Una Tricontinental Castrada
Una Tricontinental Castrada
Originalmente publicado en ESPARTACO Vol. 1 No. 1, Octubre 1966.
Fidel Castro y la burocracia cubana han pasado a las filas de la contrarrevolución. El ataque al trotskismo lanzado al final de la conferencia tricontinental en la Habana no tiene propósitos más que los de desarmar el programa socialista. Sus ataques, sin base política honesta, se escudan en su prestigio y autoridad como líder de la revolución cubana. Debido a esto Castro es el mameluco requerido por la burocracia rusa y la pequeñaburguesía “radical” del mundo colonial para aplastar todo intento de realización socialista. No sin razón los slogans de la tricontinental hablan solamente de derrotar al “imperialismo, neocolonialismo y colonialismo.” Nada se refiere al proletariado mundial y su vanguardia como agente propulsor revolucionario.
Estos son momentos de aguda crisis económica-política para el imperialismo. Frente a esto la burocracia rusa se repliega defensivamente y predica sólo coexistencia pacífica. Esto ayuda al imperialismo pues la crisis lo obliga a atacar cada vez más violentamente al proletariado dentro de sus propios confines y fuera de ellos. De la misma manera, la pequeñaburguesía colonial también quiere “paz” para ser ellos los que exploten o usen a su proletariado en vez de los imperialistas. La cuestión no es la de “paz” sino la de quién procederá, científica y revolucionariamente, contra el imperialismo en estos momentos cruciales. Sólo el proletariado lo puede hacer pues en éste mundo no pueden existir dos sistemas económicos opuestos sin que la cuestión se decida en términos de lucha de clases. Esto de “liberación nacional” es un truco de los oportunistas pequeñoburgueses. Conferencias como la tricontinental no hacen sino evadir la crisis actual y la dirigen por sendas que posponen el triunfo socialista. El internacionalismo proletario es substituido por “chovinismo tricontinental,” la lucha de clases es falsificada por “lucha nacional” y los filisteos se autotitulan “revolucionarios.”
No decimos que la burocracia que se implantó en Cuba a través de Castro manifieste estas características abiertamente. No, la burocracia siente el peso del proletariado cubano, latinoamericano y mundial. Por lo tanto debe de aparentar ser revolucionaria. Por eso la palabrería ultra-radical, por eso el chovinismo jacobino, por eso la mediocridad casi-socialista. Pero en la práctica la burocracia procede exactamente en contra de lo que proclama: denuncia el programa socialista del MR13 en Guatemala, defiende al chacal Turcios en sus maquinaciones en contra del MR13 y en su colaboración con la burguesía nacional y la pequeñaburguesía reaccionaria, excusa la desaparición “misteriosa” de Guevara, ataca a la China con argumentos insostenibles, aniquila la voz del proletariado cubano (en nombre de “unidad nacional”), obstaculiza la industrialización cubana sometiéndola a una falsa división de la labor socialista y se acomoda como un-sacerdote a los designios traidores de los enemigos de la clase obrera (como Allende en las pasadas elecciones Chilenas).
Así como el estalinismo tuvo y tiene razones políticas para defenderse del trotskismo y el programa revolucionario del proletariado, Castro las tiene también. La mentira de que el trotskismo es un agente del imperialismo es el subterfugio usado por aquéllos que tratan de lavarse las manos de los mismos crímenes que achacan al trotskismo.
La burocracia rusa no tiene ya la autoridad para dirigir al proletariado colonial. Sus traiciones son incontables y una nueva “Comintern” es necesaria para seguir defendiendo la estructura burocrática y aplazando el triunfo socialista. La tricontinental reluce así como la nueva “comintern” con la diferencia de que nació degenerada en vez de sufrir el proceso degenerador de la formada por los bolcheviques y disuelta en 1943 por Stalin. Pero esta nueva comintern no puede ser controlada tan firmemente.
La pequeñaburguesía “nacionalista” colonial se siente “liberada” y actuará más por cuenta propia. Pero harán, quiéranlo o no, lo que la burocracia rusa desea. Comparten con ésta, un pavor religioso hacia el imperialismo. A esto añaden otro pavor más, hacia el proletariado. Al definirse como la clase revolucionaria, el proletariado presiona a los burócratas para que tomen medidas revolucionarias contra el imperialismo. Esto crea una contradicción social que tendrá que solucionarse con una guerra civil. La pequeñaburguesía colonial contiene entonces los mismos intereses clasistas de castas burocráticas como las de Rusia y China. Las traiciones no serán fáciles de hacer pues las masas coloniales demuestran ser mucho más revolucionarias que hace 20 años. Pero desastres como los de Argelia, Indonesia y Ghana se repetirán frecuentemente.
Los movimientos que estos oportunistas dirigirán tal vez lleguen a ciertas conclusiones socialistas en una u otra parte del globo. Pero lo harán a tremendos costos del proletariado, confusamente y sin haberlo planeado (como paso en Cuba). La cuestión vital de la dictadura del proletariado seguirá en pie en el mundo colonial.
Sólo una vanguardia proletaria con el programa socialista de la Cuarta Internacional puede llevar a su culminación el triunfo final de la clase obrera sobre esta sociedad clasista y depravada.
Sólo la Cuarta Internacional posee un programa transitorio y siempre revolucionario para el proletariado mundial. La Cuarta Internacional no se estanca en las metas del estalinismo, fidelismo y socialdemocracia. No lo hace pues estas deformaciones políticas se oponen al avance del proletariado y sirven al status quo burgués. La Cuarta Internacional, en estos momentos agónicos del capitalismo, enlaza estas demandas transitorias de hoy con el programa socialista que llevará al proletariado a derrumbar al capitalismo. Si ahora demandamos libertad para los presos políticos, empleos con menos horas y más salario, condiciones decentes de vida, trabajo para todos, derecho a organizarnos fuera de los sindicatos estatales, libertad de palabra política, mañana demandaremos nuestro poder político, nuestro derecho a gobernar nuestra producción y nuestra misión histórica de establecer una sociedad socialista.