¿Y ahora qué en Polonia?

¡Por el trotskismo polaco!

¿Y ahora qué en Polonia?

— Traducido de Workers Vanguard No. 298, 5 de febrero de 1982. Esta versión fue impresa en Spartacist en español No. 12, febrero de 1983.

Reagan llora por Solidarnosc contrarrevolucionaria

Con el golpe preventivo del 13 de diciembre, el gobierno polaco frustró la intentona contrarrevolucionaria de Solidarnosc. Previamente todo el mundo estaba de acuerdo en que únicamente la intervención militar rusa podía restablecer el orden — y que eso habría significado un baño de sangre. Y no obstante, fue el ejército polaco quien, con apenas algo más de una docena de muertes, contuvo a la Solidarnosc pro occidental.

El derramamiento de sangre fue mínimo debido a que la resistencia fue mínima. Los obreros embriagados con el fervor clerical-nacionalista de Solidarnosc han recibido una sacudida moderadora que les ha devuelto la sensatez. Muchos de ellos se preguntan en qué radicó la falla y se muestran ahora abiertos a nuevas soluciones. Esta situación representa una oportunidad crucial para la formación de los núcleos de un partido trotskista en Polonia, por medio de la creación de células clandestinas de carácter propagandístico y educativo.

El funcionario del Pentágono Richard Perle admitió que “les había tomado por sorpresa” que el gobierno polaco se haya mostrado capaz de “aplastar a Solidaridad”. Las esperanzas de Washington de aprovechar una invasion soviética para atizar el frenesí anticomunista se frustraron. Así que desde el 13 de diciembre [de 1981] los reaganistas han tratado de convencer al mundo de que son los rusos quienes realmente han tomado el control de Polonia. Sólo tienen la apariencia y el habla de polacos. Enfurecido por no ver la sangre de polacos y rusos corriendo por las calles de Varsovia y Gdansk, Reagan la emprende furiosamente con sanciones económicas contra Polonia y la URSS.

Los imperialistas yanquis no fueron los únicos sorprendidos con el ignominioso revés sufrido por su sindicato patronal polaco. Igualmente sorprendidos estuvieron los polacos… en ambos bandos. Un auxiliar del general Jaruzelski dijo en tono más bien triunfante a periodistas occidentales: “Lo que me ha sorprendido es que la cosa haya sido tan fácil. El ala radical de Solidaridad subestimó el sentir de la mayoría silenciosa” (New York Times, 6 de enero). Un vocero de Solidarnosc expresó algo muy parecido, sólo que en su caso en tono de congoja:

“Siempre supusimos que los soldados polacos no dispararían jamás contra los obreros polacos — y esto todavía es cierto, porque en realidad no lo han hecho. Pero lo diabólico del caso es que no les ha sido necesario hacerlo.”

New York Times, 1 de enero

A la burguesía occidental, que glorificó a Solidarnosc como una sublevación de la nación polaca entera, le resulta difícil explicar cómo es que se le suprimió tan fácilmente. Los periodistas señalan que la dirección de Solidarnosc se mostró demasiado confiada, y creyendo que el gobierno nunca se atrevería a utilizar fuerza contra ellos, no llevaron a cabo los preparativos para combatirle. Muchos se comportaban como si ya estuvieran en el poder.

Pero el delirio de grandeza en la cúpula no explica la pasividad en la base. Algunos periodistas occidentales atribuyen esto al temor a una intervención militar de los soviéticos; otros hablan del tradicional respeto de los polacos por el ejército. Tales explicaciones son en el mejor de los casos superficiales. La evidencia indica que la oleada de apoyo popular a Solidarnosc había empezado a disminuir desde antes del 13 de diciembre. La gente comenzó a darse cuenta que las interminables huelgas y manifestaciones no hacían sino empeorar la desesperada situación de la economía. En la famosa reunión del 3 de diciembre en Radom, donde los líderes de Solidarnosc planeaban el derrocamiento del gobierno, Karol Modzelewski insistía:

“El sindicato no se ha hecho más fuerte; se ha hecho más débil, mucho más débil. Y todos los militantes lo saben… Existen varias razones para esto: el agotamiento como resultado de la crisis, el agotamiento de la gente esperando en colas. Hay quienes nos culpan a nosotros por la prolongación de este estado de cosas y desean que negociemos un arreglo.”

Washington Post, 20 de diciembre de 1981

Según un colega que no fue detenido, el destacado disidente socialdemócrata Jacek Kuron pronosticó a principios de diciembre que se llevaría a cabo una represión exitosa:

“La gente, dijo él, se encuentra cansada, anhelando una tregua y se le podría intimidar eficazmente sin ninguna dificultad. [Dijo] literalmente: ‘La gente resistirá un poco y luego cejará’.”

Der Spiegel, 18 de enero

Y eso fue exactamente lo que sucedió.

Pero, ¿puede atribuirse al cansancio producido por 16 meses de crisis el hecho de que los obreros — y no muchos por cierto — lucharan en forma mínima por Solidarnosc para luego simplemente darla por perdida? La reacción pública ante la revelación por parte del gobierno polaco sobre el contenido de las cintas magnetofónicas de Radom apunta hacia otro factor importante. Todos los periodistas occidentales están de acuerdo en que esto fue un golpe propagandístico a favor del régimen de Jaruzelski. A muchos polacos les llenó de verdadero asombro oír a Walesa decir que “la confrontación es inevitable” y que “estamos derribando este sistema.” Luego vino el congreso de Solidarnosc de septiembre pasado con sus resoluciones provocadoras sobre “elecciones libres” y “sindicatos libres”. Un afiliado liberal del partido dijo que una operación militar contra Solidarnosc no habría tenido éxito un año atrás:

“Seis meses atrás, yo mismo habría entregado mi carnet [del partido]. Entonces no estaba claro que Solidaridad deseara una confrontación. Sólo los duros lo esperaban, sostenían que nos estábamos engañando. Por desgracia, demostraron estar en lo cierto en este punto. Insistían en que estamos confrontando a gente que no desea reformar el socialismo, gente que odia el socialismo.”

New York Times, 5 de enero

Aunque fueron millones los que se adhirieron a Solidarnosc como movimiento de oposición, muchos se negaron a apoyar su intento de tomar el poder. No confiaban en que Solidarnosc ofreciera una salida a la crisis. La organización se encontraba cada vez más inestable y dominada por el fraccionalismo. Dividida entre los llamados “radicales”, como Rulewski y Bujak, que querían una confrontación a toda costa, y los moderados, como Walesa y Kuron que esperaban tomar el poder gradualmente. Había división también entre los partidarios descarados de la restauración capitalista, como la Confederación por una Polonia Independiente (KPN), y los que encubrían sus apetitos proimperialistas con una retórica de “autogestión”. Millones de polacos deben haberse preguntado si en realidad un gobierno de Walesa, Rulewski y Cía. no haría sino perpetuar la anarquía social y el colapso económico.

Sin embargo, aunque un tanto desencantadas con Solidarnosc, las masas obreras polacas siguen siendo profundamente hostiles a la corrupta burocracia estalinista que es quien ha causado la ruina de la economía. Y el “estado de guerra” de Jaruzelski no va a hacer que los obreros polacos amen a sus gobernantes. Además, se informa que incluso a Moscú le empieza a inquietar un poco el gobierno militar en Polonia. El New York Times (2 de enero) observó:

“El Kremlin no ha ocultado su inquietud por la pérdida del poder efectivo por parte del partido a un consejo militar, la primera vez que un país de Europa Oriental se ha visto forzado a hacer a un lado al aparato comunista.”

Ya en ocasión de la imposición del régimen de mano dura advertíamos sobre el peligro del bonapartismo militar. Este fue uno de los aspectos más amenazadores de la “Revolución Cultural” china cuando el Ejército Popular de Liberación de Lin Piao tomó efectivamente el control de la administración del país. En ese entonces se incluyó en la constitución china una cláusula de sucesión que hacía aparecer la elección del papa como un ejemplo de democracia de base. Como escribimos en “Intentona frustrada en Polonia”, Spartacist (edición en español) No. 10, febrero de 1982:

“Los estalinistas sólo hacen referencias hipócritas a las formas socialistas, el homenaje que el vicio rinde a la virtud. Pero en comparación con el puño de hierro castrense, las formas son importantes.”

La supresión militar de Solidarnosc ha sido una ducha de agua fría para las masas polacas. La bancarrota de los burócratas estalinistas, responsables de la ruina económica del país, es patente. La embriaguez con el clerical-nacionalismo de Solidarnosc, que llevó a Polonia al borde de la contrarrevolución, está empezando a disiparse. Muchos buscan nuevas soluciones, y algunos se mostrarán receptivos al programa auténticamente comunista de los leninistas-trotskistas, los espartaquistas, que exigimos “¡Alto a la contrarrevolución de Solidarnosc!” luchando a la vez por una revolución política proletaria para expulsar a la burocracia parasita.

Polonia ha sufrido una sacudida político-sicológica tremenda. Repentinamente la sociedad polaca se ha visto bloqueada, simplemente parada. Pero la represión no ha sido tan profunda como para evitar el surgimiento de una oposición clandestina. Circulan abiertamente peticiones exigiendo el levantamiento de la ley marcial; conocidos disidentes conceden entrevistas a la prensa occidental; la radio estatal polemiza contra los manifiestos clandestinos de Solidarnosc. Ahora es la oportunidad de iniciar la formación de las células educativas y propagandísticas de una vanguardia trotskista que defienda y extienda las conquistas históricas de la propiedad socializada, hereda das de la Revolución de Octubre, expulsando a los usurpadores que las socavan y aplastando a aquellos que intentan destruirlas.

Rosa Luxemburg, la verdadera heroína revolucionaria polaca

La situación actual en Polonia sólo pudo desarrollarse en un vacío político que refleja la destrucción de las tradiciones del comunismo internacional en Polonia por medio de la persecución salvaje — por los pilsudskistas polacos, los nazis alemanes y los estalinistas. Los medios informativos occidentales presentan ahora la historia polaca a través del prisma distorsionador de Solidarnosc. Supuestamente el pueblo polaco es fanáticamente nacionalista, fervorosamente religioso, el pueblo anticomunista por excelencia. El régimen, por otra parte, relega la historia del movimiento obrero polaco de antes de 1945 al campo académico. La realidad es que Polonia tenía una de las tradiciones de socialismo proletario marxista más antiguas y fuertes de todos los países europeos. Una vanguardia genuinamente revolucionaria debe construirse sobre la base de esas tradiciones internacionalistas.

El primer partido obrero marxista en el imperio de los zares, el partido Proletario, se formó en Varsovia a principios de la década de 1880. Significativamente, el partido Proletario de Ludwik Warynski rechazó el programa radical polaco tradicional de una sublevación nacional y trabajó estrechamente con los populistas rusos por una revolución social en todo el imperio zarista. La tradición antinacionalista del partido Proletario fue asumida en la generación siguiente por la más destacada de todos los dirigentes revolucionarios proletarios polacos, Rosa Luxemburg. Luxemburg rechazó la lucha por una Polonia democrático-burguesa independiente y combatió por el derrocamiento del absolutismo zarista a través de la lucha conjunta de los obreros rusos y polacos:

“… la idea de convertir a una Polonia independiente en un parapeto para el Occidente contra el zarismo reaccionario ruso era irrealizable; el desarrollo del capitalismo, que había de sepultar esta idea desde el principio, creó en su lugar el movimiento revolucionario de clase del proletariado unido en Rusia y Polonia y con éste un aliado del Occidente mucho más resuelto, un aliado que no sólo protegería mecánicamente a Europa del absolutismo sino que él mismo lo socavaría y lo aplastaría.”

— Prólogo a la antología “The Polish Question and the Socialist Movement” (1905), The National Question: Selected Writings by Rosa Luxemburg (1976)

La lucha política entre la Social Democracia del Reino de Polonia y Lituania (SDKPiL) internacionalista de Luxemburg y Leo Jogiches y el Partido Socialista Polaco (PPS) nacionalista de Josef Pilsudski dominó el movimiento obrero polaco de antes de la Primera Guerra Mundial.

Como insistió Lenin, Luxemburg estaba equivocada al rechazar el derecho democrático-burgués a la autodeterminación nacional, o sea el derecho a un estado separado para Polonia. Su terquedad dogmática sobre esta cuestión le restó fuerza a su lucha correcta contra Pilsudski y las corrientes chauvinistas dentro de la clase obrera polaca. Pero ella estaba en lo correcto al insistir que la suerte de Polonia estaba inextricablemente ligada a la lucha de la clase proletaria en las naciones opresoras, Rusia y Alemania. La creación de un estado burgués polaco independiente en 1918 no fue el resultado de una sublevación nacional sino de la Revolución Bolchevique y la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial. Además, esa derrota fue en buen grado causada por el levantamiento de los obreros alemanes, hartos de la guerra, con Luxemburg como una de sus líderes. Es una de esas ironías de la historia que la actividad de Luxemburg en favor de la revolución en Rusia y Alemania haya contribuido más a la liberación nacional de Polonia que el movimiento legionario de Pilsudski.

Hoy día ambos lados en la crisis polaca desdeñan a Rosa Luxemburg, la más grande representante del socialismo proletario de Polonia. Los clerical-nacionalistas de Solidarnosc idealizan al archienemigo de Luxemburg, Pilsudski — y no en su papel previo a 1914 como socialista de derecha, sino en su posterior encarnación como militarista antisoviético y dictador fascistoide. Los estalinistas tampoco tienen nada que ver con el internacionalismo proletario y desesperadamente tratan de darse una coloración “patriótica”. El otoño pasado por primera vez el régimen de Jaruzelski celebró el aniversario de la fundación de la república burguesa polaca el 11 de noviembre de 1918. Este día de fiesta nacional es de hecho una conmemoración en honor de Pilsudski.

Pero la denigración estalinista de la gran revolucionaria Rosa Luxemburg no es algo peculiar del régimen de Jaruzelski. Como escribió Trotsky a principios de la década del 30:

“Sí, Stalin tiene suficientes razones para odiar a Rosa Luxemburg. Pero es por eso mucho más imperiosa nuestra obligación de proteger la memoria de Rosa contra la calumnia de Stalin, que ha sido acogida por los funcionarios mercenarios de ambos hemisferios, y transmitir esta imagen verdaderamente bella, heroica y trágica a las generaciones jóvenes del proletariado en toda su grandeza y fuerza inspiradora.”

— “Hands Off Rosa Luxemburg!” Writings [1932]

Otra razón por la que no se honra a Rosa Luxemburg en la Polonia de Stalin y Solidarnosc es porque era judía. Para los Walesa como para los Jaruzelski, un judío no es un “verdadero” polaco. Uno de los aspectos más repugnantes y grotescos de la presente crisis es el resurgimiento del antisemitismo en ambos bandos, a pesar de que casi todos los judíos polacos fueron asesinados por los nazis y las pocas decenas de miles restantes desterrados por los estalinistas en 1968. Mientras que los estalinistas no se atreven a atacar a la jerarquía eclesiástica del papa Wojtyla, la verdadera fuerza motriz de Solidarnosc, están sin embargo prestos a inventar “conspiraciones sionistas”. Un blanco favorito de la propaganda del gobierno es el disidente socialdemócrata judío Adam Michnik, una figura sin gran influencia en el presente alineamiento de Solidarnosc. Asimismo, un programa de radio del gobierno después de la imposición de la ley marcial el 13 de diciembre “reveló” el hecho de que el consejero de Solidarnosc Bronislaw Gemerek era hijo de un maestro de religión judía. Pero los antisemitas de línea dura se encuentran en el otro bando. Incluso el Wall Street Journal admite que la KPN de Leszek Moczulski, una fracción fuerte dentro de Solidarnosc, está “manchada por una historia de antisemitismo”. Y en octubre pasado el líder “radical” de Solidarnosc en Szczecin, Marion Jurczyk, declaró que tres cuartas partes de la dirección del partido comunista ¡eran en realidad judíos que se habían cambiado el nombre!

Antes del Holocausto los judíos jugaron un papel muy importante en la dirección del movimiento obrero revolucionario polaco, proveyendo mucho de su cosmopolitismo y elan internacionalista, sirviendo de barrera contra las influencias social patrióticas. Al “purificar” la nación polaca, en Auschwitz y otras partes, Adolf Hitler contribuyó indirectamente a la situación completamente miserable del estalinismo polaco de la posguerra, la enorme influencia de la iglesia católica y el ascenso del movimiento clerical-nacionalista de Solidarnosc.

La tragedia del Partido Comunista Polaco

El Partido Comunista Polaco se formó a fines de 1918 como una fusión entre la SDKPiL de Luxemburg y el Partido Socialista Polaco-Izquierda, un partido centrista numeroso que se había escindido de Pilsudski a raíz de la Revolución de 1905. La perspectiva que animaba a estos primeros comunistas polacos está bien descrita por Isaac Deutscher en su importante ensayo escrito en 1958 “The Tragedy of the Polish Communist Party” (reproducido en Marxism in Our Time [1973]):

“Las filas del partido se unieron todavía más por la aguda conciencia de su oposición común e indomable a la Polonia nacionalista y reformista, a la Polonia de los terratenientes y la pequeña nobleza.”

Esa oposición pronto iba a ponerse a prueba, y en la forma más severa. A principios de 1920 Pilsudski emprendió una guerra de conquista contra la Rusia Soviética. No había duda de que los comunistas polacos cumplirían con su deber internacionalista, como en efecto lo hicieron. Deutscher explica:

“El partido polaco trató esta guerra — y en esto tenía toda la razón — como una guerra de las clases poseedoras polacas (o de sus elementos decisivos) contra la Revolución Rusa, y como una parte integrante de la intervención de las potencias capitalistas en Rusia. El partido se sentía identificado con la Revolución Rusa y obligado a defenderla.”

A principios de los años 20 el partido comunista pro soviético era, a fin de cuentas, más fuerte dentro de la clase obrera polaca que los socialdemócratas pilsudskistas. Además, en el Comintern había un refrán: “El partido alemán es el más grande; el partido polaco es el mejor.” Fue en gran parte debido a sus raíces en el SDKPiL revolucionario de Luxemburg, que el partido polaco opuso más resistencia a la estalinización que cualquier otro partido grande del Comintern. En diciembre de 1923 su comité central envió una carta de protesta al partido ruso que declaraba: “… para nuestro partido, más aun, para toda la Comintern, para todo el proletariado revolucionario mundial el nombre del camarada Trotsky está indisolublemente ligado al triunfo de la Revolución Soviética, al Ejército Rojo, al comunismo” (citado en M.K. Dziewanowski, The Communist Party of Poland [1976]).

Esto no significa idealizar al Partido Comunista Polaco de los años 20 o el régimen de las “tres W” (Warski, Walecki, Wera Kostrzewa). En 1923 la dirección del Partido Comunista Polaco dejó pasar una situación potencialmente revolucionaria. Pocos años más tarde cometieron un error mucho más grave, esta vez por comisión. Mareado momentáneamente por el entusiasmo popular por el bonapartismo pilsudskista, Warski dio el respaldo de su partido al golpe del mariscal en mayo de 1926 (ver “Pilsudski and Counterrevolution in Poland”, Workers Vanguard No. 293, 20 de noviembre de 1981). Pero los comunistas polacos se repusieron pronto de su “error de mayo” y constituyeron la única oposición a la dictadura fascistizante en proceso de consolidación.

El prestigio político que el Partido Comunista Polaco adquirió en su heroica lucha contra la dictadura derechista fue rápidamente desperdiciado con el viraje de Stalin en 1929 hacia el aventurerismo del “tercer período”. Se prohibió al partido participar en acciones unidas con los partidos socialdemócratas y campesinos contra el creciente terror blanco. En 1931-32 surgió una oposición a este curso suicida encabezada por Isaac Deutscher. La oposición polaca lo fue ganada pronto al trotskismo, debido principalmente a la resuelta lucha de Trotsky por una defensa conjunta del proletariado alemán contra la amenaza del nazismo. Aunque el grupo de Deutscher fue expulsado del PC polaco en 1932, el historiador norteamericano de la Guerra Fría Dziewanowski observa que “Una subcorriente favorable a Trotsky continuó siendo un factor de alguna importancia hasta que el partido fue disuelto [en 1938], particularmente entre la militancia judía.”

Cuando Hitler llegó al poder a principios de 1933, el movimiento trotskista consideró la posibilidad de llamar al Ejército Rojo a que invadiera Alemania antes de que los nazis pudieran consolidar y rearmar su régimen. Esto forzosamente habría violado la soberanía nacional polaca, pero ello significaba una consideración menor en relación con los intereses históricos del proletariado mundial.

El aumento del terror blanco del “régimen de los coroneles” pilsudskista forzó a números cada vez mayores de comunistas polacos a refugiarse en la Unión Soviética. Muchos comunistas extranjeros fueron asesinados durante las grandes purgas de finales de los años 30, pero la Guerra de Stalin contra el partido polaco fue excepcional, más aun única. Prácticamente todos los comunistas polacos en el territorio soviético o fueron físicamente liquidados o fueron enviados a campos de concentración. A muchos comunistas polacos se les hizo regresar con engaños y pretextos. La dirección entera del partido — Warski, Walecki, Wera Kostrzewa, Unszlicht entre otros — fue asesinada. En 1938 en un acto sin precedentes Stalin disolvió a todo el partido polaco acusándolo de ser “un nido de trotskistas-pilsudskistas”. Deutscher trató de explicar el odio irracional de Stalin al comunismo polaco, su férrea decisión de exterminarlo de raíz:

“Stalin veía al PC polaco como la fortaleza del odiado luxemburguismo — la ‘variedad polaca del trotskismo’ — que ya lo había desafiado empezando en 1923; el partido en el que unos dirigentes eran cercanos a Bujarin y otros a Zinoviev; el partido de las herejías incurables, orgulloso de sus tradiciones y su heroísmo…”

Por el trotskismo polaco

Todos los comentarios están de acuerdo en un punto: los orígenes inmediatos de la crisis polaca actual se encuentran en la catastrófica mala administración económica del régimen de Gierek durante la última década. Se ve a todas luces también que el grado de corrupción y venalidad dentro de la burocracia es extremo incluso por comparación con el resto de los estados obreros deformados de Europa Oriental. Esto es un reflejo de la destrucción del Partido Comunista Polaco por Stalin, a consecuencia de la cual el aparato de gobierno instalado por el ejército soviético después de la Segunda Guerra Mundial no tenía ningún vínculo con un pasado revolucionario del cual deshacerse. De tal modo que la burocracia que desde entonces gobierna Polonia fue reclutada entre arribistas y oportunistas comunes. Pero a un nivel más profundo las raíces de la crisis polaca se encuentran en el estalinismo, el esfuerzo de una burocracia bonapartista por establecer un equilibrio entre el imperialismo y la clase obrera, expresado en el dogma del “socialismo en un solo país”.

Todos los problemas centrales que confronta Polonia se derivan de la restringida política nacionalista de la burocracia y principalmente de su conciliación y fortalecimiento de la base social para la contrarrevolución. La habilidad de los pequeños propietarios campesinos para extorsionar al país se debe al hecho de que la agricultura no ha sido colectivizada. La influencia clerical-nacionalista en Solidarnosc emana del esfuerzo del régimen por encontrar unmodus vivendi con la iglesia católica, la cual se encuentra arraigada entre el campesinado. El estallido producido por el aumento de los precios y que condujo a la huelga de Gdansk fue el resultado de hipotecar la economía polaca a los banqueros occidentales, que ahora exigen su pago. La solución no está en hacer más concesiones sino en una política verdaderamente revolucionaria, internacionalista. Y para esto se necesita expulsar a los parásitos estalinistas por medio de una revolución política proletaria, dirigida por una vanguardia trotskista.

En 1956, los obreros polacos respondieron al mandonismo del estado policíaco de la época de Stalin con la poderosa revuelta proletaria que se inició en Poznan (y coadyuvó a detonar la revolución obrera en Hungría ese mismo octubre). Esto forzó un intento por reformar el régimen con una especie de estalinismo liberal, incrementando el uso de incentivos individuales y aflojando las tuercas del aparato represivo. Esto también fracasó — en dos ocasiones. El proletariado polaco repudió a Gomulka en la sublevación obrera del Báltico en 1970 y echó fuera a Gierek con la huelga de los astilleros en 1980. Esto significó también el fin de las ilusiones en la reforma liberal, y ahora las fuerzas pro-occidentales dentro y en torno a Solidarnosc lograron ganarse el apoyo de las masas polacas. Pero su triunfo significaría una calamidad de proporciones inmensas, Gdansk se convertiría en un Detroit con sus colas de desocupados y ollas comunes.

Además, la contrarrevolución en los márgenes del Vístula no se limitaría a Polonia. Plantearía inmediatamente la reunificación capitalista de Alemania y una Guerra mundial termonuclear imperialista con el propósito de borrar del mapa al estado obrero degenerado soviético y las conquistas de la Revolución de Octubre de 1917 que aún perduran. Sólo los trotskistas tenemos un programa para desarraigar las fuentes de la contrarrevolución, retornando al comunismo auténtico de Lenin y Luxemburg. Elementos claves de tal programa para la movilización de la clase obrera polaca son entre otros:

¡Abajo el clericalismo! ¡Por la absoluta separación de la iglesia del estado! Como escribió Rosa Luxemburg en 1905: “El clero, al igual que la clase capitalista, vive del sudor del pueblo, se lucra con la degradación, la ignorancia y la opresión del pueblo” (“Socialismo y las iglesias”). Hoy el Vaticano sirve de instrumento clave del imperialismo occidental, una agencia central para la contrarrevolución capitalista. El eje de la dirección de Solidarnosc alrededor de Lech Walesa surgió de los círculos “disidentes” respaldados por la iglesia, y una de las famosas 21 demandas en la huelga de Gdansk fue la transmisión de la misa católica por la radio y la televisión estatales — estableciendo de hecho una iglesia oficial. Más aun, el ejército polaco es el único en Europa Oriental que cuenta con capellanes católicos.

Kuron y otros dirigentes de Solidarnosc han preconizado un gobierno tripartito que incluya a la jerarquía católica. Washington, Wall Street y la socialdemocracia, intentan restaurar la iglesia romana a su dominio medieval sobre la vida social polaca. Y tratando de ganarse la aprobación del papa Wojtyla, los estalinistas son capaces de adoptar algunos de sus reaccionarios programas sociales — tales como restringir o eliminar el derecho de las mujeres al aborto. La separación de la iglesia del estado es una conquista histórica de la revolución democrático-burguesa, y sin embargo hoy los trotskistas son los únicos que luchan por ella.

¡Por la colectivización de la agricultura! Durante décadas la economía polaca ha sido desgarrada por la contradicción entre una agricultura atrasada de pequeños propietarios campesinos y una industria en rápida expansión. El subsidio de los alimentos por el gobierno ha resultado en un costo cada vez mayor para la economía en su conjunto. Aun así, los intentos de Solidaridad Rural por eliminar la comercialización por el estado no sólo irían en contra de los intereses económicos inmediatos de la clase obrera, a través de una enorme alza de precios, sino que fortalecerían también el peligro de contrarrevolución. Una tarea clave inmediata para un gobierno obrero revolucionario en Polonia sería promover la colectivización de la agricultura.

¡Por sindicatos independientes del control burocrático y basados en la defensa de la propiedad socializada! Esto es una parte esencial del programa trotskista para la expulsión de la burocracia estalinista. Y no tiene nada en común con la consigna de “sindicatos libres”, que durante mucho tiempo ha sido el grito de batalla del imperialismo de la OTAN. Al inicio de la Guerra Fría, la fanáticamente anticomunista burocracia sindical norteamericana creó la Confederación Internacional de Sindicatos Libres en la más estrecha colaboración con la CIA. Los obreros polacos deben entender que un restringido sindicalismo economicista no es posible en una economía colectivizada. Toda redistribución del ingreso requiere arrancar el control de la administración económica a la burocracia estalinista. Y los obreros polacos deben oponerse implacablemente al “sindicalismo estilo AFL-CIA”, comprometiendo a sus organizaciones en la defensa de la propiedad socializada y del poder estatal proletario contra el imperialismo.

¡Anular la deuda imperialista! El pago de la enorme deuda de Polonia a los imperialistas significaría años de austeridad severa. Los dirigentes de Solidarnosc, sin embargo, llaman por la afiliación de Polonia al Fondo Monetario Internacional, el cártel de los banqueros occidentales. El FMI sangraría, a los obreros polacos con el mismo ensaño con que lo hace a los obreros del “tercer mundo”. Deseando mantener la paz social en su importante país aliado, el Kremlin, al menos indirectamente, ha dado sumas cada vez más cuantiosas para cubrir las deudas de Polonia a Wall Street. No es nuestra tarea como revolucionarios proletarios aconsejar a los burócratas de Varsovia sobre cómo salir del hoyo en que se han metido. Pero una dirección trotskista anularía inmediatamente la deuda imperialista y exhortaría a los obreros de Europa Occidental y de los EE.UU. a luchar contra la inevitable represalia imperialista.

¡Por la planificación económica socialista internacional! Los dirigentes de Solidarnosc han expresado su admiración por el capitalismo occidental y han pedido la reprivatización de un sector importante de la economía. Han exigido la abolición de la planificación central en favor de empresas “autogestionarias” autónomas que operen sobre la base de la competencia en el mercado. En las actuales condiciones económicas de Polonia, esto conduciría de inmediato a la bancarrota a centenares de empresas, lanzando a cientos de miles, si no es que millones, de obreros a la calle. Facilitaría también enormemente la penetración económica imperialista. La meta no debe ser el retorno a la anarquía del mercado sino entregar a la clase obrera el control democrático de la economía, que sólo es posible por medio de la planificación central por el poder soviético, con comités de fábrica que supervisen la producción y cooperativas de consumo que controlen la calidad y precio de las mercancías. Los obreros polacos deben cifrar sus esperanzas en unos Estados Unidos Socialistas de Europa en los cuales una Alemania soviética unificada será la fuerza motriz industrial.

¡Por la democracia soviética, no por el parlamentarismo burgués! ¡Por la revolución política proletaria! Apenas unas horas antes de la imposición de la ley marcial, Solidarnosc convocó a un referéndum para derrocar al gobierno comunista y remplazarlo con un gobierno basado en “elecciones libres”. En las actuales condiciones de Polonia tales elecciones habrían conducido a la victoria de un partido clerical-nacionalista que intentaría restaurar el capitalismo, o quizás habrían llevado a la anarquía. En cualquier caso, se habría planteado directamente la Guerra civil. La clase obrera polaca debe luchar por el gobierno de los soviets (consejos obreros) como en la Revolución Rusa de 1917. La democracia soviética debe incluir a todos aquellos partidos, escogidos por los obreros y sus aliados, que estén a favor del orden socialista y lo defiendan.

¡Defender a la URSS contra el imperialismo! ¡Por la unidad revolucionaria de los obreros polacos y soviéticos! Walesa y Cía. se veían a sí mismos acaudillando a la nación polaca entera, apoyados por el imperialismo occidental, contra el “comunismo ruso”. El “llamado” del congreso de Solidarnosc de septiembre pasado a los obreros soviéticos fue una provocadora declaración de solidaridad con el “mundo libre” de Reagan. Esto lo entendieron muy bien no sólo los burócratas del Kremlin sino también las masas obreras soviéticas. Todos los periodistas occidentales informan que el individuo común y corriente en la Unión Soviética no siente ninguna simpatía por Solidarnosc ni por lo que ésta representa.

La tradición revolucionaria de solidaridad obrera polaco-rusa simbolizada por Rosa Luxemburg es decisiva en el reforjamiento del trotskismo polaco. Una revolución política proletaria en Polonia debe extenderse a la URSS y al resto del bloque soviético o de lo contrario será aplastada. Pero los obreros polacos no podrán atraer a sus hermanos de clase soviéticos, que perdieron 20 millones de vidas combatiendo a los nazis en la Segunda Guerra Mundial (600.000 de éstas en Polonia), a menos que les aseguren que una Polonia obrera defenderá a la Unión Soviética contra el imperialismo. El pueblo soviético sabe que la ambición del imperialismo norteamericano es “echar atrás” al comunismo: la transformación de Europa Oriental en estados hostiles aliados al imperialismo, extendiendo la OTAN hasta la frontera soviética como preludio a la restauración capitalista en la misma URSS. ¡Un gobierno obrero polaco debe ser un bastión militar y contra la OTAN!

En su ensayo “La tragedia del Partido Comunista Polaco”, Isaac Deutscher destaca como su conclusión principal: “Si algo prueba la historia del PC polaco y de Polonia en general, es lo indestructible que es el vincula entre las revoluciones polaca y rusa”. Hoy en día es imperioso resucitar la tradición de Lenin y Luxemburg, de unidad revolucionaria del proletariado polaco y ruso. Hoy, esta unidad debe apuntar en contra de las burocracias estalinistas, en defensa de las economías colectivizadas y el poder estatal proletario contra el imperialismo. Esta tradición y este programa serán llevados adelante por una vanguardia trotskista polaca, sección de una IV Internacional renacida. Esahora el momento para sentar las bases de una vanguardia trotskista en Polonia.