donde se declaró que “la guerra de guerrillas conducida por los campesinos sin tierra y las fuerzas semiproletarias, bajo una dirección que llega a comprometerse a conducir la revolución hasta su conclusión, puede jugar un rol decisivo en la destrucción de los soportes y la precipitación de la caída de un poder colonial y semicolonial.” La Tendencia Revolucionaria del SWP, el precursor de la Spartacist League/U.S., replicó: “… la guerra de guerrillas basada en los campesinos bajo una dirección pequeñoburguesa no puede llevar más allá de un régimen burocrático antiobrero…. La revolución puede tener un signo inequívocamente progresista sólo bajo una tal [marxista] dirección del proletariado revolucionario” (“Hacia el renacimiento de la Cuarta Internacional”, junio de 1963). ¡La oposición de Hansen al guerrillerismo es falsa!

No una Internacional sino un pacto de no-agresión

La fundación misma del Secretariado Unificado se basó en el rechazo de la teoría de la revolución permanente y del papel indispensable de la dirección de la clase obrera bajo su partido trotskista de vanguardia. Los patriarcas del antiguo Secretariado Internacional (Ernest Mandel, Livio Maitan, Pierre Frank) simplemente continuaron el liquidacionismo pablista que habían sostenido desde el comienzo de la década del 50. Del “entrismo profundo” de Pablo en los partidos estalinistas a los aplausos del SU para Castro, estos capituladores profesionales han disculpado a un dirigente vendido tras otro.

En los años 50, el SWP se opuso al programa pablista de liquidarse en los partidos reformistas, aunque fuese después de bastante vacilación. Pero después de los estragos del macartismo contra la izquierda norteamericana, el partido sucumbió ante las presiones del aislamiento. Cuando llegó la revolución cubana, Hansen declaró que el nuevo régimen era un estado obrero sano (¡“aunque faltando las formas de la democracia obrera”!), esperando de tal manera envolverse en su popularidad. Sólo la Tendencia Revolucionaria sostuvo que Cuba era un estado obrero cualitativamente deformado, que se necesitaba un partido trotskista independiente para dirigir una revolución política derrocando a la burocracia estalinista y estableciendo el domino de la democracia proletaria basada en órganos soviéticos.

La crisis dentro del Secretariado Unificado, que ya sobrepasa seis años de duración, es un resultado directo de su política pablista. No solamente no había una “vuelta” en el noveno congreso (salvo al pretender aplicar lo que antes fue un guerrillerismo exclusivamente verbal); si es que los “marxistas inconscientes” (referencia a Castro por el “ortodoxo” Joe Hansen) pueden reemplazar a los trotskistas, y si los “instrumentos embotados” (bandas guerrilleras campesinas) pueden llevar a cabo las tareas del partido leninista, ¿entonces por qué no deben incluirse dentro de la misma “Internacional” todo tipo de elementos socialdemócratas, semimaoistas y guevaristas?

Tal bloque podrido, un conglomerado federado de fuerzas extremadamente dispares, es orgánicamente incapaz de lograr la claridad marxista o la acción revolucionaria coherente, como ha sido ampliamente demostrado por el SU. Por ejemplo, ¿cuál es la posición del Secretariado “Unificado” sobre Chile? El SWP dice que la Unidad Popular allendista fue un frente popular, pero la TMI y el PST lo niegan. ¿Indochina? La TMI considera que los estalinistas vietnamitas son revolucionarios que acaban de lograr “la primera revolución permanente victoriosa” desde la de Cuba, mientras el SWP se negó a tomar partido en la guerra de clases en Indochina, ¡y actualmente sostiene que Vietnam del Sur sigue siendo capitalista!

¿Cuál es su apreciación del Movimiento de las Fuerzas Armadas portugués, de la Unión de la Izquierda francesa, de la “Revolución Cultural” china, de la guerra de guerrillas, del terrorismo individual? No hay posición común del SU sobre ninguna de estas cuestiones vitales; es más, consecuente con su concepción menchevique del centralismo democrático, posiciones contrarias son publicadas en la prensa de las secciones respectivas. No sorprende, entonces, que en todas partes donde existe un número significativo de partidarios de la FLT y de la TMI en el mismo país, han ocurrido escisiones y/o surgieron organizaciones distintas (Argentina, Australia, Canadá, España, México, Perú, Portugal y los Estados Unidos).

En el momento de la fundación del SU en 1963, su carácter sin principios de pacto de no-agresión fue demostrado cuando se ocultaron importantes diferencias sobre la escisión de 1953, China y otras cuestiones. Otro elemento de esta falsa “reunificación” fue un acuerdo tácito de los componentes de no denunciar sus respectivas traiciones para mantener la “unidad”. En una reciente polémica fraccional pública contra la mayoría del SU, el PST señaló bien este punto. ¿Por qué, dice, es que Mandel ataca al PST por emitir declaraciones conjuntas con políticos burgueses mientras guarda silencio sobre la coalición “antiguerra” del SWP con prominentes liberales del Partido Demócrata?

“Queremos recordarles [a la dirección de la TMI] que en los momentos álgidos del movimiento contra la guerra en los Estados Unidos, varias figuras pequeñoburguesas y aún burguesas buscaban compartir la plataforma en las manifestaciones gigantescas que ocurrieran en ese entonces. Los trotskistas en los Estados Unidos no se opusieron a esto. En realidad lo favorecieron.

“¡Pero como gritaban los ultraizquierdistas! Ellos consideraran esto como prueba positiva de que el Socialist Workers Party había formado un ‘bloque político interclasista’ con el ala liberal del Partido Demócrata, practicando así la ‘política’ socialdemócrata de colaboración de clases. Esta es una de las ‘pruebas’ principales, que todavía lanzan contra el SWP los ultraizquierdistas en los Estados Unidos (y en otras partes) para sostener la acusación de que el SWP ha ‘degenerado’, que se ha vuelto ‘reformista’, y que ha ‘traicionado’ la clase obrera.”

Intercontinental Press, 20 de enero de 1975

Claro que los “ultraizquierdistas” que han denunciado la colaboración de clases del SWP en las coaliciones contra la guerra fueron la Spartacist League; y los dirigentes del PST captan un punto importante al demostrar la inconsecuencia de la TMI. Pero Mandel entiende bien que acusar al SWP de colaboración de clases en su trabajo principal de media década, implica escindir irrevocablemente el SU y destruir sus pretensiones de ser la Cuarta Internacional.

Colaboración de clases y el movimiento contra la guerra

La política del Socialist Workers Party en el movimiento contra la guerra durante los últimos años de la década del 60 es, de hecho, un ejemplo clásico de su política reformista. La construcción de coaliciones sobre un solo punto (“single-issue”) contra la guerra en Vietnam dominó la actividad del SWP de 1965 a 1971 y reclutó la mayoría de sus miembros actuales. Fue en esta escuela de colaboración de clases que ellos fueron formados, y os podemos asegurar que aún entre los reformistas maoístas y los estalinistas pro-Moscú el SWP era notorio como el elemento “socialista” más derechista del movimiento contra la guerra. Los maoístas llamaron por la victoria del FLN (Frente de Liberación Nacional sudvietnamita), por lo menos hasta los acuerdos de “paz” en 1973, pero el SWP se negó consecuentemente a apoyar un lado en la guerra de clases en Indochina, alegando que la cuestión era solamente la de auto-determinación. El mismo Partido Comunista (PC) de los EE.UU. pudo aparecer a la izquierda del SWP al tratar de construir coaliciones sobre varios puntos, de las cuales la más notable fue la “Coalición Popular por la Paz y la Justicia” [PCPJ). El SWP atacaba al PCPJ por un supuesto “sectarismo” porque, dijo, podría asustar a potenciales adversarios de la guerra que no estaban de acuerdo sobre otros puntos.

La ausencia de la “estrategia” del SWP contra la guerra se expresó en un artículo del Militant (22 de noviembre de 1965) que reclamó “evitar diferencias sectarias para unificar y ayudar en la construcción de una organización nacional que podría englobar a cualquiera que esté dispuesto a oponerse a la injerencia de los EE.UU. en Vietnam, no importa su compromiso, o falta de esto, sobre otras cuestiones.” Lo que buscaban Hansen y Cía. era una organización con grupos burgueses y políticos capitalistas liberales que se pronunciaban contra la guerra aunque -y esto no sorprende- les “faltaba compromiso” para librar una lucha de la clase obrera en contra de la guerra.

Esta política no se limitó a lo escrito, como apetito oportunista sin realización. Ya en el otoño de 1965 el SWP funcionó como corredor para consolidar el “Fifth Avenue Peace Parade Committee” bajo la sola reivindicación “¡Alto a la guerra ya!” y una llamada por la retirada de “todas la tropas extranjeras” de Vietnam del Sur. Esto no solamente aprobaba la posición del gobierno norteamericano condenando “la agresión norvietnamita”, sino que también evitó la obligación fundamental de la solidaridad proletaria, es decir reclamar la victoria de la revolución vietnamita.

Una formación similar de colaboración de clases era la “National Peace Action Coalition” (NPAC) organizada por el SWP a fines de la década del 60. Lejos de ser un bloque “ad hoc” para organizar una manifestación, la NPAC era una organización estructurada con una línea política distinta y una junta directiva que incluía al senador del Partido Demócrata, Vance Hartke. Pero aún antes de la participación de Hartke, el carácter frentepopulista de la NPAC fue demostrado por su negativa a reivindicar más que la sola consigna “¡Fuera ya!” y su estrategia de centrar las manifestaciones sobre la participación de políticos burgueses (Hartke, el alcalde John Lindsay de Nueva York, los senadores George McGovern y Eugene McCarthy, etc.). No fue accidental que cada año en qué hubo elecciones parlamentarias y presidenciales (1966, 1968, 1970, 1972), cuando los liberales del Partido Demócrata desarrollaron sus candidaturas, el movimiento “independiente” de masas contra la guerra simplemente desapareció. La negativa del SWP a reivindicar la solidaridad con la revolución indochina aseguró que la NPAC se desharía en el momento en que la retirada de las tropas norteamericanas comenzase a gran escala.

En contraste, la Spartacist League luchó contra la guerra imperialista de los EE.UU. sobre una base de clase. Nuestras consignas incluyeron “Ningún orador burgués en las manifestaciones contra la guerra”, “Huelgas laborales políticas contra la guerra”, “Romper con los Demócratas y los Republicanos-Formar un partido obrero”, “Aplastemos el imperialismo-Ninguna confianza en los ‘líderes’ traidores, aquí y en el extranjero”. Una reivindicación que sin falta llenó de ira al servicio de orden del SWP en las manifestaciones fue “Toda Indochina debe ser comunista.”

Nuestra política fue completamente consecuente con el programa leninista, es decir que no se puede luchar contra la guerra imperialista sino con la lucha de clases revolucionaria. Comentando la conferencia de Zimmerwald, Lenin se refirió a “la idea fundamental de nuestra revolución, que la lucha por la paz sin una lucha revolucionaria no es nada más que ‘una frase vacía y falsa, que la única manera de poner un fin a los horrores de la guerra es a través de una lucha revolucionaria por el socialismo” (“El primer paso”, octubre de 1915). Pero se buscará en vano en los extensos artículos del SWP sobre la guerra de Vietnam y en las numerosas manifestaciones y reuniones de NPAC para encontrar la más mínima referencia a la lucha revolucionaria de clases.

Existe aquí un paralelo importante con las coaliciones contra la guerra animadas por el PC de los EE.UU. en los años 30. En un folleto publicado por el SWP, “El frente popular: La nueva traición”, James Burnham escribió en 1937:

“Lo que es más importante es la aplicación de la política del frente popular al ‘trabajo contra la guerra’, A través de un sinnúmero de organizaciones Pacifistas, y especialmente a través de la ‘Liga Norteamericana Contra la Guerra y el Fascismo’ que controlan directamente, los estalinistas aspiran crear ‘un frente popular amplio, sin distinción de clases de todos los que se oponen a la guerra’. El carácter colaboracionista de clases de la política del frente popular se revela notablemente en la actitud estalinista dentro de estas organizaciones. Ellos excluyen desde el principio al análisis marxista de que la guerra es un resultado necesario de los conflictos internos del capitalismo, y que por lo tanto, sólo puede ser verdaderamente combatida por la lucha revolucionaria de clases contra el orden capitalista: al contrario, ellos mantienen que todos, de cualquier grupo o clase social, sean o no sean adversarios del capitalismo, pueden ‘unirse’ para evitar la guerra.”

Esta es una descripción cabal de la acción del SWP dentro de la NPAC.

La expresión más dramática del carácter frentepopulista de la NPAC ocurrió en su conferencia de 1971 en Nueva York. Asistieron a la reunión el senador Hartke y Victor Reuther, uno de los vicepresidentes del United Auto Workers (sindicato de los obreros del auto) que participó en “la transferencia de dineros de la CIA a dirigentes sindicales anticomunistas en Europa después de la Segunda Guerra Mundial. Una moción de la Spartacist League demandó que políticos burgueses como Hartke fueran excluidos de la conferencia; el presidente de la reunión, militante del SWP, rehusó permitir la votación sobre esta resolución. Más tarde, cuando Hartke y Reuther tomaron la palabra, fueron molestados verbalmente por los adherentes de la Spartacist League y del grupo Progressive Labor (PL). El SWP respondió movilizando al servicio de orden para atacar a los que protestaban, hiriendo a varios viciosamente. Al día siguiente los adherentes de la SL y de PI fueron excluidos de la conferencia (véase “SWP concretiza su alianza con la burguesía”, Workers Action no. 10. septiembre de 1971). ¡Unión con los patronos, exclusión de los comunistas! — esa fue la política “independiente” del SWP contra la guerra.

Estos falsos trotskistas reclamaron y formaron organizaciones para englobar “a cualquiera que esté dispuesto a oponerse a la injerencia de los EE.UU. en Vietnam, no importa su compromiso… en otras cuestiones.” Nosotros os preguntamos: ¿cómo clasifica la LCE a una organización compuesta de todos, no importa su pertenencia de clase, los que se oponen a la dictadura franquista? Y qué diría de los que animan tal coalición? Vuestra respuesta en España es clara: calificáis a la Asamblea de Cataluña un frente popular (o el embrión de un frente popular) y condenáis la colaboración de clases de los estalinistas que la construyen. ¿Qué decís sobre los EE.UU.?

¿Tropas federales o defensa laboral/negra?

Podríamos discutir extensamente la práctica antimarxista del SWP en cada área de su trabajo: su sectoralismo (partidos distintos para los negros, los chicanos: sus llamadas a la “autodeterminación” para todos, entre ellos los indios norteamericanos, los homosexuales, las mujeres, etc.); su apoyo a la burocracia laboral contra los militantes de base “perturbadores”; sus bloques con feministas burguesas en el movimiento para la liberación de las mujeres (y consecuentemente su negativa a reivindicar el aborto gratis); el apoyo abierto a rompehuelgas (la huelga de maestros de 1968 en Nueva York): sus reivindicaciones de “control comunal” (¡incluso de la policía!); su cretinismo electoral sin límites, etc.

Durante los últimos meses el SWP ha declarado cada vez más abiertamente sus ambiciones socialdemocráticas. En diciembre de 1974, para convencer a un juez liberal que no era necesaria una vigilancia del FBI sobre su grupo juvenil, la YSA, una declaración oficial del SWP al tribunal renunció categóricamente a “la violencia o cualquier actividad ilegal”. Poco después, el SWP lanzó su “campaña presidencial 1976” con un “Bill of Rights del pueblo trabajador”, ¡un truco reformista que equivale a reivindicar la extinción del capitalismo a través de enmiendas constitucionales!

Más tarde en una entrevista con el New York Times (21 de abril de 1975) el candidato presidencial del SWP, Peter Camejo, reclamó “reducir el presupuesto de guerra” (es decir, no eliminarlo), “terminar las actividades ilegales de la CIA y el hostigamiento por el FBI” (es decir, no tocar las actividades legales de estas policías anticomunistas especiales) y “oposición a la política exterior actual, que caracterizamos como imperialista”, propagando de este modo la ilusión reformista de que el imperialismo podría ser eliminado al elegir hombres de estado “pro paz”! Ni una sola de las cinco consignas mencionadas por Camejo incluye algo que no haya sido planteado por congresistas liberales de la izquierda del Partido Demócrata.

Pero en el último año, la lucha entre el programa marxista de la independencia de clase y el colaboracionismo de clases ha culminado en una cuestión muy específica: la llamada del SWP por “tropas federales a Boston”. Durante el curso de una movilización reaccionaria contra la integración racial por medio del transporte escolar (“busing”) decretado por los jueces, han ocurrido una serie de ataques viciosos de canallas racistas contra los escolares y los habitantes negros de los barrios de viviendas estatales en Boston. Y como reformista que es, ¡el SWP apela a las fuerzas armadas del estado capitalista -los verdugos de Indochina- para proteger a los negros!

Los revolucionarios debemos aconsejar a las masas trabajadoras que no confíen en el estado capitalista, demostrando que el estado defiende los intereses de la clase dominante capitalista y no los intereses de los explotados y los oprimidos. Es perfectamente correcto reivindicar la aplicación de una ley a favor dejos derechos democráticos (y es un hecho que la Spartacist League fue entre los primeros en llamar por la implementación del plan de “busing” decidido por los tribunales federales); pero pedir la intervención de las tropas federales expresa confianza en que éstos defenderían los intereses de los negros oprimidos. Al contrario de lo que dice el SWP, los marxistas debemos advertir a las masas trabajadoras que no pueden contar sino con sus propias fuerzas, y advertimos que si las tropas federales intervienen en Boston, será para aplastar todo intento de autodefensa de la población negra.

En Boston la Spartacist League reclamó la formación de destacamentos de defensa integrados por obreros blancos y negros (“una defensa laboral/negra”), para las escuelas, los escolares y las comunidades negras puestas en peligro por los merodeadores racistas. Esta política leninista llegó a la atención internacional con fotografías aparecidas en varios periódicos burgueses de nuestras pancartas y banderolas en las manifestaciones de Boston. También ha atraído el apoyo de varios militantes negros. El SWP respondió denunciando nuestra llamada por una defensa laboral/negra, alegando que era “ultraizquierdista”. “La reivindicación de destacamentos de defensa sindical no es realista en este momento,” dice Camejo en el Militant (1 de noviembre de 1974), “… esa consigna de destacamentos de defensa sindical es sacada del aire. No es una propuesta seria.”

Para sus lectores en el extranjero, Hansen ha embellecido la política del SWP durante la crisis de “busing” en Boston. En un largo artículo en Intercontinental Press (25 de noviembre de 1974) incluso clasificaba como “posición recomendable” la reivindicación de la SL por una defensa laboral/negra. Esto es solamente una pantalla para los que no están informados. El SWP nunca propugnó una tal consigna en Boston (o en cualquier otro lugar) durante el año pasado. Al contrario, durante la manifestación del 14 de diciembre de 1974 en Boston cuando los manifestantes de la SL gritaban “¡No a las tropas federales-Defensa laboral/negra!” el SWP, tratando de sofocar nuestras consignas, contestó con “¡Tropas federales a Boston!”

Una división aguda se presenta sobre la cuestión de tropas federales a Boston: los reformistas -el SWP y el PC- junto con los políticos negros del Partido Demócrata y el alcalde liberal Demócrata de Boston, reivindican la intervención de las fuerzas militares del estado capitalista; la Spartacist League exige la acción independiente de la clase obrera, es decir una defensa laboral/negra. Es la obligación internacionalista de todas las fuerzas que se autodenominan revolucionarias expresarse sobre esta cuestión. Hasta ahora, ni una sola sección nacional del Secretariado Unificado se ha opuesto públicamente al revisionismo abierto del SWP sobre la cuestión central del carácter de clase del estado y la actitud de los revolucionarios frente al estado burgués. ¿Cuál es la posición de la LCE?

Trotsky, al menos, avanzó una política revolucionaria. En “La guerra y la Cuarta Internacional” (1934) escribe:

“Dirigirse al estado, es decir al capital, reivindicando el desarme de los fascistas, significa sembrar las peores ilusiones democráticas, adormecer la vigilancia del proletariado, desmoralizar su voluntad…. Los socialdemócratas, aun los que estén más a la izquierda, es decir, aquellos que estén dispuestos a repetir las frases generales de la revolución y de la dictadura del proletariado, evitan cuidadosamente la cuestión del armamiento de los obreros, o declaran abiertamente que esta tarea es ‘quimérica’, ‘aventurista’, ‘romántica’, etc.”

Comentando esta cita, la Fracción Bolchevique-Leninista (cuyo cuadro principal fue expulsado hace poco del comité central de la Ligue Communiste Revolutionaire francesa) escribió: “‘Romántico’ dijeron los socialdemócratas de izquierda en 1933, ‘no realista’ Camejo nos dice; ¡los años pasan, pero el vocabulario de los socialdemócratas cambia poco!” (Spartacist [edición francesa] no. 9, 16 de mayo de 1975).

Enviamos junto a la presente artículos de nuestra prensa que tratan de la controversia sobre las tropas federales a Boston. Algunos de los más recientes tratan del carácter “realista” de la consigna de una defensa laboral/negra en forma concreta: informando de la formación de un comité de defensa para proteger la casa de un sindicalista negro contra ataques racistas. Esta acción, por el Local 6 del United Auto Workers (sindicato de los obreros del auto) en Chicago, resultó de una proposición del Labor Struggle Caucus de ese sindicato; además, el destacamento de defensa es encabezado por uno de los miembros de este Caucus. El Labor Struggle Caucus es una tendencia sindical de oposición con una política de lucha de clases, apoyada políticamente por la Spartacist League.

Frente unido: ¿Táctica o estrategia?

Hemos tratado de estudiar cuidadosamente la prensa de la Liga Comunista para formar un juicio ponderado de la política y la práctica de la LCE. Anotamos primero que vuestra prensa está muy centrada sobre la península ibérica, y en consecuencia desconocemos vuestros conceptos sobre varias cuestiones importantes (por ejemplo, Cuba, Irlanda, las guerras en el Cercano Oriente, el nacionalismo pequeñoburgués en varios países). Ya que no hemos logrado conseguir sino el primer tomo de las resoluciones de vuestro segundo congreso, apreciaríamos cualquier documentación adicional que haya disponible.

Gran parte de Combate y de los órganos provinciales de la LCE se dedica (con razón) al comentario de las luchas obreras y estudiantiles. Sobre la huelga general de 1973 en Pamplona; la serie de huelgas en el Bajo Llobregat en 1974 y otras huelgas importantes hemos tratado de comparar los informes publicados por la LCE, la LCR, la Organización Revolucionaria de los Trabajadores y los grupos maoístas en la medida en qué están a nuestro alcance. Aunque nos hemos formado algunas impresiones, varios asuntos importantes todavía no nos quedan aclarados, y de todas maneras siempre es arriesgado juzgar cuestiones tácticas de la lucha sindical desde el exterior. No obstante, queremos ofrecer algunos comentarios acerca de vuestro concepto de un “frente único estratégico” y, a un nivel muy general, la relación de esta palabra de orden con las tareas de los revolucionarios frente a las comisiones obreras.

En vuestra carta al comité central de la Ligue Communiste francesa (“En torno a las posiciones mantenidas por la Ligue Communiste en las elecciones legislativas de marzo de 1973”, junio de 1973, Boletín de Informaciones Internacionales no. 5, enero de 1974), la LCE:

“Exigía oponer a la línea estratégica de frente único con la burguesía de las direcciones traidoras, concretizada en aquel momento en una U.I. [Unión de Izquierda] incapaz incluso de combatir eficazmente a Pompidou, la estrategia revolucionaria del Frente Único de Clase, capaz de polarizar en torno al proletariado a las masas oprimidas de la ciudad y del campo,”

La misma idea se repite en otros documentos de la Liga Comunista en formas diferentes, refiriéndose generalmente a un “pacto de clase” como alternativa “opuesto en todos los niveles” al frente popular.

Como conocéis, el concepto de una “estrategia de frente único” ha sido lanzado por la Organisation Communiste Internationaliste (OCI) francesa para justificar su política seguidista tras la actual dirección reformista de la clase. La aplicación más asquerosa de esta línea de capitulación fue la consigna de la OCI de votar por Mitterrand, candidato único de la Unión de la Izquierda frentepopulista en las elecciones presidenciales del año pasado, No queremos hacer un amalgama igualando la política de la LCE con la de Lambert, y sabemos que vosotros habéis criticado dicha política como “una elevación de los métodos tácticos de F.U…. a un principio estratégico” (“La crisis de la LCR y la escisión En Marcha”, Boletín de Informaciones Internacionales, no. 5, enero de 1974).

Sin embargo, la línea de una “estrategia del frente único de clase” lleva en última instancia justamente a la conclusión sacada por la OCI. La alternativa global a la política de colaboración de clases de los reformistas no es un frente único que incluye todas las organizaciones que pretenden representar la clase obrera, ni tampoco un “pacto de clase” mítico, sino al contrario el programa marxista del partido leninista de vanguardia. Exigir que los estalinistas y los socialdemócratas rompan una coalición electoral con los partidos burgueses, exigir qué los reformistas luchen por reivindicaciones particulares que están en el interés de la clase, es tan necesario como consecuente con los principios revolucionarios; estas tácticas nos permiten demostrar gráficamente y en la práctica frente a las masas la realidad de que los dirigentes vendidos son enemigos de la revolución proletaria. Pero dar a entender que los agentes de la burguesía dentro del movimiento obrero son capaces de realizar por entero el programa revolucionario de los trotskistas significa confundir a las masas, camuflar el programa contrarrevolucionario de los reformistas y la necesidad absoluta de un partido trotskista independiente.

Somos conscientes de que la LCE denuncia las traiciones de los estalinistas y pone énfasis en la necesidad de un partido trotskista. (La OCI también hace esto de vez en cuando.) Pero si, como decís, el frente único resume todo el programa de la independencia de la clase obrera frente a la burguesía (en vez de ser una expresión de esto, en condiciones particulares); y si es que los estalinistas son capaces de realizar este frente único — entonces, por supuesto, ellos, cesan de ser reformistas dedicados a mantener el poder capitalista. Esto se da a entender definitivamente en vuestra “resolución estratégica” del segundo congreso de la LCE (“Hacia la república socialista — Por el partido de la IV Internacional”) donde lo siguiente se ofrece como respuesta imaginada a las acusaciones de los “aparatos” según las cuales el frente único es simplemente una maniobra:

“Si os pronunciaseis por el frente único y combatieseis consecuentemente en esa dirección, la clase obrera vería extraordinariamente facilitado su camino, cerraría filas en torno a sus organizaciones y multiplicaría el ímpetu de sus acometidas contra los capitalistas y su régimen. Entonces dejaríamos de juzgarlos según los hechos que se desprenden de vuestro terrible pasado y presente de traiciones. Nos atendríamos a los hechos nuevos.”

Compañeros, cuando Trotsky dijo que bajo circunstancias especiales los reformistas pueden ser forzados a ir más lejos de lo que desean, ¡nunca propuso que ellos podrían adoptar la totalidad del programa revolucionario! EraPablo quien dijo eso, consecuente con su “análisis” revisionista: no luchaba más para crear partidos trotskistas, sino que presionaba por reformar los partidos estalinistas. No creemos que esto represente la política de la Liga Comunista, pero es la conclusión lógica de vuestro concepto de una “estrategia del frente único de clase”.

Para comentarios adicionales sobre el concepto de la “estrategia de frente único”, ver el apartado que trata del frente único en nuestra carta a la OCI y su “Comité de Organización” (Spartacist [edición francesa] no. 4, octubre de 1974).

Esto va más allá de una mera cuestión terminológica. El voto por los partidos obreros de un frente popular (reivindicado por la OCI) se deriva de la concepción del “frente único estratégico.” La tendencia espartaquista, al contrario, se niega a apoyar electoralmente a cualquier partido de un frente popular; en cambio, llamamos por una oposición condicional a los partidos obreros de un frente popular, exigiendo que rompan con sus confederados burgueses como condición previa para un apoyo electoral. La lógica de nuestra posición es bien clara: el principio fundamental de la política marxista es el de la independencia del proletariado frente al enemigo de clase; si un partido obrero, incluso un partido reformista tan podrido como el Partido Laboral británico, presenta independientemente sus propios candidatos, podemos aconsejar a los obreros que voten por este partido como un intento elemental de trazar la línea de clase. ¡Pero si un partido obrero forma parte de un frente popular, llamar a los obreros a votar por este partido es reivindicar la instalación de una formación política burguesa en el gobierno!

La LCE también propugnó el votar por los partidos obreros del frente popular en el segundo turno de las elecciones parlamentarias francesas de 1973. Argumentáis que la abstención es una política pasiva. Si se trata de abstenerse como cuestión de principios, tenéis razón; pero la tendencia espartaquista no aboga por tal concepto. En las elecciones francesas de 1973 propugnamos el votar por los candidatos de la OCI y de Lutte Ouvriere que, al negarse a votar por los Radicales de Izquierda, presentaban, de una manera distorsionada y muy parcial, una oposición de clase al frente popular. También exigíamos del PC y del PS que rompieran con los Radicales de Izquierda, diciendo que cualquier apoyo electoral a sus candidatos dependería de una ruptura con el partido burgués.

Nos interesaría co.no.cer vuestra posición en las elecciones francesas de 1974 cuando Mitterrand fue el candidato único del frente popular. Si llamáis a un voto por Mitterrand, no se puede pretender que se rechaza votar por una parte del frente; vuestro consejo concreto a los obreros seria el mismo que el de los dirigentes de la Unión de la Izquierda. También nos interesa saber cuál era vuestra posición sobre las elecciones portuguesas del 25 de abril de 1975. El Partido Revolucionario dos Trabalhadores portugués (PRT), que parece estar generalmente de acuerdo con los puntos de vista de la LCE, se negó a apoyar a cualquier partido que hubiera firmado el pacto con el Movimiento de la Fuerzas Armadas. No estamos de acuerdo con el apoyo electoral que dio el PRT a la Liga Comunista Internacionalista (LCI) -apoyo que, al menos públicamente, fue dado sin crítica alguna- porque desde nuestro punto de vista la línea política de la LCI es comparable a un “apoyo crítico” al “ala progresista” del MFA, en vez de una oposición intransigente de clase. Pero es correcta la posición del PRT de no votar por el PC, porque estaba formalmente comprometido en la colaboración de clases a través de su participación en el régimen bonapartista burgués dominado por el MFA. ¿Discrepáis de esta posición?

Comisiones obreras y la “Huelga General Revolucionaria”

Vuestras declaraciones sobre las comisiones obreras (CC.OO.) también nos parecen reflejar el concepto erróneo de una “estrategia de frente único.” Escribís que: “Es en Comisiones Obreras donde ciframos los trotskistas la base orgánica fundamental del Frente Único del proletariado militante” (La crisis de la LCR y la escisión ‘En Marcha”‘). En la “resolución estratégica” del II Congreso de la LCE agregáis: “El impulso de la acción generalizada de las masas, y la centralización de la voluntad de combate de amplísimas franjas militantes hacen cada día más necesario que las CC.OO. rompan con los obstáculos opuestos al desarrollo de su vocación de formas democráticas de frente único de la vanguardia amplia del proletariado.

¿Qué queréis decir con las frases “la base orgánica fundamental del Frente Único” y la “vocación de formas democráticas de frente único de la vanguardia amplia del proletariado”? Si se quiere decir que las comisiones obreras han agrupado a muchos de los militantes obreros más combativos, que es necesario luchar dentro de las CC.OO. para derrotar a los estalinistas y a otros reformistas que actualmente conducen a estos militantes por el camino de la colaboración de clases, que sería estúpido y peligrosamente sectario tratar a las CC.OO. como organizaciones opositoras al partido revolucionario identificando tácitamente la base con la dirección, entonces podemos estar de acuerdo. Pero evidentemente lo que deseáis indicar sobrepasa esto.

Discutir la “vocación” de una institución particular en la lucha de clases es metafísico. ¿Cuál es la “vocación’; de los sindicatos: defender los intereses de los obreros contra los patronos (imposible en esta época sin una dirección revolucionaria) o servir los intereses de los patronos (como es el caso casi universal)? Podéis decir que la política sindical actual, es decir la colaboración de clases, es una deformación del propósito básico del sindicalismo. Pero en ese caso Lenin se equivocó cuando insistió en que se necesitaba un partido de vanguardia independiente para llevar la clase obrera a la conciencia socialista, y que la conciencia tradeunionista es conciencia burguesa.

¿Y qué se puede decir de los soviets rusos desde febrero hasta septiembre de 1917: es que su “vocación” era de servir como estructura organizativa para la creación de un estado obrero? En ese caso Lenin se habría equivocado cuando retiró la consigna de “todo el poder a los soviets” durante la represión contrarrevolucionaria feroz desencadenada por Kerensky después de las jornadas de julio. ¿No deberían haberse limitado los bolcheviques a luchar por una mayoría dentro de los soviets, sometiéndose incondicionalmente a la disciplina de la mayoría soviética? No lo hicieron… y tuvieron razón.

La función de una institución particular en la lucha de clases es determinada por la constelación de fuerzas políticas de clase que deciden su política. Por ejemplo, los consejos obreros alemanes de 1918 estuvieron dominados por los socialdemócratas mayoritarios y ratificaron el establecimiento de una república parlamentaria burguesa. Podemos hablar del papel real desempeñado por tal o cual institución, o también de la capacidad que tiene un organismo particular para cumplir otras funciones.

Desde nuestro punto de vista el verdadero papel jugado por las CC.OO. españolas ha sido el de sindicatos ilegales. Cierto que de vez en cuando las CC.OO. han dirigido movilizaciones de masas que han sobrepasado los límites de una categoría gremial particular. Pero lo ha hecho también la federación minera boliviana, que durante muchos años mantuvo milicias obreras armadas. Además hacéis una distinción entre las comisiones obreras y los “comités elegidos y revocables en las asambleas.” Esto no es mero formalismo. En el momento actual, según nuestras informaciones, la mayoría de la CC.OO. no son elegidas, están dominadas por los dirigentes reformistas vendidos e incluso han expulsado a aquellos militantes que deseaban llevarla cabo una política de lucha de clases.

¿Cuáles son las capacidades de las comisiones obreras? Andrés Nin se equivocó al plantear que la confederación sindical encabezada por los anarquistas, la CNT, podría reemplazar a los soviets. No hizo caso del hecho de que aún estos sindicatos combativos estuvieron dominados por una burocracia y estaban estructurados de tal manera que demoraron o reprimieron la expresión directa de la voluntad de las masas. Las CC.OO., al contrario, son mucho más fluidas, incompletamente coordinadas y les faltan el peso oneroso de una burocracia masiva tal como surge en los sindicatos bajo condiciones de la legalidad burguesa. Por lo tanto es posible que la CC.OO. pudieran sertransformadas en consejos obreros democráticos durante el fervor de un levantamiento de masas. De manera similar, los consejos de “shop stewards” (delegados sindicales) habrían podido ser transformados en comités de fábrica durante el curso de la huelga general de 1926 en Gran Bretaña.

En los Estados U nidos hemos luchado contra tendencias anarcosindicalistas que ven en los sindicatos enemigos de los trabajadores, a causa de la política traicionera de sus dirigentes vendidos. En Gran Bretaña durante la huelga minera de 1973 exigimos una huelga general organizada por los consejos de “shop stewards”, y criticamos el carácter utópico de la llamada del International Marxist Group por “consejos de acción” careciendo de cualquier relación con el actual movimiento obrero organizado. Un partido no puede simplemente romper la disciplina de acción sindical cada vez qué está en desacuerdo con la política escogida; antes de la erupción de levantamientos obreros de masas, el partido necesariamente tendrá que enfocar sus esfuerzos sobre la lucha por la dirección de estas instituciones. Pero no nos sometemos incondicionalmente a la disciplina de cualquier institución fuera del partido porque su “vocación” servirá como “la base orgánica del frente único”. Tenemos que estar dispuestos aromper un frente unido para llevar adelante la lucha una vez que los reformistas empiecen a traicionar.

La “Huelga General Revolucionaria”

La Liga Comunista se refiere con frecuencia a la “Huelga  General Revolucionaria para derrocar la dictadura franquista”. Evidentemente queréis contrastar la “HGR” con la consigna del PC por una “huelga nacional”; que ellos consideran como un acto de reconciliación nacional. De manera similar, el “pacto de clase” propuesto por la LCE intenta evidentemente contrastar con el “pacto por la libertad” del PC. Por supuesto, es necesario formular nuestras consignas de la manera que más eficazmente contraponga el programa de independencia de la clase a la política reformista de colaboración de clases. Pero hay que cuidarse de no simplificar de tal manera que se distorsioné el contenido fundamental.

Por un lado, la consigna de la huelga general revolucionaria parece ser excesivamente específica en cuanto a la forma de un levantamiento revolucionario contra el régimen franquista. El levantamiento de 1934 en Asturias, por ejemplo, inmediatamente tomó el carácter de una insurrección. Bajo este aspecto, la consigna de la “HGR” tiene más o menos la naturaleza de un “mito social” a lo Sorel. La consigna anarcosindicalista durante la Primera Guerra Mundial de una huelga general contra la guerra fue otro ejemplo similar. (Por supuesto, es muy posible que sea una huelga general la que derribe la dictadura bonapartista.)

Pero, aún más fundamentalmente, no estamos seguros del sentido que tiene para vosotros la consigna del gobierno obrero y su relación a la huelga general. Por un lado, vuestra “resolución estratégica” se refiere a “la fórmula de un gobierno de los trabajadores basado en los órganos de la huelga general”. Consideramos esto un eslogan correcto en caso de una huelga general; claramente la tarea de los revolucionarios sería no solamente formar un comité central de huelga pero también darle carácter soviético, transformándolo en órgano de una dualidad del poder y luchando por imponer el dominio de un gobierno basado sobre la expresión democrática de este órgano unitario representativo del movimiento obrero independiente. Tal fórmula contrasta drásticamente con la consigna reciente de la Liga Comunista Internacional portuguesa por “la imposición de un gobierno obrero dentro del sistema de un estado capitalista”.

Por otro lado, escribís de la LCR que: “Resulta cada vez más difícil ver en sus escritos si realmente distinguen el derrocamiento de la dictadura del derrocamiento del capitalismo. El rechazo de la conquista de una verdadera Asamblea constituyente, así como el uso ideológico del control obrero, educan a los militantes en la ilusión de que la extensión de comités democráticos, más aún, incluso el surgimiento de soviets, significan que las posiciones revolucionarias han derrotado ya la influencia de las alternativas reformistas. La consigna transitoria del Gobierno de los trabajadores se confunde cada vez más, entonces, con la dictadura del proletariado” (“La crisis en la LCR…”).

No tenemos una documentación extensiva de los escritos de la LCR a los que se refiere. Claro está que nos oponemos al abandono de la consigna de una asamblea constituyente en el contexto español (en Portugal, durante el año después del derrocamiento de Caetano reivindicamos con frecuencia una asamblea constituyente democráticamente elegida). Pero no concebimos la consigna de una asamblea constituyente como representante de una etapa intermedia de la revolución; en una situación prerrevolucionaria debemos exigir simultáneamente a la formación de un órgano unitario de tipo soviético, representativo de todos los obreros organizados. Lanzamos la consigna de un gobierno obrero dándole el contenido de la dictadura del proletariado.

Es posible que un gobierno obrero surja en una situación de dualidad de poderes que sería transicional en el sentido de no haber todavía impuesto un solo poder estatal proletario. Pero prevenimos enfáticamente contra todo intento de cambiar el significado de la consigna del gobierno obrero en una llamada a los partidos obreros de administrar el estado capitalista (como lo hacen tanto la mayoría como la minoría del SU) bajo el pretexto de ser una aplicación táctica de una consigna algebraica. Particularmente en una situación de huelga general, la tarea del gobierno obrero debe ser la supresión del aparato estatal capitalista. Todo intento de apoderarse de éste (como ocurrió en Alemania en noviembre de 1918, cuando el gobierno del SPD-USPD ocupó el estado burgués con el “apoyo” de los consejos obreros dominados por los reformistas), significará la supresión sangrienta de los obreros en las calles. Aunque en los hechos sí puede ocurrir una separación de tiempo entre el derrocamiento de la dictadura franquista y el derrocamiento del capitalismo, los comunistas siempre debemos avanzar la consigna del derrocamiento del capitalismo en vez de un concepto etapista (primero el derrocamiento de la dictadura franquista a través de una huelga general, después una lucha contra el poder capitalista).

“El control democrático del ejército”

En cuanto a esto, nos parece ser peligrosamente equívoca la consigna, aparecida en varias publicaciones de la LCE, del “control democrático del ejército” como tarea de un gobierno obrero. En algunos casos habéis formulado esto como “el control democrático por los comités de soldados”, pero en ambos casos se desprende una tendencia a identificar la actividad del aparato estatal con la producción industrial en las fábricas. Mas no reivindicamos el control obrero del aparato estatal burgués, ni mucho menos el control democrático; al contrario, nuestra tarea es aplastarlo. Igualmente, la tarea de los comités de soldados es destruir, no controlar, el ejército burgués.

Durante la guerra civil en España, Trotsky criticó de forma tajante este punto de vista peligroso en una polémica contra “los trece puntos para la victoria” del POUM:

“El cuarto punto proclama: ‘Por la creación de un ejército controlado por la clase obrera.’ El ejército es un arma dela clase dominante y no puede ser ninguna otra cosa. El ejército es controlado por quienes lo mandan, es decir por los que tienen el poder estatal. El proletariado no puede controlar un ejército creado por la burguesía y sus lacayos reformistas. El partido revolucionario puede y debe construir sus células en tal ejército, preparando para que los sectores avanzados del ejército pasen al lado de los obreros.”

— “¿Es posible la victoria?” abril de 1937

Hacia el renacimiento de la Cuarta Internacional

Hemos tratado de presentar brevemente nuestra política sobre temas donde nos parece que existen áreas de mayores desacuerdos entre la tendencia espartaquista internacional y la Liga Comunista de España. Naturalmente no podemos abarcar todas las cuestiones claves de la revolución en una sola carta. Para obtener una presentación más completa de nuestro concepto sobre asuntos fundamentales para el movimiento obrero, os referimos a los documentos reunidos en Cuadernos Marxistas no. 1. También solicitamos una respuesta a la presente.

Al luchar por el renacimiento de la Cuarta Internacional, la tendencia espartaquista internacional no sólo rechaza las pretensiones fraudulentas de los varios hipócritas que hoy día pretenden ser la Cuarta Internacional. Contraponemos una concepción fundamentalmente diferente de cómo construir el partido mundial de la revolución socialista, contrastando con el “Comité Internacional” de Healy, cuya seudodialéctica sólo sirve para disfrazar una línea política que cambia constantemente y cuyo único principio es la sumisión incondicional al principio del Führer; también con el “Comité de Organización” de la OCI, cuya base programática se restringe al aceptar en abstracto el Programa de Transición y al declararse de acuerdo con que el “Comité de Organización” sea portador de “La Continuidad”; y especialmente con el Secretariado “Unificado”, que parece tener como único criterio de afiliación la afirmación del mito de que el SU es la Cuarta Internacional.

Es porque luchamos por cristalizar una tendencia internacional auténticamente trotskista, políticamente homogénea y democráticamente centralizada, que Mandel acusa a la tendencia espartaquista de tratar de construir una Internacional “monolítica” (como lo dijo en Australia, el septiembre pasado). Alain Krivine nos acusa de igualar el centralismo democrático con “cascos y palos” (durante un discurso en Toronto en julio de 1974). Señalamos, no obstante, que los Mandel, Hansen y Krivine han expulsado repetidamente a los oposicionistas de izquierda quienes han librado un lucha de principios, mientras el SU oculta las traiciones de sus socios fraccionales (el caso de Bala Tampoe, por ejemplo). Desde luego, nuestra tendencia no es “monolítica” — pero si se forja sobre una base de principios y de la congruencia programática.

El pantano del “Secretariado Unificado” no puede ser reformado. Desde el principio su programa se ha basado en el revisionismo pablista, comprometido a correr tras un sinnúmero de dirigentes pequeñoburgueses. Mientras este bloque putrefacto se descompone a un ritmo acelerado en alas que quieren, sea capitular ante la juventud guevarista o hacerse la corriente central socialdemócrata de su país, la tarea de los trotskistas consecuentes no esbuscar la unidad de todos los que están opuestos a las tendencias dominantes del SU. La bancarrota que representa este enfoque fue demostrada gráficamente por la malograda “Tercer Tendencia” que no pudo convenirse en un documento común sino hasta pocos días antes del “Décimo Congreso Mundial”, y que inmediatamente después se descompuso. Al contrario, sólo la lucha por construir una tendencia internacional auténticamente trotskista basada sobre un verdadero acuerdo político puede reforjar la Cuarta Internacional.

Coletivo Lenin on Student Struggles

A Communist Perspective

for Student/Educational Struggles

[The following is a slightly edited English translation of “A New Political Group at the Rio de Janeiro Federal University: Join the Hora de Lutar [Time to Fight].” The statement was distributed to students on August 2010 at the Rio de Janeiro Federal University as an introduction to the Coletivo Lenin’s student group on campus..]

Hora de Lutar [Time to Fight] was formed by the Coletivo Lenin in the aftermath of the last student union elections. It was necessary to form a new group which was politically independent of existing student organizations, and which based itself programmatically on orienting students to the working class.

An alliance with the working class is essential for winning even the smallest steps towards the goal of a free quality university education, since the working class produces all the wealth in society and compromises the majority of the population. Student struggles will therefore only be effective and have lasting long-term value if they are linked to a working class political strategy. Only when the working class takes power and establishes its democratic political rule can we ensure that the wealth it produces be used to meet society’s needs. Otherwise, even the very small and specific temporary reforms that have been won under capitalism remain fragile and reversible with a change in the correlation of forces. This will remain true as long as the capitalists and their political agents continue to rule society. In this statement, we offer students a brief political evaluation of other left groups active at the Rio de Janeiro Federal University and some of our main programmatic proposals related to current campus struggles.

***

Elections for the Rio de Janeiro Federal University student union are a time when many questions get debated and help highlight and clarify the differences between competing political groups. The left groups who ran in the last elections all opportunistically lowered their politics and limited themselves to demands they believed would win them more votes.

In their initial slate meetings, Correnteza [Stream], student group of the orthodox Stalinist Partido Comunista Revolucionário, put forward a highly advanced program of an alliance with workers which included a call for a universal free quality education. But as the campaign developed, they politically retreated from that initial platform, chose to drop the call for open admissions and limited themselves to defending the currently existing affirmative action programs.

A Plenos Pulmões [With All the Strength of Lungs], student group of the formerly Morenoite Liga Estratégia Revolucionária – Quarta Internacional, took a similar political turn. Their slate also limited themselves to only defending racial quotas, even though they frequently claim to be militant fighters for open admission, instead choosing to leave the demand for their “Sunday Socialism” speeches and articles. Calls for solidarity with and permanently hiring the campus’s grossly underpaid and predominantly black and female temp agency workers were similarly scrapped. While these issues were at first prominently raised in their initial leaflets, they were simply disappeared from subsequent statements once the campaign was in progress.

Despite having many serious political differences between themselves (including whether or not to break away from the National Student Union), student supporters of the Morenoite Partido Socialista dos Trabalhadores Unificado and the Mandelite Enlace chose to run as part of a common slate which mostly did not go beyond advocating increasing the school budget and some other minor reforms. The minimal low level quality of the politics put forward was necessary to ensure the participation of both groups, who could only run as part of a joint slate by publically burying their existing differences. Both groups could have raised the level of political discourse and clarity amongst both students and their own supporters had they chose to openly debated these issues instead

We support participating in united fronts with other groups around specific issues and campaigns we may agree on. While engaging in joint struggles, everyone would maintain their political independence and be free to raise disagreements and express their full politics. On the other hand, opposing groups which choose to participate on a common political platform, such as an election slate, are forced to dishonestly water down and hide their politics in order to get elected. Besides, there is no purpose for socialists to be in the students’ union leadership unless it is to openly lead their struggles in a socialist direction.

While the working class taking state power can guarantee free access to and make vast improvements to social programs such as education, health, housing and transportation, this would simply not be possible for any government tied to the capitalists and their system. The last 8 years of Brazil being governed by Lula and the PT [Workers Party] has amply demonstrated this. Unfortunately, large sections of the student movement are under the direct influence and control of this very government. Even while defending REUNI and PROUNI, government programs designed to attack public universities by transferring large chunks of their budgets to fund private universities, student supporters of the PT [Workers Party] and PCdoB [Communist Party of Brazil] formed a common electoral slate and were able to reach second place.

Despite its bureaucratic leadership, the UNE is still the largest student union federation in the country. It is therefore necessary to participate in it while maintaining a perspective of fighting against students illusions in the government and its supporters in the leadership. We believe those groups who call for abandoning the UNE to create a new federation (such as the PSTU-controlled ANEL [Free Students National Assembly]), are therefore making a serious tactical mistake. We are not for abstaining from ANEL either, but as participants also oppose the politics of its leadership and argue for ending the organizational division amongst student unions.

We invite those who agree with our aims to join our new organization. Along with the selection of demands raised in the charter below we also fight for others, including – free childcare and cafeterias open to students, teachers and all workers; down with the super-exploitation of female and black workers – equal pay for equal work; for the integration of temp agency and other part time workers into the permanent workforce; and for student/ campus-worker control of the universities.

HORA  DE  LUTAR Charter

I) Our group’s central task is in politically connecting student’s struggles to those of the working class. Most of us will either become workers in the future or already work to pay for our education. So we either already now, or will upon graduation, share the same interests as the rest of the working class. The values and ideology of exploitation are also deeply integrated into the present educational system, whose main purpose is to instill them into students from the earliest age as a way of politically and socially conditioning us in preparation for our future roles as disciplined workers in a capitalist society.

II) We oppose all policies aimed at the super-exploitation of young people at the workplace. We oppose poorly (or non) – paid internships/apprenticeships where the real aim is more frequently to exploit rather than teach us. We are opposed to poor starting salaries and the lack of job security for less experienced workers, which particularly effect youth and force them to the bottom of the job market.

III) We fight for a truly free and universal higher education, which must include financial assistance that would cover all living expenses, including food, transportation, housing, textbooks as well as leisure and cultural needs. Such assistance must also allow students to attend school without the obligation of working to support ourselves and studying at the same time, which frequently damages our academic progress and leads many to drop out of college.

IV) Education can only be free if it is accessible to everyone. Thus we fight for an end to admission tests. We are for the expropriation of all private universities and vastly expanding and improving the quality of the public university system.

V) We defend affirmative action as a partial gain, while also recognizing it’s inadequacy in addressing racial inequality for more than a minority. So while defending affirmative action, our main demand is for free tuition and open admissions for all, which would permanently end the universities status as the elite racist institutions they currently are.

VI) We fight against every form of oppression, such as sexism and racism, mechanisms for increasing capitalist profits through the super-exploitation of the oppressed, and for hindering the organization and dividing the struggles and of workers and students.

VII) We are opposed to the state and its armed bodies (such as the police and the military), which exist to serve the interests of the ruling class. We oppose the Brazilian military’s international presence, as in Haiti, where it suppresses black workers and helps maintain order to protect the property interests of the Haitian and international bourgeoisie.

The 1934 San Francisco General Strike

Then, As Now, CLC Tops Were Main Obstacle to Victory

The 1934 San Francisco General Strike

[First printed in Workers Vanguard #109, 14 May 1976]

The recently defeated San Francisco craft workers’ strike induced many comparisons with the S.F. general strike of 1934. International Longshoremen’s and Warehousemen’s Union (lLWU) leader Harry Bridges, who played a key role in sparking the 1934 strike, remarked ironically at one point: “Well. I came in during a general strike, and it looks like I may be going out with one.” Although this year’s conflict never reached the proportions of the earlier struggle which proved the major event in making San Francisco into a union town for several weeks it teetered on the brink of becoming a general strike. It was above all the actions-and inaction of Bridges and his cronies that stood in the way,

The most important of the lessons of 1934, confirmed this year as well, is the need to defeat and take leadership away from the treacherous pro-capitalist labor bureaucracy. In 1934 Teamster president Michael Casey and Central Labor Council head Edward Vandeleur sold out the general strike. If the struggle for union recognition did not suffer an irremediable setback it was only because the leadership of a key section of the workers– the maritime workers– was in the hands of rank-and-file militants who were able to at least conduct an orderly retreat. In 1976 every union was controlled by hardened bureaucrats– from CLC head John Crowley to Harry Bridges, the completely domesticated militant of yesteryear– and there existed no elected strike committees at all, a fact which is central in explaining the total rout of the workers. The whole bunch of labor fakers, moreover, give political support to the Democratic “friends of labor” who are among the most dangerous leaders of the union-busting crusade.

How It Began

The general strike of 1934 grew out of the shipping companies’ determination to smash the reviving dock workers’ union. In the years since the destruction of the AFL longshoremen’s union in 1919, employers had a free hand in dictating working conditions on the waterfront. Longshoremen were forced to join a company union to get work, militants were blacklisted, the speed-up was grueling, and bribery and favoritism were the rule in the daily “shapeup.”

By the middle of 1933, however, partly under the impetus of the passage of the National Industrial Recovery Act (NRA), of which section 7(a) purported to guarantee the right of union organization, there was a mass influx of longshoremen into the virtually defunct AFL union, the International Longshoremen’s Association (lLA).

The union’s demands, which were circulated up and down the Coast and used as the basis for recruiting new members, included: union recognition, union-controlled hiring halls with preference for ILA members (closed shop), a six-hour day /30-hour week, and a wage increase from 85 cents per hour to $1 (with $1.50 for overtime). By early March 1934 the employers had already decided to oppose these demands unconditionally, provoke a strike and break the union. After an initial delay, a coastwide longshore strike began on May 9 and rapidly gained support from the other maritime trades, tying up shipping on the entire coast.

The shippers retaliated by using oldline AFL leaders, principally ILA president Joseph Ryan, to compel arbitration of the key issues. When that failed, they attempted to open the S.F. port by force. But the strike held solid for 80 days. When police killed two strikers and the governor sent in the National Guard, the result was a three day general strike in San Francisco.

These events did not occur spontaneously, however. Supporters of the Communist Party and the” Albion Hall” group (named after their meeting place) around Harry Bridges, provided the driving force behind the struggle to build the union. It was these militant trade unionists who, while unable to present a program of consistent class struggle, pushed the strike forward. Their serious errors led to the betrayal of the general strike by the treacherous AFL misleaders, but without these militants the strike probably never would have happened in the first place,

The Communist Party, by that time a pliant tool of the Stalinist counterrevolutionary bureaucratic usurpers in the Kremlin, was still operating on the basis of the ultra-left sectarian “Third Period” line laid down by Stalin in 1929. Following this policy both the New Deal and the AFL union tops were denounced as “fascist” and dual unions were the order of the day, The Stalinist dual union on the West Coast waterfront was the Marine Workers Industrial Union (MWIU), composed of both seamen and longshoremen.

After 1933, however, the Stalinist line began to shift in an empirical reaction to Hitler’s unopposed march to power in Germany. Already preparing to build “popular-front” alliances with liberal bourgeois politicians, the Stalinist parties began to reconsider working in the unions dominated by old-line bureaucrats. Thus when longshoremen flocked to their historic AFL union in 1933-34, CP cadres followed and were thus able to link up with Bridges’ group, rather than being totally isolated in their own sectarian “red” union.

The longshoremen who began joining the ILA in 1933 faced difficulties at once. The employers defended the “Blue Book,” a company union formed after the defeat of the 1919 strike, and fired workers for wearing ILA buttons on the job or for not having their “Blue Book” dues paid up. The newly elected ILA leadership advised workers to refer such disputes to the NRA administration, which promptly ruled that the “Blue Book” was a bonafide union! It was the “Albion Hall” group which actually built the AFL union by organizing job actions and a successful strike against Matson Lines in 1933, to reinstate four fired workers.

Membership dissatisfaction with NRA stalling was evident and a coastwide ILA convention was called for February 1934. Bridges prepared for it by making a tour of the Northwest ports, discussing the issues and urging the election of militant delegates from the ranks. As a result, the convention adopted a democratic constitution and called for the federation of all unions in the industry, which drastically cut across craft-union prejudices. The interunion solidarity prepared for by the militants at this convention was critical: seamen had crossed longshoremen’s picket lines in 1919, while the longshoremen scabbed on seamen in 1921.

Following the employers’ flat refusal to bargain- based largely on the assessment that the West Coast union was in the hands of radicals who had to be smashed- and the taking of a coastwide strike vote, Bridges initiated an elected strike committee in the San Francisco Bay area. Delegates, who were elected from the docks and gangs on both sides of the Bay as well as from casuals totaled nearly 50 in number. The need for such a measure became even clearer when the head of the ILA Pacific Coast District. “Burglar Bill” Lewis, unilaterally called off the strike in March on a request from F.D.R.

The Key: Inter-Union Solidarity

The strike finally got under way on May 9, and inter-union solidarity of maritime workers was the key to its initial success. The MWIU led its members off the ships as they hit port. This sparked general walkoffs of seamen, even from foreign ships, and the eventual sanctioning of the strike by the AFL seamen’s union. Other maritime crafts also walked off in sympathy and a joint strike committee, as called for by the ILA convention, was set up, with each union pledging not to return to work until the others had settted. Shipping on the entire West Coast was halted.

Despite this militant maritime solidarity, support from truck drivers remained critical to the success of the strike. The shippers immediately recruited scabs ·-many of them students from the University of California dubbed the “scab incubator”- to unload the ships, while police armed with an anti-picketing ordinance kept the strikers at a distance. Over the vigorous objections of its president, Michael Casey, however, the S. F. Teamsters local voted not to move scab goods off the piers. By May 27, there were at least 25,000 workers out, and the San Francisco port alone was losing $100,000 per day because of the strike.

While maritime workers were marching on the Embarcadero, ILA president Ryan, a fossilized craft unionist who defended the “shape-up” system against hiring halls, flew into town at the request of government mediators and attempted to convince longshoremen to arbitrate wages and hours and accept a jointly controlled hiring hall (i.e., leaving control in the employers’ hands) with no closed shop provision. Though roundly voted down in all ports, he proceeded to sign an agreement to this effect about two weeks later in San Francisco Mayor Rossi’s office, pledging the longshoremen’s compliance with the agreement. But the dockers rejected the deal, and Ryan was booed off the platform in the San Francisco local. More importantly, Ryan’s treachery made the need for militant leadership clear, and the joint strike committee established earlier was empowered by the ranks to replace the regular executive board in handling negotiations.

At this point, city rulers represented by the S. F. Chamber of Commerce and the Industrial Association decided to open the port by force. Trucking goods from the piers to the warehouses was the employers’ immediate tactical objective, so they focused on breaking Teamster support for the strike. Police formed cordons for scab trucks and attacked strikers. For two days clubs flailed, and on “Bloody Thursday,” July 5, two strikers were’ killed by police bullets. The port was immediately occupied by the National Guard.

Bridges and the Communist Party (CP) had already begun agitation for a general strike in response to the employers’ “open the port” declaration, and now the movement mushroomed, although stalling AFL leaders prevented immediate action. Bridges and 1,000 longshoremen and seamen were present at a July 11 Teamster meeting, despite protests from Casey and CLC president Vandeleur, who argued vigorously against the strike. Through rank-and file pressure, Bridges was allowed to address the Teamsters, and an overwhelmingly pro-strike vote was taken following his speech.

Similar delegations of up to 75 strikers were sent to other unions throughout the city, with similar results. Sympathy strikes were declared by ship boilermakers, machinists, welders, butchers and laundry workers. By July 13, 32,000 workers belonging to 13 unions were on strike. Some of them, like the Market Street streetcar employees, put forward their own contract demands.

The Central Labor Council was rapidly being forced to revise its tactics under this intense pressure. Earlier in June it had passed a resolution demanding that the ILA “disavow all connections with the communistic element on the waterfront.” However, to undercut the rising general strike sentiment after “Bloody Thursday” the CLC set up a Strategy Committee, which stalled for a week while supposedly “studying” the possible implementation of a general strike. The CLC also sent a whining telegram to the governor, saying that the National Guard wasn’t necessary because the city police were well-equipped to do their job. And this, after they had just murdered two strikers!

General Strike!

The maritime strike committee had called a mass meeting for July 7, to which all Bay Area unions had been urged to send delegations for the purpose of implementing general strike action and forming a broad strike leadership. The support for a general strike was solid, but when the establishment of the officials’ Strategy Committee was announced the maritime committee decided to postpone action in order not to undercut the CLC which was apparently taking steps toward a general strike. This deferral by Bridges and his CP supporters to the Labor Council bureaucrats handed the strike leadership to labor fakers whose sole aim was to betray the strike. This was the critical mistake of the militants, from which disastrous consequences inevitably followed.

The CLC began to feel an increasing pressure for strike action. Finally, the Strategy Committee asked all city unions to send five delegates each to a meeting July 14, at which a vote of 315 to 15 authorized a general strike for July 16. A strike committee was appointed by the Labor Council, consisting for the most part of salaried union officials who were chummy with the top AFL bureaucrats.

On Monday, July 16, the city was seriously crippled, but the CLC began to sell out the general strike from the very first day. Employees of the Municipal Railway (Muni) were told to return to work on the grounds that striking would jeopardize their civil service status. Phone, telegraph and power workers were never called out on strike, leaving communications in the grip of the bourgeoisie. Printing union leaders dangled the restoration of a 10 percent pay cut before the eyes of union members, convincing them to stay at work. Moreover, since the CLC did not publish a central strike bulletin, the city’s workers were totally dependent for news on the bosses’ press, none of which supported the strike. A publisher’s committee censored all newspapers to make sure the strike was slandered and red-baited from every column. The Hearst papers in particular were so vicious that several unions took boycott action and their members refused to read them!

Sheet metal workers were told by the CLC to repair police cars, a traitorous act providing direct aid to the military fist of the class enemy. While originally only a few services, such as hospitals and milk deliveries, were allowed to function, permits were soon given to hundreds of owner-operators of trucks, amid charges of scandals in issuance of permits. Numbers of restaurants were allowed to open, feeding the rich, while many small groceries were kept closed.

In addition, squads of police agents, posing as dissatisfied workers, were organized to carry out a vicious witchhunt. On the second day of the strike (and with at least tacit support of the AFL bureaucracy), these provocateurs went on an anti-communist rampage, smashing the offices of the CP’s Western Worker, the IWW and the MWIU. The police who “mopped up” after them arrested more than 300 “radicals” in one day. Militants were even pulled out of picket lines and victimized. These activities had a demoralizing effect on the strike, and the CP’s isolation from the labor movement plus its tactical sectarianism made it difficult to mobilize a broad defense against these “red scare” attacks. Meanwhile, Bridges’ strike committee had already undercut the defense by affirming that, while it was willing to accept support from any source, it was an “anti-communist” organization (Charles Larrowe, Harry Bridges, 1972).

Bureaucratic Sabotage

On July 17 the CLC strike committee presented a resolution to the city unions calling for arbitration of all issues in dispute. This passed the assembled body of delegates, over the protests of the maritime unions, by a hand vote of 213 to 180. The labor brass then met with General Hugh Johnson, head of Roosevelt’s supposedly “pro-labor” National Recovery Administration, who had just denounced the strike in violent terms. With such “leadership,” it was easy to call off the general strike only three days after it began. Even so, the vote was close and the ranks never voted to return to work.

With the general strike over, the Teamsters could then be pressured to end their strike on July 20, but only after verbal assurances from Casey that this would not mean handling scab cargo. Yet the next day truck drivers found themselves going through picket lines under armed guard, while Casey’s goons helped police protect them from the strikers! This final blow forced the longshoremen to vote to accept arbitration on July 21 and return to work ten days later. In the intervening period, however, they provided a dramatic display of solidarity to other maritime unions. Although they had voted to go back, the longshoremen honored their commitment to stay out until all other maritime unions had also voted. When the maritime workers returned, they all marched across the Embarcadero together, as an unbroken group.

Although the general strike was sold out and the dockers were forced to accept arbitration of all their demands, the workers had built powerful union organizations and decisively smashed the company unions. The strikes strengthened the entire Bay Area labor movement with an influx of new members. And in the following months, maritime workers (both longshoremen and seamen) were able to establish the closed shop and union-controlled hiring halls through militant job actions, despite the fact they they lost on these points under the arbitration award.

Although the leadership provided by the Albion Hall group and CP was decisive at several points in preventing defeat of the 1934 strike at the hands of ILA chief Ryan and his cronies- and in laying the basis for the later creation of the Maritime Federation of the Pacific- both faiIed at the critical point to prevent domination of the general strike by the AFL bureaucrats. The AFL tops, in turn, after spending months trying to cram arbitration by Roosevelt’s NRA down the throats of the longshoremen, only took over leadership of the general strike because they were afraid of losing control of their organizations.

The Communist Party admitted shortly afterwards that:

“The Party. at the decisive moment when the bureaucrats stood isolated and the workers were rallying for the General Strike in the first meeting at which the General Strike leadership was elected, did not develop a struggle against the misleaders and saboteurs. It allowed them through this course to place themselves at the head of the General Strike and overcome their isolation by feigning support for the General Strike.”

-“Lessons of the Recent Strike Struggles.” CP Central Committee, 5-6 September 1934

Thus at the same time as it was victimized for its ultra-leftism, the CP adapted opportunistically to trade union militants within the maritime unions. The politics of the CP longshore fraction was indistinguishable from “rank-and-file” activists like Harry Bridges, who strongly distrusted the AFL bureaucrats but shrank from the task of challenging them for leadership at key points. Though militant, Bridges was never more than a practical trade unionist, ready to check the AFL leaders, but lacking a full political program for smashing the bureaucracy by building a class-struggle leadership.

Throughout the entire strike, although it lambasted the AFL, the CP refused to criticize Bridges’ conciliationist failures. And within a few short months, the “fraternal” alliance between Bridges and the CP became part of the Stalinists’ trade-union back-up for a “popular-front” alliance with Roosevelt, under which it ceased to play a militant role even on a trade-union level. Though persecuted for years as an “alien” and “Communist,” Bridges was soon transformed into a trade-union bureaucrat.

1934 and Today

The few general strikes that have broken out in the history of the U.S. labor movement have been of a localized and defensive character. This was true of San Francisco in 1934 and characterizes the situation today as well. Responsibility for the defeat of these strikes lies squarely with the reactionary leadership of the unions.

This year’s craft workers’ strike proves once again the treacherous role of the legalistic and cowardly union bureaucracy, which acts as the labor lieutenants of capitalism in sacrificing the most fundamental union gains and betraying the most bitterly fought struggles. These class traitors’ support for the bourgeoisie extends from obstructing the movement for a general strike to opportunistically seeking to take it over for the purpose of derailing it.

The task of revolutionaries is to begin now to lay the groundwork for ousting these dangerous fakers, by educating the working class in the need for uncompromising independence from the capitalists, exposing the betrayals of the present misleaders and providing militant leadership for the workers movement in its vital struggles. Only a strategy of consistent class struggle can lead to victory—the “realistic” conciliators have nothing to offer but defeat.

The Spartacist League, the Minority and Voix Ouvriere

The Spartacist League, the Minority and Voix Ouvriere

By Liz Gordon

[Key internal factional document with supporters of the Voix Ouvriere/ Lutte Ouvriere group in France. First printed in Spartacist League Internal Bulletin #7, December 1968. Reprinted and scanned from the SL publication “Lutte Ouvriere and Spark: Workerism and National Narrowness”.]

While the Turner-Ellens-Stoute Mi­nority faction has not, at least yet, taken a formal position on the Voix Ouvriere group, the organizational meth­ods of VO, at least as described by Comrade Ellens, have played an important role in the present factional dispute in the SL. Presumably the Minority has chosen not to take a position as a fac­tion on the questions raised by Ellens’ report of 8 April 1968 on “Organiza­tional Methods” of a European Trotskyist group which was circulated by Comrade Ellens nationally. The group in ques­tion, the French “Union Communiste,” has since been dissolved by government de­cree as a result of the May general strike and its organs, Voix Ouvriere and the bilingual Lutte de Classe/Class Struggle, no longer appear. (The docu­ment submitted by Turner on 17 July 1968 is-the first document to be signed by the Minority comrades collectively.) At the same time, the tendency of which Comrade Ellens is a leading spokesman has concentrated its fire heavily on questions of organization and so-called “Leninist functioning.” Comrade Ellens’ first documentary contribution to the discussion was an attachment to the PB minutes of 25 March 1968, as a statement qualifying her vote in favor of Comrade Robertson’s motions on how we seek to function politically and organizational­ly. These motions were presented and motivated in the PB meeting of 4 March. Her entire statement was, “The three motions on organization do not take into account that we are not functioning in a Leninist manner. This must be done in their implementation.” While Comrade Ellens’ justification for having circu­lated her report on VO’s organizational methods herself and over the head of the PB was that the report was not a fac­tional document, her use of the time allotted her during her recent July trip to the Bay Area for a factional presen­tation to present the organizational ideas of VO has made it clear that VO is being used as a major factional issue by the Minority. This makes it necessary that the Majority respond to the issues raised.

It seems clear that the Minority, or Comrade Ellens at least, has been at­tempting to sell VO’s successes and impressive aspects, especially in lieu of a more concrete schema of proposals by them for what the SL should seek to be and to do. This is not to say that there has been no political basis of real differences in the founding of the Minority tendency. The general proposi­tion of “getting to the masses” and an implied policy of proletarianization as the solution to the SL’s ills has become more and more clear, and poses legiti­mate political questions which must be discussed in their own right. But the question of VO and its organizational methods has been a second current running through the proselytizing of Com­rade Ellens and, further, is one which ties in well, at least superficially, with the expressed concern with “getting to the working class,” since VO is pre­sented as being the model of a proletar­ian Trotskyist organization with proper “Leninist functioning” which the SL should emulate. VO has been used as a prime recruiting device of the Minority and is therefore de facto part of the Minority’s program for change.

It is in a way unfortunate that VO has become a factional football. The necessity of answering the attributions and attacks of the Minority makes us insist here on the weak sides of VO. The comrades must keep in mind that VO is in many respects a fine and Trotskyist organization, and it is not an accident that the SL has chosen to maintain fra­ternal relations between our two groups. Further, VO has behaved towards the SL and the IC (the two opportunities we have had to observe VO most closely) in a serious, comradely and scrupulous manner. Likewise, the comrades must keep in mind that, despite the Minority’s attempt to suggest an implicit identity between itself and VO, the Minority is not VO. In choosing to wear the mantle of VO, Ellens is implicitly assigning to VO her opinions of the SL and her con­cept of what VO is. A VO’er, for ex­am]ile, might choose to accentuate some of its disagreements with the SL over political questions which Comrade Ellens has not chosen to treat in her represen­tation of what is basic to that organi­zation. For another example, Comrade Ellens has stated that VO’s position against having full-time political func­tionaries is not very important and flows from a specific difference between French and U.S. conditions, i.e., the allegedly greater ease of getting a part-time job in France. Judging from the whole of VO’s organizational out­look, it seems likely that VO itself considers this question of considerable importance and strongly disapproves of having full-timers whose only political assignment is party work. In short, we cannot exclude the possibility that VO views itself differently from the way Comrade Ellens views it and/or that she has chosen to emphasize those ideas and aspects of VO which would be most “sale­able” to SL’ers, in order to recruit to her faction. Similarly, we have had rather little day-to-day contact with VO’s actual functioning and cannot judge whether Ellens’ picture of VO’s effi­ciency is idealized. One SL’er whose contact with VO was much more limited than Comrade Ellens’ points out that, despite Ellens’ assertion that “meetings start on time,” those which she [this other SL’er] attended started late, monthly meetings 45 minutes late, classes less so. Trivial reminders like this may serve to keep us within the bounds of reality. But the most impor­tant point, of course, is that we must not be misled by the spectre of VO being raised to lend weight to the arguments of the Minority; if Comrade Ellens has received the VO “franchise,” we are not aware of it.

False Comparison

One obvious point to be made about the use of VO as a factional point by Ellens is that the comparison is not particularly fitting. While the organi­zational theories of VO are certainly relevant points to be debated, as are VO’s political differences with the SL, VO certainly cannot be used as a measure of efficiency or effectiveness. Accord­ing to Comrade Ellens’ report, the VO organization has four times as many full members as the SL, four times as many candidate members and again four times as many organized sympathizers. Using our membership criteria, this would give them eight times as many members as we have (we do not distinguish in counting our members between fulls and candi­dates) and four times as many of a cate­gory for which we have no equivalent, but would be roughly whatever close contacts we have regular working rela­tions with in arenas and, in addition, have sufficient agreement with us to work with us to some extent as the SL, circulating the paper and the like. Thus the SL has at this point roughly one-twelfth VO’s strength in members and contacts. Clearly our existence is much more tentative, our standards for what makes a minimally acceptable member somewhat lower by necessity, and our expected efficiency of functioning in no way comparable. Further, while VO’s membership is overwhelmingly concen­trated in Paris, ours is very lightly spread over an area which, translated into French terms, extends over the equivalent of Paris to the. Sahara to the Urals. Hence the effective force we can bring to bear on the main American cen­ter, New York, is in the range of one one-hundredth of VO’s sheer numerical impact in Paris! It is clear that the burdens on our national center include not only maintaining local functioning in the political center of the country with far less concentrated forces but. also attempting to service a national organization with local groups thousands of miles away. While we must concern ourselves with VO’s theories of organi­zation, we must realize that to reduce them in our minds to being identical with VO’s more efficient functioning is to render them absurd.

Selection of Leadership

The actual organizational structure of VO is, in our terms, rather fright­ful. According to the information in Comrade Ellens’ written organizational report and verbal presentation to the PB of 30 January 1968, VO’s structure may be described as federated in the choos­ing of a national political leadership. (“Federated” in this context should not be taken to mean that locals are autono­mous in their coordination with each other or with the central leadership.) Members of the VO equivalent of the Central Committee are chosen on the following basis: one member of each cell is elected by the cell to serve on the higher body. This is not necessarily undemocratic (cells are undoubtedly of roughly equal size; this system is not equivalent to our having, for example, one representative apiece from Berkeley and Austin) but it is most certainly not Leninist. In a Leninist organization like the SL, the central political lead­ership is chosen by the membership as a whole irrespective of what local they come from, on the basis of political positions. Attempts to make VO’s system more workable in practice (for example, by having a second CC-level person from a cell choose to attend CC meetings as an observer, or juggling the membership in the cells to be sure that there is somebody qualified in each one–and who would get to gerrymander the cells in this way anyway?) may rectify individual inequities but are in principle not enough to reconcile this structure with Leninist principles of organization. Such a selection of national leadership on the highest bodies of the organiza­tion is clearly incompatible with proportional representation for national minority factions. If one cell is in its majority in opposition on some question, it can of course send somebody repre­senting its particular views to the CC. But what if a minority view is spread across several cells, without a majority in any? The selection of a leadership geographically, rather than on the sole basis of political views, does a funda­mental injustice to the right of fac­tional democracy in a Leninist organiza­tion. The right to factions is key in the Leninist method of determining the line of the organization. While it is quite likely that minority elements are given some leeway in the VO organi­zation–we have no knowledge of VO’s provisions for internal discussion–and may well be positively encouraged by the leadership, VO’s structure means that any representation of minority views necessarily has the character of a privilege, not a right. To be permit­ted–if they are permitted–to discuss differences internally is not enough; part of the Leninist concept of internal discussion is the right to stand for election on the basis of views, have representation proportional to the strength of those views in the entire organization, and seek to become a majority and determine the line of the organization. Minority views should not simply be aired as criticisms; there must be a mechanism for their competing with the majority line, which means ultimately the right to elect leaders embodying the line.

A further aspect of the selection of the political leadership is even strang­er. Three particular leading VO’ers are automatically put on the CC-type body, without standing for election by the membership in the cells or otherwise. While we have no evidence to indicate that the co-option of these particular leading comrades is anything but in accord with what would be the result if these designated leaders stood for elec­tion on the same basis as the others, it is certainly clear that such a provision leaves the door open to bureaucratic abuse of the worst sort. At best this feature is a kind of benevolent despo­tism, even if it is never abused.

Contact Work and Education

Other features of VO’s organiza­tional practice are quite good. These features are not so much structural as practical, although there are theories behind the emphasis they are given. Undoubtedly the most touted of these practices has been VO’s systematic con­tact work. Another is the heavy emphasis on internal Marxist education of mem­bers. I would hope it is clear that the SL is strongly in favor of both these practices. Energetic pursuit of contacts and an attempt to make high Trotskyists of all members are mainly just common sense. The New York local has adopted a motion in favor of energetic and sus­tained contact with contacts, and has put Comrade Ellens in charge of this aspect of functioning. The local has also nominated Ellens for local orga­nizer on two occasions in order to assist her in putting into action what­ever practical improvements in function­ing she had learned from VO or could think up. (She has repeatedly refused to accept the post, perhaps to avoid taking responsibility for making her schemas live up to the implied promises.)

At the same time there are features of VO’s emphases on systematic contact work and internal education which are not wholly positive. In our discussions in the PB following Comrade Ellens’ presentation, some comrades felt that the extreme emphasis on individual con­tacting seemed to produce an excessively linear assessment of tasks. A process of individual members discussing with indi­vidual contacts can proceed almost independently of the course of development of objective situation and struggle; each member should recruit a certain number of contacts per year by individu­ally convincing individuals. Such a conception leads to a kind of theory of stages; everybody recruits contacts until we reach a size of x members, then we move on to a different stage. (There is no room in such a conception for the possibility that under some circum­stances a group might get smaller rather than ever and automatically larger.) PB comrades also feared that such an ap­proach, if overemphasized, could lead to VO’s ignoring political struggle with competing organizations and leftward-moving sections of other groups, the possibility of splits in opponent groups on the basis of Bolshevik politics. The struggle to become the vanguard party entails not only increasing one’s own forces but also combating whatever “os­tensibly revolutionary organizations” are competing for the banner of revolu­tionary Marxism, by exposing them and seeking to win individual members and sections of such groups to one’s own program. Otherwise, all groups might grow by linear contacting, with little progress being made toward political clarification and the crystallization of a vanguard party.

Regarding internal Marxist education and a disdain for coffee-klatch, cafe-society politicking, this indicates first of all VO’s concern with being serious. But VO’s method of putting this desire into practice can be criticized. One of the features considered by VO, according to Comrade Ellens, as integral to this approach is the organizing of people according to their levels of commitment. The resulting division into full and candidate member cells has something of a hierarchical character. In the candidate member cells, each of which contains one full member assigned to it, a kind of student-to-teacher relationship could develop; instead of all members being considered as equals, the newer members would be second-class citizens. Great stress is put by Comrade Ellens on the advantages this type of organization offers for education and re-shaping the minds of new members in an anti-petty-bourgeois direction. How­ever, such a concept of education is a very formalistic one. With the exception of the monthly political meetings and the contact with the one assigned full member, the candidate members are iso­lated from working contact with the real cadres of the organization on the living political questions. In addition, the Leninist concept of education is that the most important way in which comrades are educated is through internal fac­tional struggle. Purely on educational grounds, then, the lack of this basic Leninist practice renders the VO concept of education purely formal in character. Education means to a Leninist far more than the study of texts.

Organization Tied to Politics

The function of organizational structure and methods is to safeguard against bureaucratic abuse and political stultification. While the leading cadre of VO may well lean over backwards to prevent these faults, whatever internal democracy exists in VO exists in spite of and not because of VO’s much-touted organizational procedures. We want our members to have rights, not to be con­stantly granted privileges by a benev­olent and paternalistic leadership.

Thus we have severe criticisms of VO’s organizational practices. Before going on to examine VO’s intimately related theoretical positions on organi­zational and political questions, we would like to establish that they are extremely relevant to the present dis­pute within the SL. No doubt the Minor­ity would like to disclaim responsibil­ity for VO’s positions, pointing out that they have never tried to defend all of VO’s views. In fact, our Minority would probably like to avoid defending any of them. Our Minority would like to stand entirely on the basis of VO’s functioning. And certainly, if one seeks only to demonstrate that VO is a more effective organization than the SL (i.e., visits more contacts, holds more classes, has more union fractions, has a better publication schedule) then one need not defend VO’s theories. But, as shown above, to show that an organiza­tion twelve times the size of another is more effective is not very startling, and cannot exhaust the relevance of the VO example in the eyes of the Minority. In having made VO a factional point, Comrade Ellens has made it incumbent upon her faction to show 1) that the SL’s weaknesses relative to VO are a result of the SL’s political line and/or its organizational practices, and 2) that the Minority’s program and pro­posals have the answer. So far, with the exception of the question of energetic contact work (which suggestion has been widely accepted by the organization and the leadership), no other specifics of VO’s practices have been frankly sug­gested for the SL out of the totality of the VO example. Yet this cannot possibly exhaust the criticisms of Comrade Ellens or explain why she felt it necessary to make an extended report on VO’s func­tioning as part of the time allotted her in the Bay Area for a factional presen­tation. It is hardly necessary to form a faction in order to argue for systematic contact work. What Ellens seeks to capi­talize on through raising the issue of VO is the non-success of the SL over the past year or so, during which time mem­bership size has been about constant. The Minority attempts to lay these dif­ficulties at the door of 1) our alleged­ly non-proletarian orientation and, 2) our allegedly non-Leninist mode of func­tioning. Both Ellens and Turner have submitted documents dealing with the first point; VO has been offered as the model of what we should be if not for the second. But to select a few gimmicks (e.g., systematic contacting) out of one’s model is not enough. Since VO is irrelevant as a quantitative measure of the SL (i.e., efficiency in function­ing), the Minority must mean VO to be a qualitative measure–i.e., relevant for its principles of organization, its politics, since the question of who has the right line is always relevant to any organization no matter what its size. The theories and practices of VO form an integrated whole, and the Minority must take responsibility for the organiza­tional and political theories of VO, not simply seek to take credit for its efficiency and its practical features.

Theory Behind Organizational Emphasis

Underlying VO’s emphasis on organi­zational methods is the proposition,. with which we heartily concur, that organizational questions are not sepa­rate from politics and that organiza­tional theories are themselves political questions. According to Ellens, the con­cern with organizational questions began during and after the second World War, when the individuals who were to form VO reacted against the increasing social-patriotism of the formerly-Trotskyist organizations in France. VO’s founders sought to determine what practices and concepts of functioning had facilitated the deterioration into revisionism. From Ellens’ representation to the PB of 30 January 1968: “They decided that the policies taken by the other groups had come about in the absence of contact with working-class areas, as a way of meeting widespread petty-bourgeois sen­timent. They wanted to avoid themselves coming under such strong petty-bourgeois influences. They saw that groups could change their policies very easily under pressure and concluded that this was a function of a lack of basic education and training and an attitude toward being a lifetime Trotskyist revolution­ary….” Ellens’ presentation to the PB of 6 May also dealt with this point and stressed VO’s determination to avoid functioning like an unserious, dilet­tantish discussion group. Ellens’ or­ganization report of 8 April deals with the necessity of rooting out petty-bourgeois hang-ups, proletarianization of the organization and of the minds of petty-bourgeois recruits and deepening seriousness and commitment. Through its internal education and organizational methods, VO, according to Ellens, is frankly trying to prevent the seeds of political degeneration from springing up in their organization.

At the London Conference of the IC in April 1966, the VO comrades submitted several documents dealing with the ques­tion of Pabloism and the Fourth Interna­tional. Their view was that this revi­sionism stemmed primarily from the petty-bourgeois composition of the Trot­skyist movement. To quote from their documents:

“…the the failure of the Fourth Inter­national was due to the refusal of its militants and of its leaders …to admit that the social compo­sition of the sections in majority petty-bourgeois, intellectuals, necessitated strict political and organization measures to keep out corrupt elements, and, as far as possible, to escape from the influ­ence of petty-bourgeois ideology by making a maximum effort to recruit within the working-class, and by obliging elements of petty-bourgeois origin to tie themselves to work in the factories…. Pabloism, in the form of liquidationism, was but the finished expression of this petty-bourgeois opportunism of all the sections of the International…. Pabloism was not the cause of the failure and the demise of the Fourth International; it was its product.”

And later:

“Our organization was born precisely of the necessity to separate physi­cally from the petty-bourgeois envi­ronment with its Social-Democratic practices which made up the Trotsky­ist organizations in France at the beginning of the war, to be able to recruit, educate and form cadres capable of putting into practice Leninist and Trotskyist organiza­tional principles and which were not content with ‘Bolshevik’ verbiage covering up opportunist practice. It is because we ran up against the sarcasm and incomprehension of the militants of the Fourth Interna­tional with respect to these ques­tions that we had to carry on an activity separate from the Fourth International, although we have always upheld its ideas and its program.”

Another document makes it clear that “petty-bourgeois ideology” is defined by VO by the class composition of those who hold the ideas; in another document they speak about seeing “the Pabloite degen­eration as an elaborated form of the ideology of certain strata of the petty-bourgeoisie influenced by the apparatus of imperialism and of the bureaucracy” (our emphasis). In our opinion, Pabloism is a petty-bourgeois ideology because it denigrates the idea of a proletarian class party and a proletarian revolution in favor of revolutions made by petty-bourgeois or bureaucratic strata in the interests of a class other than the proletariat–e.g., Negroes as a multi-class nationality, peasants in Latin America, a petty-bourgeois bureaucratic elite. On the question of the roots of Pabloism, see Spartacist No. 6, the statement of the SL delegation to the IC conference. While one may argue with merit that the lack of deep roots within the working class is a built-in source of weakness and can in changing circum­stances reinforce and even produce deep disorientation and a tendency to shift the axis of the party away from a revo­lutionary line, should one then conclude that a super-proletarian orientation is a safeguard against political error and revisionism? A number of questions are raised: Should one expel one’s members of petty-bourgeois origins? This would undoubtedly reduce the size and effec­tiveness of the organization, but surely it is preferable to have a small organi­zation with the right line than a large group which is necessarily centrist. How completely can one revamp the conscious­ness of one’s petty-bourgeois members by formal Marxist education? Or, alternate­ly, are one’s members of petty-bourgeois origins still petty-bourgeois despite having chosen to become “class traitors” in favor of the cause of the proletar­iat? What of Lenin’s concept of de­classed professional revolutionaries? With such an analysis, how does one ex­plain the conservative tendencies that have developed in the Russian Bolshevik party, or the CPUSA, or the SWP, among the party’s trade unionists? (Regarding the latter, see Cannon’s article on the Cochran group, “Trade Unionists and Revolutionists,” Fourth International  magazine, Spring 1954.) Or, on the most serious note, what do you do in.an ob­jective situation (which includes your size, composition and roots) in which you are not likely to have great success in reaching and recruiting workers? .

The Politics of VO

Continuing with the correct proposi­tion that politics and organization are intimately related, we come to the po­litical positions of VO. Let us note first of all that we are dealing here with the positions of difference between VO and the SL, which is to say, in our terms, with their wrong positions; we must continue to keep in mind that many of VO’s positions are correct. The Minority, ignoring the intimate con­nection between organizational and political questions, has chosen re­peatedly not to deal with VO’s political differences with the SL. They have not chosen to defend VO’s positions; neither have they put themselves on record as being opposed to them. In fairness to the Minority, this should be taken to constitute not necessarily agreement on VO’s politics, but rather an elaborate non-concern over political questions. Yet we must assume that VO itself, unlike the Minority, would agree that political questions are important in evaluating an organization. And perhaps this document will at least cause our Minority to tell us where they stand on VO’s political differences with the SL.

In general, VO’s emphasis on class composition is indicative of its semi-syndicalist deviation from Trotskyism. In a letter to a comrade in Europe on 20 January 1967 I characterized VO as having “an excessive concentration on ‘the point of production”‘ and as having “semi-syndicalist tendencies.” This leads them to a de-emphasis of the importance of Marxist theory and the con­sequent over-emphasis on organization. It is not an accident that in the “Out­line of Study-Week Session” reproduced in the Ellens document, of the 13 num­bered points 11 of them, in her words, “elaborate points on organizational methods.” VO seems to feel that it is defined primarily as a tendency by its organizational theories rather than by its politics; and in the sections quoted above from the documents presented to the IC conference VO frankly defines its modes of functioning as the basis for its separate existence.

VO’s semi-syndicalist deviation from Trotskyism (which is not to say that VO has a semi-syndicalist perspective or that it is not Trotskyist) is the main methodological point which produces both VO’s political strengths and its politi­cal weaknesses. In its domestic line, VO was the only left-of-Stalinism organiza­tion with a significant base in the working class, but was limited in its influence in the radical student move­ment. Unlike the SWP’s orientation ex­clusively to the petty bourgeoisie, excessive concentration in the working class cannot be defined as a political sellout, but may well be a tactical error. When elevated to the level of a theory, it is a theoretical one.

In its international line, VO does very well indeed whenever the working class is a real factor in the situation; VO’s line on, for example, the Chinese “Cultural Revolution” made its primary insistence, correctly, on the need for the working class to act as a class in its own interests and the need for a Trotskyist vanguard party. Unlike the Healyites, Pabloites, Posadasites and their ilk, VO knew that the Shanghai general strike was important, that the working class is not a fascist class, that the Cultural Revolution is directed against the workers. They were not about to give any quarter to the enemies of the Chinese working class.

Yet in situations in which the as­cension of the working class to power does not seem to be an immediate possi­bility, VO is disoriented. Their strong proletarian class instinct (the positive aspect of their emphasis on working-class composition and work in the mass movement) is not a sufficient substitute for consistent Marxist theoretical anal­ysis in such cases. On a whole series of issues involving what seem to them to be national questions or sections of the population other than the working class (U.S. Negroes, Latin American peasants, petty-bourgeois guerrilla movements, the Viet Cong) VO’s line and essential meth­odology is not qualitatively different from that of the Pabloists.

VO on the U.S. Negro Question

Regarding the Negro Question, Class Struggle/Lutte de Classe of October 1967 (No. 8) stated: “If a Trotskyist organi­zation appears within the black popula­tion this could, through a quirk of history, and our epoch abounds in such quirks, bring down the international citadel of capitalism through a class struggle in which the national and ra­cial factor is predominant at the begin­ning.” VO here sees the Negro Question as a legitimate national question, al­though they nonetheless view the na­tional question as ultimately secondary to the class question. Further, we have here the possibility that the black movement, or, by implication, any move­ment, can spontaneously generate a Trot­skyist leaderhsip. In methodology, this is not different from the Pabloists’ abdication.

To quote further, “The white popula­tion can learn to forget its racism, half through solidarity with people who know how to defend themselves and half through fear.” Of the two criteria here, the first is sensible—i.e., respect. The concept of the white population’s increasing fear having any progressive, anti-racist aspect is wishful thinking and is dangerously wrong. White working-class racism can only be eroded by the opposite of fear, the realization of common interests with the black workers. Race fear, on the contrary, has only reactionary effects. In Algeria, the increasing predominance of the race-nationality question ended by the total eclipse of the class question and caused the total demise of the communist move­ment which had previously had strong holdings among the white workers in Algeria. The classic response of the racial or national grouping which is “on top” in the society to fear of the other race is a massacre. A fear reaction can only strengthen a reactionary solution. It is the recognition of common class interests which alone can heighten the tempo and intensity of class struggles and increasing consciousness on the part of the whites.

VO goes on, “The oppressed must build their own power to free them­selves.” The lesson drawn by us here is an anti-nationalist one, the fight against lumpenization of the ghetto masses. To the extent that the Negroes have no economic power through unions and the possibility of strikes, etc., they become increasingly vulnerable to a fascist solution, in the worst case, of concentration camps, deportation, exter­mination. VO continues, “The most radi­cal among the present leaders of the black movement [i.e., H. Rap Brown and Stokely Carmichael] have already pro­gressed a great deal. Will they, in the course of the struggle, come to a so­cialist consciousness, a clear vision of the antagonistic classes…? One cannot say.” Again the possibility of sponta­neous development of socialist con­sciousness without the intervention of the Trotskyists is raised. Continuing, “The first necessary step is to create a black revolutionary organization, strictly independent on a national basis on all levels from American organiza­tions including whites. It is not a matter of creating a mass organization. It is a matter of creating a Trotskyist revolutionary party, an authentic orga­nization of the struggle of American blacks, since the black population has the highest level of consciousness.” This is a frank statement of a dual vanguardist position.

Examining VO’s conclusions, we find: “If the Trotskyists are incapable of taking the head of the black movement, as it is now constituted, and in a man­ner appropriate to the movement, they have only several years, if not several months, left before they can do nothing but support Carmichael and Brown uncon­ditionally, attributing to them an un­conscious and transcendent socialism in order to appease their own conscience. At the present time, the actions of Brown and Carmichael must be physically supported, while their limits must be pointed out unhesitantly.” Thus, to the extent that the present leaders are not supplanted, they must be supported. Having nothing to offer as transitional demands, with the exception of the question of self-defense, it is hard to see how VO could avoid this position which is essentially liquidationist and capitulatory to Black Nationalism. An active VO’er, informed on American conditions, with whom we discussed, agreed with our criticisms of this line and said that it flowed simply from lack of knowledge of the U.S. situation. Yet this issue is not the only example of .such disorientation.

VO took a position of support to the Arab side in the Arab-Israeli conflict. To be sure, their line was less obnox­ious and more honest than that of the Pabloists; VO denied that there was any such animal as the “Arab Revolution.” Yet VO’s position, while more honest and therefore less consistent, shows again the inability to respond in a correct manner in a situation where the class question seems immediately less promi­nent than some other question, i.e., the national question. It is worth noting here that at that time Comrade Ellens held the VO position on this question. Despite the PB having raised political criticisms of this and other political positions of VO at two times (PB meetings of 30 January and 6 May), Comrade Ellens is evidently so little interested in VO’s politics that there has been no way to tell whether she still holds her former position on this question; she has never bothered to say.

VO on the Soviet Bloc

As VO would no doubt be quick to say, the Russian Question is paramount for Trotskyists. And on this question, VO has shown itself unable to develop and apply Trotskyist theory to the East European Soviet bloc countries, China and Cuba. As all comrades should already be aware, VO recognizes the Soviet Union as a deformed or degenerated workers state and China, Cuba and the East Euro­pean Soviet bloc countries as capital­ist. (From the logic of their analysis, they should not recognize the Soviet Union as a deformed workers state ei­ther.) The methodology here is again that of the Pabloists, with the impor­tant difference that VO chooses to take essentially a revolutionary state capit­alist position while the Pabloist posi­tion is liquidationist of the Trotskyist vanguard party and essentially a capitulation to Stalinism regarding political revolution.

The underlying methodology of the VO position is made clear in VO’s comradely and serious critique of the SL’s Guer­rilla Warfare Theses (Spartacist No. 11) which appeared in Class Struggle No. 15, May 1968. This critique is mainly con­cerned with the question of Cuba. VO shares with the Healyite IC the view that Cuba is a capitalist state, and for much of the same reasons. The view seems to be that if we grant that Cuba is a deformed workers state, there is no more reason for a Trotskyist party; if the petty bourgeoisie can ever be forced to break with the capitalist economic sys­tem and establish what is viewed as a deformed kind of socialism, Trotskyists can have no perspective except to become a left pressure group seeking to push the Stalinists to the left. A few quota­tions will make their position clear.

“In the last analysis, such a state will be a workers’ state only if the working class seizes power and builds its own state apparatus. And this holds true whatever the extent of the economic reforms carried out” (page 13). “And to consider that this state interference has the slightest ‘workers’ or ‘socialist’ character leads directly to abandon­ing the proletariat in favor of other social groups supposed able to play the same historical role. Indeed, this conception leads to openly admitting that bourgeois organizations (or petty-bourgeois organizations) can, by leaning on certain petty-bourgeois and in any case non-proletarian social layers, create workers’ states, even de­formed ones, and lay the bases for significant economic progress in the underdeveloped countries. This is the very negation of the Communist Manifesto. It is also the negation of the reasoning which led Trotsky to characterize the USSR as a ‘de­formed workers’ state’ because of the particular and decisive role played by the proletariat in its creation” (page 14).

It is clear that a kind of healthy attitude leads VO to this analysis: they fear that to grant Cuba (and by implica­tion East Europe or any place where the workers never took power) a characteri­zation of “deformed workers state” will cause them to sell out. And they don’t want to sell out. This is admirable. However, this position also leads them to deny reality. The East European states, and Cuba, and China, are identi­cal in qualitative terms to what now exists in the Soviet Union as a result of its degeneration. The power of theory and a dynamic and creative approach to a changing world is that it is not necessary to falsify history in order to reach a revolutionary conclusion.

The basis of VO’s theoretical in­capacity over these questions is a too close identification between a “workers state” and a “deformed workers state.” It is this error which leads the Pablo­ists to liquidationism: if the Stalin­ists or the petty bourgeoisie can ever, under the pressure of one of the two contradictory forces operating on them, actually create something which is “pretty good,” then what role is there for the Fourth International? What the VO comrades forget here is that in order for the Soviet Union to go from being a workers state, however seriously threat­ened and in crisis, to a deformed work­ers state, it required a political coun­terrevolution and the physical extermi­nation of the old Bolshevik party. VO and the Pabloists see only a quantita­tive difference between the victorious Russian workers state and the product of its degeneration.

The Spartacist analysis has two virtues: it leads us to a revolutionary conclusion, and it is correct. We concur wholeheartedly that “such a state will be a workers state only if the working class seizes power and builds its own state apparatus.” But the VO comrades apply this same criterion to a deformed workers state. Is this criterion true now for the USSR? Certainly not. Yet VO considers it a deformed workers state. Their only reason must be that in the USSR the working class once did hold political power. This can be only a sentimental reason for characterizing the Soviet Union as a deformed workers state. Further, to hold that such a state does not have the slightest “work­ers” or “socialist” character is over-simplistic, and denies the fundamental contradiction facing the bureaucracies: that they are both the enemies of the working class in their own countries and internationally and at the same time rest on top of a state in which the economic system and the formal ideology constantly pose the issue of workers control. The renunciation of the recog­nition of this fundamental contradiction has been the basis for all third camp theories–Shachtman’s bureaucratic col­lectivism and J.R. Johnson’s or Tony Cliff’s state capitalism. Finally, VO’s semi-syndicalism leads them to write off the peasantry and petty bourgeoisie (for example, in the Cuban case) as fundamen­tally irrelevant to Marxists. In fact, the cause of intermediate classes can at times overlap to some extent the inter­ests of working-class revolution; in such cases we will conclude an uneasy alliance with these forces–for example, the slogan of a workers’ and peasants’ government. Where we agree with VO is that the working class must maintain hegemony over the peasants and that the vanguard party is absolutely not a two-class party, but a party of the proletariat.

Further, let us not be too bemused by the fact that VO’s analysis is at present both incorrect and episodically revolutionary. Incorrect analysis takes its toll, and we may in the future find our positions dramatically counterposed. VO would critically defend the Soviet Union against imperialist aggression. But what line would they take in a war between East and West Germany? Let us hope that VO would find some inconsis­tent excuse to avoid being neutral about the reintroduction of capitalism into the deformed workers states. Or, what was their line on the India-China border war? Here is a clear case in which the logic of their position must lead them to be neutral.

The “Trotskyist Family”

Another political weakness of VO has been a too-fraternal and non-combative attitude toward other formally “Trotskyist” groups. At the London Conference in 1966 we raised the criticism that VO seemed to have a conception of a “Trot­skyist family” (see Spartacist No. 6), that they seemed to have the conception that all groups calling themselves “Trotskyist” were actually Trotskyist. This criticism, at least, of all the ones we have raised, has been disputed by Comrade Ellens as a question of fact. She has stated that VO only recognizes a certain responsibility to new members of “Trotskyist” groups who may have joined such groups on the basis of their formal “Trotskyism” rather than their opportun­ist practices. If this is the case, of course, the SL has the same view, in insisting on the necessity for a contin­ual struggle to expose the Pabloists and others as not really Trotskyists and for clarification and polarization in groups which are the only representatives of formal “Trotskyism” in their countries and therefore may include members who would choose a revolutionary position. Yet the present rather disturbing course of VO lends some preliminary support to our criticism of their “Trotskyist fami­ly” orientation.

Re-Unification with Pabloism?

Much concern has been voiced within the SL over the unity-of-action pact signed between the Pabloists and VO, and later also signed by the Pablo Pablo­ites, who are insignificant in France. The text of the pact is:

“In view of the development of the present situation, which cruelly points up the absence of a revolu­tionary leadership, and considering that it is essential to unify the struggle carried on by the organiza­tions claiming to be Trotskyist, representatives of the Union Commu­niste [VO], the Parti Communiste Internationalists [Pabloist] and the Jeunesse Communiste Revolutionnaire [Pabloist youth] met on Sunday, May 19, 1968, and decided to form a permanent coordinating committee for their three organizations. This coordinating committee now calls on all organizations claiming to be Trotskyist to join in this move. The three organizations advise their members everywhere to come together to coordinate their activity.” –Reprinted in Intercontinental Press, 3 June 1968

While initially it was not clear whether VO viewed this agreement as the beginning of a reunification of the “Trotskyist” movement, the Healyites in their denunciations and the Pabloists in their applaudings of the pact certainly view it as such. Several comrades in the PB raised the fear that VO had been dis­oriented by finding itself on the same side of the barricades with the Pablo­ists and were reacting in an over-fraternal manner to this, and perhaps also as a reaction to the inability of the leftists to bring France past the negative situation of a general strike into a positive struggle for workers’ power. It was decided after discussion in the PB and NYC local to raise in the article for Spartacist No. 12 on the French events the criticism that VO had chosen the wrong axis to capitalize on the French events and the exposure of the PCF-CGT; that the comrades should have called upon all those who stand in favor of workers’ committees and work­ers’ power to come together to form the needed new vanguard party of the working class–that is, for regroupment based on the Bolshevik program, not only the basis of the formal protestations of Trotskyism of the various groups, which latter axis might include some who actu­ally stood outside the actual basis for the formation of a new revolutionary party and might exclude sections of groups who had moved left under the pressure of the events and now stood for workers’ power. Although we consider it highly unlikely that VO now wishes con­sciously an unprincipled unification with the Pabloists, a group such as VO which has functioned on the basis of subjective revolutionary class instinct without much theoretical capacity could well find itself in such a situation despite its intentions.

Concern over this point has been strengthened considerably by the front-page editorial in the new Lutte Ouvriere No. 4, dated 17 July 1968, entitled “Towards the Revolutionary Party.” The article states:

“May ’68 has been a forceful demon­stration of the validity of revolu­tionary ideas…. The future now depends on the capacity of the revo­lutionary movement to capitalize on this acquisition of confidence…. We have already written and repeated several times in our columns that this is only possible if the revolu­tionary movement is capable of sur­mounting its division into multiple indifferent tendencies however dis­trustful each is of the others…. To struggle for the fusion of the forces which, until now, have been fighting dispersed, and to surmount for that the obstacles, the mis­understandings, the dangers, this is the most imperative duty of all revolutionaries at this time. The objection which one meets most fre­quently among even those revolution­aries who are most sincerely desir­ous of seeing the far left possess­ing the organization strength equal to its ideas concerns the seeming incompatibility between effective­ness and the absence of centralism, the latter being understood as mono­lithism…. However it is not only that the unity of action doesn’t exclude the free confrontation of ideas= this is even the condition for action to stand on a sane base. The bolshevik party…has known in the course of its history numerous tendencies and sometimes even fac­tions. Its militants have by all means the right and even the duty to publicly defend their own ideas even when [the ideas] are in contradic­tion with the official positions of the Party. (?)… Also it is not a question of hiding that the politi­cal differences which separate the revolutionary tendencies are impor­tant and sometimes grave… It is the experiencing of action and ex­perience (of the facts) which will be charged with selecting the ideas. But in order for that to bet it is necessary that the revolutionary  movement have a stake in the events  and that will not really be the case unless they are united. What seems  the most difficult [problem] to sur­mount is that the differences are not only political, but concern,even the conception of the Party. But even that is up to experience to determine, for if the different revolutionary currents wait, before uniting themselves, to convince one another only by the discussion, they can wait a long time. Events, by contrast, do not wait. Certainly the unification of the existing revolu­tionary forces will not give [us] ipso facto a party capable of lead­ing the struggle of the proletariat to victory. Such a party will be forged through long years of strug­gle…. Unification is not an end, it is a beginning…. Revolutionary militants that are separated by important differences learned to struggle together in the factories, in the neighborhoods, in the differ­ent committees, and to make a common front against their common enemies. They discover, through the daily combat that they lead together that, although what separates them is sometimes very important, what unites them is fundamental” (our emphasis).

This seems to be a call for a unifi­cation among the ostensibly revolution­ary organizations. Parenthetically, one might note that the most serious diffi­culty is conceived to be differing con­cepts of the party, i.e., of organiza­tional questions, rather than political differences. No demands are raised as to the basis of such a unification–unifi­cation on the basis of what political program, workers power? formal Trotsky­ism? being left of CP?–except that all the revolutionary organizations (in this conception, there seem to be lots of them) should unite in order to make their combined force strong enough to influence the events. From having called for all Trotskyist organizations to get together on no particular basis except an implied opposition to the CP’s ref­ormism (in the original unity-of-action pact), there is now a move to call for all “revolutionary” groups to get to­gether on no basis whatsoever. Judging from VO’s past history of principled (and perhaps too standoffish) behavior towards other groups, we find it likely that Trotskyists will pull back from the present course before such a unification, or at least find itself compelled after such a unification to split out and reaffirm a program which is to be found nowhere in this editorial and a commitment to Trotskyism which is to be found nowhere in this publication.

What is pervasive to VO’s political errors is the syndicalist-related feel­ing (and resulting practice) that the working class is immune from anti-revo­lutionary deviations and a kind of nar­row “workerism” which leaves them with­out a revolutionary line towards other struggles (U.S. Negroes, the Arab peas­ant masses) and without any axis towards social transformations in which the working class has been largely absent (East Europe, Cuba). This “workerism” is a current in the Bolshevik movement which has been fought since the Leninist amplification of Marxism, e.g., in “What is to be Done?”, written by Lenin in 1902. The working class is our class because it is the only class capable of decisively smashing the capitalist sys­tem and laying the basis for social progress in our epoch. The working class is not, however, a magic talisman to ward off evil and bring automatic suc­cess to the socialist movement.

The Minority and VO

As pointed out above, the Minority as a faction has not embraced the Ellens VO document as they have the Turner document. At the same time it is clear that VO is being used by Comrade Ellens as an at least informal recruiting device and an implicit comparison with the SL. Yet, Ellens has steadfastly refused to deal with VO in a serious and political way. She has sought to sell VO’s successes as a plank in the Minority’s program for the SL, but only covertly. She has created the image (perhaps some­what idealized) of VO as an eminently serious (which it is) and efficient organization through propagandizing VO’s gimmicks–systematic contacting, orderly meetings, internal Marxist educational programs, proletarianizing the psyches of petty-bourgeois members–while only tacitly accepting VO’s essential and theoretical organizational precepts and ignoring VO’s politics. We are tacitly promised that we can be “as good” as VO if we will support the Minority, but since neither the organizational philo­sophy nor the politics is frankly pushed, her assurances can mean only that an organization of our size can be as effective as one twelve times larger through the institution of systematic contacting and the like. Ellens has sought to concentrate on the gimmicks of VO and ignore the basic questions. Fur­ther, the strengths of VO are certainly not employed and embodied by the Minor­ity–any VO’er worth his salt would be horrified with the proposition that the situation for the SL in the New York hospital workers’ union was essentially unchanged by the departure of both party members in the union. If there is one thing which epitomizes VO’s strength it is the desire to be involved in real struggle, to have a caucus-building perspective in unions, to be above all serious and responsible in its work in the mass movement. Finally, there is no indication that a VO’er in the SL would concentrate so exclusively on the tech­niques of organization; in short, VO is not as non-political as our Minority.

The Spartacist League has very grave weaknesses–in its functioning, its re­sources, its human material. And it has a strength–its uniquely correct politi­cal line. It is the particular political ideas of the SL which justify its exis­tence as a separate organization. Let us not be so eager, as is the Minority, to sell our strength down the river in ex­change for phantom schemes and implied promises which cannot solve our prob­lems. Those who support the Minority are headed for a political destination which they perhaps do not know yet, but which is liquidation of Trotskyism.

–6 August 1968

Militant Longshoreman No. 5

Militant Longshoreman

No. 5 February 4, 1983

Re-Elect Keylor

Caucus and Convention Delegate

No Give – Backs. No Lay – Offs

In the last Militant Longshoreman the editor wrote about the critical state of the union, the need for an offensive program to save our jobs, and the danger of further disastrous concessions. These questions will come to a focus at the Longshore Division Caucus and the International Convention in April of this year. This issue of the Militant Longshoreman will talk about the two most critical dangers to the Longshore Division: 1) loss of jurisdiction through a combination of raiding and hiring non-union scabs and 2) lay-offs.

Given the economic crisis, the decline in foreign trade, and the cut-throat competition in shipping, we can expect an attack on our waterfront jurisdiction loading and unloading ships and barges. At Richmond Yard 3 last December, Operating Engineers Local 3 collabor­ated with Levin Terminals to raid our jurisdiction. We stood help­lessly out in the muddy street while a barge was unloaded and load­ed by non-ILWU and non-union people working unsafely and at sub­standard wages. But the stakes in Richmond are much higher than one or more barges. Construction at Yard 3 is rapidly nearing com­pletion as a coal exporting facility and Levin management is up front that the ILWU has no place in their plans. Utah, Wyoming, and Nevada coal shipments out of Northern California are expected to increase enormously during the next few years. Selby (among other places) is being talked about for building more loading fac­ilities. The various companies getting into this lucrative bus­iness will be encouraged to bypass the ILWU if Levin gets away with it at Richmond. It’s reported that Levin will start handling coal within 30 to 60 days; around 16 full-time jobs are immediately at stake.

Looking further down the road, we can expect businesses owning private docks to look around for non-PMA stevedoring outfits (or create them!) to load and unload vessels with non-ILWU and non-un­ion labor. The jurisdiction sections of our contract protect our jobs only where PMA member companies are involved.

THE BEST WEAPONS: MASS PICKETING AND UNION SOLIDARITY

How can we protect our jurisdiction? Mass pickets to stop scab­bing and union solidarity to avoid isolation are the only weapons that will work. A handful of token “informational pickets” help­lessly standing in the street while scabs drive past splashing mud on them won’t protect our jobs. But (we are told) if we do try to stop scabs the courts will issue injunctions limiting us to a few token pickets and the cops will beat on us while, they escort scabs past us. For the last 35 years the Taft-Hartley law has given jud­ges the right to issue “restraining orders” against mass picketing and “secondary boycott” picket lines. Thousands of strikes have been lost when workers obeyed strike-breaking, union-busting court orders.

This doesn’t have to go on. Even the government has been known to back off when faced with massive union action. Several years ago the State of Washington tried to break the Inland Boatmen’s Union manning Puget Sound Ferries. A state-wide strike of all ILWU locals supported by the IBT shut down Puget Sound, made the State back down and saved the IBU. We must organize now for just such port-wide strike action the minute another non-ILWU cargo operation (barge or ship) begins in Richmond. The full power of our union to shut down the port and put thousands of men on the picket line will be necessary to make clear to the murderous Richmond cops that union busting and scabherding will not be permitted.

Even our token picketing last December hurt Levin; Teamster truck drivers refused to go through our picket lines. Several months earlier Teamster warehousemen at the giant Sealand CFS in Oakland went on strike and picketed the Sealand piers at 14th St. When the ILWU honored the picket lines, Sealand had to capitulate. We must take the lead in initiating and building such joint support actions to defend each other against take-aways and union-busting. When the ILA negotiates a contract this fall, we must make it clear that we will honor their picket lines like we did in 1977 but that this time we won’t permit the courts to bust our solidarity action.

NO MORE TAKE-AWAYS! NO GIVE-AWAYS

The editor warned in Militant Longshoreman #4 last month that it looks like we are being softened up for concessions. Our Internat­ional officers have “negotiated” wage freezes in Warehouse and in Hawaii. They have alibied and justified two of the historic betray­als in longshore: M&M, in which we gave up manning scales and job action, and 9.43 where we allowed PMA to undermine the hiring hall. Herman and the other officers have no program to meet the jobs cri­sis in longshore; they can only point to PGP and the “no-layoff” clause of the contract. Contractual guarantees sure didn’t pro­tect the auto workers from wage and benefit cuts and Supplement III provides for layoffs “…should unusual circumstances develop…” The unusual circumstances are already herel After haunting the hall for four to five days without getting a job, longshoremen are begin­ning to mutter “we have too many men”. Our leaders are not shouting as they should be “we have too few jobs”. In the past they co-oper­ated with PMA’s attempt to export poverty by forcing hundreds of longshoremen to transfer out of this port. Now they squash and ridicule any aggressive program for jobs (manning scales, shorter work shift), leaving the field open to debating which concessions like lay-offs we should swallow.

Strike action will be necessary just to block takeaways. We ought to take a lesson from the Canadian Chrysler workers who three months ago struck on their own against give-backs. The UAW US-Canadian brass sabotaged and isolated the strike. Nonetheless, they and Chrysler were forced to reopen negotiations. Many of the proposed benefit cuts were withdrawn and Chrysler was forced to of­fer a substantially better although still inadequate wage package.

NEEDED: A PROGRAM TO UNITE TRADE UNIONS, UNEMPLOYED, BLACKS, RETIRED

Not even the most aggressive trade union program has a chance of success unless the unions take the lead in defending the livelihood of the 80% of unorganized workers, the over 10% who are unemployed, and the millions of retired, disabled and destitute who are suffering from cutbacks in social benefits.

The employers will try to hire the unemployed and destitute as scabs unless the unions organize them first. When the ILWU was foun­ded in the strikes of 1934, the union took action successfully to win over casual dock workers who could have been recruited to scab. The six hour day was demanded and won not to give overtime pay for the last two hours but to provide jobs for all who had fought in the str­ike. The union controlled hiring hall was the membership’s guarantee to each other that there would be no discrimination on the basis of race, religion, age, political beliefs, union loyalty, etc.

The Teamster strikers in Minneapolis in 1934 went even further. They won the unemployed to their side by organizing IBT auxiliar­ies of unemployed workers and workers on federal public works re­lief projects. These auxiliaries, backed by Teamster solidarity act­ions , fought for higher relief benefits for the unemployed and liv­ing wages for federal WPA workers.

That’s the basis for Point 5 of the Militant Longshoreman program which calls for: “Organize the unorganized and the unemployed. Labor strikes to stop cuts in Social Security, Medical, Medicare.”

Keylor will argue for such a program at the International Conven­tion. It is a key for union survival and will be a critical step in forging an alliance between the employed and the poor. Such an al­liance must be carried forward under the leadership of a workers party based on the unions to an actual fight to establish a workers govern­ment which will provide jobs for all through a planned socialist econ­omy.

VOTE FOR STAN GOW BUT WATCH WHAT HE DOES

I had hoped Stan would think about what I’d said last month. In­stead, he defended the new policies being pursued by the Militant Caucus and criticized his own fighting instincts. As I said, the Militant Caucus in Local 6 is largely pursuing extra-union issues and is paying less and less attention to union problems. Apparently dis­couraged by the near paralysis of Local 6, the constant giveaways en­gineered by the leadership (the last Master Contract included a 6 month wage freeze), and the inability of the membership so far to org­anize to halt these sellouts, the Caucus is turning its attention elsewhere, largely abandoning workers who are still employed and in the union. Recognizing the danger posed to our survival by Reagan’s drive toward nuclear war and by the growth of the fascists around the fringes of U.S. society, the Militant Caucus is beginning to look for shortcuts. Downgrading the fact that the most effective  opposition to the native fascists in the 1930’s and to Roosevelt’s war drive which brought the U.S. into World War II came from within unions led by class-struggle Trotskyist militants centered in the Teamsters in Minneapolis, the Caucus and their co-thinkers in Workers Vanguard are increasingly directing their organizing activity away from the unions and towards the unemployed, particularly in the ghettos.

THE UNION CAN BE CHANGED BUT THE MILITANT CAUCUS DOUBTS IT

Rather than openly stating their reorientation and defending it politically, they are trying to camouflage it by extending their cor­rect historic opposition to the union bureaucracy into a blanket con­demnation of the union. For example, they now say that because cer­tain sections of the ILWU leadership are racist that it’s OK to give backhanded support to court suits against the union (the Gibson Case). (Why didn’t Stan say he’s for defending the hiring hall against the government and that instead of longshoreman fighting longshoreman over ever fewer jobs, we should strike together coastwise for 6 for 8, all skill jobs through the hall, manning scales on container ships and full A status to all B men now?) Also, Stan now says that the union is so rotten that he’s just running for Caucus and Convention to expose Herman and the Caucus delegates rather than trying to win sections of the coast delegates over to a fighting program. Similar­ly the Militant Caucus doesn’t want to fight for d South African cargo boycott because they think a limited strike would only serve to re­build Herman’s credentials.

SELF IMPOSED ISOLATION

Equally dangerous is the Militant Caucus’ developing posit­ion that anyone is a hopeless case who is at this time pro-Demo­cratic or supports the strategy of pressuring the Democratic Party. That makes it OK to boycott their activities (the anti-Nazi march in Oroville) or even to urge workers not to demonstrate against Reaganism under the present pro-Democratic Party union leadership. Stan’s statement that “it was a bad thing that thousands of workers were out there that day because it strengthened the hands of our enemies” summarizes this developing abstentionist position. In ef­fect Stan and the Militant Caucus have said: accept our leadership’ or we’ll have nothing to do with you. This policy is out and out self-isolating sectarianism.

Until recently the Militant Caucus and.their co-thinkers would have been in Oroville, (as I and other longshoremen were), carrying signs aimed at winning the anti-Nazi demonstrators over to the winning strategy of labor/black/latino defense guards instead of essentially abandoning Oroville’s black community by dismissing their misdirect­ed efforts at self-defense as “an adventure” (remember Taft, Califor­nia, 1975?). Until recently the Caucus would have been in the labor parade with signs calling for a break with the Democrats and for a workers party as they did in last year’s SF Solidarity Day with PATCO labor parade. This year Stan marched with the 50-70,000 other unlonists who deeply resent Reagan’s policies which breed unemployment, cuts in medical care, cuts in care for the aged, etc., but he march­ed with no sign distinguishing him from the pro-Democratic “Vote Labor for Jobs and Justice”; and when I was subjected to an anti-communist exclusion for carrying a sign calling for a workers party and specif­ically for a vote for the Spartacist candidates for SF Supervisor, Stan kept right on marching without a word of protest.

REDBAITING

MY ASS!

Now on the subject of “redbaiting”. Many union members in both Local 6 and 10 know that Stan and I have long been supporters of the political program of the Spartacist League and its paper the Workers  Vanguard, and know that in the past we were both supported by it. Last year in Militant Longshoreman #2 I referred to “differences… with some Caucus members on issues which did not involve the union or the Caucus program.” These differences did involve the WV and the Spartacist League whose program I support but of whose practices I am increasingly critical.

Much of what Stan writes was, in the past, and is now influenced by the views of the WV. WV reports extensively on Stan’s leaflets. I support their right to report on and attempt to influence the ILWU as I support this right for any tendency in the workers movement. But I don’t support WV when they distort things in a misguided ef­fort to make their organization and its genuinely socialist program look better any more than I support the People’s World (with its reformist program and apologias for the liberal capitalists and their labor lieutenants) when the PW distorts things to make their organi­zation look better.

STAN SHOULD FIGHT

I urge you to vote for Stan again for Caucus and Convention dele­gate — but watch what he does. Stan and the Militant Caucus have shifted ground but they have by no means broken clearly from class struggle politics. Stan is still running on a supportable class struggle program. To regain his orientation toward fighting for a new leadership to build a fighting union which will work in the in­terests of all workers he’ll have to fight first within the Militant Caucus and with their political co-thinkers in WV to return to their old policies. I hope he does fight and I hope that he succeeds.

MILITANT LONGSHOREMAN PROGRAM

1.DEFEND OUR JOBS AND LIVELIHOOD – Reopen the contract if PMA cuts the PGP. For six hours work at eight hours pay; manning scales on all ship operations; one man, one job. Call all SEO men back to the hall. Prepare the union for a coastwise fight to delete 9.43, SEO, and crane supplement sections from the contract.

2.DEFEND THE HIRING HALL – No, surrender of union control over registra­tion.

3.DEFEND UNION CONDITIONS AND SAFETY THROUIGH JOB ACTION – No dependance an arbitrators. Mobilize to smash anti-labor injunctions.

4.DEFEND OUR UNION – No second class B or C registration lists. Full class A status for all B men coastwise. Keep racist anti-labor government and courts out of the union. Support all ILWU locals against court suits and government “investigations”. Union action to break down racial and sexual discrimination on the waterfront.

5.BUILD LABOR SOLIDARITY – against government/employer strikebreaking. No more PATCOs. Honor all picket lines. Don’t handle struck or di­verted cargo. No raiding of other unions. Organize the unorganized and the unemployed. Labor strikes to stop cuts in Social Security, MediCal, Medicare.

6.STOP NAZI/KLAN TERROR through union organized labor/black/Latin de­fense actions. No dependance on capitalist police or courts to smash fascists.

7.WORKING CLASS ACTICN TO STUD YONCMS WAR DRIVE AGAINST IM SOVIET UNION – Oppose reactionary boycotts against. Soviet and Polish ship­ping. Labor strikes against military blockades of Cuba or Nicaragua. Boycott military cargo, to Chile, South Africa, El Salvador and Israel.

8.INTERNATIONAL LABOR SOLIDARITY – Oppose protectionist trade restricttons. ILWU support to military victory of leftist insurgents in El Salvador. Defend the Palestinians – U.S. Marines, Israelis, French and Italian troops out of Lebanon.

8. BREAK WITH DEMOCRATIC AND REPUBLICAN PARTIES – Start now to build a workers party based on the unions to fight for a workers government which will seize all major industry without payment to the capitalists and establish a planned economy to end exploitation, racism, poverty and war.

IG: Still Dancing Around the “Serious Explanation”

Internationalist Group: 

Still Dancing Around the “Serious Explanation”

August 17, 2010  

 

While correctly criticizing many of the Spartacist League’s current positions, the leadership of the Internationalist Group has rigidly persisted in defending the political integrity of that organizations entire record preceding their own exit in 1996. The IG leaders have chosen to build their new organization around that myth and more specifically continue insisting the SL was “uniquely correct” throughout the 1980s in its distorted understanding of the Trotskyist position on Stalinism and defense of the Soviet Union.  Having themselves been former central leaders of the SL who actively participated in developing its line, defense of the SL record has always been a matter of protecting their personal political legacies and bureaucratic prestige.  As a consequence of the German Communist Party’s stubborn insistence in defending its line which allowed Hitler to ascend to power without resistance (“After Hitler, us”), Leon Trotsky was forced to conclude that any organization that puts the prestige of its leadership before telling the truth deserved to be written off for revolutionary purposes.

In politics, it is inevitable that following through on the logic of a bad position on one question will ultimately have unforeseen future consequences for what, at first glance, may at times appear to be an unrelated issue or whole series of unrelated issues. In the aftermath of Haiti’s recent earthquake, the chickens have come home to roost for the SL as it scandalously and somewhat unexpectedly ended up supporting Haiti’s occupation by the US military, buying into Obama’s line it was there to provide aid to the suffering Haitian masses.

Haiti, Afghanistan & Lebanon

In the course of a recent letter to the SL criticizing its belated and inadequate self-criticism of what, relative to the rest of the far left, was its “uniquely” incorrect line on Haiti (see “Spartacist League: Our Line’s Been Changed Again”), the IG leadership lectures the SL for a previous attempt to distance themselves from their original embarrassing position while dancing around openly repudiating it, while refusing to fully examine the “root of the betrayal” in their more recent  and explicit acknowledgement of wrongdoing.

“You admit to the crime, but fail to give a serious explanation of the reasons for it. And that virtually guarantees it will happen again…

“Despite your pious proclamations today, how is one to know that what you say tomorrow isn’t a continuation of what you said yesterday?

“Open Letter from the Internationalist Group to the Spartacist League and ICL” May 8, 2010

Reprinted in The Internationalist #21, Summer 2010

The IG’s letter to the SL claims the position on Haiti was “an extension of previous capitulation to the pressures of U.S. imperialism”, pointing to the SL’s open repudiation of calling for the defeat of US imperialism in Afghanistan in 2002, which the SL still defends, as the most significant precedent.

“You then proceeded to viciously attack the Internationalist Group/League for the Fourth International for our call from the very outset (in our 14 September 2001 statement) for defense of Afghanistan and for the defeat of U.S. imperialism. You wrote that our line amounted to “Playing the Counterfeit Card of Anti-Americanism,” as you stated in a subhead, and of appealing to an audience of “‘Third World’ nationalists for whom the ‘only good American is a dead American’…”

But the SL’s position on Afghanistan, in turn, had a precedent with the position it took on Lebanon in 1983, when it refused to militarily side with forces struggling to end the US military occupation of their country. Since they were still in the leadership of the SL at the time, the IG’s founders still defend that position today. Similarly, in a 1990 SL pamphlet (also produced while the IG founders were still SL leaders) titled Trotskyism: What It Isn’t and What It Is! the SL claimed that the International Bolshevik Tendency who at the time took the correct position (but has bureaucratically degenerated itself since then, see “The Road out of Rileyville”),

“praise the indiscriminate mass killings of Americans ..”.

Since the SL’s position on Lebanon is one the IG’s leadership still defends, one can also reasonably ask of them how despite the “pious proclamations today”, does one ”know that what you say tomorrow” will not be a repetition “of what you said yesterday.”

“Political Compass” as the “serious explanation” of the “roots of the betrayal”

In our own statement on the SL and Haiti, we noted

“the IG has implied the SL has taken a dive in the face of chauvinist hysteria. While the SL certainly has taken such dives, such as their frightened reaction to 9/11 and the war in Afghanistan in 2001, no such similar atmosphere exists in relation to Haiti at the moment.”

“Disintegration in the Post-Soviet Period: Spartacist League Supports US Troops in Haiti! “

February 15, 1020

While the two positions were both programmatic betrayals and do indeed have many parallels with each other, unlike Afghanistan the SL line on Haiti did not so much reflect any immediate external pressure as much as their own internal long term political/methodological and organizational contradictions.

In the course of addressing some of those contradictions, our February 5, 2010 statement on the SL’s pro-imperialist line referenced our previous polemic with the IG over its defense of the SL’s 1980’s legacy on the “Russian question”.

“As more fully elaborated in a previous polemic (“IG: Trotsky’s Transitional Program or Robertson’s Political Compass”, May 6, 2009) the SL based practically its entire existence in the 1980’s on the issue of defending the USSR. In the face of its demise they have constructed a worldview in which, just as previously all questions were seen through the narrow prism of the Soviet Union’s defense, today all questions are viewed through the narrow prism of the Soviet Union’s demise. It is not just the subjective crisis of leadership that holds back working class struggles but new objective circumstances where the question of taking state power is off the historical agenda for one reason or another.

“Those who give up on the working class are forced to look to other social forces for salvation. During the 1980’s, in a symmetrical disorientation to todays, the SL wildly exaggerated notions and fears about the dangers of the “Reagan years” combined with their dismantling of their trade union fractions lead them to look to the Soviet Stalinists and their military and economic might to protect them from the ravages of imperialism. Today the USSR no longer exists and Cuba cannot act as a sufficient substitute in the region.”

In that polemic with the IG we quoted an intervention at an IG class that summarized an important aspect of the SL’s methodology on the issue,

“I agree with much of the IG’s current criticisms of the SL’s explicit abandonment of the Transitional Program. I also agree that this position is related to the SL’s extreme demoralization over the collapse of the USSR. This was expressed in their recent position on the anti-CPU struggle in France where they proclaimed that in the “Post-Soviet World” a successful general strike is not likely to succeed. A few years ago when Afghanistan was attacked, SLers similarly argued that in the post-Soviet world military victories by neo-colonies against the imperialists were not on the agenda. While the collapse of the USSR was a huge defeat, by itself it is not adequate as an explanation. One must also look at the SL’s own history prior to that collapse and it’s various zig-zags over the Russian Question, positions that the IG leadership share responsibility for developing and still stand on today, and on which I’ll only touch on one aspect of.

“Throughout the 1980’s the SL developed a strong tendency to reduce Trotskyism to the issue of Soviet Defensism. That drift was partially acknowledged at the time I was an SYCer where ICL members were criticized for somehow abandoning the view that they were the party of world revolution. From seeing defense of the USSR as the central question at all times and places from Nicaragua to Alice Springs, Australia there developed a tendency to look at world events from the narrow prism of, to paraphrase an old Jewish joke, “Is it good for Russia?”.

“It was frequently written and stated internally that defense of the USSR was the SL’s “political compass” which would prevent their degeneration, a sort of talisman to ward off anti-Trotskyist spirits if you will. In contrast, the Transitional Program states that the Fourth International must “base ones program on the logic of the class struggle”, which is quite different than using defense of the USSR as ones political compass. But what happens when you continue using such a compass after it no longer exists (we found out 2 years ago that trading accusations internally of wanting to abandon defense of the USSR is still the norm for them)? The further development into a passive propagandist or De Leonist grouping the IG has described and the SL’s recent position on France again confirms. But the IG’s leadership is incapable of making such an analysis. They are determined to defend those positions since they themselves are fully responsible for helping develop them while SL leaders….”

We also showed how that understanding played a part in distorting the Trotskyist attitude towards imperialism during the 1980’s as well.

“In another part of the Middle East, the SL tried to cover their abandonment of military support for those struggling against the US Marines occupying their country by cynically asking “Where is the just, anti-imperialist side in Lebanon today?”, then explaining the conditions where they would take a side

‘Should the U.S. go to war against Syria, a complete reevaluation would be indicated, not least because such a war could become a de facto U.S./USSR conflict in which Marxists would defend the Soviet side.”

‘Marxism and Bloodthirstiness’

Workers Vanguard #345, 6 January 1984

While the IG has tried to explain all their differences with the SL subsequent to their split as stemming from the SL’s demoralization over the fall of the USSR, it has previously refused to acknowledge that this extreme demoralization stems in any way from a methodology they were responsible for helping develop towards the question before their own split.

We were therefore caught somewhat off guard by appears to be an implicit acknowledgement of the correctness of our criticism in their letter.

“It all goes back to the devastating impact on the Spartacist League and International Communist League of the counterrevolutionary destruction of the Soviet Union and the East European deformed workers states in 1989-92…

“Take a look at what happened after the 11 September 2001 attack on the World Trade Center and Pentagon, which clearly shook up the SL and ICL. But having lost your political compass with the demise of the Soviet Union, the SL/ICL reacted by abandoning key elements of the Leninist-Trotskyist program toward imperialist war.” (emphasis added)

Doing a google search this is the first time that a discussion of the SL’s previous “political compass” has ever been raised by the IG in its literarture. The SL’s use of defense of the USSR as its “political compass”, as frequently stated by them at the time, was the defining feature of the SL when the IG founders were still SL leaders, thus a key part of their political legacies which they would be responsible to honestly own up to. Insofar as the claim is made that demoralization over the fall of the USSR was the key explanation to their origins out of the SL and justification for their independent existence as such, it would also offer the only explanation for the highly deep nature of that demoralization, even two decades after the fact when almost everyone else on the far left (outside the geriatric pro-Moscow CP’s) have either recovered or at least in the process of doing so. It would seem a far more explicit, forthright and rigorous acknowledgement would seem to be called for than the offhanded one made in a passing manner in the IG’s letter. How is this any different than the SL’s initial attempt to dance around openly repudiating its position on Haiti?

We challenge the IG rank and file to test their “leaders” forthrightness, or perhaps more appropriately their own power inside their organization, by flexing their muscle and forcing through the explicit acknowledgment.

Karmic Justice

We have no confidence in the IG leadership’s ability or willingness to honestly come to terms with the role they played in the SL’s degeneration. Not only in terms of the degeneration in political line but also the role they played in the SL’s bureaucratization when they were in the leadership themselves, assisting when not leading the charge in witchhunting critics out of the organization and then slandering them afterwards.

While complaining of being the victim of an organizational “pre-emptive strike” by Alison Spencer (whose star inside the group has since fallen but at the time was groomed to replace Jim Robertson as SL “leader”) at the time of their expulsion, two years after the fact the IG’s top leader Jan Norden was still bragging about assisting her in a qualitatively similar Machiavellian/Zinovievite purge of the International Communist League’s (international organization dominated by the SL/US) Italian section.

“You reportedly said of the Italy document that it seemed Norden made a bloc with Parks (Spencer), given the differences over calling in any way for a general strike in Italy. In Italy, I did block with Parks against Gino, whose policy was a cover for the popular front. In that situation, to call on the bureaucrats (who were the only ones in a position to do so) to organize an unlimited general strike meant calling for more union militancy in order to lay the basis for a center-left coalition to kick out the right-wing Berlusconi/Fini government. A ‘bloc’ against the proto-factional opposition (emphasis added) [i.e. ‘pre-emptive’ organizational strike] to the Trotskyist program presented by Gino was not only principled but obligatory. It was utterly necessary to form a majority to fight against the popular frontist challenge.” (7/18/98)

Reprinted in “Polemics with the IG”

Trotskyist Bulletin #6

Never mind the fact that, after being driven out of the SL themselves, the IG developed fundamentally similar criticisms as Gino on the SL/ICL’s abandonment of calling for a general strike, or that they themselves ultimately fell victim to the same organizational methods used against Gino, what is involved after all is, once again, a question of their personal legacies and bureaucratic prestige.

In contrast, much of the IG rank and file, being subjectively revolutionary, can still play an important role in helping rebuild the Fourth International.  But they can only do this only if they put broad loyalty to the struggle for socialist revolution above the narrow loyalty to the organization they are currently trapped in. As the recent debacle of the SL rank and file (who unanimously supported the pro-imperialist line on Haiti only to then switch around to unanimously go along in repudiating it after the SL’s “leader” changed his mind) shows, those who are incapable of standing up to their party bureaucrats can never be counted on to stand up to the ruling class.

IG/LIVI: Aun dando vueltas en torno de una ‘explicación seria’

Grupo Internacionalista/ Liga por la IV Internacional

Aun dando vueltas en torno de una ‘explicación seria’

[Publicado por primera vez en inglés el 17 de agosto de 2010.]

Mientras critica correctamente muchas de las posiciones actuales de la Liga Espartaquista (SL/EEUU), los líderes del Grupo Internacionalista  (IG) / Liga por la IV Internacional (LFI) persisten rígidamente en la defensa de la supuesta integridad política de dicha Liga hasta el momento en el que fueron expulsados de la misma en 1996. La dirigencia del IG escogió construir su organización en torno de ese mito y, más específicamente, continúan insistiendo  que la SL estaba “singularmente correcta” a lo largo de los años 80 en su entendimiento distorsionado de las posiciones trotskistas sobre el estalinismo y la defensa de la Unión Soviética. Habiendo sido ellos antiguos líderes centrales de la SL que participaron activamente en el desarrollo de su línea política, la defensa del historial de la misma fue siempre una cuestión de sus propios legados personales y prestigio burocrático.

Como consecuencia de la obstinada insistencia del Partido Comunista de Alemania en defender la política que permitió que Hitler ascendiese al poder sin resistencia (“Primero Hitler, después nosotros”), León Trotsky fue forzado a concluir que cualquier organización que colocara el prestigio de sus líderes por encima de decir la verdad, merecía ser descartada de cualquier propósito revolucionario.

En política es inevitable que, cuando se sigue adelante con la lógica de una posición errónea en una cuestión, eso acabe teniendo consecuencias imprevistas en una o varias otras cuestiones que podrían parecer, en un primer momento, no tener relación con la política original. Luego del reciente terremoto de Haití, la SL cosechó lo que sembró cuando ésta, escandalosamente y de forma inesperada,  acabó apoyando la ocupación de Haití por el ejército de los Estados Unidos, creyendo en las palabras de Obama de que él estaba allí para proveer ayuda a las sufridas masas haitianas. [Vea La Liga Espartaquista apoya las tropas americanas en Haití, (português) 15 de Febrero de 2010]]

Haití, Afganistán y Líbano

En una carta reciente para la SL, condenando su demorada e incompleta autocrítica sobre Haití [Vea Repudiando nuestra posición sobre el terremoto de Haití: Una capitulación al imperialismo de EE.UU, 27 de abril de 2010], en una cuestión en la cual, en relación a la izquierda restante, fue “singularmente incorrecta”, la dirigencia del IG reprende a la SL por su tentativa de distanciarse de su vergonzosa posición original, al mismo tiempo en que hesita a la hora de repudiarla abiertamente, mientras se recusa a examinar de forma completa la “raíz de la traición” en su más reciente reconocimiento de una acción errada.

“Ustedes admiten el crimen, pero fallan en dar una explicación seria de las razones de aquel. Y ello garantiza virtualmente que éste sucederá de nuevo…”

“A pesar de sus declaraciones arrepentidas de hoy, ¿cómo nosotros podemos saber que aquello que ustedes dirán mañana no será una repetición de lo que ustedes dijeron ayer?”

— Carta Abierta del Grupo Internacionalista para la Liga Espartaquista y la LCI, 8 de mayo de 2010.

La carta del IG para la SL defiende la posición de que Haití fue “una extensión de la capitulación previa a las presiones del imperialismo americano”, apuntando al repudio abierto de la SL en llamar a derrotar al imperialismo estadounidense en Afganistán en 2002,  que la SL aún defiende, como su precedente más significativo.

“En aquella época, ustedes habían atacado perversamente al Grupo Internacionalista por nuestro llamado desde el comienzo (en nuestra declaración el 14 de septiembre del 2001) por la defensa de Afganistán y la derrota del imperialismo americano. Ustedes escribieron que nuestra línea nos llevaba a convertirnos en ‘los representantes del discurso antiamericano’, tal como lo declararon en un subtítulo, y que apelábamos a una platea de nacionalistas ‘tercermundistas’ para los cuales ‘el único americano bueno es el americano muerto’…”

Sin embargo, la posición de la SL en Afganistán, a su vez, tuvo un precedente con la posición que ésta había sostenido en el Líbano en 1983, cuando se recusó a defender militarmente el lado que luchaba por el fin de la ocupación militar de los EEUU en su país. Ya que ellos todavía estaban en la dirección de la SL en aquella época, los fundadores del IG aún defienden esa posición hoy en día. De manera similar, en un libro de la SL del año 1990 titulado “Trotskismo: Que Es y Que No Es Eso” (también editado cuando los fundadores del IG todavía eran los líderes de esa organización), declararon que la Tendencia Bolchevique Internacional (TBI), que en aquella época había mantenido una posición correcta (pero que desde entonces se ha degenerado burocráticamente):

“desea asesinatos indiscriminados en masa de americanos…”

[Para un comentario sobre la degeneración burocrática de la TBI, vea El Camino Hacia Fuera de Rileyville, 25 de Septiembre de 2008].

Ya que la posición de la SL sobre el Líbano es defendida por la dirigencia del IG incluso actualmente, se puede preguntarles con razón, si a pesar de sus “declaraciones arrepentidas de hoy”, ¿cómo nosotros podemos saber que “aquello que ustedes dirán mañana” no será una repetición de “lo que ustedes dijeron ayer”?

‘Brújula política’: la ‘explicación seria’ de la ‘raíz de la traición’

En nuestro propio texto sobre la SL y Haití, nosotros observamos el siguiente:

“El IG afirmó que la SL realizo un giro frente a una histeria chauvinista. Mientras la SL ciertamente realizó tales giros en el pasado, como su espantosa reacción al 11 de Septiembre y a la guerra de Afganistán en 2001, ninguna atmósfera similar existía en relación a Haití en ese momento.”

— La Liga Espartaquista apoya las tropas americanas en Haití, 15 de febrero de 2010

A pesar de que las dos posiciones fueron traiciones programáticas y de hecho hay muchos paralelos entre una y otra, al contrario de Afganistán, la línea de la SL en Haití no es tanto un reflejo de presión inmediata externa, como de sus antiguas contradicciones políticas, metodológicas y organizativas.

Al mostrar alguna de esas contradicciones, nuestra declaración sobre la línea proimperialista de la SL se refirió a una polémica previa con el IG sobre su defensa del legado de la SL en los años 80 acerca de la “cuestión rusa”.

“Como fue elaborado de una forma más completa en una polémica anterior (IG: Programa de Transición de Trotsky o Brújula Política de Robertson?, (inglés) 6 de mayo de 2009), la SL basó prácticamente toda su existencia durante los años 80 en la cuestión de la defensa de la URSS. En el velorio de su caída, construyeron una visión del mundo bajo el cual, así como previamente todas las cuestiones eran vistas bajo el prisma de la defensa de la Unión Soviética, hoy todas las cuestiones son vistas  a través del estrecho prisma de su muerte.  No es tan sólo la crisis subjetiva de liderazgo que retrasa las luchas de la clase obrera, sino una nueva circunstancia objetiva donde la cuestión de tomar el poder del Estado se coloca fuera de la agenda por una razón u otra.

“Aquellos que desisten de la clase obrera son forzados a buscar por salvación en otras fuerzas sociales. Durante los años 80, en una desorientación simétrica a la de hoy, las visiones y miedos extremadamente exagerados de la SL sobre los ‘peligros de los años de Reagan’ combinados con el desmantelamiento de sus fracciones sindicales, los llevó a mirar a los estalinistas soviéticos, a su ejército y a su poderío económico como los protectores de los ataques del imperialismo. Hoy, la URSS no existe más y Cuba no puede reaccionar como un sustituto suficiente en la región.”

En aquella polémica con el IG, nosotros citamos una intervención en un foro abierto de tal organización que resumió un importante aspecto de la metodología de la SL sobre la cuestión:

“Concuerdo con muchas de las actuales críticas del IG al hecho de la SL haber explícitamente abandonado el programa de transición. También concuerdo con que esa posición está relacionada con la extrema desmoralización de la SL después del colapso de la URSS. Ello fue expresado en su reciente posición sobre la lucha contra la ley de flexibilización de contratos de empleo en Francia, cuando ellos proclamaron que en el ‘mundo postsoviético’ no es probable que una huelga general tenga éxito. Algunos años atrás, cuándo Afganistán fue atacado, miembros de la SL argumentaron de manera similar que en dicho mundo postsoviético las victorias militares de las neocolonias contra los imperialistas no estaban en la agenda. No obstante la desaparición de la URSS fue una gran derrota, por sí misma ella no es una explicación de nada de aquello. Se debe mirar también hacia la historia de la propia SL anterior a ese colapso y a sus varios zigzagueos sobre la cuestión rusa; posiciones por las cuales el liderazgo del IG también es responsable por haberlos desarrollado y reivindicado hasta hoy en día. Sobre ello, voy a comentar un aspecto.”

“A lo largo de los años 80, la SL desarrolló una fuerte tendencia a reducir el trotskismo a la cuestión del defensismo soviético. Ese giro fue parcialmente reconocido en la época en que yo era miembro de la juventud de la Liga Espartaquista. Desde que pasó a ver la defensa de la URSS como la cuestión central en todos los lugares y ocasiones, desde Nicaragua hasta Alice Springs, Australia, surgió una tendencia para ver el mundo a partir del estrecho punto de vista de la pregunta ‘¿está bien así para Rusia?’ ”

“Frecuentemente se escribía y se afirmaba internamente que la defensa de la URSS era la ‘brújula política’  de la SL, que iría a prevenir su degeneración, un tipo de talismán mágico para espantar los espíritus del antitrotskismo. En contraste, el Programa  de Transición declara que la Cuarta Internacional debe ‘basar su programa en la lógica de la lucha de clases’, lo cual es bien diferente a usar la defensa de la URSS como una brújula política. Pero, ¿qué sucede cuando se continúa usando tal brújula después de  que ésta ya no existe más? (Nosotros descubrimos dos años atrás que cambiar acusaciones internamente sobre desear abandonar la defensa de la URSS todavía es una norma para ellos). El resultado es la transformación siguiente en un agrupamiento propagandista pasivo, que el IG describió, confirma eso; así como también la reciente posición de la SL en Francia. Sin embargo,  los líderes de la IG son incapaces de hacer tal análisis por entero. Ellos están determinados a defender aquellas posiciones, ya que ellos mismos son enteramente responsables por ayudar a desarrollarlas siendo los líderes de la SL.”

Nosotros también mostramos que tal comprensión también desempeñó un papel en distorsionar la actitud trotskista frente al imperialismo durante los años 80.

“En otra parte del Medio Oriente, la SL intentó encubrir su abandono del apoyo militar hacia aquellos que luchaban contra la ocupación de los fusileros navales de los Estados Unidos en su país, cínicamente preguntando ‘¿dónde está hoy el lado justo y antiimperialista en el Líbano?’ Y entonces explicando las condiciones en las cuales ellos irían a tomar partido:

“‘Si los EEUU entran en guerra contra Siria, una revaluación completa sería necesaria, no menos porque tal guerra podría convertirse en un conflicto real entre los EEUU y la URSS, en el cual los marxistas defenderían el lado soviético’

— ‘Marxismo y Baño de Sangre’, Workers Vanguard No. 345, 6 de enero de 1984.”

Hasta la actualidad, el IG ha intentado explicar que todas sus diferencias con la SL surgidas después de su expulsión son originarias de la desmoralización sufrida por la SL tras la caída de la URSS. El grupo se recusa a reconocer que esa desmoralización extrema deriva directamente de la metodología de la que son ellos mismos responsables por haberla elaborado y desarrollado hasta el momento de su propia expulsión.

Nosotros fuimos, de cierta forma, tomados un poco por sorpresa por el que pareció ser un reconocimiento implícito de nuestra crítica en la carta del IG:

“Todo se origina en el devastador impacto sobre la Liga Espartaquista y la Liga Comunista Internacional (LCI) de la destrucción contrarrevolucionaria de la Unión Soviética y de los estados obreros deformados europeos entre el 89 y el 92.”

“Observen lo que sucedió después del ataque del 11 de septiembre de 2001 al World Trade Center y al Pentágono, que claramente abalaron la SL y la LCI. Empero, habiendo perdido su brújula política con el final de la Unión Soviética, la SL/LCI reaccionó abandonando elementos clave del programa leninista-trotskista relacionados a la guerra imperialista”

Haciendo una búsqueda en Google, descubrimos que es la primera vez que una discusión sobre la antigua “brújula política” es levantada en las publicaciones del IG. El uso de la SL de la defensa de la URSS como su “brújula política”, como frecuentemente ha declarado en la época, era la característica esencial de dicha liga cuando los fundadores del IG todavía eran los líderes de aquella organización, siendo así una parte central de sus legado político, y por la cual ellos serían responsables por tener que, con honestidad, reconocer como errónea. Si la afirmación del IG es de que la desmoralización tras la caída de la URSS fue la razón clave para su salida de la SL y la justificación para su existencia independiente, entonces tal reconocimiento también ofrecería la única explicación para la naturaleza altamente profunda de esa desmoralización aun ahora mismo dos décadas después del hecho, cuando casi todos en la izquierda (con excepción del geriátrico PC  pro-Moscú) se recuperaron o están en proceso de recuperación. Parece que un reconocimiento mucho más explícito, sincero y riguroso debería ser reclamado, en lugar de un reconocimiento improvisado, hecho de manera pasajera en la carta del IG. ¿Cómo eso difiere con el modo en el que la SL hesita en repudiar abiertamente su posición en Haití?

Nosotros desafiamos a los miembros de base del IG a testear la franqueza de sus líderes o, tal vez más apropiadamente, su propio poder dentro de la organización intentando exigir un reconocimiento explícito de sus errores.

Karma: todo lo que va, vuelve 

No tenemos ninguna confianza en la habilidad o fuerza de voluntad de los líderes del IG en hacer un balance honesto del papel que ellos desempeñan en la degeneración de la SL. No sólo en la cuestión de la línea política, sino también en el papel al que se prestaron en la burocratización de la SL cuando ellos mismos estaban en el liderazgo, dirigiendo o ayudando en las persecuciones a los críticos para expulsarlos y después calumniarlos.

Al tiempo que reclaman haber sido víctimas de un “ataque preventivo” de carácter organizativo engendrado por Alison Spencer (cuyo crédito dentro del grupo disminuyó desde entonces, pero que en la época estaba flirteando con la idea de sustituir a Jim Robertson como el “líder” de la SL), dos años después del hecho, el líder principal del IG, Jan Norden, todavía estaba vanagloriándose por haberla ayudado en una purga igualmente maquiavélica, típica de un Zinoviev, en la sección italiana de la Liga Comunista Internacional:

“Usted describe, a partir del documento sobre Italia, que parecía que Norden había hecho a un bloque con Parks (Spencer) a respecto de las diferencia sobre llamar o no, de cualquier manera que fuese, por una huelga general en Italia. Yo, de hecho, hice un bloque con Parks contra Gino, cuya política encubría al Frente Popular. En aquella situación, llamar a los burócratas (que eran los únicos en posición de hacer eso) a organizar una huelga general ilimitada, significaba llamar por más militancia sindical con el objetivo de  establecer las bases para una coalición de centro-izquierda para reemplazar al gobierno de derecha de Berlusconi y Fini. Un ‘bloque’ contra ese embrión de tendencia, representada por Gino, que se oponía al programa trotskista [léase un ‘ataque preventivo’ organizativo — énfasis añadida] no era apenas principista, sino también obligatorio. Era  extremadamente necesario formar una mayoría para luchar contra la provocación frente-populista.”

— “Carta del IG al MEG”, 18 de julio de 1998 (Trotskyist Bulletin No. 6)

No es tenido en cuenta el hecho de que, después de haber sido ellos mismos expulsados de la SL, el IG expresó críticas fundamentalmente similares a las de Gino hacia el abandono que la SL/LCI hizo de los llamados a huelga general, o que ellos en persona acabaron siendo víctimas de los mismos métodos organizativos usados contra Gino. Lo que está involucrado, una vez más, es la cuestión de sus legados personales y prestigio burocrático.

En contraste, gran parte de los miembros de base del IG, siendo subjetivamente revolucionarios, aún pueden desempeñar un importante papel en ayudar a reconstruir la Cuarta Internacional. Sin embargo, ellos sólo pueden hacer eso si prestan amplia lealtad a la lucha por la revolución socialista, por encima de la estrecha lealtad a la organización en la cual ellos están actualmente adheridos. Así, la reciente tragedia de los miembros de base de la SL (que unánimemente apoyaron la línea proimperialista en Haití y después pasaron a unánimemente repudiarla cuando el “líder” de la SL cambió de idea) muestra que aquellos que son incapaces de erguirse contra los burócratas de su propio partido jamás podrán erguirse frente a la clase dominante.

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Três Dias em Agosto

Três Dias em Agosto
O Rubicão Soviético e a Esquerda

Esse artigo foi originalmente publicado em 1917 No. 11 (terceiro trimestre de 1992), pela então revolucionária Tendência Bolchevique Internacional. Sua tradução foi feita pelo Reagrupamento Revolucionário em julho de 2013.

Nas semanas que se seguiram ao fracasso da tentativa de golpe em agosto de 1991, a Tendência Bolchevique Internacional esteve virtualmente sozinha, entre as correntes que se reivindicam trotskistas, ao reconhecer que esse evento marcou o fim do Estado operário soviético. Todo evento político importante desde então confirmou nosso ponto de vista. Alguns dias depois do golpe, Gorbachev, sob a instrução de Boris Yeltsin, proclamou a dissolução do Partido Comunista Soviético. O Congresso de Deputados do Povo votou pela sua autodestruição. Em dezembro, Yeltsin anunciou a dissolução da União Soviética e a formação de uma assim chamada Comunidade de Estados Independentes. Ele fez isso sem nem mesmo se importar em consultar Gorbachev, cujas tentativas subsequentes de manter alguma aparência de governo unificado foram simplesmente ignoradas. No dia de Natal, Gorbachev renunciou como presidente soviético. A bandeira soviética foi retirada do Kremlin e substituída pelo emblema czarista. Yeltsin se mudou para o escritório presidencial soviético mesmo antes que Gorbachev pudesse empacotar suas coisas.

As principais instituições políticas do Estado soviético puderam ser desmanteladas sem uma resistência armada, porque o destino da URSS já havia sido decidido. Os desenvolvimentos no pós-golpe foram um mero epílogo aos três dias em agosto, quando os desmoralizados defensores do antigo aparato stalinista fizeram sua última aposta desesperada e perderam.

Yeltsin não perdeu tempo em lançar um ataque completo contra a economia estatal já em desintegração. No começo de janeiro, ele retirou subsídios estatais para alimentação e muitos outros itens, aumentando em muito a maior parte dos preços. Essa foi apenas a primeira de uma série de medidas com o objetivo de substituir o planejamento centralizado pela anarquia de mercado. Agitações de protesto popular rapidamente se seguiram. Conforme Yeltsin viajou ao redor do país para aferir a reação pública, ele se confrontou com multidões raivosas. Motins reivindicando comida emergiram na capital usbeque de Tashkent, reclamando a vida de vários estudantes; trabalhadores, militares e membros do velho aparato de partido marcharam contra o novo regime na Praça Vermelha no Dia da Revolução; 5 mil oficiais do exército se reuniram no Kremlin para protestar contra os planos de Yeltsin de desmembrar o exército ao longo de linhas nacionais. Em fevereiro, 50 mil pessoas inundaram as ruas de Moscou no maior protesto contra o governo até agora. Os protestos anti-Yeltsin são extremamente heterogêneos. Enquanto alguns participantes carregavam bandeiras vermelhas e fotos de Lenin e Stalin, o ultradireitista Partido Liberal Democrático e outros elementos monarquistas e antissemitas também eram proeminentes. Como a região do Cáucaso permanece atormentada por matanças locais, e Yeltsin continua a disputa com o novo regime nacionalista da Ucrânia sobre a Frota do Mar Negro, está claro que estrada de volta ao capitalismo na antiga União Soviética não será tranquila.

As “reformas de preço” de Yeltsin foram introduzidas por orientação de Jeffrey Sachs, menino de ouro da Escola de Negócios de Harvard, que passou os últimos anos torturando os trabalhadores poloneses com a miséria do livre mercado. O propósito da reforma é reduzir a receita de Estado russa e estabilizar o rublo. Sob o antigo sistema de planejamento, os preços das commodities eram determinados não por forças de mercado, mas pelas decisões sociais e econômicas dos planejadores. O rublo funcionava mais como um vale de compra com base no trabalho do que uma medida de valor. Para estabelecer um regime de produção generalizada de commodities, e para abrir a economia da ex-URSS para o mercado mundial, primeiramente é necessário, de acordo com a Escola de Harvard, ter algum tipo de equivalente universal que estabeleça a medida pela qual vários produtos podem ser comercializados.

Sob quais termos a Rússia e as outras repúblicas vão se juntar à “família das nações” imperialista? A produtividade do trabalho na União Soviética sempre esteve atrás daquela dos países capitalistas avançados. Os produtos da indústria soviética simplesmente não podem competir em preço ou qualidade com os produtos do ocidente. Os capitalistas do ocidente estão relutantes em investir mesmo na Polônia e na antiga RDA (Alemanha Oriental), cuja planta industrial é mais avançada que na Rússia. As indústrias russas e ucranianas tem ainda menos probabilidade de encontrar compradores estrangeiros. Aspirantes russos a “empresários” não podem simplesmente obter as indústrias estatais existentes e começarem a fazer dinheiro. Para se tornarem competitivos internacionalmente, a maioria das empresas soviéticas iria exigir uma massiva troca de equipamentos e avanços, e isso só pode ser financiado de fora. Os gigantes imperialistas, presos em rivalidades econômicas cada vez mais intensas entre si, não estão dispostos a garantir o desenvolvimento de um novo grande competidor. A “ajuda” total destinada à antiga União Soviética até agora é apenas uma fração do que os imperialistas gastavam todo ano preparando-se para lançar uma guerra contra o “império do mal”. A assistência que eles estão dando é apenas para ajudar Yeltsin a manter uma mordaça em sua população rebelde. Não vai haver Plano Marshall tardio.

As terras que um dia fizeram parte da URSS não são sem valor para os predadores de Wall Street e Frankfurt. A antiga União Soviética era o produtor mundial número um de petróleo e lenha, e os seus territórios também são ricos em minerais, metais e grãos. A população é bem educada mesmo para os padrões ocidentais e é, portanto, um enorme mercado em potencial e reserva de trabalhadores que podem ser explorados. Mas os imperialistas veem a antiga União Soviética primariamente como uma produtora de matéria-prima e produtos agrícolas e como uma consumidora dos produtos manufaturados dos Estados Unidos, Europa e Japão. A desindustrialização que vai acompanhar a restauração do capitalismo vai prender as várias repúblicas em um padrão de dependência econômica e atraso mais parecido com países de terceiro mundo do que com o mundo capitalista desenvolvido.

A antiga União Soviética, entretanto, não é um país de terceiro mundo. A revolução bolchevique de 1917 lançou o antigo Império Czarista para fora da órbita imperialista e estabeleceu as fundações para transformar a Rússia de uma nação atrasada majoritariamente camponesa em uma grande potência industrial. Na época da revolução, mais de 80 por cento da população soviética vivia no campo; hoje, mas de 60 por cento são moradores das cidades.

A reintegração da União Soviética na divisão internacional de trabalho capitalista vai significar a ruína de setores econômicos inteiros: aço, maquinário, equipamento militar e bens de consumo e o desligamento de muitos dentre as dezenas de milhões de trabalhadores cujas vidas dependiam da indústria.

Os Estados que estão emergindo do desmantelamento da URSS provavelmente não irão ser reduzidos a um status de países do terceiro mundo sem explosões populares de raiva. Conforme a indignação de massas com a “terapia de choque” do livre mercado continua a crescer, Yeltsin poderia ser derrubado. Ele já foi forçado a modificar alguns dos aspectos mais severos do seu pacote econômico. Entretanto, nenhum dos aspirantes a sucessor de Yeltsin está menos comprometido que ele com a restauração capitalista; eles se diferenciam apenas sobre táticas e rapidez.

Por uma revolução proletária para esmagar a contrarrevolução!

A única força que pode virar a maré – a classe trabalhadora – está confusa e desmoralizada por anos de traição stalinista. O regime de Yeltsin permanece extremamente frágil e vulnerável a um levante vindo de baixo. Os revolucionários na antiga URSS devem buscar transformar a hostilidade popular àqueles que elevam os preços e aos especuladores alimentícios em uma arma contra todo o esquema de privatização. Formando comitês de representantes em cada local de trabalho e bairro operário, os trabalhadores poderiam se unir para reconstruir os sovietes de 1905 e 1917. Tais órgãos de poder popular poderiam garantir que os necessários suprimentos de comida fossem distribuídos igualmente. Eles também poderiam bloquear o completo loteamento e roubo das empresas públicas e combater as demissões com uma campanha por uma escala móvel de horas de trabalho e salários, e constituir a base organizativa de um Estado operário renascido.

A hostilidade de massas às medidas de austeridade de Yeltsin está sendo explorada por uma horda de demagogos nacionalistas de direita e descendentes antissemitas das Cem Negros. As manifestações contra Yeltsin nos meses recentes têm unido stalinistas “patrióticos” com nacionalistas-russos fascistas. A restauração capitalista liberou uma explosão de massacres nacionalistas reacionários pela região do Cáucaso, na Moldávia e em outras partes da antiga URSS. Os marxistas defendem o direito de todas as nações à autodeterminação e se opõem ao chauvinismo grão-russo do Kremlin de Yeltsin. Ao mesmo tempo, os socialistas lutam pela união voluntária dos povos da antiga URSS em uma renovada federação socialista.

Para evitar o desastre, a classe trabalhadora necessita urgentemente de uma liderança revolucionária. Um partido revolucionário buscaria mobilizar o proletariado para retirar Yeltsin e outros potentados nacionalistas do poder, reverter os programas de privatização e colocar o local de nascimento do primeiro Estado operário do mundo de volta na trilha revolucionária internacionalista de Lenin e Trotsky.

Qualquer grupo que aspire ser uma liderança revolucionária deve ser capaz de reconhecer a realidade e dizer a verdade. A realidade política hoje é moldada pelo fato de que a vitória da contrarrevolução em agosto de 1991 destruiu o Estado operário soviético. A maior parte da economia ainda é formalmente propriedade estatal, como na Polônia, Tchecoslováquia e o resto da Europa Oriental. Mas aqueles que retêm o monopólio da força na sociedade estão comprometidos com o desmantelamento, não a manutenção, da propriedade estatal dos meios de produção. A classe que fez nascer a propriedade coletivizada e tinha o interesse maior em sua sobrevivência – o proletariado – foi excluída do poder político direto com a ascensão de Stalin em meados dos anos 1920. Entretanto, a burocracia stalinista, com todos os seus crimes contra a classe trabalhadora, derivava o seu poder social do seu papel como administradora da economia de propriedade estatal. Ela foi episodicamente compelida a defender as formas de propriedade proletárias da restauração capitalista e a reprimir elementos pró-capitalistas dentro das suas próprias fileiras para poder salvaguardar os seus privilégios. Com o fracasso do golpe de agosto, o aparato stalinista profundamente dividido e completamente desmoralizado desmoronou quando as forças que buscavam abertamente destruir as bases econômicas estabelecidas pela Revolução de Outubro tomaram o poder.

O sucesso dos organizadores do golpe poderia ter representado um obstáculo, ainda que temporário e insubstancial, à vitória dos restauracionistas que hoje estão no poder. Era, portanto, dever daqueles que defendiam a União Soviética contra a restauração do capitalismo, tomar o lado dos líderes do golpe contra Yeltsin, sem lhes oferecer nenhum apoio político. Entretanto, no nosso conhecimento, todas as ouras tendências que se reivindicavam trotskistas falharam no último teste de defesa soviética. A maioria ficou do lado das forças reunidas ao redor de Yeltsin em nome da democracia. Outras foram neutras. Para justificar a sua falha, muitos desses grupos agora encontram expediente para minimizar o significado da vitória de Yeltsin em agosto. Nós vamos examinar as respostas ao golpe de três organizações pseudotrotskistas: o Secretariado Unificado da Quarta Internacional, o grupo inglês Workers Power e os espartaquistas.

SU: “Ninguém aqui além de nós democratas”

Nos últimos quarenta anos, o Secretariado Unificado da Quarta Internacional (SU), comandado por Ernest Mandel, se especializou em distorcer e diminuir o programa revolucionário de Trotsky para se adaptar à última moda política na esquerda. A busca deles por um caminho fácil para a “influência de massa” os levou a apoiar stalinistas insurrecionais como Castro e Ho Chi Minh no fim dos anos 1960 e a um louvor irrestrito para os anticomunistas do Solidariedade polonês uma década depois. Conforme os ventos políticos predominantes viraram para a direita na última década e meia, o SU tem tentado encontrar um nicho nas franjas da socialdemocracia. Não é surpreendente, então, que durante o golpe de agosto Mandel e seus seguidores tenham ficado do lado de alguns milhares de liberais restauradores do capitalismo e comerciantes do mercado negro que correram ao palácio presidencial de Yeltsin. Junto com toda a burguesia internacional, o SU aplaudiu a vitória do presidente russo contra o Comitê de Emergência como um triunfo da “democracia”. Um dos afiliados norte-americanos do SU, a Tendência Quarta-Internacionalista (FIT) escreveu: “A derrota do golpe foi uma vitória genuína para os povos soviéticos” (Bulletin in Defense of Marxism, outubro de 1991). Outro grupo norte-americano do SU viu as multidões que apoiavam Yeltsin como um “levante popular” com “poucos precedentes desde a época da revolução russa de 1917, dirigida por V.I Lenin e Leon Trotsky” (Socialist Action, setembro de 1991). O próprio Mandel escreveu:

“Os (…) golpistas queriam severamente limitar ou mesmo suprimir as liberdades democráticas que existiam na realidade. (…) É por isso que o golpe tinha que ser combatido com todos os meios disponíveis. E é por isso que o fracasso do golpe deve ser saudado.”
International Viewpoint, 3 de fevereiro

Como todo bom kautskista, o maior critério de Mandel é a “democracia” abstrata. Os contrarrevolucionários no Kremlin e os seus apoiadores internacionais no FMI não estão tão preocupados com tais “liberdades”. As brutais medidas de austeridade requeridas pela restauração capitalista serão impostas às massas soviéticas com baionetas, não com discursos fajutos e apertos de mão no dia da eleição.

Os marxistas sabem que a democracia burguesa tem um conteúdo de classe. A desigualdade social real entre burgueses e proletários, entre o mendicante sem-teto e o presidente da General Motors, não é eliminada, mas ocultada, pela igualdade formal de direitos. As instituições parlamentares desempenham um importante papel em legitimar o poder da burguesia ao ocultar as políticas de classe dos governos capitalistas por trás de uma fachada de consentimento popular. A classe trabalhadora deve defender as liberdades democráticas em uma sociedade capitalista contra todas as tentativas de restringi-las ou suspendê-las. Entretanto, as conquistas da Revolução de Outubro pesavam bem mais que a democracia burguesa na escala do progresso humano. A abolição da propriedade privada sobre um sexto da superfície da Terra e a substituição da anarquia de mercado pelo planejamento econômico foram bases econômicas sobre as quais democracia poderia ser verdadeira para os milhões que não são donos de fábricas, bancos ou impérios de comunicação. Os hipócritas imperialistas “democráticos” odiavam os stalinistas não porque eles privavam os trabalhadores soviéticos de direitos, mas porque o poder deles dependia da sobrevivência das conquistas obtidas pelo proletariado russo em 1917. Nas palavras de Trotsky:

“Nós não devemos perder de vista nem por um momento sequer o fato de que a questão da derrubada da burocracia soviética para nós é subordinada à questão da preservação da propriedade estatal dos meios de produção na URSS (…).”
— Em Defesa do Marxismo

SU do lado errado das barricadas

As barricadas de agosto formaram uma linha divisória entre aqueles inclinados a restaurar o capitalismo e aqueles que queriam desacelerar as reformas de mercado e preservar, ao menos por um tempo, o status quo econômico e social. Socialdemocratas, liberais e todos aqueles que defendiam abertamente a restauração do capitalismo tiveram pouca dificuldade em entender o significado do golpe e da sua derrota. Os pseudotrotskistas, entretanto, precisam falsificar a realidade para justificar se esquivarem da defesa da União Soviética e se prostrarem diante da opinião pública liberal. É, portanto, extremamente importante para o SU “provar” que não havia diferenças fundamentais entre os organizadores do golpe e os seguidores de Yeltsin. Nat Weinstein, escrevendo em uma edição de setembro de 1991 de Socialist Action, opinou que:

“Enquanto há divisões entre aqueles no governo e no poder de Estado – desde Gorbachev, passando pelos organizadores do golpe, até Boris Shevardnadze – não é entre aqueles apoiando uma democracia capitalista de mercado de um lado e ‘comunistas linha-dura defendendo o socialismo’ de outro.”

Os líderes do golpe certamente não eram “comunistas defendendo o socialismo”, eles eram burocratas stalinistas tentando manter o poder e as prerrogativas do aparato central, que dependia da existência de uma economia estatizada, contra forças que haviam se declarado abertamente pelo capitalismo. Se o golpe não colocou os restauracionistas contra aqueles que resistiam à restauração, pelo que, de acordo com Weinstein, estavam brigando as frações rivais? Ele continua:

“Todas as principais correntes no aparato de Estado (…) apoiam a reintrodução do capitalismo.”
“A diferença fundamental entre elas era sobre se era possível continuar o processo de restauração capitalista por meios políticos ou se era necessária uma ditadura com punho de ferro para impor as medidas antioperárias que essa política exigia.”

Não é difícil ver para onde leva essa linha de raciocínio. Se os seguidores de Yeltsin e os líderes do golpe eram igualmente a favor do capitalismo, e se diferenciavam apenas sobre os meios políticos, a classe trabalhadora deveria apoiar a vitória da fração que buscava restaurar o capitalismo com métodos menos repressivos. Isso, como nós veremos, é o único argumento lógico oferecido por qualquer um dos pseudotrotskistas que se recusou a emblocar com os líderes do golpe. Acontece que a sua premissa principal – que os objetivos dos golpistas e de seus adversários eram os mesmos – é falsa.

Ernest Mandel concorda com Weinstein que Yeltsin representa uma ala da burocracia soviética, mas duvida que tanto o presidente russo quanto os líderes do golpe fossem ou pudessem restaurar o capitalismo:

“A burocracia soviética é muito vasta, suas conexões sociais são fortes, a teia de inércia, rotina, obstrução e sabotagem sobre a qual ela descansa é densa demais para que seja decisivamente enfraquecida por ações de cima (…).”
“Yeltsin, tanto quanto, se não mais que, Gorbachev, representa uma fração no alto escalão da burocracia. Yeltsin, por todo o seu passado e formação, é um homem do aparato. Seus dons como demagogo populista não lhe permitem a modificação do seu juízo (…).”
“As pessoas dirão que, ao contrário de Gorbachev, que continuou se considerando de uma forma vaga como um socialista, Yeltsin saiu abertamente pela restauração do capitalismo. Fatos são fatos. Mas profissões de fé não são o suficiente para nós como uma análise dos políticos. Nós temos que olhar o que acontece na prática e quais interesses sociais eles servem.”
“Desse ponto de vista, Yeltsin e seus aliados na liquidação da URSS (…) representam uma fração da burocracia distinta das assim chamadas forças essencialmente burguesas (…) embora eles possam se aproximar nas margens.”
International Viewpoint, 3 de fevereiro

Assim, de um lado, Weinstein argumenta que toda a burocracia soviética buscava restaurar o capitalismo, enquanto, de outro, Mandel é cético de que alguma ala da burocracia, incluindo os elementos mais direitistas seguindo Yeltsin, tenham a vontade ou o poder para fazê-lo. Essas duas análises da burocracia soviética estão diametralmente opostas, e dariam origem a uma disputa inflamada em qualquer organização que levasse tais questões a sério. Se, de fato, Weinstein e Mandel continuam a viver alegremente sob o mesmo teto política, é somente porque as suas aparentes diferenças ocultam um denominador comum muito mais significativo.

Mandel e Weinstein concordam que o golpe de agosto e o seu desfecho não colocaram em jogo a questão da sobrevivência do Estado operário soviético. Eles coincidem em afirmar que a principal diferença política de Yeltsin com o Comitê de Emergência era que aquele queria preservas as liberdades democráticas. Assim, desde premissas opostas com relação à natureza e trajetória da burocracia soviética, Weinstein e Mandel chegam à mesma conclusão de fundo: apoiar o campo “democrático” de Yeltsin. E, por uma feliz coincidência, essa conclusão prática situa o SU ao lado da contente opinião pública liberal e socialdemocrata. Para os oportunistas, a análise da realidade objetiva funciona não como um guia para a ação, mas como uma racionalização para encobrir falhas programáticas. Qual racionalização se escolhe é um problema menor desde que o valor da posição seja o mesmo.

Os partidários de Yeltsin e os organizadores do golpe: conflito de interesses

Como todas as racionalizações, as de Weinstein e Mandel contêm elementos de verdade enfatizados para falsificar o quadro completo. É verdade, como poderia apontar Weinstein, que o Comitê de Emergência, ao contrário dos stalinistas do passado, não buscava justificar as suas ações com a retórica do socialismo. Nem se pode negar que a sua atitude em relação à propriedade coletivizada expressada em suas declarações públicas era ambígua: de um lado, eles expressaram preocupação com o crescente perigo ao “mecanismo econômico nacional integral que tem estado em formação por décadas” e quanto à ofensiva que está “em andamento contra os direitos do povo trabalhador (…) ao trabalho, educação, saúde, moradia e lazer” (New York Times, 19 de agosto de 1991). Mas por outro lado, eles se comprometeram em respeitar as diferentes formas de propriedade que haviam emergido na União Soviética, incluindo a propriedade privada, e a continuar a seguir o caminho da Perestroika.

Essa confusão se explica pelo fato de que os organizadores do golpe tinham abandonado qualquer aparência histórica progressiva. Muitos poucos dentre eles, muito provavelmente, acreditavam na superioridade da propriedade socializada, muito menos no “socialismo”. Escrevendo no começo dos anos 1930, Trotsky descreveu a burocracia stalinista como uma mistura heterogênea: ela incluía uma gama de cores desde os funcionários temporários completamente cínicos que iriam trair o Estado soviético na primeira oportunidade, até socialistas revolucionários sinceros; desde fascistas como Butenko até internacionalistas proletários como Ignace Reiss. Os anos Brezhnev, entretanto, viram a erosão de qualquer convicção socialista que a burocracia poderia reter. Conforme a economia soviética perdeu o seu ritmo de crescimento, complacência, cinismo e corrupção dominaram o aparato em todos os níveis. Essa corrosão foi personificada pelo próprio Brezhnev, com seu notório gosto por acumular belas casas de campo e carros esportivos estrangeiros. A única convicção ideológica que motivava a “linha-dura” era o patriotismo soviético: um compromisso em manter a posição da URSS como uma potência mundial. Esse “patriotismo” explica o caráter inegavelmente heterogêneo da oposição a Yeltsin, e a curiosa afinidade entre a velha guarda dos funcionários e os czaristas antissemitas: para ambos, manter um Estado russo forte é muito mais importante do que as relações de propriedade que o sustentam.

Mas uma análise marxista da casta que dominava a União Soviética não se baseia primariamente no que pensam os burocratas, muito menos no que eles dizem em público. A chave para explicar o comportamento político de diferentes classes e camadas sociais está na sua posição social objetiva e nos interesses materiais que daí derivam. Ao contrário da burguesia, a burocracia soviética nunca foi um grupo dono de propriedade. Em agosto de 1991, assim como no auge do poder de Stalin, os seus privilégios derivavam do seu papel como encarregados de uma economia de propriedade estatal, administrada de forma centralizada. Conforme o poder do centro recebeu crescentes ataques de nacionalidades rebeldes, burocratas que se afastavam e apoiadores do livre mercado, era natural que algumas seções do Estado central e do aparato do partido tentassem reassegurar suas prerrogativas. Esse foi o significado da luta pelo poder dentro do partido que precedeu o golpe de agosto, e da própria tentativa de golpe em si (veja a declaraçãoda TBI de setembro de 1991).

O que exige explicação não é o fato de que uma seção da burocracia stalinista ofereceu resistência, mas sim por que ela permitiu ser derrubada tão facilmente na maior parte da Europa Oriental, e porque a tentativa de contra-ataque da burocracia soviética, quando ela finalmente veio, foi tão atrasada, irresoluta e patética. A esclerose do stalinismo foi de fato muito mais avançada do que se havia pensado antes de 1989.

O status quo que o “bando dos oito” buscou preservar incluía algo mais valioso para os trabalhadores soviéticos e para os trabalhadores do mundo do que mil constituições ou parlamentos: a propriedade pública dos meios de produção. Ninguém poderia saber na manhã de 19 de agosto que as barricadas erguidas em defesa do status quo se provariam tão efêmeras quanto o foram. Mas como nós escrevemos antes do golpe:

“É possível que alguns setores de liderança da burocracia tentem em algum momento futuro impedir o processo de restauração capitalista. Se isso acontecer, seria nosso dever tomar o lado militar dos ‘conservadores’ contra os partidários de Yeltsin. A casta stalinista é incapaz de resolver os problemas que deram origem às ‘reformas’ para começo de conversa, mas pisar no freio poderia ao menos conseguir algum tempo.”
1917 No. 10

Ernest Mandel, que complacentemente nos assegura de que a burocracia stalinista ainda está no poder, também sustenta seu argumento com alguns fragmentos de verdade. Yeltsin de fato é uma criação do aparato, primeiramente ganhando notoriedade nacional como chefe do partido na cidade de Sverdlovsk (hoje, como na época do czarismo, Yekaterinbug) e depois se tornando o chefe do partido em Moscou. Um homem impertinente, com uma alta opinião de si mesmo, Yeltsin fez pouco da disciplina autocrática do partido imposta por Gorbachev e criticou publicamente o Secretário do Partido por não levar a perestroika e a glasnost longe o suficiente. A ruptura de Yeltsin com Gorbachev finalmente levou à sua demissão como cabeça do partido em Moscou e à sua expulsão do Politburo. Posteriormente ele repudiou o Partido Comunista como um todo.

Yeltsin sobreviveu politicamente só porque a sua reputação como crítico mais proeminente de Gorbachev permitiu-o se tornar-se um porta-voz para forças fora do partido. Yeltsin foi eleito presidente da República Russa, contra a vontade do partido, como um defensor desses elementos na Rússia e na URSS como um todo, que buscavam destruir o monopólio político do PCUS [Partido Comunista da União Soviética]. Quando ele apareceu num tanque do lado de fora do seu palácio presidencial para confrontar os organizadores do golpe, ele falou como um representante do capital estrangeiro, dos separatistas nacionais e dos mafiosos de Moscou, especuladores de câmbio e outros “empresários” que, junto com seus seguranças privados, compunham a maior parte da multidão que correu ao seu apoio. Mandel só pode pintar Yeltsin como um “homem do aparato” ignorando a sua transição para o campo do inimigo de classe.

A “privatização espontânea” e a burocracia

A afirmação de Mandel, de que a burocracia permanece no poder, contém também um elemento de verdade. Os milhões de indivíduos que constituíam a burocracia não desapareceram e muitos deles nem mesmo perderam seus empregos. O presidente ucraniano, Leonid Kravchuk, e seu par cazaque Nursultan Nazarbayev, eram chefes do partido stalinista que se tornaram fervorosos nacionalistas apenas depois de agosto. Não é surpresa que muitos remanescentes do antigo regime, e os escalões burocráticos mais baixos nos quais eles se apoiavam, estejam disputando por posições de influência na nova ordem política e econômica. Se uma classe capitalista completamente desenvolvida, armada com um código legal e um aparato repressivo de Estado para proteger a propriedade privada fossem uma precondição para a restauração, o capitalismo nunca poderia ter sido restabelecido em nenhuma economia coletivizada.

O New York Times de 27 de dezembro de 1991 citou Graham Alison, um especialista em União Soviética, sobre o novo papel desempenhado por muitos diretores de firmas estatais:

“‘Você é o gerente de uma empresa estatal, digamos uma companhia aérea com 10 mil funcionários, e você começa a imaginar que não há ninguém acima de você’. Ele disse que não se recebem ‘ordens quaisquer, e o ministro ao qual você se reportava desapareceu. Você começa a imaginar que a propriedade é sua, e já que você não está recebendo suprimentos, você tem que pensar em si mesmo e nos seus funcionários. Algumas vezes você consegue que um estrangeiro compre metade da operação em uma joint-venture. Isso é privatização espontânea’.”

O International Viewpoint do SU (20 de janeiro) contém uma entrevista memorável com Yuri Marenich, acadêmico e delegado do Conselho (Soviete) dos Deputados do Povo de Moscou. Marenich descreve o processo pelo qual oficiais locais, partidários de Yeltsin, se apropriaram de grande parte dos imóveis e outras propriedades públicas:

“Eles lançaram suas campanhas eleitorais com o slogan: ‘tendo alcançado o poder, nós vamos desmonopolizar a propriedade e administrar a economia através do mercado’. Mas, uma vez no poder para administrar a propriedade pública, eles se encontraram sob uma tremenda tentação para agarrar essa propriedade eles próprios. Isso foi tornado fácil pela possibilidade de combinar empregos nas instituições governamentais com postos em firmas privadas lidando com o governo.”
“Em suma, aqueles no comando de supervisionar a privatização simplesmente transferiram a propriedade do distrito para companhias que eles próprios encabeçavam.”
“Todos os membros do comitê executivo dos sovietes estabeleceram companhias privadas que eles dirigiam. Uma firma tomou o serviço de informação soviético; outra os seus serviços legais, uma terceira tomou os imóveis, suas vendas e seus direitos de arrendamento no território do distrito (…).”
“É bastante simples. Desde 1930 nós tivemos um sistema de transferência de propriedade sem pagamento. Mas era tudo propriedade estatal e a transferência era de uma agência ou empresa estatal para outra. Todas as partes estavam agindo em nome de um único proprietário, o Estado. Agora, entretanto, nós também temos proprietários privados. Mas eles usam o mesmo procedimento para transferir propriedades do soviete do distrito, um órgão estatal, para uma companhia privada (…).”

Marenich especula que um padrão similar está sendo repetido ao redor do país. Muitos na antiga burocracia provavelmente irão encontrar um lugar como membros de uma nova classe capitalista pós-soviética. Aqueles que vão substituir os burocratas stalinistas vão sem dúvida continuar a operar com os mecanismos da propriedade pública por algum tempo.

A restauração do capitalismo deve obviamente vir como resultado de um processo no qual elementos de continuidade do modo anterior de vida econômica e social sobrevivam, conforme um burguesia nativa se forme a partir de fragmentos de outras classes e camadas sociais. Poderosas forças centrífugas estiveram trabalhando na economia soviética anos antes do triunfo de Yeltsin, em agosto. Mas a ênfase de Mandel nos elementos de continuidade obscurece o fato de que a derrota do golpe marcou uma mudança qualitativa. Enquanto o centro em Moscou pudesse exercer controle administrativo sobre a economia, burocratas locais e regionais eram obrigados a trabalhar dentro (ou em torno) do sistema organizado de cima; os seus apetites pelas prerrogativas de donos de propriedade encontravam um obstáculo objetivo. Apenas depois que o poder central foi definitivamente quebrado, em agosto, eles ficaram livres para embarcar no caminho da “privatização espontânea”. Os eventos de agosto fizeram soar o sino da morte do Estado operário soviético. Todas as garantias de Weinstein e Mandel de que nada fundamental mudou são, no fim, nada mais do que tentativas elaboradas de evitar responsabilidade por ter estado ao lado da contrarrevolução.

Workers Power: defensores da União Soviética em palavras, seguidores de Yeltsin nos atos

O grupo britânico Workers Power e seus companheiros na Liga por uma Internacional Comunista Revolucionária (LRCI) [hoje Liga pela Quinta Internacional, L5I] são bem mais francos do que o SU em reconhecer o significado do golpe abortado. Em princípio relutantes em admitir que o Estado operário soviético houvesse encontrado seu fim em agosto, eles inicialmente descreveram a situação pós-golpe como uma de “duplo poder”, na qual Gorbachev, representando a burocracia, continuava a rivalizar pela autoridade de Estado com os restauracionistas ao redor de Yeltsin. Quando, entretanto, o “polo Gorbachev” capotou com um peteleco de Yeltsin, em dezembro, o Workers Power finalmente reconheceu a realidade e concedeu que “A União Soviética está morta. O espectro que assombrou os capitalistas por mais de setenta anos foi posto para dormir”. (Workers Power, janeiro).

O Workers Power também enxerga a conexão entre a morte do Estado operário soviético e a vitória de Yeltsin sobre o golpe de agosto. Uma declaração de setembro de 1991 do Secretariado Internacional da LRCI afirma que a fração burocrática, representada pelo Comitê de Emergência, “esperava, através das suas ações de 19 de agosto, defender os seus privilégios com base em relações de propriedade pós-capitalistas” (Workers Power, setembro de 1991, ênfase adicionada). A declaração prossegue descrevendo as forças lideradas por Yeltsin da seguinte forma:

“A antiga camada de oposicionistas democráticos e nacionalistas (…) perdeu quase toda crença em reformar o ‘socialismo realmente existente’ e se orientava para uma democracia ocidental e uma economia de mercado como ideais. Estes – os antigos apoiadores de Gorbachev – ficaram desiludidos pelo projeto utópico de Gorbachev em um ‘socialismo de mercado’ e, irritados com as vacilações e compromissos de seu líder com os conservadores, atraídos a prestar serviço ao imperialismo como os restauradores do capitalismo na URSS.”

“O que a coalizão de forças liderada por Yeltsin representa politicamente? Yeltsin, Shevardnadze, e de fato todos os capangas militares e políticos do presidente russo, representam uma fração da burocracia que abandonou a defesa dos seus privilégios de casta e a sua fonte – o Estado operário degenerado – em busca de se tornarem os membros chave de uma nova classe dominante burguesa.”

Assim, de acordo com a LRCI, a identidade das forças em luta no confronto de agosto é clara: de um lado, o setor da burocracia soviética que, ainda que apenas para manter seus privilégios, buscou defender o Estado operário soviético; do outro lado, uma coalizão de nacionalistas, intelectuais “democráticos” e burocratas, que buscavam destruir o Estado operário e restaurar o capitalismo. Nesse confronto, o Workers Power não hesitou em tomar um lado… com aqueles que buscavam destruir o Estado operário! A mesma edição de Workers Power proclamou que “nós tínhamos que estar junto, e de fato na linha de frente, da luta para derrotar o golpe”. Para sublinhar esse ponto, a mesma edição tem um artigo chamado “A música deles parou de tocar”, que ridiculariza os “apoiadores do golpe na esquerda”. Para que ninguém duvide da seriedade da LRCI nesse ponto, eles recentemente romperam relações com um pequeno grupo na Califórnia, chamado Tendência Trotskista Revolucionária, que se recusou a apoiar os seguidores de Yeltsin contra o Comitê de Emergência.

Por qual milagre de contorcionismo ideológico pode a LRCI encaixar essa posição nas suas reivindicações de ser comunista, trotskista e defensora da União Soviética? A declaração do Secretariado Internacional da LRCI continua:

“Grandes questões são levantadas por esses eventos. A perspectiva da revolução política era irreal, uma perspectiva utópica? A resistência ao golpe dos conservadores era, em si, contrarrevolucionária? Teria uma reviravolta burocrática bem sucedida dado à classe trabalhadora um espaço para respirar? A resposta a todas essas perguntas é não!”
“Em que sentido pode-se dizer que o CESE [Comitê de Emergência] ‘defendeu as relações de propriedade planificadas’? Apenas nisso: eles resistiram à sua abolição somente no sentido em que estas eram o ‘hospedeiro’ da qual eles eram o parasita. Entretanto, esse parasitismo social massivo foi a principal causa da doença mortal da economia centralizada burocraticamente, da consequente desilusão das massas nela.”
“Através da sua ditadura totalitária, os stalinistas também eram um obstáculo absoluto à autoconsciência e auto-organização do proletariado e de sua habilidade de cristalizar uma nova vanguarda, que era a única capaz de ter não meramente preservado, mas renovado as ‘conquistas de Outubro’.”
— Workers Power, setembro de 1991

É axiomático para os trotskistas que os stalinistas são um obstáculo à auto-organização da classe trabalhadora e agiu como um parasita sobre a economia planificada, a qual eles arruinaram através da sua administração incompetente e que em última instância se mostraram incapazes de defender. É por isso que uma revolução política era necessária na URSS: para derrubar os stalinistas e preservar a economia planificada.

O que deveria ter sido feito?

Mesmo um agrupamento revolucionário relativamente pequeno poderia ter tido um grande impacto durante aqueles críticos dias em agosto, quando os fracos e vacilantes golpistas enfrentaram a mistura heterogênea que apoiava Yeltsin. A fraqueza e desorganização evidente em ambos os lados apresentou uma oportunidade para um grupo trotskista comprometido com a preservação da propriedade nacionalizada sob a direção de órgãos democráticos de poder dos trabalhadores. O objetivo tático imediato naqueles primeiros dias teria sido organizar um ataque para dispersar as poucas centenas de apoiadores fracamente armados de Yeltsin, dentro e em torno do palácio presidencial russo.

Uma iniciativa determinada contra os contrarrevolucionários teria ganhado o apoio amplo da classe trabalhadora, que já estava cheia da Perestroika. Isso também teria sido visto com simpatia por uma considerável parcela das forças armadas, e poderia ter galvanizado apoio ativo dos elementos pró-socialistas. Os homens cinzentos que organizaram o golpe teriam pouca escolha a não ser aceitar essa “ajuda” que, entretanto, ao ser conduzida em nome do poder proletário, acabaria ameaçando também os interesses deles. Após a dispersão dos apoiadores de Yeltsin poderia ser feito um chamado por representantes de cada fábrica, quartel ou bairro operário para se reunirem no palácio presidencial para criar um soviete de verdade, democrático, em Moscou.

O sucesso de uma iniciativa como essa poderia ter lançado uma faísca para lutas de massas dos trabalhadores por toda a URSS, para enterrar os restauracionistas capitalistas. Isso também enfraqueceria ainda mais o punho do aparato do PCUS. Um bloco militar com os golpistas contra Yeltsin não se contrapunha a uma luta pela democracia soviética. Assim como o bloco de Lenin com Kerensky contra o General Kornilov, em agosto de 1917, preparou a derrubada do Governo Provisório burguês, uma luta contra Yeltsin na qual formações proletárias independentes apontassem suas armas na mesma direção que os golpistas, teria energizado as forças defendendo uma revolução política e bloqueado os esforços dos líderes do golpe, Yanayev, Pugo e companhia, de ressuscitar os seu sistema de repressão política.

Não há como garantir de antemão que um ataque contra Yeltsin teria sido bem sucedido. Entretanto, mesmo uma derrota sangrenta seria preferível a sucumbir sem luta. Milhões de trabalhadores teriam recebido uma exposição do programa do trotskismo. A tentativa de derrotar a restauração do capitalismo e de lutar pelo poder direto dos trabalhadores permaneceria como um exemplo e um importante foco de debate na consciência em desenvolvimento da classe trabalhadora russa. Mas nas circunstâncias reais, a derrota de forma alguma era inevitável. A intervenção de um pequeno, mas coeso grupo, armado com uma orientação política correta, poderia muito bem ter alterado a correlação de forças contra a contrarrevolução.

Infelizmente, a classe trabalhadora soviética não desempenhou nenhum papel político independente. A luta pelo poder foi entre os parasitas stalinistas, que buscavam preservar seu hospedeiro, e os restauracionistas apoiando Yeltsin, que queriam destruí-lo. O Workers Power reclama que os stalinistas defendem a propriedade coletivizada “apenas” como um parasita. Mas a pequena palavra “apenas” obscurece a convergência de interesses que, durante aqueles três dias de agosto, foi uma questão de vida ou morte para o Estado operário soviético. Um parasita não pode sobreviver sem seu hospedeiro e, portanto, tem um interesse distinto em preservá-lo. Se, na hora de perigo mortal, o parasita está armado e o hospedeiro não, a sobrevivência do hospedeiro depende da vitória do parasita. Que os stalinistas arruinaram a economia planificada e que não se podia contar com eles para defendê-la no futuro não altera o fato de que, ao buscar preservar os status quo, os seus objetivos, nesse ponto, coincidiam com os interesses da classe trabalhadora. Quando Trotsky falou da defesa incondicionalda União Soviética, ele não queria dizer que a Quarta Internacional deveria defender a URSS só se os stalinistas deixassem o poder, ou se eles se tornassem mais competentes ou mais puros de coração.

Yeltsin era o maior perigo

O Workers Power emblocou com os apoiadores de Yeltsin porque considerou os stalinistas um inimigo maior para classe trabalhadora do que os restauracionistas capitalistas. Isso é revelado na edição de setembro de Workers Power:

“a única força capaz de defender a propriedade estatal (…) é a classe trabalhadora. E ela não pode agir quando as suas greves são proibidas, quando ela está sujeita a toques de recolher e a censura política. É muito melhor que as incipientes organizações de trabalhadores na URSS aprendam a nadar contra a corrente do restauracionismo burocrático do que sejam amontoadas no ‘espaço para respirar’ de uma cela de prisão.”

O espaço “democrático” para respirar que o Workers Power tanto valoriza provavelmente não vai durar muito sob Yeltsin, como o próprio WP admite: “Uma vez instalado no poder e buscando cristalizar uma nova classe de exploradores, mesmo direitos democráticos amplos e consistentes para as massas vão se tornar intoleráveis.” (Idem.). Então a única diferença entre os stalinistas e os partidários de Yeltsin com relação às liberdades democráticas é o tempo necessário para aboli-las. Os stalinistas, se tivessem prevalecido, teriam um Estado policial já pronto para usar contra os trabalhadores. Os partidários de Yeltsin, por outro lado, precisam de mais tempo para consolidar um aparato repressivo e ainda não podem se livrar de muitas liberdades democráticas.

O Workers Power reconhece que o capitalismo vai significar “pobreza, preços altos, desemprego, trabalho exaustivo, opressão social e ameaça de guerra” (Workers Power, janeiro) e também “uma expropriação sem precedentes dos ‘frutos do trabalho’ dos trabalhadores rurais e urbanos” (Workers Power, dezembro de 1991). A repressão política stalinista é mais nociva para a classe trabalhadora como força de luta do que o caos social e a destituição de massas da restauração capitalista? Para justificar a sua decisão de apoiar Yeltsin contra os organizadores do golpe, o Workers Power deve responder essa pergunta afirmativamente. Mas tal resposta foge de todo o conjunto dos escritos de Trotsky sobre a questão russa. Trotsky insistiu que luta para derrubar os oligarcas stalinistas não era contraposta, mas sim baseada (e em última instância subordinada), à defesa da propriedade coletivizada. É por isso que o Workers Power, que se coloca enquanto uma tendência trotskista ortodoxa, não pode declarar abertamente a sua posição verdadeira: que a defesa das conquistas sociais da Revolução Russa era, para eles, subordinada à derrubada da burocracia stalinista. Mas a posição deles nos eventos de agosto não permite outra conclusão.

Trotsky definiu o centrismo como revolucionário em palavras e reformista nos atos. O Workers Power oferece um exemplo puro desse fenômeno. Enquanto eles frequentemente analisam eventos e forças políticas de forma precisa, os seus impulsos oportunistas para adaptar sua política à opinião pública radical/socialdemocrata os impede de traduzir essa análise em um programa para a ação, e às vezes os leva a conclusões práticas que contradizem os seus próprios raciocínios. Eles ainda precisam aprender com Ernest Mandel e o SU que a lacuna entre a teoria oportunista e a prática oportunista só pode ser resolvida por representações falsas da realidade. Para preencher essa lacuna, o SU afirma que não havia diferenças entre os partidários de Yeltsin e o Comitê de Emergência quanto às formas de propriedade – apenas sobre o uso de métodos democráticos ou autoritários. O Workers Power, por outro lado, reconhece que os dois campos rivais representavam objetivamente formas de propriedade opostas, mas de qualquer forma lançam seus esforços com Yeltsin, e tenta racionalizar essa contradição com uma série de non sequiturs “ortodoxos”.

Espartaquistas: “Nem o Comitê do golpe, nem Yeltsin”

A Liga Espartaquista de James Robertson e os seus apêndices de além-mar na Liga Comunista Internacional (LCI) há muito conclamam que, dentre todos os grupos que reivindicam o trotskismo no planeta, só eles verdadeiramente defendem a União Soviética. Entretanto, essa postura contrasta com a sua completa confusão sobre a vitória contrarrevolucionária de Yeltsin. A edição de janeiro/fevereiro de Workers Hammer, a publicação da filial britânica da LCI, contém uma polêmica com Gerry Downing, da Liga Internacionalista Revolucionária (RIL), intitulada “RIL: Nem o Comitê do golpe, nem Yeltsin”, que condena a RIL por permanecer neutra no golpe:

“para a RIL, não existe diferença entre uma ala da burocracia de um lado e uma ala do imperialismo mundial e da restauração capitalista de outro. E claro, se o stalinismo é igualado com o imperialismo, então a possibilidade de um bloco militar com um setor da burocracia contra os restauradores do capitalismo é necessariamente excluída, já que no seu ponto de vista, isso acabaria sendo um bloco contra a restauração do capitalismo com ‘restauradores do capitalismo’.”

Dificilmente alguém suspeitaria que a LCI, assim como esses centristas que eles censuram, também se recusaram a tomar um lado no golpe. Se o Workers Hammer deseja que alguém explique sua posição de neutralidade, nós sugerimos que comece pela sua publicação irmã nos Estados Unidos, Workers Vanguard (WV), que respondeu ao golpe na sua edição de 30 de agosto da seguinte forma:

“Mesmo antes do golpe, muitos dos trabalhadores mais avançados que se opunham aos planos de Yeltsin, de realizar uma completa privatização, e às reformas de mercado de Gorbachev, olhavam para a chamada linha-dura ‘patriótica’ da burocracia. Não há mais espaço para tais ilusões.”
“O seu programa declarado [dos golpistas] era a lei marcial para impedir a URSS de entrar em colapso, o que significa perestroika sem glasnost: a introdução do mercado, mas não tão rápido, e de boca calada (…).”
“Durante o golpe, um conselho de trabalhadores em Moscou (…) lançou um chamado para: ‘Formar milícias de trabalhadores para a preservação da propriedade socializada, para a preservação da ordem social nas ruas de nossas cidades, pelo controle da execução de ordens e instruções do Comitê de Estado para a Situação de Emergência’.Não houve uma palavra de crítica ao GKCHP [Comitê de Emergência]. Um chamado por milícias de trabalhadores para esmagar as mobilizações contrarrevolucionárias de Yeltsin certamente estava na ordem do dia. Mas se o Comitê de Emergência tivesse consolidado o poder, ele teria tentado dispersar quaisquer dessas milícias de trabalhadores que, de outra forma, teriam inevitável e rapidamente escapado do seu controle político.”

Prodígios de interpretação seriam necessários para compreender as passagens acima como sugerindo outra coisa que não “Nem o Comitê do golpe, nem Yeltsin”. E nenhuma quantidade de estilo retórico bombástico pode encobrir o fato de que os argumentos dos espartaquistas parecem muito com os dos mandelistas, de que não havia nenhum conflito essencial entre Yeltsin e o Comitê de Emergência. Como Mandel, os espartaquistas buscam racionalizar a sua falha em tomar um lado reivindicando que a derrota do golpe manteve o caráter de classe do Estado inalterado. Para a LCI, o Estado soviético ainda existe e Boris Yeltsin, mesmo agora, preside sobre um Estado operário degenerado.

Mas, ao contrário de Mandel, os espartaquistas não podem simplesmente reivindicar um posição de condenação igual dos dois lados. Até agosto de 1991, eles frequentemente suportavam a chacota de toda a esquerda por reivindicar um bloco militar com os stalinistas contra as forças restauracionistas. Os espartaquistas corretamente tomaram o lado do regime de Jaruzelski em seu confronto de 1981 com os contrarrevolucionários do Solidariedade, e deu apoio militar às tropas soviéticas combatendo a insurgência reacionária apoiada pelo imperialismo no Afeganistão. Os espartaquistas foram, de fato, tão entusiastas sobre tomar o lado dos stalinistas, que eles começaram a confundir a linha de divisão entre apoio militar e político. A neutralidade deles em agosto representa, portanto, um desvio radical das suas afirmações inoportunas de serem os últimos e melhores defensores da União Soviética.

Neutralidade com uma consciência pesada

Por esse giro não ter base programática real, a liderança dos espartaquistas tem estado relutante em reconhecer que uma mudança importante na linha política aconteceu. Portanto, eles insistem, em desafio a toda lógica e em desacordo com os seus pronunciamentos escritos, que eles não foram neutros. Eles apresentam sua posição como perfeitamente consistente com posições anteriores, cercam-se com uma variedade de qualificações, formulações ambíguas e distorções factuais. Para obscurecer a semelhança evidente entre muitos dos seus argumentos e aqueles de outros pseudotrotskistas reformistas e centristas, os espartaquistas precisam aumentar o volume das polêmicas. Mas um volume mais alto só torna mais audível o som de discórdia que emana da sede de Robertson, em Nova York.

Até onde os espartaquistas lançam qualquer argumento coerente, eles ficam em volta da afirmação altamente dúbia de que o Comitê de Emergência não realizou nenhuma tentativa de dispersar a ralé contrarrevolucionária que se reuniu para defender o palácio presidencial de Yeltsin. Assumindo, pelo bem do argumento, que essa afirmação seja verdade, isso significaria que, ou os líderes do golpe não estavam realmente em conflito com Yeltsin, ou que eles se opunham a Yeltsin, mas eram fracos e indecisos demais para agir contra ele. Os espartaquistas nunca são claros sobre qual dessas interpretações eles defendem. A sua afirmação repetida de que a luta pelo poder do Comitê de Emergência representou um “golpe perestroika” aponta para a primeira. A caracterização que eles fazem do golpe como “patético” e a de seus líderes como “o bando dos oito que não sabe atirar direito”, por outro lado, se inclinam para a segunda. Qualquer das conclusões, entretanto, leva a uma desesperançosa teia de contradições.

Como, por exemplo, pode a afirmação de que ambos Yeltsin e o Comitê de Emergência eram igualmente a favor da penetração do mercado ser encaixada com a afirmação, no mesmo artigo, de que “O povo trabalhador na União Soviética e, de fato, os trabalhadores do mundo, sofreram um desastre sem paralelo” e que o fracasso do golpe “liberou uma maré contrarrevolucionária pela terra da Revolução de Outubro” (WV, 30 de agosto)? Como poderia uma maré contrarrevolucionária ter sido liberada a não ser que um grande obstáculo a ela tivesse sido removido? As forças que os líderes do golpe representavam eram tal obstáculo? Ou eles teriam lançado uma maré contrarrevolucionária similar se tivessem vencido? Nesse caso, como essa derrota foi um “desastre sem paralelo” para a classe trabalhadora? O Workers Vanguard não tem como responder a essas perguntas.

A afirmação do Workers Vanguard, de que o Comitê de Emergência defendia “perestroika sem glasnost”, ecoa os argumentos de Weinstein e Mandel. Todos eles concordam que Yeltsin e os líderes do golpe se diferenciavam somente sobre a questão dos direitos democráticos, com os últimos querendo impor o capitalismo por meio de uma “ditadura com punho de ferro”. Um seguidor pensativo de Robertson pode se perguntar se os trabalhadores soviéticos não estariam em uma posição melhor para se organizarem contra a restauração com a glasnost do que sem ela. É claro, isso rapidamente leva ao apoio ao campo “democrático” de Yeltsin. Ao contrário do SU, o Workers Vanguard não segue a linha desse argumento até a sua conclusão lógica.

Então há o segundo conjunto de desculpas para a neutralidade: que o Comitê de Emergência de fato representou aqueles elementos na burocracia com interesses que conflitavam fundamentalmente com aqueles do campo de Yeltsin, mas eles eram muito vacilantes e inaptos para parar os partidários de Yeltsin. Primeiro, deve-se notar que esse julgamento foi feito com o benefício valioso da análise a posteriori: os desenvolvimentos se deram tão rapidamente que os primeiros artigos de WV sobre o golpe foram publicados alguns dias depois que seu destino já havia sido decidido. Os espartaquistas afirmam ter sabido de antemão que o golpe iria fracassar tão miseravelmente? Era, havia muito, evidente que o stalinismo soviético tinha alcançado o fim da sua energia, e não podia de forma alguma restaurar o status quo anterior a Gorbachev. Mas essa análise geral não era suficiente para inferir a exata correlação de forças em 19 de agosto. Esta só poderia ser testada em ação. Mesmo se uma vitória dos líderes do golpe representasse somente uma desaceleração no ritmo da restauração, isso por si só era uma base adequada para um bloco militar. Os trotskistas não escolhem lados de acordo com a decisão, o refinamento tático ou a força de campos opostos, mas com base no seu caráter político. Os golpistas ou tinham um interesse em parar Yeltsin, ou não tinham. Mas os espartaquistas querem dos dois jeitos: eles, ao mesmo tempo, afirmam que o Comitê de Emergência nunca teve a intenção de parar Yeltsin para começo de conversa, e os critica por não fazer o serviço direito.

As críticas dos seguidores de Robertson ao Comitê de Emergência ganham um tom ainda mais bizarro quando eles condenam o “bando dos oito” por falhar em mobilizar a classe trabalhadora contra Yeltsin:

“O ‘bando dos oito’ não apenas não mobilizou o proletariado, eles ordenaram a todos que ficassem no trabalho.”
“O ‘bando dos oito’ foi incapaz de repelir Yeltsin em sua patética desculpa para um golpe, porque esse era um ‘golpe perestroika’; os golpistas não queriam lançar mão das forças que poderiam ter derrotado os contrarrevolucionários mais extremados, pois isso poderia ter levado a uma guerra civil se os partidários de Yeltsin realmente reagissem.”
Workers Hammer, janeiro/fevereiro

O mesmo artigo relembra orgulhosamente a posição espartaquista sobre o Solidariedade, de uma década antes:

“A Polônia de 1981 levantou a mesma questão que na União Soviética hoje, mas no caso anterior os stalinistas realmente tomaram medidas para temporariamente suprimir a contrarrevolução. Diante desse confronto era impossível ficar de braços cruzados (…).”

No caso soviético, os espartaquistas elevaram o ficar de braços cruzados em uma arte. Mas a comparação com a Polônia de 1981 vem a calhar. Nós não lembramos de Jaruzelski mobilizando a classe trabalhadora polonesa contra Walesa. Os espartaquistas parecem esquecer que os stalinistas no poder raramente mobilizam a classe trabalhadora politicamente, porque a própria existência de uma casta burocrática é garantida através do monopólio do poder político. Tornar o apoio militar aos stalinistas combatendo os restauracionistas como algo condicionado a que eles mobilizem a classe trabalhadora é equivalente a exigir que eles deixem de ser stalinistas.

Em outras partes da mesma polêmica, o Workers Hammer dá a entender que eles teriam apoiado quaisquer medidas que o “bando dos oito” tivesse tomado contra Yeltsin:

“Chamar os trabalhadores a varrer as barricadas de Yeltsin teria significado um bloco militar com qualquer das forças do golpe que se movimentasse para esmagar a ralé contrarrevolucionária (…). Contra o terceiro-campismo da RIL nos eventos de agosto, nós escrevemos: ‘em uma luta armada que coloque os abertamente restauracionistas contra os elementos recalcitrantes da burocracia, a defesa da economia coletivizada estaria posta na agenda quaisquer fossem as intenções dos stalinistas. Os trotskistas entrariam em um bloco militar com ‘a seção termidoriana da burocracia contra o ataque aberto da contrarrevolução capitalista’, como Trotsky postulou no Programa de Transição de 1938’”.

A repressão de Jaruzelski em 1981 não envolveu luta armada porque o Solidariedade não ofereceu resistência armada. A Lei Marcial foi imposta através de uma série de medidas policiais. Os espartaquistas parecem estar sugerindo aqui que eles teriam emblocado com o Comitê de Emergência se ele tivesse se movimentado mais decisivamente para forçar uma Lei Marcial. Por essa lógica, o apoio militar se torna condicional à firmeza e habilidade das táticas stalinistas, e não ao caráter social dos stalinistas, os alvos políticos da sua ação e as consequências objetivas da sua vitória ou derrota. Ou, mais precisamente, os espartaquistas julgam os objetivos políticos e o caráter social da “linha-dura” stalinista pelo seu comportamento no golpe.

O argumento tem uma qualidade circular: o Comitê de Emergência não tomou medidas adequadas contra Yeltsin porque eles não tinham diferenças fundamentais com ele. Como sabemos que eles não tinham diferenças fundamentais? Porque eles não tomaram medidas adequadas. Em outras palavras, esqueça o fato de que a maioria da burocracia tinha um interesse objetivo em preservar o Estado do qual eles derivavam seus privilégios e prestígio; esqueça também que toda a luta intrapartidária que precedeu a tentativa de golpe, na qual Gorbachev ficou sob crescente ataque por dar terreno demais para Yeltsin e os nacionalistas; esqueça, em poucas palavras, que a tentativa de golpe por si só era um ataque direcionado contra os restauracionistas de Yeltsin. Os espartaquistas tratam os motivos dos stalinistas como opacos, e o golpe como um evento sem contexto ou cenário prévio.

Os golpistas foram atrás de Yeltsin?

A eficiência das táticas dos líderes do golpe é uma questão de importância secundária. Mas o Comitê de Emergência de fato tentou se movimentar contra Yeltsin? Nos dias que se seguiram à derrota do golpe, relatos vieram à tona de que a divisão elite de comando da KGB, conhecida como Grupo Alpha (a mesma unidade que assassinou o presidente afegão Hafizullah Amin em 1979), recebeu ordens de atacar o palácio presidencial de Yeltsin, mas se recusou a obedecer a ordem. Essa versão dos eventos foi primeiramente relatada pelo próprio Yeltsin e depois confirmada pelos oficiais do Grupo Alpha. Os espartaquistas foram muito longe para desmerecer esses relatos. O Workers Vanguard de 6 de dezembro contém um artigo intitulado “Porque Eles Não Foram Atrás de Yeltsin – União Soviética: o Raio X de um Golpe”. O artigo cita um texto de Robert Cullen, do New Yorker de 4 de novembro de 1991, que descredita a versão dos eventos dada pelos oficiais envolvidos: “As entrevistas do Grupo Alpha no pós-golpe, de fato, só tem uma coisa em comum: em cada caso, o oficial que está respondendo tenta assumir o crédito por ser o herói cuja recusa em obedecer as ordens frustrou o golpe.” O “raio x” do Workers Vanguard confia pesadamente em trechos dos interrogatórios dos organizadores do golpe depois da sua prisão, publicados em Der Spiegel, no qual todos negam ter emitido ordens para atacar o palácio presidencial de Yeltsin. É peculiar que o Workers Vanguard seja tão cético sobre as afirmações dos oficiais do Grupo Alpha, mas tão crédulo sobre as negativas dos organizadores do golpe enquanto estes se preparavam para ir a julgamento por suas vidas.

O Workers Vanguard, além disso, cita muito seletivamente o texto de Cullen do New Yorker. Cullen relata ao menos uma tentativa do Grupo Alpha, apoiada pelas unidades paraquedistas, de avançar sobre o palácio presidencial. A primeira tentativa, de acordo com Cullen, fracassou quando a multidão pró-Yeltsin cercou o comboio de militare que se deslocava para sua posição e um chefe-militar pró-Yeltsin, o general Constantine Kobets, encontrou o comandante dos paraquedistas e persuadiu-o a não atacar. Cullen relata que esse revés não impediu que o Comitê de Emergência tentasse montar um segundo ataque:

“Informações vazadas, vindas do palácio presidencial, sugerem que os conspiradores estavam desesperadamente tentando encontrar unidades capazes de, ao mesmo tempo, tomar o prédio e dispostas a seguir a ordem de fazê-lo (…). ‘Eu sei que havia um pequeno grupo se reunindo no Ministério da Defesa considerando a realização do plano para tomar o prédio’, disse-me Kobets.”

O segundo ataque nunca se materializou. Cullen acrescenta:

“Depois do seu fracasso final, conclusivo, várias fontes ofereceram várias explicações para a impotência dos conspiradores (…). Todas as explicações, apesar de variadas e contraditórias, tinham um ponto em comum: o exército soviético havia se recusado a derramar sangue em nome da conspiração.”

Então, de fato, a afirmação dos espartaquistas de que o Comitê de Emergência não tentou nenhuma medida concreta contra os seguidores de Yeltsin sofre carência de uma fonte crível que seja para sustentá-la.

A vitória de Yeltsin: triunfo contrarrevolucionário

Os detalhes do que aconteceu durante o golpe ainda são um pouco obscuros. Mas seria um erro contrapor a timidez e a incompetência dos conspiradores à recusa dos seus subordinados em obedecer a suas ordens. As duas explicações são complementares, não mutualmente excludentes. Os homens no Comitê de Emergência não eram stalinistas-modelo dos anos 1930. A sua força de vontade estava comprometida pelo fato de que eles estavam suficientemente desmoralizados para aceitar a inevitável perda de controles centrais e de dar às forças de mercado um escopo mais amplo. A diferença deles com Yeltsin era que eles defendiam “reformas” de mercado dentro do sistema geral de domínio burocrático. No momento em que eles decidiram agir em defesa do sitiado aparato central de Estado, foi em um estado de decadência já tão avançado que eles não tinham mais o apoio inquestionável das forças armadas. Esses fatores alimentaram um ao outro, levando à derrota de agosto. Os espartaquistas dão ênfase às óbvias afinidades entre o Comitê de Emergência e Yeltsin para poderem obscurecer o fato de que o seu conflito desembocou em uma luta pelo destino do poder de Estado soviético.

O aparato stalinista, que era o esqueleto do domínio burocrático, foi abalado para sempre com a derrota do golpe. Os espartaquistas, que se recusaram a emblocar com os stalinistas na sua última tentativa de manter os “portões da contrarrevolução” fechados, agora buscam racionalizar esse lapso de julgamento argumentando que a antiga União Soviética ainda é (severamente enfraquecida e gravemente em risco) um Estado operário. Isso lembra as garantias dadas pelo dono de uma loja de animais, no programa de humor Monty Python, para um cliente que recentemente havia adquirido um papagaio que permanecia imóvel e sem vida no fundo da gaiola. Quando o cliente exige um reembolso, o dono da loja insiste que o papagaio não está morto, apenas descansando, tirando uma soneca, em um estado suspenso de animação, etc. [assista aqui: http://youtu.be/GSC6RayVSqI].

Os seguidores de Robertson meramente afirmaram a sua posição de que a ex-URSS permanece um Estado operário sem tentar argumentar seriamente nesse sentido. Em fóruns públicos e em pessoa, eles oferecem um leque de explicações, algumas vezes contraditórias entre si.

Primeiro, eles apontam o fato de que a maior parte da antiga economia soviética ainda não foi privatizada e permanece formalmente nas mãos do Estado. O capitalismo não pode ser restaurado por decreto governamental. A sua restauração envolve desfazer estruturas, formas organizativas e hábitos de vida construídos nos últimos setenta anos. Em novembro de 1937, Trotsky assinalou que:

“Nos primeiros meses de poder soviético, o proletariado governava na base de uma economia burguesa (…). Se uma revolução burguesa vencesse na URSS, o novo governo por um longo período teria de basear-se sobre a economia nacionalizada.”

A vitória de Yeltsin, Kravchuk e companhia, foi um triunfo das forças da contrarrevolução porque significou que, daí em diante, o poder político seria exercido por aqueles comprometidos sem ambiguidades com a restauração da propriedade privada dos meios de produção.

Confrontado com esses argumentos, os espartaquistas recuam para uma posição defensiva. Yeltsin, eles afirmam, dirige um governo pró-capitalista, mas ainda não consolidou seu poder no aparato de Estado. Em um fórum espartaquista na cidade de Nova Yrok em fevereiro, falou-se muito da reunião de 5 mil oficiais do exército no Kremlin, em janeiro, para protestar contra o desmembramento das velhas forças armadas soviéticas. Uma grande ofensiva da classe trabalhadora, argumentou a Liga Espartaquista, poderia dividir o corpo de oficiais, com um segmento significativo indo em direção aos trabalhadores. Tal desenvolvimento, dizem os espartaquistas, iria equivaler a uma revolução política, pela qual eles ainda chamam em sua propaganda.

Tais argumentos jogam com as inevitáveis ambiguidades da transição que está acontecendo. Os regimes que emergiram da destruição da URSS não presidem Estados capitalistas consolidados, assim como a Rússia, a Ucrânia, etc. não são sociedades capitalistas plenas. O poder de Yeltsin ainda é frágil, mas isso não muda o fato de que Yeltsin e seus aliados republicanos estão usando seu poder recém-adquirido para desencadear uma contrarrevolução social. O imperialismo, os milionários da perestroika e a máfia do mercado negro agora ditam as regras no Kremlin. Muitos antigos burocratas stalinistas estão se apropriando de grandes partes da propriedade estatal. Os homens de Yeltsin comandam as mais altas posições militares. Como o próprio Workers Vanguard relatou, a polícia de Moscou não hesitou em derramar sangue nos protestos em março, chamando pelo retorno da União Soviética. Um ano atrás, a Gosplan ainda orientava diretrizes de planejamento e patrulhas conjuntas do exército e da polícia estavam nas ruas perseguindo especuladores do mercado negro, e prendendo e confiscando a propriedade dos aproveitadores da perestroika. Agora, a Gosplan não existe mais e aproveitadores e milionários estão por cima.

A contrarrevolução social está longe de estar plenamente consolidada, mas ela foi vitoriosa. Um proletariado renascido lutando pelo poder iria encontrar bem menos resistência na Rússia hoje do que em um Estado capitalista maduro. Mas uma revolução proletária teria que enfrentar a máfia do mercado negro, suprimir os partidários de Yeltsin no exército e na polícia, reverter os avanços da privatização e restaurar a planificação estatal. Com o passar de cada mês, as tarefas confrontando o proletariado se tornam mais e mais as de uma revolução social e não de uma revolução política.

Os espartaquistas dizem que nós afirmamos que o Estado operário soviético está morto para podermos lavar nossas mãos da responsabilidade de defendê-lo. Esse argumento é claramente ridículo. A burguesia imperialista está agindo com o conhecimento de que o Estado operário soviético não existe mais. Os marxistas devem reconhecer essa amarga verdade. Os trabalhadores lutando para reverter a maré da contrarrevolução na ex-URSS vão querer saber quando o poder de Estado passou para as mãos dos seus exploradores. Eles também vão querer saber onde os vários grupos que reivindicam o trotskismo e que aspiram lidera-los estiveram no momento decisivo.

“Brigada Yuri Andropov” – há muito tempo e muito longe

Os seguidores de Robertson sempre se orgulharam de afirmar a sua sabedoria sobre a questão russa e a política dos Estados operários deformados. Entretanto, eles estiveram consistentemente errados ao longo da crise terminal do stalinismo. Quando manifestações de massa surgiram contra o regime stalinista da República Democrática Alemã (RDA) no fim de 1989, eles proclamaram o começo de uma “revolução política dos trabalhadores”. Eles pensaram que a perspectiva de reunificação provocaria suficiente resistência para rachar o SED (o partido stalinista dominante na RDA), com um amplo setor indo em direção ao proletariado em defesa da propriedade coletivizada. A LCI jogou grandes quantidades de dinheiro e cada militante disponível na sua intervenção. Em janeiro de 1990, quando o SED aceitou a proposta dos espartaquistas para uma mobilização antifascista no Parque Treptow, em Berlim Oriental, o líder absoluto dos espartaquistas, James Robertson, ficou tão entusiasmado com delírios de grandeza que ele (sem sucesso) tentou organizar reuniões com Gregor Gysi, então cabeça do SED.

Mas a antecipada revolução política nunca se materializou. Ao invés de resistir à reunificação, os stalinistas entraram em uma coalizão com partidos pró-capitalistas para arquitetar a liquidação da RDA. Na época em que eleições foram organizadas para o Volkskammer(o parlamento da RDA), em março, o esquema para a reunificação já estava decidido. Mas, ainda assim, os espartaquistas se apegaram teimosamente à noção de que uma revolução política dos trabalhadores estava acontecendo, que trabalhadores e soldados estavam prestes a montar sovietes, tomar as fábricas e estabelecer um duplo poder em oposição ao frágil governo pró-capitalista. A liderança da LCI esperou que centenas de milhares de trabalhadores apoiariam a sua campanha eleitoral e que eles iriam ser lançados à liderança de uma classe trabalhadores pró-socialista insurgente. Os resultados foram um desastre sem atenuantes para os espartaquistas, pois os seus candidatos terminaram bem atrás do Sindicato Alemão dos Bebedores de Cerveja.

O desastre alemão foi provavelmente a causa mais imediata do giro político que levou os espartaquistas à neutralidade no golpe de agosto. A Alemanha foi o ápice de um período no qual os espartaquistas exibiram um gosto pouco saudável pelos regimes stalinistas. Os trotskistas sempre emblocaram com os stalinistas contra ataques imperialistas ou contrarrevoluções internas, ao mesmo tempo em que reconheciam que os Estados operários deformados e degenerados só poderiam ser defendidos em longo prazo por uma revolução política para derrubar os parasitas stalinistas.

Durante os anos Reagan, entretanto, os seguidores de Robertson frequentemente cruzaram a linha que separa defesa militar e apoio político. Em 1983, uma coluna espartaquista em uma manifestação antirracista em Washington recebeu o nome de Brigada Yuri Andropov, em homenagem ao então chefe da União Soviética que, em 1956, desempenhou um papel chave na supressão da revolução dos trabalhadores húngaros. Quando Andropov morreu, o  Workers Vanguard publicou um laudatório poema-obituário em sua capa. Uma foto do chefe militar polonês, General Jaruzelski, enfeitou as paredes da sede da Liga Espartaquista em Nova Iorque. E, ao invés de simplesmente chamar por uma vitória militar das tropas soviéticas no Afeganistão, os espartaquistas insistiram em dar “vivas” à intervenção do Kremlin.

Com o ignominioso colapso dos regimes burocráticos por toda a Europa Oriental em 1989, entretanto, esse desvio pró-stalinista começou a se tornar uma fonte de constrangimento. Meses antes do golpe, o Workers Vanguard já estava sinalizando um rumo indiferente entre os apoiadores de Yeltsin e a fração conservadora da burocracia (a qual eles se referiram apenas como os “patriotas”):

“O povo trabalhador soviético deve romper com a falsa divisão entre os ‘democratas’ e os ‘patriotas’, ambos produtos da degeneração terminal da reacionária e parasita burocracia stalinista. Ambos são inimigos e opressores da classe trabalhadora nos interesses do capitalismo mundial.”
WV, 15 de março de 1991

Workers Vanguard nunca mencionou a possibilidade de essa “falsa divisão” poder levar a um confronto no qual fosse necessário para os trabalhadores tomar um dos lados. E quando esse confronto aconteceu em agosto, os espartaquistas mudaram da sua tendência prévia, de apoio político aos regimes stalinistas, para um abandono da tática trotskista elementar de bloco militar com os stalinistas contra as forças abertas da contrarrevolução. A vergonhosa neutralidade dos seguidores de Robertson em agosto e a sua acompanhada recusa em reconhecer o fato de que o Estado operário soviético não existe mais, demonstram o vazio das pretensões deles de ser uma liderança revolucionária.

Pelo renascimento da Quarta Internacional

Há mais de meio século, Trotsky escreveu que a luta por uma direção proletária é em última instância a luta pela sobrevivência da humanidade. A criação de uma nova liderança revolucionária para a classe trabalhadora depende acima de tudo de um esforço consciente de militantes socialistas comprometidos. É vitalmente importante que cada socialista sério compreenda as lições de toda a história de 74 anos da revolução russa: sua vitória, degeneração e por fim sua destruição. As forças do marxismo revolucionário hoje representam apenas uma pequena minoria. Porém, através de uma combinação de determinação revolucionária e uma disposição em lutar por clareza programática, os quadros serão organizados para abalar o mundo mais uma vez. O reagrupamento revolucionário começa com a exposição política da confusão, vacilação e traição dos vários reformistas, centristas e charlatães que falsamente reivindicam o legado do trotskismo. Através de uma dura luta política e um processo de rompimentos e fusões, a Quarta Internacional, o partido mundial da revolução socialista, vai renascer!

A Questão Nacional na União Soviética

A Questão Nacional na União Soviética

O presente texto foi originalmente publicado em 1991, pela então revolucionária Tendência Bolchevique Internacional, em seu periódico 1917 No. 10. Sua tradução para o português foi feita pelo Reagrupamento Revolucionário em julho de 2013.

A questão nacional sempre foi um tópico central na política soviética desde os tempos de Lenin. Ao garantir aos povos subjugados pelo antigo império czarista o direito de se separar e formar seus próprios estados caso desejassem, os bolcheviques ganharam importantes aliados na guerra civil que emergiu depois da Revolução.

Todos os povos não-russos da URSS foram oprimidos pelo estalinismo. O censo soviético realizado em 1979 listou 102 nacionalidades, 22 das quais possuíam populações superiores a um milhão de indivíduos. 15 possuem as suas próprias repúblicas, 20 gozam de relativa autonomia na situação de república autônoma, e 18 outras vivem nas chamadas regiões autônomas e áreas nacionais.

A oligarquia do Kremlin, transbordando com chauvinismo russo, tem por décadas tentado extinguir as culturas e os idiomas das minorias nacionais da URSS. Muitas vezes os estalinistas recorrem às prisões, deportações e à repressão policial, porém também foram aplicadas uma série de técnicas sutis para promover a “russificação” desses povos. Os russos étnicos compõem apenas metade da população soviética, mas isso não impede que mais de 80 por cento dos livros e jornais sejam publicados em russo. Acesso a diversos ramos da educação superior é restrito apenas aos falantes da língua russa.

Deparando-se com o ressurgimento de sentimentos separatistas por toda União Soviética, Gorbachev tem buscado a “resolução” da questão nacional que conteria todas as atuais 15 repúblicas dentro de um Estado unitário. Diferente da burocracia chauvinista que governa a URSS, nós trotskistas somos internacionalistas. Como tais, somos indiferentes à questão das fronteiras entre países. Lenin deixou isso bem claro em 1917:

“Dizem-nos que a Rússia será dividida, que se desmanchará em diversas repúblicas separadas, mas nós não temos razão para temer isso. Não importa quantas repúblicas diferentes surgirem, nós não deveremos temer. O que importa para nós não pode ser o traçado das linhas de fronteiras que dividem os países, e sim que a união dos trabalhadores de todo o mundo deve ser preservada para lutar com a burguesia de qualquer nação.”

Desenvolvimento livre e igual para os povos da URSS depende em ultima análise da extensão da revolução socialista no mundo. Apenas através de uma planificação da economia internacional, com base na democracia operária, será possível obter a base material para abolir a escassez material, que é a raiz por trás de todas as formas de opressão. Na URSS a extensão internacional da revolução está ligada intrinsecamente com a luta pela revolução política que irá derrubar a burocracia russo-chauvinista que reside no Kremlin e devolver o poder ao proletariado. Um programa chave dessa revolução será a defesa intransigente da igualdade entre todas as nacionalidades e, em particular, o direito de autodeterminação das nações oprimidas.

Apesar de defendermos o direito democrático de autodeterminação das nações oprimidas, nós marxistas não apoiamos automaticamente as demandas de todas as correntes nacionalistas. Movimentos separatistas que usam os sentimentos das populações das nações oprimidas para levar a cabo a restauração do capitalismo sempre terão como resultado a brutal subordinação desses povos ao imperialismo. É o dever de todo leninista denunciar esses movimentos. Apesar disso, essa distinção vital é ignorada por grande parte das organizações de esquerda que se autodenominam trotskistas. O consenso entre esses grupos tem sido a exaltação dos movimentos separatistas, desconsiderando totalmente o fato do programa desses últimos levar à restauração do capitalismo.
 
Em seu tempo, Trotsky rejeitou os argumentos desses “socialistas” que, em nome da “democracia”, faziam da autodeterminação dos povos seu critério absoluto:

“A questão nacional, se vista de maneira isolada das relações de classe, é uma ficção, uma mentira, um nó para estrangular o proletariado.”
“… frequentemente os pensadores formais ao mesmo tempo negam o todo e se apegam a uma parte em específico. A luta pela autodeterminação dos povos é um elemento chave da democracia. Essa luta, assim como a luta pela democracia em geral, cumpre um papel importante na vida dos povos, em especial na vida do proletariado. É um revolucionário ruim aquele que não sabe como utilizar as formas e instituições democráticas, incluindo o parlamento, em defesa dos interesses do proletariado. Mas do ponto de vista do proletariado, a democracia, assim como a questão nacional como uma parte integral dessa mesma, não pode ser posta acima da identidade de classes e nem ser usada como critério máximo da política revolucionária.”
— “Defesa da República Soviética e da Oposição”, 1929.

Respondendo ao ressurgimento do nacionalismo ucraniano na década de 1930, Trotsky acreditava que o chamado por uma “Ucrânia Soviética Independente” iria provocar o racha entre aqueles que desejavam a restauração capitalista e os que apenas se opunham à oligarquia do Kremlin. Essa palavra de ordem era claramente oposta a qualquer tentativa de contrarrevolução capitalista, mesmo aquelas que se escondiam atrás do sentimento de resistência à opressão nacional. Também funcionava para conectar a luta contra a opressão às minorias nacionais e a luta contra a casta parasitária formada pela burocracia estalinista que governava a União Soviética.

Lituânia: Nacionalismo e Contrarrevolução

Atualmente na União Soviética, são os Países Bálticos que colocam a questão nacional em pauta de forma mais aguda. Em março de 1990, a Lituânia declarou a sua independência, separando-se do restante da URSS. O governo nacionalista-burguês do Sajudis declara abertamente seu interesse em reinstaurar o país à condição de satélite imperialista na fronteira com a União Soviética. Os imperialistas, em troca, têm proclamado em alto e bom som o seu apoio à autodeterminação lituana.
 
Os problemas crônicos de corrupção e ineficiência na gestão pública, combinados com a opressão burocrática e nacional, contribuíram para que, na ausência de uma oposição socialista ao regime de Moscou, os movimentos nacionalistas que surgem em toda a URSS se tornem veículos para a hostilidade generalizada que se volta contra o estalinismo. Num resultado chocante, o referendo realizado em fevereiro passado na Lituânia sobre a questão da independência, revelou que “mais da metade dos russos, poloneses, e integrantes de outras minorias étnicas na república Soviética, votaram junto com eles [os separatistas]” (Manchester Guardian Weekly, 17 de Fevereiro). Esse resultado é um indicativo da frustração com Moscou sentida por grande parte da população soviética, que assiste o seu país se afundar cada vez mais no caos econômico. Tragicamente, esse sentimento se traduz na difundida resignação das massas à “inevitabilidade” da restauração capitalista, que se apresenta como a única salvação para a crise que se instaurou.
 
É nessa conjuntura que os centristas da Liga por uma Internacional Comunista Revolucionária (LRCI em inglês) [predecessora da atual Liga Pela Quinta Internacional, grupo internacional do Workers Power britânico e da Liga Socialista brasileira] argumentam que os revolucionários devem apoiar os movimentos de independência pró-capitalistas, uma vez que esse é o desejo da maioria dos trabalhadores lituanos. Em uma polêmica com nossos companheiros, a sessão alemã da LRCI escreveu:
 
“Nós dizemos: por um estado operário independente, deixem que as massas passem por sua própria experiência com esses falsos líderes. Se ficarmos neutros, ou pior, apoiarmos as tentativas do governo central de manter o controle, nós iremos empurrar as massas cada vez mais para as mãos de elementos mais radicais da extrema-direita. Claro que existe o perigo imediato da contrarrevolução capitalista. Mas nós podemos lutar contra essa ameaça cortando o apoio da base às lideranças burguesas…”.
— “A crítica e a frase” (“Kritik und Phrase”, no original em alemão)
 
Esse é um exemplo típico de confusão centrista. A chamada “por um estado operário independente” serve para encobertar a capitulação da LRCI aos “falsos líderes [ou seja, pró-capitalistas]”. A LRCI apoia os restauracionistas burgueses por que teme que a neutralidade vá “empurrar as massas” mais para a direita! Em nenhum momento passou pela cabeça desses centristas em se opor à contrarrevolução que vem sendo perpetrada pelo Sajudis.

A principal seção da LRCI (o grupo britânico Workers Power) não é melhor. Eles admitem que a vitória da restauração na Lituânia significaria o desastre para os trabalhadores que “sofrerão enquanto a Lituânia é empurrada para a servidão semicolonial” (“Deixem a Lituânia em Paz”, “Let Lithuania Go!” no original em inglês publicado na edição de abril de 1990 periódico de Workers Power). Apesar dessa afirmação, eles mantêm que em um eventual confronto: “Um partido trotskista na Lituânia… iria se colocar ao lado dos nacionalistas em sua luta contra Moscou, inclusive combater as tropas soviéticas enviadas para esmagar a república independente.” Novamente, pode-se observar uma tentativa de camuflar essa capitulação ao nacionalismo burguês. Dessa vez, a cortina de fumaça assume a forma de uma ridícula promessa de realizar uma suposta “luta determinada contra os nacionalistas, se e quando eles começarem o desmonte das relações de propriedade estatais e restaurarem o capitalismo.” Essa afirmação ignora que para os restauracionistas do governo do Sajudis, a separação da URSS é uma etapa crucial e indispensável em seu projeto de destruição das formas de propriedade coletivizadas.
 
Quando Gorbachev respondeu aos separatistas através do embargo econômico à Lituânia, o Workers Power exigiu que os imperialistas quebrassem o bloqueio soviético. Em maio de 1990, alertavam: “Nós devemos exigir que o governo britânico reconheça a Lituânia e inicie o envio dos suprimentos requisitados pela Lituânia de maneira incondicional.” Eles denunciaram o imperialismo por oferecer apenas um apoio simbólico aos separatistas bálticos.
 
A luta para defender o proletariado de todas as formas de restauração capitalista não se contrapõe, mas se complementa, com luta pelo direito de qualquer nação na URSS de estabelecer uma república socialista independente. A luta contra o chauvinismo grão-russo da burocracia estalinista será um fator vital em mobilizar os trabalhadores para a revolução política. Nós trotskistas nos opomos a qualquer forma de opressão: política, econômica e cultural. Também nos opomos à “união” forçada a ferro e fogo pelos burocratas do Kremlin. Ao defender a união voluntária de todos os povos da União Soviética com base em repúblicas socialistas, os revolucionários acabam por defender o direito à autodeterminação desses povos, ou seja, o direito de nações como a Lituânia de se separarem do restante da URSS. Esse direito não pode ser confundido com o direito a estabelecer um estado burguês independente. Para o proletariado lituano, assim como o proletariado das demais nações oprimidas da URSS, independência ganha ao custo da restauração capitalista seria uma profunda derrota. O trabalho dos marxistas não consiste em pensar de forma sonhadora, ou tentar embelezar as forças reacionárias, e sim “falar a verdade às massas, não importa quão amarga ela seja.” Apenas quando entendemos a realidade é que somos capazes de mudá-la.

The ‘X’ That Won’t Go Away

The ‘X’ That Won’t Go Away

[First printed in 1917 West #3 December 1992 http://www.bolshevik.org/1917/West/1917%20West%20%233.html

A phenomenon has swept large parts of the United States. There has been a proliferation of people wearing the letter X, the symbol of Malcolm X, on pants, shoes, shirts, caps, etc. Many celebrities, including Michael Jordan, Magic Johnson and even Arsenio Hall have appeared on national television with the X on their baseball caps. Something is definitely going on when Hall, who once shamelessly bragged about having told a friend to “put his Malcolm X tapes away,” now proclaims in an interview with Denzel Washington that people should read the Autobiography of Malcolm X! Many People are wondering if this is just a fad.

While it is true that many people are walking around with the X on their clothing but little of Malcolm’s story or ideas inside their heads, there is evidence that this is more than a fad. Fads generally do not enjoy four or five years of rising popular interest; the increased sales of Malcolm X books and speeches reveal the interest in Malcolm is beyond the visible fashion image. On a recent tour with Attallah Shabazz, Malcolm X’s daughter, Yolanda King, Martin Luther King’s daughter said on national television she was more in agreement with Malcolm X’s philosophy than that of her father.

Why has there been such a resurgence of interest in a man who has been dead for almost twenty-eight years and who was vilified by the bourgeois media during his lifetime? Perhaps the most important reason is the realization by black people that the struggle for liberation in the U.S., which began the slave rebellions of the last century, is not finished. Malcolm, a key figure in the 1960s, made many important statements, observations, and predictions that are still relevant today. For instance his prediction that the mainstream civil rights organizations’ strategy of seeking to integrate black Americans into the existing social order would fail has been powerfully vindicated, and even many of Malcolm’s detractors, like Louis Lomax, have had to concede this.

Although the bourgeois media ignored or slandered Malcolm X during his lifetime, and was much more favorably disposed toward Dr. King because of his preaching of nonviolence and belief in the system, large numbers of black people, for good reason, looked upon Malcolm as an honestly committed man to be respected and revered for his fiery drive for black liberation. Black people know that these qualities are necessary for a successful liberation struggle and, as long as the need to struggle exists, Malcolm X will not fade away.

Great Man

By being sincere and dedicated to the ordinary black people who comprised his audience, Malcolm X built up a trust with his followers that neither the U.S. government nor his detractors were able to take away. He was a brilliant, eloquent and charismatic man who could break down and communicate his ideas on important issues to his audience. He harnessed these abilities and worked to enhance them. For instance, he learned to speed read, which enabled him to expand his knowledge more quickly. His prison transformation from “Detroit Red,” hustler, to Malcolm X, fiery orator, should be an inspiration to all.

With a burning desire, fearless spirit, and tireless energy he played a major role in building the Elijah Muhammad’s Nation of Islam (NOI—or “Black Muslims”) from about 5,000 members nationwide to 100,000 between 1954 and 1960. Although the Muslims played no significant role in the political and social struggles against racial oppression that were building during this period, their appeal—as a black-separatist self-help organization—lay not in their apolitical religious cultism but rather in their strident denunciation of the racist reality of American society.

Differences With Elijah Muhammad

For most of his time in the NOI Malcolm was a loyal and uncomplaining follower of Elijah Muhammad. After Malcolm had gained considerable notoriety for the NOI through his columns in Harlem’s Amsterdam News and the Los Angeles Herald-Dispatch, he did not object when these columns were appropriated by Elijah Muhammad. Nor did he complain when Muhammad Speaks, which he had started from his own basement in New York, containing mostly his own copy, was taken from him and placed under the administration of John Ali in Chicago.

As the NOI grew, a layer of members centered in Chicago around Elijah Muhammad’s family developed a vested interest in the considerable real estate holdings and commercial enterprises which had been financed by the contributions of the membership. Although the enterprises were owned by the NOI, which was tax-exempt because of its status as a religious organization, it was common knowledge that most of them benefitted Elijah Muhammad’s immediate family and their business partners. At the time of his death Elijah Muhammad had amassed a fortune of $25 million (Emerge, April 1992). Elijah Muhammad and his inner circle felt threatened by Malcolm X and his attempts to politicize their organization.

There was an uproar in the black community of Los Angeles when the cops shot down several unarmed Muslims, killing one and paralyzing another, on 27 April 1962. Malcolm saw this as the moment to “go out there now and do what I’ve been preaching all this time,” which was to organize the NOI with all black people against this barbaric attack. He also had strong support from local churches, community activists, and the National Association for the Advancement of Colored People (NAACP) in what was to be mass protest action. Elijah Muhammad stopped all the protest campaigns. According to Louis Lomax, “Malcolm began to smart under charges from militant blacks that he and his group were all talk and no action” (To Kill a Black Man). The fact that no legal assistance was provided by the NOI to the four Black Muslims that went to prison as a result of this incident made matters worse.

Louis Lomax pointed out that:

“Malcolm was consistently pressing Elijah Muhammad for permission to become involved in demonstrations. Each time Malcolm received a flat and unequivocal ‘No!’ It finally came to the point that Elijah ordered Malcolm not to raise the matter again. Malcolm obeyed.”

Black Nationalism Makes Strange Bedfellows

There was a perverted logic in the NOI’s self-satisfied desire to maintain the status quo. Malcolm X explained that in December 1960:

“I was in the home of Jeremiah, the [NOI] minister in Atlanta, Georgia. I’m ashamed to say it, but I’m going to tell you the truth. I sat at the table myself with the heads of the Ku Klux Klan, who at that time were trying to negotiate with Elijah Muhammad so that they could make available to him a large area of land in Georgia or I think it was South Carolina. They had some very responsible persons in the government who were involved in it and who were willing to go along with it. They wanted to make this land available to him so that his program of separation would sound more feasible to Negroes and therefore lessen the pressure that the integrationists were putting upon the white man. I sat there I negotiated it. I listened to their offer. And I was the one who went back to Chicago and told Elijah Muhammad what they had offered.”

    —Malcolm X: The Last Speeches

Malcolm X concluded: “From that day onward the Klan never interfered with the Black Muslim movement in the South.”

This was not the first time that black nationalists, who claimed they were acting on behalf of the persecuted black masses, have made common cause with the most deadly enemies of black people. Marcus Garvey created an uproar in his Universal Negro Improvement Association, when he visited the Ku Klux Klan in June of 1922. In 1985 Louis Farrakhan, Elijah Muhammad’s successor, personally invited Tom Metzger, former grand dragon of the California KKK, to a rally in Los Angeles at which Metzger donated $100 as “a gesture of understanding;” and today in South Africa we witness the grotesque alliance between Gatsha Buthelezi’s Inkatha and the fascist Afrikaner Resistance Movement (AWB).

How can these black nationalist misleaders justify fraternizing with the avowed enemies of black people? If they really believe all white people are devils, or some equivalent, that means there are no significant political differences between whites, at least as regards blacks. The logic of this is that a marriage of convenience with white fascists is no worse than an alliance with any other whites. White racism, which justifies and advocates systematic oppression, should not be equated with black nationalism, which is a response to that oppression. There is nevertheless a strange symmetry between the objectives of black nationalists, who want a separate black “nation” and white supremacists pushing segregation.

The FBI and Malcolm X

As chief spokesperson for the NOI, Malcolm had attracted the attention of the FBI. He and many others were aware of the FBI’s surveillance of him and the NOI, but few people are aware of the extent of that surveillance (over 3,600 pages)! Clayborne Carson has contributed a useful and informative service to the public by gathering and compressing a selection of documents from Malcolm X’s enormous FBI file.

In a report dated January 10, 1955 the FBI interviewed Malcolm X and asked him if he would defend the U.S. in the event of a foreign attack. Malcolm X declined to answer. He also declined to answer whether of not he considered himself a citizen of the U.S. (Malcolm X—The FBI File). In contrast to the belly-crawling, flag-waving official leadership of the civil rights movement, Malcolm X was no flag-waving patriot of U.S. imperialism.

In a July 2, 1958 account the FBI, which recognized Malcolm X’s desire to play a leading role in the black movement, designated him a key figure in the NOI (Ibid, p 149). Later that year it had noticed that older members of the NOI were fearful of Malcolm’s radicalism. They even went so far to claim in a statement dated November 17, 1960 that Malcolm X was forming a nucleus within the NOI to take it over.

Elijah had declared that any NOI member that participated in the 1963 civil rights march on Washington would be suspended for 90 days. Malcolm went further: he denounced the march as the “farce on Washington,” taking King and other liberal civil rights leaders to task for making sure that the march was a tame event, in no way hostile to the Kennedy administration. When Malcolm responded to the assassination of John F. Kennedy by noting that it was a case of “chickens coming home to roost,” Elijah Muhammad suspended him from the NOI.

Exit From the Nation of Islam

During his time in the NOI Malcolm tried to close his eyes to the contradiction between the need to struggle against racist injustice and the passive acceptance of the status quo preached by Elijah Muhammad. Malcolm X, to his credit, finally recognized that if he was going to play a leading role in the black liberation struggle it would have to be outside the NOI.

Initially his break with the Muslims was cloudy. At the March 1964 press conference he called to announce his departure from Elijah Muhammad’s organization he said: “I still believe that Mr. Muhammad’s analysis of the [race] problem is the most realistic, and that his solution is the best one.” He did not go into the reasons that compelled him to leave the NOI, and expressed reluctance at having to make the move. In an interview with Les Crane on December 12, 1964 he said that he didn’t think he would “contribute anything constructive to go into what caused the split.” Far from encouraging other members to follow his example, he explicitly stated: “my advice to all Muslims is that they stay in the Nation of Islam under the spiritual guidance of the Honorable Elijah Muhammad. It is not my desire to encourage any of them to follow me,” (Malcolm—The Life of a Man Who Changed Black America, Bruce Perry).

Such statements could only confuse and disorient people who may have looked to Malcolm X for leadership. The rebellious black urban youth who knew of and respected Malcolm X were not about to join any religious sect. They wanted a fighting organization.

But Malcolm X at this time had not developed an understanding of the importance of a clear revolutionary program to attract and organize the most conscious layers of the black liberation movement. This was clearly revealed in his assertion that:

“I for one believe that if you give people a thorough understanding of what confronts them and the basic causes that produce it, they’ll create their own program, and when the people create a program, you get action.”

    —Malcolm X: A Man and His Time

Build a Workers Party!

After leaving the Muslims, Malcolm made a pilgrimage to Mecca and toured various newly independent African states. While he was in Africa he commented that:

“The U.S. Peace Corps members are all espionage agents and have a special assignment to perform. They are spies of the American government, missionaries of colonialism and neo-colonialism.”

    —Malcolm X: The FBI File

It was statements like this, along with his attempts to enlist the support of African heads of state to denounce the U.S. government in the United Nations for its mistreatment of American blacks, that led to the FBI’s push for the use of the Logan Act to put Malcolm X behind bars—again. Unfortunately, while Malcolm was correct in situating the black struggle in the U.S. in an international context, he also displayed a certain amount of disorientation on this issue. His faith in the UN, which at the time was seeing an influx of black African states, was totally unjustified. It should have been obvious that the UN was dominated by world imperialism and could take no decisive action against the interests of the U.S. ruling class. Likewise he overestimated the ability of the petty-bourgeois leaders of the new African states to influence or oppose U.S. policy. Despite their claims to independence and even “socialism,” these regimes were never really able to escape the control of the imperialist powers.

Probably the most significant result of Malcolm’s trip to Mecca was the recognition that he had been mistaken to assume that all whites were necessarily and automatically evil and racist. This discovery opened the door to redefining the struggle against racist oppression and, potentially, connecting it to struggle against the capitalist system which produces it. In the last year of his life Malcolm paid tribute to the great abolitionist fighter, John Brown, and stated his willingness to ally with whites like him.

Malcolm’s attempts to build a new organization after his break with the Muslims led Louis Farrakhan to threaten that, “Such a man as Malcolm is worthy of death.” But it was not just Elijah Muhammad’s followers who wanted Malcolm out of the picture. Once Malcolm was independent of the Muslims and their religious dogma, he was perceived as a much greater potential danger to the status quo.

For all his talents as a thinker and an inspirational orator, Malcolm X left very little in terms of a tangible political legacy. Because he was in political motion at the time of his death, the legacy of Malcolm X has been claimed by everyone from the ex-Trotskyist Socialist Workers Party to black conservatives such as Clarence Thomas.

Liberation for black people cannot come about within capitalist society, which needs and breeds racism as a mechanism of exploitation and control. Black capitalism, advocated by the likes of Farrakhan, is no alternative. Religion is a distraction from the struggle for equality. The creation of a society without racism and exploitation requires a force with the social weight to bring it about. No individual, no matter how serious or talented, can act effectively alone. Black nationalism, which can have a certain appeal in times of social reaction, offers no solutions for the oppressed black masses. Blacks in the United States are not a nation, but rather a color caste forcibly segregated at the bottom of this society. Only the working class which, because of its position in capitalist society as the creator of wealth, has both the social weight to overthrow capitalist rule and an objective interest in doing so.

The working class must have its own revolutionary party to accomplish its historic task through linking workers’ struggles to those of other people oppressed by capitalism, including blacks. Such a party must in turn be armed with the correct program, a road map pointing the way forward. As great an individual as V.I. Lenin was, he would not have led the overthrow of capitalism in czarist Russia if he were not part of a mass-based workers party, the Bolshevik Party, with a collective leadership and a program that answered the needs of the masses.

The Bolshevik Tendency, is committed to the task of building such a party, the American section of a reborn Fourth International, the party of world-wide socialist revolution. Our program for black liberation includes calls for a struggle against all manifestations of racism and all racial discrimination; for workers’ defense guards to stop racist violence and to smash the Nazis and Klan; for an end to unemployment through a fight for decent jobs for all; for special worker-run programs to upgrade the positions of women, blacks and other specially oppressed minorities; for open admissions to colleges and universities along with well-funded teacher-student-run programs to guarantee an education to everyone who wants one. As revolutionary socialists we call for a complete break with the Democratic and Republican Parties, the twin parties of capitalism; the expropriation without compensation of basic industry under workers control, and the establishment of a workers state with a democratically planned economy.

We urge all workers, blacks, women, youth and other oppressed peoples inspired by Malcolm X’s heroic fight for black liberation to consider seriously the political program and ideas put forward by the Bolshevik Tendency. Capitalism is in an international depression, and the U.S. economy, which is in a fairly advanced state of decay, is being hit particularly hard. The election of Bill Clinton, the governor of a “right-to-work” state, who interrupted his campaign for the Democratic nomination to preside over the execution of a brain-damaged black man, will not improve the lot of ordinary people in this country, regardless of color. Capitalism has long outlived its usefulness and can only offer oppression, environmental deterioration, racism, sexism, poverty, hunger and, eventually, world war. We are in complete solidarity with Karl Marx who said at the end of the Communist Manifesto, “Workers of the world unite. You have nothing to lose but your chains!”

Black Liberation Through Socialist Revolution!

A Agonia de Morte do Stalinismo

Os regimes do Leste Europeu Implodem
A Agonia de Morte do Stalinismo

Este artigo foi originalmente publicado em 1917 No.8 (1990), pela então revolucionária Tendência Bolchevique Internacional. A tradução foi feita pelo Reagrupamento Revolucionário em julho de 2013.

O desmanche da ordem política imposta aos países do Leste Europeu pela União Soviética depois da Segunda Guerra Mundial alterou profundamente a configuração da política mundial. Os recentes eventos dramáticos podem ser rastreados à aceitação, por Gorbachev, do governo liderado pelo Solidariedade na Polônia em agosto passado, o que sinalizou que o Kremlin não iria mais apoiar os seus clientes do Pacto de Varsóvia com tropas e tanques.

Com a ameaça de intervenção soviética removida, protestos de massa contra décadas de tirania stalinista explodiram por toda a região. Na Romênia, esse levante popular desaguou em um conflito armado sangrento com a “Securitate”[polícia política] de Ceausescu [dirigente do PC romeno e Presidente do país]. Por toda a parte os Partidos Comunistas dominantes, desprovidos de qualquer crença na sua legitimidade, mudaram seus nomes e retiraram seus líderes antes de correr para seus esconderijos. Até o momento, governos abertamente pró-capitalistas tomaram o poder na Polônia, Tchecoslováquia, Alemanha Oriental (RDA) e Hungria. Na Romênia e na Bulgária, os stalinistas “reformadores” que ainda tem o domínio do poder, prometem aplicar medidas de mercado capitalistas num futuro próximo.

Enquanto a dominação de Moscou sobre o Leste Europeuestá rapidamente se tornando uma coisa do passado, o futuro da região permanece incerto. Mas o ritmo é claramente para a direita. Quarenta anos de poder stalinista desacreditaram profundamente a própria ideia de socialismo entre camadas amplas da classe trabalhadora. Enganado, traído e confuso, o proletariado do Leste Europeu ainda está para se afirmar como um fator político independente. As massas de pessoas que derrubaram o Muro de Berlim ou que se enfrentaram com os capangas de Ceausescu estavam unidas por seu ódio aos privilégios, comandismo e desgoverno econômico dos seus chefes burocráticos. Eles sabiam o que eles não queriam, mas não tinham programa positivo.

O vácuo político criado pelo colapso da autoridade burocrática criou uma abertura para intelectuais pró-capitalistas e fanáticos nacionalistas. Ao longo do Leste Europeu, há uma recrudescência de organizações fascistas que datam da era Hitler. Na cidade romena de Tirgu Mures, uma organização autodenominada Guarda de Ferro assumiu a responsabilidade pelo assassinato de membros da minoria étnica húngara; cinquenta anos antes, o seu homônimo havia realizado pogroms contra judeus. Na Bulgária, ataques brutais contra a minoria turca fizeram com que milhares fugissem para salvar suas vidas. Na RDA, ataques a imigrantes e militantes de esquerda por gangues de skinheads nazistas se tornaram comuns. Por trás dessas forças estão os banqueiros e industriais do Ocidente, que estavam loucos para reconquistar os países do bloco soviético.

A restauração do capitalismo no Leste Europeu – uma perspectiva colocada agora de forma direta – representaria um imenso retrocesso para o proletariado internacional. A coletivização dos meios de produção decretada burocraticamente trouxe benefícios concretos para a classe trabalhadora. Emprego era garantido; os preços da comida, moradia e transporte eram estabilizados (e frequentemente subsidiados); saúde e educação eram acessíveis de forma geral. Na RDA, creches eram muito baratas e acessíveis a todos, e recursos especiais garantiam moradia acessível para mães solteiras e aposentados. Esses ganhos sociais, que são diretamente ameaçados pelos arquitetos da restauração capitalista, permanecem genuinamente populares entre largas camadas das massas, apesar da sua atual paixão com a “mágica” do mercado.

Pela revolução política – não à restauração capitalista!

Milhões de trabalhadores do Leste Europeu não vão apreciar a introdução de metas e demissões capitalistas. Eles não vão ficar parados quando o preço dos alimentos e dos aluguéis escalar, enquanto os salários reais são cortados, nem vão aceitar quietos serem amontoados nas filas de desempregados e na fila da sopa que os espera no maravilhoso reino da “livre concorrência”. Isso coloca um problema agudo para os novos governos pró-capitalistas. O principal recurso deles é o apoio de massa, mas eles têm uma missão de contrarrevolução social que lhes exige atacar suas bases.

A projetada absorção da RDA pela Alemanha Ocidental iria potencialmente criar contradições explosivas quando a burguesia tentar fazer a classe trabalhadora pagar o preço da Anschluss[Unificação]. Mas os capitalistas da Alemanha Ocidental possuem tanto um poderoso aparato de Estado quanto imensos recursos econômicos com os quais imporem sua vontade. Em outras partes da região, entretanto, a ausência de um aparato repressivo efetivo apresenta grandes problemas para os novos governos. Os aparatos militares e policiais existentes herdados do antigo regime estão em estado de desorganização e não podem ser considerados confiáveis sem antes passar por profundos expurgos e seleção de novo pessoal. Isso não será realizado facilmente e, de qualquer forma, exige tempo. Enquanto isso, a situação econômica está rapidamente indo de mal a pior. Não vai haver nenhum novo Plano Marshall. Para ter um “milagre econômico” de tipo pinochetista peloqual esperam os novos regimes, eles vão precisar da capacidade militar para esmagar a resistência da classe trabalhadora.

Nesse momento as formações abertamente fascistas, como a antissemita Confederação por uma Polônia Independente (KPN), que aspiram traduzir a raiva e desespero das massas populares em pogroms e terror branco, são muito marginais para realizaram esse serviço. Sem o contrabalanço suficiente para a perspectiva de uma classe trabalhadora coesa, os regimes capitalistas embrionários permanecem extremamente vulneráveis conforme a euforia inicial da “liberdade” vai se dissipando, e as massas começam a compreender exatamente o que significa a vida sob o capitalismo.

Agora, mais do que nunca, as massas do Leste Europeu precisam de uma liderança revolucionária comprometida com a defesa da propriedade coletivizada e a instituição do poder político direto da classe trabalhadora, ou seja, a perspectiva de uma revolução política proletária. A primeira qualificação necessária de tal liderança é a habilidade de encarar de frente a realidade e reconhecer a gravidade do perigo restauracionista. Nesse ponto, a maioria dos grupos da esquerda que se reivindicam trotskistas são inúteis. Seja por relutância em criticar “movimentos de massa”, ou falta de coragem em admitir que a maré política atual não está indo em direção ao progresso, a maioria da esquerda finge viver em um mundo mais ao seu gosto do que o que existe realmente. Isso só serve para desarmar a classe trabalhadora politicamente diante de um levante reacionário.

O colapso do stalinismo: o prognóstico de Trotsky confirmado

O teste de qualquer teoria política é sua habilidade para explicar grandes eventos históricos. Há mais de cinquenta anos, Trotsky caracterizou a burocracia stalinista como um estrato social privilegiado apoiando-se nas fundações econômicas criadas pela revolução de outubro de 1917. Ele apontou que a mordaça política da burocracia impedia um funcionamento e controle democrático pelos produtores, necessário para o funcionamento apropriado de uma economia coletivizada. No Programa de Transição, Trotsky previu que “O prolongamento de seu domínio [da burocracia] abala, cada dia mais, os elementos socialistas da economia e aumenta as chances de restauração capitalista”. Trotsky também argumentou que a busca dos stalinistas por riqueza e status contradizia as formas de propriedade igualitárias sobre as quais o seu domínio se baseava. É por isso que a casta stalinista nunca poderia solidificar-se em uma nova classe dominante. Trotsky também afirmou que a oligarquia burocrática permanecia uma camada social altamente instável, vulnerável tanto a levantes da classe trabalhadora como a correntes capitalistas-restauracionistas. Essa análise foi poderosamente confirmada nos meses recentes pela dramática desintegração daquilo que vários impressionistas tinham rotulado como um monolito totalitário imutável. Se nada mais, os atuais desenvolvimentos no “bloco soviético” refutam conclusivamente todas as afirmações de que as burocracias stalinistas constituem uma nova classe dominante.

Por muitos anos, o defensor mais proeminente da teoria da “nova classe” foi Max Shachtman, que rompeu com o movimento trotskista nos anos 1940 e passou a afirmar que os stalinistas representavam uma classe “coletivista burocrática”, nem burguesa nem proletária. A teoria da nova classe de Shachtman era tão indeterminada, e sua eventual deserção para o campo imperialista tão ignominiosa, que poucos ativistas de esquerda hoje reivindicam a doutrina do “coletivismo burocrático” na sua forma original.

Uma variante da teoria de Shachtman é a do “capitalismo de Estado”, de acordo com a qual a burocracia stalinista transformou a si mesma em uma nova classe capitalista coletiva. A maior tendência reivindicando a teoria do “capitalismo de Estado” é a tendência dirigida por Tony Cliff, líder do Socialist Workers Party britânico. O grupo de Cliff originalmente rompeu com o movimento trotskista no começo dos anos 1950, justamente quando a Guerra Fria estava lançando um ataque contra a Coréia. Na América do Norte, os seguidores de Cliff são conhecidos como “Socialistas Internacionais”. Enquanto a “teoria” do capitalismo de Estado livrou Cliff e seus colaboradores da tarefa desconfortável de defender o bloco soviético contra o imperialismo e tornou-os “respeitáveis” no seu ambiente socialdemocrata, ela não pôde explicar a Guerra Fria ou as revoluções sociais dirigidas (e desviadas) pelos stalinistas no Terceiro Mundo. Nem pôde explicar também porque, se não havia antagonismo fundamental entre duas variantes de “capitalismo”, os imperialistas lutaram tão ferozmente para conter e esmagar o “comunismo” desde a revolução chinesa nos anos 1940 até a Coréia, Vietnã e Cuba.

Harman vs. Cliff sobre o caráter da burocracia

Enquanto os seguidores de Cliff passaram a maior parte do tempo comemorando o colapso do stalinismo e promovendo vários oposicionistas socialdemocratas como “marxistas revolucionários”, as suas tentativas ocasionais de explicar os eventos (e não apenas descrevê-los) claramente expõe as contradições insolúveis da sua teoria.

Em um artigo que apareceu na imprensa da Organização Socialista Internacional norte-americana, o especialista em União Soviética dos cliffistas britânicos, Chris Harman, explicou que: “O mercado é uma palavra-chave para reestruturar a economia do Leste Europeu. Aqueles setores que não são competitivos com o Ocidente serão varridos, trabalhadores em outros setores vão ter que trabalhar mais por menos” (Socialist Worker, janeiro). Verdade. Mas, se a privatização completa vai ter tais desastrosas consequências para a classe trabalhadora, então deveria ser a tarefa elementar dos marxistas defenderem a manutenção da propriedade estatal – seja ela chamada de “coletivista burocrática”, “capitalista de Estado” ou qualquer outra coisa – contra o ataque do “livre mercado”. Entretanto, tal chamado pela defesa da propriedade estatal iria contradizer completamente o antisovietismo visceral que define a visão de mundo dos Socialistas Internacionais.

Os cliffistas buscam conciliar a bancarrota completa da sua teoria enquanto guia para ação minimizando o perigo restauracionista e, no lugar disso, destacam os aparatos de Estado stalinistas em rápida desintegração como a maior ameaça à classe trabalhadora. De acordo com Harman:

“É prematuro prever exatamente como a vida política vai agora se desenvolver no Leste Europeu. O que pode ser dito com certeza é que a antiga classe dominante não foi finalizada em lugar nenhum.”
“Isso é verdade mesmo se, como parece possível, o velho partido dominante desmoronar completamente.”
“Uma classe dominante e um partido dominante nunca são exatamente a mesma coisa…”.
“… a classe pode preservar a verdadeira fonte do seu poder e privilégio, seu controle sobre os meios de produção, mesmo quando o partido cair. Isso foi demonstrado na Alemanha, Itália e Espanha depois da queda de seus fascismos.”
“A rede de conexões formais que mantinha juntos chefes de polícia, oficiais do exército, ministros de governo e industriais se desintegrou.”
“Mas conexões informais permaneceram, assim como o impulso à acumulação que garantiu interesses de classe comuns desses elementos contra aqueles abaixo deles. Não demorou muito para que eles pudessem construir novos partidos dominantes tão capazes de defender seus interesses quanto os antigos.”
“No Leste Europeu, tanto se essas redes de conexão se mantiverem nos velhos partidos, quanto se passarem a partidos novos, elas estarão se preparando para a próxima rodada da luta…”
― Idem.

Harman aparentemente não está preocupado com o fato de que a sua analogia superficial contradiz diretamente seu mentor, Tony Cliff. Em Capitalismo de Estado na Rússia, Cliff comparou os dois sistemas de domínio de classe da seguinte forma:

“Onde quer que haja uma fusão da economia com a política, é teoricamente errado distinguir entre a revolução política e econômica, ou entre contrarrevolução política e econômica. A burguesia pode existir como burguesia, possuindo propriedade privada, sob diferentes formas de governo: sob uma monarquia feudal, uma monarquia constitucional, uma república burguesa… Em todos esses casos há uma relação direta de propriedade entre a burguesia e os meios de produção. Em todos eles o Estado é independente do controle diretoda burguesia, e apesar disso, em nenhum deles a burguesia deixa de ser a classe dominante. Onde o Estado é o repositório dos meios de produção, existe uma fusão absoluta entre economia e política; expropriação política também significa expropriação econômica.”

Cliff ao menos reconhece que as “conexões informais” que mantêm a classe capitalista unida, independente de qual fração política esteja no comando do Estado, nada mais é do que a propriedade privada dos meios de produção. E se, como Cliff e Harman podem prontamente concordar, a ausência de propriedade privada é a característica distintiva das economias coletivizadas da URSS e do Leste Europeu, então a única forma pela qual a “classe dominante” stalinista pode manter o seu poder é através de um monopólio absoluto do Estado. Por que então os stalinistas estão abandonando o seu monopólio político em um país do Leste Europeu depois do outro: eles são a primeira classe dominante na história a abandonar o poder sem luta? Se isso for verdade, então Harman não está errado em chamar os líderes da oposição no Leste Europeu de “reformistas” supostamente ingênuos sobre os perigos da reorganização stalinista? A estratégia reformista estaria funcionando.

Burocracia stalinista: casta, não classe

Os stalinistas não se comportam como uma classe dominante porque eles não são uma classe dominante. O principal inimigo dos trabalhadores no Leste Europeu hoje não são as várias burocracias nacionais, que estão em avançado estado de decomposição, mas os capitalistas dos Estados Unidos e da Alemanha Ocidental, que buscam reintegrar essas economias ao mercado mundial imperialista.

Em um artigo particularmente opaco, publicado na edição de fevereiro de Socialist Worker Review, a revista mensal dos cliffistas, Chris Bambery argumenta que:

“Na realidade, a escolha para a burocracia é entre se ater aos velhos métodos capitalistas de Estado do passado ou adotar políticas similares à privatização de Thatcher. Ambos Gorbachev e Thatcher estão preocupados com aumentar a exploração.”

A noção de Bambery, de que o impulso para a projetada privatização da economia do Leste Europeu parte de uma decisão consciente dos governantes stalinistas com o objetivo de consolidar seu poder “aumentando a exploração”, é ridícula. O mergulho rumo à restauração do capitalismo só pode desintegrar ainda mais qualquer poder social que o aparato stalinista ainda possua. Se os países do bloco soviético reintroduzirem o capitalismo, quando isso acontecer as burocracias stalinistas serão desmanteladas. O grosso da nomenkletura está bastante ciente de que sua substituição pelo mercado capitalista como regulador da atividade econômica vai implicar a perda de ambos os privilégios materiais e o status social.

Em Revolução Traída, Trotsky antecipou que “A queda da atual ditadura burocrática, se ela não for substituída por um novo poder socialista, significaria o retorno a relações capitalistas com um declínio catastrófico da indústria e da cultura”. Em Capitalismo de Estado na Rússia, Cliff descartou a possibilidade de tal acontecimento: “As forças internas não são capazes de restaurar o capitalismo individual na Rússia…”. A projeção errada de Cliff não foi apenas um palpite ruim; é um corolário necessário à afirmação de que a burocracia soviética é uma nova classe dominante enraizada em uma nova forma de sociedade de classe, e não um crescimento parasítico sobre as formas de propriedade da classe trabalhadora.

O pânico precipitado e o recuo desesperado das burocracias do Leste Europeu em face aos recentes eventos revelou graficamente a profunda instabilidade dessas castas burocráticas. Aqueles elementos da burocracia que podem, já estão se revirando para encontrar lugares na emergente ordem capitalista – não como membros de uma “classe dominante” stalinista, mas como empresários individuais. Aqueles burocratas que não veem lugar para si em uma economia dominada pelo Ocidente serão forçados, independente da sua vontade, a lançar sua sorte junto com os setores da classe trabalhadora desencantados com as “reformas de mercado”. Esse não é o comportamento de uma classe dominante, mas sim de uma camada social instável, que se vê diante de forças competidoras mais poderosas, em meio a qualquer confronto de classe decisivo.

A atual crise do stalinismo revelou a doutrina de Tony Cliff como aquilo que ela sempre foi: uma cortina de fumaça para acomodação política a preconceitos antissoviéticos. A incapacidade dos cliffistas de responder às questões mais elementares colocadas pela luta de classes no Leste Europeu, ou de explicar, e muito menos prever, o comportamento dos stalinistas, comprova a completa falta de mérito científico da teoria do “capitalismo de Estado”. Pior, se seguida pelos ativistas de esquerda no Leste Europeu, só poderia significar abstenção na maior questão de classe que se coloca hoje: defender ou não o sistema de propriedade coletivizada (o único que pode prover a base para uma planificação democrática) contra aqueles que irão restaurar a propriedade privada dos meios de produção.

SU embarca na “dinâmica” da contrarrevolução social

Ao contrário dos “capitalistas de Estado”, o Secretariado Unificado da Quarta Internacional (SU) do professor Ernest Mandel afirma defender a tradição de Trotsky, incluindo sua posição sobre a “questão russa”. Assim, eles caracterizam a URSS como um Estado operário degenerado e reconhecem os Estados estabelecidos pelo Kremlin no Leste Europeu após a Segunda Guerra Mundial como Estados operários deformados. Mas o SU tem sido ainda mais stalinofóbico, e menos sério com relação ao caráter dos “movimentos de massa” que eles apoiam no Leste Europeu, do que os cliffistas. Os mandelistas saem em apoio a toda e qualquer corrente antiestalinista da região, incluindo aquelas com abertas simpatias fascistas. A edição de 18 de setembro de 1989 do principal órgão em inglês do SU, International Viewpoint (IV), publicou um revoltante apelo pela reabilitação dos “Irmãos Forest” estonianos, um bando de colaboradores nazistas antissemitas (veja “HowLowCan Mandel Go?”, 1917 No. 7).

O mesmo reflexo stalinofóbico ficou evidente no apoio entusiasmado do SU ao Solidariedade polonês, apesar de este ter adotado um programa abertamente restauracionista-capitalista no seu Congresso de setembro de 1981. Hoje o Solidariedade, à frente do governo polonês, está implementando agressivamente o programa de restauração capitalista que ele adotou nove anos atrás. Os custos humanos para os trabalhadores poloneses serão enormes. No Toronto Star de 25 de março, o colunista liberal Richard Gwyn comentou que, até agora “a escala de sofrimento é – para nós – completamente inimaginável. Em janeiro, a renda real dos poloneses diminuiu um terço”. Além disso:

“O segundo choque, começando esse verão, vai deixar algumas pessoas de queixo caído quando elas descobrirem que estão desempregadas enquanto outros, os negociadores do mercado negro e os funcionários das joint-ventures, vão escapar e subir para o topo do nível de renda.”
“‘Existe um risco de conflito que está crescendo todo o tempo’, diz Maciej Jankowski, vice-presidente do sindicato Solidariedade no distrito de Varsóvia e um apoiador do governo.”

Nada disso fez com que Mandel repensasse sua posição. Seus apoiadores norte-americanos no grupo Socialist Action, que levantaram abertamente o chamado contrarrevolucionário pela reunificação “incondicional” (ou seja, capitalista) da Alemanha, ainda usam uma adaptação do logotipo do Solidariedade na capa de seu jornal. A liderança europeia do SU, que não é tão desastrada, tenta se distanciar do Solidariedade no governo enquanto permanece completamente responsável por ter seguido Walesa e companhia todo o caminho até o Sejm [parlamento polonês].

Objetivismo pablista: não vê mal nenhum

A liderança do SU racionaliza a sua adaptação aos florescentes movimentos pró-imperialistas“pela democracia” no Leste Europeu, mascarando a sua ameaça restauracionista. Em um longo artigo analítico que apareceu no International Viewpoint de 30 de outubro de 1989, Mandel escreveu que:

“A questão principal nas lutas políticas em andamento não é a restauração do capitalismo. A questão principal é se essas lutas avançam na direção de uma revolução política antiburocrática ou de uma eliminação parcial ou total das liberdades democráticas adquiridas pelas massas sob a Glasnost. A luta principal não é entre forças pró-capitalistas e anticapitalistas. É entre a burocracia e as massas trabalhadoras…”.
―ênfase adicionada

Para sustentar essa afirmação, Mandel aponta para a “lógica objetiva” das forças de classe. Notando que “Em nenhum dos Estados operários burocratizados a pequeno-burguesia e a média burguesia representam mais que uma pequena minoria da sociedade…”, ele conclui que “A única possibilidade minimamente realista de chegar a tal resultado [capitalismo] é confiando na ala abertamente ‘reformista’ da burocracia”. Mas nem mesmo isso é causa séria de preocupação porque para

“a grande maioria da burocracia, a restauração do capitalismo reduziria seus poderes e privilégios. Apenas uma pequena minoria iria ou poderia se transformar em verdadeiros empresários de grandes firmas financeiras ou industriais…”.
“Assumir que a burocracia está caminhando nessa direção significa assumir que ela está pronta para cometer haraquiri [suicídio] como uma casta social cristalizada.”

Mandel segue para afirmar que os trabalhadores e camponeses pobres nunca vão adotar o capitalismo porque “O peso do fator ideológico… segue subordinado à confrontação dos interesses sociais”. Na Polônia:

“Por mais satisfeitos que possam estar pela espetacular vitória política do Solidariedade… e por maior que seja a real influência ideológica (muitas vezes exagerada no estrangeiro) da Igreja e do nacionalismo, os trabalhadores poloneses vão agir decisivamente para defender seus padrões de vida, seus empregos e mesmo a miserável situação social que eles ganharam quando qualquer governo, mesmo um liderado pelo Solidariedade, lhes atacar. São os seus interesses e não apenas alguns ‘valores ideológicos’ que em última análise vão determinar o seu comportamento cotidiano…”
― Idem

A estupidez criminosa do grupo de Barnes

Jack Barnes, líder do Socialist Workers Party norte-americano eparceiro de Mandel no SU, também vê a questão chave no Leste Europeu sendo democracia contra stalinismo. Os seguidores de Barnes, que tem o hábito de reproduzir acriticamente cada pronunciamento da burocracia cubana, de forma pouco característica discordaram de Fidel Castro sobre essa questão. Na edição de 9 de março do Militant, o líder do SWP norte-americano, Cindy Jaquith, criticou Castro por denunciar o “anticomunismo feroz” do Solidariedade e de seus aliados. Jaquith censura o chefe cubano dizendo que “não é o caso de que a luta por direitos democráticos no Leste Europeu prejudique Cuba; exatamente o oposto”. Ela continua:

“Não é o socialismo que está sendo golpeado por esse levante, mas o stalinismo, que manteve o seu punho contrarrevolucionário sobre a classe trabalhadora desses países por décadas. E ao deferir um golpe no stalinismo, os trabalhadores estão desferindo um gigantesco golpe no imperialismo mundial, que tem confiado na estabilidade do domínio stalinista no Leste Europeu para manter o status quo por 40 anos.”

Descrever a reabertura desse amplo setor da economia mundial à penetração capitalista como um “gigantesco golpe no imperialismo mundial” está tão em desacordo com a realidade que desafia o bom senso. Mesmo os seguidores de Barnes devem saber que um retorno ao capitalismo no Leste Europeu vai significar uma orgia de pogroms antissemitas, ataques aos direitos das mulheres, redução geral dos níveis de vida das massas e a transformação de milhões de trabalhadores em indigentes sem-teto. Entretanto, Jaquith opina de forma iluminada:

“conforme milhões de trabalhadores no Leste Europeu confrontem as consequências devastadoras nos seus padrões de vida e condições de trabalho resultantes da introdução de métodos capitalistas, eles vão resistir. E eles vão procurar por ideias revolucionárias que lhes foram negadas por décadas…”.

E o que o SWP vai dar aos futuros indigentes do Leste Europeu quando eles “procurarem”? Cópias sobressalentes dos discursos de bonapartistas depostos do Terceiro Mundo como Thomas Sankara e Maurice Bishop?

A falsa consciência do proletariado

Aqueles membros do SWP e do SU capazes de pensar, e que não são cínicos, devem estar profundamente perturbados pela atitude de seus dirigentes. Se os trabalhadores sempre vão agir “decisivamente” para defender seus interesses, por que eles votaram esmagadoramente em candidatos pró-capitalistas do Solidariedade para começo de conversa? A monumental falsa consciência da classe trabalhadora polonesa, que imagina ter amigos da Casa Branca ao Vaticano, demonstra que a consciência de classe não é uma função automática de um interesse social objetivo, que é o que Mandel e Jaquith supõem. Se fosse assim, o socialismo já teria triunfado há muito tempo.

A humanidade faz sua própria história, mas frequentemente não como pretende. Quando os trabalhadores agem com base em uma compreensão falsa da sua situação objetiva, o resultado pode ser grandes derrotas para a classe. A história do movimento sindical contém exemplos abundantes de trabalhadores brancos entrando em greve contra a contratação de negros, para supostamente “proteger” seus empregos. O Conselho dos Trabalhadores de Ulster de 1974, uma das ações operárias mais poderosas e bem sucedidas na recente história das ilhas britânicas, foi conduzido com o objetivo de manter a supremacia Protestante. A greve dos mineiros britânicos de 1984-85 foi derrotada em parte porque uma maioria dos mineiros de Nottinghamshire furou a greve dos seus companheiros.

Os trabalhadores poloneses não esperam se juntar às massas empobrecidas da América Latina, mas sim aos trabalhadores especializados da Europa Ocidental e Estados Unidos. Eles não enxergam os esquálidos guetos nos quais os negros norte-americanos e imigrantes vivem, nem os milhões de sem-teto morando em caixas de papelão nesses países. Eles também não veem a imagem de seu futuro nos cinturões industriais devastados no centro-oeste norte-americano ou no norte da Inglaterra. Ao invés disso, seu olhar está fixado nas vitrines de lojas, nos aparelhos de vídeo e nas bem localizadas casas de subúrbio que são mostradas na propaganda capitalista como se fossemum direito comum a todos que vivem no reino da “livre concorrência”.

A necessidade de uma liderança revolucionária

A tentativa de reimpor a exploração capitalista no Leste Europeuvai, sem dúvidas, provocar resistência da classe trabalhadora. Mas cada derrota para os trabalhadores no presente enfraquece a sua capacidade de reagir no futuro. Os trabalhadores poloneses teriam tido uma chance melhor de repelir a maré restauracionista se eles tivessem rompido com o Solidariedadeantes de ele chegar ao poder. Eles estarão em uma posição mais forte se organizarem uma luta contra o Solidariedade agora do que se esperarem até que milhões sejam demitidos das fábricas e os níveis de vida sejam ainda mais dilacerados.

A posição de classe objetiva dos trabalhadores na sociedade torna a sua luta pelo poder possível, mas ela não garante o sucesso. Os trabalhadores são mais capazes de lutar quando eles estão armados politicamente contra as falsas concepções que paralisam a capacidade deles para a luta, e quando estão alertas, em cada passo do caminho, para os perigos que os ameaçam. Essa é a tarefa de uma liderança revolucionária. Garantias ingênuas de que a “lógica objetiva” da luta de classes vai automaticamente levar os trabalhadores a rejeitar as ideias erradas, e a cumprir seu papel de acordo com algum roteiro “marxista” predeterminado é, no fim, uma racionalização para abdicar da luta por consciência marxista no seio da classe trabalhadora.

Tais racionalizações não são novas na história do movimento socialista. O Partido Bolchevique de Lenin foi forjado na luta contra uma doutrina conhecida como “economismo”, ou “espontaneidade das massas”. De acordo com os economicistas, as lutas econômicas do cotidiano do proletariado iriam, de alguma forma, levar ao triunfo “historicamente inevitável” do socialismo. Ao rejeitar tais doutrinas, Lenin contrapôs a necessidade de organizar a minoria politicamente consciente da classe trabalhadora e ganhar influência para o programa revolucionário. Os pronunciamentos de Mandel para efeito de que os “interesses” dos trabalhadores e não os seus “valores ideológicos” é que vão determinar o seu comportamento cotidiano tem muito mais em comum com o economismo do que com o leninismo, o legado que o SU falsamente reivindica.

Workers Power: face de esquerda do Terceiro Campo

Os centristas britânicos do grupo Workers Power, que em geral podem ser encontrados um ou dois passos à esquerda do SU, parecem estar mais conscientes do perigo de restauração capitalista. A edição de setembro de 1989 de Workers Power proclamou: “Polônia – Não ao retorno do capitalismo!”. Em 1981, enquanto o SU estava cantando louvores para a “dinâmica” incorporada pela liderança contrarrevolucionária do Solidariedade, oWorkers Power tomou uma atitude mais crítica. Mas um exame atento das suas credenciais políticas revela que a posição “à esquerda” de Workers Power não é mais do que aparência. Quando aconteceu o confronto em dezembro de 1981, quando os stalinistas agiram para suprimir a liderança contrarrevolucionária do Solidariedade, o Workers Power se uniu ao SU e a vários outros grupos pseudotrotskistas em defesa desse movimento abertamente capitalista-restauracionista. Oito anos depois, a mesma liderança do Solidariedade, defendendo o mesmo programa, finalmente chegou ao poder com o objetivo de estabelecer uma economia de mercado. Quando foi mais importante, o Workers Power estava do lado errado da barricada.A edição de março do jornal Workers Power racionaliza a sua estalinofobia da seguinte forma:

“uma oposição proletária espontânea ao stalinismo provavelmente vai associar o stalinismo com o movimento revolucionário que ele reivindica. Essa confusão não pode ser superada tomando o lado dos stalinistas contra a classe trabalhadora, mas apenas baseando-nos na classe trabalhadora mobilizada em suas lutas progressivas.”

“Lutas progressivas” são uma coisa, mas quando a classe trabalhadora é mobilizada por forças da reação clerical e da restauração capitalista, como foi na Polônia, o Workers Power vai atrás.

Apesar das suas reivindicações de defensismo soviético, oWorkers Power não se afastou muito das suas origens nos Socialistas Internacionais de Tony Cliff. Um artigo sobre a reunificação alemã no Workers Power de novembro de 1989 chamou “Pela expulsão das tropas estrangeiras de ambos os Estados”. Isso nada mais é do que uma concretização do slogan cliffista de “Nem Washington, nem Moscou”. A edição de março de 1990 nota que “a OTAN é uma aliança imperialista” e proclama que “lutamos pela sua dissolução e pela retirada incondicional de todas as suas forças para os países de origem”. Mas o artigo continua:

“O Pacto de Varsóvia foi criado em resposta à ameaça imperialista à União Soviética e àqueles Estados que ela conquistou. Enquanto suas tropas eram e são uma forma de defesa das relações de propriedade pós-capitalistas desses Estados, o único combate que elas travaram foi a supressão de classes trabalhadoras insurgentes… e nós somos a favor da dissolução e da retirada de suas tropas”.
― ênfase adicionada

Se o Pacto de Varsóvia aumentou a capacidade defensiva dos Estados operários deformados contra um ataque imperialista, porque chamar pela sua dissolução? Isso não é apenas uma confusão. Como demonstra sua defesa do Solidariedade capitalista-restauracionista, o Workers Power representa a face “de esquerda” da estalinofobia dentre as correntes que reivindicam o trotskismo.

A atitude dos revolucionários com relação ao exército soviético nos Estados operários deformados depende de circunstâncias concretas. Quando ele representar um bastião contra a pressão militar imperialista, ou uma contrarrevolução interna, nós o defendemos. Ao contrário doWorkers Power, nós não nos opomos à intervenção soviética no Afeganistão. Se a União Soviética tivesse intervido no Vietnã contra os imperialistas, como o exército chinês fez durante a Guerra da Coréia, nós teríamos apoiado militarmente.

Quando o exército soviético é usado contra a classe trabalhadora, como na RDA em 1953 ou na Hungria em 1956, nós exigimos a sua imediata retirada e defendemos os insurgentes. Na RDA, no último outono, as tropas soviéticas não colocaram nenhum perigo imediato para as mobilizações da classe trabalhadora. Dada a relativa disparidade entre o peso econômico e militar da RDA, se comparada com a Alemanha Ocidental, a retirada da presença militar soviética iria enfraquecer significativamente a defesa da propriedade coletivizada. Enquanto diz da boca para fora que faz distinção entre o Pacto de Varsóvia e a OTAN, a posição doWorkers Power, de oposição similar a ambos, é puro terceiro-campismo.

Alucinações espartaquistas e a revolução política

A Liga Espartaquista (SL) baseada nos Estados Unidos e seus satélites na “Liga Comunista Internacional” (LCI) reconhecem que a restauração capitalista, e não uma burocracia stalinista ressurreta, é o principal perigo ameaçando os trabalhadores da região. Por essa razão, nós demos nosso apoio crítico aos candidatos do “Partido dos Trabalhadores Espartaquistas” (SpAD) nas eleições de 18 de março na RDA (como mostra a declaração impressa nessa edição [de 1917]).

Entretanto, enquanto o SpAD chama pela formação de partidos “leninistas igualitários” no Leste Europeu, a própria LCI, enquanto organização política, é tão “igualitária” quanto a Romênia de Ceausescu. Qualquer recruta do SpAD que acredita estar se juntando a um grupo democrático precisa seriamente despertar para a realidade.

Os desvios do trotskismo perpetrados pela LCI vão além da natureza autocrática do seu regime interno. Existe uma deformação na forma como tratam da crise do stalinismo que se assemelha ao pseudo-otimismo do SU. Imediatamente depois do massacre da Praça da Paz Celestial (Tiananmen) no ano passado, Workers Vanguard (jornal da Liga Espartaquista, de 9 de junho de 1989) proclamou triunfantemente: “O stalinismo chinês provocou uma revolução políticaque pode muito bem disseminar o fim desse regime burocrático antioperário” (ênfase adicionada). O artigo concluía dizendo que “Essa revolução começou agora”. Mas não existiu nenhuma revolução política na China no ano passado. Em nossa declaração sobre o massacre de Pequim, nós comentamos:

“Vários impressionistas autoproclamados ‘trotskistas’ – do Secretariado Unificado de Ernest Mandel à Tendência Espartaquista – declararam que uma revolução política plena estava acontecendo. Enquanto a revolta foi enorme em escala e certamente potencialmente revolucionária, ela não constituiu o que os trotskistas poderiam caracterizar como uma revolução política. Primeiro: qualquer tentativa séria de substituir o PC Chinês iria exigir instituições revolucionárias capazes de desafiar e, em última instância, de substituir o burocrático poder de Estado existente. A revolução húngara de 1956, que foi uma tentativa de revolução política, estabeleceu conselhos de trabalhadores, os quais poderiam ter se tornado as instituições principais do poder de Estado se os trabalhadores tivessem triunfado. Mas o ‘movimento pela democracia’ chinês… não criou formas organizativas que poderiam ter constituído a estrutura para o poder de Estado. O objetivo do movimento não era destruir, mas reformaras instituições de poder burocráticas.”
“Segundo: uma revolução política em um Estado operário deformado tem o objetivo de derrubar a burocracia preservando a propriedade estatal dos meios de produção. O ‘movimento pela democracia’ não possuiu clareza com relação aos seus objetivos.”

Algumas pessoas interpretaram as referências espartaquistas a uma revolução política em Pequim apenas como uma reação prematura e exageradamente entusiasmada ao levante chinês. Mas o mesmo erro reapareceu na intervenção do grupo nos eventos na RDA. Um artigo de capa na edição de 29 de dezembro de 1989 de Workers Vanguard começa dizendo que: “Uma revolução política está se desenrolando na República Democrática Alemã…”. A edição de 26 de janeiro de WVcontém um artigo com a manchete “Os estudantes universitários de Chicago veem em primeira mão – a revolução política na Alemanha Oriental”, que faz um relato a partir “do seio da revolução política proletária que se desenvolve contra o poder burocrático stalinista”. Por que os espartaquistas insistem em ver revoluções políticas proletárias onde elas não existem? Antigos membros do Socialist Workers Party norte-americano relembram como, nos anos 1960 e 1970, a liderança do grupo tentava ganhar novos membros e fortalecer os antigos afirmando que cada iniciativa organizativa iria resultar em uma “maior, mais importante e mais profunda” mobilização das massas. A mesma síndrome de “tudo está indo exatamente como queremos”, que leva Ernest Mandel a afirmar que a “lógica objetiva” da luta de classes vai levar inexoravelmente ao triunfo da revolução política, faz com que James Robertson [principal dirigente da SL] afirme que ela já esteja acontecendo.

“Você ouviu falarmos muito sobre revolução política”, Robertson talvez esteja dizendo a um empolgado universitário de Chicago ou a um membro antigo cujo comprometimento esteja em baixa, “e se você estiver entre a pequena minoria dos nossos membros que ainda tem o hábito de ler, você provavelmente leu sobre ela em A Revolução Traída. Bom, agora você pode ver a revolução política com seus próprios olhos. Junte-se a nós (ou continue conosco) na Liga Espartaquista e vá para a RDA!”

Então alguns estudantes universitários se ofereçam e talvez alguns antigos quadros decepcionados se esforcem um pouco mais, esperançosos de que essa vai ser a grande virada pela qual eles andavam esperando. Mas ganhos organizativos temporários conseguidos com tais métodos tendem a se dissipar muito rapidamente quando os grandes sucessos prometidos não se materializam. Como Robertson sabe muito bem, a euforia boêmia de uma noite de sábado pode se transformar em uma ressaca bem forte no domingo pela manhã. E nesse momento, depois de meses de atividade frenética, a moral no “partido” alemão de Robertson parece estar um pouco baixa.

A edição de 20 de março de Aprekorr (o boletim espartaquista na RDA) contém um pequeno artigo intitulado “Eles roubaram os carros errados”, que relata que dois proeminentes recrutas espartaquistas na RDA recentemente saíram do grupo, levando um bom número de amigos junto com eles. Aparentemente, os dissidentes tinham se cansado do estilo de liderança autoritária dos capangas de Robertson. Um dos que saíram foi Gunther M., que havia acabado de ser acrescentado à equipe editorial da revista Spartakist, a principal publicação do SpAD. Aprekorr afirma que os membros que se retiraram, que nós calculamos teremsido cerca de uma dúzia, ficaram com uma boa quantidade dos pertences do grupo, incluindo carros, livros e correspondência. Para aumentar o constrangimento da injúria, os dissidentes do SpAD imediatamente se registraram como um grupo político perante o governo da RDA, usando “cópias do programa e dos estatutos do SpAD”.

Por um realismo leninista – não ao otimismo estúpido

Os espartaquistas, os cliffistas e os mandelistas estão, cada um do seu jeito, inclinados a substituir a realidade que existe por uma mais conveniente. O caminho da história se inclina em direção ao socialismo, mas esse caminho pode ser longo, e passar por muitas derrotas episódicas. A vontade de sobreviver a essas derrotas e perseverar até a vitória exige um compromisso temperado – não contos de fadas, otimismo estúpido ou esperanças falsas e açucaradas. A luta de classes não vai desaparecer, independente do resultado dos eventos no Leste Europeu. O futuro pertence ao socialismo porque somente ele traça um caminho para longe do barbarismo e da patologia da ordem mundial imperialista.

Brandon Gray’s Resignation Letter from the International Bolshevik Tendency

Brandon Gray’s Resignation Letter from the International Bolshevik Tendency

For the interest of our readers we are posting Brandon Gray’s 7/17/10 resignation from the International BolshevikTendency (7/17/10). Copied from

http://www.scribd.com/doc/34713289/Resignation-From-the-International-Bolshevik-Tendency

While we do not agree with all the arguments made here, it presents a truthful picture of the current state of the IBT. We will be posting a more in depth commentary on it. Please check back soon.

**************

I hereby resign from the International Bolshevik Tendency. I have considered this action carefully and have concluded that it is no longer possible for me to remain under the discipline of the organization.

Our organization was guilty of abstentionism towards the solidarity demonstrations occurring throughout the city following the G20 Summit. This came on the heels of our cowardly performance on Saturday 6/26/10 at which we failed to distinguish ourselves from the trade union bureaucrats by passively standing by as they worked with the police to isolate the more militant activists committed to confronting the security fence. Contrary to the leadership’s hyper-cautious approach, it was an acceptable risk to participate in the solidarity demonstrations and at past protests we did not automatically flee when police started using repression against protesters. Nearly all the Left groups and trade union bureaucrats marched around mindlessly in a circle and then went running to their homes Saturday afternoon when the police attacked our basic bourgeois democratic rights. As a result the best and brightest youth suffered with little to no tactical or political support and were needlessly isolated. A smart and full engagement by our organization could have created real opportunities for us in the future to win over activists and youth to the banner of socialist revolution. Instead, by abstaining, we damaged our reputation in the eyes of the very people we need to win over to build a revolutionary party.

Contrary to the contentions of other comrades, there was never supposed to be a police line at Queen Street and when the TU march reached the intersection at Spadina Avenue. Comrades later noted that they saw individuals trying to pass by the line, as well as a commotion and several people screaming to not return to Queen’s Park, but instead to remain at the line. Despite being near the head of the march, under Tom Riley’s tactical leadership we failed to utter so much as a peep of protest against the TU bureaucrats’ immediate retreat. We were in a valuable strategic position that may have allowed us to agitate amongst the crowd, and encourage people to stay at the intersection and tie up the bulk of the riot police while the full 25,000 people streamed by us. Our contingent would not have been exposed as we filtered out the good from the bad and established a contingent at the police line that could have pushed the line or joined the breakaway protest as we did in Quebec City in 2001. In our local meeting before the protests it was acknowledged that we would be facing such a decision and were supposed to prepare for it. We did nothing but obediently follow the TU bureaucrats and as a result the breakaway march went it alone and was more vulnerable to identification and arrest upon reaching Queen’s Park where many, including us, had already dispersed.

Our chant “2, 4, 6, 8, We don’t want a police state” was taken up by many protesters, the bourgeois press reported this, and in protests later that week it had made it onto the chant sheets that were distributed to all protesters by liberal organizers. This, along with the general notion that many wanted to march south of Queen Street, indicates that it was not unreasonable to argue we may have influenced many to form a sizable contingent capable of playing a role in the more militant demonstrations, and assisted our comrades elsewhere.

In response to Canadian Labour Congress President Ken Georgetti’s pro-police letter condemning ‘vandals’ who left their march, about 250 officials, stewards, retirees, and rank and file activists published their own letter condemning Georgetti. They stated that after, “the ‘Peoples First’ march, many of us remained on the streets throughout the weekend contesting the unprecedented militarization of our city and the G20 neoliberal agenda.” Sadly, in this particular instance, the IBT is not in this camp, but rather, that of Georgetti. They note that, “thousands mobilized in front of police headquarters on June 28th in solidarity with the hundreds of activists still being detained and our unions and union flags were absent.” Of course, as our comrades well know, our placards were also absent. Even the overtly opportunist Socialist Action (Usec) displayed their banner. The union members’ retaliatory letter ends with a concluding statement that the IBT comrades should take to heart, “we will not and cannot win the struggle we face against the violent onslaught of neoliberalism by abandoning our allies and our communities in the wake of a massive crackdown on dissent.” That is exactly what Georgetti and the IBT have done and the refusal to acknowledge this error speaks volumes about our organization.

Several groups ranging from Anarchist to Maoist to the liberal NOII had publicly called for all to breakaway from the TU march and confront the fence which our IEC were well aware of. After testing the line in several places as we marched west on Queen Street and upon the bulk of the TU march reaching the intersection, the breakaway demonstration doubled back down Queen Street where there were less riot police and cut a path close to the fence before circling back to Queens Park. We contributed to their isolation by not doing our job of exposing TU bureaucrat betrayal and the riot police were able to close in on them as they reached the park. At the time I was severely disappointed as we marched up Spadina Avenue away from the best militants, but followed my leaders due to misplaced confidence in their experience and skill, despite their approach being, as our most senior comrade, HK, later described, as “conservative to the extreme.” However, I no longer will be making that mistake again. The continued abstention throughout the following week further deepened my dismay.

On my own personal initiative I and other activists spent Tuesday 6/29/10 supplying political prisoners with food and drink as they were released on bail. None of the Toronto left groups were there. Later the next day I learned via email that our main international leader Tom Riley spent that evening playing baseball with conservative gentlemen that were quite upset about how the police brutally trounced on civil rights, wanted to talk politics and had been phoning politicians. While this was taken as a reminder that “almost anything is possible”, it still did not dawn on him to leave the baseball game and join me to help those continuing to suffer under such repression. While comrades are entitled to their personal time, this sort of charge has been used against others inside and outside the group and therefore Riley should be held to his own standards.

Our characterization of the breakaway protesters was aimed at discrediting them by writing them off as powerless youth looking for a quick solution and undertaking isolated, individualist acts of brainless symbolic violence. I think this is satisfying to our leadership because it excuses their own abstention. I think our group is all too content with sitting at home regurgitating “For Grynszpan” for its seemingly Trotskyist orthodoxy regardless of whether it has any bearing on the tactics used. These protesters hurt nobody while Grynszpan shot a man dead. Equating the breakaway protest with ‘left-wing-terrorism’ by any stretch was dangerous, stupid and should have never happened. While this kind of direct action protest is insufficient to “pave the way” to revolution on its own, it does work to a limited extent in popularizing a subjectively revolutionary perspective for many young people. I do not think that any of the breakaway protesters thought that smashing some bank windows and torching cop cars was going to create an overthrow of capitalism nor was it done because it was emotionally satisfying. Rather, I think that those youth did what they felt was necessary at the time, however poorly conceived, despite being terrified throughout the ordeal. Our leadership’s failure to recognize this is endemic of a larger problem.

At every step of the way the immediate impulse by leading members of the group was to write off any potential gains that would be had by intervening vigorously in the Toronto G20 demonstrations and merely retreat to the safety of home.

Our silent and quick retreat Saturday and subsequent abstention is in stark contrast with our performance at the April 2001 FTAA summit in Quebec City during which we fully engaged with the breakaway protest that confronted the fence and stood shoulder to shoulder with those young militants as an incredible barrage of gas was fired on the crowd. At the time we denounced the Trade Union tops and media who “by playing up distinctions between the ‘violent’ protesters at the fence and the far more numerous ‘peaceful’ ones in the official march, the media sought to marginalize the young radicals who stood up to the cops.” [1] This time we found ourselves dutifully following the bureaucrats and internally scorning the breakaways as childish adventurists bent on mindless violence. One must therefore begin to draw the conclusion that our group has suffered significant degeneration during the decade or so since.

When I raised these serious criticisms, all but our comrade in Ireland immediately and mindlessly lined up behind our leadership before even addressing my points. A variety of personal slanders was used to discredit my opinion and I was shocked at how the overwhelming majority of our group could only view dissent as anger and hostility toward our dear leader Tom Riley. Any attempt to sympathize with my perspective was hedged in the conception that I was childishly fetishizing arrest and confrontation with the police despite making it clear that I was doing no such thing. Such unhealthy internal life confirmed my worst suspicions about our organization.

I formally joined the IBT in the spring of 2009 after being a sympathizer working with the group for two years in Toronto. The high level of programmatic education earned my confidence and respect despite the small size of the group relative to others. However, when the resignation of Sam Trachtenberg [2] in New York came to light I took some time to investigate his case and delayed applying for full-time membership. The political criticisms raised by Sam. were never explained to me. Instead, damning personal attacks were made against his credibility. Personal health issues were ruthlessly exploited and distorted in order to discredit him and avoid articulating any of his criticisms. Unable to recognize these attacks for what they were, I submitted my application and after being accepted, I brought up the fact that I had taken a good look at Sam’s case before finalizing my decision to join. I was told he was paranoid and delusional, and that it was a good thing he left so the leadership didn’t have to work even harder to push him out. I regret that I did not contact Sam, at the time to get his side of the split but in my defense, my personal ties to the younger comrades in the TBT local influenced me to leave the issue in the past though I kept my suspicions in the back of my mind for a day when more information would come to light.

At a 15 April 2010 local meeting it was suggested that a comrade who roughly fit my own description in terms of my limited relationship with Sam “befriend” him on a social media site in order to monitor him and relay information back to the leadership. I was the only person to comment on that point, stating that I would be the best candidate for such a job but that I don’t feel comfortable with it; that it felt dishonest and wrong. Riley merely shrugged and dismissed my objections by saying it wasn’t so bad and I shouldn’t have a problem with it. This was another weird side of the organization to which I responded with dismay. Could Samuel Trachtenberg be accurately describing the internal workings of my group? The validity of his case had grown with time and now a concrete example of unhealthy leadership practices had been demonstrated to me. I must now conclude that a disgusting campaign of lies and slander was used against Sam in order to push him out after he made various correct criticisms of the leadership. I now agree with Sam’s criticisms and urge comrades to look at them with open eyes.

As everyone in the IBT knows, membership has continued to decline since Sam in New York left the group. The dropping off of long-time supporters such as L. in NYC and the dismissal of W.’s attempt to transfer to our local was merely brushed aside because they were “old” and “useless.” An appropriate political explanation was not given. Our London local is constantly trashed for various reasons that seem unfair to me. More recently it has been announced that we should expect the “likely” loss of A. in Ireland who is a long-time comrade of the group and probably one of our most energetic members in terms of adapting to tactical realities and functioning with keen initiative. I recognized at the time that it was no accident that yet another of our most energetic, engaging and least abstentionist comrades who was working outside of the direct supervision of either Riley or Logan had become a target for being pushed out. The only value this comrade had according to our local and international leader was that he is one of our few comrades who can maintain the website, hence, he will be kept around as long as is convenient. It is also no coincidence that he was my only supporter when I raised my criticisms.

After recruiting a couple members in recent years, in large part due to the interventions of their youngest comrades, the TBT local is now shrinking back down in size and everywhere else our membership continues to contract under the burden of a bureaucratic leadership. Contact sessions have consistently broken down after initially showing promise and there seems to be little expectation of winning over Toronto leftists to the group in the foreseeable future. Our performance during the G20 protests has only made our prospects worse.

Some time ago, when it was indicated that the fusion talks with a group of contacts in Latin America were probably not going to work out because the contacts had demanded we do what our leadership described as “OCAP-type entry work” I was unsure if this was inevitable. As a rank and file member of the IBT I was never privy to any discussions with these comrades and news of our progress with them only came from our senior leaders who constantly portrayed them less as dedicated revolutionaries, and more as naïve children with silly ideas floating around in their heads, despite the fact that they were working under much harsher conditions than us. This is an even more bureaucratic repeat of the way our leadership botched similar fusion talks in the past.

It is amazing how much the 9/5/81 resignation letter to the Spartacist League by HK [3], our most senior comrade, applies to our situation

“For about a year I have been moving toward the conclusion that distortions in the leadership of sections, locals, and fractions have developed and matured–at least in part from an internal life characterized by a defensive, hierarchical regime combined with a personalistic, Jesuitical method of internal argument and discussion. This process is advanced to the point where the S.L./S.Y.L. membership is increasingly composed of “true believers” or cynics. I suspect that the incidents of political and tactical incompetence in the S.L. are connected with this deterioration of internal life. I think the central leadership has consciously and cynically concluded that the membership of the S.L. is too weak politically and personally to allow even the slightest disagreement with the leadership. There is an implied arithmetical equation: disagreement with the leadership equals hostility to the leadership equals disloyalty equals betrayal. Carried further, these trends will see the S.L. come to resemble less a principled, proletarian combat organization than a theocratic, hierarchical, political cult.”

When internal critics struggling to give criticism in order to better build the organization are branded as traitors and apolitical slanders are used to discredit them, honest revolutionaries cannot continue to remain silent.

There is an obvious pattern of degeneration present in the tradition of Jim Robertson’s brand of Trotskyism that we stand in. After abortion rights in Pennsylvania were restricted by Governor George Casey amidst the presidential elections of 1992, New York’s Village Voice newspaper gave Casey a platform to explain how a liberal can be anti-abortion. About one hundred angry protesters, including the now defunct New York Bolshevik Tendency, confronted Casey in order to disrupt his reactionary diatribe and draw attention to the legal lynching of political prisoner Mumia Abu Jamal who continues to sit on death row in Pennsylvania. The IBT wrote the Spartacist League a letter criticizing them for sending a sales team to sell at the door for half an hour before leaving, without ever entering the building. The protest successfully called attention to Mumia’s case and stole the spotlight from Casey. Our letter asked the SL “how could you have passed up such a perfect opportunity to demonstrate in action the politics you profess on paper?” to which we provided our own explanation:

“We have noted in the past that the SL’s autocratic internal regime has created organization ‘permeated with servility at one pole and authoritarianism at the other,’ (as Harry Turner characterized Gerry Healy’s organization in 1966). Such organizations produce people accustomed to operating according to a script, in situations where all the variables can be controlled. When they venture into the big world, where events can sometimes take an unexpected turn, the limitations of such training are thrown in sharp relief. Did you shun the protest against Casey for fear of participating in an action you could not fully control? Or perhaps because the presence of other left groups would have prevented the Spartacist League from claiming exclusive credit? And does Workers Vanguardignore the events of October 2 out of embarrassment over this shameful abstentionism? [4]

Considering this in light of our performance during the Toronto G20 protests, one has to wonder how we can also find ourselves at the end of such charges.

During the CUNY student protests of 1995-7 [5], another symptom of organizational degeneration was demonstrated by the Spartacist League in a tactical betrayal of working-class youths on 23 March 1995. Roughly 15,000 students of all ages, including our NYC branch, demonstrated in front of City Hall and suffered mass arrests and high volume pepper spray to prevent them from then marching to Wall Street. As the confrontation rapidly heightened and the predominantly black and working class students began staging a mass sit in inside City Hall Park, the Spartacist League’s sales team quickly packed up their lit table and fled. This cowardly flinch was widely noted and commented on amongst CUNY’s student activists, ruining the SL’s reputation for years to come.

The “staid Marxists” of the Spartacist League forced us to address their “Politics of Chicken” yet another time [6] when they abstained from the 1984 anti-Moral Majority protests in the Bay Area;

“We will explain that, fearful of state repression, you were too cowardly to join the thousand or more anti-Falwell protesters; that we are the ones who put forward the Trotskyist program to those who had assembled to oppose this sinister rise of the reactionary “Moral Majority.”

If history repeats itself, the first time as tragedy, the second time as farce, then what do we say about the third and fourth time? At minimum there is an unhealthy pattern occurring that stretches back through the IBT and into the SL. Lifelong permanent leaders grow to dominate the organizations they create which they take down with them. This is a problem that cannot simply be remedied by creating a new copy of the old group.

Sadly, our own outgrowth from Robertson’s school of party building has followed the same path as each subsequent challenger to Riley and Logan’s leadership fell away over the past decades. While Robertson had his style, his protégées carry on the tradition of manipulation and maneuvering in their own personal style of “informal sanctions” and behind the scenes maneuvers against opponents to retain control of the group. While Robertson’s group managed to partially break out of their marginalization in the early 1970s, our own group has not and almost 3 decades later our publications have been plagued with the same sort of publication infrequency and delay found in the early years of the Spartacist League as the leadership control and monopoly of even the most minor detail of organizational life has suffocated and stifled the ability of new comrades to learn and develop.

It is far past due for every honest comrade to speak out against the organizational degeneration inside the International Bolshevik Tendency. I hope I will not be the last to do so.

-Brandon Gray

[1] FTAA Demonstration in Quebec: For Socialist Globalization!; 1917 No. 24, 2002

http://www.bolshevik.org/1917/no24/socialist_globalization.html

[2] The Road Out of Rileyville; 9/25/08

[3] Resignation from the Spartacist League

[4] A Letter WV Didn’t Print; by Jim Cullen 11/02/92

http://www.bolshevik.org/Leaflets/WV%20letter%201992.html

[5] IBT CUNY Documents 1995-1997

[6] ET Protests Moral Majority—SL Abstains: A Case of Mistaken Identity, ET Bulletin #4, May 1985

http://www.bolshevik.org/ETB/ETB4/ETB4.htm#Identity

Black Family Firebombed in Chicago

Black Family Firebombed in Chicago

UAW Local Sets Up Labor/Black Defense Guard

[Reprinted from Workers Vanguard No. 67, 25 April 1975]

CHICAGO, April 18 — C. B. Dennis, black UAW union member, has been trying to move into the white neighborhood of Broadview. His house was firebombed and stoned repeatedly. But tonight, like every night for the past week, the Dennis family home is being protected by an integrated defense guard of his union brothers. Local 6 of the United Auto Workers, International Harvester, voted unanimously at the membership meeting Sunday to set up the defense guard.

At a time when there is a dramatic increase in racist terror against blacks all across the country, the UAW local’s action is a powerful example of what can be done to stop the night riders. And it is the best possible answer to those who preach reliance on the bourgeois cops by hiding behind the despairing lament, “workers won’t defend blacks against racist attacks — there’s no solution except to call on the troops”!

The attacks, which have caused thousands of dollars’ worth of damage to the house and prevented the family from moving in, are part of a pattern of terror against blacks in white areas here, where right-wingers have been trying to stir up race hatred. In another neighborhood on the Southwest Side, four black families have been forced to live under a virtual state of siege, with the National Socialist White People’s Party (Nazis) all but taking direct credit for the firebombings (see article in this issue).

The first volunteers from Local 6, including Local president Norman Roth, were at posts outside the damaged house within hours of the union meeting. C. B. Dennis, who is a repairman at the Melrose Park IH plant and has been working there for 15 years, was interviewed at the house by Workers Vanguard. He said he had been unable to get adequate police protection.

“They said they would come by 20 minutes out of the hour. But that’s no protection at all,” Dennis told WV, observing that patrols had been by only once in two hours that night. “This is the best thing we could do,” he said, referring to the volunteer guards, “I was really proud of the union today. I think it’s a good thing.” An older black worker who was listening agreed, saying he could recall no similar action by the Local in its history. He likened it to the defense activities of the anti-eviction campaigns in which he had participated in the 1930’s.

The UAW Local’s defense action received considerable attention in Chicago. Articles appeared in both daily papers on Monday, and Dennis and Local 6 officers were interviewed on two television stations Monday evening. At least three radio reports were also made.

On the second night, the union guards were heckled by passers-by in the area, and a neighbor two doors down shouted at them to “get the hell out” of there. Another white resident, however, had earlier come over to talk to Dennis for 20 minutes, expressing sympathy and pointing out that some of the rocks had hit his house as well.

It is clear that the racial polarization runs deep but the entire neighborhood has not been terrorized. Local 6 defense volunteers speak in terms of the need to prevent another Boston-type racist mobilization in Chicago. There have been no new attacks as the teams of union volunteers have been guarding the house daily. Members vow the guards will remain “as long as necessary” to ensure that the family is safely moved into the house.

The attacks on black families have mounted during an organizing offensive by fascist and racist groupings in Chicago. Besides the attacks on four black families on the Southwest Side, there were earlier attacks on other families in Broadview. The Nazi Party ran candidates for alderman in five wards in the last elections, and the Ku Klux Klan has also been actively organizing lately.

These scum thrive on the despair generated by heavy inflation and unemployment in the working class, and their efforts to divide the workers along race lines can only benefit the employers. Resolute action such as that undertaken by Local 6 could, if followed through and adopted by the rest of the labor movement, prevent future attacks and quickly lay the tiny but deadly dangerous fascist movement in the grave where it belongs.

The third attack on the Dennis house, which occurred two days prior to the union meeting, particularly incensed many members of the Local. The motion to set up the volunteer union defense guards was made by a member of the Labor Struggle Caucus, which had distributed a newsletter in the plant before the meeting calling for a militant response to the wave of racist terror. The Labor Struggle Caucus is a grouping in Local 6 with a class-struggle program which has recently been active in successful struggles against a company leafleting ban in the plant and against a move to extend terms for local union officers to three years. Its resolution at the Sunday meeting supported the “struggle for integration of blacks in housing, education, and jobs,” as “vital interests of the entire working class,” and denounced reliance on the police, who “serve the employers and cannot be depended upon to defend the rights of blacks or of the trade unions.” The motion also called for defense activities to be extended to the black families on the Southwest Side, as well as Broadview.

Following the meeting, the Local issued a special number of its newsletter. Although this was reportedly not very well distributed, a special meeting held Tuesday night for volunteers was attended by 25 members from all political groupings in the Local, as well as by a television crew, which filmed the entire proceedings. President Roth chaired and took a lot of criticism for the inefficient distribution of the special Local newsletter which, it was said, kept the meeting from being larger.

He also relented under pressure on his earlier objection to the formation of a special committee to organize the defense guards. A steering committee was then set up under the chairmanship of the by-laws committee chairman. It includes two members of the Labor Struggle Caucus, a member of the syndicalist Workers Voice group, and other Local members. Members of the steering committee immediately began signing up volunteers in the plant.

Support for the defense activity was forthcoming, at least verbally, from the UAW officialdom in the area, including regional director Robert Johnston. The special Local newsletter asserted, “These efforts are in accord with our UAW principles and policies.”

On the other hand, the UAW officials seemed primarily concerned to get government officials to intervene, thereby relieving the union of its responsibility. At the Dennis house on Sunday night, Roth told WV of his intention “to exert every political pressure possible to try to get the authorities to do something.” He further claimed that “In some instances, the police have given some protection.”

Roth, who is a prominent supporter of Trade Unionists for Action and Democracy, the trade-union group backed by the reformist Communist Party, not surprisingly places confidence in the bosses’ state. Yet neither courts, cops, troops nor National Guard will protect blacks against racist victimization. This can be clearly seen in the Boston situation, where the courts are conciliating the racists and have taken a giant step backward on the busing plan.

In Boston there have been two sharply counterposed lines on how to defend the endangered blacks from racist attack. On the one hand there are the liberals, joined by the Communist Party and Socialist Workers Party, who have called for federal troops. Against this dead-end reliance on the armed forces of the capitalist state, the Spartacist League has called for integrated working class defense. Both in Chicago and Boston or elsewhere, labor/black defense guards could quickly eliminate racist terrorists, neutralize wavering elements in the white population and eventually defuse racist mobilizations.

The Local 6 action could be the start of a general initiation of militant, class-struggle response to racist terror in the Chicago area, but only if the whole Local, leadership included, works to undertake it seriously and spread the idea to other locals. If the Local 6 leadership instead spreads illusions in the state, the way will be left open for a worsening racial polarization. The guard must not be ended prematurely, on the advice or promise of the cops or city officials that defense will be provided by the state.

The recent action of the Local 6 members stands as an inspiring example for all trade unionists and black militants: black and white workers can unite and organize to fend off racist terror. It will take an all-sided fight for class struggle policies and leadership throughout the labor movement to turn this example into the rule. But an important beginning has been made.

PUERTO RICO SOCIALISTA y el Nacionalismo

PUERTO RICO SOCIALISTA

y el Nacionalismo

Publicado en ESPARTACO Vol. 1 No. 1, por la Spartacist League de los EE.UU. en octubre de 1966. 

Muchas personas apoyan la independencia de Puerto Rico. Nosotros apoyamos la lucha del proletariado boricua por su independencia. Pero no concordamos con muchos de los que aparentemente dicen querer lo mismo. Estos señores no explican al proletariado puertorriqueño lo que quieren decir por independencia. Este es un término muy confuso en la mentalidad pequeña burguesa pero muy claro para los revolucionarios. Independencia para quién? ¿Es que la actual sociedad burguesa no contiene clases que existen en permanente contradicción? ¿Para los comerciantes, caudillos y mercaderes portorriqueños? ¿O para el proletariado?

Los dirigentes nacionalistas nos tratan de vender el mito de que todos los puertorriqueños pertenecemos a una sola clase. Esto no es verdad. Este no es el caso de ninguna de las naciones latinoamericanas. La mayoría de éstas no son “colonias” legalmente y se llaman “independientes”. Pero la clase obrera en estas naciones no es la que manda y el campesinado es brutalmente explotado por las burguesías nacionales.

Aún sin los imperialistas yanquis Puerto Rico tendría una clase local de “ricos” que explotan a la clase obrera y al campesinado. El nacionalismo no explica esto y naturalmente no lo resuelve. El nacionalismo es un substituto incompleto para la dictadura del proletariado.

El repetir slogans no resuelve la ausencia de un programa forjado y definido por las luchas del proletariado portorriqueño. Esta falta de teoría revolucionaria confunde a la clase obrera, la envanece en estupideces chovinistas y le impide evaluar científicamente su pasado y presente revolucionario. Con esta clase de activismo ultra-nacionalista nada es avanzado, la lucha se estanca en un lodazal de fraseología calcada del jacobinismo francés de 1789.

Debemos de recordarles a los líderes nacionalistas que el proletariado no es un cretino al que se le debe de educar por “etapas”, o sea, primero “independencia” y después socialismo. Peor es evadir el problema con la simplista ecuación independencia = socialismo, como hacen Corretjer y su séquito en la Liga Socialista de Puerto Rico. Sin explicación concreta de lo que se quiere decir esta ecuación es usada por los políticamente estériles. Semejante ecuación es puesta de pies sólo cuando el proletariado es el agente directo de la revolución-independencia. El proletariado puede tener aliados que pertenecen a las otras clases (como la pequeña burguesía urbana y el campesinado). Pero es el proletariado el que debe de llevar a la revolución en sus hombros. No un bloque o “frente” de clases en el cual ninguna clase es distinguida de las otras (para ventaja de los oportunistas).

Un Puerto Rico socialista debería de tratar de formar una confederación de estados socialistas en el Caribe. Esto incluiría a Haití y a la República Dominicana, además de otras islas en la región. Cuba estaría incluida naturalmente, aunque es difícil de predecir qué será de la burocracia de Castro cuando los obreros tomen el poder en el Caribe.

Esto es lo que queremos decir cuando decimos lucha socialista. Esto trascende los confines geográficos impuestos por el capitalismo mundial y trascende los estrechos confines mentales de los propagandistas del nacionalismo “socialista.” El proletariado no tiene patria.

La revolución nacionalista terminará en las manos de la burguesía portorriqueña si es que no se transforma en una revolución socialista. Una vez en las manos de estos líderes “patriotas” Puerto Rico volverá indirectamente al tentáculo imperialista pues éste controla el mercado mundial. Esto significa que la lucha contra la explotación deberá de continuar adentro de Puerto Rico aunque el imperialismo en persona haya sido arrojado. Debemos arrojar de Puerto Rico a los dos, al imperialismo y a sus lacayos, al mismo tiempo.

Para la mayoría de los portorriqueños, ya sean obreros o campesinos, la revolución nacionalista no garantiza verdadera democracia. Sólo si los obreros controlan su propia revolución a través de medios políticos creados por ellos (como comités obreros) Puerto Rico obtendrá independencia política y económica. Sólo si la clase obrera de Puerto Rico se alía con las clases obreras revolucionarias latinoamericanas y mundiales podrá un Puerto Rico socialista sostenerse en contra de las presiones militares y económicas del imperialismo yanqui.

La victoria nacionalista de 1897, la lucha heroica de Ponce en 1937 y la revolución de 1950 deben de ser sobrepasadas. La revolución socialista debe de ser una realidad en Puerto Rico como lo debe de ser en los E.E.U.U., Latinoamérica y el mundo entero.

Seize the Opportunity! Revolutionary Regroupment

Seize the Opportunity!

Revolutionary Regroupment

[First printed in Spartacist # 14, November-December 1969]

The pressing need in this country for a united Leninist vanguard could never be more heavily underscored than at the present moment. In the past two years, it is clear, the major direction of social motion has been toward the right, with political and ethnic-racial polarization increasing. The country is perhaps more sharply divided now than at any tIme since the  early years of Roosevelt’s “New Deal.” Flag-waving patrIotism with its blatant racist overtones is back in style; the Nixon administration has reassembled the Bourbon Dixiecrat/reactionary Republican alliance; “law and order” is the catchword; and the Black Panther Party faces a government attempt at root-and:branch destruction. All sections of society are deeply split over Viet Nam policy, giving rise to the seeming abberation of the anti-war bourgeoisie’s Viet Nam Moratorium. In the midst of thIs deepening polarization the the working class, rebellious and in motion, is turning to reactionary demagogues lIke Wallace for lack of a revolutionary alternative.

In general, the U.S. left-wing movement, pragmatic and opportunist, has moved to the right in keeplng with the general drift. However, in reflexIve reactIon to the prevaling mood, an impulse to the left has found expression within most. of the organized radical groups. Much recent evident fracturing has resulted from leftward-moving internal forces clashing with stand-pat or opportunist groupings with-In their organizations. The Spartacist tendency itself crystallized in opposition to the Socialist Workers Party’s capitUlation to Castroism, Black Nationalism and middle-class politics which marked its transformation from revolutionary Trotskyism to revisionism. In fact right/left tensions have recently appeared even in the remains of such fossilized reformist groups as the Socialist Party and Communist Party and even the Socialist Labor Party has had two recent substantial breakaways.

But perhaps the clearest expression of social motion refracted into left-wing politics is the SDS split in Chicago. The split took place over perhaps the two most fundamental issues facing revolutionaries today -the Black question and an orientation toward the workmg class. The result was a right/left split which has driven home to thousands of would-be revolutionaries the imperative necessity of political struggle and clarification. The winner in the SDS dispute was the Boston SDS, whose non-exclusionism embodied a recognition of this basic principle of political conduct. However, the behavior of the right wing-already split into violently hostile rival factions, the “RevolutIonary Youth Movement” and the “Weathermen” has undoubtedly served to disorient and demoralize many young radicals and drive them out of political activity.

Groupings like the Boston SDS and its Worker-Student Alliance caucus, and left tendencies in other organizations, are open to revolutionary politics. But, simple gut-level “leftism” and a crude working-class perspective only pose the question. Both major factIons in SDS have attempted to go beyond mindless activism toward a Marxist programmatic solutIon, yet large sectIons of them appear unable to reach beyond an arnazed rediscovery of the arch betrayers of the communist movement, Stalin and his various epigones! Nor was this abysmal nonsense separated out by an otherwIse clarifying, if unfortunate, split: the class-conscious WSA is led by the ProgressIve Labor Party, whose ambIvalence toward its most recent impulse toward a proletarian revolutionary line- places it in the excruciating. contradiction of maintaining Mao and Stalin as official heroes while often surreptitiously (and opportunistically) sweeping into the dustbin the grosser revisionist practices most characteristic of these self-same idols! (e.g., the bloc of four classes, the theory of the two-stage revolution, peasant-oriented “Third Worldism,” the popular front, violence. against left critics). An oscillation between a proletarian impulse and the tired old politics of Stalinism is the inevitable result of seeking a revolutionary practice in the anti-revolutionary dogma of Maoism. In fact, in the idiocies of Rudd’s Weathermen or Avakian’s Revolutionary Union, PL can see the journey to the Maoist shrine down the same path PL once unambiguously walked, and only marvel that these new Red Guards are more orthodox than they!

But PL is by no means the only organization with contradictions in its make-up. A group like the “third camp” International Socialists, like its sometime ally the Labor Committee of L. Marcus, can draw in young radicals on the basis of a revolutionary facade, although in essential thrust both groups might be best described as the extreme left wing of social democracy.

Left-Communist Regroupment

It would be sectarian and blatantly anti-Leninist to passively accept a situation which allows would-be Marxists to persist in following a program which falls qualitatively short of a revolutionary line. To reverse this process, we call for political and theoretical polarization of the ostensibly revolutionary groupings, leading ultimately to a left-communist regroupment of all organizations, factions, tendencies and individuals who stand on an anti-revisionist Marxist program, toward the formation of a Leninist vanguard party. The objective preconditions for such a process are, we believe, abundantly fulfilled; however, the subjective desire to transcend the existing organizational lineups is manifestly lacking on the part of many of those who should seek such a regroupment. And the opportunity is transitory.

What “Regroupment” Means

It should not be thought that a call for regroupment means a cessation of political and theoretical struggle; on the contrary, only a conscious strategy of increased polarization separating the future cadre of the Marxist movement from the opportunists and garbage will make any future unity feasible. By analogy, we might say that perhaps the most deserving victim of the SDS split was the postulate-an ideological cornerstone of the New Left-that fundamental political divisions of an earlier era and other movements could be casually relegated to the scrap heap.

For ignoring history carries no guarantee history will reciprocate in like manner! After the Communist Party of France sold out the revolutionary upheaval of May 1968, many of the outlawed groups to the left of the CP felt the need for unity to counterpose a mass working-class party to the Stalinists. At this juncture a great opportunity was derailed, as the Lutte Ouvriere tendency compromised themselves fatally. Rather than proposing unity on the basis of a proletarian Marxist program (that is, the Leninist method of splits and fusions) they retreated to a search for the lowest common denominator, gratuitously abandoning their political positions in favor of the hoped for programless collective. Rather than unity this brought chaos and a swelling of the ranks of the revisionists within the Trotskyist movement; in the bargain LO actually placed themselves to the right of the revisionists.

Mutual Amnesty

Such a “unity” is of course no unity at all, but merely an ultimately defective strategy for an unprincipled coalition for the purpose of dodging political issues, a mutual amnesty from the testing in practice of competing theories and programs. Speaking of his own struggle within the Russian movement between his own faction and a grouping of “pro-party Mensheviks,” Lenin stated that the task facing his group was to organize militants around “a definite party line.” “Unity,” he said further, “is inseparable from its ideological foundation.” The political differences which had formerly existed between Lenin and the “pro-party Mensheviks” were resolved in the course of extended common work and theoretical struggle, as he had anticipated. And while Plekhanov and a few other unreconstructed leaders of this Menshevik grouping soon broke with the Leninists, the bulk of its rank and file came over squarely to the revolutionaries. It was precisely this fusion in 1912 which hardened the political separation and forged the revolutionary faction into the Bolshevik party. This fusion was not different in kind from the infinitely more famous entry of Trotsky’s Mezhrayontsi (InterDistrict group) into Lenin’s party in the summer of 1917, which set the stage for the successful October Revolution which followed it.

United Front Tactic

In the past few months the left has found itself bombarded with calls for “united actions,” for a lessening of “factionalism” and, so far as SDS is concerned, an end to the pitched battles between competing tendencies. It is ironic but no doubt typical that such calls for an increase in political consqiousness have emanated from exactly those people who have done their damnedest over the years to ridicule and destroy that consciousness whose lack they now bemoan (as, for example, the Guardian, whose shameless “reportage of the SDS split continued their whitewash of earlier efforts by the old SDS leadership to purge PL from their organization).

“Unity of action” among left orgaizations-when there is a real basis of political agreement on the specific issue-is essential to the crystaIlizatiod of a revolutionary vanguard. United fronts as formulated by Lenin and Trotsky had as their main goal the regroupment of both the cadre and the rank and file of non-communist workers’ organizations into the communist party, by demonstrating in action that only the communists were willing to carry the struggles through to the end. The slogan of the united front was “march separately, strike together” meaning that these groups cooperate against the common enemy, but were not politically subordinated either to each other or to a common organization.

The class line is decisive here. Revisionists try to subordinate the working class to the liberal bourgeoisie or other sectors of the ruling class by means of popular fronts. Thus the CP, under the slogan of an “anti-monopoly coaIition, has fought the emergence of a labor party by supporting liberal Democrats against “reactionaries”; the Black Panther Party, panicked and disoriented by fierce government repression and lacking the bulwark of ideological clarity, calls for a “united front against fascism,” a cover for capitulation to the CP in order to seek as allies the “respectable” liberals-that force which willingly abets and apologizes for their persecution!; the SWP ferociously opposes the introduction of anti-imperialst, pro-socialist politics into their seemgly endless aggregate of classless “peace” actions while throwing open the door to politicians like McCarthy and Lindsay. The purpose of all such popuar fronts is to blur political issues. A revolutionary regroupment must forthrIghtly stand on a decisive repudiation of these and like betrayals.

Political Basis

As our contribution to furthering a process of principled regroupment of revolutionaries, we raise the following political points as the basis of such a reegroupment:

1. For Democratic Rights Within the Workers’ Movement!

The task of the left is to fight for working-class consciousness. Consistent with thIs aim must be the repudiation of gangsterism, which substitutes physical for political confrontation. Exclusionism (and the “cult of violence” so typical of the frenzied petty-bourgeoisie) exposes its practitioners as afraid that their politics will not stand the test of open poItlcal debate and competition in action.

Concommitantly, the left must repudiate the method of oversimplification and slander against ideological opponents. To attack those with different programs as subjectively “racist,” ‘counter-revolutionaries” “police agents” “proto-fascists” etc. is to obscure the issues and play into the hands of the anti-communists _ e.g., social democrats, pro-capitalist liberals etc.- whose pet attack against the ostensIble revolutionaries has always been that the pro-Leninist left is “as bad as the right wing,” “only the reverse side of the coin,” etc. This is not to downgrade the necessity to struggle against wrong politics, which certainly serve objectively to disorient and weaken the revolutionary cause. But it is a far cry from this to the allegation -always so appealing to those whose political educatlon has been in the Stalinist movement -that opponent organizations and indivlduals are subjectively trying to do the work of the enemy. Likewise, regardless of political disagreement, all honest militants must mobilize for the defense of other left-wing tendencies against reactionary terrorism or bourgeois repression.

Revolutionaries must fight the imposition of organizational separations where political differences no longer hold sway. All organizations claiming adherence to revolutionary principles must declare their willingness to participate in and actively initiate united actions where political agreement exists, and must refuse to permIt necessary political polemic and criticism to be construed as a bar to principled united fronts.

2. For a ‘Working-Class Orientation!

The basis of a revolutionary perspective must be the reaffirmation of Lenin and Trotsky’s understanding ofproletarian revolution as the only feasible model. Would-be revolutionaries must forthrightly reject the GuevarIst-type “peasant guerrilla road to socialism” and the petty-bourgeois nationalism of bureaucratic Stalinist leaderships.

The central tactic in fighting for communist hegemony in the working class must be an orientation toward buildingfractions within the trade union movement, rather than toward the doomed sterile approach of abstract propagandism from the outside propounded by the SLP, Marcus’ Labor Committee and others. The concept of transitional demands- i.e., demands whIch lead to revolutionary consciousness and are realizable only through struggle- is vital here in avoiding the otherwIse inevitable frantic oscillation between minimal economist tail-ending of the labor bureaucracy and face-saving ultra-revolutionary rhetoric. RevolutIonarIes must fight, against the intervention of the capitalist state in the trade unions, both directly (as an “ImpartIal” arbIter of disputes between the corrupt labor bureaucrats and the rank and file) and indirectly through the class collaborationist of the bureaucrats. The reliance of the workers, on supposedly “prolabor” capitalist politiclans must be broken by fighting. for independent working-class politIcal actIon.

3. Defeat Black Nationalism by Class Struggle Politics!

Several. groupings on the left found themselves in substantIal agreement in condemning the recent pro-CP turn of the Black Panthers. In general these groups have also come – unwillingly and after a hIstory of opportunism on the questIon- to a realization of the necessity to break with the dead end Black Nationalism of the sort slavishly tail-ended by RYM and the SWP. The petty-bourgeoIs separatIst, anti-class approach of these demagogues has assisted in compoundmg the racism of the white working dass and drIving natural class allies further from each other. Likewise the classless demand of “community control does not remain classless in a class society and can be infused with simple reactionary content as well as gutless Populism.

Yet aspiring revolutlonarIes must utilize in the struggle against Black Nationalist illusions the recognition of Lenin’s dictum that the chauvinism of the oppressed is not IdentIcal to the chauvinism of the oppressor. Revolutionaries must transcend any impulse toward colorblind, oversImplIfied “workerism” in favor of a sensitivity to the pervasive special oppression of black workers.

4. For a Class Line on the War!

In the past virtually every orgamzatlon has climbed on the bandwagon of opportunist, middle-class anti-war politics, although none has exceeded the shameless machinations of the ex-Trotskyist SWP. Similarly, the left let itself be intimidated by the overwhelming mood of moralistic, anti-draft “resistance” confrontationism, refusing to raise the alternative of anti-war struggle in the army among working-class draftees until the creation willy-nilly of massive anti-war sentiment among G.I.s themselves forced the issue.

Those who are sincere in their anticapitalist intentions must break from their past mistakes as they would have the working class break from its misleaders. They must learn from the spectacle of avowed revolutionaries demanding a classless “peace” and catering to the social chauvinism of “Bring Our Boys Home Now” the necessity for a policy of revolutionary defeatism toward imperialism and a strategy’ of linking the so-called “war madness” to an understanding of the capitalist system with a program of workingclass- oriented anti-war demands, to break anti-war militants from middle class liberalism to proletarian intransigence.

5. For Internatioinalism!

Those who recognize the nature of capitalism as an international system must give more than’ lip service to the need for an international revolutionary movement to fight it. They must condemn the pragmatic know-nothing anti-internationalism of such groups as the Labor Committee, and also the slavish worship of what is which leads the RYM-Weatherman mob to betray those they profess to “serve” by issuing blank checks to the Stalinist mis-leaders of the “Third World.” They must carry further their condemnation of revisionism and recognize it as the inevitable result of a belief in “Socialism in One Country,” as the national bureaucracies desperately bargain away other revolutions in exchange for temporary curtailment of imperialism’s appetites toward the gains of their own. The urgent need for communist unity against imperialism presupposes political revolution in the deformed workers states to replace Stalinist nationalism with the revolutionary will of the international working class.

6. For a Vanguard Party!

The theoretical and organizational continuity of ‘the revolutionary movement cannot be preserved except through a Leninist vanguard. Without an internationalist vanguard party the spontaneous revolutionary aspirations of the working masses cannot effect the overthrow of capitalism. Class-conscious revolutionaries agreed on the essentials of principle and program must agree to join together in a democratic and’ centralist collective of those united in struggle on the basis of the above points.

Trade Unions in the Epoch of Imperialist Decay

Trade Unions in the Epoch of Imperialist Decay

by Leon Trotsky (1940)

[First Published in English: Fourth International [New York], Vol.2 No.2, February 1941, pp.40-43. Copied from http://www.marxists.org/archive/trotsky/1940/xx/tu.htm ]

(The manuscript of the following article was found in Trotsky’s desk. Obviously, it was by no means a completed article, but rather the rough notes for an article on the subject indicated by his title. He had been writing them shortly before his death. – The Editors of FI)

There is one common feature in the development, or more correctly the degeneration, of modern trade union organizations in the entire world: it is their drawing closely to and growing together with the state power. This process is equally characteristic of the neutral, the Social-Democratic, the Communist and “anarchist” trade unions. This fact alone shows that the tendency towards “growing together” is intrinsic not in this or that doctrine as such but derives from social conditions common for all unions.

Monopoly capitalism does not rest on competition and free private initiative but on centralized command. The capitalist cliques at the head of mighty trusts, syndicates, banking consortiums, etcetera, view economic life from the very same heights as does state power; and they require at every step the collaboration of the latter. In their turn the trade unions in the most important branches of industry find themselves deprived of the possibility of profiting by the competition between the different enterprises. They have to confront a centralized capitalist adversary, intimately bound up with state power. Hence flows the need of the trade unions – insofar as they remain on reformist positions, ie., on positions of adapting themselves to private property – to adapt themselves to the capitalist state and to contend for its cooperation. In the eyes of the bureaucracy of the trade union movement the chief task lies in “freeing” the state from the embrace of capitalism, in weakening its dependence on trusts, in pulling it over to their side. This position is in complete harmony with the social position of the labor aristocracy and the labor bureaucracy, who fight for a crumb in the share of superprofits of imperialist capitalism. The labor bureaucrats do their level best in words and deeds to demonstrate to the “democratic” state how reliable and indispensable they are in peace-time and especially in time of war. By transforming the trade unions into organs of the state, fascism invents nothing new; it merely draws to their ultimate conclusion the tendencies inherent in imperialism.

Colonial and semi-colonial countries are under the sway not of native capitalism but of foreign imperialism. However, this does not weaken but on the contrary, strengthens the need of direct, daily, practical ties between the magnates of capitalism and the governments which are in essence subject to them – the governments of colonial or semi-colonial countries. Inasmuch as imperialist capitalism creates both in colonies and semi-colonies a stratum of labor aristocracy and bureaucracy, the latter requires the support of colonial and semicolonial governments, as protectors, patrons and, sometimes, as arbitrators. This constitutes the most important social basis for the Bonapartist and semi-Bonapartist character of governments in the colonies and in backward countries generally. This likewise constitutes the basis for the dependence of reformist unions upon the state.

In Mexico the trade unions have been transformed by law into semi-state institutions and have, in the nature of things, assumed a semi-totalitarian character. The stateization of the trade unions was, according to the conception of the legislators, introduced in the interests of the workers in order to assure them an influence upon the governmental and economic life. But insofar as foreign imperialist capitalism dominates the national state and insofar as it is able, with the assistance of internal reactionary forces, to overthrow the unstable democracy and replace it with outright fascist dictatorship, to that extent the legislation relating to the trade unions can easily become a weapon in the hands of imperialist dictatorship.

Slogans for Freeing the Unions

From the foregoing it seems, at first sight, easy to draw the conclusion that the trade unions cease to be trade unions in the imperialist epoch. They leave almost no room at all for workers’ democracy which, in the good old days, when free trade ruled on the economic arena, constituted the content of the inner life of labor organizations. In the absence of workers’ democracy there cannot be any free struggle for the influence over the trade union membership. And because of this, the chief arena of work for revolutionists within the trade unions disappears. Such a position, however, would be false to the core. We cannot select the arena and the conditions for our activity to suit our own likes and dislikes. It is infinitely more difficult to fight in a totalitarian or a semitotalitarian state for influence over the working masses than in a democracy. The very same thing likewise applies to trade unions whose fate reflects the change in the destiny of capitalist states. We cannot renounce the struggle for influence over workers in Germany merely because the totalitarian regime makes such work extremely difficult there. We cannot, in precisely the same way, renounce the struggle within the compulsory labor organizations created by Fascism. All the less so can we renounce internal systematic work in trade unions of totalitarian and semi-totalitarian type merely because they depend directly or indirectly on the workers’ state or because the bureaucracy deprives the revolutionists of the possibility of working freely within these trade unions. It is necessary to conduct a struggle under all those concrete conditions which have been created by the preceding developments, including therein the mistakes of the working class and the crimes of its leaders. In the fascist and semi-fascist countries it is impossible to carry on revolutionary work that is not underground, illegal, conspiratorial. Within the totalitarian and semi-totalitarian unions it is impossible or well-nigh impossible to carry on any except conspiratorial work. It is necessary to adapt ourselves to the concrete conditions existing in the trade unions of every given country in order to mobilize the masses not only against the bourgeoisie but also against the totalitarian regime within the trade unions themselves and against the leaders enforcing this regime. The primary slogan for this struggle is: complete and unconditional independence of the trade unions in relation to the capitalist state. This means a struggle to turn the trade unions into the organs of the broad exploited masses and not the organs of a labor aristocracy.

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The second slogan is: trade union democracy. This second slogan flows directly from the first and presupposes for its realization the complete freedom of the trade unions from the imperialist or colonial state.

In other words, the trade unions in the present epoch cannot simply be the organs of democracy as they were in the epoch of free capitalism and they cannot any longer remain politically neutral, that is, limit themselves to serving the daily needs of the working class. They cannot any longer be anarchistic, i.e. ignore the decisive influence of the state on the life of peoples and classes. They can no longer be reformist, because the objective conditions leave no room for any serious and lasting reforms. The trade unions of our time can either serve as secondary instruments of imperialist capitalism for the subordination and disciplining of workers and for obstructing the revolution, or, on the contrary, the trade unions can become the instruments of the revolutionary movement of the proletariat.

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The neutrality of the trade unions is completely and irretrievably a thing of the past, gone together with the free bourgeois democracy.

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From what has been said it follows quite clearly that, in spite of the progressive degeneration of trade unions and their growing together with the imperialist state, the work within the trade unions not only does not lose any of its importance but remains as before and becomes in a certain sense even more important work than ever for every revolutionary party. The matter at issue is essentially the struggle for influence over the working class. Every organization, every party, every faction which permits itself an ultimatistic position in relation to the trade union, i.e., in essence turns its back upon the working class, merely because of displeasure with its organizations, every such organization is destined to perish. And it must be said it deserves to perish.

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Inasmuch as the chief role in backward countries is not played by national but by foreign capitalism, the national bourgeoisie occupies, in the sense of its social position, a much more minor position than corresponds with the development of industry. Inasmuch as foreign capital does not import workers but proletarianizes the native population, the national proletariat soon begins playing the most important role in the life of the country. In these conditions the national government, to the extent that it tries to show resistance to foreign capital, is compelled to a greater or lesser degree to lean on the proletariat. On the other hand, the governments of those backward countries which consider inescapable or more profitable for themselves to march shoulder to shoulder with foreign capital, destroy the labor organizations and institute a more or less totalitarian regime. Thus, the feebleness of the national bourgeoisie, the absence of traditions of municipal self-government, the pressure of foreign capitalism and the relatively rapid growth of the proletariat, cut the ground from under any kind of stable democratic regime. The governments of backward, i.e., colonial and semi-colonial countries, by and large assume a Bonapartist or semi-Bonapartist character; and differ from one another in this, that some try to orient in a democratic direction, seeking support among workers and peasants, while others install a form close to military-police dictatorship. This likewise determines the fate of the trade unions. They either stand under the special patronage of the state or they are subjected to cruel persecution. Patronage on the part of the state is dictated by two tasks which confront it.. First, to draw the working class closer thus gaining a support for resistance against excessive pretensions on the part of imperialism; and, at the same time, to discipline the workers themselves by placing them under the control of a bureaucracy.

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Monopoly Capitalism and the Unions

Monopoly capitalism is less and less willing to reconcile itself to the independence of trade unions. It demands of the reformist bureaucracy and the labor aristocracy who pick the crumbs from its banquet table, that they become transformed into its political police before the eyes of the working class. If that is not achieved, the labor bureaucracy is driven away and replaced by the fascists. Incidentally, all the efforts of the labor aristocracy in the service of imperialism cannot in the long run save them from destruction.

The intensification of class contradictions within each country, the intensification of antagonisms between one country and another, produce a situation in which imperialist capitalism can tolerate (i.e., up to a certain time) a reformist bureaucracy only if the latter serves directly as a petty but active stockholder of its imperialist enterprises, of its plans and programs within the country as well as on the world arena. Social-reformism must become transformed into social-imperialism in order to prolong its existence, but only prolong it, and nothing more. Because along this road there is no way out in general.

Does this mean that in the epoch of imperialism independent trade unions are generally impossible? It would be fundamentally incorrect to pose the question this way. Impossible are the independent or semi-independent reformist trade unions. Wholly possible are revolutionary trade unions which not only are not stockholders of imperialist policy but which set as their task the direct overthrow of the rule of capitalism. In the epoch of imperialist decay the trade unions can be really independent only to the extent that they are conscious of being, in action, the organs of proletarian revolution. In this sense, the program of transitional demands adopted by the last congress of the Fourth International is not only the program for the activity of the party but in its fundamental features it is the program for the activity of the trade unions.

(Translator’s note: At this point Trotsky left room on the page, to expound further the connection between trade union activity and the Transitional Program of the Fourth International. It is obvious that implied here is a very powerful argument in favor of military training under trade union control. The following idea is implied: Either the trade unions serve as the obedient recruiting sergeants for the imperialist army and imperialist war or they train workers for self-defense and revolution.)

The development of backward countries is characterized by its combined character. In other words, the last word of imperialist technology, economics, and politics is combined in these countries with traditional backwardness and primitiveness. This law can be observed in the most diverse spheres of the development of colonial and semi-colonial countries, including the sphere of the trade union movement. Imperialist capitalism operates here in its most cynical and naked form. It transports to virgin soil the most perfected methods of its tyrannical rule.

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In the trade union movement throughout the world there is to be observed in the last period a swing to the right and the suppression of internal democracy. In England, the Minority Movement in the trade unions has been crushed (not without the assistance of Moscow); the leaders of the trade union movement are today, especially in the field of foreign policy, the obedient agents of the Conservative party. In France there was no room for an independent existence for Stalinist trade unions; they united with the so-called anarcho-syndicalist trade unions under the leadership of Jouhaux and as a result of this unification there was a general shift of the trade union movement not to the left but to the right. The leadership of the CGT is the most direct and open agency of French imperialist capitalism.

In the United States the trade union movement has passed through the most stormy history in recent years. The rise of the CIO is incontrovertible evidence of the revolutionary tendencies within the working masses. Indicative and noteworthy in the highest degree, however, is the fact that the new “leftist” trade union organization was no sooner founded than it fell into the steel embrace of the imperialist state. The struggle among the tops between the old federation and the new is reducible in large measure to the struggle for the sympathy and support of Roosevelt and his cabinet.

No less graphic, although in a different sense, is the picture of the development or the degeneration of the trade union movement in Spain. In the socialist trade unions all those leading elements which to any degree represented the independence of the trade union movement were pushed out. As regards the anarcho-syndicalist unions, they were transformed into the instrument of the bourgeois republicans; the anarcho-syndicalist leaders became conservative bourgeois ministers. The fact that this metamorphosis took place in conditions of civil war does not weaken its significance. War is the continuation of the self-same policies. It speeds up processes, exposes their basic features, destroys all that is rotten, false, equivocal and lays bare all that is essential. The shift of the trade unions to the right was due to the sharpening of class and international contradictions. The leaders of the trade union movement sensed or understood, or were given to understand, that now was no time to play the game of opposition. Every oppositional movement within the trade union movement, especially among the tops, threatens to provoke a stormy movement of the masses and to create difficulties for national imperialism. Hence flows the swing of the trade unions to the right, and the suppression of workers’ democracy within the unions. The basic feature, the swing towards the totalitarian regime, passes through the labor movement of the whole world.

We should also recall Holland, where the reformist and the trade union movement was not only a reliable prop of imperialist capitalism, but where the so-called anarcho-syndicalist organization also was actually under the control of the imperialist government. The secretary of this organization, Sneevliet, in spite of his Platonic sympathies for the Fourth International was as deputy in the Dutch Parliament most concerned lest the wrath of the government descend upon his trade union organization.

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In the United States the Department of Labor with its leftist bureaucracy has as its task the subordination of the trade union movement to the democratic state and it must be said that this task has up to now been solved with some success.

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The nationalization of railways and oil fields in Mexico has of course nothing in common with socialism. It is a measure of state capitalism in a backward country which in this way seeks to defend itself on the one hand against foreign imperialism and on the other against its own proletariat. The management of railways, oil fields, etcetera, through labor organizations has nothing in common with workers’ control over industry, for in the essence of the matter the management is effected through the labor bureaucracy which is independent of the workers, but in return, completely dependent on the bourgeois state. This measure on the part of the ruling class pursues the aim of disciplining the working class, making it more industrious in the service of the common interests of the state, which appear on the surface to merge with the interests of the working class itself. As a matter of fact, the whole task of the bourgeoisie consists in liquidating the trade unions as organs of the class struggle and substituting in their place the trade union bureaucracy as the organ of the leadership over the workers by the bourgeois state. In these conditions, the task of the revolutionary vanguard is to conduct a struggle for the complete independence of the trade unions and for the introduction of actual workers’ control over the present union bureaucracy, which has been turned into the administration of railways, oil enterprises and so on.

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Events of the last period (before the war) have revealed with especial clarity that anarchism, which in point of theory is always only liberalism drawn to its extremes, was, in practice, peaceful propaganda within the democratic republic, the protection of which it required. If we leave aside individual terrorist acts, etcetera, anarchism, as a system of mass movement and politics, presented only propaganda material under the peaceful protection of the laws. In conditions of crisis the anarchists always did just the opposite of what they taught in peace times. This was pointed out by Marx himself in connection with the Paris Commune. And it was repeated on a far more colossal scale in the experience of the Spanish revolution.

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Democratic unions in the old sense of the term, bodies where in the framework of one and the same mass organization different tendencies struggled more or less freely, can no longer exist. Just as it is impossible to bring back the bourgeois-democratic state, so it is impossible to bring back the old workers’ democracy. The fate of the one reflects the fate of the other. As a matter of fact, the independence of trade unions in the class sense, in their relations to the bourgeois state can, in the present conditions, be assured only by a completely revolutionary leadership, that is, the leadership of the Fourth International. This leadership, naturally, must and can be rational and assure the unions the maximum of democracy conceivable under the present concrete conditions. But without the political leadership of the Fourth International the independence of the trade unions is impossible.

No al silencio público sobre la traición del LSSP

Carta de 1960 de James Robertson al Comité Político del SWP

No al silencio público sobre la traición del LSSP

Nueva York

8 de agosto de 1960

Al Comité Político

Estimados camaradas:

Me dirijo a ustedes con respecto al silencio público de nuestro partido acerca de la reciente y continua traición contra la clase obrera ceilanesa y el movimiento trotskista mundial perpetrada por el Lanka Sama Samaja Party. Me refiero, desde luego, a la participación de ese partido en un pacto electoral de “Frente Popular” con el partido estalinista y el partido burgués nacionalista de izquierda representado por la viuda Bandaranaike.

Al plantear este asunto en privado con varios miembros de su órgano, me han dicho que se han enviado cartas a los ceilaneses y que ustedes creen que por ahora los marxistas revolucionarios en el LSSP pueden lograr una mayor ventaja si nos quedamos callados públicamente. Debo disentir y los insto a reconsiderar.

Cuando leí en el NY Times sobre el pacto electoral, más tarde sobre la elección y finalmente sobre el apoyo que continúa dándole el LSSP al nuevo gobierno capitalista, mi preocupación sobre esta capitulación clásicamente socialdemócrata se vio mitigada por dos reflexiones: 1) primero, que la construcción de un genuino partido trotskista para la isla tal vez podría realizarse sobre las ruinas y, 2) que ahora podríamos arrinconar realmente a Pablo, no por un voto oscuro de sus partidarios en una reunión provincial del Partido Laborista británico, sino por un acto claro de proporciones históricas de un partido importante, un acto en torno al cual los órganos centrales mundiales de la CI [IV Internacional] deberían tomar una posición, la cual se basaría en estar a favor o en contra de los principios revolucionarios elementales.

Pero el silencio en el Militant debilita ambas esperanzas. En Ceilán nuestro silencio, aunque pueda mantener temporalmente nuestra “respetabilidad” en boca de los dirigentes, también les proporciona un arma formidable contra cualquier militante que confronten: “Incluso los estadounidenses sólo están molestos en privado y están abordando esto como un asunto entre camaradas”. Y por lo que respecta a la situación de Pablo ante el movimiento mundial, cada día de retraso le permite decir en los hechos: “Tú eres otro maniobrero al subordinar los principios a la táctica”.

Camaradas, de que ustedes condenan a los ex trotskistas ceilaneses no tengo duda alguna; pero el que no lo planteen públicamente y con gran seriedad sólo daña al movimiento internacionalmente.

Saludos camaraderiles,

James Robertson

[Copiado de http://www.icl-fi.org/espanol/spe/37/let-lssp.html ]

Verdade ou Consequências

Por favor, os verdadeiros mercenários políticos podem se levantar? 

Verdade ou Consequências 

Publicamos a seguir uma carta endereçada pela Tendência Bolchevique (atual Tendência Bolchevique Internacional) ao Workers Vanguard, jornal da Liga Espartaquista dos EUA (SL). Ela é uma resposta a um artigo da SL que tentou difamar a Tendência Bolchevique. Ambas organizações, em momentos diferentes, foram capazes de sintetizar um programa revolucionário para a realidade do pós-Segunda Guerra Mundial, porém se degeneraram e deixaram de representar embriões para a construção de um partido revolucionário do proletariado. Sua tradução para o português foi realizada pelo Reagrupamento Revolucionário em maio de 2013.

16 de dezembro de 1989
Camaradas:
Ao responder a uma polêmica do Workers Vanguard (WV)contra a Workers League [organização associada ao Comitê Internacional] pela sua postura no caso Mark Curtis [1], o Bulletin [jornal da WL] de 14 de julho de 1989 repete uma série de acusações levantadas contra a Liga Espartaquista pela Tendência Bolchevique.  Em sua réplica (“Why Should Anyone Believe David North?” [Porque alguém deveria acreditar em David North”], WV, 13 de outubro de 1989) vocês aproveitam essa oportunidade para amalgamar a TB com a Workers League (WL), citando o artigo do Bulletin como evidência de que supostamente compartilhamos de um anti-sovietismo, de hostilidade à classe trabalhadora negra, de sede de sangue, de apetite por provocação e de uma “mentalidade criminosa”. Nossa atitude em relação à Workers League tem sido há muito assunto de material público. Nós consideramos esse desagradável bando de outrora acólitos norte-americanos de Gerry Healy como um dos exemplos mais pérfidos de uma psicose de grupos pequenos e de banditismo político na história recente da esquerda dos EUA – excedendo até mesmo vocês. Tendo considerado toda a evidência à disposição, nós concluímos que o militante do SWP de Iowa, Mark Curtis, foi de fato vítima de uma armação da polícia. Nós apoiamos sua campanha de defesa há um ano e meio atrás. A tentativa da WL de apoiar o caso do procurador é mais um episódio em sua cruzada patológica de décadas de duração para destruir o SWP através de todo e qualquer meio sem princípios, incluindo difamação, insinuações de que militantes seus seriam policiais infiltrados no movimento e cumplicidade com as cortes capitalistas.
Entretanto, nada impede que até mesmo os mais inescrupulosos manipuladores políticos possam fazer uso da verdade quando isso atende a seus propósitos. Quantas vezes durante os anos 1930 a mídia burguesa e social-democrata usou os escritos de Trotsky para desacreditar a União Soviética? E quantas vezes os stalinistas oferecem essas citações de Trotsky na mídia burguesa como uma prova de seu “ódio pela União Soviética” e da sua cumplicidade com os poderes imperialistas? Vocês empregam agora essa mesma técnica stalinista de culpa por associação involuntária contra a Tendência Bolchevique, porque a WL, que não é particularmente seletiva em termos dos meios que usam para desacreditar seus oponentes, encontrou na nossa literatura alguns fatos mais danosos para a Liga Espartaquista do que qualquer mentira que pudessem inventar. Nós não seremos mais dissuadidos de publicar a verdade sobre sua organização porque ela pode ser citada pelos direitistas, reformistas ou mercenários políticos, do que Trotsky era por falar a verdade sobre o stalinismo, porque ela poderia ser usada pela burguesia de acordo com seus próprios objetivos contrarrevolucionários.
Sua resposta à WL faz referência às “grotescas calúnias da Tendência Bolchevique contra a Liga Espartaquista”, ao mesmo tempo em que espertamente evita mencionar a que “calúnias” vocês se referem, se esquivando de confrontá-las. Na verdade, a única acusação específica que vocês mencionam é de um artigo publicado em 1917[revista da TB] (que não é citado na polêmica da WL), que compara os regimes internos de Gerry Healy e James Robertson (“A Escola de Robertson de Construção de Partido”, 1917 n. 1). Nesse artigo nós apontamos que, assim como Healy rotineiramente fazia seus oponentes internos serem agredidos, “Isso é algo de que a SL não é culpada no nosso conhecimento”. Vocês se fazem de indignados porque também apontamos que “intimações desse tipo são progressivamente comuns” entre sua liderança, mas vocês se esquivam de comentar os exemplos de tais impulsos que citamos a partir de um relato de um membro dirigente da Liga Espartaquista / Grã Bretanha. Ele perguntou: “Talvez vocês possam explicar por que Len disse [para um antigo membro] para que ele se lembrasse do que momentos de radicalização violenta costumam fazer com ‘pessoas como ele’. Ou por que Ed se sentiu compelido a dizer [para outro membro] que ‘se nós estivéssemos em [outro país] nós iríamos arrebentar você’”. Pessoas razoáveis só podem interpretar observações desse tipo como cultivadoras um apetite para o tipo de violações da democracia operária que deu aos seguidores de Healy uma reputação merecidamente ruim.
Sua reposta aos seguidores de North é feita para dar a seus leitores a impressão de que a TB só faz insinuações vagas em relação à SL. Ninguém iria suspeitar a partir de seu artigo que nós fizemos um número razoável de alegações específicas e concretas em relação a violações do princípio trotskista, do centralismo democrático e da moral proletária por parte de seu Presidente Nacional, James Robertson, e de sua panelinha sicofanta. Várias dessas acusações altamente específicas são repetidas na polêmica da WL. Entretanto, vocês deliberadamente escolheram ignorá-las. Se essas acusações mais específicas fossem falsas, vocês poderiam ter de forma justa nos culpado não só de fazer insinuações, mas (o que é bem pior) de inventar enormes mentiras sobre sua organização. Mas isso necessariamente iria envolver responder nossas acusações de maneira direta – algo que vocês não estão preparados para fazer por uma razão bem constrangedora: elas são verdadeiras.
Nos anos recentes, a liderança da SL se viu forçada a submeter seus membros a testes de múltiplas escolhas, visando elevar seu conhecimento geral. Para aumentar o conhecimento público acerca da Liga Espartaquista, nós os convidamos a fazer o seguinte teste de “verdadeiro ou falso”, consistindo das alegações específicaspublicadas em nossa revista, 1917, que foram recolhidas pelo Bulletin(14 de julho de 1989):
1. “Em 1984, o Workers Vanguard publicou uma notícia de óbito bordada de preto para Yuri Andropov, o chefe da KGB que desempenhou um papel central em massacrar a Revolução Hungára de 1956, reivindicando que ele ‘não cometeu traições abertas em nome do imperialismo’” (V) (F)
2. “Alguns membros da SL que participaram de um ato contra a Ku Klux Klan em Washington, DC, se nomearam de ‘Brigada Yuri Andropov’” (V) (F)
Temos certeza de que até mesmo vocês não teriam dificuldade em responder “verdadeiro” para as duas perguntas acima, já que as respostas podem ser confirmadas consultando-se os devidos números anteriores de Workers Vanguard. Ainda não reconhecidas publicamente até o momento, entretanto, são seguintes acusações sobre a vida interna da SL contidas no Bulletin:
3. “…a liderança colocou fotos do General Jaruzelski [chefe da burocracia stalinista na Polônia] no escritório nacional” (V) (F)
4. “O fundador da SL, James Robertson, teve uma casa de veraneio que custou mais de seis dígitos construída [nós dissemos “comprada” – TB] para si em uma marina, na Bay Area de San Francisco, financiada por uma taxação especial sobre a militância. ‘Apesar da casa ser tecnicamente propriedade da organização, ela é claramente destinada ao uso pessoal de Robertson…’” (V) (F)
5. “‘Adjunta ao seu escritório oficial na sede de New York do grupo está uma sala de diversões especificamente projetada para as escapadas noturnas que ocupam uma sempre crescente parte da atenção do Presidente Nacional.’” (V) (F)
6. “‘Robertson também teve um ofurô instalado em seu vasto apartamento de dois andares em Manhattan.’” (V) (F)
Assim como vários outros ex-membros e membros atuais da SL, nós temos conhecimento pessoal de que a resposta para todas as questões acima é “verdadeiro”. Nós prevemos que vocês não irão publicar esta carta na sua totalidade. Fazer isto significaria confirmar ou negar por escrito as acusações acima; fazer qualquer uma das duas coisas iria ser igualmente desastroso para a reputação da liderança da SL. Negá-las iria contradizer a experiência de cada membro da SL ou simpatizante que viu a foto de Jaruzelski (em exposição por meses no departamento de manutenção da sua sede nova-iorquina), que contribuíram para comprar a casa de Robertson, que perderam muitas horas construindo a sua sala de recreação ou instalando a sua banheira. Uma negação direta iria expor a sua liderança como mentirosos cínicos e sem escrúpulos diante de todos os membros e simpatizantes.
Se, por outro lado, vocês confirmarem essas alegações, e disserem que, como cabeça de uma suposta organização marxista, Robertson tem todo o direito de desfrutar de um estilo de vida com privilégios materiais à custa dos seus membros, e que Jaruzelski merece um lugar de honra nas suas paredes, vocês deixariam para sempre de poder ser levados a sério em sua reivindicação de ser uma organização trotskista, e revelariam a si próprios ao mundo como a seita personalista degenerada que se tornaram. Seria então bastante improvável que qualquer ser humano racional algum dia fosse querer apoiar a Liga Espartaquista.
Vocês, portanto, vão se esconder atrás da única brecha possível nesse momento: desviar a atenção das acusações criando confusão e difamando quem faz as críticas. Um gangster qualquer pode tentar impugnar a reputação de uma testemunha contrária a ele dizendo que é um estuprador ou viciado em drogas; vocês respondem ao testemunho da Tendência Bolchevique com uma bateria de epítetos especificamente elaborados para nos desacreditar aos olhos de militantes da esquerda e dos trotskistas: renegados anti-soviéticos, burocratas sindicais, racistas, agentes provocadores, etc. E somente para o caso de estes termos específicos não terem o efeito desejado, mais algumas acusações – por exemplo, “pequenos bandidos” – são lançadas para este propósito. Estas táticas – todas na pior tradição de Gerry Healy e David North – deveriam lavar os leitores mais atentos de Workers Vanguard a se perguntarem: ‘Por que alguém deveria acreditar em James Robertson?”.
Seus, pela democracia operária,
Jim Cullen (militante da SL entre 1981-86) 
Dave Eastman (militante da SL entre 1972-86) 
pela Tendência Bolchevique.
NOTAS DA TRADUÇÃO
[1] Mark Curtis foi um militante do Partido dos Trabalhadores Socialistas norte-americano (SWP) que, em 1988, foi acusado e condenado pela justiça por supostamente ter abusado sexualmente de uma garota de 15 anos. O SWP alegou que tudo não passou de uma armação, por conta da militância partidária e sindical de Curtis.

O teste em que Jim Robertson não passou

O teste em que Jim Robertson não passou


Originalmente impresso no boletim da Tendência Externa da “tendência Espartaquista internacional” (ET/iSt) número 4, maio de 1985. Traduzido pelo Reagrupamento Revolucionário a partir da versão disponível em inglês no site da Tendência Bolchevique Internacional.

Os sicofantas são encorajados na SL [Liga Espartaquista], não através de discursos bajuladores sobre a “genialidade” ou a “infalibilidade” de [James “Jim”] Robertson e do restante da liderança. Eles são encorajados pela promoção de uma psicologia da reverência, ocasionalmente reforçada com uma intimidação aberta. Por que alguém deve respeitar o julgamento de Nova Iorque [sede da liderança da Liga Espartaquista] até mesmo sobre o mais insignificante dos assuntos? Porque a liderança central é um repositório de grande experiência política e capacidade. Porque eles “passaram por mais testes” do que qualquer outro na organização. Porque desafiar a “autoridade” deles é equivalente a rejeitar a tradição política da qual eles são a “encarnação”, ou a falhar em entender a questão organizativa.

A liderança central (e Robertson em particular) é o guardião do programa trotskista. Ninguém mais tem o direito de ser o guardião do programa. Ninguém mais passou no teste. É meu partido, diz Robertson: e ele está certo. Eu não tenho raiva de J.R. [Jim Robertson]. Eu acho que nenhum psiquiatra no mundo pode ajudá-lo, mas eu acho que a psicologia dele é bastante transparente. Ele é um grande peixe em um aquário pequeno, uma vítima da megalomania de grupo pequeno.

A desproporção entre as tarefas da SL e os seus recursos reais ficou evidente para ele há muito tempo. O programa trotskista deve ser preservado, ele raciocinou: ele é a “última e melhor esperança” para a humanidade. E quem, em nossa época, fez mais para preservá-lo do que qualquer outro? Sem dúvida foi Jim. Ele lutou contra a liderança do SWP, ele lutou contra Wohlforth, ele lutou contra Healy, ele lutou contra o impressionismo, o revisionismo, o liquidacionismo, como ninguém. E contra todos os contras ele conseguiu construir uma tendência internacional real, ainda que frágil, que pôde preservar a herança do programa trotskista. O ponto é: essa conquista é a justificativa para a forma peculiar de burocratização que a SL adquiriu. É uma burocracia baseada não na preservação de privilégios (embora haja privilégios envolvidos); é uma burocracia baseada em uma psicologia megalomaníaca centrada ao redor da preservação do programa trotskista. Paradoxal, talvez; mas acho que este é o caso.

Mas Jim foi reprovado em um teste. Ele não construiu, e provavelmente não poderia construir, um regime interno revolucionário. O regime interno é doentio. A autoridade investida em Jim e seus associados próximos é absurda e perigosa. Não é o suficiente ter um programa formalmente correto; é necessário um partido revolucionário capaz de produzir quadros reais. Jim nunca esteve à altura desse desafio por causa da sua excessiva preocupação com a integridade programática formal e a homogeneidade política. O equilíbrio certo não foi atingido. Ele certamente nem mesmo tentou chegar ao equilíbrio que Lenin atingiu no Partido Bolchevique, que Trotsky atingiu na Quarta Internacional e que Cannon atingiu no SWP. E eu acho que o motivo é óbvio, e foi mencionado pelo próprio J.R.: no fim as organizações de Lenin, Trotsky e Cannon se degeneraram. Então coube a J.R. descobrir uma nova fórmula (um novo equilíbrio entre democracia e centralismo, entre programa e organização) que poderia assegurar, acima de tudo, a integridade do programa. Se a SL está realizando desvios programáticos agora, isso é a consequência do nosso fracasso – o fracasso daqueles dentre nós que engoliram o respeito e uma consciência aguda de nossa própria falibilidade – em dizer o que tinha de ser dito enquanto ainda éramos membros. Eu espero que a Tendência Externa tenha a coragem de faze-lo agora.

Por um antigo membro de liderança da tendência Espartaquista internacional (iSt), janeiro de 1984. [Atualmente a iSt se chama Liga Comunista Internacional, ICL]

Apêndice: A Confissão de um Burocrata
“Quando você se senta no seu escritório administrativo é muito fácil crer que todos os seus membros são só um grande saco de merda que a liderança central está arrastando atrás de si, e que, se a liderança central cometer um erro político sério, não existem dentro da sua organização forças restauradoras.”

Discurso Público de Jim Robertson, 29 de Janeiro de 1977. Disponível (em inglês) em:

Bolívia e o “Terceiro Período Healyista”

Terceiro Período Healyista

Aprender a Ler, Aprender a Pensar

Este artigo foi originalmente publicado em Workers Vanguard No. 3 (jornal da então revolucionária Liga Espartaquista) em dezembro de 1971. A tradução para o português foi realizada pelo Reagrupamento Revolucionário em abril de 2013 a partir da versão disponível em http://anti-sep-tic.blogspot.com.br/2009/05/1971-dec-third-period-healyism.html

A SLL-WL [Socialist Labour League britânica – Workers League norte-americana], tentando usar como recurso fracional a desastrosa política do POR boliviano [Partido Obrero Revolucionario], adotou uma postura sectária que só obscurece e dissemina confusão na vista de quem esteja seriamente buscando entender as lições cruciais da derrota boliviana. Proeminente entre as acusações healyistas de traição de classe lançadas contra Guillermo Lora do POR boliviano estava esta de Wohlforth no seu Bulletin [jornal da Workers League] de 30 de agosto:

“Junto com os stalinistas, o POR apoiou a posição de ameaçar uma greve geral e ação militar em defesa de Torres!” (ênfase no original).

Tal é a concepção de Wohlforth de traição contra a classe trabalhadora. A interpretação mais caridosa é a de que o camarada Wohlforth foi terrivelmente pressionado pelo tempo de rodar as cópias do seu bombástico Bulletin semanal. Mais provavelmente, Wohlforth não sabia que estava rompendo com uma tática leninista básica para derrotar a contrarrevolução e realizar a revolução proletária. Em sua autoproclamada luta pela continuidade da Quarta Internacional, Wohlforth faria bem em restabelecer continuidade com as visões de Trotsky:

“O partido chegou ao levante de outubro … através de uma série de estágios. Na época dos protestos de abril de 1917, um setor dos Bolcheviques levantou a palavra de ordem ‘Abaixo o Governo Provisório!’. O Comitê Central imediatamente corrigiu os ultraesquerdistas. É claro que nós deveríamos popularizar a necessidade de derrubar o Governo Provisório; mas chamar os trabalhadores às ruas sob essa palavra de ordem – isso não pode ser feito, já que nós próprios somos uma minoria da classe trabalhadora. Se nós derrubássemos o Governo Provisório sob essas condições, nós não seríamos capazes de tomar o seu lugar, e consequentemente nós ajudaríamos a contrarrevolução. Nós devemos pacientemente explicar às massas o caráter antipopular desse governo antes que a hora da sua queda tenha chegado. Tal foi a posição do partido …

“Dois meses depois, Kornilov se levantou contra o Governo Provisório. Na luta contra Kornilov, os Bolcheviques ocuparam as posições da linha de frente. Lenin nesse momento estava escondido. Milhares de Bolcheviques estavam nas prisões. Os trabalhadores, os soldados, os marinheiros exigiam a libertação de seus líderes e dos Bolcheviques em geral. O Governo Provisório se recusou. Deveria o Comitê Central dos Bolcheviques ter feito um ultimato ao governo de Kerensky – liberte os Bolcheviques imediatamente e retire essa desgraçada acusação de serviço aos Hohenzollern – e, no caso da recusa de Kerensky, se recusarem a combater Kornilov? Assim provavelmente é como agiria o Comitê Central de Thaelmann-Remmele-Neumann. Mas não foi assim que agiu o Comitê Central dos Bolcheviques. Lenin escreveu na época: ‘Seria o mais profundo erro pensar que o proletariado revolucionário é capaz, por assim dizer, para «se vingar» dos SR e dos Mencheviques por seu apoio em esmagar os Bolcheviques, pelos assassinatos no front, e pelo desarmamento dos trabalhadores, de «se recusar» a apoiar aqueles contra a contrarrevolução. Tal forma de colocar a questão teria significado, acima de tudo, levar para o proletariado concepções de moralidade pequeno-burguesa (porque pelo bem da causa o proletariado sempre irá apoiar não apenas a pequeno-burguesia vacilante, mas também a grande burguesia); em segundo lugar – e este é o mais importante – teria sido uma tentativa pequeno-burguesa de «moralizar», de lançar uma sombra sobre a essência política da questão …’ 

“É precisamente esse ‘moralismo pequeno-burguês’ que Thaelmann e companhia se embrenham quando, em justificativa para seu próprio giro, eles começam a enumerar as incontáveis infâmias cometidas pelos líderes da socialdemocracia.”

— “Contra o Nacional Comunismo”, impresso em A Luta Contra o Fascismo na Alemanha.


Wohlforth está contando – e não pela primeira vez – com a ignorância política de seus apoiadores. Ele espera que o seu próprio “moralismo pequeno-burguês”, ao catalogar os horrores dos regimes burgueses e os crimes dos reformistas que neles participam, vai encobrir a sua incapacidade de lidar com eles. A devastadora crítica de Trotsky às políticas dos stalinistas e ultraesquerdistas na Alemanha pré-Hitler, “conduzindo políticas com lanternas quebradas”, se aplica com igual precisão ao “trotskista” Wohlforth. Mais de A Luta Contra o Fascismo na Alemanha:

“Alguém poderia dizer: ‘Para os Bolcheviques, o kornilovismo começa com Kornilov. Mas Kerensky não é um kornilovista? Ele não está esmagando os camponeses por meio de expedições punitivas? Ele não organiza locautes? Lenin não teve que ficar clandestino? E devemos aturar tudo isso?’”.

“… Eu não consigo pensar em sequer um Bolchevique imprudente o suficiente para defender esses argumentos. Mas caso tivesse existido, ele receberia uma resposta mais ou menos nos seguintes termos. ‘Nós acusamos Kerensky de preparar e facilitar a chegada de Kornilov ao poder. Mas isso nos desobriga do dever de agir para repelir o ataque de Kornilov? Nós acusamos o porteiro de deixar o portão entreaberto para o bandido. Mas devemos então encolher nossos ombros e deixar o portão ser escancarado?’. Uma vez que, graças à tolerância da socialdemocracia, o governo de Bruening foi capaz de afundar o proletariado até os joelhos no pântano de sua capitulação ao fascismo, vocês chegam à conclusão de que joelhos, barriga ou cabeça atolados no pântano são todos a mesma coisa? Não, existe uma diferença. Quem estiver atolado de joelhos no pântano ainda pode se reerguer e sair. Quem estiver atolado até a cabeça, para este não existe volta.”


Para os mais espertos

Quanto ao “apoio crítico” reivindicado por Lenin, que deveria ser “da mesma forma com a qual uma corda sustenta um enforcado”, Wohlforth diz:

“Será necessário apontar que Lenin estava se referindo ao apoio a partidos socialdemocratas e não a governos burgueses e certamente não a ditadores militares?”


Correto, mas Lenin estava falando de apoio político, não defesa militar contra a contrarrevolução – que é o que está em questão na “ação militar em defesa de Torres” pela qual Wohlforth condena Lora. Leninistas defendem a política de lutar lado a lado com forças stalinistas, socialdemocratas e até mesmo burguesas contra levantes militares direitistas ou fascistas, enquanto mantém a completa independência do movimento da classe trabalhadora. Essa é a lição completa da questão Kornilov, e da política pela qual Trotsky lutou para salvar os trabalhadores alemães contra o nazismo. Mas Wohlforth aparentemente é incapaz de compreender a diferença entre uma política de defesa militar unificada com independência política e defesa militar com capitulação política a outras classes e a colaboracionistas de classe.

Além do mais, o reconhecimento por Wohlforth da política de Lenin de apoio político crítico a partidos reformistas da classe trabalhadora – que não está em questão no caso da defesa militar do regime burguês de Torres contra a direita – é peculiar em si próprio, já que Wohlforth (em amplo contraste com suas posições passadas) recentemente tem se destacado por recusar a entrar em ações políticas de frente única com stalinistas, particularmente maoístas. Os stalinistas são piores que os socialdemocratas, camarada Wohlforth? Se você afirmar que sim, você está de prontidão para cinicamente marcar pontos na luta fracional adotando um “método” contra o qual Trotsky lutou incessantemente: stalinofobia. A posição de Wohlforth contra qualquer ação comum com os stalinistas é sectarismo cego, o outro lado da moeda da capitulação do SU [Secretariado Unificado] a tais correntes, e é reminiscente da “teoria do social-fascismo” de Stalin, de acordo com a qual os comunistas foram ordenados a evitar qualquer ação comum com os socialdemocratas, que supostamente eram tão ruins quanto os nazistas. Quando os healyistas vão rotular abertamente a sua atual posição de “teoria do social-stalinismo” ou “healyismo do terceiro período”?

O POR deve, através de críticas impiedosas à sua própria história, e rompendo com o programa e a liderança centristas que levaram a derrotas em 1953 e 1971, descobrir a estrada leninista para o poder (confira “Desastre centrista na Bolívia”). Eles não podem esperar nenhuma ajuda dos healyistas, que proclamam sua ortodoxia leninista e “continuidade” para encobrir o seu oportunismo sem limites, sectarismo cego e ignorância.

Desastre Centrista na Bolívia

Desastre Centrista na Bolívia

Originalmente publicado em Workers Vanguard (jornal da então revolucionária Liga Espartaquista) No. 3, de dezembro de 1971. A tradução para o português foi realizada pelo Reagrupamento Revolucionário a partir da versão disponível em http://anti-sep-tic.blogspot.com/2009/05/1971-dec-centrist-debacle-in-bolivia.html.

A questão do papel do Partido Obrero Revolucionario nos recentes eventos na Bolívia tornou-se inevitavelmente um motivo de disputa fracional pelo poder entre os seguidores de Healy (SLL-WL [Socialist Labour League britânica e Workers League norte-americana]) e a OCI [Organisation Communiste Internationaliste francesa] lambertista, as alas do agora dividido Comitê Internacional. Mas além de oferecer um teste de capacidade revolucionária para ambas as alas do CI, as lições da Bolívia são importantes em si próprias como uma verificação, pela negativa, das lições da Revolução de Outubro de 1917. O POR é uma organização que se declara trotskista, liderada por Guillermo Lora e que, desde 1970, reivindica acordo com as credenciais antirrevisionistas do CI. Apesar da sua política oportunista na sequência do levante boliviano de 1952, ao conciliar com a ala esquerda do governo nacionalista burguês do MNR de Paz Estenssoro, o POR é uma organização que deve ser levada a sério pela sua implantação considerável no setor mais militante do proletariado boliviano, os mineiros de estanho.

Assembleia Popular

O POR desempenhou um papel ativo na Assembleia Popular que surgiu sob o regime bonapartista do militar de esquerda, o General Juan Jose Torres, que foi derrubado por um golpe de direita do General Hugo Banzer em agosto. A Assembleia Popular era composta de uma maioria de representantes de organizações da classe trabalhadora e incluía representantes das organizações de esquerda significativas. A base de adesão da Assembleia Popular foi definida como apoio às Teses do Quarto Congresso da Central Obrera Boliviana, a principal federação sindical, que é pesadamente influenciada por nacionalistas de esquerda e stalinistas. A assembleia popular reivindicava liderar a luta contra o imperialismo e pelo socialismo:

“A Assembleia Popular é uma frente revolucionária anti-imperialista liderada pelo proletariado, constituída pela Central Obrera Boliviana, as confederações sindicais e federações de caráter nacional, as organizações populares e os partidos políticos de orientação revolucionária. Ela reconhece como sua liderança política o proletariado e declara como seu programa as Teses Políticas aprovadas pelo Quarto Congresso da COB, realizado em maio de 1970…”

“A Assembleia Popular se constitui como a liderança e centro unificador do movimento anti-imperialista e o seu objetivo fundamental consiste em conseguir a liberação nacional e o estabelecimento do socialismo na Bolívia.”

– Citado dos estatutos da Assembleia Popular, reimpresso no órgão do POR, Masas, de 13 de julho de 1971.

De acordo com o POR, a Assembleia Popular era um órgão de tipo soviético que tinha o potencial para se tornar uma instituição de poder dual – ou seja, que era um governo proletário embrionário paralelo e em contradição com o governo burguês de Torres. Masasrealizou ocasionalmente duras críticas ao PC [stalinista] por seguir uma “linha direitista e pró-governo” na Assembleia, mas não expôs sistematicamente o PC e os outros partidos reformistas pela sua traição à classe trabalhadora ao tentarem subordinar a Assembleia a Torres, dando ênfase pelo menos igual em elogiar a Assembleia e defende-la contra detratores “esquerdistas”.

Vacilação centrista

Mesmo nos baseando em documentação insuficiente, o que surge claramente é um padrão de vacilação centrista por parte do POR. Por exemplo, em um artigo escrito por Guillermo Lora depois do golpe de Banzer, está o seguinte reconhecimento:

“Nesse momento [outubro de 1970] todos pensavam – incluindo os marxistas – que as armas seriam distribuídas pela equipe militar do governo, que consideraria que apenas se apoiando nas massas e lhes dando poder de fogo adequado eles poderiam ao menos neutralizar a direita gorila. Essa posição estava completamente errada…”

Bulletin [jornal da Workers League norte-americana], 27 de setembro de 1971.

Ter depositado qualquer confiança em Torres para armar as massas mostra a mais severa desorientação por parte do POR sobre a questão crucial da natureza de classe do Estado. Torres era um bonapartista buscando se equilibrar entre a classe trabalhadora, despertada por uma mostra de sua força e ansiosa por lutar por seu próprio domínio de classe, e os generais reacionários – e que estava encabeçando o Estado burguês. Embora forçado a fazer concessões às massas, Torres, como Lora aponta:

“… preferiu capitular a seus colegas generais antes de armar as massas que mostravam sinais de que tomavam o caminho do socialismo e cuja mobilização colocava em sério perigo o exército como instituição.”

A situação é clara, mas a atitude e o papel do POR não. Já na edição de 31 de maio de 1971 de Masas, nós encontramos um chamado pela formação de milícias independentes de trabalhadores e camponeses e a afirmação categórica de que: “O General Torres nunca vai armar as milícias de trabalhadores e camponeses”.

Um artigo na Workers Press, da SLL, de 24 de agosto último cita um líder do POR, Filemon Escobar:

“… nós vamos trabalhar pelos objetivos políticos que ajudem a radicalizar o presente processo – por exemplo, participação operária na COMIBOL [Corporação Mineira Boliviana]”.

E o artigo de Lora no Bulletinfala do “perigo para o Estado que significaria uma participação majoritária da classe trabalhadora na COMIBOL”. Entretanto, um longo artigo da edição de 31 de maio de Masas expõe o plano de “participação operária” na COMIBOL como “ponto de partida para a burocratização e controle político dos ‘gestores operários’ por parte do Estado”, contrapondo a isso a demanda por “controle operário – com direito de veto” e apontando que o controle operário não resolve a luta de classes.

Uma vulgarização severa da posição leninista fica patente em um artigo de 9 de maio de Masas, que declara:

“… a contradição fundamental na Bolívia não é outra que não a que existe entre o proletariado e o imperialismo.”

Nossa pergunta é simples: que papel a burguesia nacional joga nesse esquema? Isso porque a ilusão fatal disseminada pela trama nacionalista-stalinista era precisamente a concepção de que a burguesia “anti-imperialista” era uma aliada. O que se exigia do POR era precisamente romper a classe trabalhadora da subordinação ao regime “revolucionário”, “anti-imperialista” de Torres. Para os marxistas, as forças de classe contrapostas são a classe trabalhadora apoiada pelo campesinato de um lado e a burguesia – ambos os fantoches do imperialismo e a ala nacionalista “progressiva” – de outro.

A resposta da OCI às graves acusações levantadas contra o POR é uma tentativa de blefe e intimidação. Sua declaração de 19 de setembro afirma:

“… o golpe de Estado organizado pela CIA e os ditadores militares do Brasil e da Argentina e facilitado pela ação do governo de Torres é a prova de que a política defendida pelo POR era fundamentalmente baseada nos interesses do proletariado boliviano…”

“… Todos aqueles que atacam o POR nesse momento representam os inimigos da ditadura do proletariado. Eles tomam o lado do imperialismo e do stalinismo. Eles são agentes da contrarrevolução e são inimigos, conscientes ou inconscientes, da Quarta Internacional.”

Esse tipo de argumentação pode ser simplesmente descartado de imediato. Como trotskistas, nós já ouvimos muitas vezes as acusações histéricas dos stalinistas de todo tipo na mesma linha: a ferocidade da agressão do imperialismo dos EUA contra a FLN e o regime norte-vietnamita prova que a sua liderança não os traiu; todos que atacam o Presidente Mao estão tomando o lado do imperialismo; Trotsky era consciente ou inconscientemente um agente do fascismo; aqueles que ficam em oposição ao Secretariado Unificado da Quarta Internacional, ad nauseam. Nós observamos apenas que essa “defesa” do POR não diz nada sobre o POR, mas diz muito para o descrédito da OCI.

A OCI afirma que a Assembleia Popular estava “sob a liderança do partido trotskista, o POR”. Essa afirmação é questionável. Em uma entrevista na edição de 9 de agosto do Bulletin, o dirigente do POR Victor Sossa declara que “o POR representava apenas cerca de 20 por cento dos delegados, talvez um pouco mais”. Apesar disso, ele esperava que a Assembleia, ainda predominantemente influenciada por stalinistas, pelo nacionalismo burguês e por “grupos pequeno-burgueses ultraesquerdistas e aventureiros”, fizesse o seguinte:

“Em caso de golpe, a Assembleia Popular irá chamar uma greve geral, irá assumir o comando político e militar das massas. A decisão de avançar para a organização sistemática de milícias está voltada a essa perspectiva e prepara a classe trabalhadora para o inevitável confronto, a luta para instalar plenamente o seu próprio governo, um governo operário e camponês.”

A dúvida aqui não é se o POR já tinha estabelecido sua hegemonia nas organizações dos trabalhadores, mas se ele estava lutando por isso – se a perspectiva do POR era expor a traição dos reformistas e nacionalistas diante dos seus apoiadores ao exigir que a Assembleia se opusesse ao regime, rompendo todos os laços com o regime e lutasse para estabelecer um governo operário e camponês – ou seja, a ditadura do proletariado. Parece que o POR depositou confiança política na Assembleia sob a sua liderança de então.

Sovietes: forma vs. conteúdo

Qual foi o papel do POR dentro da Assembleia Popular? A OCI observa que:

“… o estabelecimento da Assembleia Popular expressa a tendência fundamental do período, a vontade das massas proletárias e camponesas de entrar na luta pelo poder.”

Mas o governo de frente popular de Allende no Chile, por exemplo, também sem dúvida é uma expressão da “vontade das massas proletárias e camponesas de entrar na luta pelo poder” – porém nós sabemos que as massas chilenas foram terrivelmente enganadas e que elas provavelmente vão pagar com sangue pelas promessas dos seus falsos líderes. A disposição das massas trabalhadoras para lutar não está em discussão. Na Bolívia, como no Chile, Espanha, Vietnã e dúzias de outros exemplos, a questão é se o seu heroísmo combativo foi traído.

A OCI declara:

“É a unidade dentro e em torno da Assembleia Popular, órgão de poder dual, que sob a liderança do partido trotskista, o POR, dominou todo o processo revolucionário antes e depois dos confrontos de 20-23 de agosto.”

O que significa aclamar a “unidade dentro e em torno da Assembleia Popular”? Se a Assembleia Popular era de fato uma forma embrionária de soviete, como foi realizada a luta por sua liderança? Um soviete é uma frente única da classe trabalhadora elevada ao nível da luta pelo poder. Não há nada de sagrado sobre o soviete ou qualquer outra forma de frente única. Os sovietes surgem, mesmo espontaneamente, em crises revolucionárias como o centro proletário em uma situação de poder dual, com o potencial, sob uma liderança revolucionária, de derrotar o poder de Estado burguês e se tornar o comando de poder da classe trabalhadora – ou seja, consumar a revolução em um plano nacional. Eles são a melhor arena na qual os bolcheviques podem demonstrar a sua superioridade em levar adiante as tarefas implícitas ao soviete como forma embrionária do Estado de uma classe diferente: a tomada de poder e a ditadura do proletariado. Um soviete de direção menchevique, por exemplo, pode ser ainda um soviete autêntico – mas irá inevitavelmente trair. Por isso, um chamado leninista pela formação de sovietes, para que os sovietes obtenham o poder, deve contar em si a perspectiva de luta dentro do soviete: para poder demonstrar aos trabalhadores que são eles que, ao contrário dos revisionistas e reformistas, nada tem a temer em um poder soviético e que somente sua política pode conquista-lo e defende-lo. A existência de um soviete, por si próprio, não é garantia de princípio revolucionário. (Até mesmo os stalinistas chamaram – burocraticamente, é claro – pela formação de sovietes em seus ziguezagues “de esquerda”, depois de terem condenado os trabalhadores de antemão com suas políticas – políticas essas que garantiram a ruína do soviete). Sem a presença de revolucionários lutando intransigentemente em cada ponto para expor diante da classe trabalhadora os seus líderes traidores em suas colunas, a Assembleia Popular não oferecia nem mais nem menos perspectiva à revolução proletária boliviana no nível político do que a AFL-CIO de George Meany [American Federation of Labor – Congress of Industrial Organizations, maior federação sindical norte-americana]. A OCI realmente quer se gabar de que o POR defendeu a “unidade dentro e em torno da Assembleia Popular”?

Quando questões envolvendo a briga pelo poder entre as alas do CI não estavam postas de maneira tão clara e ultimatista, a OCI estava disposta a tomar uma atitude mais crítica com relação ao POR precisamente nessa questão. Uma carta para a liderança do POR datada de 30 de julho de 1970, e posteriormente publicada na revista teórica dos lambertistas, discutiu as Teses da COB que o POR tinha ajudado a preparar e nas quais votou. As seções do documento da COB selecionadas para a crítica da OCI incluíam a seguinte:

“Para poder atingir o socialismo, parece ser necessário, antes de tudo, realizar uma unidade de todas as forças revolucionárias anti-imperialistas. A revolução popular anti-imperialista está ligada à luta pelo socialismo. A frente popular é uma aliança de classes relacionadas, e o instrumento unitário para fazer a revolução. A expulsão do imperialismo e a realização das tarefas nacionais e democráticas vão tornar possível a revolução socialista.”

La Vérité, outubro de 1970.

O que esse parágrafo estabelece como perspectiva é a teoria menchevique de etapas, pura e simplesmente – primeiro a libertação nacional, depois a revolução socialista. É a clássica racionalização reformista para a colaboração de classes, que levou às mais amargas e sangrentas derrotas para a classe trabalhadora. E ainda assim, o POR apoiou essa resolução e continuou a elogiá-la em Masas. Ao invés de lutar em cima dessa questão, o POR se comprometeu com um documento contraditório cheio de misturas, que continha afirmações de internacionalismo e condenação da colaboração de classes junto com elogios às assim chamadas nações “socialistas” e um frentepopulismo explícito.

É um mérito dos lambertistas que eles tenham se disposto a levar ao POR e posteriormente tornar públicas suas críticas aos desvios de princípios do POR. Agora, entretanto, o oportunismo da OCI tomou a dianteira e assim todos os críticos do POR se tornaram “agentes da contrarrevolução”!

E quanto à conduta do POR desde o golpe? A edição de 6 de dezembro do Intercontinental Press do SWP [Socialist Workers Party norte-americano] reproduz uma declaração assinada pelo POR – junto com o Partido Comunista, o “POR” dos pablistas de Moscoso, grupos nacionalistas de esquerda e o próprio General Torres! O documento novamente elogia a “liderança do proletariado, a classe dominante do processo revolucionário”, mas o tom do documento é nacionalista-populista (“padres revolucionários”, “oficiais revolucionários”, “patriotas”, “o poder está agora nas mãos de estrangeiros”, etc.) e em seu miolo está o seguinte:

“Portanto, a necessidade é inegavelmente construir uma unidade de luta de todas as forças progressivas e democráticas para que a grande batalha possa começar em condições de oferecer uma perspectiva real para um governo nacional e popular…”

“Esta não é uma batalha que diz respeito a apenas um setor do povo explorado, ou apenas uma classe, instituição ou partido… Qualquer forma de sectarismo é contrarrevolucionária. Sejamos dignos do sacrifício daqueles que caíram em 21 de agosto defendendo a Bolívia.”

– Nossa ênfase.

De fato, a declaração é uma frente popular clássica que subordina a classe trabalhadora a outras forças de classe e ideologias às quais ela está em oposição fundamental e irreconciliável.

Frentepopulismo healyista

Para os mercenários políticos healyistas da SLL-WL, a decisão da OCI de marchar de mãos dadas com o POR é uma dádiva divina, uma forma fácil de afirmar a sua ortodoxia leninista e de se apresentar como a ala esquerda principista no racha do CI. Mas as diferenças reais entre os healyistas e o POR com relação à política proletária diante de um governo burguês “de esquerda” é que o POR teve a oportunidade de estragar uma situação pré-revolucionária, os healyistas não. Healy-Wohlforth se apegaram à Bolívia como um pretexto para se livrarem da OCI, que estava desempenhando um papel cada vez mais dominante no CI – e isso é tudo. Apesar de que agora eles prefeririam coloca-lo debaixo do tapete, os healyistas tem um exemplo reluzente de como eles lidariam com um governo burguês de frente popular: Chile.

O Bulletin de 21 de setembro de 1970 aconselhou aos trabalhadores do Chile:

“Só existe um caminho, e esse é o caminho revolucionário da Revolução de Outubro… Como um passo nesse sentido, os trabalhadores devem fazer com que Allende cumpra suas promessas…”.

O caminho de Wohlforth [dirigente da Workers League] não é o da Revolução de Outubro, mas o de certos Bolcheviques, Stalin proeminente entre eles, que chegaram perto de arruinar as chances para Outubro com sua política – denunciada por Lenin e Trotsky – de apoio ao governo provisório “enquanto ele lutar contra a reação e a contrarrevolução”. A declaração de Wohlforth se assemelha aos notórios artigos do Pravdacapitulando ao menchevismo em fevereiro e março de 1917, recheado de afirmações como a seguinte:

“A saída é exercer pressão sobre o Governo Provisório, com a exigência de que o governo anuncie a sua disponibilidade para iniciar negociações imediatas para a paz.”

Contra essa política, Lenin declarou: “Voltar-se para esse governo com uma proposta para concluir a paz é equivalente a pregar a moralidade a um dono de bordel”. E Trotsky, em Lições de Outubro, disse:

“Este programa de pressão sobre o governo imperialista de modo a ‘induzi-lo’ a seguir um caminho justo era o programa de Kautsky e Ledebour na Alemanha, de Jean Longuet em França, de MacDonald em Inglaterra, mas nunca o programa do bolchevismo.”

Deve-se criticar duramente, como fez Trotsky, aqueles bolcheviques que teriam deixado escapar uma oportunidade revolucionária se não tivesse sido pela dura correção de Lenin. Mas os healyistas, que reivindicam se apoiar nos ombros dos bolcheviques, que reivindicam ter assimilado as “Lições de Outubro”, merecem críticas ainda mais severas.

Lenin expressou sua política em uma fórmula sem conciliações:

“Nossa tática: absoluta falta de confiança; nenhum apoio ao novo governo; suspeitar especialmente de Kerensky; armar o proletariado é a única garantia… nenhuma reaproximação com outros partidos.”

Contra a política de Lenin, estão ambos o centrismo do POR-OCI e a postura pseudo-leninista dos healyistas.

E agora os healyistas hipocritamente denunciam o POR-OCI pelo mesmo tipo de capitulação frentepopulista que eles próprios realizaram para o Chile!

Healy acoberta o LSSP

Mas talvez um exemplo ainda mais puro da hipocrisia healyista seja a questão do Ceilão. O Bulletin de 30 de agosto escreve:

“… Embora menos conhecido do que a evolução do LSSP no Ceilão, o papel de Lora e do POR não foi menos traiçoeiro e importante.”

Por anos, em artigos sem fim, os healyistas usaram a traição das massas cingalesas pelo LSSP [Lanka Sama Samaja Party] – que capitulou ao partido nacionalista burguês da Sra. Bandaranaike e, quando este chegou ao poder em 1964, entrou no governo – como uma forma de expor os pablistas do Secretariado Unificado, que acobertaram o LSSP até o último momento. (O Bulletinacabou de concluir outra série de quatro artigos sobre o assunto). E muito corretamente, já que o papel deles no Ceilão foi uma importante verificação do abandono do trotskismo por parte do SWP-Secretariado Unificado. Mas o que os healyistas provavelmente não vão mencionar é que eles próprios estão no mesmo barco!

Em maio de 1960, o SWP, então afiliado com o CI, assim como a SLL de Healy, começou a ficar cada vez mais nervoso sobre a linha e a conduta do LSSP. Em 17 de maio, Tom Kerry enviou uma carta em nome do Comitê Político do SWP para o LSSP. Ela declarava:

“Nós estamos fortemente perturbados pelo caminho parlamentar e eleitoral agora seguido pela liderança do LSSP…”

“A sua política de trabalhar pela criação de um governo do SLFP nos parece estar em completo desacordo com o curso de ação política independente da classe trabalhadora, que vocês sempre promoveram no passado como uma questão de princípio…”

“O seu novo curso político nos parece ser uma forma de ‘frentepopulismo’ do tipo promovido em muitos países pelos stalinistas desde 1935 – ou seja, colaboração de classes entre os partidos da classe trabalhadora e um setor da burguesia…”

Apesar da sua preocupação, a liderança do SWP hesitou em mencionar essa traição na sua imprensa pública.

Em 8 de agosto, James Robertson, então um membro do SWP, escreveu para o Comitê Político:

“Eu estou escrevendo para vocês sobre o assunto do silêncio público do nosso partido no que diz respeito à recente e contínua traição da classe trabalhadora cingalesa e do movimento trotskista mundial pelo Lanka Sama Samaja Party. Eu me refiro, é claro, à entrada desse partido em um pacto eleitoral de ‘Frente Popular’ com o partido stalinista e com o partido nacionalista burguês de esquerda representado pela viúva Bandaranaike.”

“Ao levantar esse assunto de forma privada com vários membros da liderança, eu recebi a resposta de que cartas foram enviadas para os cingaleses e que a visão de vocês é de que, por ora, uma vantagem maior será obtida para os marxistas revolucionários no LSSP através da nossa permanência em silêncio público. Eu devo discordar e clamo a vocês que reconsiderem…”

A carta concluía:

“Camaradas, que vocês condenam os ex-trotskistas cingaleses eu não tenho nenhuma dúvida, mas o seu fracasso em falar sobre isso publicamente e com grande seriedade presta um desserviço ao movimento internacionalmente.”

E qual foi a posição de Gerry Healy, que agora se autoproclama o único antipablista consistente do mundo? Depois de ter escrito para o SWP que manobras delicadas com os pablistas eram necessárias no Ceilão, Healy escreveu uma carta em 14 de agosto para Joe Hansen, do SWP:

“Nós discutimos extensamente… a proposição com respeito à situação no Ceilão. Nós achamos que é necessário escrever novamente pedindo o máximo possível de informação em relação à presente situação do partido no Ceilão.”

“Não há dúvida de que eles estão em uma crise severa, mas se nós tomarmos a situação deles e os recentes eventos na Europa, não é improvável que haja agora importantes desenvolvimentos por dentro do campo de Pablo. Isso é razão ainda mais para nós procedermos com cautela – como vocês insistiram tão corretamente no passado.”

“Nós vamos sondá-los amanhã por informação e nós sugerimos que vocês façam o mesmo e segurem, por ora, a publicação de qualquer coisa no Militant [jornal do SWP].”

Reconstruir a Quarta Internacional!

É a sua própria história que mostra a mentira nas reivindicações de internacionalismo e antirrevisionismo dos healyistas. Se os lambertistas – que em 1952 lançaram a luta contra o pablismo – nunca superaram o centrismo e agora endureceram seu oportunismo com sua linha sobre a Bolívia e sua conduta em Essen, as pretensões principista dos healyistas sempreestiveram erguidas sobre areia.

Apenas a Quarta Internacional – a ser reconstruída no processo de luta contra todas as variantes de revisionismo pablista, incluindo o pablismo invertido do CI – pode fornecer o caminho que avança rumo à vitória decisiva da classe trabalhadora internacional.

Carta abierta a los trotskistas de todo el mundo

Carta abierta a los trotskistas de todo el mundo

[Copiado de http://www.wsws.org/es/articles/2009/sep2009/es-1953.shtml ]

16 de noviembre, 1953

Camaradas:

En el 25º aniversario de la fundación de movimiento trotskista en los Estados Unidos, el Pleno del Comité Nacional del Socialist Workers Party envía sus saludos socialistas revolucionarios a los trotskistas ortodoxos de todo el mundo.

Aún cuando el Socialist Workers Party, debido a las leyes anti democráticas establecidas por Demócratas y Republicanos, ha dejado de integrarse a la Cuarta Internacional—Partido Mundial de la Revolución Socialista fundado por León Trostky para continuar y cumplir con el Programa que la Segunda Internacional que los socialdemócratas y la Tercera Internacional de los estalinistas traicionaron—a nosotros nos interesa el bienestar de la organización mundial creada bajo la dirigencia de nuestro martirizado líder.

Como ya bien se sabe, hace 25 años que los pioneros trotskistas de Estados Unidos llevaron el programa de Trotsky, suprimido por el Kremlin, a la atención de la opinión pública mundial. Esta acción fue decisiva para quebrar el aislamiento que la burocracia estalinista le había impuesto a Trotsky y echar las bases de la Cuarta Internacional. Poco tiempo después, Trotsky inició, desde su exilio, una íntima y confiada colaboración con la dirigencia del SWP que duró hasta el día de su muerte.

La colaboración incluyó esfuerzos en conjunto para organizar partidos revolucionarios en varios países. Esto culminó, como Uds. saben, en al lanzamiento de la Cuarta Internacional en 1938. Trotsky escribió el Programa de Transición, que sigue siendo la piedra angular del programa del movimiento trotskista mundial, en colaboración con los dirigentes del SWP, quienes, a instancia de Trotsky, se lo presentaron al Congreso de Fundación para que éste lo adoptara.

La intimidad y meticulosidad de la colaboración entre Trotsky y la dirigencia del SWP se pueden juzgar por los datos que existen acerca de la lucha en defensa de los principios trotskistas ortodoxos en 1939-1940 contra la oposición pequeñoburguesa dirigida por Burnham y Schachtman. Esa historia ha ejercido una profunda influencia en la trayectoria de la Cuarta Internacional durante los últimos trece años.

Luego del asesinato de Trotsky por un agente de la policía secreta de Stalin, el SWP asumió la dirección de la defensa y diseminación de sus enseñanzas. Nosotros asumimos esa dirección no por elección sino por necesidad; la Segunda Guerra Mundial obligó a los trotskistas ortodoxos a pasar a la clandestinidad en muchos países, especialmente en Europa bajo los nazis. Junto con los trotskistas de América Latina, Canadá, Inglaterra, Ceilán, India, Australia y otros sitios, hicimos lo que pudimos por levantar la bandera del trotskismo ortodoxo durante los difíciles años bélicos.

Al acabar la guerra, nos sentimos gratificados cuando los trotskistas en Europa salieron de la clandestinidad y asumieron la restauración organizacional de la Cuarta Internacional. Puesto que leyes reaccionarias nos prohibían pertenecer a ésta, pusimos aún mayores esperanzas en que apareciera una dirigencia capaz de continuar la gran tradición legada por Trotsky a nuestro movimiento mundial. Éramos de la opinión que a la nueva dirigencia joven de la Cuarta Internacional en Europa se le debería brindar confianza y apoyo totales. Cuando, por iniciativa de los propios camaradas, se corrigieron serios errores, nosotros fuimos de la opinión que nuestro curso tenía amplia justificación.

Sin embargo, ahora tenemos que admitir que la ausencia de una crítica severa que nosotros, en colaboración con otros, acordamos designarle a esta dirigencia, contribuyó a abrirle paso a la consolidación de una facción fuera de control, secreta y personalista en la administración de la Cuarta Internacional que ha abandonado el programa básico del trotskismo.

Esta facción, centrada en torno a Pablo, funciona ahora consciente y deliberadamente para trastornar, dividir y desbaratar los cuadros que el trotskismo ha formado durante su historia en los diferentes países, y liquidar a la Cuarta Internacional.

El programa del trotskismo

Para mostrar con precisión lo que está en juego, replanteemos los principios fundamentales que constituyen las bases sobre las cuales se ha establecido el movimiento trotskista mundial:

1. La agonía mortal del sistema capitalista amenaza con destruir la civilización al hacer cada vez peores las depresiones, las guerras mundiales y las manifestaciones de barbarie tales como el fascismo. El desarrollo de las armas atómicas pone en relieve el peligro del modo más grave posible.

2. La caída al abismo se puede evitar sólo reemplazando al capitalismo con la economía planificada socialista a nivel mundial y reanudando la espiral de progreso iniciada por el capitalismo en sus épocas tempranas.

3. Esto sólo se puede lograr bajo la dirigencia de la clase obrera de la sociedad. Pero la misma clase obrera se enfrenta a una crisis de dirección, a pesar de que las relaciones mundiales de las fuerzas sociales nunca fueron tan favorables como hoy para que los obreros emprendan el rumbo al poder.

4. Para organizarse a sí misma con el fin de cumplir esta misión histórica mundial, la clase obrera de cada país tiene que establecer un Partido Socialista Revolucionario basado en los criterios desarrollados por Lenín; es decir, un partido de combate capaz de combinar dialécticamente la democracia y el centralismo: democracia para tomar decisiones, centralismo para cumplirlas. Ha de ser una dirigencia bajo el control de su militancia y capaz de avanzar disciplinadamente bajo fuego.

5. El obstáculo principal a esto es el estalinismo, el cual explota el prestigio de la Revolución Rusa de 1917 para atraer a los obreros y luego traicionar su confianza, lanzándolos ya sea en los brazos de la socialdemocracia, de la apatía o a la renovación de ilusiones en el capitalismo. Las consecuencias de estas traiciones las paga la clase obrera con la consolidación de las fuerzas fascistas o monárquicas y nuevas explosiones de guerras fomentadas y preparadas por el capitalismo. Desde sus inicios, la Cuarta Internacional se planteó la derrota revolucionaria del estalinismo dentro y fuera de la URSS como una de sus misiones principales.

6. La necesidad de tácticas flexibles que afrontan muchas secciones de la Cuarta Internacional —y los partidos o grupos que simpatizan con su programa— hacen más imperante que, sin capitular al estalinismo, sepan cómo luchar contra el imperialismo y todos sus agentes pequeñoburgueses (tales como las tendencias nacionalistas o las burocracias sindicalistas); y, a la inversa, sepan cómo derrotar al estalinismo (que, a fin de cuentas es un agente pequeñoburgués del imperialismo) sin capitular ante el imperialismo.

En la política mundial de hoy, la cual es cada vez más compleja y cambia constantemente, estos principios fundamentales establecidos por León Trotsky conservan absoluta validez. Es sólo ahora que, de hecho y tal como Trotsky lo previera, las situaciones revolucionarias que se presentan por doquier le dan absoluta concreción a lo que alguna vez pudo haberse parecido a abstracciones remotas que no se vinculan íntimamente a la viviente realidad de la época. Lo cierto es que estos principios hoy se muestran cada vez con más fuerza tanto en el análisis político como en la determinación de la trayectoria de la acción práctica.

El revisionismo de Pablo

Pablo ha abandonado estos principios. Considera que, en vez de hacer resaltar el peligro de una nueva barbarie, el camino al socialismo es “irreversible”; sin embargo, no cree que el socialismo sea producto de esta generación o de las venideras. Al contrario; ha desarrollado el concepto de una ola “avasalladora” de revoluciones que sólo dan origen a estados obreros “deformados”; es decir, de tipo estalinista que durarán por “siglos”.

Esto revela el mayor pesimismo en cuanto a la capacidad de la clase obrera; pesimismo totalmente acorde con la manera en que él ridiculiza la lucha por establecer partidos socialistas revolucionarios independientes. En vez de seguir la línea principal de establecer partidos revolucionarios independientes valiéndose de todas las tácticas posibles, Pablo considera que el estalinismo —o uno de sus sectores decisivos— es capaz de cambiar bajo la presión de las masas hasta llegar a aceptar las “ideas” y el “programa” del trotskismo. Ahora oculta las traiciones del estalinismo con el pretexto de la diplomacia que ciertas maniobras tácticas requieren para acercarse a los obreros bajo la influencia del estalinismo en países tales como Francia.

Esta línea ya ha conducido a serias deserciones de las bases del trotskismo al campo estalinista. La escisión pro estalinista en el partido ceilanés es una advertencia a los trotskistas de todas partes acerca de como las ilusiones que el pablismo promueve acerca del estalinismo causan trágicas consecuencias.

En otro documento sometemos a juicio un detallado análisis del revisionismo de Pablo. En esta carta nos limitaremos a algunas pruebas recientes que muestran en el plano decisivo de la acción hasta dónde ha llegado Pablo en su conciliación con el estalinismo y cuán grave es el peligro a la existencia de la Cuarta Internacional.

Con la muerte de Stalin, el Kremlin anunció una serie de concesiones en la URSS, ninguna de ellas de carácter político. En vez de caracterizarlas como parte de una simple maniobra para cementar a la burocracia usurpadora aún más y constar de gestiones para preparar a un burócrata dirigente a asumir el cargo de Stalin, la facción pablista consideró que tales concesiones eran de buena fe y las presentó como concesiones políticas. Incluso planteó la posibilidad de los estalinistas “compartir el poder” con los trabajadores (“Cuarta Internacional,” enero-febrero, 1953).

Este concepto de “compartir el poder”, expresado de la manera más burda por Clarke —entre los sumos sacerdotes del culto a Pablo—, fue proclamado indirectamente como dogma por el mismo Pablo en una pregunta a la que no contesta pero que obviamente insinúa la respuesta: ¿Tomará la liquidación del régimen estalinista la forma de “luchas inter burocráticas violentas entre los elementos que lucharán para defender el status quo —sino exactamente para regresar al pasado— y aquellos elementos, cada vez más numerosos, que se ven arrastrados por la poderosa presión de las masas? ” (“Cuarta Internacional”, marzo-abril, 1953).

Esta línea le da un nuevo contenido al programa trotskista de la revolución política contra la burocracia del Kremlin: simplemente que la postura revisionista de que las “ideas” y el “programa” del trotskismo van a filtrarse y penetrar a la burocracia, o a uno de sus sectores decisivos, “derribando” así al estalinismo de manera inesperada.

En junio, los trabajadores de Alemania Oriental se sublevaron contra el gobierno dominado por el estalinismo en una de las mayores manifestaciones en la historia de Alemania. Esta fue la primera rebelión proletaria de las masas en contra del estalinismo desde que éste usurpara y consolidara su poder en la Unión Soviética. ¿Cómo reaccionó Pablo a este acontecimiento histórico?

En vez de expresar claramente las aspiraciones políticas revolucionarias de los obreros insurgentes de Alemania Oriental, Pablo encubrió a los sátrapas contrarrevolucionarios estalinistas que movilizaron a las tropas soviéticas para aplastar la rebelión (“…los dirigentes soviéticos, los de las varias ‘democracias populares’ y los Partidos Comunistas no podían seguir falsificando o ignorando el profundo significado de estos acontecimientos. Se han visto obligados a seguir por el camino de verdaderas concesiones aún más generosas para evitar el peligro de enajenarse para siempre del apoyo de las masas y no provocar explosiones aún más enérgicas. A partir de ahora ya no van a poder detenerse a mitad de camino. Se verán obligados a repartir concesiones para evitar explosiones más graves en el futuro inmediato y, si es posible, efectuar una transición “fría” de la situación del momento a una más soportable para las masas”). (Declaración de la Cuarta Internacional publicada en The Militant, 6 de julio.)

En vez de exigir el retiro de las tropas soviéticas —la única fuerza que sostiene al gobierno estalinista—, Pablo promovió la ilusión que los galeotes del Kremlin estaban prestos a ofrecer “verdaderas concesiones de mayor alcance”. ¿Podría Moscú haber pedido una mejor ayuda a medida que procedía con la monstruosa falsificación del profundo significado de esos hechos, llamando “fascistas” y “agentes del imperialismo estadounidense” a los obreros sublevados e iniciando una ola de represión salvaje contra ellos?

La huelga general en Francia

En Francia, la mayor huelga general de su historia estalló en agosto. Había sido, puesta en movimiento por los propios trabajadores en contra de la voluntad de su dirigencia oficial, y presentó una de las oportunidades más favorables en la historia de la clase obrera al desarrollo de la verdadera lucha por el poder. Además de los obreros, los campesinos franceses se sumaron con manifestaciones e indicaron así su profunda insatisfacción con el gobierno capitalista.

La dirigencia oficial, tanto socialdemócrata como estalinista, traicionó al movimiento e hizo todo lo posible para limitarlo y prevenir el peligro al capitalismo francés. Si tomamos en cuenta la oportunidad que se ofrecía, sería difícil encontrar en la historia una traición más abominable.

¿Cómo reaccionó la facción de Pablo a este acontecimiento tan enorme? Tildó la acción de los socialdemócratas como traición, pero por razones incorrectas. Puntualizó que la traición había consistido en conducir negociaciones con el gobierno a espaldas de los estalinistas. Pero esta traición fue totalmente secundaria, consecuencia de su crimen principal: la negativa en emprender el camino hacia la toma del poder.

En cuanto a los estalinistas, los pablistas encubrieron su traición y se convirtieron en cómplices. La crítica más severa que fueron capaces de expresar contra las actividades contrarrevolucionarias del estalinismo fue acusarlos de “carecer” de política.

Esto fue falso. Los estalinistas no “carecían” de política, la cual era mantener los intereses de la política exterior del Kremlin en la situación y así ayudar a sostener al tambaleante capitalismo francés.

Pero eso no fue todo. Incluso con la educación interna de los trotskistas franceses, Pablo se negó a catalogar como traición el papel del estalinismo. Señaló “el papel de frenadores que hasta cierto punto habían jugado los dirigentes de las organizaciones tradicionales” —¡una traición es simplemente un “freno”!—, “así como también lo fue su capacidad —especialmente de la dirigencia estalinista— para ceder ante la presión de las masas cuando esta presión se vuelve tan poderosa como lo fue en estas huelgas”. (Nota Política No. 1)

Podría suponerse que esto ya representa suficiente conciliación con el estalinismo para un dirigente que ha abandonado el trotskismo ortodoxo pero que todavía busca guarecerse en la Cuarta Internacional. Pero no; Pablo se fue todavía más allá.

El volante infame

Sus partidarios emitieron un volante dirigido a los trabajadores de la fábrica Renault en París. Éste declaraba que, durante la huelga general, la dirigencia estalinista del CGT (máxima central sindicalista francesa) “tenía la razón en no introducir demandas que no fueran las que exigían los trabajadores”. ¡Esto en medio de los trabajadores exigiendo con sus acciones un gobierno obrero y campesino!

Al separar arbitrariamente del Partido Comunista a los sindicatos dirigidos por los estalinistas mismos ?¿evidenciando esta movida el pensamiento más mecánico o un intento deliberado para encubrir a los estalinistas??, los pablistas declararon en su volante que, en cuanto al significado de la huelga y sus perspectivas se refiere, “este punto, según los sindicatos, era de segunda importancia. La crítica que se le debe hacer a este punto de vista no se refiere a la CGT, que es una organización sindicalista que ante todo debe actuar como tal, sino, en primer lugar y ante todo, a los partidos, cuyo papel debió haber sido mostrar el profundo significado político de este movimiento y su consecuencias”. (Volante: “A las organizaciones obreras y a los trabajadores de Renault”, 3 de Septiembre, 1953; firmado por Frank, Mestre y Privas).

Estas declaraciones muestran como se abandonó por completo todo lo que Trotsky nos enseñó acerca del papel y las responsabilidades de los sindicatos en la época de agonía mortal del capitalismo.

Luego el volante pablista “critica” al Partido Comunista francés porque “carece de una línea política”, por situarse simplemente “a nivel del movimiento sindicalista en vez de explicarle a los trabajadores que esta huelga era una importante etapa de la crisis de la sociedad francesa; el prólogo a una vasta lucha de clases en la que la cuestión del poder obrero se plantearía para salvar al país de las estafas del capitalismo y abrirle paso al socialismo”.

Si los trabajadores de Renault le hubieran creído a los pablistas, de lo único que fueron culpables los pérfidos burócratas estalinistas franceses fue de exhibir características sindicalistas, no que intencionalmente traicionaron la mayor huelga general en la historia de Francia.

Apenas se puede creer que Pablo aprobara la política de la dirigencia de la CGT, pero es un hecho ineludible que salta a la vista. En la mayor huelga general jamás vista en Francia, Pablo insípidamente caracteriza como “correcta” la versión francesa de la política burguesa de Gompers: mantener a los sindicatos fuera de la política. ¡Y esto en 1953!

Si es erróneo que la CGT plantee demandas políticas en línea con las necesidades objetivas, inclusive el establecimiento de un gobierno obrero y campesino, ¿por qué entonces el SWP le exige a los Gompers de hoy día, que dirigen el movimiento sindicalista de Estados Unidos, que organicen un Partido Laborista cuyo objetivo sería llevar a los obreros y campesinos al poder en los Estados Unidos?

La aprobación de Pablo, rutinaria y sin cuestionamientos, aparece todavía más extraña si recordamos que la dirigencia de la CGT sucede ser sumamente política. Al menor ademán del Kremlin, está dispuesta a embarcar a los trabajadores en la más descabellada aventura política. Recordemos, por ejemplo, su papel en los acontecimientos iniciados por las manifestaciones en contra de Ridway del año pasado. Estos dirigentes sindicalistas estalinistas no titubearon en llamar a huelgas para protestar el arresto de Duclos, uno de los líderes del Partido Comunista.

El hecho es que la dirigencia de la CGT reveló una vez más su gran carácter político en huelgas generales. Con toda la capacidad para la perfidia y la duplicidad que desarrollara durante años, intencionalmente intentó desviar a los trabajadores, sofocar su iniciativa e impedir que lograran sus demandas políticas. La traición de la dirigencia sindicalista estalinista fue un acto consciente. Y esta es la trayectoria de traiciones que Pablo llama “correcta”.

Pero ni siquiera esto completa la historia de los sucesos. Uno de los principales objetivos del volante pablista es lanzar acusaciones acérrimas contra los trotskistas franceses, quiénes se comportaron como verdaderos revolucionarios en la fábrica Renault durante la huelga. El volante nombra específicamente a dos camaradas que “fueron expulsados de la Cuarta Internacional y su sección francesa hace más de un año”. Declara que “este grupo ha sido expulsado por razones de indisciplina; y el camino que éste ha seguido, sobre todo durante el último movimiento huelguista, se opone a la que realmente el PCI (sección francesa de la Cuarta Internacional) defiende”. La alusión al “grupo” en realidad se refiere a la mayoría de la sección francesa de la Cuarta Internacional, que Pablo había expulsado arbitraria e injustamente. [6]

¿Ha el movimiento trotskista mundial alguna vez presenciado un escándalo semejante en que a militantes trotskistas oficialmente se les critica ferozmente ante los estalinistas y se ofrecen razones para justificar la abominable traición estalinista?

Hay que tomar en cuenta que la feroz crítica pablista de estos camaradas ante los estalinistas sigue los pasos de un veredicto emitido por un tribunal obrero que exonera a los trotskistas de la fábrica Renault de las calumnias que los estalinistas le lanzaron.

Los pablistas estadounidenses

En nuestra opinión, la prueba que ofrecen estos acontecimientos mundiales es suficiente para mostrar lo profunda que es la conciliación pablista con el estalinismo. Pero nos gustaría presentar para la inspección del movimiento trotskista internacional algunos hechos adicionales.

Durante más de un año y medio, el Socialist Workers Party ha estado luchando contra una tendencia revisionista encabezada por Cochran y Clark. La lucha contra esa tendencia ha sido una de las más severas en la historia de nuestro partido. En el fondo, se trataba de las mismas cuestiones fundamentales que nos dividieron del grupo de Schachtman y Burham y de Morrow y Goldman a principios y a finales de la Segunda Guerra Mundial. Es otro intento para revisar y abandonar nuestro programa básico: la perspectiva de la revolución en los Estados Unidos; el carácter y el papel del partido revolucionario y sus métodos de organización; y las perspectivas del movimiento trotskista mundial.

Durante el periodo de post-guerra, una poderosa burocracia se consolidó en el movimiento obrero de los Estados Unidos. Esta burocracia se apoya de una gran capa de obreros privilegiados y conservadores “ablandados” por las condiciones de prosperidad ocasionadas por la guerra. Esta nueva capa privilegiada fue reclutada, en gran medida, de las bases de aquellos sectores ex militantes de la clase obrera y de la misma generación que fundara la CIO.

La seguridad y estabilidad relativas de sus condiciones de vida han paralizado temporalmente la iniciativa y el espíritu de combate de aquellos trabajadores que antes estuvieron a la cabeza de todas las acciones militantes clasistas.

El cochranismo es la manifestación de las presión que ejerce esta nueva aristocracia obrera, con su ideología pequeñoburguesa, sobre la vanguardia proletaria. Los caprichos y propensiones de la capa de obreros pasivos y relativamente satisfechos actúan como poderoso mecanismo que transmite presiones ajenas a nuestro propio movimiento. La consigna de los cochranistas (“A la basura con el viejo trotskismo”) expresa ese sentimiento.

La tendencia cochranista considera que el poderoso potencial revolucionario de la clase obrera estadounidense es asunto de un lejano futuro. Acusan de “sectario” el análisis marxista que revela los procesos moleculares que forman los nuevos regimientos combatientes del proletariado estadounidense.

En la medida que existen tendencias progresistas en la clase obrera de los Estados Unidos, ellos sólo las ven en las bases o en las periferias del estalinismo y entre los políticos sindicalistas “sofisticados”. Al resto de la clase la consideran tan irremediablemente aletargada que sólo el impacto de la guerra atómica puede despertarla.

En pocas palabras, su postura revela que han perdido la confianza en toda perspectiva en cuanto a la revolución estadounidense se refiere y en el papel del partido revolucionario en general y del Socialist Workers Party en particular.

Las características del cochranismo

Como todas las secciones del movimiento internacional bien saben de sus duras y difíciles experiencias, existen presiones mucho mayores que la prosperidad creada por la guerra y la ola de reacción que se ha abalanzado sobre nosotros en los Estados Unidos. Pero el factor que sostiene a los cuadros bajo las circunstancias más difíciles es la convicción ardiente en lo correcto de la teoría de nuestro movimiento; que saben que ellos son los medios vivientes para llevar adelante la misión histórica de la clase obrera; que comprenden que en alguna medida u otra el destino de la humanidad depende de lo que ellos hagan; que firmemente creen que sean cual sean las circunstancias del momento, la línea principal de desarrollo histórico exige la creación de partidos leninistas de combate que resolverán la crisis de la humanidad a través de una revolución socialista victoriosa.

El cochranismo sustituye las perspectivas mundiales del trotskismo ortodoxo con el escepticismo, las improvisaciones teóricas y las especulaciones periodísticas. Esto es lo que ha hecho irreconciliable la lucha en el SWP, en el mismo sentido que la lucha contra la oposición pequeñoburguesa en 1939-40 fue irreconciliable.

Los cochranistas han mostrado las siguientes características en el transcurso de la lucha:

1. Una falta de respeto a las tradiciones y a la misión histórica del partido. Los cochranistas casi nunca pierden la oportunidad para denigrar, ridiculizar y predicar el desprecio a las tradiciones del trotskismo estadounidense durante sus 25 años.

2. Una tendencia a reemplazar la política principista marxista con combinaciones sin principios en contra del “régimen” del partido. La facción cochranista por ende consiste de un bloque de elementos contradictorios. Un grupo, centrado principalmente en Nueva York, favorece cierto tipo de táctica “de entrada” en el movimiento estalinista estadounidense.

Otro grupo, que consiste elementos sindicalistas tornados conservadores, se agrupa principalmente en Detroit y considera que hay poco provecho en virarse hacia los estalinistas. Basa su perspectiva revisionista en una sobrevaloración de la estabilidad y el poder duradero de la nueva burocracia laborista.

También se ven atraídos al cochranismo individuos que se han cansado, que ya no pueden ya soportar las presiones causadas por las presentes condiciones adversas y que buscan una justificación plausible para retirarse a la inactividad.

El cemento que une a este bloque sin principios es la hostilidad que tienen en común hacia el trotskismo ortodoxo.

3. Una tendencia a alejar al partido de lo que debe ser nuestro principal campo de lucha en Estados Unidos: los obreros en las industrias de fábrica en serie que todavía no se han despertado políticamente. Los cochranistas, en efecto, eliminaron el programa de lemas y demandas transicionales que el SWP ha usado para vincularse a estos obreros, y han sostenido que la mayoría, al continuar esta trayectoria, se adaptaba al retraso de los trabajadores.

4. Una fuerte creencia en que habría que descartar toda posibilidad de que la clase obrera estadounidense llegue a oponerse radicalmente al imperialismo estadounidense antes de la Tercera Guerra Mundial.

5. Una manera de teorizar burda y experimental acerca del estalinismo “izquierdista” que se reduce a una confianza extravagante en que los estalinistas “ya no pueden traicionar”; que el estalinismo posee un aspecto revolucionario que les facilita dirigir la revolución en los Estados Unidos durante cuyo proceso absorberían las “ideas” trotskistas y la revolución eventualmente “se corregiría a sí misma”.

6. Una adaptación al estalinismo ante los nuevos acontecimientos. Apoyan y defienden la conciliación con el estalinismo que aparece en la interpretación de Pablo acerca de la caída de Beria, así como también y las purgas que luego barrieron con la URSS. Repiten todos los argumentos pablistas que encubren el papel contrarrevolucionario del estalinismo en la gran sublevación de los obreros de Alemania Oriental y en la huelga general de Francia. Hasta han llegado a interpretar el giro del estalinismo estadounidense hacia el Partido Demócrata como una mera “oscilación derechista” dentro de una “vuelta hacia la izquierda”.

7. Un desprecio a las tradiciones leninistas en cuestiones de organización. Durante cierto tiempo intentaron poner en práctica un “gobierno doble” en el partido. Cuando una abrumadora mayoría del partido los rechazó en el Pleno de mayo de 1953, aceptaron por escrito obedecer el mandato de la mayoría y la línea política según la decisión del Pleno. Posteriormente rompieron con el acuerdo y reanudaron el sabotaje faccioso de las actividades del partido más febril e histéricamente que nunca.

El cochranismo, cuyas principales características hemos señalado más arriba, nunca fue más que una débil minoría en el partido. Nunca habría llegado a ser más de lo que fue —una expresión débil y enfermiza del pesimismo— si no hubiera sido por la ayuda y el estímulo que Pablo le brindó a espaldas de la dirigencia del partido.

El ánimo y apoyo secretos que Pablo les brindó fueron desenmascarados pronto después de nuestro Pleno de mayo, y desde ese entonces Pablo ha ido colaborando abiertamente con la facción revisionista de nuestro partido, inspirando su campaña para sabotear las finanzas del partido, trastornando las labores de éste y preparando la escisión.

La facción Pablo-Cochran finalmente concluyó esta trayectoria de deslealtad organizando un boicot contra la celebración del 25º aniversario del partido, que se realizó en Nueva York en conjunto con un mitin de despedida a la campaña para las elecciones municipales de la ciudad.

La acción traidora y rompehuelgas fue en efecto una manifestación organizada contra la lucha que el trotskismo estadounidense había llevado a cabo durante 25 años, y fue al mismo tiempo un acto que objetivamente ayudó a los estalinistas, quienes en 1928 habían expulsado al núcleo que inició el trotskismo estadounidense.

El boicot organizado en contra de este mitin fue, en efecto, una protesta contra la campaña del Socialist Workers Party en las elecciones municipales de Nueva York.

Todos los que participaron en esta acción traidora y anti partidista evidentemente consumaron la escisión que habían estado preparando durante mucho tiempo, y perdieron el derecho a ser militantes de nuestro partido.

El pleno del 25º aniversario del SWP formalmente hizo constar este hecho en sus actas, suspendió a los integrantes del Comité Nacional que organizaron el boicot, y declaró que todos los militantes de la facción Pablo-Cochran que participaron en esa acción traidora y rompehuelguista o que se negaron a repudiarla, de hecho se habían ubicado fuera de las bases del SWP.

Los métodos de la Comintern

La duplicidad de Pablo al presentarle una cara a la dirigencia del SWP mientras colaboraba secretamente con la tendencia revisionista de Cochran es un método totalmente ajeno a la tradición del trotskismo. Pero hay una tradición a la que sí pertenece: el estalinismo. Tales artimañas, de los cuales se vale el Kremlin, fueron decisivas en corromper la Comunista Internacional. Muchos tuvimos experiencias personales con todo esto durante el periodo entre 1923 y 1928.

La evidencia es ahora decisiva: esta forma de actuar no es una aberración aislada por parte de Pablo. Aparentemente sigue un patrón sistemático.

Por ejemplo, en una de las principales secciones europeas de la Cuarta Internacional, un destacado dirigente del partido recibió una orden de Pablo para que se condujera como persona “que defiende la línea y disciplina mayoritarias de la Cuarta Internacional, hasta que se celebre el Cuarto Congreso Mundial”. Además de este ultimátum, Pablo amenazó con represalias si no se obedecían sus órdenes.

La “mayoría” a la que Pablo se refiere es simplemente la modesta etiqueta con la que él se auto denomina y a la pequeña minoría hipnotizada por sus innovaciones revisionistas. La nueva línea de Pablo representa una violenta contradicción al programa básico del trotskismo. Recién comienza a debatirse en muchas partes del movimiento trotskista mundial. Puesto que ni una sola organización trotskista la ha apoyado, no constituye la línea oficial aprobada por la Cuarta Internacional.

Los primeros informes que hemos recibido muestran la indignación que ha provocado su intento arbitrario de imponerle a la organización mundial a la fuerza sus conceptos revisionistas, sin que haya debate o voto. Ya tenemos suficiente información para declarar que una mayoría aplastante de la Cuarta Internacional va a rechazar decididamente la línea de Pablo.

Que Pablo le exigiera autocráticamente a un dirigente de una de las secciones de la Cuarta Internacional que se abstuviera de criticar la línea política revisionista de Pablo ya es bastante dañino. Pero Pablo no se detuvo ahí. Mientras trataba de amordazar a ese dirigente e impedirle participar en un debate del cual la militancia podía aprender de su experiencia, conocimiento y perspicacia, Pablo procedió a intervenir organizativamente para concretar una facción revisionista minoritaria que entablara guerra contra la dirigencia de la sección.

Esta manera de proceder es típica de la asquerosa tradición de la Cominterm a medida que la influencia del estalinismo la llevaba a la degeneración. Si éste fuera el único problema, aún sería necesario luchar contra el pablismo hasta el final para salvar a la Cuarta Internacional de la corrupción interna.

Semejantes tácticas tienen un propósito evidente. Forman parte de la preparación para un golpe por parte de la minoría pablista. Valiéndose del control administrativo que Pablo ejerce, ésta espera imponerle a la Cuarta Internacional su línea revisionista y provocar escisiones y expulsiones donde quiera que se le resista.

El método organizacional estalinista empezó, como se ve ahora claramente, con el abuso bestial del control administrativo del cual Pablo se valió hace más de año y medio en su campaña perjudicial contra la mayoría de la sección francesa de la Cuarta Internacional.

Por orden del Secretariado Internacional, se le prohibió a la mayoría electa de la sección francesa ejercer sus derechos para conducir la labor política y propagandista del partido. Más bien, el Buró Político y la prensa fueron puestos bajo el control de una minoría a través de una “comisión paritaria”.

Incluso en aquel tiempo, nosotros nos encontramos en profundo desacuerdo con esta acción arbitraria por medio de la cual se usó a una minoría para derrocar arbitrariamente a una mayoría. Apenas no enteramos de eso, comunicamos nuestra protesta a Pablo. Sin embargo, tenemos que admitir que cometimos un error al no emprender una acción más vigorosa. Este error se debió a que no apreciábamos lo suficiente las verdaderas dificultades que estaban en juego. Pensábamos que las diferencias entre Pablo y la sección francesa eran tácticas, y esto nos llevó a apoyar a Pablo, a pesar de nuestra desconfianza en su manera de conducir el proceso organizacional, cuando, luego de meses de una revoltosa lucha fraccional, la mayoría fue expulsada.

Pero en el fondo, las diferencias eran de carácter programático. El hecho es que los camaradas franceses en la mayoría vieron lo que sucedía más claramente que nosotros. El 8vo Congreso de su partido declaró que “un grave peligro amenaza el futuro e incluso la existencia de la Cuarta Internacional…Conceptos revisionistas, producto de la cobardía y el impresionismo pequeñoburgués, han aparecido en la dirigencia. Las grandes flaquezas que todavía existen en la Cuarta Internacional, aislada de la existencia cotidiana de sus secciones, ha facilitado momentáneamente la iniciación de un sistema de administración personalista que se basa a sí mismo y a sus métodos antidemocráticos en el revisionismo del programa trotskista y el abandono del método marxista” (La Verité,18 de Setiembre, 1952).

Hay que analizar toda la situación francesa a raíz de los sucesos posteriores. El papel que la mayoría de la sección francesa jugó en la huelga general reciente mostró, de la manera más decisiva, que ésta sabía cómo defender los principios fundamentales del trotskismo ortodoxo. La sección francesa de la Cuarta Internacional fue injustamente expulsada. Los militantes de la mayoría francesa, agrupada en torno al periódico La Verité, son los verdaderos trotskistas de Francia, y el SWP los considera públicamente como tales.

Especialmente repugnante es la infame calumnia de Pablo en cuanto a la postura política de la sección china de la Cuarta Internacional. La facción pablista la ha pintado de “sectaria” y como “fugitiva de la revolución”.

Contrario a la impresión que la facción de Pablo ha creado deliberadamente, los trotskistas chinos actuaron como verdaderos representantes del proletariado chino. Así como Stalin escogió a toda una generación de bolcheviques leninistas en la URSS para ejecutarlos —de la misma manera en los Noskes y Scheidemanns señalaron a los Luxemburgs y Liebknechts de la Revolución de 1918 para ejecutarlos— el régimen de Mao los ha victimado. Pero la línea de Pablo de conciliación con el estalinismo lo llevará inexorablemente a tratar de darle un matiz color rosa al régimen maoísta y, a la misma vez, darle un matiz gris a la postura principista de nuestros camaradas chinos.

Lo que se debe hacer

En resumen: La brecha que separa al revisionismo pablista del trotskismo ortodoxo es tan profunda que no existe la menor posibilidad de un acuerdo político u organizacional. La facción de Pablo ha mostrado que no permitirá que se llegue a decisiones democráticas que verdaderamente reflejen la opinión de la mayoría. Exige que ésta se doblegue totalmente a su política criminal. Está decidida a eliminar de la Cuarta Internacional a todos los trotskistas ortodoxos; a amordazarlos y esposarles.

Han conspirado con inyectar su conciliación con el estalinismo gota a gota y, de la misma forma, deshacerse de aquellos que lleguen a reconocer lo que sucede y que plantean objeciones. Esa es la explicación de la extraña ambigüedad acerca de muchas de las formulaciones y evasiones diplomáticas de los pablistas.

Hasta ahora, la facción de Pablo ha tenido cierto éxito en sus maniobras maquiavélicas y carentes de principios. Pero se ha llegado al punto de cambio cualitativo. Las cuestiones políticas se han impuesto a las maniobras y la lucha ahora se ha convertido en un enfrentamiento final.

Si se nos permite darle un consejo a las secciones de la Cuarta Internacional desde la posición que hemos sido forzados a adoptar fuera de las bases, consideramos que ha llegado el momento de actuar resueltamente. Ha llegado el momento para la mayoría ortodoxa de la Cuarta Internacional reafirmar su voluntad contra la usurpación de autoridad por parte de Pablo.

Además, deberían proteger la administración de los asuntos de la Cuarta Internacional destituyendo a Pablo y a sus agentes de sus cargos y reemplazándolos con cuadros que han probado con sus acciones que saben como defender el trotskismo ortodoxo y mantener al movimiento en una trayectoria política y organizacional correcta.

Saludos trotskistas fraternales,

Comité Nacional del SWP.

America and the Negro question

America and the Negro question

by John Reed

Speech at 2nd Congress of Comintern, July 25 1920. Copied from http://www.marxists.org/history/international/comintern/2nd-congress/ch04.htm#v1-p121

In America there live ten million Negroes who are concentrated mainly in the South. In recent years however many thousands of them have moved to the North. The Negroes in the North are employed in industry while in the South the majority are farm labourers or small farmers. The position of the Negroes is terrible, particularly in the Southern states. Paragraph 16 of the Constitution of the United States grants the Negroes full civil rights. Nevertheless most Southern states deny the Negroes these rights. In other states, where by law the Negroes possess the right to vote, they are killed if they dare to exercise this right.

Negroes are not allowed to travel in the same railway carriages as whites, visit the same saloons and restaurants, or live in the same districts. There exist special, and worse, schools for Negroes and similarly special churches. This separation of the Negroes is called the ‘Jim Crow system’, and the clergy in the Southern churches preach about paradise on the ‘Jim Crow system’. Negroes are used as unskilled workers in industry. Until recently they were excluded from most of the unions that belong to the American Federation of Labour. The IWW of course organised the Negroes, the old Socialist Party however undertook no serious attempt to organise them. In some states the Negroes were not accepted into the party at all, in others they were separated off into special sections, and in general the party statutes banned the use of Party resources for propaganda among Negroes.

In the South the Negro has no rights at all and does not even enjoy the protection of the law. Usually one can kill Negroes without being punished. One terrible white institution is the lynching of Negroes. This happens in the following manner., The Negro is covered with oil and strung up on a telegraph pole. The whole of the town, men, women and children, run up to watch the show and take home a piece of the clothing or the skin of the Negro they have tortured to death ‘as a souvenir’.

I have too little time to explain the historical background to the Negro question in the United States. The descendants of the slave population, who were liberated during the Civil War, when politically and economically they were still completely underdeveloped, were later given full political rights in order to unleash a bitter class struggle in the South which was intended to hold up Southern capitalism until the capitalists in the North were able to bring together all the country’s resources into their own. possession.

Until recently the Negroes did not show any aggressive class consciousness at all. The first awakening of the Negroes took place after the Spanish-American War, in which the black troops had fought with extraordinary courage and from which they returned with the feeling that as men they were equal to the white troops. Until then the only movement that existed among the Negroes was a semi-philanthropic educational association led by Booker T. Washington and supported by the white capitalists. This movement found its expression in the organisation of schools in which the Negroes were brought up to be good servants of industry. As intellectual nourishment they were presented with the good advice to resign themselves to the fate of an oppressed people. During the Spanish War an aggressive reform movement arose among the Negroes which demanded social and political equality with the whites. With the beginning of the European war half a million Negroes who had joined the US Army were sent to France, where they were billeted with French troop detachments and suddenly made the discovery that they were treated as equals socially and in every other respect. The American General Staff approached the French High Command and asked them to forbid Negroes to visit places used by whites and to treat them as second-class people. After the war the Negroes, many of whom had received medals for bravery from the English and French governments, returned to their Southern villages where they were subjected to lynch law because they dared to wear their uniforms and their decorations on the street.

At the same time a strong movement arose among the Negroes who had stayed behind. Thousands of them moved to the North, began to work in the war industries and came into contact with the surging current of the labour movement. High as they were, their wage rates trailed behind the incredible increases in the prices of the most important necessities. Moreover the Negroes were outraged by the way all their strength was sucked out and the terrible exertions demanded by the work much more than were the white workers who had grown used to the terrible exploitation in the course of many years.

The Negroes went on strike alongside the white workers and quickly joined the industrial proletariat. They proved very ready to accept revolutionary propaganda. At that time the newspaper Messenger was founded, published by a young Negro, the socialist Randolf, and pursuing revolutionary propagandist aims. This paper united socialist propaganda with an appeal to the racial consciousness of the Negroes and with the call to organise self-defence against the brutal attacks of the whites. At the same time the paper insisted on the closest links with the white workers, regardless of the fact that the latter often took part in Negro-baiting, and emphasised that the enmity between the white and black races was supported by the capitalists in their own interests.

The return of the army from the front threw many millions of white workers on to the labour market all at once. The result was unemployment, and the demobilised soldiers’ impatience took such threatening proportions that the employers were forced to tell the soldiers that their jobs had been taken by Negroes in order thus to incite the whites to massacre the Negroes. The first of these outbreaks took place in Washington, where civil servants from the administration returning from the war found their jobs occupied by Negroes. The civil servants were in the main Southerners. They organised a night attack on the Negro district in order to terrorise the Negroes into giving up their jobs. To everybody’s amazement the Negroes came on to the streets fully armed. A fight developed and the Negroes fought so well that for every dead Negro there were three dead whites. Another revolt which lasted several days and left many dead on both sides broke out a few months later in Chicago. Later still a massacre took place in Omaha. In all these fights the Negroes showed for the first time in history that they are armed and splendidly organised and are not at all afraid of the whites. The results of the Negroes’ resistance were first of all a belated intervention by the government and secondly the acceptance of Negroes into the unions of the American Federation of Labour.

Racial consciousness grew among the Negroes themselves. At present there is among the Negroes a section which preaches the armed uprising of the Negroes against the whites. The Negroes who returned home from the war have set up associations everywhere for self-defence and to fight against the white supporters of lynch law. The circulation of the Messenger is growing constantly. At present it sells 180,000 copies monthly. At the same time, socialist ideas have taken root and are spreading rapidly among the Negroes employed in industry.

If we consider the Negroes as an enslaved and oppressed people, then they pose us with two tasks: on the one hand a strong racial movement and on the other a strong proletarian workers’ movement, whose class consciousness is quickly growing. The Negroes do not pose the demand of national independence. A movement that aims for a separate national existence, like for instance the ‘back to Africa’ movement that could be observed a few years ago, is never successful among the Negroes. They hold themselves above all to be Americans, they feel at home in the United States. That simplifies the tasks of the communists considerably.

The only correct policy for the American Communists towards the Negroes is to regard them above all as workers. The agricultural workers and the small farmers of the South pose, despite the backwardness of the Negroes, the same tasks as those we have in respect to the white rural proletariat. Communist propaganda can be carried out among the Negroes who are employed as industrial workers in the North. In both parts of the country we must strive to organise Negroes in the same unions as the whites. This is the best and quickest way to root out racial prejudice and awaken class solidarity.

El “asunto Arlete” en Portugal

El “asunto Arlete” en Portugal

El PC en apuros en las elecciones portuguesas

Extracto de Workers Vanguard No. 116, 2 de julio de 1976. Esta versión fue impresa en Spartacist en español No. 11, diciembre 1982.

Lo que sí podría alterar el curso de los sucesos políticos en Portugal en forma drástica, es la construcción de un partido trotskista basado en un claro programa de independencia de clase, que rompa con todas las alas de la burguesía, inclusive con los demagógicos oficiales izquierdizantes. Gran parte del apoyo a Carvalho viene de obreros desilusionados con el apoyo abierto del Partido Socialista y la cobarde capitulación del Partido Comunista ante Eanes, detrás de cuyas gafas oscuras se discierne un monóculo. Un candidato que llamara a la ruptura con el colaboracionismo de clases del PS y del PCP, que rechaza toda confianza en el ejército capitalista, que aboga por la unificación de las comisiones obreras en una asamblea obrera nacional, señalaría el camino hacia la ruptura del círculo vicioso de la “democracia parlamentaria estabilizadora” versus el “poder popular” bajo dominio militar.

Durante el último año, las dos principales organizaciones supuestamente trotskistas en Portugal, ambas afiliadas con el mal llamado Secretariado “Unificado” de la IV Internacional (S.U.), han ido a la cola del PS y del PC. La LCI (Liga Comunista Internacionalista, aliada con la mayoría centrista del S.U. dirigida por Ernest Mandel) formó parte, en septiembre del año pasado, del “Frente Unido Revolucionario” (FUR) que respaldó al Quinto Gobierno frentepopulista de Vasco Gonçalves y que incluyó inicialmente al Partido Comunista. Al mismo tiempo, mientras el Partido Socialista lanzaba una movilización anticomunista reaccionaria, el PRT (Partido Revolucionario dos Trabalhadores, aliado con la minoría reformista del S.U. y, durante los últimos meses, específicamente con el PST [Partido Socialista de los Trabajadores] argentino) lanzó la consigna desvergonzada por un gobierno Soares.

En las elecciones presidenciales, sin embargo, al principio ni los comunistas ni los socialistas presentaron un candidato propio (la candidatura de Pato fue el resultado del fracaso del PCP en encontrar un general que pudiera apoyar). En consecuencia, a falta de alguien a quien podrían cazar, la LCI y el PRT decidieron presentar un candidato presidencial conjunto. Esto formó parte también de las interrumpidas discusiones de “unidad” entre los dos grupos simpatizantes del S.U.

La candidata elegida fue una tal Arlete Vieira da Silva, cuya foto fue publicada en volantes sobre el título: “Arlete, una mujer, una trabajadora, una revolucionaria”. Un esbozo biográfico proclamaba que ella había sido miembro del PCP durante 16 años y había sido arrestada cinco veces, siendo encarcelada por más de tres años durante una de ellas. Una nota publicada en el órgano internacional de S. U., lnprecor (27 de mayo de 1976), daba los detalles de su tortura (“las señales pueden todavía verse en sus muñecas rotas”). Luego de la caída de Caetano, decía, ella renunció del PCP en oposición a la colaboración de clases y el rompehuelguismo estalinista.

Tres semanas después del lanzamiento de la candidatura del PRT/LCI, sin embargo, y luego de que las 7.500 firmas necesarias para registrarla como candidata habían sido reunidas y en vísperas de la fecha límite para la registración, ambos grupos retiraron de repente su apoyo. ¿Qué pasó? Los lectores de Combate Socialista (2 de junio de 1976) del PRT no recibieron ninguna explicación salvo una nota en las páginas interiores bajo el título lacónico “¡Dejó de existir la única candidatura de independencia de clases!”. En ella la única respuesta a las muchas “interrogantes levantadas” por el repentino retiro de su apoyo, fue referir los lectores a “nuestros comunicados” sobre el tema, los cuales no eran reproducidos. “Arlete Vieira da Silva nos proporcionó datos sobre su pasado político que no correspondían a la verdad,” dice, “por lo tanto poniendo serias dudas sobre su idoneidad moral y política que un partido revolucionario debe exigir a fin de apoyar una candidatura clasista…”.

Unos días antes, la LCI había retirado su apoyo a “Arlete” declarando que ella “no tenía ni el pasado, ni las mínimas condiciones que le permitirían ser una defensora intransigente de un programa de unidad e independencia del movimiento obrero”. Poniendo la mayor parte de la culpa sobre el PRT (que la había nombrado también en las elecciones parlamentarias de abril), la LCI admitía avergonzadamente que sólo había investigado los antecedentes de su “candidato revolucionario” muy tardíamente, y tampoco dijo nada sobre lo que había encontrado (Luta Proletaria, 2 de junio de 1976).

La prensa burguesa fue más reveladora. Expresso (29 de mayo) informaba que se había enterado de fuentes en el PRT que sus averiguaciones no habían producido la más mínima evidencia de que su candidata hubiera sido arrestada nunca bajo cargos políticos. De hecho, el único juicio de Arlete Vieira da Silva se debía a la “falta de pago y desfalco de varios artículos electrodomésticos”! En Francia, el diario Rouge (30 de mayo), periódico de la Ligue Communiste Révolutionnaire (LCR), preguntaba en su titular si “Arlete” era una “¿Tergiversadora o provocadora?”

Con la información a nuestra disposición es imposible decidir si el “caso Ariete” fue, como sugieren la LCI y el PRT, una provocación estalinista. Cierto que el PCP no presentó sino hasta muy tarde aquella información en su poder concerniente al carácter dudoso de un ex miembro (cuyo esposo es, aparentemente, un militante del Partido Comunista), al mismo tiempo que propalaba rumores. Más aun, Cunhal y Cía. ya están, sin duda, tratando de usar el incidente para diseminar sus calumnias de siempre de que los trotskistas son agentes provocadores. Lo que sí demuestra el asunto, y en forma concluyente, sin embargo, es que en su seguidismo congénito tras los reformistas, los liquidadores pablistas demuestran una falta fundamental de seriedad política que los lleva a agarrar cualquier desconocido como candidato presidencial simplemente porque ella podía servir como maniobra publicitaria para atraer votos del Partido Comunista. Sus glándulas salivales son más desarrolladas que sus cerebros, y está muy claro que al presentar a Arlete Vieira da Silva como candidata en las elecciones, el PRT y la LCI no pensaron en absoluto en presentar una dirección seria a las masas trabajadoras….

For Trotskyism!

BT/LTT Fusion Document

For Trotskyism!

[The following document was adopted by the fusion conference of the Bolshevik Tendency and the Left Trotskyist Tendency on November 1986 as a codification of the programmatic agreement reached by the two organizations. It was originally printed in 1917 #3, Spring 1987. This version copied from  http://www.bolshevik.org/1917/no3/no03btlt.html]

1. Party and Program

‘‘The interests of the [working] class cannot be formulated otherwise than in the shape of a program; the program cannot be defended otherwise than by creating the party. ‘‘The class, taken by itself, is only material for exploitation. The proletariat assumes an independent role only at that moment when from a social class in itself it becomes a political class for itself. This cannot take place otherwise than through the medium of a party. The party is that historical organ by means of which the class becomes class conscious.’’

—L.D. Trotsky, ‘‘What Next?’’ 1932

The working class is the only thoroughly revolutionary class in modern society, the only class with the capacity to end the insanity of capitalist rule internationally. The fundamental task of the communist vanguard is to instill in the class (particularly its most important component, the industrial proletariat) the consciousness of its historic role. We explicitly reject all stratagems put forward by centrists and reformists, lifestylists and sectoralists which see in one or another non-proletarian section of the population a more likely vehicle for social progress.

The liberation of the proletariat, and with that the elimination of the material basis of all forms of social oppression, hinges on the question of leadership. The panoply of potential ‘‘socialist’’ leaderships are in the final analysis reducible to two programs: reform or revolution. While purporting to offer a ‘‘practical’’ strategy for the gradual amelioration of the inequities of class society, reformism acts to reconcile the working class to the requirements of capital. Revolutionary Marxism, by contrast, is based on the fundamental antagonism between capital and labor and the consequent necessity for the expropriation of the bourgeoisie by the proletariat as the precondition for any significant social progress.

The hegemony of bourgeois ideology in its various forms within the proletariat represents the most powerful bulwark to capitalist rule. As James P. Cannon, the historic leader of American Trotskyism, noted in The First Ten Years of American Communism:

‘‘The strength of capitalism is not in itself and its own institutions; it survives only because it has bases of support in the organizations of the workers. As we see it now, in the light of what we have learned from the Russian Revolution and its aftermath, nine-tenths of the struggle for socialism is the struggle against bourgeois influence in the workers’ organizations, including the party.’’

The key distinction between a revolutionary organization and a centrist or reformist one is found not so much in abstract statements of ultimate goals and objectives, but in the positions which each advances in the concrete situations posed by the class struggle. Reformists and centrists tailor their programmatic response to each new event in accordance with the illusions and preconceptions of their audience. But the role of a revolutionary is to tell the workers and the oppressed what they do not already know.

‘‘The program must express the objective tasks of the working class rather than the backwardness of the workers. It must reflect society as it is and not the backwardness of the working class. It is an instrument to overcome and vanquish the backwardness….We cannot postpone, modify objective conditions which don’t depend upon us. We cannot guarantee that the masses will solve the crisis, but we must express the situation as it is, and that is the task of the program.’’

—Trotsky, ‘‘The Political Backwardness of the American Workers,’’ 1938

We seek to root the communist program in the working class through building programmatically-based caucuses in the trade unions. Such formations must actively participate in all struggles for partial reform and improvements in the situation of the workers. They must also be the best upholders of the militant traditions of class solidarity, e.g., the proposition that ‘‘Picket Lines Mean Don’t Cross!’’ At the same time they must seek to recruit the most politically conscious workers to a world view that transcends parochial shopfloor militancy, and addresses the burning political questions of the day in a fashion which points to the necessity of eliminating the anarchy of production for profit and replacing it with rational, planned production for human need.

Our intervention in the mass organizations of the proletariat is based on the Transitional Program adopted by the founding convention of the Fourth International in 1938. In a certain sense there can be no such thing as a ‘‘finished program’’ for Marxists. It is necessary to take account of historical developments in the past five decades and the need to address problems posed by specific struggles of sectors of the class and/or the oppressed which are not dealt with in the 1938 draft. Nonetheless, in its essentials, the program upon which the Fourth International was founded retains all its relevance because it poses socialist solutions to the objective problems facing the working class today in the context of the unchanging necessity of proletarian power.

2. Permanent Revolution

Over the past five hundred years, capitalism has created a single world economic order with an international division of labor. We live in the epoch of imperialism—the epoch of capitalist decline. Experience this century has demonstrated that the national bourgeoisies of the neo-colonial world are incapable of completing the historic tasks of the bourgeois-democratic revolution. There is, in general, no path of independent capitalist development open for these countries.

In the neo-colonial countries the accomplishments of the classical bourgeois revolutions can only be replicated by smashing capitalist property relations, severing the tentacles of the imperialist world market and establishing working class (i.e., collectivized) property. Only a socialist revolution—a revolution carried out against the national bourgeoisie and big landowners—can lead to a qualitative expansion of the productive forces.

We reject the Stalinist/Menshevik ‘‘two-stage’’ strategy of proletarian subordination to the supposed ‘‘progressive’’ sectors of the bourgeoisie. We stand for the complete and unconditional political independence of the proletariat in every country. Without exception, the national bourgeoisies of the ‘‘Third World’’ act as the agents of imperialist domination whose interests are, in a historic sense, far more closely bound up with the bankers and industrialists of the metropolis than with their own exploited peoples.

Trotskyists offer military, but not political, support to petty-bourgeois nationalist movements (or even bourgeois regimes) which enter into conflict with imperialism in defense of national sovereignty. In 1935, for example, the Trotskyists stood for military victory of the Ethiopians over the Italian invaders. However, Leninists cannot automatically determine their position on a war between two bourgeois regimes from their relative level of development (or underdevelopment). In the squalid 1982 Malvinas/Falklands war, where the defense of Argentine sovereignty was never at issue, Leninists called for both British and Argentine workers to ‘‘turn the guns around’’—for revolutionary defeatism on both sides.

3. Guerrillaism

Our strategy for revolution is mass proletarian insurrection. We reject guerrillaism as a strategic orientation (while recognizing that it can sometimes have supplementary tactical value) because it relegates the organized, politically conscious working class to the role of passive onlooker. A peasant-based guerrilla movement, led by radical petty-bourgeois intellectuals, cannot establish working-class political power regardless of the subjective intent of its leadership.

On several occasions since the end of the Second World War it has been demonstrated that, given favorable objective circumstances, such movements can successfully uproot capitalist property. Yet because they are not based on the mobilization of the organized working class, the best outcome of such struggles is the establishment of nationalist, bureaucratic regimes qualitatively identical to the product of the Stalinist degeneration of the Russian Revolution (i.e., Yugoslavia, Albania, China, Vietnam and Cuba). Such ‘‘deformed worker states’’ require supplementary proletarian political revolutions to open the road to socialist development.

4. Special Oppression: The Black Question, The Woman Question

The working class today is deeply fractured along racial, sexual, national and other lines. Yet racism, national chauvinism and sexism are not genetically but rather socially programmed forms of behavior. Regardless of their present level of consciousness, the workers of the world have one crucial thing in common: they cannot fundamentally improve their situation, as a class, without destroying the social basis of all oppression and exploitation once and for all. This is the material basis for the Marxist assertion that the proletariat has as its historic mission the elimination of class society and with that the eradication of all forms of extra-class or ‘‘special’’ oppression.

In the United States, the struggle for workers power is inextricably linked to the struggle for black liberation. The racial division between black and white workers has historically been the primary obstacle to class consciousness. American blacks are not a nation but a race-color caste forcibly segregated at the bottom of society and concentrated overwhelmingly in the working class, particularly in strategic sectors of the industrial proletariat. Brutalized, abused and systematically discriminated against in the ‘‘land of the free,’’ the black population has historically been relatively immune to the racist imperial patriotism which has poisoned much of the white proletariat. Black workers have generally proved the most militant and combative section of the class. The fight for black liberation—against the everyday racist brutality of life in capitalist America—is central to the construction of a revolutionary vanguard on the North American continent. The struggle against the special oppression of the other national, linguistic and racial minorities, particularly the growing Latino population, is a question which will also be key to the American revolution.

The oppression of women is materially rooted in the existence of the nuclear family: the basic and indispensable unit of bourgeois social organization. The fight for complete social equality for women is of strategic importance in every country on the globe. A closely related form of special oppression is that experienced by homosexuals who are persecuted for failing to conform to the sexual roles dictated by the ‘‘normalcy’’ of the nuclear family. The gay question is not strategic like the woman question, but the communist vanguard must champion the democratic rights of homosexuals and oppose any and all discriminatory measures directed at them.

In the unions communists campaign for equal access to all jobs; union-sponsored programs to recruit and upgrade women and minorities in ‘‘non-traditional’’ fields; equal pay for equivalent work and jobs for all. At the same time we defend the seniority system as a historic acquisition of the trade-union movement and oppose such divisive and anti-union schemes as preferential layoffs. It is the historic responsibility of the communist vanguard to struggle to unite the working class for its common class interests across the artificial divisions promoted in capitalist society. To do this means to advance the interests of the most exploited and oppressed and to struggle relentlessly against every manifestation of discrimination and injustice.

The oppressed sectors of the population cannot liberate themselves independently of proletarian revolution, i.e., within the framework of the social system which originated and perpetuates their oppression. As Lenin noted in State and Revolution:

‘‘Only the proletariat—by virtue of the economic role it plays in large-scale production—is capable of being the leader of all the toiling and exploited masses, whom the bourgeoisie exploits, oppresses and crushes often not less, but more, than it does the proletarians, but who are incapable of waging an independent struggle for their emancipation.’’

We live in a class society and the program of every social movement must, in the final analysis, represent the interests of one of the two classes with the potential to rule society: the proletariat or the bourgeoisie. In the trade unions, bourgeois ideology takes the form of narrow economism; in the movements of the oppressed it manifests itself as sectoralism. What black nationalism, feminism and other forms of sectoralist ideology have in common is that they all locate the root of oppression in something other than the system of capitalist private property.

The strategic orientation of the Marxist vanguard toward ‘‘independent’’ (i.e., multi-class) sectoralist organizations of the oppressed must be to assist in their internal differentiation into their class components. This implies a struggle to win as many individuals as possible to the perspective of proletarian revolution and the consequent necessity of an integrated vanguard party.

5. The National Question and ‘Interpenetrated Peoples’

‘‘Marxism cannot be reconciled with nationalism, be it even of the ‘most just’, ‘purest’, most refined and civilised brand. In place of all forms of nationalism Marxism advances internationalism….’’

—V.I. Lenin, ‘‘Critical Remarks on the National Question’’

Marxism and nationalism are two fundamentally counterposed world views. We uphold the principle of the equality of nations, and oppose any privileges for any nation. At the same time Marxists reject all forms of nationalist ideology and, in Lenin’s words, welcome ‘‘every kind of assimilation of nations, except that founded on force and privilege.’’ The Leninist program on the national question is primarily a negative one designed to take the national question off the agenda and undercut the appeal of petty-bourgeois nationalists, in order to more starkly pose the class question.

In ‘‘classic’’ cases of national oppression (e.g., Quebec), we champion the right of self-determination, without necessarily advocating its exercise. In the more complex cases of two peoples interspersed, or ‘‘interpenetrated,’’ throughout a single geographical territory (Cyprus, Northern Ireland, Palestine/Israel), the abstract right of each to self-determination cannot be realized equitably within the framework of capitalist property relations. Yet in none of these cases can the oppressor people be equated with the whites in South Africa or the French colons in Algeria; i.e., a privileged settler-caste/labor aristocracy dependent on the super-exploitation of indigenous labor to maintain a standard of living qualitatively higher than the oppressed population.

Both the Irish Protestants and the Hebrew-speaking population of Israel are class-differentiated peoples. Each has a bourgeoisie, a petty bourgeoisie and a working class. Unlike guilty middle-class moralists, Leninists do not simply endorse the nationalism of the oppressed (or the petty-bourgeois political formations which espouse it). To do so simultaneously forecloses the possibility of exploiting the real class contradictions in the ranks of the oppressor people and cements the hold of the nationalists over the oppressed. The proletarians of the ascendant people can never be won to a nationalist perspective of simply inverting the current unequal relationship. A significant section of them can be won to an anti-sectarian class-against-class perspective because it is in their objective interests.

The logic of capitulation to petty-bourgeois nationalism led much of the left to support the Arab rulers (the embodiment of the so-called ‘‘Arab Revolution’’) against the Israelis in the Mid-East wars of 1948, 1967 and 1973. In essence these were inter-capitalist wars in which the workers and oppressed of the region had nothing to gain by the victory of either. The Leninist position was therefore one of defeatism on both sides. For both Arab and Hebrew workers the main enemy was at home. The 1956 war was a different matter; in that conflict the working class had a side: with Nasser against the attempts of French and British imperialism (aided by the Israelis) to reappropriate the recently nationalized Suez Canal.

While opposing nationalism as a matter of principle, Leninists are not neutral in conflicts between the oppressed people and the oppressor state apparatus. In Northern Ireland we demand the immediate and unconditional withdrawal of British troops and we defend the blows struck by the Irish Republican Army at such imperialist targets as the Royal Ulster Constabulary, the British Army or the hotel full of Conservative cabinet ministers at Brighton. Similarly, we militarily side with the Palestinian Liberation Organization against the forces of the Israeli state. In no case do we defend terrorist acts directed at civilian populations. This, despite the fact that the criminal terrorism of the Zionist state against the Palestinians, like that of the British army and their Protestant allies against the Catholics of Northern Ireland, is many times greater than the acts of communal terror by the oppressed.

6. Immigration/Emigration

Leninists support the basic democratic right of any individual to emigrate to any country in the world. As in the case of other democratic rights, this is not some sort of categorical imperative. We would not, for example, favor the emigration of any individual who would pose a threat to the military security of the degenerated or deformed worker states. The right of individual immigration, if exercised on a sufficiently wide scale, can come into conflict with the right of self-determination for a small nation. Therefore Trotskyists do not raise the call for ‘‘open borders’’ as a general programmatic demand. In Palestine during the 1930’s and 1940’s, for example, the massive influx of Zionist immigration laid the basis for the forcible expulsion of the Palestinian people from their own land. We do not recognize the ‘‘right’’ of unlimited Han migration to Tibet, nor of French citizens to move to New Caledonia.

The ‘‘open borders’’ demand is generally advocated by well-meaning liberal/radical muddleheads motivated by a utopian desire to rectify the hideous inequalities produced by the imperialist world order. But world socialist revolution—not mass migration—is the Marxist solution to the misery and destitution of the majority of mankind under capitalism.

In the U.S., we defend Mexican workers apprehended by La Migra. We oppose all immigration quotas, all roundups and all deportations of immigrant workers. In the unions we fight for the immediate and unconditional granting of full citizenship rights to all foreign-born workers.

7. Democratic Centralism

A revolutionary organization must be strictly central ized with the leading bodies having full authority to direct the work of lower bodies and members. The organization must have a political monopoly over the public political activity of its members. The membership must be guaranteed the right of full factional democracy (i.e., the right to conduct internal political struggle to change the line and/or to replace the existing leadership). Internal democracy is not a decorative frill—nor merely a safety valve for the ranks to blow off steam—it is a critical and indispensible necessity for the revolutionary vanguard if it is to master the complex developments of the class struggle. It is also the chief means by which revolutionary cadres are created. The right to internal factional democracy, i.e., the right to struggle against revisionism within the vanguard, is the only ‘‘guarantee’’ against the political degeneration of a revolutionary organization.

Attempts to gloss over important differences and blur lines of political demarcation internally can only weaken and disorient a revolutionary party. An organization cohered by diplomacy, lowest-common denominator consensus and the concomitant programmatic ambiguity (instead of principled programmatic agreement and the struggle for political clarity) awaits only the first serious test posed by the class struggle to break apart. Conversely, organizations in which the expression of differences is proscribed—whether formally or informally—are destined to ossify into rigid, hierarchical and lifeless sects increasingly divorced from the living workers movement and unable to reproduce the cadres necessary to carry out the tasks of a revolutionary vanguard.

8. Popular Fronts

‘‘The question of questions at present is the Popular Front. The left centrists seek to present this question as a tactical or even as a technical maneuver, so as to be able to peddle their wares in the shadow of the Popular Front. In reality, the Popular Front is the main question of proletarian class strategy for this epoch. It also offers the best criterion for the difference between Bolshevism and Menshevism.’’

—Trotsky,‘‘The POUM and the Popular Front,’’ 1936

Popular frontism (i.e., a programmatic bloc, usually for governmental power, between workers organizations and representatives of the bourgeoisie) is class treason. Revolutionaries can give no support, however ‘‘critical,’’ to participants in popular fronts.

The tactic of critical electoral support to reformist workers parties is premised on the contradiction inherent in such parties between their bourgeois (reformist) program and their working-class base. When a social-democratic or Stalinist party enters into a coalition or electoral bloc with bourgeois or petty-bourgeois formations, this contradiction is effectively suppressed for the life of the coalition. A member of a reformist workers party who stands for election on the ticket of a class-collaborationist coalition (or popular front) is in fact running as a representative of a bourgeois political formation. Thus the possibility of the application of the tactic of critical support is excluded, because the contradiction which it seeks to exploit is suspended. Instead, revolutionists should make a condition of electoral support the breaking of the coalition: ‘‘Down With the Capitalist Ministers!’’

9. United Fronts and ‘‘Strategic United Fronts’’

The united front is a tactic with which revolutionaries seek to approach reformist or centrist formations to ‘‘set the base against the top’’ in situations where there is an urgent felt need for united action on the part of the ranks. It is possible to enter into united-front agreements with petty-bourgeois or bourgeois formations where there is an episodic agreement on a particular issue and where it is in the interests of the working class to do so (e.g., the Bolsheviks’ united front with Kerensky against Kornilov). The united front is a tactic which is not only designed to accomplish the common objective but also to demonstrate in practice the superiority of the revolutionary program and thus gain new influence and adherents for the vanguard organization.

Revolutionists never consign the responsibility of revolutionary leadership to an ongoing alliance (or ‘‘strategic united front’’) with centrist or reformist forces. Trotskyists never issue common propaganda—joint statements of overall political perspective—with revisionists. Such a practice is both dishonest (as it inevitably involves papering over the political differences separating the organizations) and liquidationist. The ‘‘strategic united front’’ is a favorite gambit of opportunists who, despairing of their own small influence, seek to compensate for it by dissolution into a broader bloc on a lowest common-denominator program. In ‘‘Centrism and the Fourth International,’’ Trotsky explained that a revolutionary organization is distinguished from a centrist one by its ‘‘active concern for purity of principles, clarity of position, political consistency and organizational completeness.’’ It is just this which the strategic united front is designed to obliterate.

10. Workers Democracy and the Class Line

Revolutionary Marxists, who are distinguished by the fact that they tell the workers the truth, can only benefit from open political confrontation between the various competing currents in the left. It is otherwise with the reformists and centrists. The Stalinists, social democrats, trade-union bureaucrats and other working-class misleaders all shrink from revolutionary criticism and seek to pre-empt political discussion and debate with gangsterism and exclusions.

We oppose violence and exclusionism within the left and workers movement while upholding the right of everyone to self-defense. We also oppose the use of ‘‘soft-core’’ violence—i.e., slander—which goes hand-in-hand with (or prepares the way for) physical attacks. Slander and violence within the workers movement are completely alien to the traditions of revolutionary Marxism because they are deliberately designed to destroy consciousness, the precondition for the liberation of the proletariat.

11. The State and Revolution

The question of the state occupies a central place in revolutionary theory. Marxism teaches that the capitalist state (in the final analysis the ‘‘special bodies of armed men’’ committed to the defense of bourgeois property) cannot be taken over and made to serve the interests of working people. Working-class rule can only be established through the destruction of the existing bourgeois state machinery and its replacement with institutions committed to the defense of proletarian property.

We are adamantly opposed to bringing the bourgeois state, in any guise, into the affairs of the labor movement. Marxists oppose all union ‘‘reformers’’ who seek redress from bureaucratic corruption in the capitalist courts. Labor must clean its own house! We also call for the expulsion of all cops and prison guards from the trade-union movement.

The duty of revolutionists is to teach the working class that the state is not an impartial arbiter between competing social interests but a weapon wielded against them by the capitalists. Accordingly, Marxists oppose reformist/utopian calls for the bourgeois state to ‘‘ban’’ the fascists. Such laws are invariably used much more aggressively against the workers movement and the left than against the fascistic scum who constitute the shock troops of capitalist reaction. The Trotskyist strategy to fight fascism is not to make appeals to the bourgeois state, but to mobilize the power of the working class and the oppressed for direct action to crush fascistic movements in the egg before they are able to grow. As Trotsky remarked in the Transitional Program, ‘‘The struggle against fascism does not start in the liberal editorial office but in the factory—and ends in the street.’’

Leninists reject all notions that imperialist troops can play a progressive role anywhere: whether ‘‘protecting’’ black schoolchildren in the Southern U.S., ‘‘protecting’’ the Catholic population in Northern Ireland or ‘‘keeping the peace’’ in the Middle East. Neither do we seek to pressure the imperialists to act ‘‘morally’’ by divesting nor by imposing sanctions on South Africa. We argue instead that the ‘‘Free World’’ powers are fundamentally united with the racist apartheid regime in defense of the ‘‘right’’ to superexploit black labor. Our answer is to mobilize the power of international labor in effective class-struggle solidarity actions with South Africa’s black workers.

12. The Russian Question

‘‘What is Stalinophobia? Is it hatred of Stalinism; fear of this ‘syphilis of the labor movement’ and irreconcilable refusal to tolerate any manifestation of it in the party? Not at all….

’’Is it the opinion that Stalinism is not the leader of the international revolution but its mortal enemy? No, that is not Stalinophobia; that is what Trotsky taught us, what we learned again from our experience with Stalinism, and what we believe in our bones.

‘‘The sentiment of hatred and fear of Stalinism, with its police state and its slave labor camps, its frame-ups and its murders of working class opponents, is healthy, natural, normal, and progressive. This sentiment goes wrong only when it leads to reconciliation with American imperialism, and to the assignment of the fight against Stalinism to that same imperialism. In the language of Trotskyism, that and nothing else is Stalinophobia.’’

—JamesP. Cannon, ‘‘Stalinist Conciliationism and Stalinophobia,’’ 1953

We stand for the unconditional defense of the collectivized economies of the degenerated Soviet worker state and the deformed worker states of Eastern Europe, Vietnam, Laos, Cambodia, China, North Korea and Cuba against capitalist restoration. Yet we do not lose sight for a moment of the fact that only proletarian political revolutions, which overthrow the treacherous anti-working class bureaucrats who rule these states, can guarantee the gains won to date and open the road to socialism.

The victory of the Stalinist faction in the Soviet Union in the 1920’s under the banner of ‘‘Socialism in One Country’’ was crowned with the physical extermination of the leading cadres of Lenin’s party a decade later. By counterposing the defense of the Soviet Union to the world revolution, the Stalinist usurpers decisively undermine both. The perspective of proletarian insurrection in order to reestablish the direct political rule of the working class is therefore not counterposed but inextricably linked to the defense of the collectivized economies.

The Russian question has been posed most sharply in recent years over two events: the suppression of Polish Solidarnosc and the intervention of the Soviet Army in Afghanistan. We side militarily with the Stalinists against both the capitalist-restorationists of Solidarnosc and the Islamic feudalists fighting to preserve female chattel slavery in Afghanistan. This does not imply that the Stalinist bureaucrats have any progressive historical role to play. On the contrary. Nonetheless, we defend those actions (like the December 1981 suppression of Solidarnosc) which they are forced to take in defense of the working-class property forms.

13. For the Rebirth of the Fourth International!

‘‘Trotskyism is not a new movement, a new doctrine, but the restoration, the revival, of genuine Marxism as it was expounded and practised in the Russian revolution and in the early days of the Communist International.’’

—JamesP. Cannon, The History of American Trotskyism

Trotskyism is the revolutionary Marxism of our time—the political theory derived from the distilled experience of over a century-and-a-half of working-class communism. It was verified in a positive sense in the October Revolution in 1917, the greatest event in modern history, and generally negatively since. After the bureaucratic strangulation of the Bolshevik Party and the Comintern by the Stalinists, the tradition of Leninism—the practice and program of the Russian Revolution—was carried forward by the Left Opposition and by it alone.

The Trotskyist movement was born in a struggle for revolutionary internationalism against the reactionary/utopian conception of ‘‘Socialism in One Country.’’ The necessity of revolutionary organization on an international basis derives from the organization of capitalist production itself. Revolutionists on each national terrain must be guided by a strategy which is international in dimension—and that can only be elaborated by the construction of an international working-class leadership. To the patriotism of the bourgeoisie and its social-democratic and Stalinist lackeys, the Trotskyists counterpose Karl Liebknecht’s immortal slogan: ‘‘The Main Enemy is At Home!’’ We stand on the basic programmatic positions adopted by the 1938 founding conference of the Fourth International, as well as the first four congresses of the Communist International and the revolutionary tradition of Marx, Engels, Lenin, Luxemburg and Trotsky.

The cadres of the Fourth International outside of North America were largely annihilated or dispersed in the course of the Second World War. The International was definitively politically destroyed by Pabloite revisionism in the early 1950’s. We are not neutral in the 1951-53 split—we side with the International Committee (IC) against the Pabloite International Secretariat (IS). The IC’s fight was profoundly flawed both in terms of political framework and execution. Nonetheless, in the final analysis, the impulse of the IC to resist the dissolution of the Trotskyist cadre into the Stalinist and social-democratic parties (as proposed by Pablo) and its defense of the necessity of the conscious factor in history, made it qualitatively superior to the liquidationist IS.

Within the IC the most important section was the American Socialist Workers Party (SWP). It had also been the strongest section at the time of the founding of the International. It had benefited by the most direct collaboration with Trotsky and had a leading cadre which went back to the early years of the Comintern. The political collapse of the SWP as a revolutionary organization, signalled by its uncritical enthusing over Castroism in the early 1960’s, and culminating in its defection to the Pabloites in 1963, was therefore an enormous blow to world Trotskyism.

We solidarize with the struggle of the Revolutionary Tendency of the SWP (forerunner of the Spartacist League/US) to defend the revolutionary program against the centrist objectivism of the majority. We stand on the Trotskyist positions defended and elaborated by the revolutionary Spartacist League in the years that followed. However, under the pressure of two decades of isolation and frustration, the SL itself has qualitatively degenerated into a grotesquely bureaucratic and overtly cultist group of political bandits which, despite a residual capacity for cynical ‘‘orthodox’’ literary posturing, has shown a consistent impulse to flinch under pressure. The ‘‘international Spartacist tendency’’ today is in no important sense politically superior to any of the dozen or more fake-Trotskyist ‘‘internationals’’ which lay claim to the mantle of the Fourth International.

The splintering of several of the historic pretenders to Trotskyist continuity and the difficulties and generally rightward motion of the rest opens a potentially fertile period for political reassessment and realignment among those who do not believe that the road to socialism lies through the British Labour Party, Lech Walesa’s capitalist-restorationist Solidarnosc or the Chilean popular front. We urgently seek to participate in a process of international regroupment of revolutionary cadres on the basis of the program of authentic Trotskyism, as a step toward the long overdue rebirth of the Fourth International, World Party of Socialist Revolution.

‘‘On the basis of a long historical experience, it can be written down as a law that revolutionary cadres, who revolt against their social environment and organize parties to lead a revolution, can—if the revolution is too long delayed—themselves degenerate under the continuing influences and pressures of this same environment….

’’But the same historical experience also shows that there are exceptions to this law too. The exceptions are the Marxists who remain Marxists, the revolutionists who remain faithful to the banner. The basic ideas of Marxism, upon which alone a revolutionary party can be constructed, are continuous in their application and have been for a hundred years. The ideas of Marxism, which create revolutionary parties, are stronger than the parties they create and never fail to survive their downfall. They never fail to find representatives in the old organizations to lead the work of reconstruction.

‘‘These are the continuators of the tradition, the defenders of the orthodox doctrine. The task of the uncorrupted revolutionists, obliged by circumstances to start the work of organizational reconstruction, has never been to proclaim a new revelation—there has been no lack of such Messiahs, and they have all been lost in the shuffle—but to reinstate the old program and bring it up to date.’’

—James P. Cannon, The First Ten Years of American Communism

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