El Salvador: La Guerra Fría al rojo vivo
El Salvador: La Guerra Fría al rojo vivo
Traducido de Workers Vanguard No 276, 13 de marzo de 1981. Esta versión fue impresa en Spartacist en español No. 9, julio 1981.
Reproducimos aquí la traducción de la primera parte del discurso de Jan Norden, director de Workers Vanguard y miembro del Comité Central de la Spartacist League/U. S., presentado recientemente en Boston y Nueva York bajo el título, “Por la revolución obrera en Centroamérica”, y publicada originalmente en Workers Vanguard No. 276, 13 de marzo de 1981. La segunda parte del discursó comienza en la página 14.
La hora decisiva ha llegado a Centroamérica. Todo el istmo arde, en plena erupción como la cadena volcánica que forma su espinazo. Una cadena de repúblicas bananeras, dictaduras títeres y tiranías oligárquicas han agotado sus fuerzas y se aproxima un momento histórico de decisión. El dominio burgués en la región, tal como se ha practicado en los últimos 50 años, se encuentra en una crisis generalizada; y en medio de esta situación explosiva, ha entrado a la Casa Blanca un nuevo gobierno resuelto a enviar un mensaje sangriento al Kremlin. El mensaje consiste en helicópteros Huey, bazucas de 105 mm, botes patrulleros PT y “asesores militares” norteamericanos. La sangre sería la de las masas centroamericanas. Reagan ha desafiado a Castro y Brezhnev a un tiroteo sobre El Salvador y Centroamérica se ha convertido en el foco de la Guerra Fría ― el punto en el cual se concentra toda la energía de la campaña de guerra antisoviética imperialista en la leña de la indignación pública. Y las llamas ya crepitan.
Para enfrentar este reto, la izquierda tanto en Latinoamérica como en los centros imperialistas, tiene que confrontar cara a cara las cuestiones fundamentales, tiene que tomar partido en el enfrentamiento entre el imperialismo rapaz y los estados obreros degenerados y deformados del bloque soviético. No sirven mansas súplicas a la “preocupación” liberal con el genocidio. En primer lugar, éste no es otro caso más de respaldo norteamericano a algún carnicero sangriento en su patio trasero. Cuando Teddy Roosevelt domaba brutalmente a estos diminutos países, el imperialismo norteamericano estaba ante todo preocupado con consolidar su hegemonía regional. La guerra hispano-americana y la diplomacia del dólar estaban dirigidas fundamentalmente a hacer una realidad de la doctrina Monroe. La construcción del Canal de Panamá le permitió a los EE.UU. poseer por primera vez una armada de dos océanos. Formaba parte de la división imperialista del mundo colonial en preparación para la Primera Guerra Mundial. Hace medio siglo, o sea la última ocasión cuando Centroamérica estuvo al centro de la mirada mundial, la cuestión era fundamentalmente regional. Esta vez lo que está en juego es muchísimo más importante.
Así que en las últimas semanas se ha armado un clamor sobre pertrechos soviéticos en El Salvador. Aquí tengo el “Libro Blanco” del Departamento de Estado. Supongo que tienen que llamarlo blanco porque su verdadero propósito es echar lodo en los ojos del público para que no vean lo que realmente está pasando. Así que lo primero por hacer es refutar estas mentiras imperialistas. En las palabras del presidente Reagan, de hace pocas semanas: ¿quién recorre el mundo sembrando la mentira, la estafa y el robo? Bueno, nuestro candidato predilecto es los Estados Unidos. En realidad es su segundo intento. El primero fue allá por enero, cuando decían tener la “prueba definitiva” de que Nicaragua era la “verdadera fuente” de armas para los rebeldes salvadoreños. Y la prueba no era sino un par de barcas en la Bahía de Fonseca. La madera, alegaron, es de un tipo que no se encuentra normalmente en El Salvador. ¡Y era esa la prueba de agresión nicaragüense! La acusación es obviamente ridícula, pero fue la base sobre la cual cortaron US$ 15 millones de ayuda a Nicaragua; y reanudaron el envío de otros US$ 5 millones de ayuda militar “letal” para El Salvador. Bueno, la operación fue un chasco ― los corresponsales, corrieron en busca de las pruebas y no encontraron ni trazas de armas ni nada. Así que ahora tenemos supuestos informes por el líder del Partido Comunista salvadoreño.
Pero los voceros no oficiales del imperialismo norteamericano dicen cosas todavía más fantásticas. Una de las más risibles fue publicada en la edición del 2 de febrero de Business Week. Según ellos:
“La llegada reciente de norcoreanos [según ellos para ayudar a los guerrilleros salvadoreños] fue descubierta cuando cuatro de ellos murieron en un accidente de tránsito en Nicaragua a principios de enero. Buenos Aires también ha identificado un número creciente de montoneros, guerrilleros izquierdistas argentinos. También ha sido reportado que howitzers 105 de manufactura norteamericana, capturados por los norvietnamitas en 1975, han sido desembarcados de un barco de bandera libanesa que los trajo desde Saigón, comisionado por la Organización para la Liberación de Palestina.”
¿Más? Mi primera reacción fue preguntar: “¿Y dónde entra Carlos en todo esto?” ¿Y la banda Baader-Meinhof? Pero como revolucionarios proletarios tenemos algo más que decir además de denunciar tales invenciones. La verdad es que, desgraciadamente, los insurgentes en El Salvador no reciben ninguna ayuda soviética útil. Porque si la hubiera, durante el año pasado no habrían muerto 12.000 personas a manos de los escuadrones de la muerte derechistas y el ejército de la junta. He allí la prueba. Ojalá hayan algunas armas de Cuba y la Unión Soviética allí. Pero el hecho es que no hay una protección adecuada para las masas que se enfrentan a los sangrientos dictadores. Así que el embajador soviético a los EE.UU. se levanta y dice, “somos inocentes.” Y, desafortunadamente, es la pura verdad. Si él mintiera, engañara y robara para avanzar la causa de la revolución mundial, nos sentiríamos mucho mejor. Pero no es así.
Ahora, lo que estamos presenciando es el intento por la principal potencia capitalista mundial de reestablecer su hegemonía mundial luego de haber sido gravemente herida en Indochina. El desmoronamiento de varias de las dictaduras de la región está íntimamente relacionado con la relativa debilidad del imperialismo norteamericano después de Vietnam. Luego vino la cruzada pro-“derechos humanos” de Jimmy Carter, que en América Latina no fue sino una fase pasajera de hipocresía burguesa. Pero, como dijimos desde el primer día, su verdadero blanco fue la Unión Soviética. En otras palabras, se trataba del rearme moral del imperialismo en preparación para la guerra. Y no iba a ser tan sólo una guerra fría, sino una guerra caliente. Y Reagan ha declarado que la guerra caliente comienza aquí y ahora. Centroamérica es el sustituto del Golfo Pérsico, Berlín o Polonia por ejemplo. Ese es el país que actualmente ocupa el primer lugar en el pensamiento de Washington. Al “cerrarle el paso al comunismo” en El Salvador, en realidad se están preparando para “echar atrás”, en la fraseología de Foster Dulles, las conquistas históricas de la revolución proletaria rusa.
En segundo lugar, como dijimos en el último número de Workers Vanguard, lo que los gobernantes norteamericanos buscan no es alcanzar la “estabilidad” en la región, o nada por el estilo. La única solución que plantean es una “solución final”. De todos modos Reagan quiere una lucha; quiere que la sangre corra en ríos. Y como es la potencia imperial más poderosa de esta época quien lo quiere, la sangre va a correr. Es un hecho. ¿De dónde, entonces, esta solución política de la que tanto se habla? Los regímenes populistas latinoamericanos, como México, y los socialdemócratas europeos la discuten. No son sino sueños de opio y más les vale sacar la yerba de la distensión fuera de sus pipas porque estova en serio. Pero el mismo tipo de utopías peligrosas son expresadas por las futuras víctimas: la dirección sandinista en Nicaragua y los portavoces de la izquierda salvadoreña. Ellos deberían sacar algunas conclusiones del hecho de que los EE.UU. les da la espalda. Reagan no abandona a sus carniceros.
Esta vez la junta salvadoreña no va a recibir un manotazo pro- “derechos humanos”, porque aquí se trata de una batalla de clases a escala internacional. Y por lo tanto las únicas respuestas que tienen sentido son las respuestas de clase ― el programa y la perspectiva de la revolución proletaria. Es por eso que decimos lo que al principio les pareció extraño a muchos de la izquierda: “¡La defensa de Cuba y la Unión Soviética empieza en El Salvador!” Y, compañeros, los sucesos de la última semana han confirmado enfáticamente nuestra advertencia. Un congresista liberal, por ejemplo, se quejaba del retorno a los días de la “diplomacia de cañonera” ― y tiene toda la razón. La radio española informó el martes pasado que actualmente hay más de 40 barcos norteamericanos en el Caribe tratando de parar los embarques de armas a Nicaragua y los izquierdistas salvadoreños. Reagan responde a los liberales temerosos de embrollarse en un “nuevo Vietnam” diciendo que esta vez se propone confrontar el problema en la “fuente”, según él: Cuba y la Unión Soviética. Ahora, eso es un absurdo evidente pero es la política de los EE.UU. Así que ahora Washington le está diciendo a Moscú que SALT [el tratado para la limitación de las armas estratégicas] depende en que gane la junta militar en El Salvador. E informan a La Habana de que a menos que paren los envíos de armas a los izquierdistas salvadoreños, ellos se verán enfrentados con un bloqueo naval.
¿Y después, qué? Recuerden lo que dijo sobre la crisis de los misiles en octubre de 1962 el diplomático soviético que negoció la retirada rusa: “Jamás permitiremos que esto vuelva a suceder.” Y el Kremlin no lo dijo en broma. ¿En qué lado estarán, entonces, los liberales y socialdemócratas en una nueva crisis de los misiles en torno a Cuba? Recuerdo muy bien cómo estuvieron las cosas la última vez. El Socialist Workers Party, el SWP, que había sido una organización trotskista hasta principios de los años’ 60, cuando se arrastró a la cola del castrismo, estaba impulsando un grupo pro-cubano llamado el Fair Play for Cuba Committee. Con la mirada puesta en los liberales, sólo se pronunciaban a favor de la “autodeterminación” y “manos fuera” de Cuba. Pero cuando aconteció la crisis de los misiles, al momento crítico, ¡oh sorpresa! los liberales simplemente se desvanecieron. Ya no se trataba de “fair play” para Cuba, sino de “¿en qué lado estás, compañero?” Era una cuestión de clase. Y el SWP capituló ante los pacifistas liberales rehusándose a criticar a Krushchev, aun cuando el mismo Castro, su gran ídolo, se oponía al arreglo, y las masas cubanas estaban indignadas con el negocio que les dejaba sin protección esencial contra el imperialismo norteamericano.
Ahí radica el problema con las coaliciones y la política de colaboración de clases involucrando a supuestas fuerzas revolucionarias y de izquierda. A la hora de la verdad, paralizan la acción efectiva de las organizaciones obreras porque buscan evitar las contradicciones fundamentales. Mientras que lo principal, lo que los marxistas siempre han señalado sobre la política, es que al fin de cuentas, todo se reduce a una división de clases: uno está en un lado u otro de la línea de piquete. En una guerra civil, se está en un lado u otro, o, en el caso de no haber una diferencia cualitativa desde el punto de vista del proletariado, se opone en forma revolucionaria a ambos lados. Pero estos reformistas tratan de ocultar esta distinción. Así que la pregunta que quiero poner aquí es: ¿qué pasa cuando se desarrolla una nueva crisis cubana? Aquellos liberales que hoy dicen, “Que decida el pueblo salvadoreño”, entonces ¿en qué lado estarán ellos y las coaliciones organizadas alrededor de esa política? La cuestión de clase es ineludible.
Así que Reagan ha escogido a El Salvador y Centroamérica como el eje alrededor del cual acelerar su Guerra Fría. Y la batalla política girará en torno a la cuestión de la Unión Soviética y los estados obreros degenerado y deformados. Y, como trotskistas, tomamos partido en esta batalla. Criticamos las ilusiones en la “distensión” por parte de un Brejnev o Castro. Fidel Castro, dicho sea de paso, apoyó a Carter contra Reagan en los comicios del pasado noviembre; pero ¿quién preparó el terreno para lo que hoy día está pasando en El Salvador, sino Carter? Llamamos por el derrocamiento de la casta estalinista que debilita los cimientos del régimen proletario con sus intentos por conciliar con el imperialismo. Y ese llamado es parte íntegra de nuestro programa político global por la defensa incondicional y extensión de las conquistas de la Revolución de Octubre. Así pues que para preparar al proletariado para sus tareas, son consignas claves: “¡Defender a Cuba y la URSS!” Basta de tanta palabrería sobre una “solución política” con la junta sangrienta: “¡Triunfo militar para los insurgentes de izquierda en El Salvador!” y “¡Romper con la burguesía!” No hay un camino intermedio en Nicaragua, el único camino es “¡Expropiar a la burguesía!” y “¡Que arda Centroamérica con la revolución obrera!”
El Salvador 1932
Bien, repasemos un poco los últimos 160 años de la historia de El Salvador, desde que ganó su independencia de España. Para empezar, El Salvador no es una república bananera, es una república cafetalera. Desde fines del siglo pasado, su principal producto de exportación ha sido ese diminuto grano verde que se transforma en oro para los barones del café. Pero ante todo, El Salvador es el ejemplo por excelencia de un país dominado por una oligarquía. La clase gobernante la constituye un reducido número de familias ―la más grande es la de los Hill, los Alvarez son otra. Son verdaderas dinastías que dominan todo. Son los terratenientes, los generales, los obispos, los presidentes, etc. En El Salvador la oligarquía es denominada las “14 Familias”. Pero hace poco se hizo un estudio al respecto y se descubrió que eran unas 60 familias. Bueno, si quieren hacer una distinción…
Si Uds. quieren ver un retrato verídico de lo que es El Salvador, les sugiero que alguna vez vayan a ver una película hecha hace algún tiempo llamada ¡Viva María! Las estrellas son Brigitte Bardot, Jeanne Moreau y George Hamilton. Satiriza las revoluciones latinoamericanas: Brigitte Bardot interpreta la hija de un terrorista del IRA que emigra a Centroamérica porque las cosas están demasiado tranquilas en Irlanda, y hay que tirar bombas en algún lugar. Y entonces organizan una revolución, esas mujeres preciosas vestidas en bandoleras, George Hamilton clavado en la cruz y Jeanne Moreau abrazándolo en la cárcel. Como se puede imaginar la película es un chasco, pero contiene todos los estereotipos de una sociedad latinoamericana típica dominada por una oligarquía. Hay campesinos amarrados a ruedas de tortura, lentamente dando vueltas en el viento; hay campesinos marchando descalzos por caminos polvorientos mientras guardias brutales trotan a caballo aliado de la columna armados con látigos y rifles. En fin, es que si van a lo largo y ancho de los caminos de El Salvador, verán precisamente eso.
Es una sociedad criminal, con muchas características semifeudales. Pero sólo semifeudales, porque ha estado produciendo para el mercado mundial desde hace más de un siglo. Es natural, entonces, ver en esas condiciones un profundo sentimiento a favor de ciertas demandas democráticas. Echar a esos carniceros, por supuesto. ¿Por qué deben tener 14, o si prefieren 60, familias el dominio sobre todo el mundo? La demanda de la tierra para el campesino que la trabaja. Y por la emancipación nacional del yugo imperialista ejercido por los EE.UU., tanto directamente como a través de sus representantes locales. En la América Latina de hoy las demandas democrático-burguesas son cuestiones revolucionarias candentes. Pero como trotskistas, no llamamos por consiguiente a una “revolución democrática” como lo hacen los socialdemócratas y los estalinistas. La Contribución fundamental de León Trotsky y la Revolución Rusa al marxismo es la comprensión de que en esta época imperialista no es posible tener una democracia real (particularmente para las masas oprimidas) a menos que los obreros la obtengan mediante el establecimiento de su propio dominio de clase.
La razón de esto es sencilla: si alguna de estas fuerzas capitalistas “democráticas” logra obtener el poder estatal, tendrá que llevar a cabo una represión que no sería muy diferente de la de los tiranos y patriarcas que la precedieron. ¿Por qué? Bueno, el que estos dictadores sean la norma en América Latina se debe a que una burguesía muy diminuta está sentada encima de una enorme población plebeya o proletaria y un campesinado oprimido cuyas condiciones miserables dan lugar continuamente al fermento revolucionario. Y la única forma de seguir sujetándolos es con una u otra clase de régimen bonapartista ― todos esos “hombres de a caballo”, dictaduras militares que en última instancia se reducen al terror de masas. Lo que me hace acordar, el otro día estaba haciendo unas traducciones, cuando se me ocurrió que en castellano hay gran número de palabras para golpe. Así que las conté, y hay 297 sustantivos para golpe; y si añadimos los verbos, ¡hay más de 580! Incluso hay más palabras de las que hay para nieve en esquimal. La explicación, por supuesto, es que hay un montón de nieve en el Ártico, y en América Latina hay un montón de golpes. Y luego, en El Salvador acaban de obtener su primer presidente civil en más de 50 años. ¿Su nombre? José Napoleón Duarte.
El Salvador, la tierra por excelencia de la oligarquía cafetalera, muestra esta tendencia al dominio bonapartista en forma dramática. El país ha padecido bajo la bota de gobiernos militares en forma continua desde 1932. Es el período de dominio militar más largo de todo el continente. Y no es un accidente. ¿Por qué? Bueno, El Salvador es la zona más productiva de Centroamérica, produciendo cultivos comerciales de una frontera a la otra ― el país es casi una sola plantación inmensa. Y cuando comenzaron a cultivar café, simplemente echaron a cientos de miles de campesinos de sus tierras; así que el porcentaje de campesinos sin tierra que se han convertido en trabajadores agrícolas en El Salvador es mucho más elevado que en el resto de América Latina. Las condiciones son muy similares a las existentes en el Morelos de Zapata al tiempo de la Revolución Mexicana, y por supuesto la Revolución Mexicana tuvo un impacto inmenso en esta parte del istmo centroamericano.
Así que cuando hubo el crack financiero internacional, el colapso económico capitalista de 1929, el terror tradicional fue levantado y los trabajadores sin tierra comenzaron a alzar la cabeza. La oligarquía vio la tormenta que se acercaba y decidió echar al reformista en funciones, reemplazándolo con un auténtico general-verdugo llamado Maximiliano Hernández Martínez. El Partido Comunista llamó a una insurrección a la que las masas rurales respondieron en forma masiva. Y el resultado fue una represión sangrienta. Treinta mil personas murieron en un país con poco más de 2 millones de habitantes. Sería igual a la masacre de 3 millones de personas en los EE.UU. Y desde entonces ése ha sido el tema predominante de la política salvadoreña. Todo el mundo sabe que si las cosas se desmandan, habrá un nuevo 1932. Es para eso que deben prepararse las organizaciones revolucionarias que se reclaman de la dirección del proletariado ― ¡por otro 1932, pero que esta vez ganen los obreros y campesinos!
Esta fue la primera insurrección en América Latina dirigida por un Partido Comunista, y fue aplastada por lo que resultó ser la dictadura militar de duración más larga en el hemisferio occidental. Hay una conexión directa entre estos dos hechos. Es que El Salvador expresa en forma concentrada las condiciones del dominio burgués en toda América Latina. Esto es el eje de la teoría trotskista de la revolución permanente, a saber, que en los países capitalistas atrasados la débil burguesía criolla no puede gobernar independientemente de y en oposición al imperialismo y los elementos semifeudales. Más aun, están íntimamente ligados y no pueden llevar a cabo una revolución democrático burguesa; la historia de las revoluciones francesa e inglesa no se repetirá aquí. La clase dominante no es mucho más que una burguesía sucursal. Todos los “experimentos” con la democracia burguesa han fracasado miserablemente en América Latina. Hace pocas décadas, el Uruguay era la supuesta Suiza de América Latina. O Chile, un pedazo de Europa trasplantado en Sudamérica. Y además, ellos contaban con la Alianza para el Progreso. Pero, echen una mirada al Uruguay y Chile hoy día.
¿Por qué sucede esto en todas partes? Eso es lo que comprenden los trotskistas mientras que los estalinistas y socialdemócratas siempre lo descubren con amarga sorpresa. Es que estos reformistas siempre sostienen que es factible alguna clase de etapa democrático burguesa, o una etapa antiimperialista, o una etapa antioligárquica, antifeudalista, antifascista, etc., etc. Cuando Uds. escuchen esta retórica, párense un momento y pregúntense: ¿qué hace falta aquí? Es anti-todo, y llena de terminología marxistoide pero no hay ninguna referencia a la revolución proletaria. ¿No es cierto? Entonces todo este lenguaje sofisticado sólo sirve para encubrir el hecho de que rehúsan luchar por la revolución proletaria. De hecho, lo que están tratando de hacer es instalar algún tipo de régimen capitalista “progresista” o simplemente más liberal, que eventualmente se dará la vuelta y reprimirá a los obreros igual que lo hicieron sus predecesores. Sólo los trotskistas dicen la verdad, o sea que para lograr las consignas clásicas de la revolución burguesa hoy en día es necesario que la clase obrera tome el poder y establezca su propio dominio de clase. Esta es la única alternativa a una contrarrevolución sangrienta.
El ejemplo clásico de América Latina es Chile. Ahora bien, es cierto que Chile tiene una estructura de clase más europea, y desde los años 30 ha tenido grandes partidos obreros reformistas e incluso centristas. Por consiguiente, también tuvieron su experiencia con el Frente Popular. Tuvieron una serie de frentes populares desde 1936 hasta fines de los años 40, y el último fue encabezado por un tal general González Videla, cuyo principal soporte fue el Partido Comunista. Entró en funciones en 1945, y ya para 1947 había encerrado a todo el PC en campos de concentración. Hay también la otra alternativa, la variante Pinochet, donde la Unidad Popular de Salvador Allende constituyó una barrera impidiendo que se fuera más allá de los límites del capitalismo. La UP fue llevada al gobierno por un auge de la clase obrera ―inicialmente muy entusiasmada― pero conforme fue agotando en forma gradual sus fuerzas, la reacción imperialista y la burguesía criolla contraatacaron. Cualquiera sea la variante, el frente popular es una barrera en el camino de la revolución.
¡Romper con la burguesía!
Volviendo al caso de El Salvador, hay otras limitaciones al desarrollo económico burgués y a la obtención de todo progreso social o prosperidad real en la región. Y es que toda el área está dividida en un sinnúmero de minúsculos países. Fundamentalmente, podemos decir que toda América Latina es en muchos aspectos una sola nación, con la excepción del Brasil. Pero en el caso de Centroamérica esto es todavía más extremo. Salió del dominio colonial como un estado federal, pero la burguesía estaba tan dispersa que pronto se escindió. Y como resultado tenemos hoy a Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua y Panamá, ninguno de los cuales puede considerarse económicamente viable. Por supuesto todos tienen su refinería de petróleo propia, y ¡cómo no! cada uno tiene una planta embotelladora de Coca Cola ―aunque estando ahora los republicanos en el gobierno, probablemente pasarán a ser de Pepsi Cola. (El New York Times remarcaba el otro día que bajo los republicanos todo va mejor con Pepsi.) Y todos tienen sus almacenes Sears Roebuck para la minúscula clase media que vive en barrios llamados Colonia Kennedy, Colonia Country Club o Colonia Sears; cuyos planos son todos idénticos a Levittown. Pero al mismo tiempo uno camina unos 200 metros más allá y se encuentra con tugurios en un estado de miseria increíble. ¡Donde aún hoy día es todo un avance conseguir un techo de lata! En otras palabras, las condiciones de vida para las masas, si han variado algo en los últimos 30 años, lo es para peor.
Ahora bien, parte de la explicación de tal pobreza, de una clase media tan ínfima, es que el estrecho marco nacional no permite un verdadero desarrollo económico. Y todo intento de desarrollo dentro del marco capitalista está condenado al fracaso, porque si uno pone una fábrica de conservas aquí, una fábrica Revlon allá, muy pronto ellas entran en competición y las burguesías locales se están agarrando de los pelos porque no hay mercados para sus productos. Déjenme darles un ejemplo, la llamada “guerra del fútbol” entre El Salvador y Honduras del año 1969. Esta fue una de las guerras más ridículas en la historia de América Latina, pero no tuvo nada que ver con el fútbol. Lo que pasó fue que se organizó un Mercado Común Centroamericano como parte de la Alianza para el Progreso; la idea era que alguien produciría una palanca en un país, un par de ruedas en otro, la cabina en el de más allá, y luego habiendo llegado a la hora del “despegue” Walt Rostow vendría especialmente para otorgarles un premio.
Esa era la teoría, pero como El Salvador era un poquito más avanzado, comenzó a industrializarse a todo vapor y pronto Honduras se quejó de que su mercado estaba siendo invadido. Por otro lado, un gran número de campesinos estaban cruzando la frontera porque en El Salvador la escasez de tierra es muy grande. Así que Honduras acusó a su vecino, conocido como el “pulgarcito de América”, de imperialismo y echó a miles de los colonos. Ambos países instigaban la histeria popular y luego de un disputado partido de fútbol en México, estalló la guerra. Pero el motivo fundamental fue la competición entre dos pequeños países no viables. Esta “guerra del fútbol” puso fin al Mercado Común Centroamericano y desde entonces no ha habido prácticamente ninguna industrialización. Por supuesto, si la clase obrera tomara el poder no sería como una diminuta “república socialista de El Salvador”, sino en el marco de una federación socialista enlazando a toda Centroamérica con México, que es potencialmente la verdadera locomotora industrial de la región. Y ese es el requisito necesario a todo desarrollo económico real.
Otro aspecto importante de la situación en El Salvador es la extrema polarización entre derecha e izquierda, reflejando el profundo abismo que separa a las clases. Otro ejemplo dramático: en América Latina hay un cierto código de conducta para las dictaduras. Por ejemplo, solía ser que cuando encarcelaban a militantes de izquierda eran relativamente bien tratados; porque todos, incluso los carceleros, sabían que una vez que se vendieran, cualquiera de ellos podía ser un próximo presidente o ministro. Todo ha cambiado ahora, luego de la Alianza para el Progreso, que llevó a la diseminación sistemática por el “ilustrado” imperialismo norteamericano de los métodos de tortura estilo nazi. Otra regla de juego es que estas cosas suceden en forma cíclica. Si se mantiene a las masas en la miseria absoluta, es inevitable que periódicas explosiones de protesta masiva sacudan al país. Y la regla es que cuando llega el punto culminante, se las deja pasar esperando un día más propicio. Pero no es así en El Salvador.
El año pasado, el 22 de enero, había una marcha de 200.000 personas por el centro de San Salvador. Allí está la tradicional plaza central con el palacio nacional y la catedral (dios bendice a El Benefactor); y luego hay el banco nacional (Mammón bendice a El Benefactor), y finalmente el ministerio de defensa (los fusiles bendicen a El Benefactor). En fin, la muchedumbre entra a la plaza central, pasando por la catedral y comienza a desfilar frente al banco nacional y al palacio nacional. Doscientas mil personas y ¿qué hace el gobierno? Pone francotiradores en los techos quienes ametrallan a la multitud. Mataron a 200 personas e hirieron a otras 300 más. Ahora, eso es jugar con fuego ― no aparece en las reglas de Dale Carnegie para dictadorzuelos de plomo latinoamericanos. Pero hay una lección en esto: la burguesía salvadoreña sabe que su situación ha sido muy precaria desde hace mucho tiempo. Es por eso que no ha habido verdaderos intentos de parte de elementos burgueses disidentes por desafiar el dominio militar durante cinco décadas. Y este tipo de masacre abierta es dada por sentada ― desde su punto de vista de clase es necesaria.
Hay una miríada de casos parecidos. El asesinato del arzobispo Romero, por ejemplo. Tampoco se permite matar arzobispos, sobre todo cuando tienen amigos aquí. Él era muy buen amigo del padre Drinan, el congresista de Massachusetts; pero el papa botó al padre Drinan del Congreso, y parece que ellos decidieron que ahora sí se podía matar arzobispos. El arzobispo Romero se enfadó con el presidente Romero (no emparentado) cuando el ejército comenzó a matar sacerdotes hace algunos años. Y cuando hizo lo mismo la junta militar de “derechos humanos”, instalada en el poder por Washington hace año y medio, él respondió con un lenguaje tomado del Libro Rojo de Mao Tse Tung. Todo basándose en el Evangelio, por supuesto ―Epístola de Pablo, capítulo 1, verso 13, “Y el Señor dijo, no matar. Así que cuando matan, rebelarse es justo.” Etcétera. Y al día siguiente de pronunciar estas palabras, fue asesinado mientras celebraba misa. Dicho sea de paso, parece que los asesinos fueron unos gusanos cubanos entrenados por la CIA ― así que si quieren hablar de exportación de terrorismo, he aquí un ejemplo textual.
Luego hay los dirigentes de la coalición opositora de frente popular, el FDR (Frente Democrático Revolucionario). Su principal dirigente, Alvarez Córdova, era vástago de una de las 14 Familias. Y normalmente no se asesina a miembros de la oligarquía. O las misioneras católicas: no se permite matar monjas, no es bien visto, recuerden Stanleyville y todo eso. O el embajador de Carter, Robert White ―luego de las elecciones norteamericanas en noviembre todos los asesores de Reagan le llamaban “reformador social” y él respondió acusándoles de incitar su asesinato. Fue lo que les pasó a los demás “reformadores sociales”, incluso cuando están relacionados con la CIA, corno los tipos de la reforma agraria que fueron acribillados a balazos en el restaurante del San Salvador Hilton.
¿Y cuál debe ser la respuesta a todo esto? Corno marxistas, corno comunistas, decimos que es necesario organizar a los oprimidos y explotados alrededor de la fuerza social que tiene los intereses de clase necesarios para barrer con el sistema que produce tales asesinos sádicos. Desgraciadamente, la izquierda salvadoreña ha sido formada por la herencia de décadas de ideología reformista estalinista y nacionalista. En consecuencia, ha dirigido sus esfuerzos a empapelar por encima el profundo abismo que separa a las clases en El Salvador ― en eso consiste, por lo esencial, su política frentepopulista. A nombre de la “unidad democrática”, comprometen a los obreros y campesinos a respetar la propiedad privada de los capitalistas, la “integridad” de las fuerzas armadas, la “dirección serena” de la iglesia, etc. y añaden un manojo de demócratas cristianos disidentes y un par de socialdemócratas flácidos ―en realidad liberales burgueses camuflados corno socialdemócratas― todo a fin de mantener a las masas bajo control. Así, supuestamente, la “burguesía progresista” no se asustará y entonces quizás se pueda arreglar las cosas con Washington.
Así que forman una coalición frentepopulista con unos cuantos liberales y sacerdotes y reformistas. Y las masas, llenas de alegría por la caída de la anterior banda de asesinos, dan inicialmente su apoyo. Ahora bien, en El Salvador ya han tenido una versión de esto con la llamada junta militar “reformista” instalada por Carter en octubre de 1979. Abarcaba militares liberales, civiles liberales; el Partido Comunista contribuyó un ministro del trabajo, y también cabían un par de coroneles de línea dura. ¿Y qué pasa entonces? Los liberales son dejados de lado, uno por uno, en un llamado “golpe trepador” y los gorilas militares lanzan el peor baño de sangre visto en décadas. ¡Ah! Y también tienen una “reforma agraria” diseñada y auspiciada por la misma gente que hace década y media llevaron a cabo el programa dé “pacificación” en el Vietnam. Esta reforma agraria consiste en repartir parcelas a los miembros de la organización fascista ORDEN, que está conectada con los militares y cuya misión es vigilar a los campesinos. Y el resto de la gente que allí vivía, los trabajadores agrícolas, etc., todos son expulsados, echados al monte, luego calificados de guerrilleros subversivos y ametrallados por el ejército. En El Salvador esto ha sido denominado la “Reforma por la muerte”.
Hoy hay una nueva edición de esta coalición colaboracionista de clases, el Frente Democrático Revolucionario. Al principio fue encabezado por el terrateniente Alvarez y ahora por el socialdemócrata Ungo, ambos ex-miembros de la “junta militar de derechos humanos” de octubre de 1979. Últimamente el FDR ha estado maniobrando por obtener un acuerdo con el coronel Majano, que también formaba parte de la junta militar pero que acaba de ser arrestado. Esta coalición se ubica un poco más a la izquierda, quizás más parecida a la UP de Allende. Pero ¿qué política defiende? ¿Qué hay de la cuestión de la tierra? por ejemplo. La junta militar tiene su “reforma agraria” ― ¿cuál es la respuesta de la izquierda? Ahora bien, los bolcheviques llamamos por la revolución agraria, no una reforma agraria. Los campesinos no van a pelear por un pedazo de papel que dice “título de propiedad”, de tal manera que continúan pagando la mitad de la cosecha, sólo que ahora ya no se llama aparcería sino redención de los bonos del banco agrario. La historia muestra que los campesinos sólo aceptan que ha habido un cambio cuando se levantan en una insurrección revolucionaria y queman la hacienda o casa grande, y con eso queman los archivos de tenencia de la tierra. Así sucedió en Francia en 1789, o en Rusia en 1917 y también en la derrotada revolución campesina de Morelos en México.
La razón es obvia. Además del “título” que se encuentra en manos de los campesinos, hay otro papel ¿no es cierto? en el registro nacional en la capital. Y cuando la ola reformista se agote, los terratenientes regresarán de Miami y entonces va a ser su papel sellado contra el papelito de los campesinos. Y ¡cosa más rara! su título está respaldado con más fusiles. Así que los campesinos tienen razón en mirar estas diversas reformas con escepticismo; mientras que si son movilizados alrededor de un programa de la tierra a quien la trabaja y bajo el liderazgo de la fuerza social que tiene el poder para imponerlo contra la burguesía, es decir, la clase obrera, ellos pueden ser una fuerza auxiliar poderosa o incluso ser el grueso de la base que apoya la revolución proletaria. Pero no tras un frente popular. El señor Alvarez está en la coalición, posee miles de hectáreas de tierra y representa a una clase social.
Más aun, no se trata de que por ese lado están algunos terratenientes malos y aquí unos industriales buenos, que la gente de allá es la reacción social mientras los de aquí están por el progreso social. Es la misma gente. En la típica familia oligárquica latinoamericana el primogénito hereda la hacienda, el siguiente es coronel en el ejército, el tercero entra en la política burguesa y el cuarto entra a la iglesia. Si hay cinco hijos, el último es un revolucionario. ¡Ah! y se me olvidó el que recibe la concesión de Coca Cola. Así que hay una división del trabajo pero todos vienen de la misma familia. En El Salvador se llaman Romero o Alvarez, y en Nicaragua todos son Chamorro, y no van a llevar a cabo una revolución agraria.
En el plano internacional es lo mismo. Así, recientemente la Segunda Internacional ha estado alborotando en el patio trasero de los EE.UU., aceptando a toda clase de partidos populistas y liberales burgueses como miembros de su internacional socialdemócrata. El perspicaz periodista Alan Riding, del New York Times, hace poco escribía una buena frase al respecto. Resulta que hay un grupito en El Salvador llamado el Movimiento Nacional Revolucionario, el MNR, que es un puñado de liberales encabezado por Guillermo Ungo, uno de los vicepresidentes de la Internacional Socialista. De esta forma, ellos están relacionados con el Partido Socialdemócrata de Alemania, el cual les manda deutschemarks y actúa en cierta medida como representante del gran capital alemán. Y Riding hacía notar que probablemente la totalidad de los socialdemócratas de El Salvador cabrían en un Volkswagen. Lo que están tratando de hacer es conseguir que Helmut Schmidt y Willy Brandt les saquen las castañas del fuego; por su parte, ellos prometen ser buenos muchachos, pagar todas las deudas a los imperialistas, etc. Pero, ¿qué creen Uds. que Schmidt y Brandt van a hacer cuando los cañoneros de Reagan aparezcan en el horizonte? No mucho.
Así pues, la cuestión del frentepopulismo está presente en todos los aspectos de la situación en El Salvador, incluyendo la reciente ofensiva fracasada. Anunciada como la “ofensiva final”, la revista Time citaba a un dirigente guerrillero diciendo que era “la ofensiva final, final. ¡Finalmente!” Bueno, parece broma y en parte es por razones de táctica militar, pero detrás de todas las ofensivas y retiradas intermitentes en El Salvador, hay un programa político. Bien, parece que ―y es difícil saber con seguridad debido a la autocensura en la prensa imperialista― hubo escasa acogida al llamado a la insurrección. Ciertamente fue el caso de la huelga general. Ana Guadalupe Martínez, una dirigente de los insurgentes de izquierda, cuya coalición se llama el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, o FMLN, dijo que “Las masas no creyeron tener el apoyo necesario para llevar a cabo la huelga en forma masiva, y en cuanto a las organizaciones político-militares, ésta fue demasiado débil como para poder transformarse en una insurrección… En ese momento el llamado a la huelga fue un error político.”
Pero no es la primera vez que ha acontecido un error de esta índole. La huelga general de agosto pasado también fue un fracaso, y por motivos parecidos. En aquel entonces trataban de negociar con varias fuerzas burguesas para ampliar su frente popular, pero el día previo a la huelga los dueños de autobuses se retiraron. Poco después de la huelga uno de los grupos más “moderados”, las FARN, abandonó la dirección militar de esta multifacética coalición de izquierda, la DRU, con esperanzas de negociar un acuerdo con el coronel Majano. El arreglo no prosperó porque faltan sectores significativos de la burguesía salvadoreña que estén dispuestos a formar parte de una coalición de izquierda. Pero lo fundamental es que ese esfuerzo constante por obtener un tal arreglo ha impedido movilizar a las masas con rumbo a una auténtica insurrección revolucionaria. Durante la reciente ofensiva final/general, por ejemplo, nunca se propusieron llevar a cabo un levantamiento en todo el territorio nacional. La acción en las ciudades siempre fue considerada como elemento auxiliar, y no porque sea una especie de guerrilleros maoístas tipo “guerra popular prolongada”.
Lo que buscaban era ganar un pedazo de territorio donde establecer al FDR como un gobierno alternativo. Entonces los Helmut Schmidt y López Portillo podrían reconocerlo y quizás con suerte llegaría a la ONU o la OEA. En otras palabras, la acción militar fue concebida fundamentalmente como una maniobra de presión sobre la burguesía internacional. Dadas las circunstancias del gobierno Reagan, sin embargo, una tal estrategia está condenada al fracaso. Y en cualquier caso, aun si tomaran el poder, sólo significaría que finalmente a los obreros y campesinos se les robaría su triunfo, por el cual han derramado tanta sangre. Y otra vez todo terminaría en las manos de la clase dominante. Así pues, mientras el grueso de la izquierda trata de esconder las divisiones de clases, los trotskistas sostenemos que es menester movilizar a la Clase obrera, apoyada por los campesinos, para derrocar a esta minúscula burguesía que cuenta, sin embargo, con el respaldo del imperialismo. Y en el nuevo contexto de Guerra Fría, las tareas que el diminuto El Salvador presenta se definen a escala global.