El Partido Comunista español se despedaza

Carrillo paga el precio del eurocomunismo

El Partido Comunista español se despedaza

Traducido y amplificado de Workers Vanguard No. 295, 18 de diciembre de 1981. Esta versión fue impresa enSpartacist en español No. 10, febrero de 1982.

El Partido Comunista de España (PCE) se está despedazando en el estallido más espectacular que se haya visto en un partido comunista de masas desde la Segunda Guerra Mundial. El acto más reciente de este drama en desarrollo tuvo lugar el 10 de diciembre, cuando la dirección del afiliado catalán del PCE (el PSUC) expulsó o suspendió a 29 miembros de su comité central, acusados de fraccionalismo. Las víctimas de la purga son los dirigentes de un ala izquierda llamada “prosoviética” que representa posiblemente a la mitad de las filas del partido en Cataluña y especialmente a su base obrera.

Antes, durante el otoño, el partido comunista vasco se escindió en dos a raíz de la decisión de sus dirigentes de disolverse en una coalición nacionalista social demócrata. Esta medida fue apoyada por el ala derecha “supereurocomunista” del PCE. En respuesta, el jefe del Partido Comunista Santiago Carrillo no sólo disolvió el comité central vasco (que a partir de entonces declaró su independencia) sino que destituyó a seis derechistas del CC nacional y echó del partido a la mitad de los concejales municipales del PCE en Madrid. Esto a su vez provocó protestas, dimisiones y expulsiones que han sacudido todas las fortalezas del PC en el país.

La militancia del partido ya había disminuido drásticamente, de unos 200.000 en 1977 a 100.000 hoy día, y el actual estallido fácilmente podría reducir este número a la mitad. Y ahora no es tanto que el PCE se esté desangrando —como durante los cuatro años anteriores sino que se está rompiendo por todas las líneas de división concebibles— y las hay muchas. Los orígenes de la crisis se encuentran en el profundo fracaso del eurocomunismo. Un producto del largo proceso de socialdemocratización de los partidos anteriormente estalinistas, que a pesar de su reformismo aún son considerados parias por su “propia” burguesía. Carrillo fue el abanderado de esta tendencia, rompiendo sus últimos lazos con Moscú y deshaciéndose de todo vestigio de terminología leninista con la esperanza de ganarse la aceptación del estado capitalista. Pero en el clima de Guerra Fría renovada, las burguesías imperialistas no se han mostrado interesadas en arreglos con ninguna clase de “comunistas”.

Y así, el PCE se ha quedado a la luna de Valencia, con fuerza electoral marginal, superado por los socialistas y sin nada con que justificar sus concesiones en todos los frentes, desde los salarios a los derechos democráticos. Ahora los sectores pequeñoburgueses quieren llevar la cosa hasta sus últimas consecuencias y efectuar una liquidación total en la socialdemocracia. Sin embargo, sectores obreros, enfrentados a la crisis económica capitalista internacional y a la amenaza de una toma del poder bonapartista por los militares, están presionando de forma confusa y contradictoria por una política más combativa de lucha de clases. Esto confiere a la actual crisis del PCE una importancia especial para trotskistas auténticos, que son los únicos con un programa comunista internacional para acabar con la herencia de la dictadura franquista y abrir el camino para la revolución europea.

Primer Acto: El PSUC

Cuando Jimmy Carter desató su ofensiva de Guerra Fría a raíz de Afganistán, Carrillo fue el eurocomunista que más desvergonzadamente se adhirió a la línea del Departamento de Estado. En la revista del PCE Nuestra Bandera(marzo-abril de 1980) se publicó una “condena de la intervención de las tropas soviéticas en Afganistán” junto con una fotografía que mostraba una pancarta en la que se leía: “Muerte a Rusia-Fuera de Afganistán”. Pero gran parte de las bases comunistas no se tragaron muy bien este antisovietismo virulento. Organizaciones locales y comarcales del Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC) en el cinturón industrial de Barcelona (notablemente Baix Llobregat y Valles Occidental) aprobaron resoluciones apoyando la ayuda soviética a Kabul en contra de los reaccionarios islámicos armados por la CIA. Pronto se cristalizó un ala dentro del PSUC que llegó a ser conocida como los “afganos” y que se basaba en secciones de la dirección de Comisiones Obreras (CC.OO., la federación sindical dirigida por el PC). Los “afganos” no eran simple ni principalmente unos viejos estalinistas duros, residuos de los años de la Guerra Civil, sino jóvenes dirigentes sindicales que forjaron CCOO. en la lucha clandestina contra el franquismo.

El descontento en el partido catalán contra Carrillo y su política alcanzó su punto más alto en los días 5 y 6 de enero pasado durante el V Congreso del PSUC. Por una votación de 424 contra 359 fueron eliminadas todas las referencias al eurocomunismo de las tesis programáticas del partido. Una resolución retirando críticas anteriores del PSUC a la intervención soviética en Afganistán fue rechazada, pero fueron adoptadas un total de 19 enmiendas de los “prosoviéticos”. Entre éstas habían llamamientos por un referéndum sobre la entrada de España al Mercado Común (el PCE favorece la entrada), por el desmantelamiento de las bases norteamericanas en España (en general el PCE guarda silencio sobre esta cuestión), y por relaciones de “amistad y solidaridad” con la URSS. Esta fuerte ofensiva de los “afganos” originó la renuncia del secretario general del PSUC, el eurocomunista Antoni Gutiérrez Díaz, que fue sustituido por el “leninista” Francesc Frutos. (En el IX Congreso del PCE en 1978, Frutos fue el portavoz de la minoría contraria a la tesis 15 que eliminaba las referencias al leninismo en el programa del partido.) Era claro que se desafiaba a Carrillo. Pero a pesar del estruendo ideológico, el PSUC no había roto políticamente con el eurocomunismo, ni mucho menos había asumido una línea que se asemejara al leninismo. Un destacado “leninista”, Quim Sempere, comentó después que “yo me sentía como ridículo votando a favor de Lenin”, que él consideraba “superado en muchos aspectos”.

“¡Qué vienen los rusos!” fue la reacción espantada de gran parte del mundo político catalán. El semanario Cambio 16 (19 de enero de 1981) notó la naturaleza confusa de la polémica en el congreso del PSUC, comentando que el PC se encontraba escindido por varias divisiones entrecruzadas: “eurocomunistas-prosoviéticos, intelectuales-obreristas, carrillistas-anticarrillistas, partido centralista-partido federal, viejos-jóvenes, partido-sindicato.” Las diferencias políticas estaban lejos de ser claras. Los “Ieninistas”, por ejemplo, se habían escindido de la dirección eurocomunista sobre la tesis 15 de Carrillo; por lo demás, políticamente eran virtualmente idénticos a Gutiérrez y Cía. Por otra parte los “Ieninistas” tienen como feudo la CONC (CCOO. de Cataluña) donde se habían unido a los “afganos” para expulsar a los carrillistas a mediados de 1980. Sobre la cuestión más candente (del V Congreso) el nuevo secretario general votó junto con la minoría a favor de que se mantuviera el término eurocomunismo. No obstante, Frutos y todo un grupo de sus compinches “Ieninistas” (que de leninismo no tienen, sino el nombre) fueron elegidos para dirigir el PSUC con el apoyo de los “afganos”, en un arreglo que tenía como propósito cerrarles el paso tanto a los “euros” como a la tendencia socialdemócrata aún más derechista conocida como los banderas blancas. *

[* Así llamados irónicamente por ser los residuos de una escisión de maoístas en los años 60. conocidos por el título de su periódico Bandera Roja, que luego volvieron al redil del PSUC en los 70 en un precipitado curso derechista.]

Como resultado del bloque podrido entre “leninistas” y “afganos”, aun después de esta rebelión espectacular que recibió el apoyo entusiasmado de las bases del PSUC, el nuevo comité central tiene una mayoría que fundamentalmente apoya a Carrillo. (Aunque los “prosoviéticos” ganaron muchas de las luchas sobre la política partidaria en este “congreso de revolcón”, a la hora de elegir el CC se quedaron con tan sólo 25 o 30 escaños de 110.) Esta vez el precio del oportunismo se pagó al contado. La edición del 8 de enero de 1981 del diario El País de Madrid titulaba que “Los eurocomunistas apoyan a la nueva dirección del PSUC para contener a los prosoviéticos.” Frutos pronto se volteó contra sus aliados, quitando de manos “afganas” la secretaría de organización. Los jerarcas del PCE hicieron circular rumores de conexiones con la embajada soviética, quejándose de que los vuelos semanales de Aeroflot Madrid-Moscú estaban llenos de catalanes. Después de unos cuantos meses de estas jugadas sucias, en una reunión del comité central del PSUC se desechó sin rodeos el V Congreso, declarando al eurocomunismo “sinónimo de revolución de la mayoría” y condenando de nuevo la intervención soviética en Afganistán (El Periódico, 17 de mayo de 1981).

Lo que realmente cortó las alas a los “afganos”, sin embargo, fue la débil respuesta del PSUC a la intentona del 23 de febrero (23-F), la que en apariencia era una acción de unas decenas de tropas de la Guardia Civil que tomaron las Cortes, pero que en realidad contaba con el respaldo de jefes militares de alto rango. Esa noche la clase obrera de toda España estaba presta a luchar; no obstante, el PCE y Comisiones rehusaron movilizarse, no haciendo sino llamar a una huelga de dos horas el día siguiente. En Cataluña el PSUC/CONC en un principio habían llamado a una huelga general de 48 horas, pero para la mañana del 24 esto había sido reducido al paro simbólico de dos horas en el que los obreros debían de permanecer en sus puestos de trabajo (o sea, nada de manifestaciones). Hubo huelgas generales localizadas en las fortalezas “afganas” en los alrededores de Barcelona, pero los “leninistas” siguieron la línea del PCE de guardar la “serenidad”. Exhibiendo su confianza en que la normalidad reinaba a pesar del tejerazo, los jerarcas del PSUC incluso celebraron una reunión en su propia sede central. Para colmo, la reunión del CC (del PSUC) de mayo en la que se “recuperó” el eurocomunismo, votó a favor de expresar su confianza en el ejército “democrático” ¡participando en las festividades del Día de las Fuerzas Armadas! La clase obrera catalana concluyó lógicamente que el “nuevo” PSUC no se diferenciaba en absoluto del viejo.

Segundo Acto: El X Congreso del PCE y los “renovadores”

Refrenados los “afganos” del ala izquierda, el ala derecha del PCE, los llamados “eurocomunistas renovadores”, empezó a hacer alboroto. Comenzando en diciembre de 1981, el alto dirigente pecero y alcalde suplente de Madrid, Ramón Tamames, emprendió una campaña para la “democratización en profundidad” del PC y para “echar fuera a la vieja guardia” — en primer lugar a Carrillo mismo. Después de no haber logrado nada, Tamames abandonó el partido a principios de mayo. Pero los “renovadores” redactaron una plataforma reivindicando el derecho a formar “corrientes de opinión”, al contrario de la prohibición estalinista del PCE sobre las fracciones. Esta tendencia está centrada principalmente en los concejales municipales del PC, cuyos cargos gubernativos dependen de las coaliciones locales con los socialistas de Felipe González (PSOE). Así que representan aquella capa del partido que se halla más integrada dentro del aparato estatal capitalista. Su meta es llevar el eurocomunismo a su conclusión lógica disolviendo al PCE por completo y liquidándose dentro de la socialdemocracia. Jordi Borja (uno de los principales “eurorrenovadores” y un bandera blanca del PSUC) expresó esto claramente en un artículo titulado: “¿Para qué sirven los PCs en Europa?”:

“En nuestra época, una alternativa de izquierda sólida, en los países con partido socialista y comunista fuertes, no se construirá hasta que se supere la trágica y absurda escisión de los años veinte…. Por parte de los comunistas, ya hemos dicho lo que esto significa a nuestro parecer: ruptura completa con el movimiento soviético y aceptación de una política internacional encuadrada en Europa occidental…”

La Calle, junio de 1981

Carrillo se negó a publicar el documento de esta “tendencia crítica”, pero los “eurorrenovadores” se ganaron la mayoría en la conferencia regional de Madrid a principios de julio. Durante el X Congreso del PCE (28-31 de julio) los carrillistas tenían en la mira a esta corriente socialdemócrata liquidacionista, la cual, con aproximadamente la cuarta parte de los votos, fue derrotada con facilidad. Los “pro soviéticos”, con apenas el 6 por ciento de los delegados, gracias a Frutos y Cía., se callaron; ni se defendieron de ataques directos ni protestaron la expulsión del partido de uno de sus líderes (García Salve). Cambio 16, en su número del 10 de agosto de 1981, se refirió a esto como “el carrillazo”, pero hay un pequeño escollo: Carrillo mismo sólo alcanzó el quinceavo lugar en la votación por el CC.

En su informe Carrillo hizo algunas concesiones “autocríticas” para apaciguar el descontento producido por el pobre resultado de la “política de concentración” del PC (o sea, el apoyo parcial a los gobiernos franquistas reformados de Suárez y Calvo Sotelo). Teniendo en cuenta el “síndrome Mitterrand” y dirigiéndose a las bases de los “eurocomunistas renovadores”, llamó por una “nueva formación política” que se asemejara al laborismo británico. Echando una mirada a las bases “afganas”, en dos ocasiones se refirió en términos positivos a la Revolución de Octubre rusa. Para tranquilizar a los generales hizo explícita la renuncia del PCE a hacer siquiera “propaganda democrática” en el ejército. Sin embargo, mientras enfatizó el sometimiento del PC al ejército franquista, culpó a la clase obrera por el fracaso de la política eurocomunista: “Si no hemos avanzado es porque el movimiento obrero es conservador y no quiere cambios.” (Mundo Obrero, 26 de julio de 1981). Y a los dirigentes tanto “renovadores” como “prosoviéticos” les hizo ver claramente que en el X Congreso habrían vencedores y vencidos. Si no se pone alto a la formación de tendencias, dijo, “este partido puede autodestruir en un período muy breve de tiempo.” Sin embargo, las tendencias ya se habían formado…

Tercer Acto: Vascos, catalanes, todos

… y la autodestrucción del Partido Comunista español está en marcha. La reacción en cadena se inició a mediados de septiembre cuando Roberto Lerxundi y la mayoría de la dirección del afiliado vasco del PC, el EPK, decidieron liquidarse en Euzkadiko Ezkerra (EE), un grupo socialdemócrata nacionalista anteriormente vinculado al ala “político-militar” de los guerrilleros nacionalistas de ETA (ETA-pm). Como condición para las negociaciones de “fusión”, Euzkadiko Ezkerra exigió:

“… la creación de un partido de clase amplio, de masas y no dogmático, que supere en la teoría y en la práctica la división histórica en el seno de la clase obrera entre socialistas y comunistas.”

Cambio 16, 28 de septiembre de 1981

EE también insistió en que el EPK rompiera todos sus lazos con el PCE y que se sustituyera el término “eurocomunismo” por el de “socialismo democrático”. Esto a su vez provocó oposición entre los sectores obreros de los comunistas vascos, que en su mayoría no son de origen vasco. Al acceder Lerxundi al diktat de EE, Carrillo disolvió el comité central del EPK y ordenó una conferencia especial.

En consecuencia existen ahora dos PCs vascos, de tamaño aproximadamente igual, uno subordinado a Carrillo y Cía. Y el otro preparándose a disolverse dentro de la socialdemocracia nacionalista. Sin embargo, en el congreso del PCE de julio pasado Lerxundi fue el principal vocero de los “eurocomunistas renovadores”. Y a principios de noviembre fue invitado a dar una conferencia pública en Madrid por seis “renovadores” miembros del CC y cinco concejales municipales de la misma tendencia. A raíz de esto Carrillo exigió y logró que se les sacara del CC a los seis transgresores y que se les expulsara del partido a los concejales madrileños que habían auspiciado a Lerxundi. Entre los que fueron echados del comité central figuraban varios diputados de las Cortes y el principal teórico antisoviético del PCE, Manuel Azcárate. Esto desencadenó protestas por todo el país. El CC del PC andaluz se opuso a las sanciones así como también lo hicieron el consejo provincial de Salamanca, todos los concejales del PCE en Valladolid, cientos de miembros del partido en Valencia, etc. Organizaciones locales de Madrid representando a nueve mil militantes exigieron la convocatoria de una conferencia especial.

Mientras tanto, las luchas internas del PSUC catalán estaban en ebullición. En mayo, el presidente del partido Pere Ardiaca, un miembro fundador del PSUC de 74 años de edad, fue expulsado por sus posiciones “prosoviéticas”. Posteriormente en la fiesta anual del periódico del partido (Treball) en septiembre, varios centenares de “afganos” boicotearon a Carrillo con gritos de “¡traidor!” y “¡fuera, fuera!” Los disidentes llevaban pegatinas con el slogan “Soc comunista. Visca el 5e Congrés. PSUC.” En represalia los “euros” cortaron el agua y la electricidad a los stands pertenecientes a los distritos de Baix Llobregat y Valles Occidental que distribuían artesanías de la Unión Soviética (El Comunista, 9 de octubre). Poco después, el comité ejecutivo del PSUC expulsó a algunos de los oposicionistas de izquierda por haber abucheado a Carrillo en un mitin en marzo.

Prohibidas las tendencias, las luchas políticas internas se expresan en un contrapunto de ataques físicos y abusos burocráticos. Cuando en las conferencias comarcales del partido en el cinturón industrial de Barcelona emergieron grandes mayorías “prosoviéticas”, la mayoría “leninista” de la ejecutiva del PSUC se desquitó simplemente disolviéndolas, poniendo bajo su control financiero directo a las organizaciones locales disidentes. Ya en octubre las juventudes del PSUC se dividieron en dos. Ya principios de noviembre la dirección del partido catalán acordó llevar a cabo una conferencia especial en marzo para ratificar el “pleno apoyo a la estrategia del eurocomunismo”. Las elecciones de delegados son manipuladas de tal manera que en las grandes locales de la zona barcelonesa, donde predomina la izquierda, las dos terceras partes de la militancia obtuvieran sólo una tercera parte de los delegados. Cuando los “afganos” protestaron que estas medidas arbitrarias eran antidemocráticas… 29 de sus dirigentes (la totalidad de ellos en el CC) fueron expulsados o suspendidos del PSUC. ¡Qué no se diga que Carrillo no le enseñó al “leninista” Frutos cómo combatir la “democratitis”!

Eurocomunismo en apuros

El debacle del eurocomunismo debe situarse firmemente en el contexto internacional. Fue la campaña antisoviética del imperialismo norteamericano después de su derrota en Vietnam lo que en última instancia determinó la defunción del frente popular francés (ver “Why the Union of the Left Fell Apart”, Workers Vanguard No. 280, 8 de mayo), y lo que relegó al PCE al gueto político. A principios de 1978, el Departamento de Estado de Jimmy Carter anunció que no soportaría la participación de los PCs en los gobiernos de Europa Occidental, llámense eurocomunistas o no. Eso puso fin a las esperanzas de Carrillo de un “gobierno de concentración nacional” con los socialistas de Felipe González y la UCD franquista reformada del primer ministro Adolfo Suárez. Los partidos comunistas de Francia e Italia se enfrentaron al mismo veto imperialista pero contaban con una sólida base electoral y sindical a la cual replegarse, abandonando o bajando de tono su fervor eurocomunista. Carrillo se encontraba en una posición fundamentalmente más débil, y la única carta que podía jugar era perpetrar traiciones cada vez mayores.

Pero el crimen no pagó. Después de apoyar hasta el fin al gobierno de “reforma” de Suárez, el PCE ahora da apoyo indirecto (y muchas veces directo) al gobierno de “contrarreforma” de Calvo Sotelo y la clase obrera paga el precio. Desde hace varios años la inflación ha sobrepasado el 20 por ciento, y el paro llega a los dos millones. Sin embargo, el Partido Comunista y las CC.OO. no han hecho más que someterse ante la crisis capitalista. La política de Carrillo fue encarnada en los Pactos de la Moncloa con el gobierno Suárez, los que deberían controlar tanto precios como salarios (y, como era de esperar, sólo limitaron a éstos). Una revista ligada a la CIA observaba:

“… muchos militantes obreros en Cataluña y otras partes habían sacado la conclusión de que el gobierno había utilizado efectivamente al PCE y Comisiones para limitar los salarios. Tal situación hubiera sido aceptable siempre y cuando los acuerdos de la Moncloa hubieran llevado a avances políticos palpables como sería la entrada del PCE al gobierno. Pero esto no sucedió.”

— Eusebio Mujal-León, “Cataluña, Carrillo and Eurocommunism”, Problems of Communism, marzo-abril de 1981

De ahí viene la fuerza creciente de los “afganos” dentro de las, CC.OO.

Durante el IX Congreso del PCE, en abril de 1978, concluimos que el partido de Carrillo ya había cruzado el Rubicán en la dirección de la socialdemocracia:

“Aunque por lo visto los PC francés e italiano no están dispuestos a dar un paso tan dramático y llamativo como la renuncia al ‘leninismo’ por parte del PCE, está claro que en el caso del partido de Carrillo ha habido una ruptura definitiva con la burocracia de Moscú, de tal modo que ya no puede ser denominado estalinista,”

— “PCE se declara eurocomunista”, Spartacist (edición en español) No. 6, julio de 1978

Y pronosticábamos que, después de la declaración oficial por el partido de Carrillo de su preferencia por el rey de España sobre el Kremlin, “el nivel de disidencia plantea la posibilidad de grandes escisiones hacia la izquierda”. Ahora somos testigos presenciales de este proceso.

Entre las bases del partido hay un amplio rechazo, o aun odio, a la política carrillista por su contenido antiobrero. Una reciente carta al Diario de Barcelona de parte de uno  de los “comunistas y punto” del PSUC resumió la política exterior del PCE en la palabra “EEUUrocomunismo”. Y en una mesa redonda del Viejo Topo (“Vº Congreso del PSUC: el eurocomunismo, ¿chivo expiatorio?”), Jordi Borja se quejaba del “infantilismo” del debate, de que en el congreso había oído opiniones “pintorescas” como, “El eurocomunismo es ir a romper huelgas.” Es evidente, como ha sido probado por las repetidas intervenciones de Carrillo para obstaculizar posibles huelgas generales durante los años críticos de la “transición”, 1976-77. Fue confirmado de nuevo por la Spartacist League de los EE.UU. cuando protestaba la traición del líder del PCE al cruzar éste un piquete de huelga durante su visita a la Universidad de Yale, donde anunció el abandono formal del leninismo (ver “¡Carrillo esquirol!” en Spartacist “ [edición en español] No. 6, julio de 1978). La respuesta de Borja —de que un incondicional de Moscú como el francés Maurice Thorez había hecho famosa la frase, “hay que saber acabar una huelga” (cuando saboteó la huelga general del 36) — sólo muestra que el eurocomunismo es la continuación del reformismo estalinista.

Pero el ala izquierda (del PCE/PSUC) no tiene un programa leninista. A nivel internacional, los llamados “prosoviéticos” no cuentan con una política proletaria internacionalista para oponer al colaboracionismo de clases de los eurocomunistas encabezados por Carrillo; y en España fueron incapaces de responder a la intentona del 23 de, febrero.

Trotskismo vs. estalinismo

En sus enmiendas al proyecto de tesis para el V Congreso del PSUC, los “afganos” del comité comarcal de Valles Occidental proponían simplemente que se eliminaran las críticas a la intervención soviética en Afganistán.

“La intervención soviética en Afganistán, no es, desde un punto de vista formal, ‘una grave infracción del principio de soberanía y no injerencia en los asuntos de otros pueblos’ ya que se basa en reiteradas solicitudes del Gobierno legítimo de Afganistán.”

Admiten el carácter burgués de la “revolución iraní”, reconocen los problemas planteados por la guerra entre Iraq e Irán (un conflicto entre dos regímenes islámicos supuestamente radical-nacionalistas), pero no ofrecen una coherente línea de clase internacionalista. Ante todo no expresan un apoyo positivo a la intervención soviética en contra de la reacción feudal-imperialista. Frente a la ofensiva propagandística imperialista en torno a Afganistán, con toda su demagogia de “derechos humanos”, los mal nombrados “afganos” prefieren no decir nada. Su criterio es la política exterior hacia la URSS de la dictadura nacionalista burguesa en cuestión (según el cual Egipto habría sido “progresista” bajo Nasser y reaccionario bajo Sadat). Las cuestiones internacionales son decisivas — sólo hay que ver el impacto de los sucesos polacos a través de toda Europa.

La contradicción fundamental de la izquierda del PSUC reside en su programa reformista, que en sus rasgos fundamentales comparte con Carrillo. Hoy día, por ejemplo, se erigen en acérrimos defensores del V Congreso del PSUC, ¡cuyas tesis programáticas (aparte de las enmiendas) fueron escritas por los “euros” carrillistas! Se quejan de los apodos “afganos” y “prosoviéticos” que les fueron otorgados por la prensa burguesa. Y no sin justificación: ¡he aquí una tendencia llamada “afgana” que ni siquiera saluda la necesaria intervención del Ejército Rojo en Afganistán! (Prefieren guardar silencio sobre un tema que puede desestabilizar la “distensión”.) Una tendencia denominada “prosoviética” que en las manifestaciones contra la entrada a la OTAN se pronuncia por una “España neutral”. ¿Qué neutralidad? El conflicto entre la OTAN y el Pacto de Varsovia es una cuestión de clase. Una verdadera oposicióncomunista al colaboracionismo de clases de Carrillo y Cía. lucharía por una España soviética en unos Estados Unidos Socialistas de Europa.

Los confusos oposicionistas de izquierda del PSUC están encerrados en la camisa de fuerza ideológica del estalinismo, que se opone ferozmente al programa trotskista de revolución socialista internacional. Los trotskistas de la tendencia Espartaquista internacional (TEI) hemos sido los únicos en luchar por un análisis y un programa consecuentemente marxistas. La TEI ha enarbolado las consignas “¡Viva el Ejército Rojo en Afganistán!” y “¡Alto a la Contrarrevolución de Solidarnosc!” en Polonia luchando a la vez por una revolución política proletaria para expulsar a las burocracias estalinistas del poder en todos los estados obreros degenerado/deformados.

Los militantes de izquierda que están rompiendo con el catastrófico eurocomunismo de Carrillo deben confrontar ante todo la cuestión del estalinismo vs. trotskismo. Como Trotsky ya había previsto a partir de 1928 (en La Tercera Internacional después de Lenin), la subordinación definitiva de los partidos comunistas a sus “propias” burguesías es simplemente la extensión lógica del dogma estalinista del “socialismo en un solo país”. De esto se deriva la política colaboracionista de clases del frente popular, aliándose a la burguesía “nacional” por la “defensa de la patria”. Fue bajo este signo que el PSUC nació a mediados de los años 30. Y fue con esta plataforma que jugó un papel decisivo en la derrota de la más importante movilización de clase del proletariado catalán — las Jornadas de Mayo de 1937.

Hoy día los “afganos” del ala izquierda rechazan los juramentos rastreros de lealtad al rey y la Casa Blanca por Carrillo. Y sin embargo, las tesis del V Congreso del PSUC que defienden, avalan el programa de “reconciliación nacional” del PCE durante los años 60 y mediados de los 70 — el fundamento estalinista de las actuales traiciones por parte del eurocomunismo. La izquierda del PSUC se opone ahora a la “aplicación” de los Pactos de la Moncloa. En 1977, cuando se firmaron los pactos, 100.000 personas protestaron en Barcelona, encabezadas por los mismos dirigentes “prosoviéticos” de CC.OO. Mas la protesta no fue más allá de una sola manifestación, porque los que luego fueron conocidos como “Ieninistas” y “afganos” no estaban dispuestos a librar una lucha directa contra el estado español. Estaban en desacuerdo con Carrillo y Cía. pero no tenían su propia política independiente. Y hoy día no libran su “lucha” contra el carrillismo a nivel español sino estrictamente dentro del marco catalán, y a veces en nombre de un localismo aún más estrecho y peculiar. Tanto es así que la IV Conferencia del PSUC de Valles Occidental, 27-29 de marzo de 1981, la primera después del frustrado tejerazo, se pronunció en su lema central “Por el poder comarcal”. Este particularismo absurdo es expresado además en sus consignas por ¡la “recomarcalización de Catalunya” y por un “Consell Comarcal”! Compañeros, ¡las luchas obreras de España no pueden salir victoriosas con la sola “Força del Valles” — requieren una movilización y lucha contra el reformismo al nivel nacional e internacional!

Inmediatamente después de la muerte de Franco los trotskistas auténticos (no los impostores socialdemócratas de la LCR) llamamos repetidamente por una ofensiva obrera contra la odiada dictadura bonapartista. Todas las alas del PCE, eurocomunistas o neoestalinistas, buscaron un pacto con los sectores “democráticos” de la burguesía. Carrillo se conformó, con unas migajas, los “afganos” quieren más — pero el programa fundamental es el mismo. Los verdaderos comunistas deben luchar no por una “España neutral”, consigna que enarbolan todas las alas del PCE, sino por la defensa incondicional de la Unión Soviética contra el ataque imperialista, por la revolución socialista en toda Europa Occidental y por la revolución política proletaria en los estados obreros degenerado/deformados, gobernados por los estalinistas, del bloque soviético. Los “prosoviéticos” no hacen sino ir a la cola de las burocracias desprestigiadas, cuya bancarrota se ha hecho patente en Polonia, mientras que los eurocomunistas (“renovadores” o carrillistas) van a la cola de Reagan y Schmidt.

Los “afganos” anticarrillistas se alimentan de un amplio rechazo proletario al colaboracionismo de clases eurocomunista. Mas sólo el programa del trotskismo ofrece una respuesta revolucionaria a la bancarrota del estalinismo.

* Así llamados irónicamente por ser los residuos de una escisión de maoístas en los años 60, conocidos por el título de su periódico Bandera Roja, que luego volvieron al redil del PSUC en los. 70 en un precipitado curso derechista