Después del golpe

[Traducido de Workers Vanguard no. 42, 12 de abril de 1974. Esta versión fue impresa en Cuadernos Marxistas no. 3, “Chile – Lecciones del Frente Popular”.]

El 11 de septiembre último las fuerzas armadas chilenas derrocaron el gobierno de coalición de la “Unidad Popular” (UP) del Presidente Salvador Allende para, según ellos, “evitar la violencia y conducir al pueblo chileno por el camino hacia la paz”. La junta anunció que su objetivo era “la liberación del país del yugo marxista”; sin embargo, “los trabajadores chilenos pueden estar seguros de que las mejoras económicas y sociales que han logrado hasta el presente no sufrirán un cambio fundamental” (New York Times, 12 de septiembre de 1973). Pero al mismo tiempo que proclamaban reverentemente que no habría “ni vencedores ni vencidos”, los oficiales gorilas procedieron a reducir los sueldos reales en más del 5,0 por ciento a través de una inflación astronómica, incrementaron drásticamente la semana de trabajo y asesinaron a más de 20.000 obreros y militantes socialistas.

El golpe de septiembre fue probablemente el más sangriento de toda la historia de América Latina. Lejos de ser una mera revuelta de palacio, estuvo dirigido a aplastar el amplio y combativo movimiento obrero. Las fábricas que resistieron la toma de poder de los militares fueron bombardeadas; después de rendirse, cualquier obrero presente durante el tiroteo era fusilado en el acto. La CUT fue disuelta y todos los partidos de izquierda proscritos. Aún más, el golpe fue endorsado por la casi totalidad de la burguesía -incluyendo la supuestamente “progresista” Democracia Cristiana (PDC)- así como la mayor parte de la clase media.

Pero escasamente medio año después, la junta parece ahora cada vez más inestable, llegándonos información de divisiones internas, de oposición por parte de los demócratas cristianos y de la jerarquía católica, odio universal en la clase obrera y descontento generalizado en la pequeña burguesía y aún en sectores de la clase dirigente. Internacionalmente se las ha arreglado para conseguir una posición de aislamiento comparable sólo a la de Rodesia.

El primer deber de un revolucionario es llamar a las cosas por su nombre. Debe reconocerse que el movimiento obrero ha sufrido una trágica y costosa derrota con el golpe de septiembre en Chile. Miles de militantes asesinados, los sindicatos y los partidos de izquierda proscritos, forzados a la clandestinidad y al menos parcialmente desorganizados -esto no es, como mantienen algunos, un mero “desvío” en la “vía chilena al socialismo”. La responsabilidad por este baño de sangre reside en el imperialismo norteamericano, la burguesía chilena y la dirección reformista del movimiento obrero que adormeció a las masas predicando confianza en las fuerzas armadas “democráticas”.

Sin embargo, a pesar de todos los esfuerzos de los asesinos de la junta, el Chile de los generales no es la Alemania nazi. El régimen militar permanece en el poder solamente a través de la fuerza bruta militar. Pinochet y Cía. no tienen tras ellos el respaldo del enorme movimiento fascista que permitió a Hitler y Mussolini decapitar y literalmente obliterar el movimiento obrero. La junta no puede durar. Esto quiere decir que los obreros chilenos van a tener una oportunidad raramente ofrecida por la historia – una nueva posibilidad de una revolución socialista en un futuro no lejano. Lo que se necesita por encima de todo para hacer realidad ésta posibilidad es un partido genuinamente trotskista que asimile las lecciones de la ignominiosa derrota del régimen de Allende y empiece el rearmamento político de la clase obrera.

Es necesario inculcar en las mentes de los militantes socialistas y las masas trabajadoras que la muerte y destrucción sembradas por el golpe de septiembre fueron producto de la política contrarrevolucionaria de los estalinistas y los socialdemócratas de “transición pacífica al socialismo” y de “frente popular” con sectores de la burguesía. El régimen de la UP no era un gobierno obrero (que empezaría inmediatamente por aplastar a su enemigo de clase expropiando a la burguesía, y destruyendo sus fuerzas armadas), sino un “gobierno popular” de colaboración de clases cuyo principal propósito era impedir la movilización independiente de los obreros.

El régimen de Allende preparó el camino para el golpe. Por lo tanto, simplemente “continuar la lucha”, luchar por remplazar la junta por una nueva versión de la “Unidad Popular”, es preparar otra derrota más, esta vez una dé proporciones catastróficas. Los socialistas chilenos deben inscribir en sus banderas, “¡A Muerte la Junta! ¡Abajo las Ilusiones sobre el Frente Popular – Por una Revolución Obrera y Campesina!” Sin esta perspectiva, no se habrá sacado nada de la muerte de miles de militantes sacrificados en el altar de la “vía pacífica al socialismo”. “Aquellos que no• aprenden de la historia están condenados a repetirla.”

Guerra a la clase obrera

Si el régimen militar bonapartista no ha sido capaz de atomizar a la clase obrera, no será porque no lo ha intentado. Inmediatamente después de tomar el poder ha desatado una avalancha de decretos declarando el astado de sitio (no. 3), estado de emergencia (no. 4) y estado de guerra interna (no. 6); ha autorizado la ejecución inmediata si se dispara contra unidades de las fuerzas armadas (no. 5, articulo 2) o en caso de descubrir un arma “cuando las circunstancias o antecedentes permiten suponer que el arma estaba destinada a perturbar el orden público o a atacar a las fuerzas armadas…” (no. 5, artículo 3).

Durante las cruciales primeras semanas después del golpe el nuevo régimen hizo grandes esfuerzos para crear una prosperidad pasajera ordenando el pago inmediato de salarios, anunciando medidas draconianas contra cualquiera que impusiera precios por encima de los oficiales para los productos esenciales, descargando sobre el mercado montones artículos “de lujo” que hablan sido amasados durante meses (Nescafé, nata, azúcar, carne de vaca, cigarrillos, etc.) y terminando el paro de los camioneros que habla paralizado el país durante las últimas seis semanas. Sin embargo, esta situación eufórica duró unas tres semanas. Entonces la junta publicó otro decreto liberando todos los precios del control gubernamental al mismo tiempo que congelaba los salarios de los obreros. La semana de trabajo de cinco días fue abolida, se añadió medio día los sábados y se dio a los empresarios la “opción” de “proponer” dos horas más de trabajo al día (Rouge, 23 de noviembre de 1973).

La inflación, en particular, ha reducido brutalmente el consumo de las masas trabajadoras. El ritmo anual de subidas de precios de más del 300 por cien durante los últimos meses de Allende fue una de las causas principales del descontento de los pequeños burgueses con el gobierno de la UP. Ahora, sin embargo, las masas se ven frente un ritmo que es doble o triple ese nivel ya astronómico (muchos artículos han subido más del 1.000 por ciento desde el golpe) combinado con una rígida congelación de salarios. Según el New York Times (5 de noviembre), “Las radios pregonan el nuevo eslogan, ‘La fiesta ha terminado, ahora hay que pagar la cuenta’.” Plasmando el sabor del nuevo régimen, el Ministro de Economía Fernando Leniz dijo en la televisión, “las amas de casa deben aprender a comprar. Si los, precios libres son demasiado altos, es mejor no consumir durante cierto tiempo.” (Rouge, 30 de noviembre).

Descontento en la burguesía

Los preparadores militares del complot y sus secuaces del Pentágono tenían claramente en mente una junta “estilo Brasil” combinando un gobierno rígidamente autoritario con una política económica de “laissez faire” para producir un “boom” basado en la inversión de capital extranjero. Los generales han cumplido su parte, desnacionalizando cientos de fábricas, disminuyendo los sueldos reales, aplastando los sindicatos, etc. Los bancos estadounidenses contribuyeron inmediatamente con 180 millones de dólares al gobierno “de bajo riesgo” de ahora (New York Times, 12 de noviembre de 1973); el Fondo Monetario Internacional ha concedido al nuevo régimen créditos “de reserva” para cubrir los déficits de la balanza de pagos. La junta ha accedido a “compensar” a las compañías mineras norteamericanas por sus “pérdidas” debidas a la nacionalización del cobre bajo Allende, y las compañías, a su vez, están ahora proporcionando ayuda técnica. Y, a pesar de todo ello, el gobierno anuncia ahora que 1974 será “el peor año de la historia de Chile”, exhortando a la población a hacer aún más “sacrificios” (Tricontinental News Service, 13 de marzo de 1974).

Según datos oficiales, el producto bruto para el período desde el golpe de septiembre hasta finales de año fue 4 por ciento por encima de los cuatro últimos meses del régimen de Allende (Rouge, 22 de febrero de 1974). Pero los últimos 120 días del gobierno de la UP incluyeron una huelga mayor de los mineros del cobre en mayo, la ocupación por los obreros de más de 1.000 empresas después del golpe fallido del 29 de junio y un paro de los camioneros de seis semanas en agosto y septiembre. Un aumento del 4 por ciento por encima de un estado de colapso económico casi total no es en absoluto una mejoría.

Este estancamiento económico está causando una inquietud considerable en la burguesía (particularmente aquellos conectados con la producción de artículos de consumo) que habían apoyado entusiásticamente el golpe y la devolución de las fábricas nacionalizadas y ocupadas a sus previos dueños. En una carta al General Pinochet en enero último, los dirigentes del PDC se quejaban de que, “Las remuneraciones de los obreros apenas les permiten comer y en muchos casos no les permiten proveer para las necesidades vitales de sus familias” (New York Times, 8 de febrero de 1974). La carta contrasta esto con “los negocios cuyos beneficios superan todas las esperanzas” y subraya que, “Nadie puede ignorar la injusticia de esta situación y los peligros que entraña”.

Sin embargo, la preocupación de los demócratas cristianos no se limita a un súbito remordimiento de conciencia por los “injustos beneficios” – salarios más altos también serían un buen negocio. Un editorial en el periódico del PDC, La Prensa, señala que un aumento de salarios “podría estimular la producción de una manera más efectiva” porque “todos los ingresos de esta inmensa mayoría van directamente al mercado, reclamando productos y servicios, y se debe entender que este dinero, transformado en poder adquisitivo, es un estimulante para la producción…” (citado en Rouge, 1 de febrero de 1974).

Ya en septiembre el ala izquierda del PDC (encabezada por Bernardo Leighton) adoptó una actitud negativa hacia la junta (sin, por supuesto, intentar ningún tipo de resistencia activa). Sin embargo, el ex-Presidente Eduardo Frei endorsó la acción de los militares. Aún más, un cierto número de demócratas cristianos tomó puestos en el nuevo, gobierno. Así el Ministro de Justicia es un miembro del PDC, así como cuatro viceministros. El General Augusto Bonilla, Ministro del Interior, ha estado asociado en el pasado con oficiales cercanos al PDC.

Sin embargo, la política ultra-reaccionaria de la junta ha amortiguado el entusiasmo inicial hacia la eliminación de la UP. Esto no quiere decir que los dirigentes del PDC se opongan ahora a la dictadura militar. Después de pedir, en una entrevista con el General Bonilla, que el régimen subiera los sueldos, el Jefe del PDC, Patricio Alwyn, envió un memorándum privado a los dirigentes del partido en el cual señalaba: “No nos gusta, pero admitimos que un período de dictadura es necesario. Pero creemos que para que sea eficiente, no se deberían cometer excesos, y son estos excesos los que estamos criticando.” (New York Times, 8 de febrero de 1974).

La junta, por su parte, ha ido intensificando su presión sobre el PDC. En enero proclamó un decreto prohibiendo cualquier reunión de dirigentes del partido sin previa autorización de las autoridades militares y en la víspera de su sexto mes en el poder, publicó un documento declarando que, “Los dos grupos mayoritarios que han conducido a Chile a la decadencia -el Marxismo y la Democracia Cristiana- eran movimientos internacionales en muchos respectos.” (Excélsior [México], 11 de marzo de 1974). Haciendo unos comentarios sobre las crecientes tensiones entre el PDC y el gobierno, y en el seno de la junta misma, una publicación financiera de los EE.UU., Latin America (1 de marzo de 1974), escribió recientemente:

“… los signos predicen que la situación económica, que está empeorándose por momentos, requerirá pronto la resolución de las contradicciones en el seno de las fuerzas armadas. A la corta, al menos, esto sólo puede resultar en un refuerzo del grupo de línea dura asociado con el General de Aviación Gustavo Leigh y el Almirante José Toribio Merino….”

“Puede que los demócratas cristianos hayan empezado a sentir que las cosas han llegado a un punto en que ya no vale la pena colaborar con la presente junta. Una decisión tal tendría un enorme impacto en los que apoyan a la Democracia Cristiana dentro del ejército…. entre los cuales se ha contado al General Pinochet.”

La izquierda: consecuencias del golpe

Aunque virtualmente la totalidad del movimiento obrero vio la inevitabilidad del golpe después de que los ministros militares se retiraron del gobierno de Allende a finales de agosto, no hubo ninguna preparación sistemática para combatirlo. Las reservas de armas que tenía la izquierda o bien no estaban en manos de los obreros en absoluto, o estaban distribuidas al azar en vez de a la disposición de grupos de autodefensa organizados. Aún más, el día del golpe la dirección de la CUT dio orden de guardar las fábricas y esperar órdenes – órdenes que nunca llegaron. Consecuentemente, después de que los militares terminaron la limpieza de las oficinas del gobierno en el centro de Santiago, lograron atrapar a un gran número de los obreros más militantes en las fábricas donde habían sido forzados a una resistencia desesperada sin más que unas cuantas ametralladoras.

De todos los partidos, el propio Partido Socialista de Allende fue sin duda el más afectado por el golpe y hoy apenas existe como organización. A causa de su estructura débil era aparentemente la más infiltrada de las organizaciones de la izquierda. Además, el SP era el único grupo que había distribuido un cierto número de armas entre sus militantes de las fábricas. Por lo tanto, fueron frecuentemente ellos los que ofrecieron la poca resistencia desorganizada que existió, y por consiguiente fueron ellos los que sufrieron el mayor número de bajas.

El ala derecha del Partido Socialista estaba concentrada entre los funcionarios del gobierno, muchos de los cuales estaban en sus puestos en el momento del golpe y fueron o inmediatamente detenidos o asesinados. Según un reportaje del periódico mejicano Excélsior (28 de febrero de 1974), “De unos 45 miembros del Comité Central [del PS], sólo tres están ahora activos.”* El jefe del partido, Carlos Altamirano, ahora en La Habana, fue salvado de la represión solamente gracias a los esfuerzos del MIR.

Los informes sobre la situación del Partido Comunista son contradictorios. Claramente está ahora funcionando en la clandestinidad, en contraposición al decimado PS. Sin embargo, su principal dirigente, Luis Corvalán, fue capturado por los militares y el 11 de septiembre la organización y la acción del PC fue aparentemente nula. La reserva de armas del partido no estaba en manos de los obreros, y debido al toque de queda de 72 horas de la junta no hubo manera de distribuirlas. Aún más, cuando la dirección decidió temprano (alrededor de las 11 de la mañana del día del golpe) ordenar la retirada, esto no fue comunicado a sus organizaciones en las fábricas aún en la misma capital (según Rouge, 16 de noviembre de 1973, que entrevistó a dos dirigentes del PC en la clandestinidad en Chile después del golpe). Por otra parte, la organización juvenil del PC está aparentemente funcionando y se le acredita la organización, con sólo unas pocas horas de conocimiento previo, de la bastante impresionante demostración de 2.000 personas en el entierro de Pablo Neruda a finales de septiembre.

De todos los partidos de izquierda, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria es el que mejor ha sobrevivido aparentemente la dura represión. Sus militantes ofrecieron una cierta resistencia en los distritos pobres inmediatamente después del golpe; pero al tercer día la dirección del MIR ordenó la retirada (el único camino posible dadas las circunstancias). Al haber intentado la guerra de guerrillas a finales de los años 60 y al haber predicho la llegada del golpe durante meses, la organización fue capaz de sumirse en la clandestinidad con relativa facilidad. Sin embargo, a pesar de sus advertencias y de presumir de ser el único grupo que poseía una verdadera organización militar, estos ex-guerrilleros castristas no fueron capaces de hacer nada para impedir la toma de poder por los militares.

En el área alrededor de Valdivia y Temuco en el Sur (donde el MIR ha conseguido un apoyo considerable entre los indios Mapuche) los campesinos de izquierda se vieron forzados a huir al monte donde han estado llevando a cabo una guerra de guerrillas esporádica en respuesta a la invasión de varios miles de soldados que han llevado a cabo operaciones de “pacificación” sistemática, asesinando a todos los dirigentes sindicales campesinos y con frecuencia también a sus familias. Los militares han conseguido capturar y ejecutar al principal dirigente del MIR de la región, el “Comandante Pepe” (José Gregorio Liendo) poco después del golpe, pero han sido incapaces de aplastar por completo al movimiento campesino. Un dirigente sindical informó recientemente que un congreso clandestino representando a 300.000 obreros agrícolas habla tenido lugar en la región Mapuche (Daily World, 2 de abril de 1974). Por otra parte, un importante dirigente del MIR (Bautista Van Schouwen) fue capturado por el gobierno a mediados de diciembre, lo cual, igual que la pérdida de Liendo, es un serio revés.

En breve, aunque todos los grupos han sufrido ciertas pérdidas, particularmente los socialistas, la junta no ha logrado de ninguna manera destruir los partidos de izquierda y aplastar a la clase obrera. Existen los elementos para iniciar una lucha clandestina contra el régimen militar – la cuestión es ahora, para qué fines, y con qué estrategia y tácticas.

La izquierda: una vez más el frente popular

De todos los partidos de la Unidad Popular, el Partido Comunista estalinista era el más desvergonzado en su política de colaboración de clases con los llamados sectores “anti-imperialistas” de la burguesía. Hasta el último momento pidieron la inclusión de la Democracia Cristiana en el gobierno, confiando en el “profesionalismo” de las fuerzas armadas, aumentando la producción e impidiendo la subida de salarios, devolviendo fábricas y haciendas ocupadas a sus dueños, limitando el número de nacionalizaciones, etc., al mismo tiempo que echaban la culpa del antagonismo de los reaccionarios hacia la UP al MIR. Según el dirigente del PC francés Bernard Fajón, poco después de volver de un viaje a Chile, “el eslogan ultraizquierdista de desobediencia dirigido a los soldados… ha ayudado los esfuerzos de los oficiales favorables a un golpe de estado” (L’Humanité, 1 de septiembre de 1973).

Uno podría pensar que no se puede caer más bajo que pedir a los demócratas cristianos y generales que se unan al gobierno en el mismo momento en que estos están preparando un golpe militar y luego echar, la culpa del putsch a los “excesos” de los “ultraizquierdistas”. Aparentemente sí se puede. Ahora el Partido Comunista chileno está exhortando de nuevo a la unidad con “aquellos demócratas cristianos que se han mostrado contrarios al golpe”, así como con los “oficiales democráticos”. Sin embargo, existe un nuevo matiz: parece que el eslogan “Abajo con la dictadura”, “expresa un sentimiento general” pero “como frase, por sí mismo, no es una posición para unir a la mayoría en una acción de masas concreta”. En su lugar, la demanda “fin al estado de guerra interna” es “una consigna de agitación… que puede preparar para la acción de masas, que unirá seriamente a la mayoría…” (Daily World, 16 de enero de 1974).

Los estalinistas, por supuesto, son los maestros acabados de la teoría de la revolución en dos etapas (primero, “revolución anti-feudal” o “democracia avanzada”; el socialismo, más tarde). Ahora se han añadido una tercera etapa (democracia burguesa “normal” resultante del derrocamiento de la junta “fascista”) y aún una cuarta (la dictadura militar sin el “estado de guerra interna”). El propósito de este jeroglífico es impedir a toda costa la movilización independiente de los obreros y campesinos hacia una revolución socialista, una meta que asustaría a los amigos burgueses del PC y a los aliados que ellos esperan conseguir.

Que el Partido Comunista continúe creyendo en el frente popular no constituye desde luego nada nuevo. Por el contrario, el desarrollo político más significativo desde el golpe es el brusco giro a la derecha del MIR. Después de varios años de criticar al gobierno de la UP porque se rehusó a romper terminantemente con la Democracia Cristiana, el MIR se ha unido ahora a los partidos de la UP al exhortar a “Una amplia alianza antifascista” con el PDC. Después de convencer los partidos de la UP a que le incluyeran en su coalición de frente popular (junto con los radicales y los de la izquierda cristiana), súbitamente el “nuevo MIR” adopta la misma orientación de colaboración de clases que ha estado criticando durante los últimos tres años. La dirección del MIR ahora cree que:

“Los objetivos inmediatos de la resistencia popular contra la dictadura son:

“Impulsar una plataforma mínima exigiendo el restablecimiento de las libertades democráticas y levantando la defensa del nivel de vida de las masas, impulsando la lucha por un reajuste igual al 100 por ciento del alza del costo de vida.

“Constituir un frente político de la resistencia anti-gorila incorporando a todas las fuerzas de izquierda y a un sector del PDC (la pequeña burguesía democrática).”

― MIR, “A los trabajadores, a los revolucionarios y a los pueblos del mundo”, enero de 1974

Debería estar clarísimo para cualquiera que lea los anteriores párrafos que ésta es precisamente la política del Partido Comunista, la misma política que, como el MIR mismo decía antes, condujo directamente a la victoria del putsch militar en septiembre último.

Ya desde 1970 la Spartacist League señaló que la política del MIR de “apoyo crítico” a la Unidad Popular era de hecho una excusa para actuar como el apéndice de izquierdas del gobierno de Allende. Previos artículos sobre Chile en Workers Vanguard señalaron que estos castristas de izquierda no entendieron nunca la cuestión básica planteada por el régimen de la UP, concretamente su carácter de clase de ser un gobierno burgués de frente popular. En su lugar, lo llamaron “reformista” y se concentraron en criticar algunas de sus medidas y la “orientación” de “ciertos sectores” de la coalición, es decir, del PC. Nosotros advertimos que sin una política de oposición intransigente al frente popular, reclamando de los partidos obreros que rompiesen con la burguesía y tomasen el poder en su propio nombre, el MIR no podría proveer un camino hacia adelante a las masas chilenas. La total impotencia del MIR ante el golpe y su actual brusco giro a la derecha sirven para subrayar estas advertencias.

“Unidad” y capitulación

Hoy en día la lucha contra la política de frente popular de los estalinistas y los socialdemócratas es más crucial que nunca ya que todos los pseudo-izquierdistas, desde el MAPU y el MIR al PC se apresuran a exhortar a “la más ancha unidad antifascista posible” como una careta para encubrir su capitulación al enemigo de clase.

La tarea del momento es empezar la preparación política para una revolución obrera y campesina, no cualquier tipo de “revolución popular” para restaurar la democracia burguesa. ¿El MIR quiere un “frente político de la resistencia anti-gorila incorporando a todas las fuerzas de izquierda y a un sector del PDC”? Muy bien, compañeros del MIR, ¿estáis preparados entonces a decirles a los obreros que estén ocupando las fábricas tras el derrocamiento de la dictadura militar que deben “esperar”, exactamente igual que han estado predicando los estalinistas? Eso es lo que quiere decir unidad con la burguesía, y nada más. Esa era la línea de Scheidemann y Noske en Alemania en 1918. Al llevar a la práctica esta política, los soldados del gobierno socialdemócrata mataron a los líderes comunistas Luxemburgo y Liebknecht.

Los líderes del MIR buscan defender su giro a la derecha con la afirmación de que los partidos estalinistas y burgueses de la UP están ahora obligados a la “lucha armada”. Esta es una vieja artimaña castrista/maoísta, adoptada desde entonces por los pseudo-trotskistas entusiastas de la guerrilla del ala “mandelista” del “Secretariado Unificado”. Los estalinistas no han rechazado nunca la lucha armada, cuando se ven forzados a emprenderla por la lógica de la auto-preservación; ni tampoco la han rechazado los populistas burgueses como Perón. Perón y los peronistas de izquierda estaban a favor de la lucha armada en contra de la dictadura militar argentina – ¿deberían los comunistas haber buscado entonces un “frente unificado de resistencia anti-gorila” con ellos, como hicieron las “guerrillas trotskistas” del PRT/ERP? ¡Solamente si quieren firmar sus propias sentencias de muerte! Los estalinistas condujeron la lucha armada contra los fascistas en Italia y Francia durante la Segunda Guerra Mundial – sólo para traicionar la lucha en el momento decisivo al disolver las unidades de resistencia cuando llegaron las fuerzas aliadas ordenándoles que entregaran las armas. Por añadidura asesinaron a todo trotskista que pudieron pescar.

Es posible traicionar a una revolución “con el fusil en la mano”. De hecho, a pesar de que el MIR jura y perjura que está comprometido a la “lucha armada” esto no le ha impedido capitular ante los mismos enemigos y la misma política reformista de colaboración de clase que denunciaba vehementemente escasamente hace “nueve” meses. La verdadera unidad de la clase obrera es programática – unidad para lograr la dictadura del proletariado, unidad para construir el partido trotskista revolucionarlo. Lo que ha ocurrido en Chile durante el año pasado ha sido una derrota sangrienta para la clase obrera. La tarea ahora no es buscar la unidad de los traidores que prepararon sistemáticamente esta masacre con su política criminal, sino precisamente ¡el dividirse, el separarse totalmente de ellos!

Sin la destrucción del yugo estalinista y socialdemócrata que ahoga a los obreros, sin escindir a los partidos de masa reformistas, se están sembrando ya las semillas de una nueva catástrofe. Se debe construir un partido bolchevique clandestino que inculque implacablemente las lecciones de la catástrofe del frente popular y prepare a la clase obrera para que esto no vuelva a ocurrir. Dicho partido asumiría el deber de dirigir las huelgas que deben acaecer, los sindicatos clandestinos, los soviets. Llevaría a cabo bloques transitorios con los partidos de la UP y hasta con los sindicalistas demócratas cristianos para efectuar acciones específicas. Pero esto lo haría no para lograr una ficticia unidad estratégica con los agentes conscientes de la burguesía, sino para mejor destruir su garra sobre el movimiento obrero y demostrar la realidad del sabotaje que efectúan sobre la lucha proletaria en nombre de “la unidad del pueblo”.

La ocasión está madura en Chile hoy para un reagrupamiento revolucionario y político de gran alcance. No sólo los estalinistas y los socialdemócratas, sino también los centristas del MIR, están totalmente desorientados políticamente a consecuencia del golpe. La primera condición para la victoria en esta empresa es la determinación granítica a defender el programa trotskista de la revolución permanente. No la capitulación ante los traidores del frente popular, sino la exposición implacable de sus crímenes y la vacunación de la clase obrera contra el reformismo.