Nicaragua: ¿Una nueva Cuba?
Nicaragua: ¿Una nueva Cuba?
Extracto de Workers Vanguard No. 238, 17 de agosto de 1979. Esta versión fue impresa en Spartacist en español No. 08, agosto de 1980.
El mes pasado cuando 100.000 personas llenaron la recién bautizada Plaza de la Revolución de Managua para aclamar el derrocamiento, bajo dirección sandinista, de la sangrienta dinastía de Somoza, instalada hace 45 años por los marines estadounidenses, los revolucionarios de todo el mundo aclamaron junto a las masas nicaragüenses la caída del dictador. Fue la primera derrota seria del imperialismo norteamericano desde que el ejército revolucionario cubano aniquiló a los gusanos organizados por la CIA en Playa Girón.
Durante las dos décadas después de la derrota imperialista en Cuba, la burguesía norteamericana y sus “gorilas” locales ―obsesionados por el espectro de una “nueva Cuba” ― han desatado una venganza terrible contra los obreros, campesinos e intelectuales de América Latina: la invasión de los marines a la República Dominicana en 1965, la caza y el asesinato del Che Guevara por la CIA, el derrocamiento de la democracia burguesa en Brasil y Uruguay, y luego una campaña salvaje de terror contra la izquierda, con 30.000 obreros y militantes de izquierda asesinados en Chile en 1973 y millares de muertos más en la Argentina unos años después. Pero cuando el graduado de West Point “Tacho” Somoza huyó a Miami con todo el mando militar de su Guardia Nacional, fue la primera revolución popular contra una dictadura de derechas desde el momento en que el Ejército Rebelde de Fidel Castro entró en La Habana el 1º de enero de 1959.
¿Se convertiría Nicaragua en una nueva Cuba? No sorprende que todo el mundo se planteaba esta pregunta no sólo en la primera plana del Washington Post y en los pasillos del Pentágono, sino también entre los militantes de izquierda por toda América Latina. Mientras los comentaristas de Guerra Fría Rowland Evans y Robert Novak lamentaron que “América Central se vuelve roja”, la mayoría de los periodistas burgueses, así como el Departamento de Estado, sostienen que se puede evitar una nueva Cuba.
El futuro camino político y económico de Nicaragua, al menos visto desde lejos, no está categóricamente predeterminado. (Al contrario de Irán, donde el carácter religioso claramente reaccionario de la oposición jomeinista al sha permitió a los revolucionarios pronosticar de antemano la naturaleza del nuevo régimen.)
La destrucción del régimen somocista ha dañado severamente al orden burgués nicaragüense. Somoza tenía más motivo que Luis XIV para decir “El estado soy yo”. La familia de Somoza no solamente constituyó el componente mayor de la clase burguesa, siendo propietaria de gran parte de los sectores claves de la economía. El poder estatal se había reducido a la guardia personal pretoriana de Somoza. La guerra civil la destruyó.
Al negociar con la junta revolucionaria las condiciones para el desalojamiento de Somoza, el Departamento de Estado no se preocupaba tanto de añadir al futuro gobierno unos cuantos burgueses conservadores más sino de conservar la Guardia Nacional. Y los sandinistas sí consintieron que los oficiales “honestos y patrióticos” de la Guardia serían integrados en un nuevo ejército nacional, sin represalias contra ninguno.
¡Qué traición más cruel del pueblo nicaragüense, que ha visto masacrar a sus maridos, niños y padres a manos de los pistoleros somocistas en uniforme!
El ejército particular de Somoza, sin embargo, no se fió en los dirigentes sandinistas, cualesquiera fuesen las promesas que estos dieran a Carter, para protegerse contra la furia de sangre de sus víctimas. Cuando huyó su jefe. La Guardia se desmoronó en una masa de refugiados despavoridos. La imagen de las tropas de Somoza dejando sus armas, quitándose los uniformes y subiendo a gatas a los helicópteros para escapar recuerda a escenas parecidas durante la caída de Saigón. La mayoría de los aviones de la fuerza aérea somocista, apoderados por las tropas en fuga, ahora están aparcados en las pistas de aterrizaje de Guatemala y Honduras. Precipitándose hacia El Salvador, guardias desesperados desviaban unas barcas pesqueras; otros se formaron en una columna desordenada que cruzó a toda prisa la frontera con Honduras, mientras los militares más desgraciados se refugiaban en las iglesias, los campamentos de la Cruz Roja y las embajadas extranjeras. Con suerte algunos llegarán a ser juzgados por sus crímenes atroces.
Somoza dejó un país en ruinas. Toda ciudad importante había sido bombardeada mientras Estelí, que desde septiembre pasado ha sido la escena de repetidas batallas fuertes, hoy día es un pueblo casi desierto. Las fábricas están destrozadas; se han perdido las cosechas. Como los autobuses servían de barricadas durante los combates, el transporte ha sufrido un colapso total. Los cientos de miles que regresan de los campos de refugiados encuentran a un país que ha quedado sin viviendas ni empleos. Decenas de miles han muerto en la lucha.
El vacío del poder en Nicaragua resulta en igual medida de la desorganización grave del orden burgués como de la debilidad de la clase obrera, desprovista de conciencia y organización. Este vacío proporciona a los sectores pequeñoburgueses y sus representantes Sandinistas radicales un peso social y una autonomía excepcionales frente a los decisivos campos de clase contrapuestos, el proletariado y el capitalismo. Ahora el ejército guerrillero sandinista constituye la fuerza militar dominante. Y la cuestión clave: si entre estas fuerzas radicales burguesas y pequeñoburguesas se va a constituir de nuevo un aparato estatal capitalista o si la revolución llevará a una ruptura con el sistema capitalista-imperialista.
La destrucción de la Guardia Nacional somocista, igual que la destrucción hace 20 años del ejército cubano de Batista, ha abierto un período en el cual todavía no está fundamentalmente determinada la naturaleza de clase del estado naciente. Los comandantes sandinistas han prometido respetar la propiedad privada ―pero también lo hizo el primer gobierno de la Revolución Cubana. Como decíamos hace tres años:
“ … lo que surgió en La Habana luego del derrocamiento de Batista fue un fenómeno necesariamente transitorio y fundamentalmente inestable ― un gobierno pequeñoburgués que no estaba comprometido ni a la defensa de formas de propiedad privada burguesa, ni a formas de propiedad colectivista del dominio proletario…. este régimen era temporalmente autónomo del orden burgués (o sea, no existía en el sentido marxista un estado capitalista, en otras palabras no existían los cuerpos armados dedicados a la defensa de las formas particulares de propiedad de la burguesía)”
― “Guerrilleros en el poder”, Spartacist (edición en español) No. 7, junio de 1979
Las lecciones de Cuba
Así es que la Revolución Cubana proyecta su larga sombra sobre Nicaragua, y no principalmente porque Castro ha apoyado durante años a los guerrilleros sandinistas. El Ejército Rebelde de Castro era una fuerza pequeño burguesa heterogénea temporalmente independiente de la burguesía. Normalmente, al llegar al poder, formaciones de esa índole se han convertido en nuevos regímenes burgueses bonapartistas, integrados en el sistema imperialista. Pero el caso cubano tenía un desarrollo excepcional llevando a una ruptura con el orden capitalista-imperialista.
Al llegar al poder los guerrilleros del Movimiento 26 de Julio establecieron un gobierno de coalición con antiguos políticos burgueses, quienes además ocuparon los puestos más altos: Manuel Urrutia presidente, José Miró Cardona primer ministro y Roberto Agramonte ministro de relaciones exteriores. Pero las reformas iniciales de Castro, más que toda la reforma agraria de junio de 1959, provocaron una reacción violenta del imperialismo de EE.UU., que lanzó un boicot económico y fomentó la contrarrevolución en la isla. Castro por su parte reaccionó con medidas cada vez más radicales, que ahuyentaron todo apoyo burgués. Temiendo la ira del poderío yanqui, la burguesía cubana en su mayoría huyó a los EE.UU. esperando volver en la estela de los marines.
Para defenderse contra el imperialismo estadounidense y el sabotaje económico de la burguesía cubana, entre junio y diciembre de 1960 el régimen castrista expropió la propiedad capitalista. Al realizar esta transformación social los radicales pequeñoburgueses del Movimiento 26 de Julio también pasaron a constituirse en una burocracia estalinista de un estado obrero deformado, que expropió políticamente y oprime a los obreros y campesinos cubanos. Como hemos señalado:
“… la burocracia estalinista rusa es, en uno de sus aspectos contradictorios centrales ―es decir, el de ser la correa de transmisión de la presión del mundo burgués sobre un estado obrero― una formación pequeñoburguesa. La parte decisiva de los castristas pudo hacer la transición hacia la dirección de un estado obrero deformado porque, en ausencia del igualitarismo y la democracia proletaria de un estado ganado directamente por la clase obrera, nunca tuvieron que trascender o alterar fundamentalmente sus propios apetitos sociales pequeñoburgueses radicales, sino sólo transformarlos y redirigirlos.”
― Prefacio a Cuadernos Marxistas No. 2, “Cuba y la teoría marxista” (1973)
Las figuras principales en el derrocamiento de Somoza han sacado, cada una a su manera, algunas lecciones de esta historia en sus intentos de evitar una nueva Cuba. Un par de años atrás la agrupación más numerosa entre los sandinistas, los “terceristas”, decidió que declararse a favor de un socialismo al estilo cubano sería levantar una barrera a una alianza amplia en contra de Somoza. Por lo tanto, dejaron su castrismo y asumieron un programa puramente nacionalista burgués. La burguesía antisomocista, representando a la gran mayoría de los capitalistas nicaragüenses, respondió favorablemente y después ha intentado domesticar a los guerrilleros sandinistas.
La revolución social desde arriba llevada a cabo en Cuba ocurrió solamente porque el régimen bonapartista de Castro se enfrentó con condiciones históricas excepcionales. Entre ellas, un factor decisivo fue la beligerancia de los EE.UU. hacia el gobierno rebelde cubano. Esta experiencia también ha sido aleccionadora para el imperialismo norteamericano, y en muchos círculos de Washington se reconoce ahora que la ciega hostilidad a Castro de los EE.UU. en 1959 ayudó a empujarle hacia las expropiaciones que querían impedir. Así, parece que hoy por hoy los dirigentes norteamericanos han elegido la zanahoria y no el palo en Nicaragua.
Al mismo tiempo, los dirigentes norteamericanos no se disponen a entregar un cheque en blanco a los sandinistas. Managua ha pedido que los EE.UU. la provean de armamento para el nuevo Ejército Popular. El retraso de Washington en acordarlo incitó al famoso jefe guerrillero y nuevo subministro del interior “Comandante Cero” (Edén Pastora) a amenazar que la junta recurriría al “bloque socialista” para conseguir armas, aunque más tarde el ministro del interior Borge repudió esta declaración.
A pesar de las repetidas afirmaciones del régimen sandinista que desea buenas relaciones con Washington, la retórica antinorteamericana procedente de Managua intranquiliza a los diplomáticos de los EE.UU. Según el Washington Post (7 de agosto de 1979), Barricada, el órgano oficial del gobierno y único periódico actualmente editado en el país, describe la revolución antisomocista como una derrota para “el imperialismo U.S.A.” y hace referencia a la Organización de Estados Americanos como “el Ministerio de Colonias del Departamento de Estado”. El deseo del imperialismo yanqui de tratar con el régimen nicaragüense va a afectar mucho su desarrollo y puede resultar decisivo en producir la reconsolidación de un estado comprometido a la defensa de las formas de propiedad capitalista. Pero por muy astuta que sea la política de Washington, la suerte del régimen nicaragüense también depende del desarrollo de la lucha de clases al interior de Nicaragua.
El futuro de la revolución nicaragüense
Este gobierno de guerrilleros “marxistas-leninistas” y grandes capitalistas no lo va a encontrar fácil dominar a un país cuya economía está arruinada, cuyo ejército ha huido y cuyas masas esperan más de la revolución que únicamente unos lemas de “una nueva Nicaragua”. No hace falta ser marxista para darse cuenta de que el gobierno provisorio de reconstrucción nacional es todo menos que un equipo gobernante estable dedicado a algún programa definido. Como informó Alan Riding en el New York Times del 22 de julio (de 1979):
“Anastasia Somoza Debayle fue derrocado la semana pasada porque llegó a unir a casi todos los sectores de Nicaragua en contra de él. En el calor de la guerra, incluso causó la formación de un gobierno provisorio de reconstrucción nacional compuesto de aliados de lo más improbables. ¿Pero será capaz de funcionar en el poder esta mezcla de clases e ideologías cómo funcionaba en la oposición?”
“En realidad, cuanto más la oposición se acercaba al poder, más frágil parecía la coalición. Siempre era fácil redactar denuncias conjuntas de la dictadura, pero era menos sencillo para los hombres de negocios, conservadores, intelectuales socialdemócratas y guerrilleros marxistas concordar en lo que debiera reemplazarla.”
Parece que los guerrilleros sandinistas han entregado a los representantes burgueses la mayor parte del poder gubernamental. De la docena (más o menos) de ministros solamente dos son de la dirección sandinista; los demás son grandes capitalistas, curas y tecnócratas. Pero el verdadero poder no se ubica en estos ministerios. Castro tampoco fue ministro en el primer gobierno pos batistiano; él fue simplemente comandante del Ejército Rebelde. Si los dirigentes sandinistas han sido generosos en la distribución de carteras ministeriales a sus aliados burgueses, no han permitido que ellos tomasen el mando de los fusiles.
Se podría imaginar que molestaría a Fidel Castro que los sandinistas, a quienes ofreció amistad cuando eran débiles, ahora rechazan a Cuba como modelo revolucionario. Pero no, el “líder máximo” estalinista se ha juntado al coro proclamando que los sandinistas representan un sistema social propio de Nicaragua:
“…a los temores expresados por alguna gente… que Nicaragua se va a convertir en una nueva Cuba. Los nicaragüenses le han dado una magnífica respuesta, no. Nicaragua se va a convertir en una nueva Nicaragua, que es una cosa muy distinta.”
― Discurso del 26 de julio, reproducido en Perspectiva Mundial, 3 de septiembre de 1979
Puede que un sector decisivo de los cuadros sandinistas junto con sus aliados burgueses actuales reconstituirán un estado burgués bajo el dominio del imperialismo yanqui. Pero ésa no es la única posibilidad. Un ascenso de lucha social combativa desde abajo (p.ej., ocupaciones de tierra por los campesinos, venganza popular contra los guardias somocistas), sobre todo si provoca una reacción de hostilidad por parte de los EE.UU., puede presionar a un sector de los sandinistas pequeñoburgueses radicales hacia la izquierda, conduciendo a una revolución social burocráticamente deformada. Pero por otra parte, tal ascenso, especialmente con la ausencia de una dirección revolucionaria consciente, bien podría terminar en una contrarrevolución sangrienta de la burguesía criolla en alianza con los imperialistas norteamericanos.
Hay otro camino, por el cual se encuentra la verdadera perspectiva de la victoria de una revolución nicaragüense: la llegada de la clase obrera como fuerza independiente y consciente luchando por el poder. La creación de órganos independientes de poder obrero (p.ej., milicias obreras, comités de fábrica, soviets) pondría recíprocamente las bases para el desarrollo rápido de un partido proletario revolucionario (leninista). El desarrollo de las fuerzas proletarias revolucionarias amenazaría a los apetitos bonapartistas pequeñoburgueses de todas las alas de la dirección sandinista; un sector de este movimiento pequeñoburgués muy probablemente pasaría a los obreros y a su vanguardia, mientras otros elementos se retirarían al campo de la reacción burguesa.
La actual “unidad” de la revolución antisomocista será destrozada, de alguna manera u otra, por el conflicto de clases. En sí la derrota de Somoza plantea la redistribución radical de la propiedad capitalista en Nicaragua. Este multimillonario sanguinario fue propietario de más de un 30 por ciento de toda la tierra cultivable del país, además de un ganado vacuno enorme. Tenía la participación predominante en la compañía aérea nacional, poseía la compañía naviera más grande del país, el matadero más grande, varias empresas constructoras y mucho más. Ahora el nuevo régimen ha tomado posesión de todo.
¡Obreros al poder! ¡Por un partido trotskista!
Qué hacer con esta propiedad inmensa será un campo de conflicto mayor entre las distintas clases sociales que actualmente apoyan a la junta sandinista/burguesa. Los campesinos esperan y van a exigir que las haciendas de Somoza sirvan de base para una revolución agraria radical e igualitaria. Los políticos burgueses de Managua intentarán transferir la antigua riqueza de Somoza a sus propios bolsillos y a los de sus amigos. El ministro de reforma agraria, el sandinista Jaime Wheelock, propone convertir la mayoría de las tierras de Somoza en granjas cooperativas, una propuesta que debe desagradar a sus “compañeros” ministeriales burgueses, que tienen su propia hambre de tierra. Además, los terratenientes burgueses seguramente temen que las tomas de tierra muy bien pueden extenderse más allá de las fincas de “Tacho” hasta las suyas. Es posible que, como en la Cuba de 1959, el alcance y la naturaleza de la reforma agraria puedan motivar la primera explosión importante entre ministros burgueses como Alfonso Robelo (“el rey del aceite de cocina” de Nicaragua) y radicales pequeño burgueses como Wheelock.
Ni pueden ni quieren las masas de Nicaragua vivir como antes vivían. Pero para llevar a cabo una revolución socialista, las masas radicalizadas han de ser políticamente dirigidas y organizadas por un partido revolucionario de vanguardia, basándose fundamentalmente en el proletariado y con una perspectiva internacional. Con la ausencia de tal partido leninista (trotskista), Nicaragua podrá como máximo llegar a ser una nueva Cuba, es decir, a una revolución social deformada que impone a la clase obrera una burocracia, estrechamente nacionalista, parásita y opresiva. El “socialismo en una sola república bananera” no puede ser sino un obstáculo al desarrollo de la revolución socialista en América Latina.
Pero el Secretariado Unificado (SU) seudotrotskista no reconoce la necesidad de una vanguardia leninista porque toda su perspectiva es de presionar a los sandinistas pequeñoburgueses para que hagan “una nueva Cuba”. La declaración del SU del 20 de junio, “Solidaridad con la lucha del pueblo nicaragüense” (Intercontinental Press, 9 de julio de 1979), no llega a mencionar la necesidad de un partido proletario revolucionario. En lugar de eso, estos revisionistas declaran que el Frente Sandinista de Liberación Nacional es la “vanguardia… del pueblo de Nicaragua”. Pero la fracción “tercerista” dominante tiene un programa puramente democrático-burgués, mientras las otras dos fracciones sostienen la revolución “en dos etapas” de corte estalinista. Estando ahora en el poder, los sandinistas no sólo han afirmado su intención de dirigir una Nicaragua capitalista, sino también han tomado medidas para efectuarlo.
En Nicaragua la tarea inmediata a la que se enfrenta un partido revolucionario es de oponerse a los esfuerzos de la junta sandinista/burguesa dirigidos a restaurar un estado capitalista. Los dirigentes sandinistas ya han manifestado su aspiración bonapartista de asegurar un monopolio del poder militar. Una de las primeras medidas de la junta revolucionaria fue de mandar que todos los civiles entregaran los fusiles, muchos de ellos adquiridos cuando los guardias abandonaron en masa sus armas. Dado el caos revolucionario, es poco probable que este decreto se haya cumplido. Una reivindicación urgente que un partido revolucionario en Nicaragua debe enarbolar es que las masas trabajadoras guarden sus armas, y que se establezcan milicias obreras independientes del régimen sandinista/burgués.
Un partido revolucionario emprendería la agitación a favor de tribunales populares para enjuiciar a los criminales de la Guardia Nacional escondidos en las iglesias y los campamentos de la Cruz Roja. Exigiría una revolución agraria radical e igualitaria, la expropiación de la industria y el comercio y la reconstrucción de la economía sobre una base socialista. Las expropiaciones no deben ser limitadas solamente a la propiedad de Somoza. Más que todo, los trotskistas han de hacer propaganda por un gobierno excluyendo a la burguesía antisomocista y basado en los órganos democráticos de la clase obrera y sus aliados campesinos. Claramente tal lucha revolucionaria no puede limitarse únicamente a Nicaragua, sino debe afanarse por crear los Estados Unidos Socialistas de América Latina.