La amenaza del fascismo
La amenaza del fascismo
Qué es y cómo combatirlo
por Ted Grant
junio de 1948
Copiado de OBRAS COMPLETAS DE TED GRANT · VOLUMEN I.
Una crítica importante a este documento
LOS PRIMEROS SEGUIDORES DE MOSLEY
Sólo dos años después de la guerra que supuestamente se libró para destruir el fascismo, los fascistas británicos han comenzado a reagrupar sus fuerzas. A lo largo de todo el país, cautelosa y discretamente al principio, pero cada vez más descaradamente, los fascistas se presentan de una forma abierta.
Al principio surgieron como organizaciones separadas y locales, adoptando toda una serie de nombres por razones oportunistas. El objetivo final, no obstante, era preparar la unificación. Entre las más importantes de estas organizaciones se encontraban la Liga Británica de Ex Militares y Mujeres; el Club de Discusión y Lectores de Mosley; la Unión de la Libertad Británica; Los Hijos de Saint George (Derby); la Liga de Defensa Imperial (Manchester); el Partido de Unidad Nacional de los Trabajadores Británicos (Bristol) y el Club Social (un grupo de estudiantes de la Universidad de Oxford).
Estas organizaciones no están escasas de dinero. Antes de la guerra la Unión de Fascistas Británicos (UFB) tenía a su disposición muchos fondos. Los fascistas tenían vínculos estrechos con las grandes empresas. Mosley alardeaba de haberse gastado 96.000 libras de su propia fortuna personal “en apoyo de mis creencias”. En dos ocasiones el propio Mosley se casó con mujeres procedes de familias millonarias. En 1920 se casó con lady Cynthia Curzon, hija del último marqués de Kedleston y nieta de Levi Zeigler Leiter, un millonario judío de Chicago. Lady Cynthia heredó 28.000 libras anuales de su propia familia (de este matrimonio tiene dos hijos). Después de la muerte de su primera esposa, pocos años antes de la guerra, Mosley se casó de nuevo, en esta ocasión con los millones Guinness. Su esposa es la hija del célebre Unity Mitford, amigo de Hitler.
En los primeros días del movimiento fascista, Mosley contó con el apoyo entusiasta de varios capitalistas y figuras militares destacadas. Cierto es que más tarde, cuando Mosley estaba desacreditado y era evidente que su movimiento importunaba, muchas de estas personalidades le abandonaron. Aparte de los militantes abiertos del Partido Fascista, se formó un club poderoso compuesto por miembros de la clase dominante para apoyar a los camisas negras. En un panfleto titulado Quién apoya a Mosley, publicado por Labour Research, se revelaban algunos datos ilustrativos:
“El día de Año Nuevo de 1934 se creó el Club de Enero, cuyo objetivo es formar un sólido frente de camisas negras. El presidente, sir John Squire, editor del London Mercury, afirmaba que no era una organización fascista pero sí admitía que “miembros que pertenecían a diversos partidos políticos, en su mayor parte simpatizan con el movimiento fascista” (The Times, 22/3/1934). El Club de Enero celebraba sus cenas en el Savoy y en el Hotel Splendide. El Tatler muestra imágenes de asambleas del club, distinguidas por los vestidos de noche, vino, flores y un ambiente general de lujo. El líder se lo está pasando bien entre su propia clase…”.
Los miembros de este club eran: el coronel lord Middleton, director de Yorkshire Insurance Co. Malton Investment Truts, British Coal Refining Processes Ltd, y otras tres empresas. Asímisimo poseía unos 15.000 acres de tierra y minerales en Notthnghamshire. El general sir Hubert de la Poer Gough, GCMG, KCB, KCVO, comandante del Quinto Ejército de 1916 a 1918 y jefe de la Misión Aliada en el Báltico en 1919 (intervención rusa), ahora director de Siemens BROS, Caxton Electric Development Ltd. Enfield Rolling Mills y otras dos empresas. El general de la brigada aérea Chamier, CB, CMG, OBE, DSO, último ejército indio. Consultor y agente de aviación, y más tarde director de Vickers Aviation Ltd. Vincent C. Vickers, director de London Assurance Corporation y gran accionista de Vickers Ltd. Lord Lloyd, antiguo gobernador de Bombay. Los Earl de Glasgow, uno de ellos consejero de Estado, cuñado de sir Thomas Inskip, fiscal general, responsable de la Ley de Sedición en la Cámara de los Comunes. Los Earl poseen el castillo de Kelburn, Ayrshire y unos 2.500 acres. El mayor Nathan, parlamentario liberal por NE Bethnal Green, miembro de la Agencia Judía bajo mandato para Palestina, presidente de la Anglo-Chinese Finance and Trade Corporation. Ward Price, corresponsal especial del Daily Mail y director de Associated Newspaper y British Movietone News. El teniente coronel de aviación sir Louis Grieg, KBE, CBO, RAF, socio de J y H Scrimageour, corredores de bolsa, director de Handley Page Ltd y una compañía de seguros y Gentleman Usher in Ordinary to the King. Lady Ravendale, baronesa, cuñada de Mosley y nieta de Levi Leiter. Conde y condensa Paul Munster. El mayor Metcalfe, MVO, MC, cuñado de lady Cynthia Mosley y lady Ravendale, más tarde ayudante de campo del príncipe de Gales y comandante en jefe en India. Sir Philip Magnus, Bart, un dirigente conservador. Sir Charles Petrie. Hon. J. F. Rennel Rodd, heredero del barón Rennell, socio de Morgan, Grenfell & Co. Ralph D. Blumenfeld, presidente del Daily Express, anteriormente editor. Fue editor del Daily Mail. Es fundador de la Unión Antisocialista y miembro de su Comité Ejecutivo.
Es significativo que entre los primeros seguidores de Mosley estén varios judíos adinerados. Esto fue antes de que Mosley adoptara el antisemitismo como un medio indispensable para reunir seguidores ignorantes y atrasados. Mosley contaba con el apoyo financiero de fascistas en el extranjero. Recibía una ayuda de 60.000 libras anules de Mussolini. Esto fue confirmado tras el descubrimiento de documentos en 1935 en los archivos de Roma, lo reveló Chuter Ede, ministro de Interior, en la Cámara de los Comunes.
Mosley visitaba a Hitler y Mussolini, manteniendo un estrecho contacto con los dirigentes nazis.
Con el estallido de la guerra el movimiento de Mosley decayó. Como otros movimientos fascistas en Europa, la UFB se convirtió en un agente del imperialismo alemán con cuya victoria esperaba garantizar su futuro. Los capitalistas británicos en la guerra contra el imperialismo alemán no pudieron utilizar a los fascistas y se vieron obligados a ilegalizarles como parte de la lucha contra Hitler. Pero Mosley estuvo bien protegido en prisión y disfrutó de muchas de las comodidades a las que estaba acostumbrado, incluidos los mejores alimentos, muebles y sirvientes. Como uno de su clase que quizá se había arriesgado demasiado pronto, los capitalistas británicos le trataron atentamente con un ojo puesto en el futuro.
¿SON ANTIFASCISTAS LOS CAPITALISTAS BRITÁNICOS?
La clase capitalista británica se embarcó en la guerra, no porque se opusiera al fascismo y lo que representaba, sino porque se vio obligado a combatir contra los imperialismos rivales por los mercados mundiales, por fuentes de materias primas, es decir, por el beneficio. Su victoria no supuso ni supondrá el final del fascismo.
Por todo el mundo la clase dominante británica ha apoyado al fascismo y la reacción contra el movimiento progresista de los trabajadores. Tomemos unos pocos ejemplos.
Cuando Mussolini estaba subyugando a la clase obrera italiana con su “tratamiento” de aceite de ricino y otras torturas bestiales, Churchill se quedó profundamente impresionado por su “comportamiento sencillo y amable”. Hablando en Roma el 20 de enero de 1927, Churchill sólo tenía palabras para alabar a los fascistas:
“No puedo sino estar encantado, como muchas otras personas lo han estado, por el comportamiento sencillo y amable del señor Mussolini y por su calma, por su aplomo e imparcialidad, a pesar de las muchas cargas y peligros que soporta. En segundo lugar, cualquiera podría ver que él no pensaba en nada excepto en lo eterno del pueblo italiano, como él lo entendía, y que lo que menos le interesaba eran las consecuencias esto le pudiera acarrear. Si yo hubiera sido italiano, estoy seguro de que habría estado entusiasmado con usted desde el principio hasta el final, por su lucha triunfal contra los apetitos y pasiones bestiales del leninismo. Sin embargo, diré una palabra sobre un aspecto internacional del fascismo. Externamente, su movimiento ha prestado un servicio a todo el mundo. El gran temor que siempre ha rodeado a todo líder democrático o líder de la clase obrera ha sido el de ser minado por alguien más extremo que él. Italia ha demostrado que existe una forma de luchar contra las fuerzas subversivas, que puede aglutinar a la masa de la población, dirigirla adecuadamente, valorar y desear la defensa del honor y la estabilidad de la sociedad civilizada. De aquí en adelante, ninguna gran nación estará desamparada de un medio fundamental de protección contra el crecimiento cancerígeno del bolchevismo”.
Con estas cristalinas palabras, el portavoz del capitalismo británico indica claramente que, en última instancia, enfrentada a la clase obrera revolucionaria, la “nación”, es decir, los capitalistas no estará “desamparada”, siempre serán capaces de imitar a Mussolini y adoptar el método fascista para dominar a los trabajadores.
En la lucha de China contra el imperialismo japonés, los británicos apoyaron a Japón porque veían en su victoria un baluarte contra el movimiento ascendente de las masas en Asia. El señor L. S. Amery, entonces secretario de Estado para la India, un puesto que ocupó hasta 1945, afirmó lo siguiente el 27 de febrero de 1933 durante una comparecencia en la Cámara de los Comunes:
“Confieso que no veo razón para que, de acto, palabra o por simpatía, debamos ir individual o intencionadamente contra Japón en esta cuestión. Japón tiene una razón muy poderosa basada en realidades fundamentales… ¿Quién de nosotros está dispuesto a lanzar la primera piedra y decir que Japón no debería haber actuado con el objeto de crear la paz y el orden en Manchuria, y defenderse contra la continua agresión del vigoroso nacionalismo chino? Nuestra política en India, nuestra política en Egipto, está condenada si condenamos a Japón”.
Los nazis contaron con la ayuda y la financiación de la clase dominante británica. Hitler recibió la aprobación y el apoyo incondicional de las grandes empresas británicas. Lloyd George, el “liberal”, describía a Hitler como un “baluarte” contra el bolchevismo. Ya en febrero de 1934, el gobierno británico publicó un memorando que proclamaba un apoyo claro al rearme alemán. “No se puede resistir y no debería resistirse a la pretensión alemana de igualar sus derechos en la cuestión del armamento. Habrá que enfrentarse al rearme de Alemania”, declaraba el ministro de Exteriores británico, sir John Simon, el 6 de febrero de 1934. Las exportaciones a Alemania de níquel no forjado, borra de algodón, bases de pólvora, aviones y tanques se incrementaron tremendamente. Cuando en marzo de 1934 se preguntó si Vickers Ltd participaría en el rearme de la Alemania de Hitler su presidente respondió:
“No puedo darle una garantía en términos concretos, pero puedo decirle que no se está haciendo nada sin la sanción o aprobación total de nuestro propio gobierno” (Citado por Henry Owen en War is Terrible Profitable).
Los grandes financieros y banqueros defendían abiertamente una política de apoyo y ayuda a Hitler. Poco tiempo después de que llegara al poder, el gobernador del Banco de Inglaterra declaró que los préstamos a Hitler estaban justificados como “inversión contra el bolchevismo”.
El rearme de Alemania, la ocupación de Renania, el anschluss en Austria, la ocupación de Checoslovaquia, todo contó con el apoyo del capitalismo británico. La razón: temían el colapso nazi y lo que podría sustituirle. Justo antes de la guerra los británicos, a través de R. S. Hudson, entonces secretario del Departamento de Comercio Exterior, hizo la oferta de un préstamo de mil millones de libras para conciliar a los nazis e impedir su expansión a costa del imperialismo británico, mientras permanecía como un bastión contra los trabajadores alemanes y contra la clase obrera de toda Europa.
Churchill miraba a los nazis con una aprobación ilimitada. En la edición de 1939 de Great Contemporaries, Winston Churchill escribía lo siguiente sobre la llegada de Hitler al poder:
“La historia de esa lucha no se puede considerar sin admiración por el coraje, la perseverancia, la fuerza vital que le permitió desafiar, retar, conciliar o superar todos los obstáculos y resistencias que se presentaron en su camino… Siempre he dicho que si Gran Bretaña fuera derrotada en la guerra, espero que encontremos un Hitler que nos devuelva a nuestra posición correcta entre las naciones”. (El mismo libro de Churchill contiene un ataque venenoso contra Trotsky, que se ganó su odio implacable por ser el creador del Ejército Rojo y uno de los dirigentes de la Revolución de Octubre).
Lord Beaverbrook el 31 de octubre de 1938 en el Daily Express señaló lo siguiente:
“Ciertamente reconocemos con honestidad y sinceridad a Hitler. Creemos en su propósito declarado, una y otra vez, de buscar un acomodo con nosotros y aceptamos todas las implicaciones del documento de Munich”. Esto, por supuesto, no le impidió mantener un puesto ministerial en el gobierno de coalición en la “guerra contra el fascismo”.
En la guerra civil española los capitalistas británicos simpatizaban con Franco, y bajo la cobertura de la llamada “no intervención”, le ayudaron a aplastar la República.
Ningún movimiento reaccionario contra la clase obrera careció del apoyo y la ayuda del capitalismo británico. Sólo cuando los nazis se adueñaron de sus cotos privados declararon la guerra en nombre del “antifascismo”. Pero cuando sus necesidades de clase son tales que el fascismo se hace necesario, entonces en seguida recurren a Mosley o algún otro aventurero fascista, como los capitalistas alemanes se volvieron hacia Hitler y los italianos hacia Mussolini. Hoy, los fascistas no son necesarios para la defensa de sus beneficios. Pero mañana…
¿QUÉ ES EL FASCISMO Y CÓMO SURGIÓ?
Lo más importante para los antifascistas y los trabajadores es comprender la naturaleza del fascismo y por qué surge. Sin tener esta comprensión del fascismo no es posible combatirlo y destruirlo de manera efectiva. A menos que se vea desde el ángulo de la estructura de clases de la sociedad capitalista y la correlación de fuerzas, los trabajadores no pueden prepararse para la lucha futura contra cualquier movimiento fascista en ascenso.
El capitalismo como sistema social se desarrolló a partir de la decadencia del feudalismo. Durante su período de auge, hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial, fue un sistema progresista porque permitió el desarrollo de las fuerzas productivas, es decir, el poder del hombre sobre la naturaleza y consiguientemente aumentó el nivel cultural de la humanidad.
A pesar de las crisis, la riqueza aumentó y en los principales países capitalistas, la cultura y los niveles de vida de las masas mejoraron. Con el desarrollo de la técnica, el incremento de la productividad llevó a una mayor expansión de la industria a expensas de los viejos métodos de producción y con esto al aumento numérico de la clase obrera.
Durante los últimos cien años, en su lucha contra el capitalismo, los trabajadores crearon sus propias organizaciones de clase, sindicatos y partidos obreros. Hay que recordar siempre que los derechos de hoy, el derecho al trabajo, huelga, organización, el derecho a la libertad de expresión y prensa, e incluso el derecho a voto, no fueron entregados con benevolencia por la clase capitalista: Se ganaron sólo después de una implacable e incesante lucha de clases por parte de los trabajadores. Antes de la Primera Guerra Mundial, los capitalistas aún podían ofrecer concesiones por los enormes beneficios que les reportó la expansión del capitalismo y el imperialismo.
Pero el capitalismo, inevitablemente, trae consigo la concentración de capital y el crecimiento del monopolio y de los carteles. Debido al desarrollo del mercado mundial, que es la función histórica del sistema capitalista, en determinada etapa las naciones capitalistas, inevitable y necesariamente, entran en conflicto entre sí en su frenético intento de encontrar y extender sus mercados. El desarrollo de las fuerzas productivas se expande más rápidamente que los mercados, dejando atrás las fronteras del Estado nacional y la propiedad privada de los medios de producción. Esta es la contradicción que llevó a la Primera Guerra Mundial, como también llevó a la segunda.
El capitalismo en sus últimas etapas no sólo reduce a la clase obrera a un estado de pauperización, porque no puede proporcionar ninguna seguridad ni en el empleo ni en el sustento, arruina también a la clase media (pequeños empresarios, profesionales, trabajadores de cuello blanco, pequeños comerciantes) y todo ese estrato de población cuya posición social está entre la clase obrera industrial y la clase capitalista.
Para combatir a la clase obrera los capitalistas ya no pueden basarse sólo en las viejas fuerzas de represión encarnadas en la maquinaria estatal. En las condiciones modernas ningún Estado puede durar mucho tiempo si no posee, al menos en sus etapas iniciales, una base de masas. Una dictadura policiaco militar no sirve para ese propósito. Los capitalistas encontraron una salida en el fascismo, que encuentra su apoyo de masas en la clase media gracias a su demagogia anticapitalista. Es importante comprender que el fascismo representa un movimiento de masas: el de la clase media desilusionada.
La clase obrera, en tiempos de crisis, expresa sus aspiraciones y lucha a través de las organizaciones existentes. Unidos por la producción, organizados como clase en grandes fábricas y plantas, los trabajadores piensan en términos de una solución socialista a sus problemas. Su posición social crea su conciencia de clase.
La clase media, debido a su posición en la sociedad, está a medio camino entre los capitalistas y los trabajadores, se balancea entre estas dos clases. Si la clase obrera no puede mostrar una solución revolucionaria para la clase media, esta última se vuelve hacia la clase capitalista y se convierte en el principal pilar del movimiento fascista.
Enfrentada a la feroz competencia por el mercado mundial, incapaz de asegurar su posición mientras las organizaciones de la clase obrera existen, los capitalistas buscan una salida a la crisis mediante la destrucción de estas organizaciones, privando así a los trabajadores de las armas a través de las cuales defienden sus derechos y condiciones. Como la crisis afecta a un país tras otro, los capitalistas recurren a los movimientos fascistas para aplastar a las organizaciones y partidos de la clase obrera. Aquí reside la función del fascismo.
La diferencia entre la democracia capitalista y el fascismo la explicó León Trotsky:
“La victoria del fascismo conduce a que el capital financiero coja directamente en sus tenazas de acero todos los órganos e instrumentos de dominación, de dirección y de educación: el aparato del Estado con el ejército, los municipios, las universidades, las escuelas, la prensa, las organizaciones sindicales, las cooperativas. La fascistización del Estado no implica solamente la ‘mussolinización’ de las formas y los métodos de gobierno —en este terreno, los cambios juegan a fin de cuentas un papel secundario— sino, antes que nada y sobre cualquier otra cosa, el aplastamiento de las organizaciones obreras: hay que reducir al proletariado a un estado de apatía completa y crear una red de instituciones que penetren profundamente en las masas, para obstaculizar toda cristalización independiente del proletariado. Es precisamente aquí donde reside la esencia del régimen fascista”
EL ASCENSO DE MUSSOLINI AL PODER
El fascismo apareció primero en Italia. Al final de la gran guerra mundial de 1914-1918, la clase dominante italiana estaba aterrorizada ante el auge revolucionario de las masas. Los periódicos capitalistas escribían que los trabajadores y los campesinos de Italia se estaban comportando como si Lenin y Trotsky fueran los amos de Italia. Hubo toda una serie de grandes huelgas —1.663 en 1919; 1.881 en 1920— en las que los trabajadores arrancaron concesiones y reformas, mejores salarios, jornada laboral de 8 horas, reconocimiento general de los sindicatos y una voz en la producción a través de los comités de fábrica. En septiembre de 1920, cuando los industriales recurrieron al cierre patronal como respuesta a la demanda de aumento salarial, 600.000 trabajadores metalúrgicos ocuparon las acerías y se hicieron cargo ellos mismos de la producción, a través de la elección de sus propios comités de taller.
El campesinado también estaba afectado por la oleada revolucionaria general de la posguerra. Comenzó a ocupar la tierra. El gobierno liberal tuvo que darle el derecho a mantener la tierra que había ocupado espontáneamente, con la condición de que se organizaran en cooperativas. Los trabajadores agrícolas formaron fuertes sindicatos conocidos como “Ligas Rojas”.
Los capitalistas y los terratenientes estaban paralizados. El poder estaba en el puño de la clase obrera. La clase dominante maniobró frente a la embestida de las masas y comenzó a buscar una salida, planificando la contraofensiva.
A principios de abril de 1919 en Génova, los grandes industriales y los terratenientes formaron una alianza para la lucha contra el “bolchevismo”. “Esta unión”, escribía Rossi (el antifascista asesinado más tarde por agentes de Mussolini) en su libro La Naissance du Fascisme, “es el primer paso hacia la reorganización de las fuerzas capitalistas para hacer frente a la situación amenazadora”. Después de la formación de la Federación General de Industria y la Federación General de Agricultura, los capitalistas comenzaron a financiar el fascismo a través de las bandas de gamberros de Benito Mussolini.
Estos elementos estaban especialmente entrenados como una milicia antiobrera cuyo objetivo era aterrorizar a los trabajadores y en esa etapa, desbaratar sus organizaciones, atacando abiertamente las reuniones de los trabajadores. El 15 de abril de 1919, los fascistas, armados con puñales y granadas de mano, atacaron en Milán, feudo de los socialistas, una manifestación del PSI (Partido Socialista Italiano), incluidos mujeres y niños. El mismo día que el episodio de Milán, las oficinas del periódico socialista italiano, Avanti, fueron saqueadas por los fascistas. El 1 de diciembre de 1919 los diputados socialistas fueron atacados y golpeados cuando abandonaban el parlamento.
Pero el fracaso de la clase obrera en tomar el poder permitió a los capitalistas socavar las conquistas que habían logrado los trabajadores, agravando la crisis en Italia y dejando a la clase media arruinada como víctimas propiciatorias de la demagogia fascista. Debido a la pequeñez e insignificancia de la población judía en Italia, el antisemitismo no formaba parte del arsenal del fascismo italiano. Su demagogia se centró en oponerse a los trusts y apoyar la pequeña empresa. A las bandas de aventureros y gamberros de la milicia de Mussolini, se sumaron estudiantes desesperados, parados, profesionales y reclutas en general de la clase media.
Las energías revolucionarias de las masas decayeron. Los fascistas, financiados generosamente por los grandes industriales y los terratenientes, comenzaron una verdadera ofensiva contra los trabajadores. En Bolonia, centro de las “Ligas Rojas” en la región de Emilia, las elecciones municipales de noviembre de 1920 trajeron la victoria del Partido Socialista. El 21 de noviembre los Camisas Negras atacaron el ayuntamiento, y en esa lucha fue asesinado un concejal reaccionario. Esta fue la señal que esperaban los fascistas. Según Gorgolini, uno de los seguidores de Mussolini, esto “abrió la gran era fascista… la ley de la venganza brutal, atávica y salvaje reinaba en la península. Esa era la voluntad de los fascistas”.
En los pueblos, los Camisas Negras comenzaron expediciones punitivas armados y equipados con coches por los terratenientes. Después de aplastar las organizaciones obreras en los pueblos, comenzaron a atacar a los trabajadores en las ciudades. En 1921, en Trieste, Medina, Florencia y en otras partes, los Camisas Negras atacaron las Bolsas de Trabajo y las oficinas de los periódicos cooperativos y obreros.
APOYO DEL ESTADO CAPITALISTA. POLICÍA, TRIBUNALES Y EJÉRCITO
En su ofensiva contra la clase obrera, las bandas de Camisas Negras contaban con el pleno apoyo de la maquinaria estatal capitalista. La policía reclutó para los fascistas entre elementos criminales, prometiendo todo tipo de beneficios e inmunidad. Mientras que la policía ponía sus coches a disposición de los fascistas y les daban permisos para llevar armas, se negaban persistentemente a que los trabajadores y campesinos hicieran lo mismo. Un estudiante fascista envió una carta ofensiva a un periódico comunista en la que escribía:
“Tenemos a la policía para que os desarme antes de que nosotros vayamos contra vosotros, no os tememos porque os despreciamos, pero nuestra sangre es preciosa y no debería ser malgastada contra plebeyos viles y bajos” (Rossi, Ibíd.)
Mientras tanto, los tribunales “imparciales”, repartían “siglos de sentencias de prisión a los antifascistas y siglos de absolución a los fascistas culpables” (Gobetti,
La Revolution Liberale). En 1921, el ministro de justicia, Fera, “envió un comunicado a los magistrados pidiéndoles que olvidasen los casos que implicaban actos criminales fascistas” (Rosenberg, Der Weltkamph des Fascismus).
El ejército, a través de su casta de oficiales, apoyaba a los fascistas incondicionalmente.
“El general Badoglio, jefe del Estado Mayor del ejército italiano, envió una circular confidencial a todos los comandantes de los distritos militares afirmando que los oficiales desmovilizados (unos 60.000 de ellos) serían enviados a los centros más importantes y se requería que se unieran a los fascistas, a los que proveerían y dirigirían. Continuarían recibiendo cuatro quintas partes de su salario. Las municiones de los arsenales estatales llegaban a manos de las bandas fascistas, que eran entrenadas por los oficiales de permiso o incluso en servicio activo. Muchos oficiales conocían las simpatías de sus superiores con el fascismo, adheridos abiertamente al movimiento. Los casos de colusión entre el ejército y los Camisas Negras cada vez eran más frecuentes. Por ejemplo, el Fascio de Trent rompió una huelga con la ayuda de una compañía de infantería, y el Fascio de Bolzano fue fundado por oficiales de la 232 división de infantería” (Daniel Guerin, Fascism and Big Business).
En un corto espacio de tiempo, con una actitud cada vez más osada, los Camisas Negras comenzaron una campaña para aniquilar las organizaciones de trabajadores. Malaparte, un “teórico” fascista, relataba en su Technique du Coupd’Etat, 1931, que: “Miles de hombres armados, algunas veces quince o veinte mil, entraban en tropel en una ciudad o pueblo trasladándose de una provincia a otra rápidamente en camiones”. Daniel Guerin comenta:
“Cada día, atacaban las Bolsas de Trabajo, los locales de las cooperativas y publicaciones de la clase obrera. A principios de agosto de 1922, tomaron los ayuntamientos de Milán y Livorno que tenían administraciones socialistas, quemaron las oficinas del periódico Avanti en Milán, y Lavoro en Génova, ocuparon el puerto de Génova, feudo de las cooperativas obreras de estibadores. Estas tácticas agotaban y debilitaban gradualmente al proletariado organizado, privándole de sus medios de acción y apoyo. Los fascistas sólo esperaban la conquista del poder para aplastarlo de una vez por todas”.
¿Cómo afrontaron las organizaciones obreras esta amenaza mortal para su propia existencia? En lugar de explicar la naturaleza del fascismo a los trabajadores y qué ocurriría si Mussolini llegaba el poder, los dirigentes persistieron en engañarse a sí mismos y a sus seguidores diciendo que el Estado capitalista les protegería de la amenaza de estas bandas ilegales. Guerin relata cómo:
“Los dirigentes sindicales y socialistas se negaban obstinadamente a responder al fascismo golpe por golpe, a armarse y organizarse de una forma militar. ‘El fascismo en ningún caso puede ser conquistado con una lucha armada, sino sólo con la lucha legal’, en esto es lo que insistía Battaglia Syndicale el 29 de enero de 1921. Como tenían contactos en el aparato del Estado, a los socialistas les ofrecieron armas en varias ocasiones para protegerse de los fascistas. Pero se negaron a aceptarlas, alegando que el deber del Estado era proteger a los ciudadanos contra los ataques armados de otros ciudadanos” (referencia en Kurella, Mussolini ohne Maske, 1931).
Los socialistas llegaron incluso al punto de firmar un pacto de paz con Mussolini el 3 de agosto de 1921. Este se hizo a iniciativa del primer ministro liberal que deseaba “reconciliar” a los socialistas con los fascistas. Turati, el líder de los socialistas en Italia, apelaba a Mussolini: “Os diría sólo esto: ¡Realmente desarmémoslos!”.
Los Camisas Negras debieron reirse bastante. Utilizaron esta posición para prepararse mejor. Denunciaron el pacto y redoblaron su ofensiva contra las organizaciones obreras. Los socialistas suplicaban al Estado para que emprendiera alguna acción contra los fascistas. Y el Estado lo hizo. Empezaron las redadas, no contra los fascistas, sino contra los trabajadores y sus organizaciones.
Debido al fracaso de los dirigentes socialistas y sindicales, los militantes de izquierdas de distintas tendencias, sindicalistas revolucionarios, socialistas de izquierdas, jóvenes comunistas, socialistas y republicanos, con un puñado de ex oficiales del ejército organizaron las milicias armadas antifascistas en 1921 a iniciativa de Mingrino. Se autodenominaron el “Arditi del Popolo”. Emprendieron esto con la oposición de los dirigentes obreros y sindicales. Desgraciadamente, el joven y débil Partido Comunista adoptó una posición ultraizquierdista hacia el problema. Se escindieron y organizaron sus propios “Escuadrones de Acción”.
“El resultado fue”, escribe Guerin, “que cuando los Camisas Negras emprendían una de sus ‘expediciones punitivas’ contra una localidad o atacaban los locales de las organizaciones obreras o ayuntamientos ‘rojos’, los trabajadores militantes o eran incapaces de resistir u ofrecían una resistencia improvisada, anárquica y en general ineficaz. En la mayoría de las ocasiones el agresor era el que dominaba el terreno…”.
Guerin continúa escribiendo:
“Después de una ‘expedición punitiva’, los antifascistas se abstenían de llevar a cabo represalias, retaban las residencias ‘fascistas’ pero no lanzaban contraataques. Se contentaban con proclamar ‘huelgas generales de protesta’. Pero estas huelgas pretendían forzar a las autoridades a que protegieran las organizaciones obreras contra el terror fascista, provocando sólo discusiones ridículas con las autoridades que en realidad eran cómplices del fascismo. (Silone. Der Fascismus. 1934). Como estas huelgas no iban acompañadas de la acción directa, dejaban las fuerzas del enemigo intactas. Por otro lado, los fascistas aprovechaban las huelgas para redoblar su violencia. Protegían a los ‘esquiroles’, ellos mismos hacían de rompehuelgas para, ‘en ese vacío amenazante que se crea alrededor de la propia huelga, tratar de golpear rápida y violentamente en el corazón de las organizaciones enemigas’ (Malaparte, Techinique du Coup d’Etat, 1931). Sin embargo, en las raras ocasiones en que los antifascistas ofrecían resistencia organizada al fascismo, temporalmente llevaban la delantera. Por ejemplo en Parma, en agosto de 1922, la clase obrera consiguió repeler exitosamente un ataque fascista a pesar de la concentración de varios miles de camisas negras ‘porque la defensa estuvo organizada de acuerdo con los métodos militares bajo la dirección del Ardite del Popolo” (A. Rossi, La Naissance du Fascism, 1938).
Como cada vez era más obvio que la intención de los fascistas era tomar el poder, Turati, portavoz del PSI, apeló al rey en julio de 1922 para “recordarle que él era el defensor supremo de la Constitución”. Mientras tanto, los capitalistas habían llegado a sus propias conclusiones. Rossi señala al respecto:
“Tuvieron lugar algunas conversaciones muy enérgicas entre Mussolini… y los jefes de la Federación General de Industria, Benni y Olivetti. Los jefes de la Asociación de la Banca, que habían pagado veinte millones para financiar la Marcha sobre Roma y los líderes de la Federación de Industria y la Federación de Agricultura, telegrafiaron a Roma que, en su opinión, la única solución posible era un gobierno de Mussolini”.
El senador Ettore Conti, un magnate con gran poder, envió un telegrama similar: “Mussolini es el candidato de la plutocracia y las asociaciones comerciales”.
A pesar de que los fascistas sólo tenían 35 diputados en el parlamento italiano de un total de 600, el rey, obediente ante las peticiones de las clases dominantes, entregó el poder a Mussolini.
Incluso después del golpe de Mussolini en 1922, los dirigentes reformistas fueron incapaces de sacar las lecciones de esta encarnizada experiencia.
“Los socialistas italianos, ciegos como siempre, continuaron aferrándose a la legalidad y la Constitución. En diciembre de 1923, la Federación de Trabajo envió una carta a Mussolini sobre las atrocidades cometidas por las bandas fascistas y en ella le pedía que rompiera con sus propias tropas (Buozzi y Nitti, Fascismo et Syndicalisme, 1930).
El Partido Socialista tomó muy en serio la campaña electoral de abril de 1924; Turati incluso tuvo un debate en Turín con un fascista en una sala vigilada por camisas negras. Y cuando después del asesinato de Matteotti, estalló una oleada de revueltas en la península, los socialistas no supieron como explotarla. “En el momento de la verdad”, escribe Nenni, “en lugar de hacer un llamamiento a los trabajadores a la insurrección, la táctica que prevaleció fue la lucha legal en el plano judicial y parlamentario”. Como gesto de protesta, la oposición se contentó con no aparecer en el parlamento y, como los antiguos plebeyos, se retiraron a la Aventine. ‘¿Qué están haciendo nuestros oponentes?’ se mofaba Mussolini en la Cámara. ‘¿Están convocando huelgas generales o incluso huelgas parciales? ¿Están intentando provocar rebeliones en el ejército? Nada de esto. Se limitan a campañas de prensa’ (Discurso de julio de 1924). Los socialistas lanzaron la triple consigna: dimisión del gobierno, disolución de la milicia, nuevas elecciones. Continuaron declarando su confianza en el rey, a quién rogaban que rompiera con Mussolini; publicaron, para convencerle, una petición tras otra. Pero el rey les decepcionó por segunda vez” (Guerin, Ibíd.).
LAS CONDICIONES DE VIDA BAJO MUSSOLINI
Una vez en el poder, Mussolini estableció un modelo de Estado totalitario. Después de aplastar a las organizaciones de los trabajadores, el camino estaba preparado para un ataque salvaje contra las condiciones de las masas en interés de las grandes empresas. El principal embate del fascismo fue contra la clase obrera, que era su objetivo por encima de todo. Con sus armas de lucha rotas, con el establecimiento de sindicatos de empresa esquiroles, se crearon las condiciones para rebajar los salarios y reducir los niveles de vida de los trabajadores. Los sindicatos fueron aplastados. La representación de delegados sindicales en las fábricas eliminada. Se terminó el derecho a huelga. Todos los contratos sindicales fueron invalidados. El empresario tenía de nuevo el mando supremo en las fábricas. Cualquier intento de huelga, cualquier resistencia ante los deseos del empresario, era “castigada con multas feroces por parte del Estado. Desafiar al empresario era desafiar toda la fuerza del Estado. En palabras de los fascistas, las huelgas son crímenes “contra la comunidad social…”.
El antifascista liberal Gaetano Salvemini, una autoridad en Italia, que hizo una investigación concienzuda de todos los aspectos de la vida bajo el fascismo, se basó en fuentes oficiales gubernamentales fascistas y eso le permitió demostrar lo que significó el fascismo para el pueblo italiano. En su libro Under the Axe of Fascism, reveló que desde los mismos inicios del régimen de Mussolini, se deterioraron las condiciones de la población, especialmente de los desafortunados trabajadores y pequeños campesinos. Tanto en tiempos de “prosperidad” como durante las profundidades de la recesión de 1929-33, sufrieron continuos recortes salariales. Las horas de trabajo aumentaron continuamente sin que se pagaran las horas extra, mientras que el coste de la vida subía. A pesar de todos los esfuerzos del régimen por ocultar esto al mundo exterior, demuestra cómo el consumo de las necesidades básicas de la vida decreció a un ritmo constante.
En el año 1923, con una población de casi 39 millones de habitantes, el consumo de tabaco era de 279.000 quintales; en 1932 había caído a 245.000. El consumo de café era de 472.000 quintales en 1922, pero cayó a 407.000 en 1932. Estos son “lujos” para los trabajadores, pero en los productos básicos la caída correspondiente era aún mayor. El consumo de maíz pasó de más de 27 millones de quintales en 1922 a poco más de 26 millones y medio en 1932. El consumo de trigo descendió —y esto con un aumento de la población a 41 millones en 1932— de 72 millones de quintales a 69 millones de quintales. La sal, que junto con el trigo es absolutamente esencial para el mínimo de subsistencia, pasó de 2.646.000 a 2.606.000 quintales. Estas cifras están tomadas de las estadísticas oficiales (Annuario Statistico Italiano de 1922-1925, p. 198, y de 1933 en la p. 119). El periódico Tribuna el 1 de mayo de 1935 revelaba una caída terrible del consumo de carne. “El consumo anual de carne, que en 1928 era de 22 kilos anuales per cápita había caído en 1932 a 18 kilos. El consumo de azúcar que subió a 7,5 kilos en 1922, cayó en 1932 a 6,9. En Inglaterra el consumo anual era de 40 kilos, en Francia 25, Alemania 23 e incluso en la atrasada España era de 13 kilos”.
Las cifras oficiales de desempleo en Italia en febrero de 1933 eran de 1.229.000 parados. El 2 de julio de 1934, un comunicado oficial del gobierno italiano nos informaba que “en el invierno de ese año de ‘solidaridad nacional’ en Italia se dio ayuda ‘casi diaria a 1.750.000 familias”. En febrero de 1922 había sólo 602.000 parados y los fascistas centraron una gran parte de su demagogia en los horrores del desempleo.
De este modo, el mito de que el fascismo podía evitar la crisis capitalista demostró ser un fraude.
Una vez en el poder, el fascismo mantiene sus grilletes durante un largo período de tiempo aplastando a las organizaciones de la clase obrera. Con los mejores luchadores del proletariado en la cárcel o asesinados, la clase obrera atravesó un período de desmoralización y apatía. Bajo un régimen de represión y terror, los trabajadores tenían una enorme desventaja para llevar a cabo una lucha unificada contra los empresarios. El infame final de Mussolini fue una demostración al mundo del verdadero odio del pueblo italiano por el Duce, desenmascaró la mentira de que las masas italianas apoyaban a los Camisas Negras.
LOS TRABAJADORES ITALIANOS Y EL FASCISMO HOY
Es sorprendente observar la diferencia entre los acontecimientos en Italia después de cada una de las dos guerras mundiales.
La caída de Mussolini fue la señal para una insurrección profundamente arraigada de los trabajadores y los campesinos. Una vez más, después del golpe de Badoglio siguió una tremenda oleada de huelgas y manifestaciones. Y tras la derrota de los nazis, los trabajadores y los campesinos, armados en sus destacamentos partisanos, repitieron el proceso de ocupar las fábricas y controlar el país. Una sola cosa se interponía en el camino de los trabajadores y la toma del poder: los dirigentes de sus propias organizaciones.
Este fracaso ha significado para los trabajadores italianos un deterioro de sus condiciones de vida, en algunos casos hasta un nivel incluso inferior al que existía bajo Mussolini. No obstante, los trabajadores han sido capaces de defenderse, hasta cierto punto, debido a los poderosos sindicatos que han construido, mucho más poderosos que en el pasado. Pero la clase media, pulverizada a niveles incluso más bajos que los trabajadores, ha proporcionado una base favorable para la recuperación de la demagogia fascista. Contrastaban las promesas de los demócratas capitalistas con su suerte. En esas circunstancias, los neofascistas comenzaron a surgir. Armados con la experiencia del ascenso al poder de Mussolini, los industriales y terratenientes procedieron a actuar en líneas ya conocidas. El mitin del Primero de Mayo de 1947 en Sicilia fue tiroteado, a pesar de que estaban participando mujeres y niños. En Nápoles, unos meses antes, bandas de monárquicos y fascistas se manifestaron contra el Partido Comunista y otras organizaciones obreras. Durante los últimos meses de 1947 fueron tiroteadas reuniones de trabajadores y lanzadas bombas contra sus locales. El terror de los fascistas era aún mayor en el campo, en las comarcas del sur atrasado, donde los terratenientes organizaron el asesinato de organizadores sindicales e intentaron aterrorizar a los trabajadores agrícolas y campesinos para que no se unieran a los sindicatos. En pocos meses fueron asesinados 19 organizadores sindicales en los distritos agrícolas del sur.
En el norte, incluso en feudos de la clase obrera como Milán, pusieron bombas en los locales del Partido Comunista. Los trabajadores respondieron rápidamente con una huelga general en Milán, e inmediatamente tomaron represalias contra los locales de las organizaciones neofascistas, l’UOmo Qualunque y el Movimento Sociale Italiano, que fueron incendiados y saqueados.
Después de pasar por la experiencia del fascismo, los trabajadores italianos no se contentaron con permanecer a la defensiva. En casi todas las ciudades, grandes y pequeñas, han pasado a la ofensiva contra los fascistas. Hubo manifestaciones de cientos de miles en Milán, y decenas de miles en otras ciudades: Turín, Génova, Florencia, Verona, Bari, Cremona, Roma, Bolonia; incluso en Nápoles y Palermo (antiguos feudos de la reacción), los trabajadores han realizado ataques militantes contra los locales de las organizaciones fascistas. El sur atrasado ha seguido la dirección del norte.
Naturalmente, la policía, siempre convenientemente ausente o inactiva cuando los fascistas atacan a los trabajadores, ha intervenido para proteger a los fascistas. Asímismo, las tropas has salido en muchas ciudades para ayudar a la policía. Se han utilizado contra los trabajadores armas de fuego y gas lacrimógeno.
En esta situación el gobierno Gasperi, como su predecesor liberal de 1920-22, subrepticiamente ha ayudado y animado a los fascistas. La historia se repite, pero no exactamente de la misma forma. La ofensiva de los trabajadores ha llevado a la derrota de los fascistas, que por ahora se han visto obligados a mantenerse escondidos. Los trabajadores en Gran Bretaña pueden aprender una lección valiosa del reciente movimiento ofensivo de los trabajadores italianos.
Pero en cualquier caso, estas lecciones tienen que completarse. Después de evitar que los fascistas levantasen la cabeza, los trabajadores no consiguieron aplicar una solución positiva, y la amenaza del fascismo, incluso en Italia, no se ha exorcizado.
La decadencia crónica del capitalismo en Italia continúa. El desempleo es de masas, con un millón y medio de trabajadores. Los primeros vientos de la nueva crisis mundial harán que el desempleo alcance niveles récord. Golpeados por la crisis, los capitalistas italianos volverán de nuevo a la represión brutal como el único medio de estabilizar su régimen. La lección de Italia debe ser aprendida sobre todo por la vanguardia del movimiento de la clase obrera. Si no consiguen mostrar una alternativa, mediante el derrocamiento total del sistema capitalista y el establecimiento del poder obrero y el comunismo, el gran espíritu ofensivo de las masas menguará, aparecerán la desmoralización y la indiferencia. El capitalismo alimenta el fascismo; los trabajadores pueden garantizar el final del fascismo sólo con el derrocamiento del sistema capitalista.
ALEMANIA. CÓMO LLEGARON LOS NAZIS AL PODER
La derrota de la clase obrera alemana, con la llegada al poder de Hitler, hizo retroceder durante muchos años al movimiento obrero mundial. Al trazar el contexto de los acontecimientos en Alemania, podemos ver claramente las fuerzas de clase en movimiento y el papel de los socialdemócratas alemanes y los estalinistas, que llevaron a la terrible derrota de uno de los movimientos obreros organizados más poderosos del mundo.
A raíz de la Revolución Rusa, la clase obrera alemana derrocó al káiser e intentó el derrocamiento revolucionario del capitalismo en 1918. Pero fueron los socialdemócratas alemanes los que llegaron al poder, aunque realmente se habían opuesto a la insurrección y la revolución.
Los dirigentes reformistas no tenían ninguna intención de consumar la revolución. Su programa se basaba en la “inevitabilidad del gradualismo”. Después de elevarse por encima del nivel de los trabajadores, habían abandonado el programa marxista en el que se basó el partido durante décadas. Noske, Ebert, Schiedemann, los dirigentes de la socialdemocracia, conspiraron con el Estado Mayor alemán para destruir la revolución y restaurar la “ley y el orden”. Los trabajadores berlineses cayeron reprimidos a tiros en enero de 1919 y los líderes revolucionarios, Luxemburgo y Liebknecht, fueron asesinados por los oficiales reaccionarios a instigación directa de los dirigentes socialdemócratas. Eliminaron los sóviets creados durante la revolución y Alemania se convirtió en un Estado capitalista democrático, el más democrático del mundo, según alardeaban los socialdemócratas.
En esta etapa los capitalistas estaban obligados a basarse en los dirigentes obreros y sindicales para salvar su sistema del colapso completo. Apretando los dientes tuvieron que hacer tremendas concesiones a la clase obrera. Los trabajadores consiguieron la jornada de ocho horas diarias, reconocimiento sindical, seguro de desempleo, derecho a elegir comités de empresa, sufragio universal para hombres y mujeres. Los trabajadores agrícolas que vivían en unas condiciones semifeudales en Prusia oriental bajo los junkers, consiguieron el derecho a organizarse y disfrutar de conquistas similares a las que tenían los trabajadores industriales.
Recuperados del primer golpe, los grandes industriales y terratenientes comenzaron a preparar la ofensiva contra la clase obrera. Su actitud fue ejemplificada en Krupp, el magnate del armamento, que la expresó a sus trabajadores de manera arrogante: “Sólo queremos trabajadores leales que en el fondo de sus corazones estén agradecidos por el pan que les permitimos comer”. En febrero de 1919, Stinnes, otro de los magnates del hierro y el acero del Ruhr decía abiertamente: “Las grandes empresas y todos los que dirigen la industria recuperarán algún día su influencia y poder. Los trabajadores volverán a ser personas desilusionadas, medio muertas de hambre, que necesitarán pan y no frases”. El antiguo ministro Dernberg, representante de la gran industria, declaraba públicamente: “Cada jornada laboral de ocho horas es un clavo en el ataúd de Alemania”.
Ya en estos primeros años los capitalistas comenzaron a financiar las organizaciones antiobreras formadas por ex oficiales del ejército, criminales, aventureros y otros deshechos sociales. Los nazis en ese momento eran un pequeño grupo antiobrero más.
Comenzaron una campaña de terror que incluía asesinatos de políticos de izquierda e incluso burgueses democráticos, así como acciones para reventar las reuniones de trabajadores. “El movimiento nacional socialista en el futuro impedirá, si es necesario por la fuerza, todas las reuniones o conferencias que ejerzan una influencia depresora…”, afirmaba Hitler decía el 4 de enero de 1921. Como en Italia, los tribunales, las autoridades militares, el servicio civil y los jefes de la policía, apoyaron a estos grupos reaccionarios. El Estado actuó en complicidad y en connivencia con ellos. Cuando el jefe de la policía de Munich, Pohner, fue advertido de la existencia de “auténticas organizaciones para cometer asesinatos políticos” respondió. “Sí, sí, ¡pero son muy pocas!”.
En esta etapa inicial, estos grupos fascistas no tenían una base de masas. Estaban formados por una fuerza social insignificante, integrada sólo por la escoria de la sociedad alemana. La clase media miraba a las organizaciones obreras en busca de una salida. Los capitalistas utilizaron las organizaciones fascistas sólo como herramientas auxiliares contra los obreros, y un arma de reserva para el futuro. Al tratar el desarrollo del movimiento nazi, Hitler admitió: “Sólo una cosa podría haber roto nuestro movimiento, si el adversario hubiera comprendido sus principios y desde el primer día hubiera aplastado, con la brutalidad más extrema, el núcleo de nuestro nuevo movimiento”. Goebbels también comentó lo siguiente: “Si el enemigo supiera lo débiles que somos, probablemente nos reduciría a gelatina… Nos habría aplastado en sangre desde el principio de nuestro trabajo”.
En la crisis revolucionaria de 1923, provocada por la inflación y la ocupación del Ruhr por el ejército francés, la clase media miraba hacia el Partido Comunista Alemán (KPD) que había conseguido ganar el apoyo de la mayoría de los trabajadores. Pero la situación revolucionaria fue desbaratada por los entonces dirigentes del KPD, Brandler y Thalheimer, y por el consejo equivocado que dio Stalin desde Moscú a la dirección del Partido Comunista.
Brandler admitió más tarde en una reunión de la Comisión Ejecutiva de la Internacional Comunista:
“Existían signos de ascenso del movimiento revolucionario. Teníamos temporalmente a la mayoría de los trabajadores detrás de nosotros y en esa situación, bajo circunstancias favorables, creímos que podíamos proceder inmediatamente al ataque…”.
Después de perder la posibilidad de tomar el poder, la dirección de la Internacional intentó poner toda la responsabilidad sobre los hombros del partido alemán. Pero los dirigentes alemanes habían pedido consejo a la dirección de la Internacional Comunista en Moscú. El consejo de Stalin fue catastrófico. En aquel momento escribió a Zinóviev y Bujarin lo siguiente:
“¿Deberían los comunistas luchar por tomar el poder sin los socialdemócratas, están lo suficiente maduros para eso? Esa, en mi opinión es la cuestión… Por supuesto, los fascistas no están dormidos, pero nuestro interés es que ellos ataquen primero: eso reunirá a toda la clase obrera alrededor de los comunistas (Alemania no es Bulgaria). A su lado, de acuerdo con toda la información, los fascistas en Alemania son débiles. En mi opinión a los alemanes hay que frenarlos y no espolearlos”.
¡Este era el consejo de Stalin al KPD, cuando tenían la mayoría de los trabajadores tras sus banderas! De este modo, trágicamente, la revolución alemana fue arruinada y se puso la base para el subsiguiente incremento de la influencia fascista.
LAS GRANDES EMPRESAS Y LOS NAZIS
Asustados por la perspectiva del “bolchevismo” en Alemania, los capitalistas estadounidenses, británicos y franceses transfirieron préstamos en tropel para apuntalar al capitalismo alemán. Estos préstamos provocaron un boom capitalista a escala mundial, que particularmente afectó a Alemania. El boom en Alemania duró desde 1925 hasta 1929. Los capitalistas de Alemania obtuvieron enormes beneficios de la racionalización de la industria alemana, no necesitaban a los fascistas y el apoyo a los nazis disminuyó. Sólo recibían fondos para su existencia como arma de reserva y evitar su desaparición de la escena política.
Después llegó la recesión mundial de 1929-33. Lo niveles de vida de los trabajadores se desplomaron. El desempleo superó los cinco millones. La clase media estaba arruinada por la crisis económica y veía como descendían sus niveles de vida aún más que los de la clase obrera. Los trabajadores industriales tenían la protección de sus contratos sindicales y subsidios de desempleo dentro de unos límites, y de este modo podían resistirse a las peores imposiciones de los carteles y monopolios. Pero la clase media estaba desesperada.
Los industriales estaban alarmados ante la perspectiva de la revolución proletaria. Entonces comenzaron a inundar con fabulosas sumas de dinero los cofres del Partido Nazi. Brupp, Thyssen, Kirdorff, Borsig, los jefes del carbón, acero, química y otros imperios industriales de Alemania, suministraron a Hitler generosamente los medios de propaganda que necesitaba. Nunca un partido político en Alemania recibió unas ayudas tan grandes, el dinero llovía sobre los nazis por parte de los capitalistas.
La decisión final de entregar el poder a Hitler se tomó en casa del banquero de Colonia, Schroder (¡quién según las leyes racistas nazis era judío!). Consideraban que había llegado el momento de destruir las organizaciones y derechos de la clase obrera.
Explicando qué significaban estas ayudas económicas, Hitler señaló que:
“Sin automóviles, aviones y altavoces, no podríamos haber conquistado Alemania. Estos tres medios técnicos permitieron al nacionalsocialismo llevar a cabo una campaña asombrosa…”.
En un documento confidencial publicado por el gobierno británico en 1943 para el uso de los oficiales y funcionarios que iban a ser enviados a Alemania, se dan los siguientes datos irrefutables:
“Fritz Thyssen y Kirdorff en el Ruhr, y Ernst von Borsig en Berlín (presidente este último de la Federación de Empresarios Alemanes, Vereinigung Deutscher Arbeitgeberverbande) eran ardientes seguidores de Hitler… Entre otros de los seguidores financieros en los primeros días de Hitler, se encontraba el famoso fabricante de pianos Karl Bechstein (Berlín), el editor Bruckmann (Munich), el conocido tratante de arte y editor Hanfstaengl (Munich) y el empresa Reetsma Cigarette de Hamburgo, al que después de que Hitler llegara al poder se le garantizó el monopolio exclusivo de tabaco.
“La mayoría de éstos no daban directamente sus contribuciones al Partido Nazi, sino a Alfred Hugenberg, el anterior director de Krupp y líder del Deutschnationale Volkspartei (Partido Popular Nacional Alemán). Hugenberg puso una quinta parte de la cantidad conseguida a disposición del Partido Nacional-Socialista Obrero Alemán (NSDAP)…
“Fritz Thyssen, desde su ruptura con Hitler, ha declarado que su contribución personal ascendió a un millón de marcos, y estimaba la cantidad recibida por el NSDAP procedente de la industria pesada vía Hugenberg en aproximadamente dos millones anuales de marcos.
“En la reunión del Club Dusseldorf de Industriales el 27 de enero de 1932, después de que Hitler les ilustrara con su programa, el pacto entre la industria pesada y el Partido Nazi quedó sellado. Hitler convenció a su audiencia de que no tenían nada que temer de su ‘socialismo’ y después se presentó a sí mismo y a su organización semimilitar como el baluarte contra cualquier tipo de ‘bolchevismo’.
“La política económica puesta en práctica por los ‘nacionalsocialistas’ justificaba completamente la confianza que los grandes industriales habían depositado en Hitler. Hitler cumplió con su política en cada aspecto. Ha destruido las organizaciones obreras. Ha introducido el ‘principio de dirección’ en las fábricas. Ha provocado una expansión de la industria pesada en Alemania occidental a través de un inmenso programa de rearme y ha generado a las empresas enormes beneficios. Los beneficios que los manufactureros del Ruhr y Renania consiguieron superaron con mucho el llamado ‘Decreto’ relacionado con la entrega de ‘dividendos’ de 1941 (Dividend en abgabeverordnung). Este Decreto, que como muchos otros decretos nazis significa lo contrario de lo que su nombre indica, permitió a las sociedades anónimas materializar los beneficios que habían acumulado durante 1933-38. Aproximadamente 5.000 millones de marcos de beneficios acumulados, que se habían conseguido en los años anteriores a la guerra, fueron distribuidos a los accionistas en forma de dividendos”.
TROTSKY DEFIENDE EL FRENTE ÚNICO
En las elecciones generales de mayo de 1924, los nazis recibieron 1.920.000 votos y alcanzaron 32 actas de diputados. En diciembre del mismo año, después de que el Plan Dawes consiguiera restaurar parte de la estabilidad de la economía alemana, los nazis vieron reducido sustancialmente su apoyo electoral: recibieron tan sólo 840.000 votos. En las elecciones presidenciales alemanas de 1925 el general Ludendorff, candidato de los nazis, consiguió ¡210.000 votos! En las elecciones generales de mayo de 1928, los nazis recibieron sólo 720.000 votos, perdiendo 120.000 votos y dos escaños.
Después llegó la recesión mundial y la espantosa crisis del capitalismo alemán. En dos años, en las elecciones generales del 14 de septiembre de 1930, el voto nazi subió a 6 millones. Los fascistas habían sumado a su bandera a grandes sectores de la clase media desesperada. El fracaso de los socialistas en 1918 y de los comunistas en 1923, había arrastrado a una proporción formidable de la clase media, que de la neutralidad o incluso apoyo a los trabajadores, se pasó al lado de la contrarrevolución con su denuncia del “marxismo”, es decir, del socialismo.
Nada más conocerse los resultados electorales, Trotsky y la Oposición de Izquierda, que se consideraban parte de la Internacional Comunista aunque habían sido expulsados, publicaron un llamamiento al KPD para organizar inmediatamente un frente único con los socialdemócratas y evitar la llegada de Hitler al poder. Sólo así se podrían proteger los derechos de la clase obrera de la amenaza de los nazis. Los trotskistas advirtieron de las consecuencias trágicas que tendría la llegada al poder de los nazis, no sólo para los alemanes, sino para el movimiento de toda la clase obrera internacional. Avisaron que si eso sucedía, sería inevitable la guerra contra la Unión Soviética.
Pero los estalinistas no hicieron caso. Su política en Alemania era que el fascismo o socialfascismo ya estaba en el poder, que el peligro principal de la clase obrera era la socialdemocracia, que también eran fascistas, socialfascistas.
Los trotskistas británicos fueron expulsados del Partido Comunista en 1932 por defender el frente único entre socialdemócratas y comunistas en Alemania así como en Gran Bretaña.
“Es significativo”, escribían los estalinistas británicos en el Daily Worker el 26 de mayo de 1932, “que Trotsky haya salido en defensa de un frente único entre los partidos comunista y socialdemócrata contra el fascismo. Nada más perjudicial y contrarrevolucionario posiblemente se podía haber planteado en un momento como el actual”2.
Ernst Thaelmann, en su discurso de clausura en el XIII Plenario de la Internacional Comunista en septiembre de 1932 (ver Communist International, nº 17/18, p. 1.329) decía:
“En su panfleto sobre el tema, ¿Cómo será derrotado el nacionalsocialismo?, Trotsky siempre da una respuesta: ‘El PC alemán debe formar un bloque con la socialdemocracia…’. Enmarcada en este bloque, Trotsky ve la única forma de salvar completamente a la clase obrera alemana del fascismo. O el PC forma un bloque con la socialdemocracia o la clase obrera alemana estará perdida para los próximos 10 o 20 años.
“Esta es la teoría de un contrarrevolucionario y un fascista totalmente frustrado. Esta teoría es la peor de las teorías, la teoría más peligrosa y criminal que Trotsky ha construido en los últimos años de su propaganda contrarrevolucionaria”.
La fuente de esta política del KPD era Stalin: “Estas dos organizaciones [socialdemocracia y nacionalsocialismo] no son mutuamente excluyentes, todo lo contrario, son complementarias. No están en los antípodas, son gemelas. El fascismo es un bloque sin forma definida de estas dos organizaciones. Sin este bloque la burguesía no podría mantener el timón” (Die Internationale, febrero 1932).
Los estalinistas incluso llegaron al punto de incitar a los trabajadores comunistas a golpear a los trabajadores socialistas, reventar sus reuniones, etc., Thaelmann defendió abiertamente la consigna “Echar a los socialfascistas de sus empleos en las fábricas y los sindicatos”. Siguiendo esta línea, el órgano de las Juventudes Comunistas, The Young Guard, proponía la consigna: “Echar a los socialfascistas de las fábricas, las agencias de empleo y las escuelas de aprendices”.
No se detuvieron ahí. Los dirigentes de la Internacional Comunista llegaron a defender que el KPD se uniera a los fascistas contra los socialdemócratas. El Partido Socialdemócrata estaba en el poder en Prusia, la región más importante de Alemania. En Alemania existía un dicho tradicional que decía: “Quién tiene Prusia tiene el Reich”. Los nazis organizaron un plebiscito el 9 de agosto de 1931, en un intento de echar a los socialdemócratas del gobierno. Si lo hubieran conseguido, habrían llegado al poder en 1931 en lugar de en 1933. La dirección del PC alemán decidió oponerse al referéndum y apoyar a los socialdemócratas. Pero la dirección de la Komintern, bajo la influencia directa de Stalin, exigió que el PC participara en este referéndum y convocara un “referéndum rojo”. En el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, Piatnitzky incluso alardeaba:
“Sabéis, por ejemplo, que la dirección del partido se opuso a participar en el referéndum sobre la disolución del landstag prusiano. Varios periódicos del partido publicaron artículos destacados oponiéndose a la participación en ese referéndum. Pero cuando el Comité Central del partido conjuntamente con la Komintern llegó a la conclusión de que era necesario tomar parte activa en el referéndum, los camaradas alemanes en el transcurso de unos días convencieron a todo el partido. Ni un solo partido, excepto el PCUS, podía hacer eso…”.
Fueron las perniciosas aventuras de este tipo las que desorientaron a los trabajadores y facilitaron el éxito de los nazis. La negativa de los dirigentes de las organizaciones obreras de masas a la hora de aplicar una política revolucionaria contra los fascistas, llevó a este poderoso movimiento de la clase obrera, con una tradición marxista de 75 años, a ser aplastado y caer rendido impotente ante las bandas nazis.
Es importante tener en cuenta que los nazis ganaron sólo un pequeño porcentaje de los trabajadores alemanes, la aplastante mayoría se opuso a ellos. En 1931 los nazis consiguieron sólo el 5% de los votos en las elecciones a los comités sindicales en las fábricas. Todo esto después de una campaña terrorífica para penetrar en la clase obrera. Y en marzo de 1933, después de que los fascistas hubieran llegado al poder, y a pesar de que ya había comenzado el terror, consiguieron sólo el 3% de los votos a las elecciones para los comités sindicales. A pesar de la política equivocada de las direcciones, que llevó a la desmoralización dentro de los trabajadores y ayudaron a los intentos de los fascistas de penetrar en sus filas, la aplastante mayoría de los obreros alemanes permanecieron fieles a las ideas del socialismo y el comunismo.
CÓMO SE ENFRENTARON LOS SOCIALISTAS Y LOS COMUNISTAS A LA AMENAZA DE HITLER
Los trabajadores estaban ansiosos y dispuestos a luchar contra los nazis para impedir que llegaran al poder. Millones se armaron y entrenaron en las organizaciones de defensa socialista y comunista. Este era un legado de la revolución alemana. La clase obrera organizada constituía la fuerza más poderosa de Alemania… Sólo les hacía falta contar con la política necesaria para luchar por la defensa de sus organizaciones y pasar a la contraofensiva para la toma del poder. Pero los dirigentes traicionaron a los trabajadores en Alemania como hicieron en Italia.
Cuando el peligro de un golpe de Hitler parecía más cercano, estos “dirigentes” declararon que los nazis estaban en declive. Los dirigentes socialistas defendían, como si plagiaran a sus homólogos italianos, la necesidad de apoyar los decretos ley del gobierno Brüning y respaldar a Hindenburg frente al peligro de Hitler. Se mofaron de la idea de que un país altamente civilizado como Alemania pudiera caer bajo el dominio de la barbarie fascista. El fascismo podía llegar al poder en un país atrasado como Italia, pero ¡no en Alemania con su economía altamente industrializada! Al principio, se mofaban de las burdas y locas ideas planteadas por los nazis. Pedían a los trabajadores que se rieran de ellas e ignoraran sus provocaciones. “Sólo les da publicidad”, decían. No puede ocurrir aquí.
Los marxistas conocemos de sobra estos argumentos familiares de intelectuales de clase media. Constantemente subestimaban el peligro de los fascistas y apelaban a la misma maquinaria estatal que estaba protegiendo y amparando a los fascistas. Pero cuando la amenaza fascista estaba más próxima, sectores de los trabajadores socialistas y los sindicatos comenzaron a formar grupos de defensa en las fábricas y entre los parados. Pero la Federación Sindical Alemana (controlada por los socialdemócratas), se negó a apoyar estas acciones: “… la situación no [era] suficientemente grave para justificar que los trabajadores se prepararan para una lucha en defensa de sus derechos”. Se opusieron a la “centralización y generalización de esta medidas preventivas”, basándose en que eran “superfluas”. El 6 de noviembre de 1932, Vörwarts, el órgano central de la socialdemocracia escribía sobre la caída de los nazis en las encuestas electorales, de 13.700.000 a 11.705.257 y la negativa de Hindenburg a entregar el poder a Hitler: “Hace diez años pronosticamos la bancarrota del nacionalsocialismo; ¡está escrito en blanco y negro en nuestro periódico!”
En vísperas del ascenso al poder de los nazis, Schiffrin, uno de los dirigentes de los socialdemócratas escribía: “Ya no percibimos nada excepto el hedor de un cadáver corrupto. El fascismo está definitivamente muerto: nunca se levantará de nuevo”.
La línea de los dirigentes del KPD era, si era algo, incluso peor. Declararon que el fascismo ya había llegado al poder en Alemania y que la llegada al poder de Hitler no supondría ninguna diferencia. En el Reichstag, Remmele, uno de sus dirigentes, declaró el 14 de octubre de 1931: “Una vez que ellos [los fascistas] estén en el poder, se establecerá el frente único del proletariado que barrerá con todo (…) Seremos los vencedores del mañana. No tememos a los caballeros fascistas. Ellos caerán más rápido que cualquier otro gobierno (‘¡Tienes razón!’, gritaban los diputados del KPD)”.
En 1932 Thaelmann, en un discurso ante el Comité Central, condenó “la sobreestimación oportunista del fascismo de Hitler”. Tan pronto como llegó la primera victoria del movimiento de Hitler en las urnas, el 14 de septiembre de 1930, el órgano central del KPD, Rote Fahne, declaraba: “El 14 de septiembre fue el punto culminante del movimiento nacional socialista en Alemania. Después sólo puede seguir su debilitamiento y declive”. A los tres años los nazis habían conseguido ganar el grueso de la clase media y obtuvieron más de 13 millones de votos.
Justo en el momento en que los nazis recibían el primer golpe en las urnas y perdían dos millones de votos, cuando aparecían signos de desintegración en el movimiento nazi, el presidente Hindenburg, los jefes del ejército, la burocracia, los grandes industriales y terratenientes entregaban el poder a Hitler.
Incluso en la decimotercera hora los dirigentes socialistas y estalinistas no dieron una dirección correcta. El 7 de febrero de 1933 Kunstler, jefe de la Federación Berlinesa del Partido Socialdemócrata, dio la siguiente instrucción los trabajadores:
“Sobre todo no dejéis que os provoquen. La vida y la salud de los trabajadores de Berlín son demasiado apreciadas como para ser puestas en peligro a la ligera, deben ser preservadas para el día de la lucha”.
Y esto cuando Hitler ya había llegado al poder en enero de 1933.
Los líderes del KPD lloraban: “¡No dejemos que los trabajadores den ningún pretexto al gobierno para que adopte nuevas medidas contra el Partido Comunista!” (Wilhelm Pieck, 26 de febrero de 1933).
Los dirigentes de estos partidos no hicieron nada ni siquiera después de que Hitler llegara al poder. Y los trabajadores alemanes querían luchar. El 5 de marzo, la noche de las elecciones, los jefes del Reichsbanner, la organización militar de la socialdemocracia, pidieron una señal para la insurrección. Recibieron la siguiente respuesta de los dirigentes del Partido Socialdemócrata: “¡Calma! Sobre todo que no haya derramamiento de sangre”. El poderoso movimiento obrero alemán se rindió a Hitler sin disparar un solo tiro.
Si se hubiera llevado a cabo la formación de un frente único de lucha en 1930, se habría transformado el rumbo de los acontecimientos. La clase media habría seguido la dirección de las organizaciones obreras. Si los fascistas se hubieran enfrentado al poder organizado de los trabajadores, habrían sido aplastados. Cobardemente, capitulando ante las “autoridades”, la dirección permitió a Hitler conseguir una victoria muy barata.
Los reformistas y los estalinistas son iguales en todos los países. En los últimos años la responsabilidad de esta debacle se ha hecho recaer sobre los trabajadores alemanes. En el Congreso del TUC en Brighton, su presidente, Citrine, defendiendo a los dirigentes sindicales alemanes y su fracaso en la convocatoria de huelga general en 1933, señalaba lo siguiente:
“Poco después de las elecciones se desarrolló una campaña de terror. El movimiento socialista y sindical prácticamente fue suprimido el 2 de mayo. Había una gran preocupación sobre la aparente ausencia de resistencia ante el advenimiento de la dictadura nazi. Los dirigentes sindicales y socialistas alemanes eran atacados abiertamente y criticados desde los estrados debido a la ausencia de resistencia efectiva. Todo lo que podemos decir era que teníamos conocimiento de primera mano de que se estaban preparando medios de resistencia muy adecuados. (…) La huelga general fue firmemente planificada y planeada, pero los dirigentes alemanes debían tener en consideración el hecho de que una huelga general, después de la atmósfera creada por el incendio del Reichstag y con 6.250.000 parados por lo menos, era un acto temerario con consecuencias muy graves, consecuencias que se podrían describir no menos que de guerra civil” (The Menace of Dictatorship, p. 8).
QUÉ OCURRIÓ CON LA CLASE MEDIA
Los nazis atacaban demagógicamente a los judíos, los trusts y los carteles. Incluso propusieron la disolución de la gran industria y su división entre pequeños empresarios, así como la desaparición de los grandes centros comerciales y su división entre los comerciantes. Por supuesto, no tenían intención de llevar a cabo estas propuestas demagógicas, que en cualquier caso habría sido imposible llevarlas a la práctica. De este modo se ganaron el apoyo entre las masas de la clase media, la base social de los fascistas.
Resulta irónico que la clase media víctima de los nazis fuera el estrato de la población que sufrió lo peor una vez los nazis llegaron al poder. La tendencia a la concentración de capital lejos de disminuir se aceleró sin resistencia por parte de los pequeños empresarios. Y este proceso estuvo ayudado conscientemente por los nazis. En su libro The Coming Crisis, Sternberg señala que en 1925 el número de propietarios en Alemania, junto con sus dependientes, suponía 12.027.000 personas, el 20,9% de la población. Debido al desbaratamiento que provocó la crisis en el momento que los nazis llegaron al poder en 1933, en el período de Wehrwirhschaft (economía de guerra), el número descendió hasta los 9.612.000, el 16,2% de la población”.
La publicación económica alemana Wirtschaft und Statistik de 1940 (página 336) comenta la manera brutal en que se produjo este fenómeno:
“El número de propietarios junto con sus dependientes se redujo en 1,7 millones o aproximadamente un 15% respecto al nivel de 1933. Este descenso se prolongó de acuerdo a una tendencia larga y sostenida en el tiempo. De 1895 en adelante, su número ha decrecido de censo a censo, aunque el declive desde 1933 es, por supuesto, un récord”.
Otra prueba más de este proceso lo podemos leer en Germany, A Basic Handbook, donde se señala lo siguiente:
“La concentración de capital en cada vez menos manos se ha producido rápidamente. Muchas empresas pequeñas y medianas han sido absorbidas por las grandes. Desde 1937 hasta finales de 1942, el capital invertido en sociedades anónimas aumentó más de un 10%. Al mismo tiempo, el número total de estas empresas decreció. Así, a finales de 1942, el 1% de las empresas poseía el 60% del capital invertido en las sociedades anónimas. Como señala Deutsche Allegemeine Zeitung del 6 de enero de 1944: ‘Del total de sociedades anónimas alemanas con un capital de 30 millardos de marcos, aproximadamente tres cuartas o cuatro quintas partes pertenecían a grandes accionistas o carteles”.
Los representantes de las grandes empresas ocupaban puestos clave en la economía. Al mismo tiempo, existía una “interpenetración mutua: por un lado, los principales industriales y banqueros, como líderes de la economía de guerra, los representantes de las Cámaras de Comercio, de los Grupos Comerciales, de las Asociaciones del Reich, etc., se convirtieron en sirvientes del Estado y fueron designados para altos puestos administrativos; por otro lado, los funcionarios de alto rango, la burocracia nazificada de los departamentos estatales se esforzaban por conseguir puestos bien pagados en la esfera de la empresa privada. Al final, existían varias empresas semiestatales, semiprivadas, que podrían ser descritas como bienes públicos en la esfera industrial. La más conocida de este tipo es Hermann Göring-Concern.
“… Resulta bastante obvio que este proceso dio muchas oportunidades a la élite nazi para convertirse en los nuevos industriales y explotadores, y de este modo vemos estos nuevos nombres, junto con los viejos y bien conocidos nombres de los distintos sectores de la industria alemana y austriaca, en posiciones dirigentes de la administración y en los consejos de administración de las distintas ramas.
“A esta conexión habría que añadir unas pocas palabras sobre una empresa típica del partido, Gustolff Foundation, que fue fundada sobre una propiedad ‘arianizada’, la fábrica de armas Shul en Turingia, en honor de Wilhelm Gustloff, un agente nazi en Suiza que fue asesinado en 1934. La firma pronto se convirtió en un importante cartel de armamento y máquina herramienta, integrado por seis empresas, entre las que estaba la fábrica de municiones austriaca Hirtenberg, y dirigido exclusivamente por el partido, es decir, por el Thuringen Gauleiter Sauckel… Nada se conoce de las finanzas de la fundación ya que, como en el caso de Hermann Göring Werke, no se publican los balances, beneficios ni pérdidas.
“El desarrollo de este sector de grandes empresas del partido no constituye un ejemplo de nacionalización, ni es una negación del capitalismo o la plutocracia. Todo lo contrario, es la prueba de todo lo que les es permitido acumular a los miembros del partido para sus imperios industriales y explotar nuevas fuentes de ingresos.
“Así, los viejos gobernantes de la industria y el comercio se prestaron a este compromiso en la medida en que los beneficios obtenidos de la alianza con la élite del partido y la burocracia, es decir, el expolio conjunto de la pequeña empresa y todos los estratos de ‘pequeño burgueses’, pesaba más que todos los sacrificios del grupo”.
En la purga del 30 de junio de 1934, Hitler atacó a aquellos elementos en las filas de los fascistas que insistían en su demagogia “socialista” para conectar con las aspiraciones de la clase media, además de actuar contra aquellos que de verdad se habían dejado engañar por las mentiras propagandísticas de los nazis. Después de haber hecho esto, Hitler transformó su dictadura en un Estado policiaco-militar, representando los intereses de los industriales y terratenientes. En lugar de romper las haciendas de los junkers y entregárselas a los campesinos como prometió, el poder de los primeros se fortaleció. En lugar de dividir los grandes centros comerciales y repartirlos entre los pequeños tenderos, en lugar de eliminar los carteles y monopolios, las pequeñas tiendas fueron cerradas por miles y tuvo lugar una mayor concentración de la economía en manos de los trusts.
La única promesa que mantuvo fue la persecución de los desgraciados judíos. La clase media fue expoliada, las organizaciones obreras aplastadas y los fondos de las organizaciones obreras fueron confiscados para beneficio de los nazis. Abrieron campos de concentración y comenzó el reino del terror contra los trabajadores socialistas y comunistas y los judíos, como nunca antes se había visto en la historia moderna.
Los fascistas hicieron una gran interpretación del hecho de que en la Alemania de Hitler no existía desempleo. Es verdad que como resultado de los inmensos planes de rearme de Hitler, y la abundante mano de obra en las fortificaciones y armas alemanas, en Alemania no existía desempleo. Por supuesto, de no haberse producido la guerra, Alemania habría sufrido una recesión económica tan desastrosa como en los demás países capitalistas. Hitler gastó fabulosas sumas de dinero en los preparativos de la guerra porque lo consideraba el único camino para salvaguardar el imperialismo alemán y a su propio régimen. Apostó todo a la producción de armamentos a una escala nunca alcanzada por ningún Estado en tiempos de guerra.
Los obreros alemanes tenían que trabajar largas jornadas por bajos salarios para preparar los instrumentos de destrucción que no les beneficiarían a ellos ni a los trabajadores de otras tierras. Estaban empleados para producir para la terrible catástrofe que destruyó Alemania durante la guerra. Hitler les consideraba como cerdos que deben ser engordados para la matanza.
En 1935 un informe de los empresarios exigía entusiastamente que las nuevas leyes laborales “en el momento actual, requieren aumentar la intensificación de la producción…”. Göring declaraba abiertamente en un discurso: “Debemos trabajar doblemente duro para sacar al Reich de la decadencia, la impotencia, la vergüenza y la pobreza. Ocho horas diarias no son suficientes. ¡Debemos trabajar!”. El 22 de mayo de 1933, Hitler decía en el Reichstag: “En Alemania la propiedad privada es sagrada”.
De los 25 puntos del “Programa” nazi sólo la persecución de los judíos, un chivo expiatorio de los crímenes del capitalismo, se cumplió. A la desilusión se le dio una salida con el cebo judío. Incluso después de dejarlos indefensos, privados de todos sus derechos, arrojados a campos de concentración, se fomentó el mito de los judíos como responsables de todos los males de la sociedad. Como señalaba Hitler: si no hubiéramos tenido a los judíos tendríamos que haberlos inventado. No es de extrañar que Goebbels se lamentara públicamente de que los nazis hubieran publicado su programa.
Después de la guerra y la derrota del imperialismo alemán, los Aliados no han provocado la destrucción del fascismo. La clase media, la base potencial de masas para el fascismo, hoy apoya a los demócrata cristianos alemanes. La política estalinista de reparaciones y venganza no fue capaz de reunir el apoyo de las masas alemanas. Como resultado de la política de los Aliados, las masas alemanas están cerca del hambre en el sentido literal de la palabra. Cuando la recesión afecte a Alemania es inevitable el colapso de los partidos capitalistas “democráticos”. No hay camino intermedio. De nuevo la alternativa en Alemania será: o la victoria de la clase obrera o una nueva dictadura fascista.
MOSLEY ANTES DE LA GUERRA
Las leyes del declive del sistema capitalista son las mismas en Gran Bretaña que en otros países capitalistas. La leyenda, cultivada con asiduidad, y en particular por los dirigentes del movimiento obrero, es que Gran Bretaña es “diferente” y que no hay base para ello. Pero el fascismo, como expresión del declive de la sociedad capitalista, se puede convertir en determinadas condiciones en una amenaza real en Gran Bretaña tanto como ocurrió en la Alemania o la Italia capitalistas.
La recesión mundial de 1929-33 vio el surgimiento por primera vez en este país del movimiento fascista de Mosley como una fuerza seria. La clase capitalista de Gran Bretaña reconocía en el movimiento de Mosley un arma militante y extraparlamentaria que podría utilizar contra la clase obrera en un período de agitación social, crisis y recesión. Sólo el hecho de que los capitalistas británicos consiguieran salir de aquellos años críticos sin la necesidad de la acción directa contra los trabajadores, determinó su uso limitado de los fascistas en aquel momento. Sin embargo, mantuvieron el movimiento fascista como un “seguro” de cara al futuro.
El mito, propagado por la clase capitalista, de que todas las cuestiones se pueden resolver a través del parlamento, es explotado en los preparativos que hacen los propios capitalistas cuando parece posible que la clase obrera tome el camino de la lucha. Con la amenaza de una recesión económica inminente antes de la guerra, los capitalistas británicos comenzaron a dar pasos extraparlamentarios contra la clase obrera.
En los años previos a la guerra de 1939-45, las maniobras del ejército en Gran Bretaña se realizaban tomando como base la táctica de la guerra civil. Se preparaban para la defensa de los edificios gubernamentales estratégicos. La guardia civil se creó como una fuerza especial rompehuelgas, formada por reclutas procedentes de las filas de la clase media superior y de la propia clase dominante, entrenada para el uso de ametralladoras, fusiles y tanques. Se les enseñaba a conducir locomotoras, camiones de transporte pesado y hacer el trabajo de tierra en los aeródromos. La guardia civil constituía la columna vertebral de cualquier fuerza rompehuelgas en el caso de problemas serios con los trabajadores.
Un presagio significativo de lo que podría pasar fue que las grandes aseguradoras, que junto con los grandes bancos son los gobernantes decisivos de Gran Bretaña, se negaban a asegurar en caso de riesgo de disturbios civiles y guerra civil. Los capitalistas comprendían que Gran Bretaña, como Italia, Francia, Alemania o España, no podría escapar de las agitaciones sociales provocadas por un sistema capitalista enfermo y decadente. Si la Segunda Guerra Mundial no hubiera estallado, la inminente crisis económica hubiera sacudido al país con unos efectos superiores a los de 1929.
En este momento los fascistas estaban recibiendo el apoyo de numerosos industriales británicos influyentes. A finales de 1936 Mosley alardeaba en una entrevista publicada en un periódico fascista italiano, Giornale d’Italia, que estaba “recibiendo apoyo de los industriales británicos”, y que “varios industriales del norte, que hasta ese momento habían apoyado en secreto su movimiento por temor al boicot comercial, ahora declaraban abiertamente que estaban en el lado fascista” (News Chronicle, 19 de octubre de 1936). Mosley recibió el apoyo de periódicos poderosos como el Daily Mail, el Evening News y el Sunday Dispatch.
Entonces, como ahora, el movimiento de camisas negras realizó sus provocaciones contra la clase obrera y actos antisemitas bajo la protección del Estado. Los fascistas británicos demostraron pronto que en brutalidad y métodos se diferenciaban poco de las tropas de choque de Hitler o los squadri de Mussolini. En un mitin de masas de los fascistas británicos en el Olympia el 7 de junio de 1934, la clase obrera británica se pudo hacer a la idea de lo que debía esperar si triunfaba el fascismo.
Las salvajes y calculadas brutalidades infligidas por las bandas fascistas, entrenadas especialmente, contra cualquier tipo de audiencia que se atreviera a expresar incluso la más tímida oposición al discurso de Mosley, enfurecían a todos los sectores de la población. Las bandas organizadas de fascistas interrumpían a los oradores, hombres y mujeres, los golpeaban y dejaban inconscientes en el suelo.
Nutridos y ayudados por las autoridades y la policía, los fascistas de manera insolente organizaban marchas provocadoras en los barrios obreros y judíos, imitando las tácticas de los nazis en el amanecer de su movimiento en Alemania. Fue entonces cuando la clase obrera británica dio a los camisas negras su respuesta. Cada manifestación convocada por los fascistas era respondida por una gran contramanifestación de trabajadores y antifascistas. En Trafalgar Square, Hyde Park, en Liverpool, Merthyr, Newcastle, en el resto del país, los trabajadores se unían contra los fascistas. En el Glasgow rojo, los fascistas eran incapaces de celebrar reuniones. En el barrio obrero de Bermondsey, Londres, se levantaron barricadas que, defendidas por decenas de miles de trabajadores, evitaron con éxito que los fascistas de Mosley desfilaran por Long Lane.
Excepcional en estas luchas de los trabajadores contra los fascistas fue la derrota de la marcha prevista por Mosley a través del East End londinense en 1936. A pesar de los llamamientos de todos los sectores del movimiento de la clase obrera, incluidos los dirigentes laboristas, el entonces ministro de Interior, sir John Simon, se negó a prohibir la marcha y, por el contrario, buscó todas las maneras de facilitarla. Decenas de miles de policías a pie y a caballo se desplegaron por todo Londres para proteger su marcha a través del East End. La protección policial fue rigurosamente organizada, hasta el punto de destinar equipamiento de radio y un autogiro sobrevolando la zona. El peso del Estado se utilizó para proteger a los camisas negras ante la oposición de la clase obrera londinense. Las autoridades policiales planificaron la protección de Mosley como si fuera un proyecto militar.
A pesar de estas medidas del Estado la marcha fascista fue derrotada. Medio millón de trabajadores salieron a las calles. Alrededor de la consigna “¡No pasarán!”, los trabajadores formaron un muro de cuerpos a lo largo de la ruta por la que tenía que pasar la marcha de Mosley. Desde primera hora de la mañana hubo cargas de la policía montada contra los trabajadores para limpiar el camino a los fascistas. Pero la oposición decidida de los trabajadores lo hizo imposible. La policía intentó crear un desvío limpiando Cable Street. Pero aquí de nuevo los trabajadores londinenses formaron barricadas con muebles, vigas, vallas, puertas arrancadas de las casas cercanas y cualquier cosa que pudiera ayudar a bloquear el camino a los odiados fascistas. Esta magnífica acción de masas incluía y representaba a todos los sectores de la clase obrera y sus organizaciones, laborista, Partido Comunista, ILP, trotskistas, Juventudes Comunistas, y obligaron al entonces comisionado de Policía, sir Phillip Game, a ordenar a Mosley y sus bandas que abandonaran la ruta. ¡La unidad de acción de los trabajadores había derrotado a Mosley!
La derrota de Cable Street en 1936 fue un severo golpe para Mosley. Temeroso del poder organizado de la clase obrera demostrado de una manera tan militante, el movimiento fascista del East End decayó. El espectáculo de los trabajadores en acción dio a los fascistas una razón para callarse. Eso además extendió el desaliento y la desmoralización entre sus filas, mientras que la victoria sobre los fascistas dio a la clase obrera confianza. La acción unificada de los trabajadores en Cable Street demostró una nueva lección: sólo el contraataque enérgico puede impedir el crecimiento de la amenaza fascista.
En aquel momento el Partido Comunista fue el principal responsable con un llamamiento militante a los trabajadores para que acudiera a las contramanifestaciones contra los fascistas. Las Juventudes Comunistas jugaron un papel magnífico. Pero después de 1936, esta política militante del Partido Comunista cambió y evitaron cualquier contraataque contra los fascistas en la escala tan amplia y militante que habíamos presenciado antes. Con la llegada al poder de Hitler, los partidos comunistas de todo el mundo habían degenerado hasta convertirse en instrumentos de la política exterior rusa, y sus actividades reflejaban inevitablemente este hecho.
De la negativa a ofrecer un frente único con los trabajadores socialdemócratas contra el fascismo, la Internacional Comunista se embarcó en una política de frentepopulismo. En la línea de los intentos de Stalin de llegar a acuerdos y conseguir alianzas con las clases capitalistas “democráticas”, defendieron la colaboración de clase entre los trabajadores y los “buenos” capitalistas. Esta política exterior de los estalinistas se reflejó en el Partido Comunista Británico que incluso llegó a defender un “gobierno nacional” de Churchill, Attlee y Sinclair3. Después de haber calificado el frente único de los partidos obreros contra el fascismo como “contrarrevolucionario”, los estalinistas rechazaban ahora el análisis de clase marxista de la sociedad capitalista y defendían un frente único con los tories y los liberales.
En sus esfuerzos por atraerse a aquellos tories y liberales que estaban a favor de una alianza con Stalin, el Partido Comunista hizo todo lo que pudo para presentarse como un partido de ciudadanos respetables y cumplidores de la ley. Con ese objetivo, el emblema de la unidad de la clase obrera, la hoz y el martillo, fue retirado de la cabecera del Daily Worker y el lenguaje del marxismo fue sustituido por el de las zonas residenciales de la clase media. Más importante aún, la política militante de lucha de clases se arrojó por la borda reflejándose esto en la nueva actitud de “avestruz” hacia el movimiento fascista. Realizar una acción militante contra los fascistas ofendería a los nuevos “amigos” tories y liberales del partido estalinista. Las actividades y las provocaciones de los fascistas ahora se desoían y ya no se organizaban acciones de los trabajadores contra el fascismo. La política anterior fue sustituida por llamamientos y súplicas al Estado para que éste tomara medidas contra los fascistas. De basarse en la clase obrera para golpear al fascismo, los estalinistas giraron hacia una política que se basaba en el mismo aparato del Estado que no hacía tanto había mostrado su parcialidad hacia los camisas negras.
Cómo se expresó en la práctica esta nueva política de los dirigentes estalinistas se pudo ver en muchos ejemplos similares que se podrían citar. Justo antes de la guerra, se organizó en Londres un monstruoso mitin de camisas negras procedentes de todo el país, se reunieron en Earl’s Court para escuchar a Mosley. ¡Ese día las Juventudes Comunistas de Londres organizaron una excursión al campo! Manifestándose contra el mitin de los camisas negras en Earl’s Court sólo estaban los trotskistas y un pequeño número de militantes antifascistas, del Partido Comunista no había señales. Esta nueva política del partido estalinista sirvió para alimentar la apatía entre las filas de la clase obrera en la lucha contra los fascistas, envalentonando y animando a los camisas negras. Parecía que el movimiento fascista iba a recobrar nuevos bríos debido a la ausencia de una respuesta militante por parte de las organizaciones obreras. Pero la guerra modificó estos acontecimientos y les dio una nueva dirección.
EL ‘PROGRAMA’ DE MOSLEY
Hoy, en Gran Bretaña, los signos de una recuperación fascista son inconfundibles. Después de probar la reacción de la opinión pública ante el surgimiento de varios grupos fascistas, ayudados y animados por la protección policial, Mosley ha lanzado su nuevo partido, el “Movimiento de la Unión”. Este nuevo partido no es diferente al anterior, el BUF: el mismo cebo judío, las mismas promesas de destrucción de los sindicatos y organizaciones obreras, la misma demagogia para atraer a las clases medias desilusionadas y desesperadas y a los elementos atrasados.
Todas las publicaciones de Mosley apoyaban el principio de la empresa privada. En una de sus recientes News Letters, Mosley defendía demagógicamente al hombre corriente, no contra los monopolios capitalistas, sino contra las medidas nacionalizadoras del gobierno laborista. Mosley presumía de que sus “opiniones permanecían inalterables”. En su Greatier Britain (publicado antes de la guerra) escribió lo siguiente: “La obtención de beneficios no sólo estará permitida sino que se impulsará”. En una Carta Abierta a los Empresarios publicada en Fascist Week en 1934, Mosley reafirmaba a los industriales que: “En el Estado corporativo se os dejará en posesión de vuestros negocios”. A los parásitos que viven de sus dividendos Mosley prometió: “Hasta ahora el tenedor de acciones ordinarias, que es el verdadero portador de riesgo en la empresa industrial, ha sido tratado para propósitos impositivos como el tenedor de ‘renta’… todo el procedimiento es ilógico y está calculado para desalentar a la empresa sobre la que depende nuestro futuro industrial”.
Mientras que antes Mosley insistía en la idea de que Gran Bretaña y el Imperio debían aislarse mediante la “autarquía” económica, hoy defiende la “unión de Europa Occidental”. Reconociendo la debilidad del capitalismo británico y el peligro de colapso económico del continente europeo, Mosley propone la idea de una unión de la Europa capitalista basada en la esclavización y explotación de los pueblos africanos. En el “plan” Mosley “no existirá la estupidez de la administración fiduciaria para los nativos”, y “los negros no tienen ninguna paridad con sus superiores blancos”.
Uno de los principales puntos de Mosley es la guerra con Rusia. Si él estuviera en el poder “enviaría a Rusia un ultimátum para que aceptara la oferta estadounidense de desechar las armas atómicas y someterse a una inspección”, si no lo acepta, debería ser seguido por una guerra “preventiva”.
En la entrevista que Mosley concedió el 28 de noviembre de 1947, para anunciar el lanzamiento inminente de su nuevo partido, habló además sobre su “programa”. El parlamento actual sería sustituido por el Estado corporativo siguiendo el modelo de las dos cámaras de Mussolini. En lugar de elecciones habría plebiscitos donde los votantes tendrían el privilegio de decir sí o no a lo que hiciera el gobierno de Mosley. Su gobierno “dimitiría” si fuese derrotado pero esto, por supuesto, “sería casi improbable”. Mosley promete suprimir el comunismo.
Con esto Mosley quiere decir que su gobierno suprimiría todos los partidos y organizaciones de la clase obrera. Los sindicatos quedarían “anticuados” si no “cooperaban” con los fascistas. El nuevo partido de Mosley seguía de este modo abiertamente el modelo de los regímenes totalitarios fascistas de Hitler y Mussolini.
Mosley ha revelado claramente sus cálculos. Anticipa que de llegar al poder sería en un momento de crisis y de la misma manera que Mussolini, que fue aupado al poder por la monarquía y los capitalistas italianos. En su Greater Britain Mosley escribe:
“Si la situación se desarrolla rápidamente, antes de que un nuevo movimiento haya conquistado el poder parlamentario podría suceder algo parecido a un colapso. En ese caso, se deberían adoptar otras medidas nuevas y más duras para salvar al Estado de una situación próxima a la anarquía. En ningún caso recurriríamos a la violencia contra la Corona; sino sólo contra las fuerzas de la anarquía si, y cuando, la maquinaria del Estado se haya dejado llevar por la impotencia…
“Cualquiera que piense que en esta situación los instrumentos normales del gobierno, como la policía y el ejército, pueden ser utilizados eficazmente, no ha estudiado ni la historia europea de su propio tiempo ni las realidades de la situación actual. En la lucha sumamente técnica por el Estado moderno en crisis, sólo las organizaciones del fascismo y el comunismo han prevalecido o pueden prevalecer.
Los gobiernos y los partidos que se han basado en los instrumentos normales de gobierno (que ahora no están constituidos para tales propósitos) han caído como víctimas fáciles e innobles a la fuerza de la anarquía. Si, por lo tanto, esta situación se da en Gran Bretaña, nos prepararemos para hacer frente a la anarquía del comunismo con la fuerza organizada del fascismo; pero no buscamos esa lucha y, por el bien de la nación, deseamos evitarla”.
Los fascistas veían la próxima lucha contra las fuerzas de la “anarquía”, es decir, la clase obrera, como una lucha extraparlamentaria. En la segunda edición de Greater Britain, Mosley borró los capítulos que trataban este problema porque eran demasiado sinceros. Sin embargo, esta sigue siendo la base de las ideas de Mosley hoy. No es casualidad que declarara en la reunión de lanzamiento del nuevo partido el 7 de febrero de 1948, que él y sus seguidores estaban “preparados para afrontar la fuerza con la fuerza”.
Las actividades antisemitas y antiobreras de los fascistas van en aumento y, aunque aún pequeñas, constituyen un desafío para la clase obrera. El fascismo debe ser derrotado desde sus inicios. Los campos de muerte de los nazis, donde cientos de miles de trabajadores alemanes fueron torturados y asesinados, deberían ser un recordatorio permanente para la clase obrera y para que nunca se permita confiar más en ese falso sentimiento de seguridad. El movimiento fascista británico no diferirá de los fascistas alemanes o italianos ni en su composición social, ni en sus objetivos, ni en sus métodos.
EL GOBIERNO LABORISTA Y LA RECUPERACIÓN FASCISTA
El resurgimiento de Mosley y su nuevo “Movimiento de la Unión” en Gran Bretaña es visto hoy con complacencia por parte de los dirigentes laboristas. Las lecciones amargas de Alemania e Italia han pasado en vano para estos dirigentes laboristas. Traducen al inglés las mismas palabras e ideas falsas de los dirigentes socialdemócratas alemanes e italianos: “Eso no puede ocurrir aquí”. Los británicos, se jactan, son “diferentes”, son un pueblo “tolerante” con una tradición democrática. El fascismo es “ajeno” a los británicos y otras cosas similares. ¡Estas últimas palabras son famosas! El crimen de los dirigentes laboristas no es que ellos se tranquilicen con la pretensión de que “eso no puede ocurrir aquí”, sino que desarman a la clase obrera sembrando ilusiones y ayudando objetivamente al crecimiento del renacido movimiento fascista ofreciéndole protección policial.
La clase obrera que votó laborismo y le llevó al poder, podría quedarse perpleja e indignada al presenciar como Mosley y los fascistas celebran actos provocadores bajo la protección de un gran número de policías entrenados especialmente para ese trabajo; cuando presencian cómo el Ayuntamiento del Condado de Londres, controlado por los laboristas, da facilidades a Mosley y a su movimiento para que tenga bajo su control escuelas y salones. Esto en un momento en que los fascistas tienen enormes dificultes para hacerlo en las bibliotecas debido a las presiones de la opinión pública. A partir de las protestas, el secretario de Interior Chuter Ede respondió que está “considerando” la prohibición de equipos de megafonía en los actos públicos. Pero esto se aplicaría a “todos” los partidos que utilizan altavoces en las reuniones, lo que, en lugar de asestar un golpe al movimiento fascista, en la práctica sería un golpe contra las organizaciones de la clase obrera que utilizan este equipamiento para su propaganda. Este es el resultado de la “imparcialidad” de los reformistas. Su “imparcialidad” consiste en perjudicar a los antifascistas y permitir todo a los fascistas.
A pesar de los últimos seis años de guerra terrible, supuestamente librada para destruir el fascismo, en la actualidad, los fascistas han salido de los agujeros donde se refugiaron con el estallido de la guerra. La imagen de la policía y los tribunales, realizando acciones enérgicas contra los antifascistas mientras los fascistas son tratados con ligereza e incluso protegidos, se representa una vez más.
Todo esto en nombre de la idea liberal de “democracia”, “imparcialidad” y “libertad para todos”. En realidad, esto es lo contrario a la libertad como la enseñaban los grandes profesores socialistas. Bajo este disfraz de “libertad” e “imparcialidad” del Estado, los dirigentes obreros utilizaron a la policía para despojar a los piquetes de sus derechos democráticos elementales como organización sindical. Ningún trabajador socialista que no es un traidor a su clase pondrá en el mismo plano la libertad de un esquirol y la libertad de los huelguistas para evitar que el primero tenga éxito. Pero esta fuerza de esquiroles despreciables, el movimiento fascista, tiene más facilidades para florecer y preparar la destrucción del derecho a huelga y cualquier otra libertad conquistada por la clase obrera. Esto no es libertad ni democracia. Es una violación de la democracia obrera y la negación misma de la libertad.
Como un disparate supremo, los dirigentes laboristas han dado facilidades a Mosley para que publique su propaganda.
En lugar de dar la bienvenida a las protestas instintivas por parte de los trabajadores contra cualquier intento de recuperar la actividad fascista, el gobierno laborista organiza a la fuerza policial para proteger a los fascistas contra los trabajadores. Unos dirigentes laboristas dignos de ese nombre darían todo su apoyo a las acciones de los trabajadores contra la reacción. Esto sería una advertencia para los capitalistas de lo que ocurriría ante cualquier intento de establecer una dictadura fascista ya que se encontrarían con una respuesta implacable del movimiento obrero en su conjunto. En nombre de la “libertad de expresión” los fascistas tienen todas las facilidades para desplegar su propaganda, precisamente las mismas personas que defienden la destrucción de la libertad de expresión y todo vestigio de democracia conquistada por la clase obrera. En tiempo de guerra, y la lucha de clases es una guerra entre las clases, el enemigo no puede tener puntos de ventaja que le permitan atacar mejor y masacrar nuestras filas en una etapa posterior.
La elección de un gobierno laborista con mayoría después de la Segunda Guerra Mundial expresó las aspiraciones de los trabajadores británicos de establecer un nuevo sistema social. Las masas giraron a la izquierda y este giro arrastró tras de sí a grandes sectores de la clase media, que durante la guerra habían visto su situación muy socavada. La guerra había puesto cargas muy pesadas sobre las espaldas de sectores de la clase media, el aumento del coste de la vida había afectado más severamente a aquellos que tenían ingresos fijos. Un gran número de pequeños comerciantes habían sido expulsados del mercado debido a la competencia de las grandes empresas capitalistas y las medidas de concentración impulsadas por el Estado favorecieron a los monopolios “más eficaces”. De un total de 10.000 empresas existentes en Londres, incluidas peleterías, lavanderías, reparaciones, etc., un 40% desaparecieron durante la guerra. Como consecuencia, la clase media miró hacia el Partido Laborista en busca de solución.
Una encuesta de Gallup revelaba que, en los primeros meses de gobierno laborista, su popularidad aumentó enormemente como resultado de las reformas sociales que introdujo. Si los dirigentes laboristas hubieran introducido medidas destinadas a destruir los privilegios e intereses creados de la clase capitalista, después de haberse hecho cargo de toda la industria a gran escala y las empresas financieras sin compensación y dirigír la vida económica de Gran Bretaña sobre la base de un plan económico global bajo el control democrático de la clase obrera, habrían encontrado poca resistencia efectiva de la clase capitalista. Esta habría sido la solución final a los padecimientos que el capitalismo inflige no sólo a la clase obrera sino también a la clase media.
¿Pero cuál es la situación real hoy? Con el gobierno laborista el capitalismo sigue intacto. En cambio compensa servilmente a los anteriores propietarios de las industrias nacionalizadas, que siguen siendo gestionadas siguiendo las mismas “líneas empresariales” y en gran parte por los mismos administradores capitalistas que estaban antes al frente de ellas. Un sector aplastante de la economía sigue bajo el control de la empresa privada y los sectores nacionalizados están dirigidos y al servicio de los intereses de la propiedad privada.
Incluso en las industrias nacionalizadas no hay rastro de verdadero control democrático por parte de los trabajadores. Mientras que los dirigentes laboristas hablan de un gran acuerdo basado en lo sagrado de la democracia, éste no se extiende al control democrático de los trabajadores sobre las minas y las industrias que supuestamente son propiedad del “pueblo”.
En Gran Bretaña existen elementos de democracia obrera en forma de sindicatos, partidos obreros, organizaciones fabriles y los derechos que estos han ganado. Pero el control efectivo está en manos de la clase capitalista, que controla la vida económica del país a través de su propiedad de los medios de producción y que cuenta con los medios decisivos para influir en la opinión pública a través de la prensa, la radio, el cine, las escuelas, la iglesia y todos los demás instrumentos necesarios para ese propósito. Esta es la realidad de la democracia capitalista. La democracia burguesa, decía Trotsky, significa que todo el mundo tiene el derecho a decir lo que quiera mientras el capital financiero decide que se hace. Pero una vez los trabajadores alcanzan el control democrático real, entonces los capitalistas deciden que ha llegado el momento de abolir también la democracia.
Si la principal preocupación de los dirigentes laboristas era la democracia, tendrían que haber introducido el control obrero y la democracia real. Los elementos de democracia que ya existen tendrían que dar todo su fruto.
La democracia real para la mayoría y no para el puñado de capitalistas, es decir, la democracia obrera, significaría no sólo la total destrucción del dominio económico de las grandes empresas, sino el final de su control de los medios y su capacidad de influir en la opinión pública a través de su control económico. El gobierno laborista debería hacerse cargo inmediatamente de la prensa, el cine y la radio, quitarlos de las manos del capital monopolista y ponerlos a disposición de la población. Cada una de las tendencias de los trabajadores tendría pleno y libre acceso a los medios de propaganda para defender su punto de vista. Todos los partidos políticos, incluidos los tories y los liberales, que estén dispuestos aceptar la voluntad democrática de la mayoría, tendrían libertad de expresión y prensa. Pero los fascistas no tendrían ningún derecho.
Después de organizar los sóviets o comités obreros en las fábricas y barrios, después de haber establecido por primera vez la participación democrática de todas las capas de la población en el gobierno y administración del país, la superioridad de este Estado obrero sería tan obvia que cualquier contrarrevolución por parte de la clase capitalista resultaría ineficaz.
En lugar de una solución socialista revolucionaria, los dirigentes laboristas están coqueteando con el capitalismo. Las medidas a medio camino del gobierno laborista han provocado una separación del laborismo, particularmente entre la clase media y los sectores más atrasados de los trabajadores. En las elecciones municipales de 1947 y en las parlamentarias de ese mismo año hubo un marcado aumento del voto tory. Y como un síntoma de la tendencia a la derecha, los racistas volvieron a la escena política.
Esto ha tenido lugar en un período de pleno empleo y boom capitalista. El capitalismo británico ha perdido todas las ventajas que disfrutaba en el pasado. A pesar de los esfuerzos de la clase obrera que han llevado a un aumento del 20% de la producción sobre el nivel previo a la guerra, no se ha producido el mismo aumento proporcional del nivel de vida. Gran Bretaña es mucho más dependiente del mercado mundial que en el pasado. Con el aumento de la competencia, los niveles de vida no han subido sino todo lo contrario, la clase capitalista ha impuesto una reducción de los salarios.
El gobierno laborista está llevando a la práctica una ofensiva para convencer a los trabajadores de que acepten la congelación salarial ante el peligro de agotamiento de los mercados donde se colocan las mercancías británicas. Con el aplauso entusiasta de la clase capitalista y su prensa, los dirigentes laboristas están insistiendo a los trabajadores para que acepten más sacrificios, en un frenético movimiento para aumentar la producción, para imponer la congelación salarial y acelerar la reducción de costes.
Cripps explica a los trabajadores que si no aceptan voluntariamente el yugo del capital, se enfrentarán al yugo de hierro de la dictadura totalitaria. En sus propias palabras:
“Es por tanto esencial que lleguemos a un acuerdo general entre nuestro pueblo para actuar en unas líneas económicas sólidas; de otro modo, la alternativa probablemente sea alguna forma de gobierno totalitario”.
Las propuestas en líneas “económicas sólidas” que defienden los dirigentes laboristas son, por supuesto, líneas capitalistas sólidas.
Aquí están los síntomas del declive, de la inminente recesión económica, de la sobreproducción. Incluso si los dirigentes laboristas consiguieran su objetivo de aumentar la producción para alcanzar nuevos récord, esto no puede resolver el problema. Todo lo contrario, sólo puede preparar la catástrofe para el gobierno laborista y la clase obrera británica.
Debido al impacto que tuvo la radicalización de 1945 los capitalistas tuvieron que retirarse. Pero no fueron derrocados por el gobierno laborista y ahora azuzan sistemáticamente el descontento de la clase media y sectores atrasados de la clase obrera preparándose para una ofensiva futura.
Bajo el sistema capitalista, con la crisis de sobreproducción, la recesión seguirá al boom como la noche sigue al día. Y si ya la clase media está descontenta ¿cómo reaccionará cuando llegue la recesión? Los trabajadores tendrán que tomar una dirección revolucionaria, pero si no son capaces de mostrar una salida socialista, la clase media caerá en la órbita del movimiento fascista. Los capitalistas declararán que los “marxistas” y el movimiento obrero son responsables de la crisis de su sistema y conseguirán el apoyo de la clase media para emprender una acción contra los trabajadores.
Paralizada por la crisis económica, la clase capitalista se verá obligada a lanzar ataques salvajes contra los niveles de vida de los trabajadores. Pero se encontrará con la presión de las fastidiosas organizaciones obreras, especialmente los sindicatos. El programa de aniquilación está diseñado por Mosley para apelar a las grandes empresas precisamente en esta crisis. Para eliminar a los sindicatos y aterrorizar a los trabajadores, los capitalistas necesitarán a las bandas fascistas y mirarán hacia el Estado totalitario como el medio de su salvación. Entonces comenzarán a subvencionar a Mosley o algún otro fascista menos desacreditado entre la población.
No podría existir hoy mayor peligro que quedarse sentados y contentarse con la idea de que los fascistas tienen poco peso político en Gran Bretaña. Mientras exista la sociedad capitalista, el arma del fascismo también existe como amenaza potencial para la clase obrera. Los acontecimientos quizá demuestren que el Movimiento de la Unión de Mosley no será el movimiento fascista principal en este país. Mosley y
Como germen de esta enfermedad ya latente incluso hoy en Gran Bretaña, W. J. Broen, el parlamentario independiente por Rubgy, anteriormente dirigente del Nuevo Partido de Mosley en 1931, ha defendido tímidamente una Unión del Pueblo Británico. Incluso más indicativo es el hecho de que el Statist, en un artículo titulado Can Our System be Modified? [¿Puede nuestro sistema ser modificado?], publicado el 29 de noviembre de 1947, escriba de manera aprobatoria sobre el general de Gaulle y diga lo siguiente:
“El general de Gaulle, naturalmente alarmado por el estado caótico de la política y la economía tan ejemplificada en la Francia actual, ha pedido a la población que le de poder para formar lo que él denomina una concentración nacional. Al mismo tiempo nos avisa de que nuestro sistema es tan inestable que podría llevarnos en una fecha no muy remota a problemas serios. No deberíamos de ningún modo ignorar esta advertencia”.
A menos que la clase obrera pueda ofrecer una alternativa en forma de un programa audaz, y sobre todo de acción enérgica, a la confusa juventud de clase media que hoy apoya a los tories, ésta será atraída por un movimiento fascista, ya sea el Movimiento de la Unión o algún tipo de Unión del Pueblo Británico o Sociedad de Salvadores del Real Imperio Británico.
LA POLÍTICA DEL PARTIDO COMUNISTA
La recuperación de la actividad fascista llevó a los trabajadores más activos a mirar hacia el Partido Comunista en busca de dirección. Pero muchos que lo hicieron quedaron tremendamente desencantados. Con la excepción de unas cuentas reuniones de oposición en el Ridley Road durante los primeros días, la dirección del Partido Comunista no ha asumido nada más serio que la organización de reuniones en los ayuntamientos bajo los auspicios del Consejo Nacional por las Libertades Civiles, y la aprobación de resoluciones en los Consejos de Industria y agrupaciones sindicales pidiendo al gobierno que emprendiera acciones contra los fascistas. Estas reuniones en los ayuntamientos incluyen a los representantes de las organizaciones obreras locales, a representantes de los empresarios locales más vociferantes, a los tories y los liberales. Sólo el Partido Comunista Revolucionario ha sido excluido de las plataformas. Este frente popular con los tories y los liberales es un engaño a los trabajadores más conscientes que buscan una política de lucha para derrotar la amenaza del fascismo.
Formar un frente único con los tories y los liberales contra el fascismo es maleducar a la clase obrera. En lugar de enseñarle la naturaleza de clase del fascismo, que los partidos burgueses representan a la misma clase en la que se basan los fascistas contra los trabajadores, y que sólo la fuerza organizada de la clase obrera puede derrotar al fascismo, lo que hacen es sembrar ilusiones y desalentar la acción militante.
El Partido Comunista publicó recientemente un panfleto antifascista titulado La amenaza fascista en Gran Bretaña. Aconsejamos a todos los trabajadores que lean este panfleto y comparen este análisis y esta política con la del Partido Comunista Revolucionario (RCP). Esto es lo que los estalinistas escriben:
“Mucha gente tomó parte en esta lucha [antifascista]. Es inútil fingir que los objetivos bélicos de todos los líderes nacionales eran exactamente los mismos, o que todos en el Ejército Británico, por ejemplo, estaban perfectamente de acuerdo. Pero en una cosa cada nación y cada individuo estaban en completa unidad. Y esto era que la guerra se luchaba para acabar con esa cosa denominada fascismo, para siempre, para no dejar rastro de él”.
La historia ha demostrado cómo la clase capitalista “democrática”, cómo los portavoces tories y liberales apoyaron la reacción y el fascismo en el extranjero. La historia reciente ha demostrado, en la Segunda Guerra Mundial, que lejos de estar interesada en acabar con el fascismo, la clase dominante simplemente utilizaba los sentimientos antifascistas de los trabajadores para sus propios fines imperialistas. Sus tentativas de acuerdo con Darlan y Badoglio atestiguan el hecho de que, en medio de la guerra, su principal preocupación era establecer regímenes capaces de enfrentarse a la clase obrera. Y en Gran Bretaña, durante la llamada guerra contra el fascismo, el gobierno se negó a publicar el Libro Rojo del capitán Ramsay, que contenía la lista de nombres de seguidores fascistas en este país.
Aún así el Partido Comunista persiste en maleducar a los trabajadores con que todas las naciones, todas las clases, estaban totalmente unidas durante la guerra en la búsqueda de la destrucción del fascismo. De ahí este llamamiento al conjunto de la opinión política:
“Quién esté leyendo esto podría ser un seguidor laborista, liberal, conservador o comunista. Podría ser un sindicalista o cooperativista. Sean cuales sean tus creencias políticas te pedimos en tu propio interés que te mantengas junto a nosotros. Por que si no actuamos muy pronto, la discusión democrática y la vida decente se podrían volver imposibles”.
“¡Si no actuamos! ¿Qué acción propone el Partido Comunista?
“Si los fascistas llegan a tu localidad, consigue que todos los habitantes firmen peticiones de protesta para el Secretario de Interior”. Pero las firmas no asustarán a los fascistas.
Siguiendo los pasos de los nefastos dirigentes laboristas, el Partido Comunista de Gran Bretaña (CPGB) se limita a realizar llamamientos al Estado capitalista, tal como señalan en su declaración: “Las leyes existentes contra la ‘incitación a la violencia’ y un comportamiento ‘calculado para provocar una ruptura de la paz’ deberían ser estrictamente ejecutadas; se debería enviar la policía a las reuniones fascistas para que haga arrestos y no ofrecerles ninguna protección”.
Mientras que el CPGB pide “vigilancia”, urge a sus militantes y seguidores a que no se acerquen a las reuniones fascistas.
Por supuesto, es necesario conducir una campaña en los sindicatos y organizaciones laboristas a través de resoluciones, para presionar al gobierno laborista que pretende hablar en nombre de la clase obrera británica. Pero lo más esencial es que la presión sobre los dirigentes laboristas debe estar complementada con una contraofensiva, con la participación de los trabajadores en la lucha contra los fascistas. ¿Alguien puede negar que la ausencia de una contraofensiva organizada por parte de las organizaciones obreras haya envalentonado y alentado a los fascistas? ¿Alguien puede dudar que si el Partido Comunista y las Juventudes Comunistas hubieran reunido su poderosa organización y aparato para una contramanifestación contra los fascistas y contra Mosley cuando surgieron al principio, éstos no se lo habrían pensado antes de lanzar su nuevo movimiento?
El RCP ha estado activo en la manifestación y en cada intento de combatir a los fascistas allí donde han aparecido. Escribimos a Harry Pollitt haciendo un llamamiento al CPGB para formar un frente único contra los fascistas. El Comité de Distrito de Londres del RCP envió un llamamiento similar a las direcciones del CPGB y la YCL (Youth Communist Leage —Liga Juvenil Comunista—) de Londres. La esencia de nuestra posición se puede resumir en el siguiente extracto de la carta envida por nuestro Comité de Distrito de Londres al homólogo del CPGB:
“A pesar de las diferencias muy profundas y fundamentales que separan a los partidos estalinista y trotskista en el momento actual, el Comité de Distrito de Londres del RCP tiene la absoluta convicción de que no sólo es posible una actividad antifascista conjunta entre los militantes de Londres de nuestros respectivos partidos, en unas líneas prácticas y específicas, sino que tal frente único recibiría el apoyo entusiasta de los militantes de base de nuestras respectivas organizaciones. Las experiencias recientes en Londres han demostrado que donde nuestros compañeros han realizado una actividad antifascista, se ha establecido un frente único espontáneo entre los militantes de nuestras organizaciones con un éxito evidente contra los fascistas”.
Nuestros llamamientos fueron desatendidos en un momento en que las batallas de Ridley Road estaban en su apogeo y era imperativo que los trabajadores establecieran un frente único contra los fascistas, que se jactaban de haber expulsado al CPGB de esta zona. En lugar de concentrarse en Ridley Road, como hicieron los trotskistas, los dirigentes del CPGB desanimaban a sus militantes para que no se manifestaran allí; de esto modo se unían al campo de los moralistas pequeñoburgueses y reformistas que decían: “Ignoradles”. A pesar de la política cobarde de la dirección, muchos militantes de la base del CPGB y la YCL continuaron reuniéndose en Ridley Road junto con militantes del Partido Comunista Revolucionario y otras organizaciones en un frente único de protesta. La línea oficial del CPGB estaba lejos de ser bien recibida por muchos militantes de base, cuyos instintos de clase correctamente les llevaron a la participación en la lucha contra los fascistas.
Una política obrera revolucionaria debe necesariamente llevar a las masas a la participación real en la lucha. Ninguna cantidad de llamamientos a favor de la “vigilancia”, peticiones, resoluciones o llamamientos al Estado capitalista pueden sustituir la actividad real de masas de la clase obrera combatiendo a sus enemigos más peligrosos.
CÓMO LUCHAR CONTRA EL FASCISMO. LA POLÍTICA DEL RCP
Con el resurgimiento de los fascistas, la tarea principal del movimiento obrero es educar y explicar a los trabajadores la naturaleza de clase del fascismo y su función como una fuerza de combate contra las organizaciones de la clase obrera. Pero explicar las raíces de clase y la función del fascismo no es suficiente. La clase obrera debe participar en el combate activo a los fascistas allí donde estos levanten la cabeza. Por eso es necesario que las organizaciones de la clase obrera agrupen a sus militantes alrededor de un programa de lucha contra las reuniones y propaganda antisemita, antiobrera, contra la prensa y otras actividades amenazadoras de los fascistas.
Los sindicalistas deben negarse a imprimir, manejar o transportar la propaganda fascista de cualquier tipo y exigir que sus ejecutivas cumplan esta ley. Todo el que viole esta ley debe estar en la lista negra.
El primer paso de la movilización de los trabajadores es unir a todos los sectores del movimiento, laborismo, sindicatos, Partido Comunista, trotskista, cooperativas, en un frente único común de la clase obrera. Esta es la clave para una lucha triunfal contra la amenaza del fascismo. Diferencias fundamentales separan a estas organizaciones entre sí, pero frente al fascismo es, y debe ser, posible llegar a un acuerdo común en las formas de lucha, manteniendo el derecho a la libre crítica. Una tarea necesaria es la de organizar contramanifestaciones, reuniones y campañas de propaganda antifascista conjunta. El fascismo no hace distinción entre las opiniones de la clase obrera y la democracia. Busca destruir todos los partidos obreros de oposición ya sea laborista, comunista o comunista revolucionario. Defender y proteger las reuniones y locales de la clase obrera, a los judíos y otras minorías contra las provocaciones y ataques fascistas; crear un cuerpo de defensa de los trabajadores, basado en las organizaciones sindicales, culturales y políticas de la clase obrera. Esa es la tarea.
Mosley en cierta ocasión alardeó de que él tenía un destacamento integrado por “hombres físicamente fuertes, muy disciplinados, de una manera semimilitar”. Los destacamentos organizados de camisas negras sólo se pueden combatir con destacamentos organizados de proletarios militantes.
En la campaña para que el gobierno laborista “prohíba a los fascistas”, los trabajadores deben tener en mente que la historia ha enseñado que la imposición de leyes por un Estado capitalista inevitablemente actúa en desventaja de la clase obrera. El Estado descansa sobre el ejército, la policía y los tribunales. Y estos son escogidos de arriba abajo entre elementos simpatizantes con los objetivos del
fascismo, especialmente por arriba. Incluso si la presión de los trabajadores consigue la aprobación de una legislación antifascista, esta sólo podría ser llevada a la práctica por la acción de los trabajadores. En definitiva, la reivindicación al gobierno laborista sólo puede ser efectiva cuando sea respaldada por las actividades de los trabajadores organizados. Esto no significa que no luchemos para presionar al gobierno laborista para que emprenda acciones contra los fascistas, sino que nuestras reivindicaciones sólo pueden ser efectivas si son apoyadas por la actividad decidida y organizada de los trabajadores.
Debemos exigir del gobierno laborista las siguientes medidas:
· Publicidad de los nombres de todos los profascistas conocidos contenidos en el Libro Rojo del Capitán Ramsay.
· Dar a conocer todas las pruebas y la información en manos de la inteligencia británica que revela las conexiones entre los nazis, los fascistas británicos y los representantes de la clase dominante británica.
· Introducir la legislación que ilegalice la propagación del antisemitismo y el odio racial de cualquier forma.
· Introducción de una legislación que ilegalice la propaganda y la organización fascista, que al mismo tiempo proteja a cualquier sector de la población que cumpla esta ley o que lleve a cabo cualquier actividad contra los fascistas.
Es verdad que el movimiento fascista en la actualidad es sólo un pequeño factor en la vida política británica. Pero ¡de un arañazo puede venir el peligro de gangrena! No debemos repetir los mismos errores que la clase obrera alemana.
La experiencia histórica ha demostrado que no es posible legislar contra el fascismo sin acabar con su existencia. La naturaleza misma del Estado capitalista implica que el fascismo es el arma desnuda del dominio de la clase dominante. Sólo los trabajadores organizados, y con una política militante de lucha contra el fascismo, serán capaz de tratar eficazmente la amenaza que representa. En última instancia la destrucción del sistema capitalista, que necesita y alimenta el fascismo con todos sus horrores y represiones contra la clase obrera y las minorías religiosas y raciales, es el único medio de garantizar la derrota decisiva del fascismo.
APÉNDICE: LOS JUDÍOS EN LA SOCIEDAD BRITÁNICA. ALGUNOS DATOS
En su intento de encontrar un chivo expiatorio para los males de un sistema en desintegración, el fascismo adopta la familiar demagogia de “golpear al judío”, utilizada desde el período de decadencia feudal: todos los crímenes del capitalismo monopolista son culpa del capital financiero judío, todo el descontento de los pequeños comerciantes y profesionales se canaliza hacia el antisemitismo. Mosley consideraba esto un arma muy útil en el arsenal de su “programa” como para dejar de insistir machaconamente en él.
Los fascistas intentan despertar los prejuicios más básicos de los pequeños empresarios, tenderos y los trabajadores atrasados contra los judíos. Utilizan una superstición profundamente enraizada que se remonta a la Edad Media cuando los judíos controlaban y manipulaban las finanzas no sólo del país, ¡sino en realidad del mundo! Alrededor de esta bandera consiguen apoyo entre la gente ignorante, tenderos que tienen la competencia de los tenderos judíos en la misma calle o trabajadores que viven con terratenientes judíos.
Incluso si fuera cierto que la mayor parte del país pertenece a los capitalistas judíos, esto marcaría poca diferencia en las tareas que debe afrontar la clase obrera. Hay poca diferencia en el sistema, sean los capitalistas judíos o gentiles. Ambos son sometidos a las leyes de la economía capitalista y actúan de acuerdo con ellas. En un país como España, donde no había ningún judío capitalista (los judíos fueron expulsados en 1492), la pobreza, el hambre y la explotación de los trabajadores alcanzaban niveles extremos. Como ya se sabe, la lucha de clases en España culminó la guerra civil entre los trabajadores y los fascistas. Los fascistas españoles tenían que encontrar otras consignas demagógicas. Es interesante observar que De Gaulle no está recurriendo en este momento al antisemitismo.
Sin embargo, muchas personas, incluso en el movimiento obrero, dan credibilidad al mito de que los judíos controlan el país. Es necesario que cada trabajador con conciencia de clase conozca los hechos con relación a la verdadera posición de los judíos en la sociedad británica, para combatir el mal del antisemitismo.
En Gran Bretaña e Irlanda del Norte hay sólo 370.000 judíos de una población total de 48 millones de personas. Es decir, hay siete judíos por cada mil no judíos, o menos del 1% de la población.
Los grandes bancos y aseguradoras controlan la economía del país. Pero no hay un solo judío en el Banco de Inglaterra entre los directores o sus ejecutivos.
Las Cinco Grandes, como se denomina a los monopolios británicos más poderosos, tienen en total 150 directores, de los que sólo 4 son judíos.
En las finanzas internacionales, la mayor compañía bancaria del mundo es JP Morgan & Company. En esta empresa tampoco hay socios judíos ni un solo judío en puestos de dirección.
La bolsa, según los fascistas, está dominada por los judíos, pero en realidad en el Comité de la Bolsa sólo hay un judío.
Antes de la nacionalización de los ferrocarriles, el número de directores en LMS era de 18, en LNER eran 22, en GWR 20, en Southern 16, y en LPTB 7. De éstos sólo uno era judío y otro era de origen judío, aunque su familia lleva practicando la fe cristiana desde hace generaciones.
En total hay 116 periódicos diarios y 17 dominicales en Gran Bretaña. A pesar del mito de que los judíos controlan la prensa, sólo había un judío como director de un periódico, era el presidente del Daily Herald pero ahora está muerto.
Gaumont British y Odeon Companies en determinado momento estuvieron dominadas por los judíos. Ahora han pasado a manos de J.A. Rank, la figura más poderosa del mundo del cine, que controla unos 600 cines y prácticamente todos los estudios importantes. La tercera empresa más grande, ABC, nunca perteneció a los judíos.
Otra mentira fascista que consiguió eco entre los sectores atrasados de la población es que los judíos controlan el gobierno y el parlamento. En realidad, no hay un solo judío en el gabinete. Sólo hay 28 parlamentarios judíos de un total de 640.
Se cree popularmente que los judíos dominan todas las actividades del mercado negro. Los hechos son que la aplastante mayoría de los juicios, tanto de grandes como de pequeños empresarios por delitos del mercado negro, no son contra judíos ni personas relacionadas con empresas judías. La prensa capitalista centra su atención en aquellos casos es que están implicados judíos, precisamente para dar la impresión de que ellos dominan el mercado negro. Los especuladores, ya sean judíos, gentiles, irlandeses o escoceses, no pasan por alto la posibilidad de beneficios extras, ya sea transacciones legales o no. Toda la historia del capitalismo demuestra esto. El saqueo de la India, de China y África no fue realizado por los judíos. El comercio de esclavos lo realizaron caballeros religiosos y uno de los célebres nombró a su barco ¡Jesús!
Por supuesto, los judíos juegan un papel en los negocios. Pero en Gran Bretaña las industrias decisivas apenas cuentan con capital judío. En el hierro y el acero, la ingeniería, química, automóvil, barcos y caucho, y antes de la nacionalización, el carbón y los ferrocarriles, el capital judío era imperceptible. En los grandes carteles de armamento, como Vickers, no hay capital judío. Sin embargo, en ciertas empresas secundarias, donde los judíos se han concentrado tradicionalmente en distintos países, el capital judío juega un papel importante, en el caso de Gran Bretaña no es dominante.
Algunos datos: una cuarta parte del comercio textil está en manos de los judíos; en la industria del mueble, una séptima parte; en la joyería, una quinta parte; en el calzado, una octava parte; dos tercios en el comercio de pieles; pero sólo una onceava parte en el comercio de electrodomésticos y de radio; menos de una séptima parte en la cosmética; en las tiendas de comestibles de Londres, una sexta parte del comercio es propiedad de los judíos, pero sólo una dieciseisava parte en las provincias.
En lo que concierne al comercio a pequeña escala, las cooperativas son parte del movimiento de la clase obrera, y representan una amplia cadena de tiendas del país. Por otra parte, hay 92 firmas que se dedican a la venta al por menor, con un capital de 150 millones de libras. La pañería y el comercio relacionado con ella constituyen aproximadamente un tercio del capital invertido. La mitad está controlado por empresas no judías (Harrods, Selfridges, John Lewis y Bakers). Unilever, que domina el comercio de comestibles y el abastecimiento, no está, como comúnmente se piensa, compuesto enteramente por capital judío. El único capital judío es el de los judíos holandeses, los Van den Berghs.
En la venta al por menor en el comercio de ultramarinos, Home and Colonial Stores, Maypole Dairies e incluso Liptons no están controladas por judíos. El mayor cartel de la carne de este país es la Union Cold Storage, que controla 5.000 tiendas. Esta es una empresa puramente no judía. Los judíos están totalmente ausentes de las lecherías: Southern Dairies, United Diaries y Express Diaries son empresas gentiles. En el comercio de medicinas, los monopolistas, Boots Taylos, Timothy White’s, Savory & Moore’s y Hodders son todas propiedad de no judíos.
El sector decisivo de toda la industria está controlado por el capital gentil. El número de pequeños comerciantes judíos, vendedores al por menor e intermediarios, dan una falsa impresión del papel de los judíos en los negocios. En el sector decisivo de las finanzas el papel del capital judío es pequeño. De este modo,la supresión de los judíos no eliminaría ninguna de las injusticias del sistema capitalista.
La gran mayoría de los judíos en Gran Bretaña, contrariamente a la creencia popular, son trabajadores, empleados principalmente en el negocio de la sastrería, muebles y una alta proporción de ayudantes de tiendas. Aproximadamente el 15% de los judíos están ocupados en el comercio y las industria por su propia cuenta. De la población total, el 7,5% está ocupado en el comercio.
La lucha por la emancipación de la clase obrera no es un combate entre razas o religiones. Es una lucha de clase contra clase. Cada rasgo de antisemitismo o cualquier forma de odio racial no puede ayudar a los oprimidos, al contrario, sólo ayuda a los explotadores. Los trabajadores de todas las nacionalidades, raza o credo deben estar unidos contra el enemigo común: el capitalismo.
sus seguidores quedaron en gran medida desacreditados durante la guerra. Sin embargo, puede surgir alguna otra forma de organización fascista, una organización no abiertamente fascista pero con un carácter similar a ese movimiento. La Unión del Pueblo Francés de De Gaulle que, aunque abjuraba del fascismo, en su política y objetivos fundamentales está diseñada para servir al mismo propósito.